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jueves, 28 de junio de 2012

Capítulo 10


Zac bajó corriendo para recibirla.

Zac: Oh, oh -dijo, cogiéndole la mano para hacerla salir del coche-. Tienes una cara…

Ness: ¿Qué cara?

Zac: Como si estuvieras pensando en escapar. Pero ya es tarde. Ya te tengo.

Sin soltarle la mano, Zac le quitó las zapatillas del cuello, se las puso debajo del brazo y empezaron a subir las escaleras.

Ness: Este lugar es enorme.

Zac: Sí; me gusta tener mucho espacio.

Ness: Tiene el tamaño de un pueblo pequeño.

Zac: Casi -pactó poniéndole una mano en la espalda, porque se moría por tocarla-. ¿Lista para un poco de trabajo duro?

Ness: ¿Trabajo? ¿Eso es el baloncesto para ti?

Zac: Lo era. Hoy serás tú la que trabaje y yo el que se divierta.

Ella miró el vestíbulo, que se elevaba hasta la segunda planta y tenía unos enormes ventanales que lo hacían muy luminoso.

Ness: ¿Qué haces aquí? ¿Jugar al baloncesto?

Zac: No, rompería los cristales y mi decorador me mataría. -Ness se quedó mirándolo, y él soltó una carcajada-. Estoy bromeando. Bueno, casi. Miley me decoró la casa, y ahora que lo pienso, probablemente me mataría si rompiera algo. Así que hazme un favor y no toques nada. -Aquello la hizo sonreír, y a él también-. Mucho mejor -murmuró atrayéndola a su abrazo-. No puedes jugar al baloncesto si no sonríes. Esa es la primera regla.

Ness: ¿Y cuál es la segunda?

Zac: Si te dijera que te tienes que quitar la ropa, ¿me creerías?

Entre risas, Ness se apartó.

Ness: Buen intento.

Recorrieron el inmenso salón y atravesaron el comedor formal que nunca se usaba hasta llegar a otro salón en donde había una moqueta mullida, un televisor enorme, tres de los sofás más grandes del mercado y un bar con bebidas de todo tipo.

Zac: Este es mi lugar favorito. El más frecuentado.

Ella asintió, observando que las paredes estaban llenas de fotos de sus amigos, su familia y los acontecimientos de su vida.

Ness: Es muy bonito.

Zac: Gracias -dijo levantando un sobre de la mesita-. Scott ha sido muy amable y ha registrado todas mis caídas del sábado pasado, y ha sido más amable aún al dármelas -le mostró algunas de las humillantes imágenes de él en el agua y sacó la que más le gustaba-. Esta la pondré en la pared en cuanto la amplíe.

Ness lo miró y cogió la fotografía.

Ness: Salimos los dos.

Zac: Sí.

La imagen era de después de hacer surf, por lo que Zac solo llevaba puesto el bañador, y Ness aquel biquini negro que tanto lo excitaba. Cuando Scott había levantado la cámara, Ness había empezado a apartarse, pero él la había rodeado con un brazo. Ella se había vuelto a mirarlo y le había dedicado una sonrisa tan llena de afecto, que a Zac se le había derretido el corazón y había sonreído de oreja a oreja. Scott había captado aquel preciso instante.

Ness: ¿Vas a poner una foto nuestra con las de tu familia y tus amigos?

Zac: Sí. ¿No eres mi amiga, acaso?

Ella cerró la boca y miró la imagen con el ceño fruncido.

Ness: Yo creía que…

Zac: ¿Qué?

Ness le devolvió la fotografía y se dio la vuelta.

Ness: Que estábamos jugando. Que estamos jugando. Yo te enseñé a hacer surf, y ahora tú me enseñas a jugar al baloncesto. ¿Dónde está la cancha? Estoy segura de que tienes una completamente equipada.

Zac se dijo que si ella quería comportarse como si no pasara nada entre ellos, por él estaba bien. Aunque ya no lo alegraba tanto aquella fobia al compromiso como había imaginado.

Zac: Fuera.

La cancha estaba cruzando la cocina y el lavadero, en el jardín trasero, pasando la piscina olímpica. Ness contempló el asfalto agrietado y lleno de hoyos y las antiguas canastas, una de los cuales se había torcido en la última batalla campal con varios amigos.

Ness: Esto es como una cancha callejera.

Él sonrió.

Zac: Sí. ¿No te encanta?

Ness: Pero, ¿dónde están los suelos de madera, las canastas de último modelo?

Él se acercó y la cogió de la barbilla para que lo mirara.

Zac: No crecí en una casa como ésta, ¿sabes? Crecí en un barrio normal y corriente, y jugaba al baloncesto en la calle. Me gusta jugar así.

Ella sonrió, pero enseguida se puso seria.

Ness: Zac…

Zac: No. No cambies de idea.

Ness cerró los ojos.

Ness: No quiero que esto termine. Pero si me quedo, si jugamos, no vamos a parar ahí. Y entonces, mañana todo habrá terminado.

Zac: No te entiendo. ¿Por qué se va a terminar?

Ness: Porque me habré cansado de ti. Siempre me canso de los hombres después de acostarme con ellos.

Él sonrió y sacudió la cabeza.

Zac: Pero no nos hemos acostado.

Ness: Zac…

A él se le desdibujó la sonrisa.

Zac: Lo dices en serio. Quieres irte ahora para que no nos acostemos y podamos seguir viéndonos. -Ness asintió avergonzada-. Los dos tenemos una historia. Una gran parte de la tuya es trágica, y me encantaría poder cambiarla, pero ninguna de nuestras relaciones pasadas debería ser un factor que influyera en esto. Lo que hay entre nosotros es diferente. Original.

Ness: Y aterrador.

Zac: Y aterrador -pactó-. Pero no me importa, y me sorprende que a ti sí.

Ness: ¿Qué significa eso?

Zac: Que creía que tenías agallas y determinación. La primera noche te miré y vi…

Ness: ¿A una chica de playa?

Zac: A una mujer a la que quería conocer más -declaró-; y cuando lo hice vi lo fuerte que eras, la actitud admirable que tenías después de lo mal que te había tratado la vida. Seguiste adelante y ganaste -se acercó más y le acarició los brazos, como si quisiera hacerle ver lo que él veía-. Ganaste. Y es algo que me encanta de ti, Ness. ¿Qué digo? Es una de las cosas más atractivas que tienes. Pujaste por mis clases de baloncesto porque querías. Porque me deseabas. Si has cambiado de idea porque has perdido el valor, entonces no te conozco en absoluto.

Aquello consiguió molestarla.

Ness: ¿Eso crees?

Zac: Sí. Ahora, ¿te quedas o no?

Ella echó un vistazo a su alrededor antes de volver a la desafiante mirada de Zac y sonrió con ironía.

Ness: Tienes una forma de plantear las cosas…

Zac: ¿Sí?

Ness: Bueno, sería estúpida si desperdiciara todo ese dinero.

Él sonrió.

Zac: Sí.

Ness: Además -dijo apartándose para hacer ejercicios de calentamiento con los hombros-. Te voy a dar una paliza.

Zac: Yo creía que esto era una clase.

Ness: ¿Y por qué no jugamos?

Zac no pudo contener la risa.

Zac: Pero soy profesional.

Ness: Ex profesional -puntualizó quitándose la sudadera-. Y no te dedicabas al baloncesto callejero.

Las camisetas eran tan finas que se le marcaban los senos perfectamente. Zac sintió un repentino picor en las manos, por la necesidad de tocarlos.

Ness se puso los calcetines y las zapatillas, y se puso en pie, con los brazos en jarras y arqueando una ceja.

Ness: Métete conmigo y verás -amenazó-.

Zac: ¿Es una declaración de guerra?

Ella sonrió lentamente.

Ness: Sí.

Zac: ¿Jugamos solo en la mitad de la cancha?

Ness: En toda.

Zac: ¿A cinco canastas?

Ness: A once. Y gritaremos nuestras propias faltas.

Zac: ¿Quieres que te dé ventaja?

Ness: Si te hace ilusión, yo jugaré a cinco canastas y tú a once. -Estaba jugueteando con uno de sus tirantes, y él se quedó mirándola absorto-. ¿Zac?

Zac: No hay problema.

Zac estaba seguro de que no le costaría mucho vencerla. Sacó un balón, pero ella se lo quitó de las manos y se alejó botándolo. Después ejecutó el lanzamiento más torpe del mundo y encestó.

Se giró y sonrió con arrogancia. Él soltó una carcajada.

Zac: Supongo que hemos empezado.

Ness: Sí. ¿Quieres que apostemos?

De pie en medio de la cancha, con aquella sonrisa sensual, estaba irresistible. Zac podía estar embobado con ella, pero no había forma de que lo venciera.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: El ganador elige el premio.

Él no se lo podía creer.

Zac: ¿Cualquier cosa?

Ness movió las pestañas, y a él se le escapó una carcajada, porque estaba seguro de que le estaba tomando el pelo y no hablaba en serio.

Ness: De acuerdo, cualquier cosa.

Zac: Conforme.

Con desventaja o no, Zac ganaría y reclamaría su premio. En la cama.

Ness: ¿Listo?

Ness botaba el balón lentamente, cometiendo el clásico error de alejarlo demasiado de su cuerpo.

A Zac se le hizo la boca agua al pensar que exigiría pasar toda una noche con ella. Le arrebató la pelota con facilidad, atravesó la cancha e hizo un tiro que habría hecho suspirar de placer a cualquier fanático del baloncesto.

Después se volvió a mirarla y le arrojó el balón.

Zac: Uno a uno. Sacas tú.

Ness cogió el balón y, tras haber observado los movimientos de Zac, lo hizo botar más cerca, mirando atentamente a su adversario, que le bloqueaba el paso con una fiereza increíble. Se dio cuenta de que estaba desesperado por ganar y se preguntó qué premio tendría en mente.

La idea le hizo tener ganas de sonreír, pero se contuvo, porque también quería ganar. Durante un momento había querido dar la vuelta y salir corriendo de allí, pero Zac la había hecho entrar en razón. Necesitaba hacer el amor con él, aunque solo fuera una noche. Se lo debía a ambos.

Se movió a derecha e izquierda, tratando de abrirse camino. El estuvo a punto de quitarle el balón dos veces. Sin duda, era un profesional, pero ella tenía algo que a él le faltaba y estaba dispuesta a aprovecharlo. Aunque se suponía que la feminista que había en ella jamás habría considerado la posibilidad de usar los senos para ganar un partido de baloncesto, Ness quería vencer a cualquier precio.

Dio un paso atrás, sonrió de manera insinuante, se agachó y se bajó los tirantes del lado izquierdo. Cuando Zac fue por ella, se enderezó. Como no llevaba sujetador, lo único que le sostenía los senos eran los tirantes del brazo derecho.

Zac no se perdió el espectáculo. De hecho, estuvo a punto de tropezar. Ella aprovechó la ventaja, lanzó el balón y anotó otro tanto.

Zac: Falta.

Ness: Más quisieras -replicó arrojándole la pelota al pecho-. Dos a uno. Sacas tú.

Él se quedó mirándola con los ojos tan encendidos de pasión que la hacían desear arrojarse sobre él. Había empezado a sudar y parecía una tentadora y pecaminosa amenaza.

Zac: De modo que así es como quieres jugar. -Ness se limitó a arquear una ceja-. De acuerdo. Pero deberías saber que podría mirarte todo el día, y lo haré, y aun así perderías. -Con aquella declaración, la adelantó fácilmente, trotó por la cancha con absoluta confianza e hizo su tiro-. Dos a dos.

Ella sonrió.

Ness: No cantes victoria.

Zac: ¿No?

Ness: Oh, no.

Los senos se le movían con cada movimiento. Sin dejar de sonreír y botar el balón, Ness se detuvo y lo miró con detenimiento. Estaba segura de que se estaba debatiendo entre jugar el partido y abalanzarse sobre ella. Quería ganar, desesperadamente, pero también quería arrojar la pelota a un lado y atraparla a ella. Aquel conflicto de intereses la divertía y alimentaba su propio deseo.

Cuando Zac notó el brillo en sus ojos, gruñó:

Zac: Me estás matando.

Ness: Eso pretendo.

Ness lo esquivó, lanzó el balón y falló. Oyó que Zac corría detrás de ella y volvió a atrapar la pelota, poniéndola a salvo. Esperaba que se la quitara, pero en cambio él la cogió de la cintura y la levantó para acercarla a la canasta. Esta vez, acertó.

Ness: ¡Personal! -gritó riendo. Sin embargo, la risa desapareció una vez más cuando vio la mirada intensa, seria y casi aterrada en los ojos de Zac. Le puso una mano en el pecho y sintió cómo le latía el corazón-. ¿Qué hay, Zac? ¿Qué pasa?

Zac: No lo sé. Creo que eres tú.

Ella dejó que le acercara la boca y se entregó al beso durante un largo y ardiente momento. Luego se apartó y se lamió los labios.

Ness: Tres a dos. Me toca. -Cogió el balón y, aprovechando la energía del beso que acababan de compartir, atravesó la cancha y lanzó antes de que Zac pudiera parpadear-. Cuatro a dos -dijo, con una sonrisa-. Uno más y te gano.

No obstante, había despertado al monstruo, tanto con sus provocaciones como con el beso, y durante los siguientes minutos él jugó como la antigua estrella de
la NBA que era, elevando su marcador hasta ponerse nueve a cuatro.

Era muy bueno, pero Ness tenía planes para Zac, que incluían ganar el partido para poder reclamar su premio: él. Toda la noche.

Ness: Me muero de calor.

Con aquel comentario, Ness se quitó una camiseta. Mientras él la miraba boquiabierto, lanzó a canasta. Y falló.

Zac apareció por detrás y se aseguró de pegarse a su espalda para torturarla mientras le quitaba la pelota. Con un alarido, ella se separó y lo rodeó corriendo, olvidándose de botar el balón.

Zac: Pasos -gritó. Pero Ness no se detuvo hasta lanzar, aunque solo para volver a errar-. Eso es lo que consigues por hacer trampas.

Ella hizo un nuevo intento y encestó. Con un grito, empezó a dar vueltas y a bailar para celebrar su victoria.

Ness: He ganado.

Zac: Eres una tramposa…

Ness bailó hacia atrás, alejándose de él, y recogió su camiseta.

Ness: Te espero esta noche, Zac.

Zac: Ni siquiera has tratado de… -empezó a decir hasta que cayó en la cuenta de lo que había dicho Ness-. ¿Qué?

Ness: He dicho que te espero esta noche. He ganado, no de la manera más justa ni más limpia, pero no me importa. Esta noche no haré trampas.

Zac: ¿Esta noche?

Ness: Sí -contestó sonriendo orgullosa de su atrevimiento-. Quiero mi premio. Y mi premio eres tú, Zac.

Zac: ¿Yo?

Ness soltó una carcajada al verlo tan aturdido. Obviamente, no esperaba perder.

Ness: Así es. Tú. Esta noche, nuestra primera noche. Haremos que cuente, por si acaso.

Zac: ¿Por si acaso qué?

Por si también era su última noche juntos. Pero en vez de contestar, Ness sonrió, lo saludó y salió de allí.

Atónito, Zac solo pudo mirarla partir. Nunca lo habían dejado así. Nadie. De hecho, era la primera mujer que no quería absolutamente nada de él: ni una promesa ni un diamante; nada.

Nada, excepto su cuerpo, y tal vez solo por aquella noche.

Y lo más increíble era que para él no era suficiente.


Zac se pasó toda la tarde inquieto. No podía negar que estaba nervioso, porque sentía la presión de conseguir que aquella noche fuera tan memorable que ella no pudiera resistirse a repetir. Y volver a repetir. Porque sabía que él no podría alejarse de ella. Se había alejado de docenas de mujeres y jamás había vuelto a pensar en ellas.

Sin embargo, aquel día no dejaba de pensar en Ness y en los futuros posibles. Estaba decidido a hacerla cambiar de opinión, a conseguir que lo deseara tanto como él a ella. No sabía cómo; solo sabía que tenía que encontrar la manera.

De convencerla para que siguieran juntos o de ser capaz de despedirse de ella.

Probablemente, los que lo conocían se quedarían impresionados, pero lo cierto era que por primera vez en su vida adulta se sentía ligado a una mujer. A la mujer más maravillosa que conocía.

Al anochecer fue a casa de Ness, con una botella de vino y un estúpido cosquilleo en el corazón. Cuando aparcó, el café estaba cerrado y con todas las luces apagadas. Se alegró de ver que Ness había cerrado.

Abrió la puerta del coche y sintió un extraño olor, en el mismo momento en que vio salir una columna de humo del escaparate.

Se acercó, olfateando, y pensó que si Ness había cerrado el café, no debería de haber nada encendido. Entonces vio un destello naranja y una llama y, con un nudo en el estómago, empezó a correr.


domingo, 24 de junio de 2012

Capítulo 9


A mediados de la semana siguiente, Miley encontró a su hermano en el jardín, sentado junto a la piscina. Echó un vistazo a la revista de surf que tenía en las manos y soltó una carcajada.

Zac suspiró y la dejó a un lado.

Zac: Gracias por llamar a la puerta.

Miley: Si no querías que entrara, no deberías haberme dado una llave.

Zac: Aun así, podrías llamar.

Miley: De acuerdo -dijo desplomándose en una tumbona cerca de él-. ¿Quieres hablar de eso?

Zac: ¿Eso?

Miley cogió la revista.

Miley: Tal vez deberíamos hablar de Ness.

Zac: ¿Qué pasa con ella?

Miley: No te hagas el tonto conmigo. Esa chica te gusta, y los dos lo sabemos. Es atractiva y encantadora, aunque estoy segura de que me odiaría por decirlo.

Zac: ¿Adónde quieres llegar con esto?

Miley: A que entiendo por qué te gusta. Me gusta que te guste.

Zac: No necesito tu opinión.

Ella sonrió con ternura y le alborotó el pelo.

Miley: Nunca la has necesitado, pero ¿cuándo he dejado de dártela por eso?

Zac: Es solo que no quiero que la involucres, ni a mí, ni a ella y a mí, en otro compromiso en el que…

Miley: ¿En el que qué? ¿En el que tengas que pasar un buen rato? ¿En el que pueda verte sonreír y estar más feliz de lo que te he visto desde que jugabas al baloncesto? Ríndete, Zac. Habla conmigo.

Zac: ¿Quieres que hable contigo? De acuerdo. Este fin de semana me va a enseñar a hacer surf.

Miley: Qué detalle más bonito. Quiere que formes parte de su mundo.

Zac: Yo le pedí que me enseñara.

Miley: Eso es más bonito aún; quieres formar parte de su mundo. ¿Pero no se te ocurrió una mejor forma de estar con ella que arriesgar la vida y la pierna? ¿No has pensado en la posibilidad de hacer algo tradicional, como invitarla a cenar a un buen restaurante?

Zac: No me gusta lo tradicional.

Miley: No confías en lo tradicional -puntualizó-. ¿Y por qué ibas a hacerlo? Tu trabajo era todo menos normal y tradicional, Zac. Pero ahora tienes una vida normal -miró el reloj y se puso en pie-. Mira, sé malo y guárdate tus secretos. Me tengo que ir. Hoy presentamos un cheque por el centro recreativo en el Ayuntamiento, y…

Zac: Me gusta Ness. ¿Contenta? Me gusta mucho. Y estoy muerto de miedo.

Ella se sentó en su regazo y lo abrazó.

Miley: Oh, Zac…

Zac: Lo sé. Soy un neurótico.

Miley: A ella también le gustarás. Seguro que le gustarás -dijo con fiereza-. O la mataré. -Zac rió y la apartó de él. Miley se agachó de nuevo y le dio un beso en la mejilla-. Te quiero, Zac. Y no me mires con esa cara, que solo me preocupo por ti, y lo que voy a decirte es con cariño.

Zac: Dioses…

Miley: Escucha, sabihondo. Deja de enfurruñarte y ve a vivir tu vida. Ve por ella.

Zac: Sí.

Miley: Y piensa que podría ser peor. Podría ser paracaidista o alpinista o algo así.

Tenía razón. Podía ser peor.

Zac lo recordaba.


A medida que transcurrían los días, Ness se pasaba horas hablando por teléfono con Zac, lo cual era raro, porque normalmente odiaba el teléfono. Pero la voz de Zac la hacía sentir extrañamente mareada, y cortaba las comunicaciones preguntándose cómo iba a desplazarlo a una aventura fugaz cuando le gustaba tanto.

El sábado amaneció claro y agradable; el cielo estaba teñido de rosa y lavanda. Las olas rompían en la arena con una fuerza que la hacía desear estar allí, con la tabla bajo los pies.

Se sentó en la orilla, cerca de Ashley y Roger. Scott también estaba allí, y Ness no se alegró de descubrir que encajaba con su peor pesadilla de un novio para Ashley. Tenía que reconocer que era atractivo; era alto, delgado y rubio, y tenía unos músculos cuidadosamente trabajados, pero sus ojos eran fríos. Cuando le rompiera el corazón a Ashley, y Ness estaba segura de que lo haría, se vengaría y disfrutaría con ello.

Ashley, Roger y ella acababan de hacer ejercicios de calentamiento. El mar les lamía los pies, y a sus espaldas estaban las tablas, clavadas en la arena.

Ness había llevado una tabla extra.

Roger hizo un comentario sobre el oleaje. Llevaba un traje de neopreno que le cubría desde las rodillas hasta los hombros, y se había recogido la larga cabellera canosa con una coleta.

Ness: ¿Por qué no te metes? Tú no sueles quedarte sentado mirando a los demás.

Roger: Ya, pero tengo la impresión de que aquí es donde va a estar el espectáculo hoy.

Ashley rió.

Ash: Esto tengo que verlo. Scott ha traído la cámara para tener fotos con las que chantajear a Zac.

Ness: No debería haberos contado lo de esta mañana. Una cámara lo va a espantar.

Ash: ¿De verdad crees que va a venir?

Roger: Depende de si ya se ha acostado con él.

Ness se volvió a mirarlo.

Ness: ¿Qué acabas de decir?

Roger: Que depende de…

Ness: ¡Te he oído! Pero no entiendo qué tiene que ver.

Roger: Bueno, si no has tenido relaciones sexuales con él, aún está en la etapa de la seducción, y vendrá. Créeme. Sé de estas cosas.

Ash: Y si lo has hecho -añadió divertida-, no sentirá la necesidad de levantarse de madrugada, porque ya no necesita complacerte.

Ness: Estáis enfermos, y que conste que él me pidió que le enseñara.

En aquel momento, Ness oyó que el coche de Zac entraba en el aparcamiento del café, y el corazón le dio un vuelco.

Ash: Aún no se han acostado -le dijo a Roger, que asintió con aire de sabiduría-.

Ness movió la cabeza en sentido negativo y se puso en pie.

Ness: Quedaos aquí, los dos. Y no digáis nada.

Zac apareció en lo alto de la duna. La brisa de la mañana le agitaba el pelo. Llevaba una sudadera y un bañador que le llegaba casi hasta las rodillas. Como siempre, independientemente de lo que estuviera haciendo, parecía encontrarse a gusto.

Ness supo que la había visto, porque sonrió. Levantó una mano y lo saludó, y lo miró bajar hacia la playa. Notó que Ashley la estaba mirando y, entre dientes, preguntó:

Ness: ¿Qué?

Ash: Nada.

Ness: ¿En serio? Porque es el «nada» más todo que he oído en mi vida.

Ash: Acabas de saludarlo dando saltitos.

Todos miraron a Zac, que solo tenía ojos para Ness.

Ness: No he dado saltitos -protestó-.

Roger: Sí, lo has hecho. Cariño, ese hombre te tiene cautivada. Y es muy posible que tú tengas el mismo efecto en él.

Ness: Creía que no ibais a decir ni una palabra -replicó acercándose a recibir a Zac. A él se le agrandó la sonrisa-.

Zac: Perdona el retraso. Ya no estoy acostumbrado a los despertadores ni a los madrugones.

Ness: No hay problema. Zac, ya conoces a Ashley. Y éste es mi tío Roger. -Los hombres se dieron un apretón de manos-. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? -le preguntó a Zac-.

Zac: Estoy seguro.

Ness: Pero…

Él le puso un dedo en los labios.

Zac: Quiero hacer esto y quiero estar aquí, contigo.

Ness sintió que se le dibujaba una sonrisa tonta en la boca, y Zac le acarició los labios antes de apartar la mano y volverse a mirar las olas y a los pocos surfistas que había en el agua.

Zac: Bueno. Vamos allá.

Ness: ¿Por qué no haces antes algún ejercicio de calentamiento? -sugirió-. Así evitarás que te den tirones.

Cuando él terminó de calentarse, Ness lo llevó con las tablas. Ashley y Roger seguían sentados allí, al lado de Scott, que había vuelto de su sesión de fotos.

Zac sonrió al ver a su amigo.

Zac: ¿No vais a…?

Ness: No les hables -interrumpió-. A ninguno de los tres. Están castigados. Toma tu tabla. Lo ideal sería que fuera unos treinta centímetros más larga que tú, pero ésta es la más grande que he podido conseguir. Te quedará un poco corta, pero es bastante ancha, está recién lavada y es suave, lo cual hace que con ella sea más fácil aprender.

Zac: De acuerdo.

Zac cargó la tabla hasta la orilla.

Ness: ¿Qué tal tu rodilla?

Zac: Bastante bien.

Ness: Sé que puedes nadar, pero si tienes algún problema, estaré allí.

Él sonrió.

Zac: Me gusta cómo suena eso.

La forma en que la miraba era mortal para las neuronas de Ness. Encima, aquella mañana estaba muy atractivo. No se había afeitado, y la sombra de su mandíbula la hacía desear restregarse contra él como un gato.

Ness: ¿Ves la correa? Tienes que tenerla atada al tobillo para no asesinar a nadie sin querer. No es fácil ver a tiempo las tablas perdidas.

Zac: No perder la tabla -repitió asintiendo-.

Ella se moría por dejar las tablas a un lado y besarlo.

Ness: Y el agua puede parecer muy tranquila, pero hay corrientes peligrosas bajo la superficie, así que ten cuidado. Si quedas atrapado en una, nada en paralelo a la orilla hasta que consigas salir.

Zac: Entendido. ¿Algo más?

Ness: No hagas ninguna estupidez.

Zac: Eso también lo he entendido.

Ness lo miró quitarse la sudadera y desnudar aquel torso magnífico. El bañador le quedaba ligeramente grande y le colgaba por la cadera.

Ness: Vamos. -Cogió su tabla y, cuando empezó a entrar en el agua, recordó que aún tenía puesta la sudadera. Se la quitó y se la arrojó a Ashley-. Antes de empezar a remar, mira siempre a los otros surfistas para ver por dónde conviene entrar en el agua.

Zac: Sí, profe.

Ness pensó que le estaba tomando el pelo, pero cuando lo miró a los ojos lo único que vio fue una sonrisa y una expresión de verdadera felicidad por estar con ella. A su pesar, Ness también sonrió.

Ness: Para remar, túmbate boca abajo en la tabla, con la proa justo encima de la superficie. Usa los brazos como remos por los lados, así -se acostó en su tabla y empezó a remar-. ¿Ves?

Zac: Ya lo creo que veo.

Él le estaba mirando el trasero.

Ness: ¡Zac! -Lo reprendió entre risas-. Hablo en serio.

Zac: Y yo. Mira.

Zac se puso en posición y manejó su tabla con mucha facilidad.

Remaron juntos. A mitad de camino, a ella se le ocurrió pensar en lo mucho que se estaba divirtiendo y lo pronto que se acabaría todo. Tenía que pasar, porque siempre se terminaba; por lo general, por su propia decisión.

Zac: Ness, ¿sigues conmigo? -preguntó tocándole un brazo-. Si no quieres hacer esto…

Ness: No.

Ella se sentó en la tabla y se frotó la sien. Zac también se sentó, mientras ella trataba de pensar, aunque no se le ocurría nada, salvo que aquello estaba bien y que quería estar ahí. Con él.

Ness: Quiero hacer esto -afirmó-. Pero también quiero hacer esto.

Acto seguido, se acercó a él y lo besó.

Él reaccionó inmediatamente: la cogió de la cara y gimió complacido.

Zac: Bueno -dijo, sonriendo después de besarla-, es una buena forma de empezar el día.

Ness no podía estar más de acuerdo con él, pero habían ido a hacer surf. Le mostró cómo estudiar las olas antes de decidir hasta dónde remar, cómo esquivar a otro surfista o a un nadador, y cómo ponerse en posición de cara a la playa.

Ness: Cuando se esté acercando una buena ola y no haya otros surfistas, empieza a remar. Cuando te alcance, te levantará y te empujará hacia delante, así que muévete si es la ola que quieres. Sujétate de las asas y salta para ponerte en pie en el centro de la tabla, con las piernas separadas unos sesenta centímetros -le mostró cómo hacerlo-. Asegúrate de que la proa esté por encima del agua; no demasiado, porque la ola te tiraría, pero lo suficiente para que no se hunda. ¿Entendido?

Zac: Eh…

Ness: Así, mira. -Se volvió a recostar, esperó a que llegara una ola y le enseñó cómo remontarla. Después volvió remando adonde estaba Zac-. ¿Preparado para intentarlo?

Zac: ¿Me resultará tan fácil como a ti?

Ness: No.

Él rió.

Zac: En ese caso, estoy tan preparado como puedo llegar a estarlo.

Neess: De acuerdo. Cuando te dé la orden, rema -esperó hasta el segundo exacto-. ¡Ahora! ¡Rema!

Animosamente, Zac fue por la ola y plantó su cuerpo atlético sobre la tabla. Movió las manos en el aire para buscar el equilibrio que parecía no poder encontrar y cayó de cabeza en la ola.

Ness hizo una mueca de dolor, pero él volvió a la superficie en perfecto estado. Cuando regresó con ella, le ofreció una sonrisa modesta.

Zac: Es más difícil de lo que parece.

Ness: ¿Quieres que lo dejemos?

Zac: No.

Ness volvió a decirle cuándo remar, y él sacó de nuevo aquellos apetecibles músculos para ponerse en posición en la tabla y extendió los brazos para encontrar el punto de equilibrio, aunque tardó tanto en conseguirlo que la segunda cresta lo derribó.

Después de salir a la superficie, se echó el pelo hacia atrás y rió.

Zac: Sí. Desde luego, es más difícil de lo que parece. -Ness lo cogió de la mano y lo atrajo hacia sí. Cuando lo tuvo cerca, cedió a la tentación de tocarle el pecho y los hombros mojados-. ¿Qué haces? -preguntó con la voz algo ronca-.

Ness: Me aseguro de que estás bien.

A él se le encendió la mirada.

Zac: Si digo que no, ¿me seguirás tocando?

Ella soltó una carcajada y lo soltó, pero Zac le atrapó una mano y volvió a llevarla hacia sí.

Ness: Tengo una idea -murmuró-. Monta una ola y después deja que te toque para comprobar que estás bien.

Zac le recorrió el cuerpo con la mirada y, sin previo aviso, la sacó de la tabla, se la sentó en el regazo y la besó.

Sabía tan bien y era tan grande y cálido, que se acurrucó contra él y disfrutó de sus caricias. Pero cuando Zac le puso una mano en el trasero y comenzó a acariciarla cerca de los senos, soltó una carcajada y dijo:

Ness: ¡Para!

Zac: ¿Estás segura?

Era obvio que no estaba segura en absoluto. Temblaba de deseo por él; Zac podía verlo, podía sentirlo.

Ness oyó los gritos de los otros surfistas desde la orilla y supo que se burlarían de ellos.

Ness: Zac…

Él sonrió antes de apartarla de su regazo.

Zac: Deja de distraerme. Aquí viene una buena.

Y se marchó, dejándole el cuerpo ardiendo por su contacto. Zac necesitó dos horas más para conseguirlo, y ella tuvo que ayudarlo. No se rindió en ningún momento, ni siquiera cuando Roger y dos de sus compinches se unieron a ellos y les ofrecieron ayuda entre bromas e insinuaciones. Pero finalmente logró remontar una ola sin caerse de la tabla ni acabar con la cara en la arena. Agotado, se desplomó en la playa.

Ness dejó a Roger y a los otros en el agua, fue con él y le dio una palmada en el trasero.

Zac: No ha estado mal.

La respuesta de Zac fue poco más que un gruñido.

Ness: Entonces… nos vemos el fin de semana que viene.

Él abrió un ojo.

Zac: ¿Qué?

Ness: Para la clase de baloncesto, ¿recuerdas?

Zac: ¿Por qué tenemos que esperar una semana?

Ness: Porque hemos empezado a practicar los fines de semana, y he pensado que para qué estropear un buen plan.

Zac: Necesito un motivo mejor.

La verdadera razón era que ella necesitaba que pasaran siete días entre cada uno de sus encuentros, porque eran demasiado fuertes.

Ness: Porque ahora mismo no estás en condiciones de enseñarme nada -contestó, en un arranque de sutileza-.

Zac: Ah, sí. Cierto.

Ness: De verdad, no lo has hecho tan mal.

Zac: Supongo que si aún te oigo, significa que estoy vivo.

Zac casi no podía mover los músculos. Ness lo recorrió con la mirada, angustiada por lo mucho que deseaba tumbarse encima de él. Normalmente tenía mucho más control sobre su deseo.

Ness: ¿Qué tal la rodilla?

Zac: Sí digo que fatal, ¿me llevarás a tu casa y me harás sentir mejor?

Ashley, que se había acercado con Scott, movió la cabeza con disgusto.

Ash: Y yo que tenía tantas esperanzas puestas en ti…

Zac: Un desastre, ¿eh?

Ash: Ni que lo digas.

Zac: Sí, puede que tengas razón -reconoció poniéndose en pie y cogiendo a Ness de la mano ¿Y qué te parece esto? Te invito a desayunar.

Scott: Mucho mejor -rió al ver la mirada desconfiada de Ashley-.

Ness: Pero es la hora de la comida -puntualizó-.

Zac: De acuerdo. ¿Puedo invitarte a comer?

Ness: Tengo que trabajar.

Ash: Yo te cubro -ofreció-.

Pero Ness negó con la cabeza.

Ness: Prefiero trabajar.

Zac: Está bien -dijo parpadeando con inocencia-. En ese caso, ¿puedes ponerme un poco de loción en la rodilla antes de que me vaya?

Ness no se lo podía negar, y él lo sabía. Antes de que pudiera pensárselo mejor, Zac la siguió a su piso y al pequeño cuarto de baño, donde guardaba el ungüento.

Cuando Ness se dio la vuelta para darle el frasco, él la cogió de las caderas y la apoyó contra el tocador.

Ness: Zac…

Zac: Ness -murmuró rozándole las mejillas con la boca-, no puedo dejar de pensar en ti, en tu sabor. Déjame probarte otra vez.


Zac solo llevaba puesto el bañador; tenía el pecho desnudo y mojado; sus hombros parecían increíblemente anchos, e inclinaba la cabeza mientras le mordisqueaba las comisuras de los labios. La estaba acariciando con delicadeza, con la misma concentración absoluta que había dedicado a intentar aprender surf.

Ella le pasó las manos por la espalda, cubierta de arena, y le dio lo que quería: otro beso. Con un gemido gutural, él le devoró la boca y dejó la loción en el lavabo para poder sujetarle el trasero con las dos manos, mientras ella le rodeaba la cintura con las piernas y lo abrazaba por el cuello.

Zac: Mmm… -gimió al atraerla contra su erección-.

El deseo de entregarse y de dejar que le hiciera el amor en ese preciso momento era tan fuerte, que Ness estuvo a punto de quitarse el biquini y ponerse de rodillas. Sin embargo, se apartó.

Ness: Tengo cosas que hacer.

Necesitaba poner tiempo y distancia entre ellos para poder volver a respirar con normalidad. Iría a preparar emparedados en el café para despejar su mente y tal vez se tomaría un trozo de tarta de chocolate. Estiró la mano hacia atrás, cogió el frasco de loción y se lo dio.

Ness: Nos vemos el sábado.

Zac: Cobarde -bromeó-.

Aun así, Zac la soltó y la siguió hasta la puerta, por lo que Ness supo que era tan cobarde como ella.


Durante la semana siguiente, Ness se mantuvo ocupada. Tenía el café, que afortunadamente estaba a pleno rendimiento con la actividad del final del verano. También tenía a sus amigos, el surf y otro montón de cosas en su vida, además de su obsesión por hacer brownies comestibles.

Pero estar en el agua solo le recordaba al hombre con el que soñaba todas las noches. Y no la ayudaba que Ashley se divirtiera preguntando por él, ni que Zac la llamara todas las tardes para pasarse horas hablando por teléfono.

Para cuando llegó el sábado y se estaba vistiendo para reunirse con él, apenas podía mantenerse en pie. Se iba a acostar con él, aunque no precisamente para dormir. Bien al contrario, se metería en la cama con él para moverse mucho; una clase de ejercicio que le fascinaba.

Y después, terminaría con él y podría seguir con su vida. Así había sido siempre, y así sería aquella vez. Lo besaría con ternura y se iría. Y nunca lo volvería a ver.

Desde luego, sería algo mutuo. Ness no tenía grandes ilusiones sobre sí misma. No se consideraba gran cosa; de hecho, sabía que podía ser bastante difícil, que era una solitaria natural y que no estaba hecha para las relaciones.

Con todo aquello en la cabeza, condujo hasta la casa de Zac. Ella había propuesto que se reunieran en un colegio o en un gimnasio, pero él se había reído y había dicho que quería intimidad.

Intimidad. A ella le sonaba bien.

No le sorprendió que viviera en la zona más elegante de Malibú, y cuando llegó a la entrada se quedó mirando la casa de playa más grande que había visto en su vida. No tenía idea de por qué no se le había ocurrido que Zac Efron sería millonario. Probablemente tenía más dinero del que ella podía soñar y más formas de gastarlo de las que podía contar. Con cierta incomodidad, llamó al portero electrónico y esperó.

Zac: Hola -dijo por el altavoz-. Estás muy apetecible.

Ella miró lo que había tomado por un espejo y se dio cuenta de que era una cámara. Rió, porque, a falta de ropa apropiada para jugar al baloncesto, se había puesto unos pantalones cortos de neopreno y dos camisetas de tirantes, una encima de la otra, además de una sudadera para protegerse del frío de las primeras horas de la mañana. No se podía decir que estuviera exactamente elegante. Había encontrado unos calcetines en el último momento, y los había metido en las zapatillas que tenía colgadas del cuello.

Ness: ¿Necesito una clave para entrar o qué?

Zac: No, solo una sonrisa.

Oírlo la hizo sonreír.

La puerta se abrió para dejarla entrar. Ness condujo hasta la casa, detrás de la cual estaba su adorado océano. Aparcó justo frente a las escaleras y echó un vistazo. La finca, hectáreas y hectáreas de césped y jardines naturales, la dejó sin habla.

No podía imaginar cómo sería tener tanto terreno, con una playa privada, libre de bañistas y de suciedad. Era el paraíso en la tierra.

Ness: Esto es demasiado para mí -murmuró mientras apagaba el motor, preguntándose si Zac tendría criados y cocineros-.

Se recordó que había ido porque tenían una conexión sexual. Una atracción que le calentaba la sangre y que le imploraba que pasara a la acción.

Que pasara a la acción con él. Además, había gastado mucho dinero en aquellas clases de baloncesto, y la tacaña que había en ella no lo iba a desperdiciar. Pero por mucho que su mente insistiera en que era una mala idea, su cuerpo esperaba que aprender a jugar al baloncesto significara tener las manos de Zac encima todo el tiempo.


miércoles, 20 de junio de 2012

Capítulo 8


Mientras caminaban hacia el Wild Cherries, podían oír el suave silbido de la brisa marina del atardecer, el sonido de las olas rompiendo contra la playa y el tráfico de la carretera.

Zac siguió a Ness por las escaleras de la parte trasera del café hasta su piso, y la miró mientras sacaba las llaves del bolso y abría la puerta. Ella se apartó a un lado para que pudiera pasar, y en el fondo de sus ojos marrones, Zac vio buen humor, inteligencia y hambre. De él.

Y se habría atrevido a atacar de no haber visto que había algo más. Cariño.

No el cariño de «me encanta tu cuerpo» ni el de «hazme gozar esta noche» sino algo mucho más profundo. Zac respiró hondo, preguntándose cómo reaccionar.

Una parte de él quería salir corriendo de allí. Otra, quedarse y hacer lo que nunca había hecho: aceptarlo, arriesgarse, alimentarlo.

Evidentemente, estaba perdiendo la cabeza. Por su propio bien, ninguna mujer había llegado a conocerlo realmente, y ninguna iba a hacerlo. Ni siquiera Ness, que vivía frente a la carretera más transitada de la ciudad, encima de un café de mala muerte, y que no parecía interesada por su fama y su dinero; una mujer que, una semana atrás, lo único que sabía de él era que se llamaba Zac.

Pero ya sabía quién era, y si algo había aprendido con los años de acoso del público, de la prensa y de todos los que estaban a su alrededor, era que había muy pocas personas no se dejaran afectar por su fama.

No. Como le había dicho durante aquel baño de medianoche, no quería una relación, por muy tentadora que fuera. Y aunque Ness era divertida, estimulante, atractiva y maravillosa, nada alteraba su decisión.

Ness: Deja de pensar tanto, Zac. No es complicado. Lo único que quiero es ayudarte a aliviar el dolor.

Otro elemento de confusión, porque él no le había dicho que le dolía la rodilla. De hecho, no habían hablado del tema, ni de su trabajo anterior. Ella había bromeado con lo de la jubilación, pero había sido todo.

Zac estaba acostumbrado a salir con mujeres que esperaban que fuera la estrella que la prensa había hecho de él. Lo cierto era que aquéllas que querían su fama querían las ventajas que conllevaba y esperaban que él se las proporcionara.

Desde el primer momento se había dado cuenta de que Ness era distinta. Ella seguía sin tener idea de lo atractivo que había sido para él que no lo hubiera reconocido, pero acababa de mencionar su rodilla, lo que significaba que tenía algo más que un conocimiento superficial de su historia.

Ness: No vas a encajar muy bien aquí -advirtió-, es un piso muy pequeño.

Acto seguido, lo cogió de la mano y lo llevó a la cocina, que aunque era pequeña como un armario, era cálida y acogedora. El suelo no estaba lustrado, pero estaba limpio. Las sillas no hacían juego con la mesa, pero quedaban bien. Las alacenas no tenían puertas, y se podía ver que su interior estaba minuciosamente ordenado.

Zac: ¿Cuánto hace que vives aquí?

Ness: Desde que empecé a trabajar todo el día para Roger.

Zac: ¿Tu tío?

Ness: Sí. Y cuando se jubiló hace unos años, me pareció lógico comprar el edificio. Desde luego, estoy hipotecada hasta las orejas y cuando esté muerta y enterrada seguiré pagando letras -confesó, entre risas-. A veces, el presupuesto me obliga a comer lo que sobra en el café, pero es el precio de tener un espacio propio.

Él había comprado una casa de varios millones de dólares en las colinas sin pensárselo dos veces. Tenía tanto dinero que rara vez miraba el precio de las cosas y nunca, nunca, comía sobras para vigilar su presupuesto. En realidad, no tenía presupuesto.

Ness miró las sillas y después la enorme figura de Zac y, con una sonrisa, sacudió la cabeza. Lo hizo pasar de la cocina al salón, que también era pequeño, cálido y acogedor. Había dos ventanas con vistas al mar, más suelos de madera y un sofá sorprendentemente largo que parecía tan cómodo que Zac estuvo a punto de suspirar.

El piso no debía de tener más de sesenta metros cuadrados, no mucho más que su vestíbulo, y aun así, Zac nunca se había sentido tan en casa como en aquel momento.

Ness: Siéntate. Ahora vuelvo.

Él se estremeció ante la promesa, pero cuando Ness regresó, no se había quitado la ropa, no llevaba un preservativo entre los dientes ni lo estaba mirando con pasión; las tres fantasías que se le habían pasado por la cabeza mientras la esperaba.

Solo había ido a buscar un frasco verde.

Ness: El ungüento -anunció, sentándose en la mesita, entre las piernas separadas de Zac. Una posición erótica que lo hizo seguir fantaseando. Ella lo miró a los ojos-. ¿Qué pasa?

Zac no podía decirle que lo que pasaba era que estaba muy excitado y que ella no parecía ser consciente de lo que le estaba haciendo.

Zac: ¿Cómo sabías que me dolía la rodilla? ¿O cuál me dolía?

Ness: Porque te has pasado todo el rato evitando apoyarte en la pierna derecha.

Ness le subió la pernera del pantalón, destapó la botella, se puso loción en las manos y las frotó, mirándole la rodilla y la cicatriz de quince centímetros que tenía junto a la rótula.


Zac: Huele fatal -dijo frunciendo la nariz-.

Ness: Pero te sentará muy bien. -Le puso las manos en la rodilla, y él dejó escapar un grito ahogado-. ¿Está frío? Perdón.

Zac: No, es…

Se sentía de maravilla. Aunque no sabía si era porque el ungüento lo estaba aliviando o porque las caricias de Ness eran tan placenteras que hacían que el resto de su cuerpo quisiera llorar y fingir que también estaba dolorido.

Ness: ¿Cuándo te operaron?

Zac: ¿La última vez? Hace casi ocho meses. Está bien. Está curada.

Ness: Y aun así dejaste el baloncesto.

Él la miró a los ojos.

Zac: Curada para caminar es una cosa, pero para jugar en
la NBA es otra.

Ness: Eso debió de destrozarte.

En todo el tiempo que había pasado, nadie lo había dicho de una manera tan explícita como ella, ni siquiera su familia. Lo habían evitado por cariño, pero le dolía de todas formas.

Zac: Sí -reconoció, conmovido-. Durante un tiempo lo pasé muy mal.

Ness: ¿Y ahora qué haces? Con el tiempo libre, quiero decir.

Zac: Dejar que el público me tire al agua en las ferias.

Ness: Imagino que no estás obligado a dejar el baloncesto definitivamente. No sé, podrías entrenar, ser comentarista en los partidos, arbitrar…

Zac: Ya lo hago. Dirijo la liga del centro recreativo. No es un trabajo muy exigente, pero el cambio de ritmo está bien. Ahora veo la televisión hasta la hora que quiero sin preocuparme por los toques de queda; como lo que quiero; hago ejercicio por diversión y no por necesidad; y ya no tengo que consultar a un comité cada una de mis decisiones, desde qué zapatos usar hasta cuántas horas dormir, pasando por todo tipo de tonterías.

Ness: Eso debe de ser una liberación.

Zac: Sí. Como no tener que ser un ejemplo, cuando nunca pretendí serlo. Como entrar en una cancha y saber que no hay presiones, solo diversión.

Ness: ¿Y de verdad no lo echas de menos?

Ness tenía el corazón en los ojos. Para él.

Zac le miró las manos en su rodilla, y le puso las suyas en los muslos. Algo fácil de hacer dado que estaba sentada entre sus piernas.

Zac: Se me ocurren cosas más interesantes que hablar de esto. Darte un masaje, por ejemplo.

Ella rió.

Ness: No me puedo creer las frases que sueltas. ¿De verdad esperas que me seduzcan?

Zac: ¿Estás diciendo que no quieres que te devuelva el favor? -replicó echándose hacia adelante para darle un mordisco en el hombro-. Mira que tengo unas manos geniales, Ness.

A ella se le escapó un gemido cuando Zac empezó a besarle el cuello.

Ness: ¿Estás tratando de evitar que hablemos?

Él la cogió de la cintura y la levantó de la mesa para sentarla sobre su regazo.

Zac: ¿Por qué iba a hacer algo así?

Ness soltó otro gemido cuando él le mordió el lóbulo.

Ness: No sé.

Zac: No tengo nada en contra de hablar -murmuró acariciándole suavemente la espalda-. Puedes hablar todo lo que quieras, mientras yo te beso entera, de pies a cabeza.

Con una carcajada, Ness se apartó un poco.

Ness: Tu rodilla debe de estar mucho mejor.

Él estiró la pierna.

Zac: La verdad es que sí.

Ella sonrió con ternura.

Ness: Bien -dijo, levantándose y dándole el frasco-. Puedes llevártelo. Frótatelo un par de veces al día…

Ness se interrumpió cuando Zac la atrajo de nuevo hacia sí y la besó. Abrumada, se quedó inmóvil unos segundos.

Al parecer, él se lo tomó como un desafío, porque la soltó enseguida, como si supiera instintivamente que era capaz de resistirse a su pasión desenfrenada, pero no a su lento y seductor deseo.

Le deslizó una mano por la nuca y con el otro brazo le rodeó las caderas, mientras jugaba tierna y delicadamente con su boca. Le besó una comisura, luego la otra, y después le lamió los labios muy despacio hasta conseguir que los separara.


Y solo entonces entrelazó su lengua con la de Ness en una danza acompasada que la hacía mover las caderas y revelar lo que su mente no quería admitir, pero su cuerpo no tenía intención de negar.

Zac: Aún tienes el biquini mojado -dijo acariciándole el trasero. Ella cerró los ojos y tembló de anticipación-. ¿Tienes frío? -preguntó abrazándola más-.

Ness: No.

Zac la miró a los ojos y le deslizó una mano por el estómago, rozándole el borde de los senos, tensos por la excitación.

Zac: ¿Seguro? -Ella asintió, reconociendo en silencio que no era el frío lo que le endurecía los pezones. A él se le dibujó una sonrisa-. Me has invitado a tu casa solo para ponerme loción en la rodilla, ¿verdad? No para una sesión de sexo salvaje y desinhibido…

Ness: Así es -contestó riendo y tocándole la frente con la suya-. Pero he pensado mucho en el sexo salvaje y desinhibido. ¿Eso cuenta?

Zac: Ya lo creo que sí. Supongo que esta noche me toca otra ducha fría.

El comentario mereció una sonora carcajada de Ness.

Ness: ¿Otra?

Zac: Me pasé media hora debajo del chorro de agua fría después de nadar contigo a la luz de la luna.

Ness: ¿El mar no estaba lo bastante frío para ti?

Zac: No contigo dentro. -La vio sonreír y gruñó-. Oh, no, estoy perdido -suspiró-. Te he dado mucho más poder sobre mí.

Ness: Tengo la sensación de que nunca dejas que nadie tenga poder sobre ti.

Zac: Reconozco que no lo hago muy a menudo. Esa loción es muy buena. ¿Qué otras cosas mágicas tienes?

Ness: Solo ésa. Es mi única trampa.

Él ladeó la cabeza y la miró con detenimiento, con una sonrisa en los labios.

Zac: Lo dudo. Eres una mujer interesante, Ness. Me gusta eso. Me gustas.

Ness: No soy tan interesante.

Zac: Tienes un café en el que se sirven emparedados de jamón, algas marinas, alcachofas y mozzarella, pero eres incapaz de hacer unos brownies decentes. Tienes un talento natural para tratar con los niños, pero la idea de formar una familia con un hombre te provoca urticaria.

Ness: No eres la persona más indicada para decir eso.

Zac: Pero estamos hablando de ti -le recordó tocándole una mejilla-. Te pones nerviosa cuando estás sentada sobre un barreño enorme lleno de agua, pero te encanta hacer surf en el mar -rió y sacudió la cabeza-. Eres una suma de contradicciones, pero eres la suma de contradicciones más sensual que he visto en mi vida.

Ness: Tú no eres muy distinto.

Ness dejó de hablar al sentir la mano de Zac subiéndole por las pantorrillas. Respirar se volvió un desafío.

Zac: ¿En serio? -murmuró-.

Los dedos de Zac le acariciaban las corvas de una manera que la hacían desear separar las piernas para invitarlo a seguir. Aunque, por pura determinación, las mantuvo juntas.

Ness: Sí.

Zac: ¿Cómo es eso? No sé cocinar, y no se puede decir que se me den muy bien los niños.

Aquello la hizo reír.

Ness: Claro que se te dan bien. Los niños te adoran. Te consideran un ejemplo.

Zac: No soy un ejemplo para nadie.

Ness: Aun así, los niños te adoran -afirmó esforzándose para que las caricias de Zac no la distrajeran-. Sé que tuviste problemas con la prensa, que te acusaban de ser difícil y de comportarte como un divo. Estoy segura de que eso duele -lo miró a los ojos y le puso una mano en el pecho-. Pero la verdad es que eres demasiado reservado para que las cosas que dicen de ti sean ciertas.

Zac: No he sido ningún santo, Ness.

Ness: Mejor, porque yo tampoco lo he sido. Los santos son aburridos. En cualquier caso, lo pasado, pasado está.

Zac: Afortunadamente, sí.

Él le deslizó la mano por la pierna y empezó a trazarle círculos con el pulgar en la cara interna del muslo. Ness sintió que le hervía la sangre y puso una mano sobre su vestido para detenerlo, porque no lo podía soportar.

Ness: Y puedo decirte todo esto -declaró- porque, como he dicho, somos muy parecidos.

Zac: Yo prefiero las diferencias.

Zac estiró un dedo debajo de la mano de Ness, rozándole apenas, solo apenas, la parte inferior del biquini. Ella se estremeció, pero a pesar de lo que le rogaban sus hormonas, aún no estaba preparada para desinhibirse con él.

Ness: ¿No tienes la impresión de que tu vida se ha vuelto muy rutinaria? -preguntó, mirándolo a los ojos-. ¿Como estancada?

Él se puso tenso.

Zac: Puede ser.

Ness: Yo me lo he planteado, sobre todo desde que te conocí. ¿Puede la gente dejar atrás su vida? Porque me preocupa sentir que tengo que hacerlo.

Zac: Tal vez solo dejamos atrás algunas cosas -dijo con seriedad-. Para dar lugar a otras.

Ness: Eso es muy intuitivo para un hombre al que no le gusta pensar en el futuro.

Zac: Creía que eso no era ningún problema para ti.

Ness: No lo es. En realidad, es uno de los motivos por los que me resultas tan atractivo -reconoció-. Porque vives el momento, relajado y sin preocupaciones.

Zac la miró detenidamente.

Zac: Y eso te encanta, ¿verdad?

Ness: Sí. Sin presiones, sin preocupaciones.

Zac: Sin presiones, sin preocupaciones -repitió con una sonrisa-. Entonces, ¿por qué no estamos haciendo el amor y abandonándonos al momento?

Ness: Porque hasta las mujeres con fobia al compromiso tienen sus límites -contestó poniéndose en pie-. Y uno de mis límites es saber dónde me estoy metiendo antes de irme a la cama con alguien.

Zac: Lo que ves es lo que hay -afirmó pero también se levantó del sofá-.

Ella fue hasta la puerta y la abrió. Deseaba con todas sus fuerzas que no volviera a tocarla, porque si lo hacía, cedería más de prisa que una maleta barata.

Zac se acercó a la puerta con un suspiro. Había anochecido. Miró a Ness y sonrió.

Zac: El tiempo pasa volando contigo. -Ella echó un vistazo y se sorprendió al ver el cielo negro-. Aún te debo unas clases de baloncesto. Y a cambio, quiero pedirte un favor.

Ness: Te recuerdo que he pagado por esas clases.

Zac: Tranquila; esto te va a divertir. Quiero que me enseñes a hacer surf. -Ella se quedó boquiabierta y después soltó una carcajada-. ¿Tan raro te parece?

Ness: No, pero, ¿por qué quieres aprender ahora a hacer surf?

Zac: Porque tú haces surf.

Ness creyó que se iba a derretir.

Ness: Hago surf desde que empecé a caminar, Zac.

Zac: Entonces, enséñame.

Ness: Estás loco.

Él sonrió.

Zac: Pero a ti te gustan los locos.

Ness: Sí.

Zac: Entonces, enséñame.

Ness: De acuerdo. Tú me enseñarás a jugar al baloncesto, y yo te enseñaré a hacer surf -extendió una mano para sellar el trato-. De hecho, seré la primera en empezar. Nos reuniremos aquí el fin de semana que viene. El sábado a las cinco y media de la mañana.

Zac: ¿De la mañana?

Ness: De la mañana.

Zac la miró a los ojos y sonrió mientras la atraía hacia sus brazos para darle un beso que la dejaría aturdida.

Zac: Que sea a las seis y media -murmuró contra la boca de Ness-.

Ness: A las seis o no hay trato. La mañana es la mejor hora para hacer surf.

Él le ofreció otra de sus sonrisas sensuales y suspiró.

Zac: De acuerdo, a las seis. -Su aceptación fue seguida de otro beso apasionado que la dejó temblando-. Buenas noches.

Ness: Buenas noches.

Zac: Que tengas dulces sueños -dijo antes de perderse en la noche-.

Ella se quedó mirándolo, sonriendo como una idiota. Aquello era perfecto, solo piel, solo diversión, justo como a ella le gustaba.

Pero al pensarlo se le desdibujó lentamente la sonrisa.


domingo, 17 de junio de 2012

Capítulo 7


Ness bajó corriendo al Wild Cherries y se quedó junto a la barra con tanta naturalidad como pudo, justo cuando Zac entraba en el local. Se recordó que tenía que mantener la calma, pero aunque hacía fresco, la visión de Zac le provocaba un calor infernal.

A causa del clima, los clientes del café pedían bebidas calientes, en lugar de los típicos zumos y refrescos. Ness sabía que Ashley y las dos chicas que había contratado aquella temporada podrían ocuparse del local en su ausencia.

Ashley estaba a unos pocos metros, pasando un trapo húmedo por la barra, y sus cejas arqueadas indicaban que no solo había visto llegar a Zac, sino que también había visto a Ness llegar corriendo.

Chad estaba sentado cerca de la ventana con unos amigos y, por su sonrisa cómplice, era evidente que también lo había visto. Ness le hizo una mueca, pero cuando Zac avanzó directamente hacia ella, el corazón le dio un vuelco. Llevaba una camiseta blanca, unos pantalones de los San Diego Eals, gafas de espejo y una expresión inescrutable.

Ella se sentó en un taburete, con el pulso acelerado. Ashley puso dos tazas de chocolate caliente delante de ella y le susurró:

Ash: Cuidado. Se te cae la baba.

Ness miró a Zac acercarse y respiró profundamente.

Ness: Hola -dijo, con toda la naturalidad posible-.

Zac: Hola. -Se le iluminó la cara y se quitó las gafas. Le brillaban los ojos, y Ness pensó que aquella mañana estaba muy guapo. Zac se sentó junto a ella y aceptó la taza de chocolate-. Gracias -dijo, bebiendo un poco-. Hoy no hace tanto calor como esperaba.

Tal vez no, aunque Ness sentía que se estaba asando al ver cómo se movía la nuez de Zac cuando bebía.

Él la cogió de la mano y la miró de la cabeza a los pies. Ness llevaba un vestido de tirantes color turquesa. Sabía que la tela era muy fina y se le transparentaba el biquini, y también sabía que tenía un aspecto aceptable.

Pero por el calor de los ojos de Zac supo que podía considerarse bastante más que aceptable.

Zac: Otra vez con el biquini debajo de la ropa -comentó bebiendo un poco más de chocolate-.

Ness: Me he tomado a pecho eso de que nos van a tirar al agua.

Zac: Sí. Solo espero que Miley estuviera bromeando al decir eso.

Ness: Pronto lo sabremos.

Zac: Sí.

Él se puso en pie y, sin soltarle la mano, la hizo levantarse. A Ness se le desdibujó la sonrisa al verlo mirarla con tanta seriedad.


Ness: ¿Qué pasa?

Él sacudió la cabeza y la tomó de la nuca con la mano que tenía libre. Con el rabillo del ojo, Ness vio que Ashley estaba atenta a todos sus movimientos.


Zac: Me he pasado toda la semana pensando en ti -murmuró. El comentario la dejó sin aliento. Igual que el beso tierno que le plantó en los labios-. ¿Nos vamos?

Ness: Sí.

Tremendamente consciente de las miradas de todos los que estaban a su alrededor, Ness no fue capaz de reconocer que ella también había estado pensando en él. Cada segundo.

Ash: Que os divirtáis -dijo recogiendo sus tazas-. Y tened cuidado.

Salieron al aparcamiento. Zac le abrió la puerta del acompañante, pero en vez de entrar, ella lo miró a los ojos y declaró:

Ness: También he pensado en ti.

Acto seguido, Ness se acomodó en el asiento y cerró la puerta, ante la expresión de sorpresa de Zac. Cuando él entró en el coche no dijo nada. No era necesario; su sonrisa lo decía todo.

«Que os divirtáis»
, había dicho Ashley. «Y tened cuidado».

El único problema era que no había forma de que Ness pudiera hacer las dos cosas al mismo tiempo; no con aquel hombre.

La feria bullía con la actividad previa a la apertura. Zac miró su puesto y dijo:

Zac: Lo decía en serio.

Ness rió. Había docenas de juegos en los que se podía perder tanto dinero como se quisiera, y más. Había puestos de artesanía, y una amplia variedad de ofertas gastronómicas. Camino de su puesto, Zac había tenido que detenerse a firmar autógrafos y, aunque lo hacía de buen grado, eludía las preguntas personales, tan reservado como siempre.

La música llenaba el aire, y Ness se descubrió sonriendo con anticipación y entusiasmo cuando vio el sitio que les había tocado. Era un enorme depósito de agua con un asiento encima, que parecía un trampolín, y encima estaba el lugar al que había que lanzar las pelotas. Cuando una diera en el blanco, el asiento se caería.

Ness: Mira el lado positivo, Zac. Hay que tirar desde muy lejos, y el blanco es muy pequeño. Ningún niño le va a dar. Nos pasaremos el día secos.

Zac: ¿Sí? ¿Por qué no vas y lo compruebas? De hecho, yo seré el primero en lanzar, solo para asegurarnos.

Ness: Oh, no -contestó entre risas-. Deberías ir tú primero.

Zac: ¿Y eso por qué?

Ness se moría por ver si estaba tan guapo mojado a plena luz del día como lo estaba a la luz de la luna.

Ness: Para comprobar que es seguro -dijo, en un arrebato de brillantez-.

Él rió con complicidad, y cuando sonó su móvil, contestó.

Zac: ¿Ahora qué pasa, Miley? ¿No nos hemos visto hace tres minutos en la entrada? -preguntó, con fastidio-. ¿Que estás a punto de abrir y necesitas que me coloque en ese asiento? Genial, gracias. Sí, sí, yo también te quiero, pero no dormiría con los dos ojos cerrados si estuvieras conmigo.

Zac cortó la comunicación, se guardó el teléfono en el bolsillo y miró el enorme barreño con terror.

Ness no pudo contener la risa.

Ness: Creía que no le tenías miedo al agua.

Él se quitó los zapatos y los pantalones, debajo de los cuales llevaba un bañador azul.

Zac: No le tengo miedo a nada -dijo, quitándose la camiseta-.

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para no tragarse la lengua. Como había comprobado la semana anterior, el hombre no había perdido ni uno solo de sus músculos desde que había dejado de jugar. Ness había estado leyendo mucho sobre su trayectoria profesional. Había sido uno de los mejores jugadores de baloncesto del país, hasta que las múltiples lesiones en la rodilla y las operaciones subsiguientes lo habían apartado de la cancha. Zac aseguraba no tenerle miedo a nada, pero ella sabía que no era cierto, porque se lo había dicho.

Ness: Salvo al compromiso -le recordó-. Te da miedo el compromiso afectivo.

Él le tiró la camiseta a la cara. Cuando Ness se la quitó, después de embriagarse con su delicioso perfume, Zac arqueó una ceja.

Zac: Dijo la sartén al cazo. -Ella levantó la cabeza-. De acuerdo. A ninguno de los dos nos gusta reconocer que tenemos miedo. Somos grandes, fuertes y con una superficie impenetrable -caminó hacia la escalera que conducía al asiento colgante-. Pero apuesto tu bonito trasero a que mi superficie impenetrable se congelará si alguien consigue dar en el blanco.

Ness contuvo la risa al ver la cara que ponía mientras se sentaba; parecía que prefería que lo torturasen a tener que estar allí.

Ness: No te preocupes. Estoy segura de que el agua no está tan fría.

Zac: Me aseguraré de que lo compruebes.

Zac miró a la multitud que se abalanzaba desde la puerta principal. En menos de un minuto, había una larga fila de niños ansiosos por tirar a Zac el Escandaloso al agua.

En secreto, Ness esperaba que alguno lo consiguiera. Deseaba ver aquel cuerpo perfecto mojado y reluciente.

La primera en intentarlo fue una niña de unos siete años. Ness le cambió los billetes por dos pelotas pequeñas.

Ness: Tíralo. Está deseando darse un chapuzón.

La niña falló el primer lanzamiento, se mordió el labio inferior y miró a Ness con los ojos llenos de determinación.

###: Lo quiero hundir.

Ella la hizo cruzar la línea y la acercó un metro y medio a Zac.

Ness: Inténtalo de nuevo.

Zac: ¡Eh! -protestó-.

Ness lo miró y sonrió divertida.

La pequeña volvió a fallar, y a Ness le pareció oír que Zac suspiraba aliviado.

El siguiente de la fila era un adolescente que parecía tener un buen brazo. Ness le dio las dos pelotas y lo animó a derribar a Zac.

♣: Lo haré -prometió el chico-.

La primera pelota dio en el borde del blanco, pero no con la fuerza suficiente para soltar el asiento.

Ness: Vamos, puedes hacerlo -lo alentó evitando mirar a Zac mientras el chico se preparaba para su segundo tiro-.

Zac: ¿Ness? -la llamó. El adolescente se detuvo-. Por cada chico al que animes a hundirme -continuó-, compraré una pelota cuando tú estés aquí. Y créeme, no voy a fallar ni una sola vez.

Todos los de la cola rieron.

Ness: Eso podría costarte mucho dinero -replicó-. Y además, no me gustaría que te hicieras daño en el hombro con el esfuerzo. De hecho, voy a hacer un cartel de advertencia, porque ahora que lo pienso, los jubilados no deberían jugar en esta atracción. Es muy peligroso para su salud.

Más risas.

A Zac se le dibujó una sonrisa perversa.

Zac: No te preocupes por mi salud, cariño. Puede que esté jubilado, pero sigo estando en plena forma.

Las hormonas de Ness se descontrolaron totalmente.

El adolescente lanzó su segunda pelota y dio de lleno en el blanco.

Los niños saltaron de alegría al ver caer a Zac, y cuando volvió a la superficie, se echó el pelo hacia atrás y miró a Ness directamente. Siguió haciéndolo mientras se empujaba hacia arriba para volver al asiento. Mojado y reluciente, con el aspecto del dios pagano del pecado y mirándola con ojos brillantes, Zac sonrió con malicia.

Ness tragó saliva e hizo pasar al siguiente.

Una joven que lo miraba con tanto deseo como ella le dio los billetes, se humedeció los labios y se aseguró de estar tan cerca de la línea como pudiera.

♣♣: No me voy a mover de aquí hasta que lo tire -le dijo a Ness-. No me importa cuánto dinero me cueste.

Le costó cinco dólares. Y esta vez, cuando Zac volvió al asiento, miró a Ness y murmuró:

Zac: Dos. -Ella parpadeó-. Has conseguido que me tiren dos personas -le aclaró-. No creas que he olvidado mi promesa.

Ness: Es mi trabajo.

No obstante, Ness procuró no animar a la siguiente joven de la cola y respiró aliviada cuando falló. Pero entonces apareció la niña más adorable del mundo. No tendría más de cuatro años, y tenía el pelo negro y largo, y los ojos más oscuros que Ness había visto en toda su vida. Iba de la mano de una mujer que llevaba una acreditación de voluntaria de la fundación de Miley.

♣♣♣: Es una de nuestros niños -dijo la mujer-. Aly vive en un hogar cercano al centro recreativo, y parte del dinero que ganemos se dedicará a comprarle juguetes.

Ness miró a la niña a los ojos y sintió que se le partía el corazón.

Ness: En ese caso, cariño, invito yo.

Aly: ¿Me das una pelota?

Ness: Te daré todas las que necesites para tirar a Zac al agua. -Se sacó veinte dólares del bolsillo para sumarlos a la recolección del día. Después alzó a Aly, se la apoyó en la cadera, tomó la canasta con las pelotas y cruzó la línea de lanzamiento-. Húndelo.

Aly rió divertida y lanzó la primera pelota, que fue a parar a menos de un metro.

Ness se acercó más al blanco y miró a Zac a los ojos.

Él arqueó una ceja.

Zac: ¿Tres Ness?

Ella levantó la cabeza y animó a la niña a tirar otra pelota. Aly falló, y Ness siguió avanzando hacia el depósito de agua.

La multitud reía a carcajadas. Zac parecía inquieto y resignado a la vez.

El tercer tiro fue precioso. Aly dio en el blanco, y Zac se dio otro chapuzón. Pero en lugar de volver al asiento salió del barreño y, sin siquiera tomar una toalla, fue directo hacia Ness, que estaba a punto de dejar a la niña en el suelo. Al verlo acercarse, sintió que no le convenía soltarla.

Ness: Aly, ¿qué te parece si vamos a…?

Zac: Hola -dijo agachándose para mirar a la pequeña a los ojos-. ¿Sabes quién soy?

Aly: Sí. Vuelas y haces canastas.

Zac soltó una carcajada, igual que los que estaban a su alrededor.

Zac: Lo hacía antes. Y ahora voy a hacer volar a la preciosa dama que te tiene en brazos. Directa al agua, igual que yo. ¿Quieres verlo?

Aly aplaudió encantada.

A Ness se le aceleró el corazón.

Ness: Bueno, no creo que Aly quiera bajar…

La niña estiró los brazos hacia Zac, que, mojado y todo, la alzó y sonrió enternecido.

Zac: Esta es mi chica. ¿Me quieres ayudar?

Aly asintió, y todos miraron a Ness con expectación.

Ness: No creo haber accedido a sentarme ahí -dijo mirando de reojo el agua helada-. Estoy segura de que solo dije que iba a ayudar.

Zac: Sí, y esto va a ser de gran ayuda -replicó-. Verte en biquini y mojada me ayudará enormemente. Salvo que tengas miedo, claro. Estoy seguro de que los chicos entenderán que no quieras…

Ness: Está bien.

Ness se bajó la cremallera del vestido, se lo quitó y se lo lanzó a Zac, que lo atrapó con una sonrisa, encantado de verla con aquel biquini blanco. Se recogió el pelo con una coleta y, antes de darse la vuelta, miró a Zac una vez más.

Al ver la pasión y el hambre con que la miraba, el corazón le dio un vuelco.

Zac: No te preocupes. El agua solo está un poco fría.

Ness: Gracias.

Ness fue hacia el depósito, subió las escaleras mientras todos la aplaudían y se sentó en aquel pequeño asiento mojado a esperar a que la derribaran.

Vio que Zac le acariciaba la cabeza a Aly antes de tomar una pelota, que decía algo a la gente y que todos se reían. Puso los ojos en blanco. Ella había conseguido que lo derribaran, y él tenía que hacer lo mismo con ella. Era una cosa de hombres, una estúpida afirmación de la masculinidad. Por ello, Ness no entendía por qué sentía cosquillas en el estómago, por qué se le tensaban los muslos, por qué se le estaba calentando el cuerpo.

Era increíble, pero aquel juego tonto la estaba excitando y, mientras él la amenazaba con la pelota, decidió que necesitaba ir a un psicólogo.

Gracias a su impecable puntería, Zac la tiró en el primer intento. Ness cayó dando un chillido, haciéndolo sonreír de oreja a oreja. Cuando tocó fondo se impulsó hacia arriba y salió a la superficie. Se sacudió el agua de la cara y, sin mirarlo, volvió a sentarse.

Pero él sí la miró. Y la miró. Las piernas largas y torneadas, la piel húmeda, el pelo…

Aly rió y dio unas palmadas.

Aly: ¡Más!

Zac soltó una carcajada.

Zac: Lo que tú quieras, preciosa.


Al final del día, Ness tenía una agradable sensación de agotamiento. Con el pelo mojado, se sentó en el coche de Zac y echó la cabeza hacia atrás.

Zac: ¿Estás cansada? -preguntó, desplomándose en su asiento-. Porque yo estoy hecho polvo. Quién habría pensado que tirarte al agua me iba a cansar tanto.

Ness: Ya te lo había advertido. El deporte es peligroso para los jubilados.

Él le lanzó una mirada cargada de intención.

Zac: ¿Me estás pidiendo que te demuestre que aún no estoy para el geriátrico? Porque suena a eso, y, créeme, este cuerpo está en perfectas condiciones, como puedes comprobar cuando quieras.

Ella rió.

Ness: ¿Esos comentarios te funcionan con las mujeres?

Zac: Sí -reconoció algo avergonzado-.

Ness sacudió lentamente la cabeza.

Ness: Es una afirmación que deja muy mal parado a mi sexo.

Zac puso el motor en marcha, y salieron del aparcamiento.

Zac: Creo que Miley ha conseguido recaudar un montón de dinero.

Ness: Entretener a los niños es mucho más cansado de lo que creía.

Zac: Lo has hecho muy bien -afirmó volviéndose a mirarla un momento. Gracias por…

Ness soltó una carcajada y negó con la cabeza.

Ness: No lo hagas.

Zac: ¿Qué?

Ness: No me des las gracias.

Zac: Bueno, pero ¿por qué no?

Ella se encogió de hombros.

Ness: Porque también has hecho un gran trabajo, y no te voy a dar las gracias. Todos deberían hacer algo así por su comunidad, y me avergüenza decir que no lo hago; no realmente. Pero me gusta cómo me siento ahora, así que voy a tratar de cambiar eso.

Él la miró, pero no dijo nada hasta llegar al Wild Cherries. Entonces apagó el motor, se desabrochó el cinturón de seguridad, se giró en el asiento para poder mirar a Ness de frente y la tomó de la mano.

Zac: Eres una mujer increíble, Vanessa Hudgens. ¿No te lo habían dicho nunca?

Ella supo que su sonrisa era más soñadora de lo que habría querido.

Ness: Para. No me conoces lo suficiente como para decir eso. No sabes la verdad.

Zac: ¿Y cuál es la verdad?

Ness: Que soy una mandona, que no tengo pelos en la lengua y que no suelo respetar las reglas. Entre otras cosas.

Zac: ¿Y cuál es el problema?

Zac levantó una mano, le arregló el pelo y le pasó un dedo por el cuello.

Ness: ¿Eso no te asusta?

Zac: ¿Que seas mandona, no tengas pelos en la lengua y no respetes las reglas? -preguntó, mirándola a los ojos y riendo-. Si fueras mi asesora financiera, tal vez. En ti no me asusta.

Zac bajó la cabeza y le besó la base del cuello. Ella cerró los ojos y se dijo que el motivo por el que no le tenía miedo a él era que lo que había entre ellos no iba a ninguna parte. A ninguna parte, excepto probablemente al dormitorio, algo que ya sabían los dos.

Ness se lo repitió para asegurarse de no olvidarlo. Aquello no iba a ninguna parte. Ninguno de los dos quería comprometerse afectivamente.

No obstante, por más que se lo repetía una y otra vez, no le sonaba bien, lo cual la dejaba ante un problema mayor: la posibilidad de que aquello fuera más que una aventura de verano.

No. Era algo temporal, divertido y desinhibido, pero nada más. Y, de momento, mientras Zac le besaba el cuello y le bajaba la mano por la cadera, para ella estaba bien. De hecho, estaba muy bien.

Aun así, sospechaba que pronto iba a necesitar otra charla que le levantara la moral.

Ness: ¿Zac? -Él le dio un mordisco y un beso en el hombro-. ¿Quieres entrar?

Zac: ¿A tomar otra taza de chocolate? -preguntó levantando la cabeza para mirarla-.

Ness: No exactamente. No solo trabajo aquí. Vivo en el piso de arriba del café.

Zac: ¿En serio?

Ness: Sí. No me gusta que la gente lo sepa, porque…

Zac: Porque podría aparecer cuando tú no quieres.

Ness: Sí. Perdón por no habértelo dicho.

Zac: Lo entiendo. De verdad.

Ness imaginó que lo hacía, porque compartía su criterio.

Ness: Tengo unas lociones de hierbas arriba, preparadas por una amiga que sabe lo que hace. Podría ponerte un poco en la rodilla, para aliviarte el dolor. -Él parpadeó una vez, lento como un búho-. Bueno, salvo que tengas otra cosa que… -añadió-.

Ness se sintió tonta y se volvió para abrir la puerta, pero él la detuvo y la giró para que lo mirara.

Zac: Me encantaría entrar.


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