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domingo, 29 de octubre de 2023

Capítulo 29


El ojo morado o la mandíbula magullada no le molestaban, tampoco los cortes y arañazos, o los nudillos hinchados. Las costillas le daban un poco de guerra, pero un par de días después dejó de chillar cada vez que hacía un mal gesto.

Como no distaba mucho de la realidad, explicó a los huéspedes, sobre todo a los niños, el cuento de que había tenido una pelea de bar con un matón.

Y convenció a Alice para que saliera a cabalgar con él.

Ella colmaba a Rosie de cariño y atenciones, y la joven yegua reaccionaba con honda devoción.

Con Anne, Alice plantaba el jardín de las hermanas. En la cocina preparaba platos sencillos con Clementine. Como hacía mejor tiempo, a menudo se sentaba a hacer ganchillo con las abuelas en uno de los porches.

El gran día llegó cuando accedió a ir a la Casa Hudgens en coche con las abuelas, para echar un vistazo, para pensar en si sería feliz viviendo ahí. Se detuvieron en el CAH, a petición de Alice, según Zac supo más adelante. Incluso de lejos, se dio cuenta de que estaba nerviosa, de manera que se desvió con las dos monturas que había elegido para el siguiente paseo a caballo y fue al encuentro de las mujeres.

Zac: Señoras, y yo que pensaba que el día no podía ser más bonito. Me han demostrado que estaba equivocado.

Fancy: Me encantan los hombres coquetos -le guiñó el ojo-.
 
Alice: Hemos ido a la casa, a la Casa Hudgens. Mamá y la abuela viven allí cuando no viven en el rancho. Yo podría vivir ahí. Podría vivir ahí. No sé.

Cora: No tienes que decidirlo ahora mismo -la tranquilizó-. Solo queríamos que la vieras.

Alice: Hay un establo, es pequeñito. Rosie podría quedarse ahí. ¿No se sentiría sola? Es duro estar sola.

Cora: Tendría un par de amiguitos apuestos como estos dos que la visitarían a lo largo de todo el día.

Alice miró a los dos caballos y se acercó a acariciarlos.

Alice: Muchos caballos en el potrero. Muchos. ¿Quién es esa? 

Zac miró atrás.

Zac: Es Carol. Trabaja conmigo.

Alice: Con los caballos. Tiene el pelo largo y trabaja con los caballos. No es como antes -echó un vistazo alrededor, se abrazó el cuerpo-. Casi no me acuerdo de cómo era, pero no era así. Ella trabaja aquí. Tú trabajas aquí. Está cerca de la Casa Hudgens.

Zac: A veces me gusta escabullirme para comer de gorra cuando su madre y doña Fancy están en casa. A lo mejor, si se decidiera a vivir ahí, podría venir aquí algunas veces y me echaría una mano.

Alice dejó de mirar a todas partes con cara de susto.

Alice: ¿Venir aquí, a echar una mano? ¿Contigo? ¿Con los caballos? ¿Igual que hago para Sam y Alex en el rancho?

Zac: Sí, igual. Siempre me viene bien una persona que sabe de caballos como usted.

Alice: Me porto bien con ellos. Ellos se portan bien conmigo. ¿Quién es ese?

Zac: Es Evan. También trabaja aquí.

Alice: ¿Se llama así? No conocía ese nombre.

Zac: Es el nombre de Evan -hizo un gesto al mozo para que se acercara. Alice retrocedió de inmediato, se agarró a la mano de Cora-. Solo quiero que se lleve a estos muchachos a ese potrero de ahí. Vienen huéspedes para montarlos.

Alice: Porque trabaja aquí -susurró, sin soltar la mano a Cora-.

Evan: Señoras -saludó, tocándose el ala del sombrero-.

Zac: Evan, ¿qué tal si te los llevas para ensillarlos?

Evan: Claro, jefe.

Alice: Porque trabajas aquí -murmuró mirándolo-.

Evan: Claro, señora. El mejor trabajo que hay. Zac, Carol ha dicho que montará a Armonía en este paseo. Quería preguntarle si tengo que llevar a Atardecer al centro en el remolque para la clase que tiene luego.

Zac: Lo llevaré yo. Cabalgar nos vendrá bien a los dos.

Alice: Atardecer está aquí -lo señaló-. Lo veo.

Evan: Ese sí que es un buen caballo. Viene la gran jefa -añadió, y Alice despegó los ojos de su cara para mirar alrededor-.

Alice: ¡Es Vanessa! -su mano se relajó en la de Cora-. Vanessa también trabaja aquí. Está cerca de la Casa Hudgens.

Evan: Me llevaré a estos amiguitos para ensillarlos. Señoras.

Evan volvió a tocarse el ala del sombrero y se llevó a los caballos cuando Vanessa se acercó a zancadas.

Alice: Vanessa, he ido a ver la Casa Hudgens. Nada está como antes. Todo está distinto. Es grande.

Ness: Es grande -le pasó el brazo por los hombros a Alice con naturalidad-. Nos gusta pensar que podemos contentar a todas las personas que quieren vivir una experiencia típica del Oeste. A lo mejor un día te animas a dar una vuelta conmigo a caballo, para verlo todo. En mi opinión, no hay mejor manera de ver el Resort Hudgens que a caballo.

Alice: ¿Podemos dar una vuelta?
 
Ness: Claro.

Alice: ¿Ahora?

Ness: Esto...

Alice: Me gustaría darla ahora. Puedo dar una vuelta contigo.

Zac sonrió a Vanessa, sabiendo que en ese preciso instante estaría tachando media docena de las cosas que tenía pensado hacer. Y ninguna de ellas sería enseñarle a Alice el Resort Hudgens a caballo.

Cora: Vanessa debe de estar ocupadísima -comenzó a decir-.

Alice: Es la gran jefa.

Ness: ¿Sabes qué?, tienes razón. Y la gran jefa puede dedicar una hora a enseñarte todo esto. Efron, elige una buena montura para mi tía.

Zac: No hay problema.

Ness: Tú montarás a Leo. Lo he visto en el potrero. Yo tendré un caballo nuevo. No me da miedo montar uno nuevo.

Zac: Debería venir conmigo, escoger el que te parezca bien. 

Claramente complacida, Alice cogió a Zac de la mano.

Cora: Sé que estás ocupada, Ness -dijo viendo cómo Alice se alejaba con Zac-.

Ness: Me gusta estar ocupada. ¿Por qué no os vais a comer la abuela y tú? Os mandaré un mensaje cuando volvamos.

Fancy: Eres un cielo, Vanessa. No permitas que nadie te diga lo contrario. Vamos, Cora. Me apetece una copa de vino con la comida.

Tendría que alargar su jornada de trabajo, pensó Vanessa mientras ensillaba a Leo. Pero, de todos modos, ya contaba con ello. Dos eventos esa noche, se dijo, y quería ayudar al menos a ponerlos en marcha.

Además, tenía el aliciente de la cena de lujo de la noche siguiente. Suponía que Zac ya habría pensado en cómo decírselo. Y si no era así, ella cogería el toro por los cuernos y se le adelantaría.
 
Alice: Carol trabaja aquí -dijo en voz tan baja que Vanessa apenas la oyó-. Se lleva a esas personas de paseo. Tiene pájaros azules en las botas.

Ness: Va a hacer una ruta con ellas, por caminos. He pensado que nosotras podríamos ir por campo abierto, para que te hagas una idea de cómo está distribuido todo.

Alice: Iremos por campo abierto. Evan trabaja aquí. Está demasiado delgado. Debe de necesitar una esposa para que le cocine.

Ness: Podría aprender a cocinar él.

Alice: Llama «jefe» a Zac, pero la gran jefa eres tú.

Zac: Y no deja que nos olvidemos -se acercó para revisar las cinchas-. Ha hecho bien eligiendo a Jake. ¿Necesita que la ayude a subir?

Alice: Ya no.

Alice montó como si llevara haciéndolo todos los días de su vida. Y Zac se sintió orgulloso.

Zac: Disfrute del paseo, señorita Alice.

Alice: Puedo disfrutarlo, porque Atardecer y tú habéis vuelto a enseñarme. Tienes una madre, pero también eres mío. También puedes ser mío.

Conmovido, Zac le dio una palmadita en la rodilla.

Zac: Podemos ser el uno del otro.

Alice: Soy Alice. Llámame Alice. Basta de señorita Alice si podemos ser el uno del otro.

Zac: Alice, pues.

Acompañada por Vanessa, Alice salió a caballo por el portón que Zac abrió para ellas.

Ness: Podemos ir hacia el río -sugirió-. Veremos algunas cabañas, y un bonito paisaje, y uno de los campamentos.

Alice: Campamentos.

Ness: Son campamentos de lujo, porque tienen mucho glamour y comodidades, y los ofrecemos en el resort. Nada que ver con plantar una tienda de campaña y desenrollar un saco de dormir.

Alice: ¿Tenemos que ver a más gente?

Ness: No. -Al detectar su nerviosismo, intentó tranquilizarla con una sonrisa-. Es decir, a lo mejor nos cruzamos con alguien que nos saluda, pero no tenemos que hablar con nadie si no te apetece.

Alice: Me pongo nerviosa cuando hablo a la gente que no conozco. Estoy mejor. Creo que estoy mejor.

Ness: Alice, estás mucho mejor.

Alice: He conocido a Carol y a Evan.

Ness: Y es suficiente por un día. -Sonriendo, la miró y vio que tenía lágrimas en los ojos-. ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? ¿Quieres que volvamos?

Alice: No. No. No. Me he puesto contenta de verte. De ver a Zac. Me pongo contenta de ver a Alex y a Mike. Vosotros no sois míos. No sois míos. Él se llevó a mis bebés, a todos mis bebés. Y ahora no son mis bebés. Son y no son mis bebés. Si Bobby los encontrara, si yo los encontrara, no son mis bebés. Ya son adultos, y tienen otra madre. Una buena madre nunca nunca les diría quién es su padre. No puedo recuperarlos. Tendría que decírselo. Y ellos no me conocen. Yo no soy la madre. -Emitió un suspiro entrecortado-. Puedo decirlo, puedo decírtelo mientras vamos a caballo. Me duele en el alma, pero me duele más cuando pienso en decírselo. Zac dice que soy valiente. Demuestra más valor no buscarlos, no encontrarlos, no decírselo. Pero duele.

Ness: No puedo ni imaginarme cuánto.

Alice: Bobby ha metido en la cárcel al hombre que disparó a Zac y a Atardecer. Meterá al señor en la cárcel cuando lo encuentre. Pero tengo que decirle que no busque a mis bebés. Tengo que decirle eso, y protegerlos.

Ness: Si alguna vez tengo una hija, la llamaré Alice.

Alice dio un grito ahogado, y aunque tenía lágrimas en los ojos, se le agrandaron de la sorpresa.

Alice: ¿Alice? ¿Por mí?

Ness: Por mi valiente tía, que la mimará un montón.

Alice: ¿Y la arrullará? -Esta vez su suspiro fue de placer-. Puedo cantarle. Anne y yo podemos cantarle. Tendrá una buena madre, un buen padre. -Ya más tranquila, miró alrededor-. Es un paisaje bonito. Vuelvo a sentirme en casa. Cada día me siento más en casa.


Por mucho que la hubiera retrasado, Vanessa consideraba muy bien empleada la hora que había pasado cabalgando con Alice.

Con la puesta de sol, salió para ver cómo le iba al club de fotografía, reunido allí para celebrar su banquete anual de entrega de premios. Le alegró ver que el cielo no defraudaba.

Los treinta y ocho miembros del club se esmeraban en captar el brillo de la luz y la luminosidad del color, el paso de las nubes. Una serie de huéspedes que asistían al primer concierto al aire libre de la temporada hacían lo mismo. Satisfecha, fue a ver al artista principal, los músicos, y se tropezó con Chelsea y Jessica.

Jess: Haz que los camareros enciendan todas las velas dentro de unos quince minutos. Quiero que los porches, los patios y los jardines reluzcan en cuanto se haga de noche. Y necesitamos al menos dos camareros para atender esta zona.

Chelsea: Lo tengo presente.

Ness: Estaba a punto de ir a buscaros y aquí estáis. Chelsea, ¿fuiste a recoger las muestras para las mesas al aire libre? ¿Las servilletas, los servilleteros y las velas?

Chelsea: Ayer. Las dejé en tu... -se dio una manotada en la cara-.¡Mierda! Las dejé en la encimera de mi cocina. He salido sin ellas, y las querías para hoy. Voy a buscarlas ahora mismo.

Ness: Ahora mismo estás a tope. No hay prisa.

Chelsea: Lo siento, Ness. Sé que querías mirarlas a fondo, enseñárselas a tu madre y a las abuelas, y yo... No tardaré ni diez minutos en ir a buscarlas.

Jess: Vas a estar corriendo sin parar por aquí dentro de unos cinco minutos. Puedo escaparme yo dentro de una hora.

No eran su máxima prioridad, pensó Vanessa, pero estaban en el orden del día.

Ness: ¿Por qué no hacemos lo siguiente? Puedo ir a cogerlas yo cuando me vaya a casa. Espero dejaros solas con todo esto dentro de más o menos una hora. No me cuesta nada pasar por el Pueblo camino de casa, si no te importa darme una llave.

Chelsea: Ahora te la traigo. Lo siento mucho.

Ness: Podría esperar, pero se las voy a enseñar a un grupito de mujeres. Quiero darles tiempo para discutir por eso.

Chelsea: Vuelvo enseguida. Déjala debajo del felpudo cuando te vayas. Avisaré a los camareros de paso.

Jess: Va a fustigarse durante una semana.

Ness: No debería. Me hizo un favor yendo a recogerlas cuando yo iba mal de tiempo. De todas maneras, me quedaré una hora más si lo ves preciso. Solo avísame si necesitas ayuda con cualquiera de los dos grupos.

Con la llave de Chelsea en el bolsillo, Vanessa dio una vuelta, entró en el Comedor para comprobar que las mesas estaban bien puestas y después se dirigió al Molino para hacer lo mismo.

Cuando salió, Zac estaba con los caballos bajo la roja luna llena. La música comenzó con la animada «Nothing On but the Radio». El título, «Nada puesto aparte de la radio», le pareció ideal para la ocasión.

Ness: Creía que ya te habrías ido a casa.

Zac: Estoy a punto de irme -respondió cuando ella se acercó-. He pensado que a lo mejor me retrasaba lo suficiente para que tú terminaras.

Ness: Aún me queda una hora más o menos. ¿Llevarás a Leo a casa por mí? Voy a robar uno de los Kia.

Zac: Entonces, mejor te las doy ahora.

Zac sacó un puñado de flores de la alforja.

Ness: ¿Me has comprado flores?

Zac: Las he ido robando por el camino. Supongo que la puesta de sol me ha inspirado, y que esa luna ha hecho el resto. Una vez dijiste que te gustaba que un hombre te regalara flores.

Ness: Y me gusta -las cogió, sonriéndole-. No esperaba que te acordaras de ese comentario.

Zac: Me acuerdo de muchas cosas cuando se trata de ti. Tengo algo que decirte.

Ness: Oh, pero...

Zac: Tenía pensado decírtelo mañana, después de la cena de lujo. Eso sería más normal. Pero mira esa luna, Vanessa, esa gran luna roja colgada del cielo. A las personas como tú y como yo nos dice más que el champán.

Vanessa miró la gran esfera brillante en el cielo infinito. Sí que les decía más, a personas como ellos. Zac la conocía. Ella lo conocía.

Zac: Quiero que sepas que lo que voy a decir no se lo he dicho a otra mujer. A mi madre, a mi hermana, unas cuantas veces. No las suficientes, aunque lo mejoraré. Pero nunca a una mujer, ni cuando estaba aquí, ni cuando me fui, porque decirlo cambia las cosas, así que he sido prudente.

Vanessa observó las flores; silvestres, pensó. No eran flores de invernadero, sino flores que crecían sin trabas, libres. Y volvió a mirar a Zac. Su cara aún magullada, sus ojos azules a la luz de la luna.

Ness: Ya has dicho mucho, Efron.

Zac: Estoy reuniendo valor para decir lo importante. Cuando volví, cuando te vi, me asusté. No solo porque eras una mujer adulta y te habías puesto más guapa, sino porque al verte me di cuenta de que había pensado mucho en ti mientras estaba fuera. Solo cosas sin importancia, momentos de mi vida en Montana. Los buenos. Parecía que, de una forma u otra, siempre estabas presente en los buenos momentos. No volví por ti, pero tú has hecho que mi vuelta me compense. Me compense del todo. Sentíamos algo el uno por el otro, y quizá creíamos que nos liaríamos y que con eso bastaría. A mí no me basta, y haré lo que haga falta para que tampoco te baste a ti. Te quiero.

Ness: Ahí está -susurró, y dio un paso hacia él-. 

Zac alzó una mano y la obligó a retroceder.

Zac: No he terminado. Eres la primera y serás la última. Puedes tomarte un tiempo para acostumbrarte a eso, pero así son las cosas. Ahora he terminado.

Ness: Iba a decir que yo también te quiero, pero voy a necesitar que precises a qué exactamente tengo que acostumbrarme.

Zac: Una mujer tan inteligente como tú debería atar cabos. Nos casamos.

Ness: Nos... ¿qué? -dio un paso atrás, despacio-.

Zac: Puedes pensártelo, pero... -la arrimó a él-. Dime lo que querías decirme.

Ness: No puedes saltar por encima de... 

Zac la besó, sin prisas.

Zac: Dime lo que querías decirme.

Ness: Yo también te quiero. Pero no puedes decirme que vamos a casarnos.

Zac: Acabo de hacerlo. Te regalaré una alianza si la quieres. Aunque la elegiré yo.

Ness: Si voy a llevarla, debería poder opinar... -Esta vez se interrumpió, lo apartó-. A lo mejor no quiero casarme.

Zac: ¿Una mujer con una familia como la tuya, que sabe lo que significa hacer esa promesa? Dirá que sí. Voy a necesitar tu promesa, Vanessa, de igual forma que voy a necesitar hacerte la mía. Pero puedes pensártelo. -Le dio otro beso, vehemente, breve, contundente-. Podemos hablarlo cuando vengas a casa. -Dicho esto, cogió a Leo de las riendas y montó a Atardecer-. Te esperaré.

Cuando Zac empezó a girar los caballos, Atardecer miró a Vanessa. En una cara humana, ella habría descrito su expresión como una sonrisa de satisfacción.

Ness: ¡A lo mejor me hago de rogar!

Zac: No lo creo -replicó y se alejó al trote-.


Sin duda Vanessa iba retrasada porque Zac le había nublado el pensamiento. ¿Cómo iba a concentrarse en el trabajo, en las preguntas de los empleados o en asegurarse de que el concierto que inauguraba la temporada empezaba a su hora cuando él le había soltado lo del matrimonio como si fueran las llaves de un coche y le había ordenado que condujera, le apeteciera o no?

Se había preparado para la parte del «Te quiero», «Yo también te quiero», aunque, según sus cálculos, eso no tendría que haber sucedido hasta la cena del sábado. Pero saltar directamente al matrimonio la había dejado fuera de juego.

Aun así, puso las flores en un jarrón y lo colocó en su escritorio. Le gustaban las flores. Le gustaban muchas cosas cuando se trataba de Zac Efron.
 
No le gustaba que le dijeran cómo iba a pasar el resto de su vida. Porque Zac había dado en el clavo en un detalle. Ella tenía una familia, y en su familia se tomaban el matrimonio en serio. No se casaban llevados por un impulso, las hormonas o fantasías románticas, sino que lo hacían en serio, para sentar las bases de una vida.

Con la llave de Chelsea en el bolsillo, se puso al volante del cochecito que había cogido prestado para esa noche. Eso era lo que diría a Zac, decidió. Que nadie le daba órdenes y que se tomaba el matrimonio en serio. Y se lo diría cuando a ella le viniera en gana. Zac podía esperar.

Se alejó de la música, las luces, los huéspedes y los empleados y el silencio la envolvió. Le vendría bien un poco de silencio, para reflexionar. Cuando se detuvo en el Pueblo delante del apartamento de Chelsea, casi le entraron ganas de haber pedido la llave también a Jessica. Un rato de silencio para reflexionar, y después una amiga que la escuchara.

A lo mejor cogía las muestras y regresaba con ellas al despacho. O daba una vuelta junto al río con el coche. O se iba a casa y se encerraba en su habitación.

Todo lo cual parecía una forma de evadirse, reconoció tras analizarlo. A hacer puñetas.

Giró la llave en la cerradura, empujó la puerta con la cadera para dejar la llave debajo del felpudo. Al entrar, alargó la mano para encender la luz.

El brazo que le atenazó el cuello le impidió respirar y ahogó su grito de socorro. Por intuición, intentó dar una patada a su agresor, un codazo. El doloroso pinchazo en el bíceps trocó su pánico en terror, de manera que tiró inútilmente del brazo que le aprisionaba el cuello.

Y sintió que caía, que caía por un túnel vertical, con las extremidades cada vez más pesadas. Todo se ralentizó. Después, todo se detuvo.
 

Aunque era casi medianoche cuando regresó al Pueblo, Jessica descubrió que estaba aceleradísima. Todo había salido a pedir de boca, y ahora podía dejar las labores de limpieza bajo la supervisión de Chelsea y Mike, pues había aparecido por el resort.

Aunque imaginaba que Alex ya estaría durmiendo -la vida empezaba temprano en el rancho-, pensó en mandarle un mensaje de texto para que supiera de ella nada más despertarse.

Le mandaría un mensaje de texto, pensó, cuando se hubiera quitado la ropa de trabajo y servido una copa de vino.

Sonriendo -aún la sorprendía que una persona pudiera ser tan increíblemente feliz-, aparcó el coche, se apeó. Había dado dos pasos hacia su edificio cuando vio el Kia junto a la acera en lugar de estar aparcado en una plaza. Y delante del sector de Chelsea.

Preguntándose qué demonios haría Vanessa allí más de una hora después de que hubiera salido del resort, se acercó al coche y miró dentro. El maletín de su amiga estaba en el asiento del acompañante.
Insegura, intranquila, fue hasta la puerta de Chelsea y llamó.

Jess: ¿Ness?

A lo mejor se había quedado ensimismada mirando las muestras, pensó, pero no veía una sola luz reflejándose en una ventana.

Levantó una esquina del felpudo, vio la llave.

Dejando de lado su educación innata, Jessica la cogió y abrió la puerta.

Jess: ¿Vanessa?

Buscó el interruptor de la luz, lo pulsó, pero el apartamento siguió a oscuras. Cuando dio otro paso, golpeó algo con el pie. Se agachó y recogió del suelo el sombrero de Vanessa.
 

Zac no estaba molesto porque ella lo hiciera esperar. No sería la mujer que él quería si fuera sumisa. Además, le gustaba saber que la había descolocado un poco. Aquella mujer tenía un equilibrio mental increíble.

Así pues, esperaría. Un hombre podía hacer cosas peores que estar sentado al aire libre en una bonita noche de primavera, bajo esa gran luna roja, esperando a su mujer. Pensó en volver a entrar, coger una cerveza, quizá un libro para pasar el rato.

Alex salió disparado de la casa y Zac se puso en pie de un salto. El corazón casi se le había salido por la boca antes de que Alex dijera ni una palabra.

Alex: Alguien se ha llevado a Ness.


Algo iba mal. Algo iba muy mal. Todo estaba borroso, amortecido. Su vista, su mente, su oído. Quería gritar, pero era incapaz de articular palabra.

No sentía dolor, ni miedo. No sentía nada.

Poco a poco cobró conciencia de la luz, como una lámpara con la pantalla sucia. Y del sonido, unos chasquidos indistintos. Ningún color, ninguno, solo siluetas tras la luz sucia. No podía pensar en nombres que concordaran con las siluetas. Mientras se esforzaba por hallarlos, el dolor se le despertó con un fortísimo martilleo en la cabeza. Notó el gemido avanzar por su garganta tanto como lo oyó. Una de las siluetas se acercó.

Hombre. Hombre. La silueta era un hombre.

**: ¡No eres tú! ¡Esa no es tu casa! Es culpa tuya. No es culpa mía.

El hombre volvió a alejarse y, pese al doloroso martilleo de la cabeza, los latidos demasiado rápidos del corazón, Vanessa empezó a distinguir otras siluetas, a recordar sus nombres.
 
Paredes, fregadero, hornillo, suelo, puerta. Cerrojos. Dios mío, Dios mío. Intentó moverse, incorporarse, y el mundo osciló.

**: ... para caballos -le oyó decir-. No te he puesto demasiado. Solo para que no gritaras, para traerte aquí. Pero tú no, no tenías que ser tú.

El apartamento de Chelsea. La llave debajo del felpudo. La luz no se había encendido.

Vanessa se concentró en mover los dedos, luego las manos, después los pies. Tenía algo pesado en el pie izquierdo -pie izquierdo-, y cuando oyó el ruido de una cadena, lo supo.

El temblor empezó en lo más hondo de su ser, le sacudió el cuerpo entero. Alice. Como Alice.

**: Tengo que sacar el mayor partido posible. -Él regresó, se sentó a su lado en la cama plegable-. Esto es lo que vamos a hacer. Eres joven y guapa.

Ella apartó la cabeza cuando él le acarició la mejilla.

**: Te quedan muchos años para tener hijos. Haremos muchos hijos varones. Sé cómo hacer que te sientas bien mientras los hacemos.

Ella lo empujó, aún débil, cuando él le pasó una mano por el pecho.

**: No te conviene portarte así. Ahora eres mi esposa y tienes que complacerme.

Ness: No, no puedo ser tu esposa.

**: El hombre elige, y lo hace de esta manera. En cuanto plante mi simiente en tu vientre, lo entenderás. Entenderás cómo es.

Ness: No puedes -le apartó las manos cuando él le desabrochó los vaqueros-. Tengo ganas de vomitar. Agua. Por favor. ¿Puedo beber agua?

Su mano se detuvo. Con un hondo suspiro, el hombre se levantó y fue al fregadero.

**: Es el sedante para caballos, supongo, pero se te pasará. Sea como sea, empezaremos con esto esta noche. Ya he esperado bastante.

Vanessa sacó fuerzas de flaqueza, se obligó a pensar, a pensar con claridad pese al miedo y el martilleo que le producían náuseas, le revolvían el estómago, pero sabía qué hacer.

Él tuvo que incorporarla para que pudiera beber, y Vanessa sintió asco cuando la tocó. Pero bebió, despacio.

Ness: No puedo ser tu esposa. 

Él le dio una bofetada.

**: Me has replicado, y no voy a tolerarlo.

El dolor solo la ayudó a terminar de aclararse las ideas.

Ness: No puedo ser tu esposa porque somos primos -recurrió a toda su fuerza de voluntad para permanecer sentada, para apartarse poco a poco de él-. Tu madre y mi madre son hermanas. Eso nos convierte en primos, Evan.

Evan: No quiero volver a pegarte, pero lo haré si sigues mintiendo y replicándome.

Ness: No te miento. Tu madre es Alice, mi tía.

Evan: Mi madre murió al darme la vida. Es la maldición de Eva.

Ness: ¿Es eso lo que te dijo tu padre? Has oído hablar de Alice, de cómo ha vuelto a casa después de tantos años. Años que pasó en esta misma habitación.

Evan: ¡Es una casa!

Ness: Justo aquí, encerrada, encadenada igual que me has encadenado a mí. Tú eres demasiado joven. -Pero no tanto como para haber matado a dos mujeres, pensó Vanessa. No tanto como para matarla a ella si lo ponía furioso-. Te puso Mike, y habla mucho de ti. De cómo te cantaba y te arrullaba. De lo mucho que te quería.

Sus ojos -color avellana, observó ella- la atravesaron.
 
Evan: Mi madre está muerta, lleva muerta desde que yo vine al mundo.

Ness: Tu madre vivió aquí durante años después de que nacieras. Me lo ha contado todo de este lugar. Sé que la espuma de las paredes es nueva. Sé que, detrás, las paredes son de yeso, que están enmasilladas, pero sin terminar. Y detrás de esa sábana colgada de ahí hay un váter, una duchita. ¿Cómo iba a saberlo si tu madre no me lo hubiera contado?

Él se rascó la cabeza.

Evan: Estás intentando confundirme.

Ness: La conoces. Creo que en el fondo ella te reconoció. Se puso a llorar después de verte cuando nos fuimos juntas a cabalgar. A llorar, y a hablar de ti y de sus otros hijos. Los bebés que tu padre le quitó. Seguro que la viste alguna vez por aquí. Trabajando en el huerto. Me ha contado que él la encadenaba fuera para que trabajara en el huerto. ¿La viste alguna vez?

Evan: Esa no era mi madre. Tampoco era la mujer del CAH.

Ness: Era las dos. Tu padre no te dejaba salir de casa cuando ella estaba fuera, ¿verdad? No te dejaba hablar con ella.

Evan: Cállate.

Ness: Tenemos lazos de sangre, Evan.

Él le dio otra bofetada, con más fuerza, la suficiente para que a Vanessa le supiera la boca a sangre. Pero Evan tenía lágrimas en los ojos.

Ness: Él te dijo que se llamaba Esther, pero se llama Alice. Sabes que no miento. Él te mintió. Te mintió y te alejó de ella.

Evan: ¡Cállate!

Evan se levantó de la cama y empezó a andar de un lado para otro.

Ness: Había un perro, un perro malo, y un caballo, con el lomo hundido. Una vaca lechera y unos cuantos pollos. Hay una cabaña. La tuvo ahí primero, en el sótano. Tú naciste en ese sótano y viviste ahí con ella durante más o menos un año, hasta que él os separó.

Evan: Me dijo que está muerta, como las otras.

Aunque las tripas se le retorcieron al oír «las otras», Vanessa se esforzó por mantener la voz firme.

Ness: Mentía, sabes que mentía. Te lo hacía pasar muy mal, ¿verdad?

Evan: Me fui de casa a los quince años.

Muestra compasión, pensó Vanessa. Muestra comprensión.

Ness: No me extraña.

Evan: Todo son reglas, sus reglas, y me arrancaba la piel a tiras si desobedecía una sola.

Ness: Entiendo perfectamente que te fueras. -Sigue mostrando compasión, se dijo. Sé compasiva con él, sé comprensiva. Inclúyelo en la familia-. Tu madre te habría protegido, pero él la tenía encerrada.

Evan: He vuelto. También son mis tierras. Tengo derecho a ellas. Voy a fundar una familia. Tendré hijos varones, y esposas y una familia.

Ness: Ya tienes familia. Yo soy tu prima. Debes dejar que me vaya, Evan. Puedo llevarte al rancho, con tu madre.

Evan: Eso no va a pasar. No soy imbécil. A lo mejor eres tú la mentirosa. Tengo que pensar -se dirigió a la puerta y descorrió los cerrojos-. Si mientes, tendré que hacerte daño. Tendré que castigarte por ello.

Ness: No miento.

Evan salió y Vanessa oyó el ruido metálico de los cerrojos. Por un momento se permitió derrumbarse, desmoronarse sin más, y temblar y llorar. Luego se levantó con esfuerzo de la cama y, aunque inestable, consiguió mantenerse en pie.

Metió la mano en el bolsillo trasero, pero no se sorprendió de que Evan le hubiera cogido el móvil. Pero del bolsillo delantero sacó la navajita que siempre llevaba encima y, tras sentarse en el suelo, cortó la espuma. Empezó a hurgar alrededor del tornillo del grillete.


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