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domingo, 8 de octubre de 2023

Cuarta parte - Capítulo 23


Si Jessica tenía que andar corriendo de un lado a otro la mitad del día, lo haría calzada con unos zapatos estupendos. Según la aplicación de su móvil, ya había dado más de siete mil pasos, y aún no era ni mediodía.

Mejor aún, el evento importante que tenía para ese fin de semana sería el no va más. En reconocimiento al sol radiante, y a Montana, había combinado sus zapatos estupendos con su Stetson y una lisa cola de caballo.

Lo consideraba una fusión entre las modas de los Estados Unidos del Este y el Oeste.

Con los glamurosos zapatos color rosa de tacón de aguja -¡llega la primavera!-, salió del Molino con mucho garbo, otra vez, con intención de cruzar la Cantina y el Morral, pero se detuvo cuando Vanessa llegó en uno de los coches del resort.

Jess: Dime que el tiempo va a aguantar durante todo el fin de semana.

Cuando bajó del coche, Vanessa miró el inmenso cielo azul.

Ness: Pinta bien. Es posible que esta noche caiga un chaparrón de nada, pero mañana habrá sol y temperaturas por encima de los quince grados. Y una buena noticia -añadió-. Vamos a montar las tiendas.

Jess: Esta noche tengo huéspedes en el Campamento Ribereño y el Nido del Águila. ¿Estarán listos cuando lleguen?

Ness: El Campamento Ribereño ya está listo y la cuadrilla está montando el Nido del Águila. Tus huéspedes pasarán la noche en su camping de lujo, no hay problema -tocó a Jessica en el hombro-. Así que no hace falta que vayas a dar la lata a la cuadrilla.

Jess: Dar la lata a la cuadrilla, tachado. Quiero que este evento funcione como la seda, de veras.

Ness: La reunión familiar de los Cumberland, ¿verdad?

Jess: Reunión familiar-fiesta de cumpleaños. La matriarca cumplirá ciento dos años mañana. Estoy fascinada y aterrorizada. Ciento dos. ¿Has visto la tarta?

Ness: Aún no.

Jess: Está casi terminada, y en vez de dar la lata a esa cuadrilla, me he quedado mirándola embobada. Es enorme, preciosa y original. Imponente, de hecho, con símbolos y adornos que hacen referencia a hitos de su vida. Sacaré fotos para la página web. Es única. Y tan grande como para alimentar a las setenta y ocho personas que vienen, cuyas edades van de los siete meses a los ciento dos años.

Ness: Casi estás dando saltos.

Jess: ¡Lo sé! -Con una carcajada, señaló hacia el Molino-. Tiene un no sé qué especial. La continuidad, la longevidad, la familia, tan grande y dispersa, reuniéndose. Llevan semanas mandando fotos y recuerdos. Han reservado el Molino para todo el fin de semana, y nosotros hemos expuesto cuanto han enviado, como un divertido museo de su historia familiar. Es como otro mundo para alguien sin apenas historia familiar y sin ningún pariente cercano.

Ness: Ahora formas parte de la familia Hudgens. 

Conmovida, Jessica le dio un golpecito con el hombro.

Jess: Y, como tal, estoy decidida a conseguir que este evento sea otro momento inolvidable en la vida de doña Fancy. Hablando de familias, ¿cómo os va?

Ness: Seguimos con altibajos, pero no tan frecuentes -metió el pulgar de una mano en el bolsillo delantero de los vaqueros y echó un buen vistazo alrededor-. De hecho, como aquí está todo bajo control, voy a irme a casa ya y trabajaré desde ahí el resto del día. He tenido que presionarlas un poco, pero he conseguido convencer a las abuelas para que salgan de casa, vayan a la peluquería, se tomen unas horas libres. Clementine estará en casa, y entre ella y yo podemos cuidar a Alice.

Jess: Es mucho.

Ness: Es muchísimo. Y es mi familia.

Jess: Alex me cuenta alguna cosa, pero ya sabes cómo es.

Ness: Sí. También sé que está feliz. Y aunque no dice gran cosa, lo hace. Ayer ensilló los caballos de mis padres y les insistió, de esa manera que él tiene de insistir, para que dieran un paseo juntos. Les gusta salir a cenar los dos solos, y no lo hacen desde que Alice volvió. Así es como Alex lo ha resuelto -suspiró cuando echaron a andar-. Y la semana pasada, Alex y Zac se llevaron a Mike a jugar al póquer al barracón cuando él ya no podía con Alice.

Jess: Alex me ha dicho que ha aceptado que Mike no es suyo.

Mientras asentía, Vanessa miró a dos huéspedes que estaban jugando a la herradura. Tan normal, pensó, tan cotidiano...

Ness: Parece que se ha tranquilizado al respecto, pero no hace ni una semana creía, o necesitaba creer, que era suyo. Se lo llevaron para que Mike pudiera evadirse unas horas.

Jess: ¿Con qué te evades tú?

Ness: Con esto -hizo un gesto que abarcaba el resort-. Y Zac sabe escuchar. Tú también.
 
Jess: Siempre que quieras.

Ness: Deberíamos ir otra vez a bailar. Los seis. -Parecía que hubiera pasado una eternidad desde la noche del Roundup-. Mike aún sale con Chelsea de vez en cuando.

Jess: Cuenta conmigo, siempre que quieras. Excepto este fin de semana. Este evento va a... -Miró su reloj-. ¡Oh, Dios mío! Tengo que ir a controlar el bufet de bienvenida y las recogidas en el aeropuerto.

Ness: Las confirmaré de camino a casa. Cualquier problema, considéralo resuelto antes de que llegue.

Jess: Gracias. Ness, si necesitas ayuda, un día para ir a la peluquería, salir de compras o simplemente desahogarte, soy la persona indicada -se alejó correteando con sus sexis zapatos de color rosa-. ¡Pero este fin de semana no! -gritó-.


Al llegar a casa, cargada de papeleo, Vanessa lo dejó a un lado. Necesitaba las dos manos y toda su voluntad para sacar a las abuelas de casa.

Cuando lo consiguió, y vio cómo su coche se alejaba hasta perderlo de vista, atravesó el comedor, donde Clementine estaba encerando la gran mesa.

Clementine: ¿Estás segura de que no darán media vuelta? 

Resoplando, Vanessa se dejó caer en una silla.

Ness: Bastante segura. Esperaré uno o dos minutos antes de subir y empezar a despachar el trabajo que me he traído. La yaya ha dicho que Alice estaba descansando, que la sesión de esta mañana parece haberle ido bien.

Clementine: Me consta que sí. Voy a decirte una cosa. Sacar a tus abuelas de casa durante toda la tarde es lo mejor para todos. Alice también necesita un poco de espacio, si quieres mi opinión.
 
Satisfecha por cómo había quedado la mesa, Clementine empezó a encerar el gran aparador.

Ness: ¿Se peleaban mucho de esa forma? Me refiero a Alice y mamá cuando eran pequeñas, como la otra noche.

Clementine: Tenían sus peleas, y también sus arrebatos. Casi siempre era Alice la que empezaba, pero tu madre no se quedaba corta. Le gustaba ser la mayor, eso te lo aseguro. Era muy mandona.

Fascinada y divertida, Vanessa apoyó la barbilla en el puño.

Ness: ¿En serio?

Clementine: Oh, era capaz hasta de decirle que ella mandaba por ser la mayor. Pero cuando Alice se salía con la suya, le recriminaba que era por ser la pequeña, igual que Alice se quejaba hasta desgañitarse de que tu madre se salía con la suya por ser la mayor. Os he oído decir lo mismo a ti y a tus hermanos durante años -se quedó callada y la señaló con su largo dedo índice-. Tú no te cortabas si tenías que jugar tus cartas de hermana mediana o de única niña cuando te convenía.

Ness: A veces daba resultado -levantó los hombros, volvió a relajarlos-. Otras no. Pero ¿se llevaban bien, Clem? Querer es otra cosa. Yo quiero a Alex y a Mike, pero también me llevo bien con ellos. Puedo enfadarme, decirles de todo, pero nos llevamos bien.

Clementine: Creo que sí. Tan pronto podían ser uña y carne como estar a la greña. O riéndose juntas y contándose secretos cinco minutos después de haberse gritado y empujado. Cora tenía más paciencia que Job siguiéndoles el ritmo a dos niñas con tanto genio -siguió encerando hasta dejar el comedor como una patena-. Una vez, cuando tu madre estaba embarazada de Alex, la encontré sentada arriba sola, llorando. Llorando y frotándose la barriguita que ya tenía. Dijo que quería que su hermana estuviera con ella, que, sobre todo, quería estar con Alice. ¿Sabes que las dos eligieron los nombres de sus primeros hijos?
 
Ness: ¿Qué? ¿Cómo?

Clementine: Cuando eran pequeñas, cada una dejó que la otra eligiera los nombres de su primer hijo y su primera hija. Charles por tu bisabuelo, y Anne lo llamaría Alex. Y Anne eligió Mike para Alice por su padre. Vanessa para Anne si tenía una niña. Cora para Alice -volvió a colocar con cuidado los grandes candelabros de peltre en la bandeja-. Yo diría que se querían mucho, porque las dos lo cumplieron, aunque ninguna estaba presente para enterarse.

Ness: Nadie me había contado eso.

Clementine: No sé quién lo sabía aparte de ellas y yo. Me lo dijeron para hacerlo oficial -se dio la vuelta, sonriente-. Creo que tenían alrededor de doce y catorce años.

Ness: Me alegro de que me lo hayas contado. Me ayuda a entenderlas -se levantó-. Voy a llevarme el maletín arriba y a ponerme a trabajar. Antes pasaré a ver a Alice.

Clementine: Eres un cielo, Vanessa, al menos la mitad del tiempo.

Ness: Tendrás que conformarte con eso.

Cuando cogió sus cosas y empezó a subir la escalera, Vanessa pensó en su madre a los catorce años haciendo un pacto con su hermana, un pacto que cumpliría con sus hijos. Y en Alice a los doce años, soñando con tener hijos como una preadolescente podía hacer. En Alice teniendo a esos hijos sola en el sótano de un loco. En esos hijos, que podrían haberla consolado, y que en cambio le fueron arrebatados.
Ahora estaba decidida a ser más paciente, más amable, solo por Alice. No únicamente porque le preocupaban las abuelas, su madre, sino por Alice, quien había tenido doce años una vez.
 
Entonces la vio, con el cabello entrecano y ralo, los ojos desorbitados y furibundos. Y las tijeras chasqueándole y brillándole en la mano.

Ness: Alice. -Le costó pronunciar su nombre debido al nudo de pánico que tenía en la garganta-. ¿Pasa algo?

Alice: Sí, pasa todo. Todo. No me gusta. No me gusta. No lo quiero.

Ness: Vale. ¿Qué es lo que no te gusta? ¿Qué es lo que no quieres? Intentaré ayudarte. 

Esperando que su tono pareciera distendido y natural, Vanessa avanzó un paso, vacilante.

Alice: ¡Puedo decir que está mal! -blandió las tijeras y Vanessa se paró en seco-. Puedo decir que lo odio. Lo ha dicho la doctora. Lo ha dicho, lo ha dicho.

Ness: Claro que puedes. Puedes decírmelo a mí, si quieres.

Alice: Mamá y la abuela han salido -abrió y cerró las tijeras, varias veces. Clic, clic, clic-. Mamá y la abuela han salido para arreglarse el pelo.

Ness: Pero volverán enseguida. Y yo estoy aquí. Clementine está abajo. Tal vez podrías enseñarme la bufanda que me estás haciendo.

Alice: Está terminada. Está hecha. -Con los dientes apretados, siguió blandiendo las tijeras-. Puedo hacer una para Alex. Todos los de Anne. Todos suyos, suyos, todos suyos.

Ness: Me encantaría verla. ¿Puedo probármela?

Sin apartar los ojos de Alice, Vanessa avanzó otro paso. Solo unos cuantos pasos más y estaría lo bastante cerca para agarrarle de la muñeca. Era más fuerte que Alice, más rápida, podría quitarle las tijeras.

Alice: ¡Sí, sí, sí! Pero no lo quiero. 

Alice se agarró el pelo con la otra mano y se dio fuertes tirones.

Ness: Vale, vale. Puedes... -Entonces lo comprendió-. ¿El pelo? ¿Quieres arreglarte el pelo como tu madre, como la abuela?

Alice: No lo quiero. -Con los ojos fuertemente cerrados, se dio otro tirón-. El señor decía que es pecado que una mujer se corte el pelo, pero la doctora ha dicho que yo puedo decirlo. Que puedo decir que no quiero o que sí. ¿Qué es lo correcto? ¡No lo sé!
 
Ness: Puedes decirlo -convino avanzando otro paso-. Estás en tu derecho. Puedes decirlo porque es tu pelo, Alice.

Alice: ¡Lo odio!

Ness: Entonces te lo podemos cambiar para que no lo odies. Podemos llevarte a que te corten el pelo, Alice. Yo te llevaré.

Alice: Fuera no. No, no, fuera no. -Mientras miraba las paredes, las puertas, la respiración se le aceleró-. No, fuera no. Puedo cortármelo yo. Quiero cortármelo. Él no me lo puede impedir si estoy aquí, en el hogar.

Ness: Oh, que le den. -Alice puso los ojos como platos al oír las palabras de Vanessa-. Que le den, Alice. Es tu pelo, ¿no? Nadie te lo va a impedir. Pero ¿y si te lo corto yo?

Alice: Tú... -bajó las tijeras, la miró de hito en hito-. ¿Sabes hacerlo? ¿Sabes?

Ness: Bueno, tú serás la primera, pero puedo intentarlo, claro. -Puede que el corazón aún le palpitara, pero sonrió cuando Alice le ofreció las tijeras con docilidad-. ¿Qué te parece si montamos nuestra peluquería en el baño? Puedes sentarte en el taburete. ¿Sabes cómo de corto lo quieres?

Alice: No me gusta. No lo quiero. Puedes cortármelo. 

Vanessa la condujo hasta el taburete.

Ness: Estaba pensando que conozco a una chica que se dejó el pelo larguísimo, casi tanto como tú. Se lo dejó largo y después se lo cortó porque quería donarlo a unas personas que hacían pelucas para mujeres que se ponían enfermas y se quedaban calvas. Si quieres hacer eso, puedo informarme sobre cómo se hace.

Alice: Lo mandas a una chica enferma. ¿Mandas el pelo?

Ness: Sí. ¿Te gustaría hacerlo?

Alice: Pero es feo. Viejo y feo. -Los ojos se le inundaron de lágrimas-. ¿Quién iba a quererlo?

Esperando calmarla, Vanessa pasó una mano por la larguísima caballera de Alice.

Ness: Seguro que lo arreglarían, lo pondrían bonito. Lo buscaré en el móvil mientras tú te lo peinas.

Vanessa cogió un cepillo, vio que Alice se miraba en el espejo con el ceño fruncido.

Siguiendo las instrucciones, Vanessa le trenzó los larguísimos cabellos.

Ness: Apuesto a que hay al menos dos chicas enfermas que te lo agradecerán. Ahora voy a darte la vuelta un poco, para que te veas de lado. ¿Lo quieres así de corto?

Vanessa colocó la mano a mitad de su espalda.

Alice: Más.

Vanessa fue subiendo poco a poco. Cuando tuvo la palma por encima de los hombros de Alice, ella asintió con aire resuelto.

Ness: Vale, veamos. -Ató ambos extremos con una goma y suspiró-. Estoy nerviosa. ¿Estás segura?

Alice: No lo quiero.

Ness: Pues vale. Allá vamos.

Rezando para que Alice no montara en cólera o se deshiciera en lágrimas al ver el resultado, Vanessa le cortó el pelo. Se quedó con la pesada trenza en la mano y contuvo la respiración.

Alice solo se miró en el espejo, con cara de mal genio.

Ness: Puedo arreglártelo un poco, creo. Ir a buscar las tijeras más pequeñas de la yaya quizá, o...

Despacio, Alice alzó la mano y se pasó los dedos por el pelo.

Alice: Continúa estando feo, pero no tanto. Está cortado, y él no me lo puede impedir. Tú me lo has cortado, y él no te lo puede impedir. Pero no sé quién es esa. -Señaló su reflejo en el espejo-. No lo sé.

Vanessa dejó la trenza de pelo y le puso las manos en los hombros.

Ness: Esa es mi tía Alice, la que me puso el nombre. 

Alice la miró a los ojos en el espejo y sonrió un poco.

Alice: Tú eres Vanessa, porque nosotras nos lo prometimos.

Ness: Así es. Tengo otra idea. Sabes que la abuela tiene tinte para el pelo en su habitación. ¿Y si te lo teñimos?

Alice: ¿De rojo como el de la abuela? Me encanta el pelo de la abuela.

Ness: A mí también. Vamos a teñirte el pelo, Alice. 

Su tía sonrió, con los labios y los ojos.

Alice: Quiero eso. Quiero el pelo rojo como la abuela. Tú tienes un chaleco rojo. Es bonito.

Ness: ¿Te gusta? -se pasó una mano por el chaleco rojo de piel que había comprado persuadida por Jessica-. Te lo puedo prestar alguna vez si quieres.

Alice: Anne no soporta que me ponga su ropa.

Ness: A mí no me importa tanto, y te lo estoy ofreciendo. Deja que vaya a buscar el tinte.

Como precaución, se llevó las tijeras.

Apenas trabajó, pero ya recuperaría el tiempo perdido. Como asesora de peluquería y maquillaje, Vanessa calculaba que estaba entre el diez por ciento peor de las peores, pero hizo lo que pudo.

Eufórica por el éxito, convenció a Alice para que se pusiera unos vaqueros, por primera vez desde su regreso, una camisa bonita y su chaleco rojo. Hasta sacó unos pendientes.
 
Cuando Alice se colocó delante del espejo de cuerpo entero y se miró de arriba abajo, Vanessa lo consideró uno de los mejores momentos de su vida.

Alice: Me veo -dijo con asombro-. He envejecido, pero me veo. Veo a Alice. Alice Hudgens.

Ness: Estás guapísima, además.

Alice: Yo era guapa -se llevó una mano a la mejilla-. Era muy guapa. Él me arrebató mi belleza. He recuperado parte. Me gusta mi pelo. Me gusta llevar el chaleco rojo, que me lo hayas prestado. Gracias.

Ness: De nada. Vamos a presumir delante de Clementine.

Vanessa le tendió la mano y, aunque Alice bajó la cabeza, se la cogió.

A mitad de la escalera, Vanessa oyó la voz de su madre. Alice también, pues le agarró la mano con la fuerza de un cepo.

Anne: Me llevaré el té arriba y me echaré un rato. Quizá vuelva después de cenar, solo para ayudar a Jessie con el evento, pero...

Mientras aún se servía el té, Anne se quedó petrificada cuando Vanessa entró en la cocina con Alice. El agua caliente rebosó por el borde de la taza antes de que Clementine la cogiera y le quitara la tetera.

Anne: Alice. -Con lágrimas en los ojos, se llevó las manos a la boca-. Alice. Alice. -Corrió hacia su hermana, y aunque Alice retrocedió y se puso rígida, ella siguió adelante hasta tenerla entre sus brazos-. Oh, Alice.

Alice: No lo quería. Vanessa me lo ha cortado. Una chica enferma puede quedárselo.

Anne: Oh, Alice. -Retrocediendo, le ahuecó el pelo rojo que Vanessa había conseguido cortarle como una melena corta asimétrica-. Me encanta. Es adorable. Te quiero.

Anne volvió a abrazar a Alice, alargó una mano para que Vanessa se la cogiera. Besó la mano de su hija cerrando los ojos. Y meció a su hermana de pie en la cocina.


Como el evento de Jessica incluía paseos a caballo y en poni, arreos de ganado y clases de equitación, Zac trabajó unas cuantas horas de más. Tendría que volver al tajo al amanecer, pero por el momento podía disfrutar de un relajado paseo a caballo hasta casa.

Esperaba encontrar a Vanessa al final del paseo, conseguir quizá que se sentara al aire libre con él, tomar una cerveza, ver la puesta de sol.

Y si podían combinárselo en los próximos días, quizá podría invitarla a una cena de lujo.

No alcanzaba a entender por qué le apetecía. Nunca le habían gustado las cenas de lujo. Pero quería probar con ella, ver cómo les iba.

Deseaba volver a tenerla en su cama, y no solo para dormir. Sencillamente, la deseaba, y ya era hora de que lo reconociera.

La encontraba perfecta en todos los sentidos, entonces, ¿por qué darle menos importancia de la que tenía?

No había regresado por una mujer, pero había encontrado la que quería, la mujer con la que podía verse construyendo una vida.

Ella quizá no había llegado a ese punto todavía, pero no creía que él le llevara mucha ventaja. ¿Esperaba a que lo alcanzara, o le daba un empujón? Ese era su dilema.

Debía pensárselo.

Zac: No hay nada mejor que esto. -Inclinándose hacia delante, acarició el cuello a Atardecer-. ¿Verdad, chico? Una noche fresca después de un día bastante caluroso. Flores silvestres que están brotando. Ciervos, ahí, ¿los ves? (Sí, los ves). Están mudando el pelaje de invierno. Los prados están reverdeciendo. Llevaremos algunos de los caballos a esos pastos de ahí cuando amanezca. Aún hay nieve en los picos, pero eso solo vuelve el cielo más azul.

Detuvo su caballo para disfrutar del momento, vio cómo las colas blancas de los ciervos brincaban por el prado cercano. Cuando se planteó seriamente desmontar y coger flores silvestres para Vanessa, se sintió ridículo.

Tampoco había que pasarse.

Giró una suave curva montado en su caballo.

Zac: Vamos a estirar esas patas.

Apenas había dado la señal cuando Atardecer salió disparado. Notó la punzada en la parte baja de la pantorrilla, oyó el chasquido de una bala. Atardecer relinchó de dolor, luego se tambaleó.

Zac actuó por instinto.

Zac: ¡Corre!

Notaba que a su caballo le costaba galopar, pero estaban en campo abierto, así que lo espoleó hasta que pudieron detenerse de nuevo donde el terreno ascendía, donde había una cabaña, donde los árboles les proporcionaban cierta protección.

Desmontó a toda prisa y soltó una palabrota al notar el dolor punzante de la pierna, incapaz de contenerse. Y aún menos pudo contenerse cuando vio la herida sangrante en el vientre de Atardecer.

Zac: Tranquilo, tranquilo, tranquilo. -Se quitó el pañuelo del cuello y le presionó la herida con él-. No pasa nada, no pasa nada.

Oyó el ruido de un motor, el eco y el estruendo, y sacó rápidamente el móvil mientras escudriñaba los árboles, la cresta. Mientras, juraba vengarse de quien hubiera hecho daño a su caballo.
 

Vanessa salió de casa esperando que Zac ya hubiera regresado. Imaginó lo contento que se pondría de que ella hubiera cortado el pelo a Alice, de que le hubiera dado un nuevo look. Le gustaría sentarse al fresco con él, ver la puesta de sol, hablarle de su jornada, oírle contar la suya.

Le gustaba la idea de saber que podía hacerlo, de saber que a lo mejor regresaban juntos después de que anocheciera y daban un buen uso a la cama de Zac.

Pensando en eso, sonriente, giró sobre sus talones cuando oyó que Alex daba un grito y salía de la casa como una bala.

Primero pensó en Alice, pero su padre también salió corriendo y Mike. Y todos, maldita sea.

Ness: ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

Alex: Alguien ha disparado a Zac, ha dado a su caballo. Está a menos de dos kilómetros de aquí en la carretera de Black Angus.

Alex siguió corriendo hacia el remolque de caballos. Mike entró a toda prisa en las caballerizas. Botiquín de primeros auxilios equinos, pensó Vanessa, pisándole los talones. Cogió una brida y se la puso a Leo en cuestión de segundos.

Mike: ¿Qué haces? 

Ness: Voy a ir. Puedo llegar antes con Leo, atajando.

Mike: Quédate aquí. Quienquiera que lo haya hecho aún podría estar cerca.

Ness: Pues quédate tú. 

Montó a pelo y se alejó con Leo al galope.

Había oído el disparo, pensó entonces. Había oído el eco al salir de casa, y no le había dado importancia. Ahora, la idea de que el disparo fuese dirigido a Zac, de que hubiera alcanzado a su magnífico caballo, la enfurecía.

Agachada, se internó con Leo entre los árboles para ahorrarse el tramo más largo de carretera, lo espoleó por el camino estrecho y accidentado, solo frenándolo para bajar la cuesta.

Divisó a Zac y sintió una vertiginosa oleada de alivio cuando lo vio de pie, lo mismo que Atardecer. Y otra vertiginosa oleada de miedo cuando vio la sangre que empapaba el suelo.

Él alzó la vista, con una expresión llena de ira. Un gesto que no desapareció cuando se percató de su presencia.

Zac: ¿Qué puñetas estás haciendo?

Ness: ¿Es grave? -gritó bajando la cuesta con cautela-. Los demás están en camino. ¿Es grave?

Zac: No lo sé. Maldita sea, Vanessa, ¿quién te manda...? -Se interrumpió. Ella había ido, y él no podía cambiarlo-. Cógele la cabeza, ¿quieres? Háblale. Está herido, está agitado.

Y temblando, pensó Vanessa cuando desmontó a toda prisa y se acercó a la cabeza de Atardecer para calmarlo.

Ness: Tranquilo. Tranquilo. Vamos a llevarte a casa y todo se arreglará. ¿Su vientre?

Zac: Creo que es un rasguño. Es largo, le ha hecho un maldito surco. Está sangrando mucho -había sacado su camisa de recambio de la alforja cuando el pañuelo se le había empapado-. ¿Ha llamado alguien a la veterinaria?

Vanessa dijo que sí al suponer que alguien lo habría hecho, y también porque Zac necesitaba que lo tranquilizaran tanto como el caballo.

Ness: No te preocupes. Se pondrá bien. Ya llegan.

Sujetó a Leo y a Atardecer mientras su padre maniobraba con la camioneta y el remolque. Mike saltó en marcha.

Mike: La veterinaria está en camino y el sheriff también. ¿Puede andar? Tenemos la grúa.

Zac: Andará. Subirá solo.

Sam: Vamos a echarte un vistazo, hijo -se apoyó en el hombro de Zac con una mano, se agachó-. Creo que la bala no ha penetrado en su cuerpo ni lo ha atravesado. Parece un rasguño feo. Te pondrás bien -siguió la exploración y se concentró en la cabeza del animal, escrutándole los ojos-. Te pondrás bien. Te llevaremos a casa. -Bajó la vista cuando Zac echó a andar cojeando-. ¿Te han dado? -preguntó con sorprendente tranquilidad-.

Zac: Quizá.

Ness: ¡Por el amor de Dios! Te han disparado. 

Vanessa agarró a Zac por el brazo, pero él la apartó.

Zac: Voy a ocuparme de mi caballo.

Los dos subieron al remolque despacio, con gran esfuerzo.

Sam: Déjalo ahora tranquilo -acarició el brazo a Vanessa-. Está herido y rabioso. Tú déjalo tranquilo. Vayamos a casa y atendámoslos a los dos.

Pese a estar dolida y enfadada, Vanessa no dijo nada, volvió a montar a Leo y regresó al rancho.

Lo dejaría tranquilo. Permaneció apartada mientras la veterinaria hacía su trabajo, mientras Zac seguía tranquilizando a su caballo herido. Le partió el alma ver cómo Atardecer apoyaba la cabeza en el hombro de Zac, ver cómo él cerraba los ojos cuando la veterinaria administró un analgésico al caballo.

Durante todo ese tiempo, Zac estuvo acariciándolo, susurrándole y observando todos los movimientos de la veterinaria.

**: Debo decir que es un caballo con suerte. -La veterinaria se quitó los guantes ensangrentados y los tiró a una bolsa de plástico-. Aunque reconozco que recibir un disparo no es tener buena suerte. La bala solo le ha rozado. La herida no es profunda. Ha perdido algo de sangre, y va a dolerle. Te daré pastillas contra la infección, y pasaré a verlo mañana por la mañana. Necesitará descansar y que lo mimen. Hay que mantener la herida limpia.
 
Zac: Pero ¿se pondrá bien?

**: Es un chicarrón fuerte y sano. Voy a escribirte lo que tienes que hacer, lo mantendremos vigilado. Nada de ejercicio vigoroso durante unos días. Nada de montarlo durante al menos una semana. Después, ya veremos. Se curará, Zac. Le quedará una cicatriz de guerra.

Zac: No es algo que vaya a preocuparnos.

La veterinaria se colocó bien las gafitas cuadradas y miró a Zac con ellas.

**: ¿Dormirás hoy aquí?

Zac: ¿Tú qué crees?

**: Creo que voy a escribir las cosas con las que debes estar atento, con cuáles puedes llamarme y despertarme en plena noche. De lo contrario, os veré a los dos mañana.

Zac: Te lo agradezco. Atardecer, da las gracias a la doctora.

Puede que su reacción fuera un poco lenta, pero el caballo inclinó la cabeza.

Vanessa dio un paso hacia delante.

Ness: ¿Le importaría echar un vistazo a Zac antes de irse, doctora Bickers? 

Cuando señaló la pierna de Zac, Bickers alzó los ojos con exasperación.

**: Por el amor de Dios. Deja de apoyarte en esa pierna, muchacho. Tú, Alex Hudgens, ayuda a este idiota a entrar en la cocina para que pueda ver si tiene que ir al dichoso hospital.

Zac: No pienso dejar solo a mi caballo.

**: Pues traedle al idiota este algo para que se siente y yo pueda ver lo que le pasa.

Alex acercó un taburete a Zac, después lo sentó de un empujón.

Alex: No digas una palabra -le advirtió-, o te clavaré una de esas agujas yo mismo.

Zac: Preferiría una cerveza.

Bickers negó con la cabeza, se subió las gafas.

**: No hasta que haya visto qué tenemos aquí.

Le quitó la bota, y el movimiento, el roce, lo dejó lívido.

Vanessa apretó los puños. A unos cinco centímetros por encima del hueso del tobillo, Zac tenía la piel morada y roja alrededor de una hendidura sanguinolenta.

**: Bueno. -Bickers sorbió por la nariz mientras se ponía unos guantes nuevos-. La bota se ha llevado la peor parte.

Zac: Me gustaban esas botas.

Vanessa se obligó a aflojar los puños, cabreada como pocas veces, se acercó a Zac y le cogió la mano.

Ness: No seas infantil. Puedes permitirte comprarte otro par.

**: Se ha llevado un pellizco de carne, pero no la suficiente como para que te haga rabiar de dolor más de dos días. Si quieres algo para calmar ese infierno, vete a ver a un médico de personas. Puedo hacer una cura tópica, y tendrás tu propia cicatriz de guerra. Si quieres que te lo cosan, ve al médico de personas. Te lo puedo hacer yo, pero no veo motivo para ello. Por ahora aguanta. Voy a limpiarte la herida y a desinfectarla, lo que avivará las llamas de ese infierno.

Ness: ¿Quieres algo para morder?

Zac miró a Vanessa con expresión contrariada.

Zac: Sí -dijo, y le bajó la cabeza para pegar su boca a la de ella-.

Cuando las llamas prendieron, perdió momentáneamente el aliento, pero ella le tomó la mandíbula con la mano y lo besó con más fuerza.

**: Ya casi he terminado -le dijo Bickers-. Apoya la pierna lo menos posible. No te veo con una muleta, pero búscate unas zapatillas deportivas y llévalas un par de días antes de intentar ponerte botas con este tobillo. Es mucho menos grave que lo de tu precioso caballo. Una rajita, solamente.

Zac: Ahora mismo parece que me hayas hurgado en el hueso con un atizador al rojo.

**: Sí, se te calmará. Eres un muchacho fuerte y sano. -Bickers le dio una palmada en la rodilla-. Y casi tan guapo como tu caballo. Puedes tomar algún medicamento sin receta para el dolor. Si tienes por ahí escondido algo que sea más fuerte, dímelo antes.

Zac: No lo tengo.

**: Vale. Te lo anotaré todo, te lo dejaré y os veré a los dos por la mañana.

Zac: Gracias.

Bickers asintió y tiró los guantes.

**: Me gustaría saber qué clase de enfermo hijo de perra dispara a un caballo tan precioso. Supongo que probablemente quería darte a ti, pero le ha hecho más daño a él. -Cogió su bolso e hizo un gesto con la cabeza a Tyler-. Su turno.

El sheriff se adelantó.

Tyler: ¿Te ves con fuerzas para hablar conmigo, Zac?

Zac: Sí, pero antes querría una cerveza. 

Mike se la ofreció.

Mike: Te he traído una. Debería volver y decir a los demás que Atardecer y tú estáis bien.

Zac: Gracias.

Zac echó un trago largo y lento.

Zac: Le diré lo que sé. He salido de trabajar un poco más tarde, volvía a casa tranquilamente. Hace una tarde bonita. Pensaba poner a Atardecer al galope cuando pasáramos la primera curva de Black Angus. Él acababa de cambiar de paso. He notado que me daba, luego lo he oído, y después él se ha tambaleado. Debía evitar que se parara. Le dolía, pero estábamos en campo abierto, y yo no sabía si iban a volver a dispararnos. Así que lo he espoleado hasta ponernos a cubierto. He oído un quad arrancar y alejarse.
 
Tyler: ¿Estás seguro de eso? ¿Una camioneta, una moto?

Zac: Conozco la diferencia. Un quad. Probablemente en el camino de arriba. Ha tenido que esperar hasta que saliéramos de la curva para apuntar bien, así que debía de estar ahí, porque si no podría haber disparado cuando estábamos parados o yendo al paso. Imagino que el tiro se ha desviado porque nos hemos puesto a galopar. Se ha visto obligado a compensar, a cambiar de ángulo a toda prisa. Lo más probable es que no tenga muy buena puntería -echó otro largo trago a la cerveza-. Por lo que recuerdo, Garrett Clintok no es muy buen tirador. Me gustaría saber si tiene un quad.

Tyler: Eso déjalo en mis manos.

Zac pasó la cerveza a Vanessa y se levantó. La furia le volvió los ojos del azul encendido de un nubarrón.

Zac: ¿Ve ese caballo? Lo quiero como a un hermano. ¿Un capullo se esconde entre los árboles, intenta tenderme una emboscada y dispara a mi caballo? Eso no lo dejo en manos de nadie.

Tyler: Si vas detrás de Garrett, me obligarás a arrestarte por agresión, y eso sería después de que él te diera una paliza, porque tú no puedes apoyarte bien en esa pierna. ¿Crees que, si ha sido él, yo lo dejaría pasar?

Zac: No. ¿Cree que, si ha sido él, lo dejaré pasar yo? 

Tyler suspiró, restregándose la cara.

Tyler: Yo me ocupo de esto. No hagas ninguna tontería.

Como la pierna le latía como una muela cariada, Zac volvió a sentarse cuando Tyler se marchó.

Alex: Yo me ocuparé de Clintok por ti. 

Zac lo miró y negó con la cabeza.

Zac: Sé que lo harías, pero de esto tengo que ocuparme yo. Tyler tiene razón en que ahora mismo me daría una paliza. Así que esperaré un par días mientras me curo.

Alex: Para entonces Tyler ya lo habrá encerrado. Tiene un quad. 

Zac asintió.

Zac: Saldrá antes o después. Puedo esperar.

Alex: Vale. Te traeré un saco de dormir.

Ness: Trae dos -le dijo a su hermano antes de que se marchara-. 

Zac la miró cuando Alex se alejó.

Zac: ¿Vas a dormir aquí?

Ness: ¿Tú qué crees?

Zac volvió a levantarse, la arrimó a él.

Zac: No me veo capaz de echarte un buen rapapolvo por cómo has venido con Leo.

Ness: Bien. Me sabría fatal machacarte dadas las circunstancias. Lo que sí haré es ir a buscar el plato que espero que Clementine haya metido en el horno para que no se enfríe, y traerte otra cerveza. Y un par de analgésicos.

Zac: Cuatro.

Ness: Cuatro.

Zac: Vanessa -apoyó la cabeza en su hombro, lo mismo que Atardecer había hecho con él-. Me he cagado de miedo.

Ness: Lo sé -sabía que Zac no se refería a que le hubieran disparado, sino a haber estado tan cerca de perder a su caballo-. Voy a buscarte la cena.

Zac la dejó marchar y volvió cojeando junto a su caballo.

Le vino a la cabeza que había estado a punto de pararse a recoger flores silvestres para Vanessa. Ojalá lo hubiera hecho.


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