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domingo, 15 de octubre de 2023

Capítulo 26


El domingo por la tarde, superado ya el frenético fin de semana, Jessica fue al rancho en coche. Aunque el mero hecho de dormir doce horas seguidas le resultaba muy atrayente, la invitación a la cena del domingo la tentaba más.

Le gustaba ver a Alex en su hábitat natural, y todavía no había hablado con Zac desde que él y Atardecer habían recibido el disparo. Aceptó que su transformación en vaquera se había completado cuando se dio cuenta de que quería ver al caballo tanto como a la persona.

La transformación no incluía el calzado, y probablemente jamás lo haría. Cuando vio a Atardecer en el potrero y, con gran regocijo por su parte, a Alex haciendo girar una cuerda -lazo, se corrigió-, dejó en el coche el crujiente de arándanos que había preparado y se acercó a echar un vistazo.

Mike estaba sentado en la cerca junto a una mujer pelirroja que llevaba el pelo recogido en una coleta. La mujer aplaudió con entusiasmo cuando Alex saltó dentro y fuera del lazo que hacía girar.

Cuando Alex saludó a Jessica bajándose el sombrero con la otra mano, la mujer se volvió. Aunque ya estaba al corriente, ver la transformación de Alice la dejó atónita.

Alice: A esta no la conozco -murmuró, y se cogió de la mano de Mike-.

Jess: Quizá no me recuerde, Alice. Solo nos vimos un momento hace unas semanas. Soy Jessica Baazov. Trabajo para Vanessa.

Alice: Vanessa es la hija de Anne. Este es Mike. No mi Mike. Es el Mike de Anne. Y Alex es de Anne. Está actuando para mí porque no he podido ver el espectáculo.

Jess: Es muy bueno, ¿verdad?

Alice: El tío Wayne hacía trucos con el lazo. Alex me ha dicho que el tío Wayne le enseñó. Atardecer también hace trucos. Zac le ha enseñado. Zac no es solo de Anne. También es mío.

Mike: Quería ver a Atardecer y a Zac.

Alice: La abuela ha reñido a Zac y le ha dicho que tenía que ir dentro para poner la pierna en alto durante un rato. Dentro de un par de días podré montar a Atardecer. Está mucho mejor, y el hombre que le hizo daño está encerrado -miró a Mike para que se lo confirmara-. ¿Está encerrado?

Mike: Así es. Ya no tenemos que preocuparnos por él.

Alice: Bobby Tyler cumple con su deber -volvió a aplaudir cuando Alex hizo una reverencia-. Ha sido un buen espectáculo. Ha venido Jessica. Ahora me acuerdo. Es tu novia.

Alex bajó la cabeza, concentrado en enrollar el lazo.

Alex: Eso parece.

Alice: Es tímido -le dijo a Jessica-. Antes yo no era nada tímida, pero ahora me siento así a menudo. Iremos a ayudar con la cena. -Dio una palmadita en el brazo a Mike-. Para que Alex pueda estar con su novia.

Sin apenas disimular la risa, Mike saltó al suelo y bajó a su tía de la cerca.

Alice: Me gustan tus zapatos.

Jessica apenas consiguió decir «gracias» antes de que Alice se alejara con Mike.

Jess: No me puedo creer que esa sea la misma mujer que vino del hospital.

Alex: Eso son redaños -colgó el lazo enrollado de un poste de la cerca-. Los redaños de las Hudgens. Papá me ha dicho que mañana va a trabajar con un dibujante, que ha accedido a intentar obtener un retrato del hombre que la raptó. -Pasó el brazo por encima de la cerca para cogerle la mano y ayudarla a subir al primer travesaño-. Zapatos de vestir. No para montar a caballo.

Jess: Me he vestido para la cena -se rio cuando Atardecer se acercó a Alex por detrás y lo empujó con el hocico-. Está claro que vuelve a ser el mismo de siempre.

Alex: Anda, vete, no necesito ninguna ayuda. -Para demostrarlo, le puso una mano en la nuca y le bajó la cabeza para besarla en los labios. -Luego se la quedó mirando un momento, acariciándole la piel-. Montar está descartado. -Saltó por encima de la cerca-. Pero podemos dar un paseo.

Jess: Ni siquiera he ido a saludar a tu madre.

Alex: Un par de minutos.

Cogida de su mano, con el sol acariciándole la cara, Jessica paseó con él.

A lo lejos oyó mugir una vaca en un prado y un ruidito que sabía que provenía de alguna ardilla atareada. Y risas que salían por una ventana abierta de la cocina.

Jess: Habéis plantado pensamientos. -Se quedó callada, mirando las macetas que adornaban los peldaños del porche trasero-. Mi abuela siempre plantaba pensamientos a finales del invierno, en la jardinera de la ventana de la cocina. Decía que la hacían sonreír mientras fregaba los platos. Que se alegraba de que la primavera llegara de nuevo.

Alex: No pensaba que fueras a aguantar el invierno. 

Sinceramente sorprendida, Jessica lo miró de arriba abajo.

Jess: ¿Por qué?

Alex: Ahora creo que era un problema más mío que tuyo -rodeó la casa y la acompañó hasta el banco entre los ginkgos-. Pensaba: «Ya verás, volverá a Nueva York después de su primera nevada en Montana». Pero no lo hiciste.

Jess: ¿De verdad me veías tan...? ¿Cuál es la palabra que has utilizado para Alice? «Redaños.» ¿Con tan pocos redaños?

Alex: No. Era más cosa mía, y mis redaños no eran lo que me preocupaba. ¿Podemos sentarnos un momento? Creo que tengo que terminar de explicarme.

Jess: Sí, quizá deberías.

Alex: Jessica. Yo diría que te veía como un ave exótica. Tan bonita que me dañaba la vista y fuera de mi alcance. Con querencia a salir volando.

Jess: Ave exótica..., ¡anda ya! He trabajado toda mi vida, y mucho. He...

Alex: Era más cosa mía. La primera vez que te vi, llevabas un traje rojo y el pelo recogido en un moño, y olías como algo misterioso que florece en un invernadero. Me estrechaste la mano y dijiste: «Jessica Baazov, un placer». Yo apenas conseguí articular palabra. Y lo único que podía pensar era: «Ojalá Ness no la contrate».

Jess: Bueno. Me alegra saberlo.

Alex se limitó a ponerle una mano en el hombro cuando ella iba a levantarse.

Alex: Le dije que era un error cuando lo hizo, y ahora sé que lo decía por mí más que por ti.

Jessica se cruzó de brazos, a la defensiva.

Jess: Si te caí tan mal desde el principio, me sorprende que no presionaras más a Vanessa.

Alex: No me caíste mal, y presionar a Vanessa cuando ya ha tomado una decisión es perder el tiempo. Tomarse uno su tiempo no es lo mismo que perderlo. -Y Alex se había tomado su tiempo-. Me parecía un error, pensaba que era porque no te veía quedándote. Tan bonita, tan elegante, no veía cómo ibas a adaptarte. Y como casi me quedé sordo, mudo y ciego la primera vez que te vi con ese traje rojo, la cosa no pintaba nada bien para mí. Decidí guardar las distancias hasta que Ness viniera a casa y me dijera que yo tenía toda la razón respecto a lo de que te marcharías.
 
Jess: Por lo visto, te has llevado un buen chasco.

Alex: No, solo estaba equivocado. Guardé las distancias lo mejor que supe porque cada vez que te veía quería tocarte. Y sabía que, si te tocaba, querría más. Sabía que cuando te fueras, incluso guardando las distancias, pensaría en ti. No quería cruzar esa línea. Luego..., bueno, la crucé.

Jessica sorbió por la nariz, ruidosamente, pero se ablandó.

Jess: Tuve que tirar de ti para que la cruzaras.

Alex: Estaba en ello. Habría tardado más, pero estaba en ello. Entonces supe que si te ibas, no solo pensaría en ti, sino que nunca lo superaría. Cualquier otra mujer que hubiera después la compararía contigo, y nunca daría la talla. No tendría tu cara, ni sería tan lista como tú, ni tendría tu determinación bajo ese aspecto tan delicado -le cogió la mano, se la miró-. Y quiero una mujer, y una familia, una vida a la que podamos acostumbrarnos. No me importa esperar, pero, sin ti, esperaría eternamente.

Jess: Yo... He visto Tombstone. Monto a caballo. Tengo un Stetson.

Alex alzó las comisuras de los labios cuando le besó la mano apretada en un puño.

Alex: Te quiero. Creo que te quise antes de que ninguna de esas cosas fuera cierta, si es posible querer tan rápido. Me encanta saber que ahora son ciertas. Me siento en paz sabiendo que eres feliz aquí.

Jess: Soy feliz aquí. No hay nada para mí en Nueva York. He construido mi vida aquí. Amigos, trabajo, una vida. Perdí a mi familia, Alex, cuando perdí a mis abuelos. Y he creado una familia aquí cuando nunca creí que volvería a tenerla. Jamás había tenido una amiga como Vanessa, y ahora Chelsea. Y... todos.
 
Alex: Te estoy preguntando qué te parece seguir construyendo eso conmigo. Si podrías llegar a quererme lo suficiente para hacerlo. Para tener una vida y una familia conmigo.

Matrimonio, Dios santo, estaba proponiéndole matrimonio. Un salto así, en un hombre que avanzaba pasito a pasito, dejó a Jessica estupefacta.

Inmóvil, sin apenas respirar, pensó en sus padres. Egoístas, desconsiderados, fríos, que la abandonaron sin pestañear. Y después pensó en sus abuelos. Buenos, cariñosos, generosos, que la aceptaron en sus vidas sin pestañear.

Luego pensó en Alex.

Jess: No sé cómo puedo querer a un hombre tan tonto que no ve que ya lo quiero más que suficiente. Pero, por lo visto, lo hago.

Alex se llevó la mano de ella a la mejilla, y la sostuvo ahí antes de volver la cabeza y besarle la palma.

Alex: ¿Es una manera rebuscada de decir que sí?

Jess: No ha sido rebuscada.

Alex: Han sido muchas palabras. ¿Qué tal si te lo pregunto de otra manera? ¿Querrás casarte conmigo en algún momento?

Jess: En algún momento es bastante indefinido.

Alex: Dime que sí. Dime cuándo.

Jess: Dame un instante.

Jessica contempló los prados, las montañas, el cielo que se extendía azul sobre todas las cosas. Percibió cómo Alex esperaba, tan firme y fuerte en su silencio. Sabía que esperaría hasta que su cabeza diera alcance a su corazón.

Jess: Digo que sí. Y digo octubre. Después de mi primer verano, antes de mi próximo invierno. -Volvió a ponerle la mano en la mejilla-. Y decir que sí, Alex, solo decir que sí, llena huecos diminutos dentro de mí que no sabía que necesitaran llenarse. Tú has hecho eso. Me has ayudado a llenar esos huequecitos.
 
Alex la besó, con la dulzura de una promesa, y la abrazó.

Alex: ¿Todavía tienes el traje rojo?

Jess: No pienso casarme con el traje rojo.

Alex: Pensaba más en la luna de miel.

Jessica se rio. Firme y fuerte, volvió a pensar. Y a menudo sorprendente.

Jess: Aún lo tengo.


Mientras en el Rancho Hudgens la cena de los domingos se convertía en una celebración, el hombre que se hacía llamar «señor» circulaba en su camioneta por la estrecha carretera que el invierno había dejado sembrada de baches y zanjas poco profundas. Cada sacudida le repercutía en todo el cuerpo.

Se detuvo y bajó para abrir el portón del cercado, donde había varios carteles de PROHIBIDO EL PASO. El viejo metal chirrió cuando lo movió. Volvió a subir a la camioneta y atravesó el viejo portón, bajó de nuevo, lo cerró, pasó la cadena y echó el candado.

Tuvo un ataque de tos que lo obligó a apoyarse en el portón. Tosió y escupió flema, contuvo la respiración, y volvió a subir a la camioneta para dirigirse en un continuo traqueteo hasta la cabaña.

Como tenía que parar a descansar a menudo, tardó una hora en descargar lo que había comprado. Primero se tomó los medicamentos, el jarabe para la tos, las pastillas para el dolor de cabeza -últimamente parecía que la cabeza le doliera siempre-, el descongestionante, mezclándolos en una especie de cóctel medicinal y acompañados de un carajillo, que consideraba otro fármaco más para su curación.
 
Había comido dos hamburguesas con queso, que había masticado despacio y sin verdadero apetito. Necesitaba carne, carne roja de calidad, y se había obligado a acabárselas bocado a bocado.

Respirando, más bien resollando, se quedó dormido en la silla delante de la chimenea mientras el sudor que le lustraba la piel se le enfriaba. Se despertó a oscuras.

Maldiciendo, encendió las lámparas de aceite y atizó el fuego.

Pasaba demasiado tiempo durmiendo, y necesitaba ocuparlo más planificando.

Había ido en coche hasta Missoula y había regresado, una prueba fehaciente de que estaba recuperándose de la maldita plaga con la que Esther lo había maldecido. Había comprado medicamentos y provisiones, incluso había reconocido un poco el terreno.

Había visto a muchas mujeres. Mujeres que enseñaban las piernas, mujeres con camisetas escotadas que les marcaban los pechos. Con las caras pintadas. Le había parecido que una o dos podrían convenirle, que podrían ser unas buenas esposas una vez que las doblegara. Pero todavía le faltaban fuerzas para llevarse a una.

Así pues, se tomaría los medicamentos, comería carne roja y recobraría las fuerzas. Una vez hecho esto, saldría de caza por las carreteras secundarias, acecharía en las oscuras entradas de los antros de pecado. Los bares y moteles baratos.

Aparecería la adecuada. Con la ayuda de Dios.

No otra como Esther. O la que había bautizado con el nombre de Miriam, que había conseguido ahorcarse con la sábana semanas después de dar a luz a una niña.

O Judith o Beryl.

Las había enterrado a todas, a todas salvo a Esther. Les había dado cristiana sepultura, aunque hubieran sido pecadoras. Desengaños.

Tenía que encontrar otra enseguida. Una mujer fuerte, joven y fecunda, una mujer a quien pudiera enseñar a obedecer. Y a cuidarlo, pues su enfermedad le había demostrado que ya no era joven.

Necesitaba hijos varones para que continuaran su legado, para que lo respetaran conforme él envejeciera. Y necesitaba a la mujer que se los daría.

Pronto llegarían los turistas, esos parásitos, y también lo harían las mujeres, necesarias para preparar sus comidas, hacer sus camas. Mientras volvía a quedarse dormido, pensó que las semanas venideras le brindarían oportunidades.


Zac habría preferido ir a trabajar a caballo y, desde luego, habría preferido hacerlo a lomos de Atardecer. Como ninguna de las dos opciones era posible, fue de copiloto en la camioneta de Vanessa.

Zac: Podría haber ido con Mike. 

Ella lo miró de soslayo.

Ness: ¿Tienes algún problema con mi manera de conducir, Efron?

Zac: Preferiría ir al volante.

Ness: Pues esto es lo que hay -le soltó, y volvió a mirarlo-. ¿Qué te molesta? ¿La pierna?

Zac: ¡Joder! Solo es un rasguño. No me dieron en las tripas.

Ella levantó un hombro y guardó silencio hasta que llegaron al CAH.

Ness: Largo de aquí, tú y tu mal genio.

Zac se quedó sentado un momento más.

Zac: He pasado mucho tiempo con Alice estos últimos días.

Ness: Mensaje recibido. Corto y cierro.

Zac: Cuida de no darte con una rama en la cabeza, montada como vas en ese burro y llevando la cabeza tan alta. Me gustaba estar con ella, me distraía de pensar en otras cosas. Y creo que me ha tomado confianza. Hoy no estaré cuando intente trabajar con Tyler y el dibujante.

Ness: Te agradezco que te preocupes por ella. Hablo en serio. Las abuelas sí estarán, y también la doctora Minnow. Y el doctor Grove ha dicho que iría a verla.

Vanessa vio cómo el sol asomaba por el horizonte trazando una fina línea dorada.

Ness: Tú también la has ayudado a distraerse. Puede sonar extraño decir que elegiste un buen momento para que te dispararan, pero esa es la verdad.

Zac: Es una forma de verlo -se volvió hacia ella mientras el cielo levantino se teñía de color-. ¿Qué tal si quedamos para la cena de lujo el sábado por la noche?

Ness: No solo una cena de lujo, sino una cena de lujo un sábado por la noche... -Con sorpresa, movió los hombros adelante y atrás-. Puede que tenga que comprarme un vestido.

Zac: Si tienes más de uno, de todas formas no lo habré visto. 

Ella se rio y lo besó.

Ness: Anda, sal, Efron. Tomo nota. -Cuando Zac hubo bajado, se asomó por la ventanilla-. Si me entretengo, pediré a Mike que venga a recogerte después del trabajo.

Zac: Te esperaré -volvió a acercarse a la ventanilla-. Ven a casa conmigo esta noche. Pillaré algo de la cocina para los dos. Ven a casa conmigo.

Ness: Vale, pero yo me encargo de la comida. Estoy más cerca de la cocina.

Zac: ¡Nada lujoso! -le gritó mientras ella daba marcha atrás-. Eso es para el sábado.

Cuando se volvió, lo miró por el retrovisor, y cayó en la cuenta de que no solo se acostaban. Salían juntos.


Vanessa terminó de trabajar más tarde de lo que pensaba. Los temporeros empezaban a ser insuficientes y había que contratar más. Incorporar personal conllevaba hacer entrevistas, investigar antecedentes, impartir formación, orientación.

Ness: Todo es positivo -dijo a Jessica mientras cerraba su maletín-. Los clientes ya pueden reservar para esta primavera hasta Año Nuevo, y el año pasado hicimos lleno. Con las actividades y los paquetes nuevos que hemos añadido, solo puede irnos mejor aún.

Jess: Necesitas un asistente a jornada completa. Sé lo estupenda que es Britt, pero podrías tenerla a jornada completa, o si prefieres que lleve la recepción, necesitas a otra persona. Tener a Chelsea ha sido importantísimo para los eventos. Tú necesitas lo mismo.

Con el ceño fruncido, Vanessa pensó que era la pura verdad.

Ness: Siempre noto un molesto cosquilleo en la nuca cuando pienso en tener un asistente oficial.

Jessica la señaló con una uña rosa perfectamente limada.

Jess: Es tu tecla de control, que te habla.

Ness: No es la primera vez que me lo dicen. A lo mejor hablo con Britt. A lo mejor. Entretanto, tengo que recoger un pedido en la cocina. He quedado.

Jess: Yo también. Según parece, ya es hora de que vea Silverado. A cambio, Alex va a probar mi pasta con rúcula al limón.

Vanessa se sorprendió otra vez, y se paró en seco.

Ness: Dios mío, está enamorado hasta las trancas. Vais a casaros.

Jess: Sí -se llevó la mano al pecho-. Tú serás mi dama de honor, ¿verdad?

Ness: ¡No me puedo creer que hayas tardado un día entero en pedírmelo!

Vanessa echó de nuevo a andar como si bailara y estrujó a Jessica contra su cuerpo.

Ness: Fui dama de honor de mi prima Betsy, así que tengo un poco de experiencia. Y confío en que no me obligarás a llevar un vestido de organdí rosa con mangas afaroladas.

Jess: Te lo juro por lo que más quiero.

Sin embargo, como la sonrisa de Jessica le pareció un poco histérica, Vanessa ladeó la cabeza.

Ness: No irás a decirme que te lo estás replanteando, ¿verdad?

Jess: Ya me lo he planteado montones de veces. Y siempre acabo decidiendo que quiero muchísimo a Alex. Es la idea del matrimonio lo que me asusta.

Ness: Él va a comerse una lechuga rara y tú vas a ver un clásico del Oeste. En mi opinión, ya estáis casados. Es solo que aún no lo habéis celebrado.

Jess: Como mi dama de honor, ¿seguirás diciéndome esa clase de cosas de vez en cuando en los próximos meses?

Ness: No lo dudes. Ahora vayamos a echar el lazo a un par de vaqueros.

Poco después, cuando se dirigía a casa con dos sustanciosas raciones de pollo en el asiento trasero de la camioneta y Zac a su lado, Vanessa pensó en voz alta.

Ness: ¿Has comido alguna vez rúcula?

Zac: ¿Por qué iba a hacerlo? -Volviéndose, miró con recelo los envases del asiento trasero-. Nuestras cenas no la llevarán, ¿verdad?

Ness: Nuestras cenas, no. Pero sí el plato que se va a comer Alex esta noche en casa de Jessica.

Zac: Ese hombre está colado por sus huesitos -dijo con un poco de lástima-. Ni la lechuga normal le gusta mucho.

Ness: Yo estaba pensando lo mismo. Jessica se lleva la mejor parte, ya que a cambio de que él se la coma, ella verá Silverado.

Zac: Un clásico.

Ness: Y un regalo para la vista si eres mujer. Nosotros cenaremos pollo cajún, con patatas al romero y espárragos.

Zac: No sabes cuánto me alegro de no estar enamorado de Jessica.

Ness: Añádele un poco de tarta de queso con arándanos.

Zac: A lo mejor deberíamos casarnos.

Vanessa lo miró con los ojos brillantes, riendo.

Ness: Cuidado, Efron, algunas mujeres se agarran a un clavo ardiendo. ¿Te apetece ver Silverado? Tengo el DVD.

Zac: ¿Tienes palomitas?

Ness: Creo que puedo encontrar.

Zac: Yo pongo la cerveza -alargó la mano y le tocó el brazo-. Alice está sentada en el porche.

Antes de que terminara la frase, Alice se puso de pie, con las manos entrelazadas en la espalda.

Como si hubiera estado esperando a que Alice se levantara, Cora salió al porche.

Vanessa se detuvo justo delante.

Alice: Me he enfrentado de lleno. He mirado dentro de mi cabeza y se lo he explicado a Pete.

Cora: Pete es el dibujante. El que ha traído Bob Tyler -le pasó un brazo por los hombros-. Alice estaba esperando para contártelo.

Zac: ¿Cómo se siente? 

Alice: Me alegro de que haya terminado. Me ha dolido -se apretó el vientre con una mano-. He tenido que parar, empezar y parar, y empezar. Me alegro de que haya terminado. Tienes que verlo. Tenemos uno, y Bobby ha dicho que todo el mundo tendría que verlo por si conoce al señor. ¿Mamá?

Cora: Iré a buscarlo.

Alice: Me gusta estar fuera. Me gusta... 

Alice se interrumpió y se llevó un dedo a los labios.

Ness: ¿Qué pasa? 

Alice: Siempre quiero repetirlo todo. Intento no hacerlo. Me gusta estar fuera-dijo con cuidado-, quizá por el tiempo que tuve que pasar encerrada. Salir cuando me apetece hace que me sienta bien. -Apretó los labios cuando Cora salió con el boceto-. Este es el señor. No es exactamente así, pero no sé explicarme mejor. El pelo se le puso canoso, como a mí, y la barba, a veces la llevaba, a veces no. Pero casi siempre la llevaba. Y la cara se le envejeció como a mí. Ahora está así, es lo mejor que sé describirlo.

Vanessa miró el boceto con detenimiento.

¿De verdad tenía ojos de loco, o era Alice la que los veía así? En el boceto tenían un aire feroz y perturbado. El pelo le clareaba, sucio y despeinado. Una barba entrecana le cubría la mitad inferior de una cara delgada y angulosa. La boca apretada era una cruel línea transversal.

Alice: ¿Lo conocéis? ¿Sabéis quién es? Bobby dice que tiene un nombre de verdad, no «señor». Uno de verdad.

Ness: Creo que no -miró a Zac-.

Zac: No, pero ahora sabemos qué aspecto tiene. Nos ayudará a encontrarlo y detenerlo. -Como sabía que podía hacerlo, se acercó a Alice y la abrazó-. Lo ha hecho muy bien, Alice.

Con un suspiro, ella apoyó un instante la cabeza en su pecho antes de separarse.

Alice: No es tan alto como tú, pero es más alto que Bobby. Eso es lo que he dicho a Pete. Tiene los brazos fuertes. Y las manos grandes, más duras que las de Mike o las tuyas. Tiene una cicatriz en la palma. En esta. -Se tocó la palma de la mano izquierda y trazó una línea transversal-. Y una aquí, así. -Dibujó una curva en su cadera izquierda-. Tiene una marca...
 
Miró a su madre.

Cora: Marca de nacimiento.

Alice: Una marca de nacimiento aquí -se tocó la cara externa del muslo derecho-. Una especie de mancha. Dije que la recordaría cuando me encerró, dije que la recordaría cuando me escapara. Y me he acordado. Me acuerdo. ¿Podemos ir a ver a Atardecer? No quiero pensar más en eso.

Zac: Claro que sí. ¿Lo ha cuidado hoy en mi lugar?

Alice: He salido esta mañana y he salido después de ayudar a dibujar la cara. Le he dado una zanahoria, y le he dado otra a Leo, que tiene esos ojos azules tan bonitos, y lo he cepillado y le he cantado una canción.

Zac: Seguro que le gusta que le cante. A mí también me gusta. A lo mejor puede cantarnos otra vez cuando veamos cómo está.

Le ofreció el brazo a Alice, lo cual la hizo sonreír.

Cora: Veo cómo va siendo ella misma, cada vez más -le dijo a Vanessa-. Y hoy la he visto sufrir por sus malos recuerdos. Él parece un monstruo. Parece un monstruo, y ha tenido encerrada a mi niña durante todos estos años.

Ness: No volverá a tenerla nunca. Yaya, no volverá a tocarla nunca.

Cora: No apruebo la venganza. La guerra se llevó a mi marido, al muchacho que yo amaba, al padre de mis hijas. Y lloré su pérdida, pero jamás sentí odio. Ahora lo siento. Lo siento todos los días. Mi hija está en casa, y está recuperándose, y pese a lo feliz que eso me hace, siento un odio tremendo, Vanessa. Es un odio negro, cegador.

Ness: Yaya, creo que no serías humana si no lo sintieras. No sé si el hecho de que lo encuentren y lo encierren durante el resto de su miserable vida te ayudará a odiarlo menos.

Cora: Yo tampoco lo sé -dio un largo suspiro-. Tengo que acordarme de mirarla, de ver como está, cada vez más recuperada, y dar las gracias por ello. Pero eso no impide que quiera cortarle los huevos con un cuchillo oxidado y oírlo gritar -se estremeció y, enarcando las cejas, miró a Vanessa-. La mayoría de la gente no sonreiría con un comentario así.

Ness: Yo no soy la mayoría de la gente.

Cora: En fin. Voy a guardar este espanto -volvió a coger el boceto-. ¿Quieres invitar a Zac a cenar?

Ness: De hecho, me ha invitado él. Tengo un par de cenas preparadas en la camioneta. Vamos a ver una película en la choza.

Cora: Ya tengo un motivo para sonreír.

Ness: Voy a subir un momento a coger la película y un par de bolsas de palomitas para microondas de la despensa.

Cora: ¡No te olvides el cepillo de dientes! -gritó-. 

Ness: Vamos, yaya -soltó una carcajada y miró por encima de su hombro-. Acuérdate de con quién estás hablando. Hace semanas que tengo uno ahí.


Mientras Vanessa subía corriendo las escaleras, Zac inspeccionó la herida de Atardecer. Alice acarició al caballo y le cantó «Jolene».

Zac: Canta usted como los ángeles -dijo cuando ella terminó-.

Alice: Cantaba con Anne, y cantaba a mi Mike, y cantaba sola. No podía tener radio ni discos ni televisión. Mike, el Mike de Anne, me ha dado un... Es pequeño y tiene canciones, y puedes ponerte unas cosas en los oídos para escuchar.

Zac: Un iPod.

Alice: ¡Sí! Es un regalo precioso. Mike es tan bueno, es tan buen muchacho... El iPod es como magia. Tiene montones de música, y puedo escucharla cuando me cuesta dormir.

 
Zac: ¿Le cuesta dormir, señorita Alice?

Alice: Ahora solo a veces, no tanto como antes. Y la música se lleva las pesadillas. Ni tan siquiera en mis pesadillas puedo verlo con el aspecto que tenía cuando me subí a la camioneta. Ya no puedo verlo con tanta claridad. ¿Era la camioneta azul o roja? No debería haber subido. Vi las serpientes.

Zac: ¿En la camioneta? ¿Tenía serpientes en la camioneta?

Alice: No de verdad. El dibujo. La pegatina. Es un ciudadano soberano, un verdadero patriota, y los verdaderos patriotas se levantarán y derrocarán a los federalistas corruptos. Recuperarán nuestro país.

Zac: ¿Ha hablado con el sheriff de la pegatina?

Alice: ¿Si le he hablado? Creo. Quizá. Los verdaderos patriotas se rebelarán porque el árbol de la libertad necesita ser regado con sangre para devolver el país al pueblo, bajo el mandato de Dios. Un hombre necesita hijos varones para proteger la tierra. Yo solo le di uno que vivió. Uno no es suficiente para combatir, trabajar y proteger. Creo que tenía más.

Zac: ¿Más hijos varones?

Alice: No lo sé. No lo sé. No lo sé. Más esposas. ¿Crees que podré montar a Atardecer pronto?

Zac: Se lo preguntaremos a la doctora Bickers. Señorita Alice, ¿puede decirme por qué cree que tenía más esposas?

Zac se preparó para dar un paso atrás. Veía la crispación con la que ella movía las manos, percibía nerviosismo en su voz. Pero Alice apretó la cara contra la mejilla de Atardecer.

Alice: Él decía que yo no oía otra cosa que el viento. Que no oía voces, llantos ni gritos. Que me lo imaginaba y que me callara.

Zac: No pasa nada.

Alice: Atardecer está casi curado. Tú también. Hoy no has cojeado. Algunas cosas mejoran.

Zac: Usted también está mucho mejor, señorita Alice.

Alice: Yo estoy mejor, las cosas están mejor. Puedo salir siempre que quiera. Ahora mamá me está enseñando a hacer un jersey. Oí su camioneta aquella noche, la oí. No estaba dormida. Se llevó al bebé, se llevó a mi siguiente bebé, y al siguiente. Se llevó al pobre Benjamin, que se fue al cielo, y yo no estaba dormida porque sufría por dentro y por fuera, y dentro de mi cabeza y de mi corazón.

Muy apenado, Zac le rozó la mano con la suya, la dejó apoyada en su hombro. Ella se la agarró, con fuerza.

Alice: Oí que la camioneta volvía, y tuve miedo, mucho miedo, de que entrara para exigir sus derechos conyugales. Y oí el grito. No fue el viento, no fue un búho ni un coyote. No era la primera vez, pero aquella vez lo oí muy claro, una vez, dos. Lo oí. Y también lo oí a él. Gritando, soltando palabrotas. Y aquella noche no entró a exigir sus derechos conyugales, y tampoco la siguiente, ni la otra.

Zac: ¿Estaba en la casa o en el sótano?

Alice: En la casa. Era de noche, no entraba luz por mi ventana. Y luego otra vez, no la noche siguiente, ni la otra, sino más adelante, durante el día. De día oí gritos. «¡Socorro, socorro, socorro!», creo. No los oí muy bien, pero los oí. Después dejé de oírlos. Pero oí llorar una vez. Oía llorar a veces cuando trabajaba en el huerto. A lo mejor eran los bebés que me llamaban. Tuve que dejar de oír sus llantos por no correr a su lado. Es como me volví loca, supongo.

Zac: No está loca.

Alice retrocedió, sonrió.

Alice: Un poco. Creo que entonces estaba más loca. Tenía que estarlo o me habría suicidado.
 
Guiado por el instinto, por el corazón, Zac le cogió la cara entre las manos y la besó en la boca con dulzura.

Zac: Puede que esté un poco loca, pero sigue siendo la persona más cuerda que conozco.

Alice se rio con los ojos anegados en lágrimas.

Alice: Debes de conocer a muchos locos.

Zac: Es posible.

Cuando ella se marchó, canturreando, Zac sacó el móvil para llamar al sheriff. Puede que hubiera más mujeres volviéndose locas en un sótano desconocido.


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