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martes, 29 de mayo de 2012

Capítulo 2


En otros tiempos, los periodistas lo llamaban «Zac el Escandaloso».

No había pedido semejante apodo; había sido juzgado y condenado por la prensa amarilla, sin derecho a defenderse.

Aquella noche se había puesto el esmoquin con un único objetivo: pasar la noche con la menor cantidad de complicaciones y tan deprisa como fuera posible. Sin escándalos. Sin sorpresas. Sin nada. Solo llegar, donar más dinero a la fundación con la que su querida hermana ayudaba a los niños pobres y marcharse alegremente.

Tenía que ser fácil, sobre todo teniendo en cuenta que el año anterior se había convertido en el maestro de la velocidad y la sencillez, al menos en lo relativo a las apariciones públicas. El truco era estar visible, pero no accesible. Simpático y profesional, pero no particularmente amable. Aunque era una habilidad que había adquirido a base de esfuerzo, era una regla que imaginaba que, de una forma u otra, todos los famosos acababan por aprender.

Lo único que tenía que hacer era llegar al club de campo con una acompañante para que, por lo menos durante una noche, su hermana dejara de molestarlo. Tal vez hasta se produciría un milagro y la prensa dejaría de perseguirlo, aunque Zac tenía serias dudas al respecto.

Aunque nunca había estado fuera del candelero, había conseguido que se olvidaran de lo de «Zac el Escandaloso». Había llegado a pensar que, al haberse retirado de la vida pública, la gente habría dejado de interesarse por él, pero la semana anterior había ido a un partido de los Dodgers con unos amigos y al ir al baño, un periodista lo había cegado con el flash de la cámara justo cuando estaba orinando, y encima le había pedido que le firmara un autógrafo. Zac había mirado el bolígrafo que le ofrecía y había tenido ganas de preguntarle si quería que se lo firmara antes o después de que terminara.

Cinco días después, todos los periódicos sensacionalistas decían que se había convertido en grosero y que se negaba a firmar autógrafos.

Era el problema de ser una estrella del baloncesto conocida por sus impresionantes saltos y su puntería infalible. No tenía intimidad en ninguna parte. Había pasado un año desde que la lesión de la rodilla lo había dejado fuera de
la NBA y había provocado la anulación de su contrato con los San Diego Eals. Un año.

Al principio, los paparazzi lo habían estado acosando sin dar importancia al hecho de que la decisión de retirarse prácticamente lo había destrozado.

Y seguían persiguiéndolo sin darle tregua. No sabía si era porque los Eals no habían ganado el campeonato sin él o porque lo habían descubierto entrenando a unos jóvenes y pensaban que podía volver a jugar en la liga.

Pero aquello era impensable. Tenía la rodilla destrozada. Dos operaciones la habían dejado utilizable, pero no apta para un jugador de
la NBA. Y, a decir verdad, había tenido que soportar tanto de la prensa, del público y de los entrenadores que no echaba de menos jugar tanto como para preocuparse por ello.

La gala de beneficencia de aquella noche, planeada meticulosamente por su filantrópica hermana, iba a ser una pesadilla para él. Aun así, había accedido a ir porque, por necio que pareciera, su sola presencia garantizaba dinero para los chicos a los que Miley se esforzaba tanto en ayudar. Aquel año estaba recaudando fondos para un nuevo centro recreativo, y él quería hacer cuanto estuviera en su mano para que aquellos chicos, a los que había estado entrenando como voluntario de la fundación, tuvieran un lugar donde hacer deporte y actividades después del colegio.

Miró de reojo a su acompañante mientras conducía por el paseo marítimo. Si su presencia servía para que Miley consiguiera dinero, la de Ness serviría para que él se ganara la aprobación de su hermana. Miley no sospecharía de Vanessa Hudgens. Tenía los ojos marrones y brillantes, los labios brillantes y la larga cabellera negra peinada con un simpático moño, del que se escapaban algunos mechones que Zac se moría por tocar. Tenía un aspecto sofisticado y elegante, y a la vez descuidado, como si quisiera que la gente supiera que podía perder aquella imagen en cualquier momento. Si se lo preguntaban, a Zac le parecía increíblemente sensual. Era delgada, y el vestido negro que llevaba le realzaba tan bien las curvas, que tal vez pudiera sacar más provecho a la noche. Sin duda, tenía que darle las gracias a Scott.

Zac: Te agradezco que hagas esto.

Ella se encogió de hombros y se inclinó hacia la ventana. A Zac lo conmovió ver el placer que le causaba sentir el viento en la cara.

Ness: ¿Un bonito paseo y una cena gratis? No es problema.

Zac sonrió, aún impresionado por el hecho de que no tuviera idea de quién era. Cualquier otro hombre acostumbrado a que todo el mundo estuviera pendiente de él se habría molestado, pero Zac no. Para él era muy divertido y extrañamente refrescante.

Zac: Ya has comentado que temías que fuera tu peor pesadilla -añadió-.

Ness lo miró con mala cara.

Ness: ¿Y cuál imaginas que sería mi peor pesadilla?

Zac: No sé, tal vez un viejo, con una barriga considerable y un peluquín barato.

Ness: No tengo nada en contra de la edad ni de las barrigas.

El gesto presumido de Ness lo hizo reír.

Zac: Sé sincera. Algo te preocupaba. ¿Que tuviera mal aliento? ¿Que fuera enano?

Ness: Por lo que sé, aún puedes tener mal aliento.

Él arqueó una ceja y le lanzó otra mirada arrolladora.

Zac: ¿No vas a reconocer que podría haber sido peor?

Ness: La noche es demasiado joven…

Zac: ¿Qué podría salir mal?


En aquel momento, Zac prefería no pensar en la reacción de su hermana ni en el acoso de los paparazzi que seguramente lo esperaban en la puerta.

Ness: Puede que mastiques con la boca abierta. O que tengas seis dedos en un pie.

Él sacudió la cabeza.

Zac: ¿Seis dedos?

Ness: Los pies raros están prohibidos.

Zac: ¿No puedes salir con un tipo que tenga los pies feos?

Ness: No después de descubrir que los tiene.

Dentro de los zapatos, Zac flexionó los dedos, feliz de tener solo diez, pero sin estar seguro de que no fueran feos, jamás había pensado en ello.

Zac: Eres un poco exigente, ¿no?

Ness: Sí.

Él asintió. Valoraba la exigencia. De hecho, era implacable consigo mismo. Pero no con una mujer. Si de algo estaba seguro, era de que nunca había echado a una mujer de su cama por tener los pies feos.

Ness: Por cierto, ¿por qué necesitabas que te consiguieran una cita? -preguntó mirándolo con curiosidad-. No se puede decir que seas desagradable a la vista, ni pareces estar loco de atar.

Zac soltó una carcajada por el dudoso cumplido.

Zac: Digamos que este año no he salido mucho, y si esta noche no aparezco con una mujer, mi hermana me echará la caballería encima.

Ness: ¿La caballería?

Zac: Sus amigas, las amigas de sus amigas y las amigas de las amigas de sus amigas. Créeme, es horrible.

Ness: Ah.

La sonrisa comprensiva de Ness le hizo perder el hilo, y estuvo a punto de quedarse boquiabierto, porque ella tenía unos ojos preciosos y cuando sonreía de aquella forma era irresistible.

Zac: Así que… -balbuceó ansioso por decir algo que la complaciera para que no dejara de sonreír-. ¿El Wild Cherries es tuyo?

Ness: Sí.

Zac: Debe de ser agradable que te preparen la comida todos los días.

Aquella vez fue Ness la que no pudo contener la risa.

Ness: Soy yo la que cocina. Y la que atiende a los clientes, y como hemos estado bastante ocupados, supongo que debería pedirme un aumento. Aunque mi amiga Ashley me ayuda, siempre tenemos mucho lío.

Zac: Estoy impresionado -dijo tan fascinado con las carcajadas como con la sonrisa de Ness-. Yo suelo pedir comida a domicilio. ¿Cómo te las arreglas para hacerlo todo?

Ness: El café es pequeño y, como has visto, solo abrimos medio día, así que no es tan duro.

Zac: Lo cual te deja tiempo para…

Ness: No hablemos tanto de mí, que no hay mucho que contar. Mejor hablemos de ti.

A las mujeres les encantaba que les contara su vida, pero hacía años que no lo emocionaba tanta adoración. Lo último que quería era pensar en sí mismo, y mucho menos hablar de su vida.

Zac: Créeme, tampoco hay tanto que contar.

Ness: No sé por qué, pero no me lo creo -dijo echando un vistazo a su alrededor-. Vives bien, e imagino que deberás de hacer algo para sostener este nivel de vida.

Zac: Últimamente no.

Ness lo miró a los ojos.

Ness: ¿Quieres decir que eres rico y no haces nada?

Zac: Si.

Ella se encogió de hombros, quitándole importancia. Aquello era lo que a Zac le gustaba de Ness: que no le exigía respuestas. Y por primera vez en varios años se sentía relajado, él mismo, porque con ella no parecía haber explicaciones preconcebidas. No era una chica que se derritiera por las caras conocidas ni pretendía aprovecharse de su fama; solo era una mujer que trataba de sobrellevar una cita a ciegas de la mejor manera.

A él le encantaba su actitud.

Zac: Estoy retirado -reconoció-.

Zac esperaba que se riera o que le exigiera más información. De hecho, probablemente merecía que le dijera más. Pero ella se limitó a asentir.

Ness: Debiste de hacer una buena carrera antes de retirarte.

Zac: Sí…

Había sido una carrera infernal. Su equipo era famoso por los escándalos sexuales, policiales y mafiosos. Y como capitán, Zac estaba siempre en el ojo del huracán. A la prensa le encantaban las travesuras de los Eals, y a ellos les encantaba que Zac los odiara. De hecho, después de que sus abogados ganaran varios juicios por difamación, habían etiquetado alegremente de divo a Zac el Escandaloso.

Podía recorrer veinte kilómetros al día en bicicleta, superar a cualquier jugador y conseguir numerosos récords en
la NBA, pero la gente lo recordaría como un estúpido divo.

Las cosas se habían puesto tan feas que los propietarios y los entrenadores habían tomado medidas drásticas en el equipo, castigando a los jugadores con toques de queda y entrenamientos salvajes ante la menor señal de problemas.

Había pasado un año desde que Zac se había retirado, y tres desde que le habían puesto el sobrenombre de «Escandaloso».

Pero a pesar del tiempo transcurrido, a pesar de todo lo que se había ocultado, la prensa seguía pendiente de él. Por ser un divo.

Aquello lo había destrozado. Su vida como jugador retirado era mucho más sencilla que cuando estaba en
la NBA. Podía evitar el contacto con la prensa, salvo cuando su hermana necesitaba su nombre para recaudar fondos. Y tras superar el impacto inicial y la decepción de haber dejado de jugar profesionalmente, su vida había sido más feliz. Aunque tenía que reconocer que tal vez resultara también un poco aburrida.

Salió del paseo marítimo y entró en el lujoso terreno del club de campo donde se celebraba la fiesta. El camino, rodeado de palmeras, recorría una cuesta con césped perfectamente segado y vistas al mar. El sol parecía un balón partido por el horizonte.

Su acompañante echó un vistazo al club, un edificio de estilo clásico construido en mitad de un jardín imponente, y soltó un silbido que podía ser tanto de fastidio como de alegría.

Zac: ¿Algún problema? -preguntó volviéndose a mirarla tras aparcar-.

Ness: ¿Bromeas? Es increíble. Presuntuoso, pero increíble. Estoy segura de que la comida es estupenda -dijo, haciendo una mueca-. Digamos que me sentiría más cómoda en la cocina que en el salón.

Zac no esperaba un comentario así de una mujer a la que consideraba muy segura de sí misma, y se sintió sorprendido y curiosamente protector.

Pero antes de que pudiera decir nada, Ness salió del coche, cerró la puerta y lo obligó a correr para alcanzarla. No era fácil con la rodilla dolorida; aquella semana se había excedido jugando con un grupo de jóvenes exaltados. Rodeó el coche trotando y la tomó de la mano para detenerla.

Zac: He pensado que podíamos aparecer juntos -sugirió, con una sonrisa-.

Ness: Es verdad. Lo siento.

Zac: No lo sientas -replicó cautivado por aquellos ojos marrones-. Pareces incómoda. ¿Qué puedo hacer para cambiar eso?

Ness se quedó mirándolo unos segundos y sonrió.

Ness: Creo que acabas de hacerlo.

Zac le acarició la mejilla y, aunque el contacto con su suave piel fue mínimo, se sintió feliz.

Zac: Bien.

**: Disculpe, señor Efron. ¿Podría darme un autógrafo y permitir que le saque una foto?

El hombre con la enorme cámara y el pase de prensa había salido de la nada, y Zac se detuvo en seco.

Zac: Con el autógrafo no hay problema. Pero si pudiéramos evitar la foto… -Un fogonazo les iluminó la cara. Zac maldijo entre dientes, y cuando recuperó la vista, el fotógrafo se había ido-. Perdón -le dijo a Ness, tomándola de la mano-.

Ness: ¿Quien era?

Zac: Una plaga. Vamos.

La entrada del club tenía una alfombra blanca, y la terraza superior estaba cubierta con toldos blancos bajo los cuales colgaban plantas con flores de todos los colores. Al final de la alfombra había un grupo de paparazzi esperando al famoso de turno.

Él.

A Zac le empezó a picar la piel, una antigua reacción a las malas experiencias. Sabía que si quería tener un poco de paz, tendría que darles algo cuando entrara.

Zac: Mantente pegada a mí -le dijo a Ness-.

Ness: ¿Qué pasa, Zac?

Zac: Después te lo explico.

Zac la sacó del camino y la empujó al césped húmedo. Ness soltó un grito ahogado, se tambaleó cuando sus tacones se hundieron en la tierra y lo miró con desconcierto.

Zac: ¿Te llevo a caballito o en brazos?

Ness: ¿Qué?

Zac: Vamos a entrar por detrás.

Cualquiera de las mujeres con las que había salido se habría parado en seco, lo habría mirado como si estuviera loco y, probablemente, le habría propinado un puñetazo. O, como mínimo, habría llamado la atención quejándose de que se le estropeaban los tacones.

Aquella mujer no.

Se colgó el bolso al hombro y se levantó la falda del vestido hasta la parte superior de los muslos.

Ness: A caballito.

Zac la habría besado, pero se limitó a darse la vuelta y a agacharse un poco para que pudiera subirse a su espalda. Cuando la tuvo encima sintió que se giraba, probablemente para comprobar que no los habían visto.

Ness: Ya está -anunció-.

Él le tomó las piernas y se las puso a los lados. En aquel momento descubrió que Ness tenía unos muslos suaves y firmes, igual que los brazos, con los que le abrazaba el cuello.

Zac: No te caigas -dijo disfrutando de sentirla apretada contra él-.

Ness: No te preocupes -le susurró al oído-.

Zac sintió un delicioso escalofrío en la espalda, que le recordó que llevaba mucho tiempo sin permitirse disfrutar del momento. A pesar del calor de la noche, empezó a andar a toda velocidad, haciendo caso omiso del dolor de rodilla y concentrándose en el cuerpo atlético y delicado que llevaba a su espalda.

Llegaron a la línea de palmeras sin que los descubrieran y se metieron entre los árboles. Estaban bastante lejos del camino, y si alguien miraba hacia allí, vería a una pareja caminando, pero no podría identificarla.

Zac: ¿Estás bien?

Ness: Sí…

Al sentir la vibración del sonido en su espalda, a Zac le temblaron las manos sobre los muslos desnudos de Ness. Lo que había empezado como una situación inocente se había vuelto inesperada y agradablemente sensual.

Ness: ¿Y tú? -le preguntó al oído, provocándole más escalofríos-.

Zac se estaba derritiendo, y no tenía nada que ver con el clima.

Zac: Créeme: soy el que mejor lo está pasando con esto -aseguró, consciente de sus dedos sobre la piel de Ness-.

Llegaron al edificio, y Zac avanzó por uno de los laterales hasta encontrar la entrada de la cocina. Finalmente volvió al suelo de cemento y, a su pesar, soltó las piernas de Ness para que pudiera ponerse en pie. Mientras ella bajaba, sintió cada centímetro de su cuerpo, y cuando la oyó poner los pies en el suelo, se dio la vuelta. Antes de que pudiera decir una palabra, se abrió la puerta y apareció Miley, con un vestido largo dorado y la larga cabellera castaña recogida en un peinado muy elaborado.

Miley: Lo has conseguido -dijo con alivio-. Deprisa, entrad.

Zac: Has avisado a la prensa -la acusó-.

Miley: Sí, pero solo porque esta vez los muy desgraciados van a tener que hablar del trabajo benéfico que hacemos. Además, me he asegurado de que pagaran los mil dólares de la entrada. Cada uno. -Los hizo entrar en una cocina enorme y llena de gente que se movía de un lado a otro, cerró la puerta y abrazó a su hermano con fuerza-. Eres un encanto por hacer esto.

Zac: Recuérdalo la próxima vez que te enfades conmigo -replicó apartándose y tornando a Ness de la mano-. Ness, te presento a mi hermana Miley. Miley, Vanessa Hudgens.

Miley: La acompañante que te supliqué que encontraras. -Miró a Ness de arriba abajo. Zac sonrió al ver que su dura, versátil, intrigante y bella chica de playa le sostenía la mirada-. ¿Eres real?

Ness parpadeó sorprendida.

Ness: ¿Cómo que si soy real?

Miley: ¿Te ha contratado o sales con él de verdad?

Zac: No empieces, Miley -la reprendió-.

Ness soltó una carcajada.

Ness: Dime que no estás tan necesitado como para contratar a alguien -le pidió a Zac-.

Zac: No lo estoy. Es solo que mi hermana es muy mandona. Ya sabes cómo son las hermanas mayores…

Miley gruñó ante el comentario.

Miley: Solo tengo once meses más que tú, orejudo.

Zac: Entonces, ¿reconoces que eres muy mandona?

Miley puso los ojos en blanco.

Miley: De acuerdo, lo reconozco.

Ness: Estáis locos -opinó-.

Miley: Sí. Solo soy un poco sobreprotectora.

Ness: Creo que puedo entenderlo -afirmó mirando a Zac a los ojos-. Como tú deberías entender que tu hermano no me ha contratado. Es una cita de verdad.

Los camareros seguían corriendo alrededor de ellos, pero Zac solo tenía ojos para Ness, la mujer atrevida de sonrisa contagiosa, ojos increíbles y vestido provocativo y sensual.

Zac: Desde luego, es una cita de verdad -declaró, sin quitarle los ojos de encima-.

Ness agrandó la sonrisa, y Miley suspiró aliviada.

Miley: Por fin.

Zac: Esta noche ocúpate de conseguir dinero para los chicos. Y asegúrate de conseguir lo suficiente para que no tenga que volver a hacer de mono de feria durante un tiempo.

Miley: Gracias al buen material que tenemos para la subasta, lo haré. Y por cierto, tengo tu donación. No hacía falta, después de todo el dinero que ya…

Zac: Solo prométeme que habrá mucha comida, porque me muero de hambre.

Miley: Hay mucha, pero que mucha comida -le aseguró-. Espero que sirva para que todos estén de humor para soltar dinero.

Zac se estremeció al pensar en la noche que le esperaba y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejar de sonreír. Ness lo miró con curiosidad, pero no dijo nada. Sencillamente lo tomó de la mano, y para él fue como aferrarse a un salvavidas.

En aquel momento, era lo único que tenía.


viernes, 25 de mayo de 2012

Capítulo 1


Vanessa Hudgens llevaba horas viendo hombres semidesnudos y mojados con la excusa de enseñarles a hacer surf. Se habían ofrecido a pagarle, pero ella ya obtenía la mejor parte del trato. Le encantaba estar en el agua, en su tabla. Después de aconsejar al grupo de universitarios, caminó por la playa y subió las escaleras de su café al aire libre, para dedicarse a su segunda pasión: la creación de emparedados exóticos y divertidos.

Mientras atendía a sus clientes se dio cuenta de que no tenía planes para después del trabajo. Era el tipo de noche que le gustaba. Si quería, podía hacer surf a la luz de la luna o conducir por el paseo marítimo, bordeando el Pacífico, rumbo a ninguna parte.

Era lo mejor de no tener compromisos afectivos.

Aunque disfrutaba de sus noches libres y no le importaba estar temporalmente sola, hacía demasiado tiempo que no había un hombre en su vida. Y ella tenía la culpa.

Ash: Lo has vendido todo -su mejor amiga y camarera a tiempo parcial en el Wild Cherries, mirando sorprendida los expositores casi vacíos-. Bueno, salvo los brownies. Haces unos brownies horribles.

Ness: Gracias.

Por mucho que le pesara, Ashley tenía razón. Con excepción de los brownies, se había vendido todo, incluso el nuevo emparedado de pavo con mango. Ness era capaz de combinar los ingredientes con una audacia admirable y de preparar las galletas más sabrosas del mundo, pero los brownies siempre le salían mal. Sabía por qué, y prefería no pensar en ello.

Ashley se apoyó en la barra, y su expresión divertida desapareció lentamente.

Ash: Oh, oh.

Ness: ¿Qué pasa?

Ash: Nada.

Su amistad se remontaba largo tiempo atrás, y se conocían mejor que nadie.

Ness: Si no es nada, deja de mirarme como si quisieras decirme algo.

Ash: No te estoy mirando así. -Ness se encogió de hombros y se volvió para limpiar el mostrador. Ashley suspiró-. Está bien -reconoció-. Necesito que me hagas un favor.

Ness: Ni hablar.

Hacía mucho calor, y Ness se secó la frente antes de pasar un trapo a los expositores.

Ash: No puedes negarte cuando ni siquiera sabes de qué se trata.

Ashley se echó hacia atrás su larga cabellera rubia y frunció los labios, en un gesto que podía funcionar muy bien con los hombres, pero no con su amiga.

Ness: Por supuesto que puedo. De hecho, acabo de hacerlo -replicó saliendo a cerrar las sombrillas de la terraza con vistas al Pacífico-. Te conozco y sé que cuando me pides un favor con ese tono puede tratarse de un entierro.

Ness movió el cuello para estirar los músculos y pensó que, a falta de un hombre, salir a nadar a medianoche era justo lo que necesitaba.

Ash: Al menos podrías escuchar de qué se trata.

Ness: No quiero una cita a ciegas -declaró tajante-.

Ashley puso los ojos en blanco.

Ash: Me da miedo cómo me lees la mente.

Ness: No hace falta ser adivino. Estás saliendo con ese tal Scott, y te ha pedido que les consigas chicas a sus amigos.


Ash: Perdón, pero es lo que pasa cuando se es la mejor amiga de alguien.

Ness: Los halagos no te van a servir de nada. Sabes que he tenido mucha paciencia con todas las espantosas citas a ciegas que me has organizado a lo largo de los años, y no tengo ninguna gana de soportar otra.

Ash: No todas fueron espantosas.

Ness: Solo diré dos palabras: don Dedos.

Ash: De acuerdo, pero ésa la puedo explicar. Se me había olvidado tu extraña manía con los pies, pero además, ¿por qué iba a saber lo de su accidente con la cortadora de césped?

Ness: Esta noche no quiero salir con nadie.

Ash: Mejor, porque la cita es mañana.

Ness volvió a la cocina y echó un vistazo para comprobar que todo estuviera en orden. Lo único que le quedaba por hacer era apagar las luces. Podía salir o sencillamente subir a su piso, situado justo encima del café. Era un apartamento muy pequeño, pero le gustaba y era suyo. Era su casa.

Ness: Mañana estaré ocupada.

Ash: Por favor, Ness -dijo con gesto de súplica-. Lo único que te pido es que salgas un día con el amigo de Scott. Me ha asegurado que es rico.

Apagó las luces, cerró con llave la puerta de la cocina y desplegó la verja de la zona del patio.

Ness: Y aun así necesita que le consigan una chica. Hay algo que no me cuadra.

Ashley se llevó los dedos a las sienes y cerró los ojos. Cuando los abrió, estaban llenos de emoción.

Ash: Este tipo me gusta mucho, Nessi.

Vanessa la miró con detenimiento. Hacía veinte años que se conocían, desde el jardín de infancia, y habían pasado juntas por muchas cosas. El desagradable divorcio de los padres de Ashley; el suicidio de su madre cuando tenían doce años; y la sobredosis de un amigo cuando tenían trece. Y a los catorce, Ness había perdido a sus padres en un accidente de tráfico. Entre las dos habían recorrido más kilómetros en la carretera de la vida que la mayoría de las personas de su edad.

Y habían sobrevivido, cada una a su manera. Ashley se había quedado con su padre, que había vuelto a casarse, y había tratado de estudiar en
la Universidad de San Diego, pero finalmente había decidido que estudiar no era para ella. De momento, hacía caricaturas en la playa y, los fines de semana, en la feria de artesanía de Malibú. Se le daba suficientemente bien como para vivir acomodadamente. Para complementar sus ingresos, entre semana trabajaba como camarera en el Wild Cherries, cuando no estaba haciendo surf.

En cuanto a Ness, se había ido a vivir con Roger, un hermano de su madre muy aficionado a la playa, que no había sabido lidiar con el dolor de su sobrina, porque era incapaz de sobrellevar su propia pena. El accidente en el que habían muerto los padres de Ness había sido culpa de su padre, y habían tardado años en superarlo. Para entonces, a ella apenas le quedaba dinero y había empezado a trabajar en el local de Roger, el Wild Cherries. Era feliz por tener a sus amigos y vivía el momento, haciendo surf por las mañanas y trabajando para el maniático de su tío por las tardes.

Las pocas veces que pensaba en su vida, se recordaba su lema. Disfrutar de todo y valorar cada segundo Se lo repetía a menudo, como un mantra, porque sabía que si pensaba en todo lo que había pasado, se derrumbaría. Como mecanismo de defensa, había funcionado.

Con el paso de los años, las cosas habían cambiado poco. Roger se había jubilado, y Ness se había endeudado para comprarle el negocio. Pero con veintiséis años tenía la impresión de que las cosas le iban bien. Si no se había comprometido mucho emocionalmente, era porque no había querido. Era consciente de ello, y suficientemente inteligente para saber que no podía zambullirse en aquella piscina, porque era demasiado profunda.

Al igual que Ness, Ashley era poco propensa a entablar relaciones amorosas. Era raro que saliera más de una vez con un hombre y mucho menos que reconociera que le gustaba de verdad.

Ness: ¿Estás segura con el tal Scott? Ya sabes que los ricos son como los hombres muy guapos. Siempre terminan siendo unos imbéciles.

Ash: Este no -afirmó con una sonrisa embelesada-. Por favor, Ness. Solo una cita. Solo una noche…

Ness estaba impresionada por el interés que mostraba su amiga por Scott.

Ness: De acuerdo -accedió a regañadientes-.

Ash: No será tan terrible, y tienes el móvil; puedes llamarme todas las veces que quieras. Si me necesitas, iré a rescatarte. Te lo prometo. Además…

Ness: He dicho que sí.

Ash: Te daré…

Ness: Ash, cariño, voy a quedar con él.

Ashley parpadeó y sonrió aliviada.

Ash: ¿En serio?

Ness: Sí, pero te advierto que si tiene el pelo sucio, le huele el aliento a ajo o trata de indagar en mis sentimientos, me largo.

Ash: Hecho.

Ness se dio la vuelta y miró hacia la playa. Había cuatro o cinco surfistas, y varias personas corriendo por la arena. Para ser una noche cálida de agosto, el lugar estaba tranquilo.

Ness: Vamos a nadar.

Ashley miró el reloj, algo que hacía raras veces. De hecho, Ness no se podía creer que llevara puesto un reloj.

Ash: Tengo una hora antes de salir con Scott -advirtió-.

Ness: Has llegado tarde desde el día en que naciste. ¿A qué se debe esta repentina preocupación por la puntualidad?

Ash: Voy a conocer a sus padres.

Vanessa tardó en reaccionar. Al parecer, la relación con Scott era más sería de lo que había pensado.

Ness: ¿Cuánto hace que estáis juntos? ¿Una semana?

Ash: Sí, pero parece toda la vida -suspiró-.

De camino hacia el agua, Ness adoptó una actitud protectora.

Ness: ¿A qué se dedica?

Ash: A la mercadotecnia.

Ness: Mercadotecnia… -repitió, pensando en lo imprecisa que era aquella contestación-.

Siempre llevaban el traje de baño puesto, y se quitaron el vestido.

Ash: Te prometo que te va a encantar.

Ness no acababa de creerla. En su conciencia, estaba dispuesta a odiar al hombre que había cautivado el corazón de su mejor amiga. Más le valía tratarla bien, porque de lo contrario tendría que vérselas con ella.

Ash: Lo que me recuerda -añadió con una mueca- que hay una condición para tu cita.

Ness: ¿Una condición?

Ash: Además de ser amigo suyo, el tipo es cliente de Scott. Tienes que ir con él a una gala benéfica…

Ness: ¿Con ropa de fiesta?

Ash: Sí. Tienes que ser amable en la cena y en la subasta, y no puedes hablar con la prensa.

Ness: ¿Quién es ese tipo?

Ness imaginó a un hombre de negocios empalagoso y estrafalario de Hollywood.

Ash: Solo recuerda que es rico.

Ness: Genial.

Ash: Entonces, ¿aceptas la condición? ¿Lo de no hablar con la prensa y eso? -preguntó mirándola con preocupación-. Aunque como nunca les has tenido mucho cariño a los periodistas, no debería ser ningún problema, ¿verdad?

La noche siguiente iba a ser un gran ejercicio de paciencia para Ness. No tenía nada en contra de las citas. Bien, al contrario, le gustaba salir y conocer a hombres. Pero salir con uno al que no había elegido y teniendo que atenerse a ciertas reglas iba en contra de sus principios.

Aun así, al ver el gesto esperanzado de su amiga no pudo negarse.

Ness: No hay problema -dijo, con una sonrisa poco convincente-.


A Ashley se le iluminó la cara.

Ash: Te debo una.

Ness: Sí. No lo olvides.

Acto seguido se zambulleron en una ola en perfecta sincronía.



Al anochecer del día siguiente, Ness estaba tumbada en la tabla entre las olas, mirando el sol que se hundía en el mar; era aquella hora deliciosa entre el día y la noche, en la que los pájaros y las estrellas batallaban por un espacio en el cielo oscuro. No había viento, el aire estaba caliente y el agua fresca le acariciaba la piel con su vaivén tranquilizante.

Ness pensó que podría quedarse así el resto de la noche y que nunca se cansaría.

Ash: ¡Ness!

Ashley la había encontrado y, probablemente, justo a tiempo para la cita. Por el vocabulario ordinario que oía por encima del rumor de las olas, Ness supo que no le quedaba mucho tiempo para la hora convenida, pero permaneció en el agua, como si esperase que se llevara las dudas. No solía angustiarse, o al menos era lo que le gustaba pensar, pero aquel día estaba muy inquieta.

Le habría gustado no haber accedido a quedar con aquel desconocido. Habría preferido quedarse viendo la televisión y cenando sola. Sabía que tenía los ingredientes del último emparedado de queso que había creado, y nada le apetecía más que darse un atracón.

Ash: ¡Vanessa Anne Hudgens, sal del agua!

Con un suspiro, se dio la vuelta y dejó que una ola la arrastrase a la playa. Al llegar a la arena caliente, se apartó el pelo de los ojos y sonrió.

Ness: Hola.

Ashley puso los brazos en jarras y la miró con seriedad.

Ash: No le veo la gracia.

Ness: Bueno, voy a llegar un poco tarde.

Ash: ¿Te parece bonito?

Ness: Aún faltan diez minutos para que venga a buscarme.

Ash: Ya está aquí.

Ness: Oh, no -dijo sentándose y cogiendo la toalla que Ashley le había arrojado a la cara-. Un obsesivo compulsivo.

Ash: Le he dado un refresco. Está en una de las mesas de la terraza.

Ness: Pero si ya he cerrado.

Ash: Y yo he vuelto a abrir. Cerraré cuando te hayas ido. Vamos. Entremos por la puerta trasera e iremos al cuarto de baño para que te arregles.

Vanessa se miró el biquini. Estaba cubierta de arena y tenía cardenales en el muslo y en la cadera, por culpa de la caída que había sufrido aquella mañana con la tabla.

Ness: Estoy bien así.

Ash: Ni se te ocurra.

Ness: Era una broma. Anímate; soy yo la que tiene una noche aburrida por delante -replicó poniéndose en pie y acariciándole la mejilla-. La verdad es que estás tan mona cuando te pones maternal y me gritas, usando hasta mi segundo nombre…

Ash: Si no te das prisa, seré menos maternal al gritarte.

Ness: Está bien. Ya voy.

Acto seguido, con cuidado de que no las vieran, entraron en la cocina del Wild Cherries y se escabulleron por detrás de la barra. Ya en el cuarto de baño, Ness se acercó al lavabo y se miró al espejo. El reflejo no mentía; tenía el pelo enredado y no llevaba maquillaje.

Ash: Empieza a arreglarte; estás hecha un asco -dijo su supuesta mejor amiga, señalando el agua fría que salía del grifo-.

Ness: De verdad que me debes una.

Ness maldijo, pero se sacudió la arena del cuerpo y metió la cabeza bajo el agua para quitarse la sal del pelo. Después pidió una toalla y empezó a secarse.

Ash: Recuerda que no debes hablar con la prensa.

Ness: Lo recuerdo -afirmó descolgando el vestido negro de fiesta que tenía en el ropero del baño-. Lo que no recuerdo es que me hayas dicho si es atractivo o no.

Ashley la miró a los ojos a través del espejo mientras Ness se ponía el estrecho vestido sobre el biquini y se calzaba unas sandalias de tacón de las que sus compañeros de surf se habrían reído, sabiendo que, como mucho, tendría media hora de comodidad antes de que sus pies se convirtieran en un infierno de ampollas.

Ash: No puedes ponerte el biquini debajo del vestido.

Ness: ¿Cuánto te apuestas a que sí?

Ash: Se ven los tirantes.

Ness: De acuerdo. -Levantó los brazos, se quitó la parte de arriba, aún húmeda, y la guardó en el bolso-. Por si acaso -añadió-.

Ash: ¿Por si acabas nadando en el club de campo Palisades?

Cuando se había enterado del lugar al que iban, Ness lo había buscado en Internet y había visto que era el lugar más elegante de la ciudad. Imaginaba que debían de servir caviar y cócteles que ni siquiera sabría pronunciar. Se tocó el pelo mientras se echaba otro vistazo en el espejo. No estaba bien.

Ness: Debería secármelo, ¿verdad?

Ash: El secador se rompió hace seis meses, y no te compraste otro.

Ness: No importa -afirmó, haciéndose un moño y buscando algo con qué sujetárselo-.

Ashley puso los ojos en blanco y se quitó el broche que llevaba para ofrecérselo,

Ash: Maquillaje. -Vanessa sabía que no era una petición y levantó la cara para que su amiga pudiera ponerle colorete, rimel y brillo de labios-. Quédate con el brillo y ponte un poco de vez en cuando. No te olvides, por favor. Ahora, sal y…

En aquel momento se oyó que llamaban a la puerta y una voz masculina preguntaba:

**: ¿Hay alguien ahí? -Ness miró a Ashley en el espejo y arqueó una ceja-. Disculpa -insistió detrás de la puerta-.

Ness: Un encanto de tipo -murmuró entre dientes-.

Ash: Estoy segura de que solo…

Sonó otro golpe a la puerta.

**: ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Ash: Tiene prisa -concluyó en voz baja-.

Ness: Más le vale ser atractivo -declaró antes de abrir la puerta-.

Y de toparse cara a cara con el hombre con el que saldría aquella noche. O, mejor dicho, con el amplio pecho del hombre con el que saldría.

Ash: Creo que ese aspecto lo tiene cubierto -le susurró al oído-.

Mientras levantaba la cabeza para mirarlo a la cara, Ness pensó que era una suerte que fuera bastante alta, porque él debía de medir casi dos metros.

**: Bueno -dijo él, con evidente alivio mientras le recorría el cuerpo con la mirada-. Estás lista.

El hombre le tendió el brazo, pero ella no lo cogió.

Ness: No salgo con desconocidos -declaró-.

Él pareció sorprendido, como si lo impresionara que no supiera quién era.

**: Zac Efron.

Ness tenía que reconocer que no era un mal nombre. De hecho, le sonaba vagamente.

Ness: Ness Hudgens.

Zac: Sí, lo sé. Encantado de conocerte.

Zac llevaba un esmoquin negro y, para alivio de Ness, no era feo ni gordo. En realidad, Ashley lo había definido bien. Era atractivo. Era rubio y de ojos azules; tenía una boca grande y sensual que, aunque en aquel momento no sonreía, parecía tener posibilidades; y una mandíbula pronunciada, con la barba ligeramente crecida. Todo encima de un cuerpo largo, delgado y fuerte. Ness no podía negar que el conjunto resultaba muy agradable.

No era que se dejara llevar por las apariencias, pero de camino al baño había visto el Escalade negro aparcado en la puerta. No cabía duda de que era rico, y, como le había dicho a Ashley, los ricos no solían dar mucho de sí, por lo que no tenía grandes esperanzas.

Sin embargo, se había comprometido a salir con él aquella noche. Miró de reojo a Ashley por última vez, puso la mano en el brazo de Zac y dejó que la escoltara fuera del café.

Zac: Tal vez deberíamos haber quedado en un lugar más seguro que éste -dijo mientras salían del local-.

El aire exterior no estaba más fresco que el del cuarto de baño, pero Ness no dijo nada al respecto, porque la había descolocado con el comentario sobre la seguridad. Se volvió a mirar el cartel del Wild Cherries, que ella misma había pintado cinco años atrás, cuando le había comprado el local a Roger.

Ness: Es perfectamente seguro.

Zac: Ahora, puede ser, pero no quiero dejarte en un cuchitril apartado de todo cuando esté oscuro. Fuera no hay luces.

Ness: Mira -le advirtió-. Este cuchitril es mío, y resulta que le tengo mucho aprecio, tenga luces o no.

Como no abría de noche, Ness jamás había sentido la necesidad de poner iluminación exterior.

Él la miró mientras abría el seguro del coche con el mando a distancia, pero ella le esquivó la mirada hasta que abrió la puerta y se volvió, bloqueándole el paso con sus largos brazos y sus anchos hombros.

Sin intimidarse, Ness levantó la cabeza y arqueó una ceja, hasta que se dio cuenta de que no estaba tratando de intimidarla. No con aquellos ojos llenos de arrepentimiento.

Zac: No quería decir…

Ness: Olvídalo.

Ness no estaba dispuesta a bajar la guardia solo por una mirada tierna; y menos cuando, por lo que sabía, aquel hombre podía estar lleno de artimañas encantadoras.

Zac: No, en serio -insistió mirándola a los ojos-. Es obvio que te he dado una pésima primera impresión.

Ella no pudo evitar sonreír.

Ness: ¿Y eso te importa?

Zac: En realidad, no había planeado que me importara. Pero…

Ness: ¿Pero?

Él le examinó las facciones detenidamente.

Zac: He descubierto que sí me importa -reconoció, con una sonrisa sincera que le hizo sentir cosquillas en el estómago-. Quiero disfrutar de esta velada contigo.

Ness: ¿Por qué? ¿Por qué soy relativamente atractiva?

Zac: Yo diría que eres muy atractiva. Pero no; no quiero disfrutar de esta velada solo porque hayas resultado ser una grata sorpresa, sino porque podríamos pasarlo muy bien.

Ness: ¿Estás seguro de que dos personas que no querían hacer esto podrían disfrutarlo?

Zac agrandó la sonrisa, y a Ness se le aceleró el corazón.

Zac: Sí, algo así.

Ness: Deja de hacer eso -dijo señalándole la boca-.

Zac: Que deje de hacer, ¿qué?

Ness: Sonreír.

Zac: ¿Por qué? ¿Tengo algo en los dientes?

Él no solo sabía que no tenía nada, sino que era absolutamente consciente de lo guapo que era.

Ness: Voy a ser sincera contigo -anunció-.

Zac: Adelante.

Ness: Tengo una larga y horrible historia con las citas a ciegas, y pensaba incluirte en el apartado de las peores, pero no puedo hacerlo cuando sonríes.

La sonrisa de Zac se hizo aún mayor.

Zac: ¿En serio? A mí me pasa lo mismo -afirmó-. Tengo una idea. ¿Por qué no empezamos de nuevo? -Extendió la mano-. Hola, me llamo Zac Efron.


Ness: No me comprometo a empezar de nuevo. Aún podrías convertirte en una cita a ciegas desastrosa.

Zac: Sí -dijo frotándose la barbilla-. Puede que tengas razón.

Ella entró en el Escalade.

Ness: Suelo tenerla.

Zac soltó una carcajada que la hizo estremecer.

Zac: Algo me dice que esto va a ser mucho más interesante de lo que había imaginado.

Ness: ¿Eso es bueno o es malo?

Él rodeó el coche, se puso al volante y la miró mientras encendía el motor.

Zac: Aún no lo tengo claro.

Ness: En ese caso, también lo dejaremos en el aire.

Acto seguido, Ness se puso el cinturón de seguridad y se preparó para la noche que le esperaba, pero con una leve sonrisa de anticipación en la cara.

martes, 22 de mayo de 2012

Sedúceme - Sinopsis


Merecía la pena romper todas las reglas por un hombre como él…


Regla número 1: Nada de citas a ciegas.

Después de haberse enfrentado a muchas, Vanessa Hudgens no estaba dispuesta a volver a tener otra cita a ciegas… Hasta que su mejor amiga le pidió un favor y conoció a Zac Efron. Si hubiera sabido lo guapísimo que era, no habría protestado.

Regla número 2: Nada de besos en la primera cita.

El problema fue que, después de una sola cita con Zac, Ness quería mucho más que besos, lo cual debería haber sido motivo suficiente para no tener una segunda cita. Pero no lo fue.

Regla número 3: Nada de enamorarse.

Ness había decidido tener un romance sin ataduras… hasta que Zac empezó a hablar de amor…




Escrita por Jill Shalvis.

viernes, 18 de mayo de 2012

Capítulo 9


No pudo salir hasta la mañana siguiente, cuan­do Penny fue a hablar con ella.

Penny: ¿Le has dado las gracias a Zac?

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: No y tengo que hacerlo.

Penny: ¿Por qué no vas ahora? -señaló a Michael que estaba tumbado en el sofá viendo un vídeo de dibujos animados-. Está bien y te prometo que no voy a quitarle la vista de encima.

Ness: Sé que lo harás -sin embargó dudó y sonrió forzadamente-. Racionalmente, sé que está bien, pero eso no tranquiliza a mi parte irracional.

Penny sonrió.

Penny: Lo entiendo. Su padre se cayó de un árbol cuando tenía nueve años. Le dieron quince puntos. Me costó mucho volver a dejarlo solo.

Ness: De acuerdo -curiosamente, la historia que no había oído en su vida, la tranquilizó-. Saldré un momento.

Salió por la puerta de la cocina y recorrió el sendero hasta la casa de invitados. Era un día de verano precioso y vio que Zac tenía las ventanas de la sala abiertas. Las cortinas blancas flameaban perezosamente con la ligera brisa. Pasó junto a ellas y miró dentro, se paró y volvió a mirar.

Zac estaba profundamente dormido en el sofá.

Estaba tumbado de espaldas y tenía el pecho desnudo. Tenía la camiseta agarrada con una mano y apretada contra el pecho como si hubiera tenido calor y se la hubiera quitado hacía unos instantes. Tenía la cara vuelta hacia ella y sintió que el corazón le daba un vuelco al ver aquellos rasgos adorados. Pensó que lo amaba.

Notó como un destello y comprendió que ya no tenía por qué decirlo en silencio. Él le había dicho que quería casarse con ella, le había disipado sus estúpidas preocupaciones por el dinero y tenía razón. Lo importante era su vida juntos. ¿Qué más daba lo que pensaran o dijeran los demás?

Ella lo había ofendido profundamente y lo sabía. Solo podía enmendarlo y rezar para que la quisiera lo suficiente como para perdonarla. Fue hasta la puerta y esta se abrió cuando fue a llamar. Se acercó a él silenciosamente y se arrodilló a su lado. Tenía la camiseta sobre el torso, pero podía ver el musculoso abdomen y le pasó un dedo justo por encima del pantalón. Los músculos se contrajeron y ella sonrió. Repitió el gesto y jugueteó con los pelos que se escondían debajo de los vaqueros.

Se inclinó y le dio un beso en el brazo que tenía cruzado sobre el pecho, apoyó la barbilla y esperó a que abriera los ojazos azules.

Ness: Lo siento. Por lo del otro día. Por... todo.

Él no dijo nada. Tenía la mirada fija en su cara. Por fin, cuando ella iba a balbucear algo más, él habló.

Zac: Te creo.

¿Eso era todo? La pequeña burbuja de esperanza que había crecido en su interior se desinfló. Pero tenía que seguir intentándolo. Tragó saliva.

Ness: Zac, te quiero. Si sigues queriendo casarte conmigo, me sentiré la mujer más afortunada del mundo.

Él empezó a esbozar lentamente una sonrisa y sus párpados se arrugaron.

Zac: Claro que sigo queriéndote -la tranquilizó-. Nada me gustaría más.

A ella se le aceleró el pulso. Quiso besarlo, pero se contuvo porque sabía que tenían que aclarar muchas cosas.

Ness: Yo no quería -dijo lentamente- que tú lle­garas a pensar que me casaba contigo por tener seguridad económica.

Zac: Créeme, nunca he pensado que me necesitaras por un motivo económico. Además, ahora que sé la verdad de lo que pasó después de la muerte de Mike, estoy seguro de que no me necesitas. Has evitado la ruina gracias a que has sido muy cuidadosa -resopló-. Yo no tengo ninguna objeción a que mi mujer trabaje.

Ness: Mike sí. Tuvimos algunas discusiones horribles porque yo quería trabajar -se puso seria al recordarlo-. Tengo la sensación de traicionarlo al decirlo. Yo amaba a mi marido, pero él estaba muy satisfecho de que yo fuera una ama de casa que solo se dedicaba a acontecimientos sociales y obras de caridad -hizo una mueca-. Es muy fácil llevar una casa cuando tienes una ama de llaves, una doncella y un jardinero. Me estaba volviendo loca para adaptarme a mi papel -extendió las manos-. Para Mike, Penny era el ejemplo a seguir. Yo soy muy distinta a Penny. No soy mejor, solo soy dis­tinta. Yo necesito superarme.

Zac: Quizá él también tuviera una visión un poco limitada de su madre -replicó pausadamen­te-. Penny también pintaba para superarse. Seguramente fuera su vía de escape.

Ella nunca se lo había planteado así y se quedó pensativa.

Ness: A lo mejor tienes razón. Aun así, muchas veces me pregunto dónde estaríamos si Mike siguiera vivo. Antes o después, tendría que haberme hablado de nuestra situación económica.

Zac: Estoy seguro de que lo habría hecho -la miró a los ojos-. He estado pensando en lo que pasó y no creo que él quisiera engañarte. Creo que solo intentaba protegerte. Él sabía lo que habías sufrido con tu padre y no quería preocuparte. Es­toy seguro de que él creía que había tiempo para que las cosas volvieran a su cauce. Nadie espera que todo termine cuando tiene treinta años.

Ness: Podrías tener razón.

Ella pensó que la tenía y eso hizo que se sintiera menos traicionada por Mike.

Zac: Claro que la tengo -sonrió al ver que ella entrecerraba los ojos y le pasaba los dedos por las costillas-. ¡Eh! Si quieres, yo te digo por dónde jugar con los dedos. -Ella se rió, él le agarró la mano y se la puso en el abdomen-. ¿Qué te parece ahí?

Ella sonrió, le soltó el botón de los vaqueros y le bajó la cremallera.

Ness: Muy bien. ¿Y aquí?

Él solo emitió un gruñido.

A ella se le entrecortó la respiración mientras introducía los dedos por debajo del elástico de los calzoncillos y lo tomaba con la mano.

Zac soltó un sonido indescifrable.

Zac: Es maravilloso, corazón.

Zac se movió ansiosamente y se le cayó la cami­seta que tenía sobre el pecho.

Ella vio la cicatriz. Era grande. Estaba bien cerrada, pero se notaba que también era reciente.

Ness: Dios mío -exclamó mientras le pasaba la mano por toda su extensión-. Zac, no sabía...

Enmudeció al ver la cara de Zac y lo supo. Lo supo.

Zac se incorporó bruscamente, se abrochó el pantalón y se puso la camiseta.

Zac: Vanessa...

Ness: Tienes el corazón de Mike, ¿verdad?

El tono era áspero y de incredulidad, pero las palabras exigían una respuesta.

Zac: Sí -la expresión era todo un tratado de culpabilidad y ansiedad-. Iba a decírtelo.

Ness: ¿Cuándo? ¿Después de la boda? -esa vez, el tono rozaba el histerismo-.

Zac: No era mi intención...

Ness: Ya sabías quién era yo cuando te presentaste, ¿verdad? -Él dudó-. ¿Verdad? -insistió ella apremiantemente-.

Zac: Sí.

Ness: ¿Cómo me encontraste?

Zac: Sabía que mi donante era un hombre joven de Baltimore. La necrológica de Mike era la única que encajaba por la fecha -tomó aire-. Ya estabas en mi cabeza antes de que te conociera. Tu cara, tu voz... cuando te vi, supe perfectamente quién eras.

Ness: Imposible.

Ella se apartó, pero no se levantó porque creía que las piernas no la sostendrían.

Zac se rió, pero fue una risa forzada.

Zac: ¿No me crees?

Ness: Estás mintiendo -aseguró con furia-. Al­guien te dijo quién era yo. ¿Lo sabe Penny o también la has engañado a ella?

Zac: Claro que no lo sabe -parecía sinceramente conmocionado. Suspiró y alargó una mano-. Vanessa...

Ness: No me toques -castañeaba los dien­tes e intentaba asimilar la espantosa verdad-. No me toques nunca más -consiguió ponerse de pie y fue hasta la puerta-. No me importa si tu casa está terminada o no, quiero que te vayas de aquí. Hoy.

Zac: No -replicó-. No hasta que me hayas escu­chado.

Ness: ¡Lárgate! -fue un grito que no pudo controlar-. Llamaré al hospital. Llamaré a la policía y les diré que estás acosándome.

Fue hasta la puerta dando traspiés y sin poder ver por las lágrimas que le rebosaban los ojos.

Zac: Te quiero. Eso no puedes evitarlo.

Ness: No sabes lo que es al amor -dijo amarga­mente-. Solo quieres la familia de Mike, la vida de Mike y la mujer de Mike.

Zac vaciló, pero no apartó los ojos de Vanessa.

Zac: Te quiero a ti, Vanessa. No solo ahora, sino para siempre.

Ella sacudió la cabeza y abrió la puerta.

Ness: Jamás.

Fue corriendo hasta su casa y entró en la cocina. Penny estaba preparándose una taza de té.

Su suegra se volvió.

Penny: Michael sigue dormido... ¿Qué te pasa, ca­riño?

Tenía una expresión asustada.

¡No podía decírselo! Sin embargo, se le cayó el alma a los pies al darse cuenta de que tendría que hacerlo.

Ness: Me he enterado de algo que no sabía de Zac. -Hizo un esfuerzo enorme para que no se le quebrara la voz y se clavó las uñas en las palmas de las manos-. Penny...

Penny: ¿Qué...? -la cogió de las manos-.

Ness: Hace unos años le hicieron un trasplante de corazón. Zac tiene el corazón de Mike.

Penny no reaccionó y Vanessa se preguntó si se habría enterado de lo que había dicho, pero, repentinamente, la cara de Penny se iluminó con un resplandor que Vanessa no había visto nunca, ni siquiera cuando nació Michael.

Penny: Señor... -susurró-. Gracias -apretó las manos de Vanessa con tanta fuerza que la hizo daño-. ¡Es maravilloso! Siempre había deseado con toda mi alma conocer a la persona que tenía el corazón de Mike y resulta ser Zac... -se detuvo bruscamente y abrió los ojos como platos-. No nos conoció por casualidad, ¿verdad? -preguntó más defraudada. Vanessa negó con la cabeza incapaz de articular palabra alguna-. Cariño... Estoy segura de que tiene algún motivo de peso. Aun así, es como si hubiera traicionado tu confianza intencionadamente.

Ness: Lo ha hecho -afirmó implacable­mente-. Ha mentido por omisión.

Como lo había hecho Mike al no contarle la verdad sobre su situación económica.

Penny: Pero... -no pudo seguir al ver la desolación en el rostro de Vanessa-. Dale un poco de tiempo -le propuso-. No hagas nada irreflexivamente.

Ness: No voy a hacer nada en absoluto.

Vanessa se dio la vuelta y salió de la cocina in­tentando sofocar unos sollozos que sabía que brotarían en cualquier momento.

No sabía si quería no volver a verlo jamás o darle un tortazo por haberla engañado. Le impresionó el simple hecho de que estuviera tan furiosa como para querer pegar a alguien; no era una persona violenta. No quería pensar en ello esa mañana, pero incluso lo había soñado. Se despertó con la mandíbula dolorida de apretar los dientes.

«Ya estabas en mi cabeza antes de que te conociera».

Estaba segura de que Zac quería decir exactamente eso y se acordó de la docena de situaciones sin importancia en las que se sintió intranquila porque parecía que él podía leer sus pensamientos.

Ness: ¿Cómo es posible? -se preguntó con un hilo de voz-.

Quería que no hubiera pasado nada de aquello; no quería volver a ver esa expresión de miedo y remordimiento en su cara; no quería volver a preguntarse si lo que él decía era verdad. Quería volver a aquellos momentos de felicidad previos a que se le cayera la camiseta.

Pero no podía.

Sabía que Penny había ido a verlo, aunque no habían hablado de ello. Su suegra trasmitía un ligero aire de felicidad que no podía disimular aunque intentaba reprimirlo cuando estaba con ella.

Él no se había marchado.

Era demasiado orgullosa como para preguntarle algo a Penny. Habían pasado ocho días desde que se enteró de la verdad, pero había visto que entraba y salía con su coche y que había luces en la casa. Le había dicho que se fuera. Después de lo que había hecho, podría tener la dignidad de obedecerla.

¿Qué había hecho él que fuera tan espantoso? -le preguntaba una vocecilla en su interior-. Tenía el corazón de su marido, pero tampoco tenía alternativa. Además, si lo que decía de los recuerdos era verdad, difícilmente se habría resistido a mirar a una mujer como ella. Él decía que la quería, que quería casarse con ella, ¿qué tenía eso de malo?

No era tan fácil, se rebatió con furia. ¿Cómo sabía que decía la verdad? ¿Cómo sabía que no había estado haciendo preguntas por ahí y había recopilado un montón de información personal?

No lo sabía.

Sin embargo, ese miércoles, cuando entró en el garaje, tuvo la ocasión de saberlo.

Aparcó en la plaza central, pero cuando se bajó, la luz que entraba por la puerta abierta se oscureció. Se volvió pensando que sería Penny o Amy, pero la sombra era mucho más grande.

Zac: Vanessa... -Ella se quedó parada sin ganas de acercarse-. Me imagino que querrás hacerme algunas preguntas -lo decía con una voz neutra y calmada-.

Ness: ¿Por qué no te has ido? -le preguntó agresivamente-. Te dije que te fueras.

Zac: No lo haré hasta que hablemos de esto -el tono era inflexible-. Te propongo un trato. Si aceptas hablarlo conmigo, luego yo me marcharé.

Ness: No estás en condiciones de negociar.

Zac: Lo estoy si quieres librarte de mí.

Ness: De acuerdo -la ira la dominaba con la misma fuerza y amargura del primer día-. Habla.

Zac: Aquí, no.

Se dio la vuelta y se detuvo en un mirador que había al lado.

Ella lo siguió y se sentó en uno de los bancos de piedra. A pesar de todos los sentimientos que le bullían por dentro, Vanessa percibió la belleza serena del sombrío lugar.

Zac: ¿Qué quieres saber? -apoyó un pie en el banco y el codo en la rodilla doblada-.

Ness: Nada -esperaba que tuviera la cara igual de inexpresiva que la voz-.

¿Por qué tuviste que hacerte un trasplante? ¿Cuándo te diste cuenta de que recordabas cosas? ¿Qué más recuerdas? Se preguntó para sus adentros.

Zac: No me creo que no quieras hacerme ninguna pregunta -hablaba despreocupadamente-.

Ness: La noche que nos conocimos te quedaste sor­prendido de que tuviera un hijo. Porque no lo sabías.

Las palabras brotaron de su boca sin que ella les autorizara a hacerlo.

Vio un brillo en los ojos de Zac.

Zac: Sorprendido es poco. Tú llevabas casi dos años en mi cabeza, pero sin hijo.

Ness: ¿Cuándo pensaste por primera vez que había algo extraordinario?

Él se encogió de hombros.

Zac: A los dos meses del trasplante... -la miró como si se disculpara- ...empecé a soñar con la cara de una mujer. Tu cara. No eran solo sueños. Te aparecías en mi cabeza en los momentos más inesperados. Luego, empecé a verte haciendo cosas concretas: colocando flores, vestida con un traje de noche negro, incluso dirigiéndote hacia mí con una sonrisa... pero todo se concretó más durante la revisión de los dos años.

Ness: ¿Qué pasó? -tenía curiosidad aunque no quisiera-.

Zac: Vi en mi historial que el corazón lo había donado el hospital John Hopkins. Entonces repasé el periódico de Baltimore porque sabía que la persona seguramente habría vivido aquí y me habían dicho que el corazón era de un hombre joven que había muerto en un accidente. Fue fácil dar con Mike -vaciló-.

Ness: ¿Qué más?

Zac: Cuando leí tu nombre en la necrológica... -la miró a los ojos y ella pudo ver la conmoción como si acabara de pasar- ...en cuanto leí tu nombre supe que eras aquella mujer.

Ness: Diste por supuesto -le corrigió-.

Zac: No -negó con la cabeza-. Lo supe.

Ness: Entonces fue cuando decidiste meterte en nuestras vidas.

Zac: No -la voz seguía siendo tranquila, pero ella podía notar que estaba haciendo un esfuerzo por no agitarla-. Solo quería verte y saber si eras la cara que aparecía en mi cabeza, pero cuando te vi en el baile... -se encogió de hombros-. Tuve que conocerte.

Ness: Puedes estar mintiendo -le temblaba la voz-. ¿Cómo puedo saber que no contrataste a alguien para que me vigilara y consiguiera información que te resultara valiosa?

Zac: Si lo hubiera hecho, habría sabido que Mi­chael existía. -La lógica era irrefutable-. No supe información más concreta hasta que te conocí -siguió-.

Ness: ¿Por ejemplo?

Zac: Corazón. Él te llamaba así. Yo no he llamado así a una mujer en mi vida. -Tenía la voz tan tensa como los nervios de ella, pero no podía evitar pensar que si todo aquello era verdad, él tendría que haberlo pasado muy mal-. Tu color favorito es el rosa palo. Te dijo que quería casarse contigo en la cocina de la casa donde daban la fiesta en que os conocisteis.

Hablaba en serio. Ni siquiera Penny sabía eso. En aquel momento, ella se rió sin darle importancia. No volvió a acordarse hasta meses después, cuando Mike volvió a pedírselo. Tragó saliva.

Ness: ¿Cómo...?

Zac: Lo he visto. Tú sonreíste y fingiste no hacerle caso -extendió las manos cuando ella se quedó boquiabierta-. Hay una teoría...

Ness: Alto -también extendió una mano y se quedaron en silencio-. Necesito un minuto.

Zac: Conozco esa sensación -el tono era irónico-.

Ella bajó la mano y se quedó dándole vueltas a la cabeza. Las consecuencias de lo que él quería hacerle creer eran asombrosas. Se acordó de otro día en el jardín.

Ness: La primera vez que viste a Michael...

Zac: Me sentí abrumado -tragó saliva-. No estaba preparado para sentir lo que sentí: orgullo y felicidad. Fue como si yo fuera su padre.

Ness: ¿Cómo puedes explicarlo? -le preguntó bruscamente-.

No estaba dispuesta a perdonarlo por haberle asentido, aunque fuera por omisión, pero tampoco podía negar que la historia era muy convincente.

Él sacudió la cabeza.

Zac: No puedo. Hay una teoría sobre la memoria celular que se aproxima. Se piensa que ciertas experiencias se quedan grabadas en nuestras células, pero aun así, nunca se ha registrado algo tan detallado como lo que yo he vivido. Se han conocido casos de alguien a quien la gusta una comida que detestaba y que resultó ser la favorita del donante. Eso está documentado, pero que se hayan trasmitido recuerdos concretos de la vida del donante... -negó con la cabeza-. Intenté hablarlo una vez, pero los médicos parecieron no darse cuenta de lo claros que eran los recuerdos. Me dio miedo que pensaran que estaba loco.

Ella asintió con la cabeza.

Ness: No me extraña -se le ocurrió otra cosa-. ¿Le has dicho algo a Penny?

Zac: Claro que no -contestó con tono de espanto-. Ella solo está contenta porque una parte de Mike sigue viva en cierta forma y porque ha tenido la oportunidad de conocerme.

Vanessa se sintió muy aliviada.

Ness: Menos mal.

Él tomó aire.

Zac: Mike debió amarte con cada fibra de su cuer­po porque si no, ¿cómo habría sabido yo...?

Ness: Efectivamente -sintió miedo de aceptar lo que podía proponerle-. Nunca nos habríamos conocido si no hubiera sido gracias a la memoria celular o a lo que te trajera aquí.

Zac: Eso no puedes saberlo. A lo mejor me habría gustado conocer a la familia de mi donante en cualquier caso -la miró con ternura-. Te aseguro que me habrías gustado aunque no tuviera las células de Mike apremiándome.

Ella dudó.

Ness: Y si tus sentimientos hacia mí solo se debieran a que tienes el corazón de Mike...

Vio que los ojos de Zac se alteraban mientras ella hablaba y se dio cuenta de que hasta ese momento, él no había estado seguro de que ella fuera a perdonarlo. Ella tampoco lo había estado, pero también se dio cuenta de que gran parte de su furia se había esfumado.

Él no dijo nada durante unos momentos y ella se alegró de que no menospreciara su preocupación.

Zac: No -dijo por fin-. Si solo sintiera lo mis­mo que Mike, detestaría que trabajaras fuera de casa, pero eso no me importa lo más mínimo.

Ness: Entonces, no sientes solo lo que sentía Mike.

Él negó con la cabeza.

Zac: Eso también me preocupó al principio, pero ahora... te quiero, Vanessa. Yo, Zac. Tendrás que creerme porque nunca podré demostrártelo. Voy a necesitar este corazón el resto de mi vida.

Ella tragó saliva y quiso arrojarse en sus brazos, pero aquellas palabras le habían despertado un temor nuevo.

Ness: ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto dura un corazón trasplantado?

Ella había amado a Mike y él había muerto, pero sabía que si aceptaba lo que Zac le proponía y luego él moría, ella no podría soportarlo.

Zac: Tengo la esperanza de hacerme viejo contigo, si compartes tu vida conmigo -contestó con una mirada rebosante de cariño-. En estos momentos, los receptores llevan una vida normal y productiva. Hay un hombre en Inglaterra que sigue como un roble después de veintidós años. Tienes que tener en cuenta que hay otros receptores que son mayores que yo o que tienen otras complicaciones médicas -volvió a sonreír-. Me temo que soy una especie de conejillo de indias para mis médicos. Yo era un hombre joven y sano y recibí un corazón joven que todos esperamos que funcione bien durante bastante tiempo.

Ness: ¿Y el rechazo? ¿No puedes caer enfermo?

Zac: Tendré que tomar medicamentos contra el rechazo siempre e ir dos veces al año al hospital para una revisión -lo decía con un tono de paciencia, como si se hubiera esperado las pregun­tas-, pero mi dosis de medicamentos en muy baja. Me controlo a mí mismo para ver signos de empeoramiento, tengo una dieta sana y no bebo alcohol. No puedo tomar el sol porque tengo riesgo de cáncer de piel y soy muy disciplinado con mi programa de ejercicios. Aparte de algunas pocas cosas, mi forma de vida no es distinta a la de cualquier hombre que hayas conocido, Vanessa.

Ness: Los demás hombres no tienen ni el corazón ni los recuerdos de mi marido -puntualizó con una sonrisa-.

Zac se incorporó y levantó a Vanessa del banco.

Zac: Te quiero, Vanessa. Siento no haberte dicho quién era desde el principio. Quiero casarme contigo, ser el padre de Michael y, a lo mejor, darle algunos hermanos un día de estos. ¿Lo pensarás? No tienes que responderme ahora mismo. Sé que son muchas cosas que tienes que asimilar...

Ness: Sí -le tapó la boca con la mano-. ¿Sabías que cuando estás nervioso hablas sin ton ni son?

Él asintió con la cabeza y ella notó que le lamía la palma de la mano.

Zac: Te quiero -farfulló-. Ese sí, ¿quiere decir que sí lo pensarás o...?

Ella apartó la mano y le sonrió.

Ness: Me casaré contigo.

Zac: Cuando quieras. Ya sé lo que piensas de ha­cerlo público demasiado pronto y siento mucho haber reaccionado como lo hice...

Ness: Eso me recuerda que el gran baile de caridad de Penny, el asunto lirio, es el próximo sábado. ¿Te gustaría llevarme?

Zac cerró los ojos durante un segundo y cuan­do volvió a abrirlos, los tenía húmedos. Estaba claro que había reconocido su oferta de paz.

Zac: Me encantaría. -La abrazó y la estrechó contra sí-. ¿Qué piensas hacer el resto de la tarde? -le preguntó antes de besarla-.

Ella le pasó los dedos por el pelo y le sonrió burlonamente.

Ness: Bueno... estoy un poco cansada. A lo mejor me quedo en tu casa para descansar un rato. Luego, me iré con Michael a tomar un helado. ¿Qué te parece?

Él ya estaba desabotonándole la camisa.

Zac: Me parece un buen plan.

Vanessa pensó que lo que llamaban el asunto lirio seguramente era la fiesta más bonita a la que había ido. Penny tenía motivos para estar orgullosa. Del techo colgaban lámparas de cristal.


En to­das las mesas había floreros con lirios preciosos y en la mesa central había una escultura de hielo con forma de lirio. Había arreglos florales de lirios y otras flores en el bufé y tanto los músicos como todas las mujeres que habían acudido recibieron un lirio perfecto que se pusieron en el pelo.

Zac: Apostaría lo que fuera a que todo el mundo está hablando de nosotros -las palabras burlonas le llegaron por encima de la cabeza
mientras bailaban-. Me ha parecido oír que la mujer con un vestido morado ha dicho algo sobre una lagarta.

Vanessa hizo una mueca y le golpeó el brazo.

N
ess: Eres un asqueroso. Estaba espantada de que la gente pensara que yo buscaba tu dinero.

Zac se rió.

Zac: Solo nosotros sabemos tu situación econó­mica. Todo el mundo piensa que eres una viuda rica. A lo mejor piensan que yo busco tu dinero.

Ness: No lo creo. Hay unas cuantas personas que
conocen mi situación. Mi asesor financiero, mi abo­gado y mi contable.

Zac: Ellos no dirán nada. ¿Quién iba a contratar a un profesional que no sabe guardar una
información confidencial?

Ness: Hablando de informaciones confidenciales... Hoy he ido a ver al médico y me ha dicho que tengo que dejar la píldora si quiero quedarme embarazada en el plazo de un año.

Zac arqueó las cejas y sonrió cautelosamente.

Zac: ¿Es lo que quieres?

Ella le sonrió.

Ness: Eres parte de esta familia de más formas de lo que la gente puede imaginarse. Estoy deseando
tener un hijo con tus genes.

Sus ojos azules brillaron, le dio un beso en la cabeza y la abrazó con tanta fuerza que la gente tendría motivos para murmurar, si no lo estaban haciendo todavía.

Zac: Te quiero -le dijo con un tono profundo y ronco-. Estaré siempre agradecido a Mike por haberme dado su corazón y te prometo que mientras siga latiendo te adoraré a ti, a Michael y a todos los hijos que tengamos juntos.

Vanessa cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de Zac mientras paladeaba aquellas palabras. Él tenía la mano de Vanessa sobre el
corazón
que les había dado una nueva oportunidad a los dos.



FIN




¡Awwwwwww!
Bonito, ¿verdad?

Espero que os haya gustado esta nove ¡¡y que me comentéis mucho!!
Pondré pronto la sinopsis de la siguiente si veo muchos coments.

¡Bye!
¡Kisses!

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