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lunes, 30 de noviembre de 2020

Capítulo 4


Las Navidades eran una temporada de mucho ajetreo para una peluquería, y Clip & Curl, el establecimiento de Vanessa, no era una excepción. Faltaban menos de dos semanas para la Navidad y toda la clientela quería estar muy guapa para las fiestas, las visitas, los recibimientos y las reuniones de vecinos. En la peluquería se daban citas constantemente, y estaba abarrotada. Había muchos chismorreos y charlas.

Pam, la encargada del local, le dijo a Vanessa que para poder atender a todos sus clientes y evitar que se buscaran otro salón de belleza, debían encontrar una solución. Entre las dos pensaron que lo mejor sería alargar un poco la jornada o abrir los lunes durante un par de semanas. Dos de las empleadas querían hacer horas extra, y de ese modo, Vanessa podría seguir saliendo un poco antes para ir a casa de Zac a cuidar de los cachorros.

Aquel día, después de trabajar, le dio de cenar a Ahab, se tomó una ensalada y puso varios trozos de bizcocho de chocolate en un plato para llevárselos a Zac.

Cuando llegó a su casa, se encontró a una mujer que salía de la clínica. Era muy bajita y tenía el pelo muy corto y canoso. Aunque podría haber ido directamente a su coche, esperó a Vanessa con una sonrisa en los labios.

Virginia: Tú debes de ser Vanessa Hudgens. Encantada de conocerte. Conocí a tus padres hace unos años, pero creo que todos vosotros estabais en el instituto, o tal vez ya os habíais marchado de casa. Zac no ha llegado todavía, pero tú tienes la llave, ¿verdad?

Ness: Sí. Gracias por ayudar con los cachorrillos. Esto es para ti -dijo, siguiendo un impulso, y le entregó el plato de bizcochos-.

Virginia: No tenías que haberte molestado, pero muchas gracias. Vanessa, dile a Zachary que te dé los números de teléfono de la clínica y de mi casa, y que deje apuntado tu número de teléfono para mí. Si surge algún problema cuando él esté en una granja o un rancho, podemos organizamos para cubrir su turno. Yo vivo en Clear River, y él me ha dicho que tú vives en Fortuna. Las dos estamos a la misma distancia de la clínica, más o menos.

Ness: Por supuesto. Y le diré que me llame a mí primero. Yo no tengo marido a quien pueda irritar al tener que salir corriendo a cuidar a unos perritos.

Virginia ladeó la cabeza y la observó fijamente.

Virginia: Él no habla de mujeres, ¿sabes? -le dijo a Vanessa-.

Ness: ¿Tu marido? -preguntó con desconcierto-.

Virginia se echó a reír.

Virginia: Zachary. No es posible sacarle una sola palabra acerca de su vida amorosa. Y yo lo conozco desde que era pequeño.

Ness: Tal vez no es muy abierto…

Virginia: Sin embargo, lleva una semana entera hablando de ti. Vanessa esto, Vanessa lo de más allá.

Vanessa abrió unos ojos como platos, tal vez con un poco de pánico.

Ness: ¿Esto y lo de más allá?

Virginia: Me parece que te encuentra maravillosa. Tal vez asombrosa. Tú sabías exactamente lo que había que hacer con los cachorros porque, como eres hija de Hank y Rose, fuiste educada para saberlo. Y eres muy dispuesta. Creo que a él le gustan las mujeres así. Según él, cuando eras pequeña tenías una gran cabellera llena de rizos, pero es evidente que ahora ya no. Le pegaste un tiro a un puma, mataste a una vaca y criaste a un toro merecedor de una escarapela azul. Oh, y eres guapa. Aunque también un poco gruñona, lo cual le parece muy divertido -explicó sacudiendo la cabeza-. A Zachary le gustan las mujeres difíciles -dijo con una sonrisa-. Como es el hermano pequeño después de tres hermanas mandonas, no puede evitarlo, así que no bajes la guardia.

Vanessa se rió. Ahí no iba a tener problemas, siempre iba a estar en guardia.

Virginia: Es muy bonito que hayáis retomado vuestra amistad.

Ness: Pero, Virginia, si no éramos amigos. Apenas nos recordábamos de cuando éramos niños. Él conocía a mis hermanos mayores, pero no mucho. Todos fuimos a diferentes colegios y puede que nos encontráramos en las ferias, en las actividades de 4-H y en cosas así. Pero fue hace mucho tiempo, hace unos veinte años.

La mujer se limitó a sonreír de nuevo.

Virginia: ¿Y no te parece maravilloso haber recuperado la relación con alguien con quien tienes esa historia?

¿Qué historia? Aquélla no era una historia muy grande.

Ness: No nos conocemos de adultos.

Virginia: Esa será la parte más divertida. Bueno, llámame si me necesitas para algo -dijo, acercándose a su coche-. ¡Y gracias por los bizcochos! ¡A mi marido le van a encantar!

Ness: De nada.

Virginia se detuvo junto a la puerta del coche.

Virginia: Vanessa, si necesitas algo aparte de mi ayuda para cuidar a los cachorros, no dudes en llamarme.

Ness: Gracias.

Poco después de que Vanessa hubiera entrado en casa de Zac, él llegó también. Vanessa oyó que aparcaba la furgoneta en el garaje, y vio que, cuando él entró por la puerta de la cocina, se le iluminaba la cara.

Zac: Eh. Creía que iba a llegar antes que tú.

Ness: Acabo de entrar. Y hay algo que huele muy bien.

Zac: Espero que también sepa bien. Admito que Virginia me ha echado una mano.

Ness: No tiene nada de malo, Zac -le sonrió-.

Estar así en la cocina, esperando a que él entrara en casa después del trabajo, hacía que se sintiera bien. Y entonces, se dijo que no debía fantasear. Debía avanzar día a día.

Les dieron de comer a los cachorros y, mientras la carne se hacía al fuego con toda su guarnición de patatas, zanahorias, cebolla y champiñones, dejaron a los perritos sueltos en la sala de estar. Se sentaron en el suelo con ellos, con un rollo de papel a mano, y se rieron mucho intentando contarlos, perdiendo alguno detrás de un mueble o por el pasillo, volviendo a encontrarlo. Zac calculó que debían de tener cuatro semanas porque estaban empezando a ladrar, y cada vez que uno de ellos lo hacía, se caía hacia delante. Era mejor entretenimiento que la televisión.

Después de dejar en su cesta a los cachorros, de cenar y de recoger los platos, Vanessa dijo que debía irse, pero Zac la convenció para que se sentara un rato con él en la sala.

Zac: Es muy pronto. Vamos a ver la televisión un rato.

Ella se dejó caer en el sofá.

Ness: Oh, Dios -dijo débilmente-. No dejes que me ponga cómoda. De veras, tengo que irme a casa. No sabes lo pronto que me he levantado para trabajar.

Zac: Oh, ¿de veras? ¿Tienes ocho perritos quejumbrosos y hambrientos en el cuarto de la lavadora? Yo también me he despertado bastante temprano. Además, quiero que estés cómoda. Este sofá es estupendo para darse el lote.

Ness: ¿Y cómo lo sabes?

Zac se encogió de hombros como si aquélla fuera una pregunta muy tonta.

Zac: Porque me he dado el lote en él.

Ness: ¡Dijiste que te ibas a comportar como un caballero!

Zac: Vanessa, sólo tienes que ponerme a prueba. Voy a ser muy caballeroso. Vamos, no me hagas suplicarte.

Ella sonrió.

Ness: Suplica. Creo que te va a hacer falta.

Él la miró con picardía.

Zac: Ven aquí -le ordenó. Enganchó los dedos en su cinturón y la atrajo hacia sí-. Vamos a poner un poco de rubor en tus mejillas.
 
 
La noche siguiente, Vanessa llevó ocho lazos de diferentes colores a casa de Zac. Se los pusieron a los cachorritos en el cuello para poder identificarlos. Los pesaron, hicieron un cuadro, cenaron, y Zachary se sintió más que feliz por poder poner un poco más de rubor en las mejillas de Vanessa.

Noche tras noche, ella le daba de comer pronto a Ahab para poder ir a casa de Zac a ayudarle con los cachorros. Y a hablar, a jugar y a besarse. Los besos se convirtieron rápidamente en su parte preferida. Sin embargo, había otras cosas que contribuían en gran parte a la felicidad de Vanessa. Por muy insignificante que pudiera parecer, conocer a Zac cuando tenía la camisa fuera de la cintura de los vaqueros y se había quitado las botas era importante para ella. Por supuesto, ella también se quitaba las botas, y mientras se besaban, jugueteaban con los pies entrelazados, moviendo los dedos. También se movían el uno contra el otro. Era delicioso.

Cuando estaban cuidando a los cachorros o haciendo la cena también se estaban conociendo. Vanessa nunca lo había pensado, pero aquello debía de ser un noviazgo, el hecho de averiguar si una pareja tenía las suficientes cosas en común, aparte de las chispas del deseo, como para sustentar algo más duradero y real.

Zachary siempre había querido trabajar con purasangres, desde que era niño, y tenía un par de caballos de carreras ya retirados, que eran muy buenos para montar.

Zac: Un buen semental puede ayudarte a establecer un buen negocio secundario, aunque la inversión inicial es grande. En uno o dos años voy a empezar a invertir. Ya veré lo que puedo hacer.

Ness: ¿Y por qué no caballos de exhibición?

Zac: Eso también estaría bien, pero me gustan las carreras.

Ness: A mí me encantan los caballos. Ya te lo había contado, pero, ¿sabías esto? He participado en competiciones de doma por todo el estado. Cuando era más joven, claro. Al final, se convirtió en algo demasiado caro para mí. Las mejores escuelas nunca estaban en mi vecindario, y las competiciones más importantes, incluyendo las Olimpiadas, estaban fuera de mi alcance. Pero si alguna vez pudiera hacer algo, enseñaría doma para principiantes. Tal vez, incluso, a un nivel intermedio.

Vanessa le dijo que había pensado en invitarlo a la granja para que conociera a sus padres y a sus caballos, pero se había dado cuenta de que ya los conocía. Zac conocía a su familia antes de conocerla a ella, de hecho. Así que lo invitó a su casita de Fortuna y lo invitó a cenar allí.

Ness: Aunque no tengo un sofá estupendo para darse el lote -le advirtió-.

Zac: Eso ya no tiene importancia. Necesitaba ese sofá sólo para empezar, pero ahora que ya te has hecho a la idea, podemos hacerlo en cualquier sitio. En el suelo, en una butaca, contra la pared, en el coche…

Ness: Qué razón tenía con respecto a ti. Eres un arrogante.

Y también era sentimental. Zachary se quedó encantado con su casita de dos habitaciones. La decoración no tenía nada de cursi, sino que se basaba en colores fuertes y mobiliario de cuero. Lo mejor era que ella la había decorado para la Navidad, y tenía guirnaldas en las ventanas y sobre la chimenea, además de un árbol de verdad con adornos en granate, verde, crema y oro.

Zac: Y ni siquiera vas a pasar la Navidad en esta casa.

Ness: Pero vivo aquí.

Zac: Para mí no tenía sentido decorar la casa. Mi madre dejó una tonelada de adornos en los armarios del garaje, pero yo me marcho antes de Navidad. Yo no creía que viniera nadie a verlos.

Ness: Yo lo hago para mí misma. También voy a celebrar las fiestas. Paso las noches aquí, porque la granja se llena de gente. A veces he tenido que prestarle mi casa a alguno de mis hermanos y cuñadas y sobrinos y dormir en el sofá. Brad viene con una caravana, de la que se apropian los adolescentes. Y durante las visitas de verano, los niños están en el porche y el establo.

Zac: Parece muy divertido, creo que me habría gustado eso cuando era niño. Cuando lleguen todos, ¿me vas a dejar conocerlos? O, más bien, reencontrarme con ellos. No he vuelto a ver a tus hermanos desde el instituto.

Ness: Sí, pero tienes que estar preparado.

Zac: ¿Para qué?

Ness: Te van a tratar como si fueras mi novio.

Él sonrió y la abrazó.

Zac: ¿Y por qué piensas que tengo algún problema con eso?

Ness: No creo que estemos en esa situación. Sólo cenamos, hablamos, nos encargamos de los cachorros y nos besamos.

Zac: Vanessa -dijo como si estuviera desilusionado-, ¿y qué crees que es un novio?

Ness: Eh… yo nunca había…

Zac: Mañana es domingo, el día que pasas con tus padres en la granja -le recordó-. Termina pronto tus tareas, y después ven a montar conmigo. Deja que te enseñe mi finca. Es tan sereno todo, con la nieve. Tráete ropa para cambiarte de modo que puedas arreglarte para cenar.

Ness: De acuerdo. Me gustaría.
 
 
Vanessa siempre se había visto como una mujer sosa y fortachona, hasta que se había encontrado bajo los labios y las manos de Zachary Efron, porque él era mucho más de lo que ella hubiera creído nunca. Guapo, listo, divertido, bueno, independiente, fuerte, sexy… la lista era interminable. Y hacía que se sintiera como si fuera mucho más que una granjera sólida y fiable. Cuando la besaba, cuando se atrevía a tocarla un poco más íntimamente de lo que ella le dejaba, cuando le apartaba las manos después de que ella dijera «Todavía no», Vanessa se sentía sexy, guapa y adorada. Aquél era un hombre a quien quería explorar, y lo estaba conociendo lentamente, con placer.

Así que le dijo a Rose que tenía una cita aquella tarde, para montar a caballo con el veterinario, y su madre la excusó rápidamente de la cocina y la comida en la granja.

Ness: Por favor, no le des más importancia de la que tiene -le pidió-. Esto no es nada especial. Nos hemos hecho amigos por esos perritos.

Rose: Claro. Pero, de todos modos, ponte un poco de pintalabios y de sombra de ojos.

Vanessa suspiró.

Ness: He dicho que no le des importancia, mamá. Y no se lo comentes a nadie. No quiero estar en boca de todo el condado, como esa chica delgaducha de Hollywood.

Sin embargo, Vanessa no se estaba tomando las cosas a la ligera. Estaba casi saltando de alegría. Se vistió de una manera un poco especial. Para montar se puso sus mejores pantalones vaqueros, las botas más nuevas y la chaqueta vaquera más desgastada sobre un jersey de cuello vuelto de color rojo. Después añadió una bufanda negra. Para la cena de después eligió unos pantalones bonitos con unas botas de tacón alto y una blusa de seda, y su mejor americana de ante. Hablaron de caballos mientras montaban dos de los caballos favoritos de Zac, un par de purasangres muy valiosos, disciplinados y con la cantidad de energía justa. La conversación sobre cría, doma, entrenamiento y carreras de caballos fue tan estimulante que a ella casi se le olvidó, durante un momento, que estaba intentando no enamorarse de él.

Ness: Yo ya no me relaciono con nadie del mundo del caballo. Cuando participaba en competiciones, de niña, habría sido suficiente para mantenerme ocupada veinticuatro horas al día. No es de extrañar que no me divirtiera en el colegio. No estaba montando a caballo.

Zac: Montas muy bien. Deberías hacerlo todos los días. Y yo también. Es la mejor parte de lo que hago.

Avanzaron hacia las colinas que había detrás del establo de Zac siguiendo un camino que, aunque estaba cubierto de nieve, estaba bien usado. Los árboles se erguían muy altos por encima de ellos, y el sol estaba comenzando a descender por el cielo. Hablaron de cómo era crecer siendo el más pequeño de cuatro hermanos. Mientras que los hermanos de Vanessa la habían tratado como a un balón de fútbol, las hermanas de Zac jugaban con él como si fuera un muñeco y lo vestían como querían.

Zac: Es increíble que no sea más raro de lo que soy. La mayor es Patricia, que tiene treinta y siete. Después va Susan, y luego está Christina. Se llevan dos años. Mis padres habían decidido que no tendrían más hijos, cuando aparecí yo -explicó con una sonrisa-. Rompí el equilibrio.

Ness: Creo que en la granja ocurrió algo muy parecido. Los chicos tienen treinta y tres, treinta y cuatro y treinta y siete. Entonces llegué yo y alteré la situación de los dormitorios. Mis padres pensaron que yo debía tener uno para mí sola, y dejaron sólo uno para los chicos. Y después, yo crié un toro, ¿te había contado que ganó una escarapela azul?

Zac: Varias veces, creo.

Ness: Estoy muy orgullosa de ese viejo toro -dijo con una sonrisa-. Mis hermanos intentaron criar animales y lo hicieron bien, pero Erasmus ganó el premio, y yo les di sopas con honda a mis hermanos en el 4-H -añadió, y suspiró con melancolía-. Creo que tener una hija fue más duro para mi padre y para mis hermanos de lo que fue para mí ser la única chica. Y ser la única chica no fue fácil. Eran despiadados.

Zac: ¿Pero protectores?

Ness: Algunas veces es incómodo que te tiren de un lado a otro como si fueras un saco y después te mimen como si fueras una muñequita de porcelana.

Zac: ¿Y se lo pusieron difícil a tus novios?

Ness: No he tenido muchos novios.

Zac: No te creo -replicó con una sonrisa-. Estás mintiendo para que yo me sienta mejor.

Así que ella le habló de Ed. No había pensado hacerlo, pero era la ocasión perfecta para explicarle que tal vez ella tuviera algún problema para confiar en los demás. El único hombre con el que había tenido una relación seria la había engañado, y ella, además, no se había dado ni cuenta. Eso era muy molesto para ella. Después de que todo hubiera terminado resultaba muy evidente lo que había estado sucediendo, pero mientras estaba sucediendo, ella no se había percatado. No estaba bien.

Volvían hacia el establo cuando ella se lo contó. Esperaba que Zac fuera comprensivo y dulce. En vez de eso, él se mostró fascinado.

Zac: ¿Lo dices en serio? ¿Estaba con tres mujeres a la vez? ¿Y os decía a todas que estaba enamorado? ¿De verdad?

Ness: De verdad -respondió irritada-.

Zac: ¿Y cómo es posible que lo consiguiera? 

Ness: Bueno, con muchas llamadas de teléfono mientras estaba trabajando. Hablaba con cada una de nosotras todos los días. Sin embargo, salvo raras excepciones, teníamos asignadas diferentes noches a la semana. Yo tenía los lunes y los martes. La mujer con la que decidió quedarse tenía los fines de semana, sábados y domingos. Ella lo dejó, claro, después de saber que tenía otra para los miércoles, jueves y viernes. Tres días a la semana era todo un triunfo.

Zac: Dios Santo. ¡Ni siquiera necesitaba tener apartamento! ¡Tenía todas las noches ocupadas!

Ness: ¿Sabes? A mí no me impresiona tanto su habilidad para encajar mujeres en una semana.

Zac: Claro que no, pero si lo piensas, era todo un chanchullo. ¿Te llevaba a muchos sitios? ¿Te regalaba cosas bonitas?

Ness: No, ninguna de las dos cosas. Para empezar, no podía arriesgarse a salir con una mujer, porque se arriesgaba a que lo viera otra, o sus amigos. Así que decía que estaba muy cansado, y que después de pasar toda la semana en la carretera y comiendo en restaurantes, disfrutaba quedándose en casa.

Zac: Donde tú le hacías la comida.

Ella frunció los labios, entornó los ojos y asintió.

Ness: Me compró una caldera cuando la mía se rompió. Porque necesitaba ducharse con agua caliente -murmuró-.

Zac: Ese hombre es un genio. -Sin embargo, al verle la cara a Vanessa, añadió-: Oh, es un desgraciado, pero tienes que concederle el mérito de saber organizar muy bien un subterfugio así…

Ness: No le concedo ningún mérito -replicó secamente-.

Entonces él la tomó de la mano y la atrajo con suavidad hacia sí.

Zac: Por supuesto que no. Ningún crédito. Debería morir. Pero me alegro de que no decidiera estar contigo. ¿Y si te hubiera elegido a ti? ¿Te lo imaginas? ¡Nunca nos hubiéramos conocido ni nos hubiéramos enamorado!

Ella se quedó tan aturdida que tiró de las riendas para detener a su caballo.

Ness: ¿Estamos enamorados? 

Zac: No sé tú, pero yo estoy empezando. Hay mucho potencial. Y él no te merece. Yo, en cambio, te merezco. Y te llevaré a cualquier sitio que te apetezca. Y voy a tomarte la mano durante todo el tiempo. Y te daré de comer galletas y te besaré el cuello en público.

Ness: La gente pensará que soy tu novia.

Zac: Eso es lo que quiero que piensen. Voy a empezar ahora mismo. Vamos a salir. Vamos a ir al pueblo a ver la decoración navideña, y después a Virgin River a mirar el árbol y a cenar en el bar de Jack, y después voy a llevarte a un bonito restaurante el fin de semana. Y cualquier otra cosa que a ti te apetezca.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Quiero que todo el mundo sepa que estás conmigo. Quiero que sepan que no sólo tienes los domingos y los lunes, sino que tienes todos los días.

De nuevo, ella tiró de las riendas y detuvo al caballo.

Ness: ¿Qué te resulta más sexy que un biquini tanga, Zachary?

Zac: ¿Me estás tomando el pelo? -se detuvo a su lado y se puso serio. Le acarició la mejilla con los nudillos, y el mentón, mientras la miraba a los ojos-. Los vaqueros me excitan. Unas piernas largas con vaqueros y botas, sobre un caballo grande, haciendo que baile con órdenes sutiles. Una camiseta áspera bajo un chaleco, dándole de comer a un potro recién nacido con un biberón porque la yegua no responde -dijo, y metió los dedos entre su pelo-. Seda, en vez de algodón de azúcar. La chimenea encendida en una noche de nieve y frío. Una mujer en mis brazos, suave, satisfecha, feliz con las mismas cosas que me hacen feliz a mí. Ayudar a hacer pizza en casa, eso me excita. Una mujer que sepa cómo ayudar a nacer a un ternero cuando es necesario, eso me hace saltar por las nubes. Una mujer que pueda limpiar el estiércol de un establo y después caer sobre el heno fresco y dejar que yo caiga sobre ella. Me gustaría intentar eso muy pronto.

A Vanessa se le ensombreció la mirada.

Ness: No me estarás engañando, ¿verdad? Porque cuando Ed confesó todo lo que había hecho, mis hermanos quisieron matarlo, pero yo no se lo permití. ¿Tú? Si me estás mintiendo, voy a permitírselo. Sufrirás antes de morir.

Zac: No estoy mintiendo, Vanessa, y tú lo sabes.

Ness: Bueno, está bien, entonces, contéstame esta pregunta: Si te gusto, ¿por qué nunca te había gustado una chica como yo? Porque en este condado hay cientos de chicas iguales que yo, granjeras fuertes que han ayudado a nacer a muchos potros, que les han dado de comer, y…

Zac: No, no es cierto. Las he estado buscando. Yo tampoco he tenido muchas citas porque no he encontrado a nadie como tú. Eres única, Vanessa Hudgens. Siento que no te des cuenta. Pero ahora que te he encontrado, tenemos que salir… y muchas más cosas.

Ness: Te advierto que yo no me tomo a la ligera estas cosas.

Zac: Yo tampoco.
 
 
Después de haber guardado los caballos y las sillas, llegó la hora de la cena. Él sugirió que se ducharan juntos.

Ness: No, Zac. Todavía no. ¿Tiene cerradura mi puerta?

Él se rió de ella.

De camino a Arcata, disfrutaron de las luces de Navidad que había por todos los pueblos de la costa, y en las montañas. La plaza de Arcata estaba decorada con luces, con árboles y con un nacimiento tamaño natural. Los escaparates de las tiendas estaban llenos de adornos. Tal y como le había prometido, Zac no le soltó la mano a Vanessa. Había elegido un restaurante italiano de la plaza, y casualmente era uno de los favoritos de Vanessa. Tenían una excelente pasta casera, un buen vino tinto y un riquísimo tiramisú.

Zac: ¿Cuándo llegan tus hermanos?

Ness: Mañana. A propósito, estás invitado a cenar. Por favor, sé frío con mis hermanos y no les des ninguna pista. No han madurado desde que tú los viste por última vez, pese a que tienen hijos propios.

Zac: Está bien, seré frío. No te preocupes -le prometió-.

Después, sonrió.


viernes, 27 de noviembre de 2020

Capítulo 3


Rose Hudgens se empeñó en que Vanessa le llevara un plato de galletas de Navidad al doctor Efron, pero Vanessa se sintió como una granjera tonta, así que las dejó en el coche cuando entró en el bar de Jack, aquella noche.

Al entrar, se le escapó una exclamación de alegría. Todo el local estaba decorado para la Navidad. 

Había un árbol en la esquina opuesta a la chimenea, guirnaldas por la barra y por las paredes y centros de ramas de abeto en las mesas, y el ciervo que había sobre la puerta tenía una corona en los cuernos. Había un ambiente festivo, acogedor, y el olor a abeto fresco se mezclaba con el del humo de la chimenea y la buena comida que se preparaba en la cocina.

Tardó menos de dos segundos en comprobar que Zac no estaba allí, lo cual hizo que se sintiera doblemente aliviada por no haber llevado las galletas. Tal vez aquél fuera el día en que él había decidido dejar de pasar por allí. No tenía obligación de hacerlo. De hecho, aparte de echarles un vistazo a los cachorros y de preguntarle a Vanessa si estaban bien, no hacía nada en absoluto.

Ella saludó a Jack y se dirigió directamente hacia la cesta de la camada. Durante la semana anterior habían crecido mucho, y estaba claro que eran collies. Se habían puesto regordetes y adorables, y todo aquél que pasaba junto a la cesta tomaba alguno y lo acariciaba contra el pecho.

Jack se acercó a la chimenea, y ella sonrió.

Ness: El bar está precioso, Jack. Todo preparado para Santa Claus.

Jack: Sí, las mujeres lo han preparado todo para su fiesta. Hay intercambio de galletas mañana al mediodía. Deberías venir.

Ness: No puedo, tengo trabajo. Pero diles de mi parte que los adornos son preciosos.

Jack: Claro. Vanessa, tenemos un problema. Hay que pensar en un nuevo plan para los perritos.

Ness: ¿Por qué, Jack?

Jack: Ya no van a poder estar aquí mucho más tiempo. Puedo aguantar un par de días más, mientras tú piensas algo, pero hay que encontrarles otra casa. Los cachorros están muy grandes, tienen energía, y empiezan a despedir olor a perro. Esto es un establecimiento de comidas, Vanessa.

Ness: ¿Se ha quejado la gente?

Jack: No, al contrario -dijo sacudiendo la cabeza-. Entre el árbol y los perritos, viene más gente de lo normal. Pero ya sabes cómo son los perros, Vanessa. Están mojando muchas solapas cuando los toman en brazos para acariciarlos. Esto va a pasar de ser una monada a ser un problema en muy poco tiempo.

Ness: Tienes razón. No sé qué voy a hacer…

Jack: Ya tenemos familia para algunos. No sé si alguno puede salir ya de la cesta, pero hemos conseguido algunas adopciones. Christopher, por supuesto. No está dispuesto a separarse de Comet.

Ness: Comet no está listo para ser la responsabilidad de un niño de seis años. Necesita un par de semanas más. Y, aunque Chris es muy bueno con él, necesitará supervisión.

Jack: Lo sé. Y yo estoy perdido. David no deja de hablar de su perrito. He estado pensando en tener un perro, pero…

Ness: Y, Jack, no le puedes dar a un niño de tres años un perro tan pequeño. Es como si le dieras un huevo y un tomate maduro.

Jack: Sí, sí, ya lo sé. Cuando llegue el momento, tendremos cuidado. Y Buck Anderson, el ranchero, dice que necesita un par de pastores. Tiene un niño pequeño y siete nietos. Sus hijos pueden ayudarle a criarlos antes de que tengan que estar con los demás perros y las ovejas. Pero le gustaría que fueran regalos de Navidad. Sé que no confías en la gente que busca perros para regalarlos en Navidad, pero podemos fiarnos de Buck. Él sabe lo que son los animales. Aunque espero que los perros sean buenos con las ovejas.

Ness: Bueno, entonces ya tenemos familia para cuatro.

Jack: Hay un par de personas más que se lo están pensando, pero, hasta el momento, ése es todo el progreso. ¿Sabes que todo el mundo del pueblo los llama como los renos de Santa Claus?

Ness: Sí. Qué idea más adorable, ¿verdad? Jack, yo no tengo sitio para ellos. Además, no podría cuidarlos sola, con todo el trabajo que tengo en la peluquería…

Jack: Tal vez tengamos que sopesar la idea del refugio. ¿No crees que podrían cuidárnoslos durante dos semanas? Entonces, por lo menos, les quitaríamos a algunos de las manos…

En aquel momento entró Zachary, envuelto en una ráfaga de viento. Se quitó los guantes y los golpeó contra la palma de la mano. Miró a su alrededor por el bar recién decorado y soltó un suave silbido.

Zac: Hola -les dijo a Jack y a Vanessa-. ¿Cómo va eso?

Silencio.

Zac: ¿Hay algún problema?

Vanessa se acercó a él.

Ness: Jack ya no puede tener más a los perros aquí, Zac. Empiezan a oler muy fuerte. Y esto es un restaurante, después de todo.

Zac se echó a reír.

Zac: A mí me parece que has resistido muy bien, Jack. Y mucho más de lo que yo había pensado.

Jack: Lo siento, Zac, pero si Vanessa no hubiera sido tan convincente, los cachorros hubieran ido directamente al refugio. O a algún sitio peor. Por lo menos les hemos encontrado casa a unos cuantos, cuando estén fuertes como para dejar la camada.

Zac: Sí, lo entiendo. Bueno, si Vanessa me promete que no me va a dejar en la estacada, yo me los llevaré a casa. Estoy muy ocupado estos días, pero tengo una ayudante que me ayudará. Ya no necesitan tantos cuidados como hace una semana, porque saben comer solos, y puedo ponerlos en el cuarto de la lavadora para que no me tengan despierto toda la noche.

Ness: ¿Tendrán suficiente calor? ¿Están lo suficientemente fuertes? 

Zac: Sí, estarán bien, Vanessa. Jack, ¿qué hay de cenar?

Jack: Chili y tortillas de maíz. ¿De verdad? ¿Me los vas a quitar de encima?

Zac se echó a reír otra vez.

Zac: ¿Podemos gorronearte una cena más antes de llevárnoslos? Soy soltero, y apenas tengo comida en casa -le pasó el brazo por los hombros a Vanessa y añadió-: Esta está malacostumbrada, además. Se ha habituado a que le den de comer a cambio de sus esfuerzos. Y dos cervezas.

Jack: Sí -dijo arqueando las cejas con curiosidad-. Ahora mismo.

Zac: Después de cenar, puedes seguirme hasta mi casa -le dijo Vanessa, como si todo estuviera decidido ya-.


Vanessa sabía más o menos dónde estaban la clínica, el establo y la casa de los Efron, pero no recordaba haber ido nunca hasta allí. Uno podía llevar al caniche o al spaniel al veterinario, pero para atender a los animales más grandes, el veterinario iba a la granja, a no ser que se tratara de una operación o de un tratamiento más largo. El establo de la clínica proporcionaba también alojamiento temporal para caballos, y tenía instalaciones para la cría. Algunos propietarios de caballos valiosos preferían dejar a sus yeguas preñadas en el veterinario.

Zac llevó la cesta de los cachorritos en su camioneta. Estaban envueltos en mantas para que no se enfriaran durante el trayecto. Vanessa lo siguió en su propia furgoneta. Dejaron la carretera principal al ver un letrero que rezaba Establos Efron, Doctor Zachary Efron, Veterinario, y llegaron a un complejo de edificios bien iluminado. El establo estaba a la izquierda de una zona abierta muy amplia, y tenía un corral que lo rodeaba por el lateral y la parte trasera. La clínica era el edificio contiguo al establo. Había luces de Navidad en las ventanas. A la derecha se erguía una casa moderna, de una sola planta, con un paseo de ladrillo que llegaba hasta la puerta delantera, de dos hojas de madera oscura con cristales. Allí no había un solo adorno de Navidad. Vanessa pensó que la clínica debía de haberla decorado la ayudante de Zac.

Entre la casa y el establo había dos remolques, uno para seis caballos y el otro para dos, y eran tan lujosos que seguramente tenían bar y camareros.

La puerta del garaje, que estaba en un extremo de la casa, se abría automáticamente, y Zac entró con su furgoneta. Vanessa aparcó fuera y entró al garaje a pie. Llevaba la leche en polvo y los cereales, y él llevaba la cesta con la camada. Zac abrió la puerta y encendió las luces con el codo; atravesó la cocina y desapareció.

La cocina era enorme, con electrodomésticos muy modernos y una cocina de seis fuegos, con isla de trabajo y un horno doble. Su madre se habría muerto por tener algo así. Era maravillosa, y parecía que la habían remodelado poco tiempo antes.

Vanessa avanzó lentamente, y vio al pasar una larga barra de desayunos. En la sala de estar había muebles grandes con aspecto de cómodos y una preciosa chimenea. A cada lado de la chimenea había estanterías llenas de volúmenes encuadernados en piel.

Zac: ¿Vanessa? ¿Dónde estás?

Ella dejó de mirar a su alrededor con la boca abierta y siguió el sonido de la voz de Zac. Pasó junto a una mesa muy grande y antigua de roble situada junto a unas ventanas con vistas a la parte posterior de la finca. Giró a la izquierda por un pasillo corto y vio un baño, un dormitorio y el cuarto de la lavadora. Además de armarios, había una pila de acero inoxidable y una secadora. Aquélla no era una granja vieja, eso estaba claro.

Zac: Voy a usar sábanas de la clínica para la cesta de los perros -estaba diciendo-. Aquí estarán bien. Escucha, sé que te has ofrecido para esta tarea, pero no quiero que pienses que tienes que reorganizar tu horario para venir aquí todos los días. Virginia, mi ayudante, puede ayudar durante el día y aunque a mí me llaman para hacer visitas algunas veces, en esta época del año no hay partos, así que no es demasiado ajetreado. Pero…

Ness: De acuerdo. No vendré. Te voy a dar mi número de teléfono por si me necesitas.

Zac: Bueno, pero, ¿podrías venir alguna vez? -le preguntó con una carcajada-. Si me echas una mano dándoles de comer y limpiando, descongelaré un pedazo de carne para poner en la parrilla, o algo así. Nada como lo de Peter, pero comestible. Sólo tienes que avisarme cuando puedas venir.

Ness: Pero si tienes a tu técnica…

Zac: No me gusta pedirle a Virginia que se quede después de las cinco, a menos que tengamos pacientes especiales. Ella se quiere ir a casa para cenar con su marido. Te voy a dar una llave por si me entretengo con algún paciente y tú llegas antes que yo.

Ness: Claro. Dime exactamente lo que quieres -dijo con sequedad-.

Él se puso en jarras.

Zac: Quiero saber qué pasa. ¿Por qué frunces el ceño? Llevas así desde que entré en el bar de Jack.

Ness: Es que no lo entiendo. Esto es exactamente lo que no querías, pero estás casi entusiasmado por tener a los cachorros en tu casa. ¿Qué ha pasado?

Él se echó a reír.

Zac: No. Sabía que iba a ocurrir esto, al final. Me alegro de que Jack y Peter los cuidaran durante los primeros días, porque había que darles de comer y limpiarlos con mucha frecuencia, y a mí me gustaba pasar por el bar todos los días después del trabajo. No sé cuándo había comido tan bien -dijo, frotándose el estómago plano-. Ahora que es evidente que van a sobrevivir, sólo hay que mirarlos y darles de comer cada poco tiempo, y Virginia y yo podemos hacerlo durante el día. Estoy de acuerdo contigo en lo del refugio. Seguramente los perros estarían bien, porque esos tipos se toman la molestia de entrevistar a quienes se llevan a animales en adopción y de hacer un seguimiento, pero, ¿para qué arriesgarse? Si es necesario llevarlos allí, podemos hacerlo después de Navidad.

Ness: ¿Y eso es todo? ¿Sabías desde el principio que te iban a caer encima?

Zac se rió de nuevo.

Zac: Vamos, voy a enseñarte la casa en la que me crié, y haremos un poco de café, les daremos de comer a los cachorros y los instalaremos para que pasen bien la noche. ¿Qué te parece?

Ness: No tienes por qué enseñarme la casa. No me voy a dedicar a fisgonear.

Él la tomó de la mano.

Zac: No me preocupa que fisgonees. Ven -dijo, y la llevó a la cocina. Después entraron a un enorme salón, y Zac le explicó-: Aquí tuvieron lugar muchas peleas entre mis hermanas. Cuando yo era pequeño, había muebles viejos con estampados florales, pero cuando todos terminamos de estudiar y dejamos de depender de nuestros padres, comenzaron a aparecer cosas nuevas en la casa. La remodelaron y la pusieron al día -la llevó por el pasillo y le mostró la habitación principal y las otras tres-. Yo me quedé con la habitación con baño que hay al otro lado de la cocina. Así estaba lejos de las chicas -después volvió a pasar por el salón y continuó hablando-: El salón formal sólo se usaba en las fiestas familiares como Navidades, y el comedor, para las grandes cenas.

Después, acabaron de nuevo en la cocina.

Ness: Es enorme. Es muy bonita. ¿Cómo era crecer en una casa tan grande?

Zac: Supongo que yo no me daba cuenta, como cualquier niño -respondió encogiéndose de hombros-. Sigue siendo la casa de mis padres, aunque no creo que ellos vuelvan a vivir aquí. Vamos, voy a hacer café.

Ness: No tienes por qué entretenerme, Zac.

Zac: Tal vez me esté entreteniendo a mi mismo. No tengo mucha compañía por aquí.

En cuanto tuvieron servida la taza de café, Vanessa recordó algo.

Ness: Demonios. No te muevas. Tengo una cosa para ti. -Salió corriendo por la puerta del garaje en busca de las galletas de Navidad que tenía en el coche, y las llevó a la cocina-. Para ti. Deberían estar calientes, pero ahora están congeladas. Mi madre se empeñó.

Zac: ¿Las ha hecho para mí? -preguntó sorprendido, mientras apartaba el envoltorio de papel film y tomaba una.

Ness: Bueno, más o menos.

Zac: ¿Más o menos?

Ness: Hoy hemos estado cocinando juntas. Todo el día. Antes de Navidad hacemos mucha comida y la congelamos, y también se la regalamos a las vecinas y a las chicas de la peluquería. Hacemos dulces durante mis días libres para Navidad.

Zac: ¿Tú sabes hacer dulces? -le preguntó con asombro-.

Ness: Todas las granjeras saben -respondió con una sonrisita-. También sé hacer colchas, cuidar el huerto, hacer conservas y cortarle la cabeza a una gallina. No podría matar una vaca yo sola, pero sé cómo se hace y he ayudado alguna vez.

Zac: Vaya.

Vanessa no se sintió halagada por su reacción. Ella no había tenido una vida glamorosa y hubiera preferido contarle que se había educado en un internado en Suiza y que había hecho cursos de adiestramiento equino en Inglaterra.

Ness: Te recuerdo a tu madre, ¿eh?

Zac se echó a reír.

Zac: No exactamente. ¿Pescas? ¿Cazas?

Ness: He ido de pesca y de caza, pero prefiero la granja. Bueno, una vez le pegué un tiro a un puma, pero fue hace mucho tiempo y no estaba cazando. El bicho se estaba comiendo las gallinas de mi madre, y los chicos ya se habían marchado de casa, así que yo…

Zac: ¿Cuántos años tenías?

Ness: No sé… trece, o catorce. Pero cazar no es mi actividad preferida. Me encanta montar a caballo. Echo de menos las vacas. Me gustaba que hubiera terneritos, y me gustaba comer helado de nata fresca. Huevos calientes, tomados de debajo de la gallina. Tengo más escarapelas 4-H que cualquiera de mi familia. ¿Te acuerdas de Erasmus, el toro de malas pulgas? Es mío. Escarapela azul en la feria del estado. Yo tenía quince años cuando él vino a la granja. Ahora es muy viejo, y padre de cientos de cabezas. Se me dan muy bien las plantas, como a mi madre. Planto cualquier cosa en la tierra y crece. Una vez cultivé una jara -dijo, y él la miró con perplejidad. Entonces, ella puso los ojos en blanco y siguió-: Sólo soy una chica de granja muy normal. De cuerpo pequeño, y más fuerte que los chicos de mi clase hasta que llegamos al último curso de instituto. Mi padre dice que soy sólida. Constante. No soy el tipo de chica que atrae a los hombres. Yo atraigo a los… cachorritos. Así son las cosas.

Él sonrió ampliamente y exhibió su dentadura blanca y perfecta, y aquel hoyuelo delicioso.

Zac: ¿De veras?

Ness: No soy tu tipo, eso está claro. Nunca he tenido un tanga. No sabría qué hacer con él. ¿Qué se hace con un tanga? ¿Puedes usarlo como hilo dental?

Zac se rió.

Zac: Hay cosas más sexis que los tangas.

Ness: ¿De verdad? Cuando te oí hablar de que ibas a perderte entre una marea de mujeres en tanga, se me formó una imagen en la mente, una imagen de la que no he podido librarme. Es como si se me hubiera pegado una canción mala. Y hoy, cuando estaba en casa de mis padres, ellos me han contado que, cuando viniste aquí para hacerte cargo de la clínica, trajiste a tu novia. Una mujer guapa, elegante, de Hollywood.

Él se quedó tan asombrado que abrió unos ojos como platos.

Zac: ¿De verdad dice eso la gente?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: No sé si siguen diciéndolo, y no sé si alguien, aparte de mis padres, lo vio de esa manera.

Él se echó a reír con ganas, pero por fin consiguió controlarse.

Zac: Muy bien, ella era mi prometida, ¿sabes? Pero traerla aquí fue una equivocación, porque era demasiado joven, y no estaba lista para casarse. Gracias a Dios. Y no era una mujer de Hollywood, aunque quisiera serlo. Tal vez lo sea ya. Susanna era de Van Nuys. Lo único que sabía de caballos era que tienen cuatro patas y los dientes grandes. Yo tenía veintinueve años y ella sólo veinticuatro, y además, nunca había vivido en un pueblo pequeño y no quería hacerlo.

Ness: Y era delgada. Muy delgada.

Zac: Bueno, no todo -replicó con una sonrisa muy expresiva-.

Ness: Oh, eso es asqueroso -dijo con desaprobación-.

Zac: Es que no está bien hablar mal de las ex novias.

Ness: Seguro que estaba estupenda en tanga -dijo con un resoplido-.

Zac: Estaba increíble -contestó para provocarla-. De todos modos, ¿por qué estás tan celosa? Ni siquiera conoces a la pobre y delgadita Susanna. Lo que tú debes de saber es que ella era una persona buena y cariñosa, y que yo fui horrible con ella -le dijo con una sonrisa de picardía-.

Ness: ¡No estoy celosa! ¡Tengo curiosidad, sí, pero no estoy celosa!

Zac: Estás verde de celos, más verde que una rana -la acusó-.

Ness: Oh, demonios. Se acabó. He tenido un día muy largo. Me voy.

Tomó su bolso y su chaqueta y salió de la cocina disparada. Y se perdió. Se vio en mitad del pasillo que conducía a las habitaciones. Encontró el camino hacia el salón y después entró de nuevo en la cocina.

Ness: ¿Dónde demonios está la puerta?

Él extendió el brazo hacia el garaje, todavía con una sonrisita de superioridad. Qué egocéntrico.

Cuando llegó al coche, se quedó allí parada, pensando que todo era horrible. Zac era capaz de leerle el pensamiento muy bien. Ella se sentía muy atraída por él, y como sabía que seguramente había estado con muchas mujeres bellísimas, se había dejado llevar y había hecho comentarios grotescos y envidiosos acerca de la única de la que tenía noticia, Susanna. Aquella mujer tan joven que evidentemente tenía un trasero muy pequeño y una delantera muy bonita. ¿Por qué había hecho ella tal cosa? ¿Qué le importaba?

Se quedó dándole vueltas al asunto bastante rato, lo suficiente como para tener frío. Debía ir a arreglar las cosas. Tenía que decirle que se había puesto de mal humor, que siendo una granjera robusta que no sabía andar con zapatos de tacón, le había molestado oír hablar de otra mujer que podía captar la atención de uno de los pocos solteros de todo el condado. Aunque ella no quisiera captar su atención, pero de todos modos… Se disculparía y le prometería que no iba a volver a comportarse así. Normalmente, ella no era irracional.

Volvió a entrar al garaje y llamó suavemente a la puerta trasera. Se abrió de par en par. Él alargó el brazo y la tomó de la muñeca, y tiró de ella para ceñirla a su cuerpo y abrazarla. La pasó al interior de la cocina y ¡la besó! La besó con tanta fuerza, con tanta confianza, que a ella se le abrieron los ojos desorbitadamente de la impresión. Vanessa no podía moverse. No podía ni resistirse, ni devolverle el beso. ¿Qué demonios…

Finalmente, él dejó de besarla y le dijo:

Zac: Te gusto. Lo sabía.

Ness: No me gustas tanto. No vuelvas a hacerlo.

Zac: Me deseas -dijo con una sonrisa-. Y voy a dejar que me consigas.

Ness: Eres un engreído. No te deseo.

Él volvió a besarla, y de nuevo, ella abrió unos ojos como platos. En aquella ocasión consiguió liberar sus brazos y le empujó el pecho.

Zac: Bueno, vamos, sólo tienes que besarme tú a mí y comprobar si te afecta de algún modo.

Ness: No. Porque a ti, esto te parece divertido. He vuelto a disculparme por ser tan malhumorada. No me importa nada la mujer delgada, la chica. Es que estoy un poco cansada.

Zac: No tienes que disculparte, Vanessa. A mí me pareces muy mona por estar celosa. Pero tampoco tienes motivo para tener celos de Susanna. Ella se fue hace mucho, y yo no la echo de menos. No éramos el uno para el otro.

Ness: Eso es lo que dijo mi padre.

Zac: ¿Hank te dijo eso?

Ness: Sí.

Zac: ¿Qué te dijo exactamente?

Ness: Dijo que yo era más tu tipo, pero que primero habría tenido que matar a la rubia delgaducha. Dijo que de todos modos ya parecía que estaba muerta.

A Zac le pareció hilarante. Se rió durante mucho rato, pero no la soltó.

Zac: Entonces, me alegro de que se fuera. No era capaz de resolver ningún tipo de dificultad. Lloraba si se le rompía una uña.

Ness: Seguro que fue una de tantas.

Él retrocedió un poco, pero con una mirada de diversión.

Zac: Piensas que soy un mujeriego.

Ness: ¿Y cómo no ibas a serlo? Sé cómo es esa gente rica de los caballos. ¡Y tú eres el veterinario! ¡Claro que habrás tenido un millón de novias!

Finalmente, a él se le borró la sonrisa de los labios.

Zac: No. Yo no soy así, Vanessa. Sólo porque haya estado con esa gente no me he convertido en uno de esos tipos.

Ness: Bueno, pero te vas a una isla con unas veterinarias.

Zac: Tina y Cindy. Vaya. No quiero alardear, pero tengo treinta y dos años, Vanessa, y he estado con varias mujeres. Seguro que tú también has estado con algunos hombres. Tina y Cindy son amigas.

Ness: Ya. Estoy segura. Amigas y cientos de mujeres en tanga.

Zac: Ven a terminar el café -le pidió con una sonrisa-.

Ness: No puedo. Tengo que ir a casa con Ahab.

Zac: ¿Quién es Ahab?

Ness: Mi gato. Ahab. Trípode. Tiene muchos nombres. Sólo tiene tres patas.

Zac: ¿Qué le pasó?

Ness: No lo sé. Lo adopté en un refugio cuando quedó bien claro que no se lo iba a llevar nadie. Tiene malas pulgas, pero me quiere. Es muy independiente, pero le gusta comer. Tengo que irme.

Zac: ¿Vas a volver mañana después del trabajo?

Ness: ¿Vas a comportarte como un caballero?

Él arqueó una de sus preciosas cejas.

Zac: ¿Quieres que lo haga?

No.

Ness: Por supuesto. O me marcharé y te dejaré con los cachorros y sin ayuda.

Zac: Ven mañana. Pasa por tu casa para dar de comer al gato antes de venir, para que no tengas prisa en marcharte.

Después le dio un beso muy cortés en la mejilla, aunque rezumaba seducción.

Ness: Nos vemos mañana.


martes, 24 de noviembre de 2020

Capítulo 2


El lunes fue el día en que encontraron a los cachorros, y Zac consiguió mantenerse alejado del bar el martes, pero el miércoles, volvió más o menos a la hora de cenar. Y no sólo para comprobar el estado de los perros; también estaba Vanessa.

Vanessa Hudgens ya no era una niña delgadita, sin pecho, con el pelo encrespado y aparato de ortodoncia. Se había convertido en una mujer esbelta, de piernas largas, pelo suave, sedoso, de color negro y ojos marrón chocolate, con las pestañas negras y espesas. Tenía unas cuantas pecas por la nariz y las mejillas, las justas para que resultaran muy monas. Pero era aquella boca, aquella boca carnosa, rosada, suave, lo que le estaba matando. Él llevaba mucho tiempo sin ver una boca de mujer así. Era espectacular.

Vanessa era un poco mandona, pero a él le gustaba aquel rasgo en una mujer. No sabía si necesitaba terapia por eso, pero le resultaba desafiante. Por el hecho de haber crecido con tres hermanas, había tenido que luchar con mujeres decididas durante toda su vida, y las mujeres dóciles y obedientes no le gustaban. Era culpa de Patricia, Susan y Christina.

Lo primero que notó Zac al entrar al bar fue que Vanessa no estaba allí. Sonrió con superioridad. ¡Ja! Tenía que habérselo imaginado. Había convencido a Jack y a Peter para que se quedaran con ocho perritos, un trabajo intensivo, y les había prometido que ayudaría, y, sin embargo, no había aparecido. Se acercó a la caja y contó los cachorros. Siete. Después, se acercó a la barra.

Zac: Eh, Jack. ¿Habéis perdido uno?

Jack: ¿Eh? -estaba pasando la bayeta por la barra-. Oh, no -dijo, negando con la cabeza-. Vanessa se ha llevado uno a la lavandería para limpiarlo. Ya sabes, se ha manchado mucho el pañal. Es el más pequeño, el que estaba más débil.

Zac: Ah. ¿Todavía está vivo?

Jack: Oh, sí. Y no te lo imaginas: Christopher ha decidido que quiere a ése. Comet. Vanessa intentó convencerlo de que eligiera a otro más fuerte, pero el niño no quiere.

Zac se rió.

Zac: A mí me pasó lo mismo una vez, con una camada de seis cachorritos. Elegí al más pequeño de todos, y lo llamé Dingo. Yo tenía quince años, y también era muy bajito para mi edad. Al final, Dingo se hizo fuerte y tuvo una vida muy larga para un perro, quince años. Claro que se pasó los últimos cuatro tirado frente a la chimenea.

Jack: Cualquiera pensaría que un chico va a elegir al más fuerte.

Zac: No. Nos sentimos débiles, así que nos solidarizamos. ¿Te importaría ponerme una cerveza?

Jack: Claro, Zac, perdona. No me he dado cuenta. Lo cierto es que he estado atendiendo el nido todo el día, y ahora aprecio mucho más lo que haces.

Zac: ¿Os han dado muchos problemas?

Jack: No, no, pero quita mucho tiempo preocuparse de que coman y limpiarlos. Son como bebés normales, pero ocho bebés. Y el bar tiene mucha más clientela, porque la gente viene a ver a los cachorros. Así que tengo que servir más, que cocinar más y limpiar más de lo corriente. Aparte de eso, pan comido. Y si encuentro alguna vez al desgraciado que los abandonó bajo el árbol…

Ness: Vaya, doctor Efron.

Zac se volvió y vio que Vanessa salía por una puerta hacia el bar, seguida por Christopher. Ella llevaba una bolita peluda de color blanco y negro en la palma de la mano. Al mirarla, Zac se dio cuenta de que no la había recordado con precisión. Era alta, curvilínea, de pómulos altos, dedos delicados, pelo brillante… era bella. Y su figura, con un par de vaqueros y un jersey con capucha de color turquesa y escote en forma de uve lo dejó atontado. ¿Dónde se había estado escondiendo aquella chica?

Entonces, Zac se acordó de que estaba en una pequeña peluquería de Fortuna, con un uniforme rosa.

Él tomó su cerveza y se acercó a la chimenea. En aquel momento, Vanessa le pasó el cachorrito a Chris.

Ness: Sujétalo durante un rato y después ponlo con sus hermanos y hermanas. Ellos lo reconfortan más que nosotros en este momento, porque es bueno formar parte de una familia.

Zac: ¿Un poco de mantenimiento? 

Vanessa sonrió.

Ness: Algunos se han manchado mucho, y he tenido que lavarlos. Mi padre decía que un poco de caca no le hace mal a un perro, pero que si se deja durante mucho tiempo, lo pone enfermo.

Zac: ¿Lo has bañado?

Ness: He lavado a cuatro, sin hundirlos en el agua. No quería que se resfriaran. La mujer de Peter ha prestado su secador para la causa. Bueno, Chris, ahora tiene que volver a su casa -le dijo al niño. Hizo sitio entre los otros cachorros, y Chris dejó al cachorrito, suavemente, entre sus hermanos-. Tienen que comer dentro de una hora. ¿Por qué no vuelves a hacer los deberes, o a cenar, o a hacer tus tareas, o lo que tengas que hacer, hasta entonces?

Chris: Muy bien, Vanessa.

Zac tuvo que contener la sonrisa mientras Chris se alejaba. Antes de sentarse en el asiento que el niño había dejado libre, le preguntó a Vanessa:

Zac: ¿Quieres una cerveza? ¿U otra cosa?

Ella asintió.

Ness: Sí, una cerveza no estaría mal.

Él volvió con una copa fría y se sentó frente a ella.

Ness: Creo que están cada vez mejor.

Él tomó a un par de ellos y les miró las caritas. Hubiera preferido mirarla a ella, pero no quería que las cosas se notaran mucho.

Zac: ¿Viniste ayer? 

Ness: Sí -respondió después de dar un sorbito a la cerveza-. Ah, está muy buena. Gracias.

Zac: ¿Vas a venir todos los días?

Ness: Si puedo, sí.

Zac: ¿Sales pronto de trabajar?

Ness: Normalmente no. Tengo una peluquería pequeña en Fortuna, de seis plazas. Es una franquicia. Mi franquicia. Así que soy la responsable, y además tengo una larga lista de clientes, y además es Navidad. Pero estoy encajando las citas lo mejor que puedo. Además, he estado enseñando a una de las chicas de mi establecimiento para que ocupe el puesto de encargada, y ahora va a tener que poner en práctica todo lo que ha aprendido a causa de estos cachorrillos. Yo hago la lavadora de las toallas de los cachorros y el papeleo por las noches.

Zac: ¿Qué clase de papeleo?

Ness: El papeleo de un negocio pequeño. Facturas, cuentas, nóminas.

Zac: ¿Y cómo es que has terminado en una peluquería?

Ness: Oh, eso no es muy interesante. Me apetece más hablar de tu trabajo. Yo crecí entre animales, y me hubiera encantado ser veterinaria. Tú estás viviendo mi sueño.

Zac: ¿Y por qué no lo hiciste?

Ness: Bueno, para empezar, tenía buenas notas, pero no lo suficiente como para entrar en la escuela de Veterinaria. ¿No es más difícil incluso que entrar en Medicina?

Zac: Eso tenía entendido. Entonces, ¿qué hiciste después del instituto?

Ness: Uno de mis trabajos de estudiante era peinar y lavar perros. Me encantaba. Me encantaba. Lo único que no me gustaba era llegar a casa sucia y ganar muy poco dinero. Sin embargo, vi el potencial, y tenía que ganarme la vida de algún modo. Así que fui a una escuela de peluquería, trabajé durante unos años, pedí un crédito y compré un local pequeño, y ya está. Ahora atiendo a clientes con dos piernas. Y va bien.

Zac: ¿Y tu amor por los animales?

Ness: Vengo todas las noches a este bar y cuido a una camada de ocho perritos -respondió con una sonrisa-. Todavía tengo un par de caballos en la granja. Mi padre fue vendiendo el ganado hace unos años, salvo a Erasmus, un toro muy viejo, muy vago y con muy malas pulgas. Mi padre dice que nos va a enterrar a todos. Ellos tienen dos perros, y mi madre cuida algunas gallinas. Tienen un huerto maravilloso. Pero antes era una granja muy próspera. Además, mi padre cultivaba alfalfa para alimentar a las vacas.

Zac: ¿Y por qué ya no es una granja próspera?

Ness: Porque no hay nadie que la dirija.

Zac: ¿A tus hermanos no les gusta esa vida?

Ness: No. Uno es profesor de instituto y entrenador. Otro es fisioterapeuta deportivo y el otro es contable. Todos están casados y con hijos. Se fueron a vivir a ciudades grandes.

Zac: ¿Y tú?

Ness: ¿Yo?

Zac: Sí, tú. Parece que a ti te gusta la granja. Te encantan los animales. Todavía tienes un par de caballos allí…

Ness: Me gustaría hacerme cargo de la granja, pero no creo que sea buena idea. No es el mejor sitio para mí.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Soltera, veintiocho años, viviendo con mi padre y con mi madre en su granja, cuidando el ganado y cultivando los campos. Imagínatelo.

Zac: Bueno, siempre se puede contratar a unos peones para que hagan el trabajo más duro.

Ella se echó a reír.

Ness: El trabajo más duro no es lo que me asusta, sino el hecho de que sería la mejor forma de convertirme en una solterona. Mi vida social ya es lo suficientemente aburrida, gracias.

Zac: Siempre hay formas de tener vida social. Viajes, vacaciones, visitas. Ese tipo de cosas que ayudan a romper un poco el aislamiento.

Ness: Exacto. Es lo que he oído decir. Antes de saber quién eras, oí que le decías a Jack que te vas de vacaciones a Nassau con el Club Med, para ver a un montón de mujeres en tanga.

Por algún motivo que no supo explicarse, aquello le causó un poco de vergüenza.

Zac: No, no. Yo no sé nada de eso del Club Med. Un amigo mío, Jerry, de la escuela de veterinaria, ha preparado unas vacaciones de Navidad con nuestro grupo de amigos. Sólo hemos estado en contacto por correo electrónico desde que nos licenciamos. La parte de Nassau es cierta, pero lo de los tangas es fantasía. Voy a bucear y a pescar un poco. Hace mucho tiempo que no tengo vacaciones.

Ness: ¿No te reúnes con tu familia para celebrar las fiestas?

Zac: Bueno, me han dicho que vaya con ellos de crucero. Con todos ellos. Mis padres, mis tres hermanas, sus maridos, mis cuatro sobrinos y mis dos sobrinas. No creo que pudiera aguantar tanta presión familiar.

Ness: ¿No vienen nunca por aquí? Ya sabes, su lugar de infancia, donde os criasteis todos los hermanos.

Zac: Frecuentemente. Vienen a casa, toman posesión, y yo me voy al establo y me alojo en las dependencias de la técnica.

Ness: La técnica y tú debéis de llevaros muy bien.

Él sonrió.

Zac: Está casada y vive en Clear River, pero tenemos una habitación para ella por si hay casos que necesitan atención por la noche. Era la ayudante de mi padre antes de que él se jubilara. Es una más de la familia -explicó, y observó atentamente la expresión de Vanessa. ¿Era de alivio?-. Toda la familia vino a casa para el Día de Acción de Gracias -siguió explicándole-. Me alegré muchísimo de verlos a todos, y también me alegré cuando se marcharon. Es una locura. Aunque mis cuñados son estupendos, en realidad. Por lo menos, mis hermanas eligieron bien.

Ella tomó un poco de cerveza.

Ness: Debes de estar deseando que lleguen tus vacaciones. ¿Cuándo te vas?

Zac: El día veintitrés, y estaré fuera hasta el dos de enero. Voy a volver a casa bronceado y descansado. 

«Y sexualmente relajado». Al instante se ruborizó y se preguntó por qué demonios había pensado en aquello. Él nunca era superficial en cuanto al sexo. Se lo tomaba muy en serio.

Vanessa lo miró con extrañeza.

Ness: Doctor Efron, ¿se está poniendo colorado?

Él carraspeó.

Zac: No tienes por qué ser tan formal, Vanessa. Llámame Zac. ¿No te parece que hace demasiado calor aquí junto a la chimenea?

Ness: No me había dado cuenta, pero…

Zac: ¿Has cenado?

Ness: No. Ni siquiera había pensado en ello.

Zac: Vamos a sentarnos en aquella mesa antes de que nos la quiten. Voy a decirle a Jack que queremos cenar, ¿qué te parece?

Ness: Muy bien. Cuando hayamos terminado, Chris ya habrá vuelto para darle de comer a su perrito.
 
 
Durante el resto de la semana, los cachorros prosperaron mucho. Y Vanessa también, aunque esperaba que el motivo no se le notara en la cara. No había ninguna razón en particular para que Zac apareciera todos los días en el bar. Los cachorros no estaban enfermos y no necesitaban cuidados médicos, y él no se había comprometido a ayudar, como ella. Sin embargo, volvió el jueves, el viernes y el sábado. A ella le encantaría pensar que era porque quería verla, pero le parecía una idea descabellada. Le parecía tan poco probable que ella pudiera interesarle a un hombre como él en medio de aquel asunto de cuidar a unos cachorros en un bar que ni siquiera quería pensar en ello.

Pero allí estaba Zac, todos los días, más o menos a las seis, la hora en la que ella terminaba con sus tareas caninas. Él siempre le llevaba una cerveza, y después Jack les daba la cena, y ellos la tomaban juntos en una mesa junto a la chimenea, poniéndose al día y charlando sobre sus familias y sobre todo en general. Aunque Vanessa sabía que, seguramente, su amistad iba a terminar en cuanto alguien adoptara a los cachorros, y aunque ir y volver del bar después del trabajo le estaba resultando agotador, disfrutaba de su compañía más de lo que hubiera querido admitir.

Ness: ¿Siempre quisiste volver aquí y ocupar el puesto de tu padre? -le preguntó una noche-.

Zac: No. No era parte de mis planes. En primer lugar, prefiero los purasangres a las vacas. Quería criar caballos de carreras. Hice un par de años de residencia en una clínica de traumatología equina, y trabajé en una consulta en Kentucky, y después en otra clínica, muy lucrativa, a las afueras de Los Ángeles. Entonces, mi padre dijo que quería jubilarse. Ya había trabajado lo suficiente; ahora tiene setenta y cinco años. Hace tiempo, compraron una finca para caballos en una zona muy bonita del sur de Arizona, pero querían conservar la casa y el establo, y la clínica veterinaria también, dentro de la familia. ¿Sabes lo difícil que es establecerse en la profesión con todos estos granjeros y rancheros, viejos y curtidos? -le explicó, riéndose-. El nombre de Zachary Efron es muy conocido por aquí, y de todos modos, yo sigo siendo un advenedizo.

Ness: Así que aquí estás, ¿a cargo de la clínica familiar? 

Sin embargo, estaba pensando en que él se había codeado con gente muy rica del mundo de los caballos. Gente de la alta sociedad, a la que Vanessa había visto a cierta distancia en las competiciones y las ferias, pero de la que no sabía nada. Vanessa llevaba montando a caballo desde que había empezado a andar, había tomado lecciones y había participado en competiciones de adiestramiento, así que estaba familiarizada con la riqueza asociada a la cría de purasangres. Los ricos enviaban a sus hijas a Europa para que aprendieran, mandaban en aviones privados a sus caballos a Churchill Downs, e invertían millones en ranchos de ganado equino. Las chicas de granja de Humboldt County no podían competir con eso. Tragó saliva al sentirse tan fuera de lugar.

Zac: Pensé que debía darle una oportunidad. Yo quería trabajar un par de años, ahorrar, y tal vez meter a un veterinario nuevo, con interés en el establo y en la clínica. Pero no lo he hecho, y ya han pasado dos años.

Ness: Entiendo. ¿Y todavía tienes intención de irte?

Zac: No tengo que explicarte todas las cosas estupendas que tiene este lugar -dijo con una sonrisa-. Y creo que no tengo que decirte lo que le falta. Es una vida demasiado tranquila para un soltero. ¿Te acuerdas de la falta de relaciones sociales que has mencionado antes?

Ness: ¿Cómo iba a olvidarlo? 

Zac: ¿Estás saliendo con alguien? -preguntó de repente, y ella se sorprendió-.

Ness: ¿Eh? No, en este momento no. ¿Y tú?

Zac: No. ¿Tienes muchas citas?

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza.

Ness: No. Sólo de vez en cuando -entonces pensó durante un momento, y dijo-: Ah. Las vacaciones. ¿Te vas para ver si mejoras un poco tu vida social?

Él sonrió.

Zac: No estaría mal. Y creo que va a ser muy agradable estar con mis antiguos amigos. En la escuela de veterinaria estábamos unidos. Nos ayudábamos mucho en los exámenes.

Ness: ¿Cuántos vais? 

Zac: Cinco hombres, incluido yo, dos de ellos casados que van con sus esposas. Y dos veterinarias.

Ness: ¿Casadas?

Zac: Una soltera y la otra divorciada.

Ness: Te pillé. Seguro que una de ellas es una ex novia.

Zac: No.

Ness: Vamos, vamos. ¿No saliste con ninguna de ellas?

Zac: Creo que salí con las dos, pero brevemente. Estábamos mejor como compañeros de estudio que… que como cualquier otra cosa -le dio un sorbito a su cerveza-. En realidad, lo que quiero es pescar.

Ella tomó el último bocado de su cena.

Ness: La pesca es muy buena por aquí.

Zac: Ya pesco en los ríos de por aquí. Me apetece pescar en el mar. Y tomar el sol. Me llevo los palos de golf -añadió con una carcajada-. Jugaba mucho al golf en Los Ángeles. Sí, un poco de sol no me va a venir mal.

Después de un instante, ella le recordó con una sonrisa:

Ness: Pronto estarás tirado en una playa, rodeado de un centenar de mujeres en tanga.

Zac: Tal vez tengas razón -replicó con una sonrisa-. Tal vez deba pescar más por aquí si quiero pillar al pez gordo.
 
 
El domingo, Vanessa volvió a la granja. Fue muy temprano, para poder pasar por el bar por la noche. Aquel día, tan cerca ya de Navidad, iba a cocinar con su madre durante todo el día. Harían panes, bollos y galletas que podían congelarse para el aluvión familiar, pero después, ella cenaría en el bar. Por los cachorros, claro.

**: Estás muy callada, Vanessa -le dijo su madre-. Creo que esto de los perritos te está agotando. Siempre has tenido el corazón muy blando.

Ness: Estoy cansada -admitió mientras extendía la masa de las galletas-. Me estoy levantando muy pronto para abrir la peluquería más temprano y poder marcharme antes, y me quedo despierta por las noches para terminar el trabajo. Y ya sabes que no puedo permitir que mi casa se quede sin adornos de Navidad. Estoy decorándola un poco, antes y después del trabajo.

Rose: Entonces, no deberías venir aquí dos días a la semana. De veras, te agradezco mucho que me ayudes, pero no soy tan vieja como para no poder hacer las galletas de Navidad.

Ness: Estos días de cocina me parecen regalos, así que estoy encantada de ayudar -tras unos instantes de silencio, le comentó a su madre-: No sabía que teníamos un nuevo doctor Efron. Pensaba que quien venía a ver a los caballos y a Erasmus cuando era necesario era el viejo doctor. Pero cuando pasó a ver a los cachorros, explicó que él era Zachary Junior. No me lo habíais contado.

Rose: Claro que sí, cariño. Cuando vino hubo muchos chismorreos, al principio. Vivía con una mujer, pero al poco, ella salió corriendo como un gato escaldado. Creo que no hablamos de otra cosa durante meses.

Ness: ¿Con una mujer? ¿Y cuándo fue eso?

Rose: Hace un par de años. Una chica joven de Hollywood -dijo con una risa de indulgencia-. Nos los encontramos varias veces, en la feria, en el mercado, por aquí y por allá. Uno no se encuentra tan a menudo a la gente por aquí. Podía haber pasado un año hasta que la conociéramos, pero Zachary la llevaba a todas partes. Seguramente quería que ella se adaptara, pero supongo que no salió bien.

Ness: Creo que yo lo recordaría, mamá. Me parece que no lo mencionasteis.

Rose miró un instante hacia arriba, intentando recordar.

Rose: Tal vez fuera en la misma época en que tú tenías otras preocupaciones. Estabas comprando la peluquería. Además, también tú pasaste aquella horrible experiencia con Ed, y tal vez tenías otras cosas en la cabeza.

Ed. Sí, Ed. No estaban exactamente comprometidos, gracias a Dios, pero llevaban saliendo más de un año, y ella esperaba que se comprometieran. Habían hablado de casarse. Vanessa se echó a reír.

Ness: Puede que eso me distrajera un poco -admitió-.

Rose: El muy vago -murmuró trabajando la masa de las galletas con mucha más fuerza de la necesaria-. Es un cerdo, un idiota y un mentiroso y… ¡un vago!

A Vanessa le encantó la retahíla, y se rió de nuevo.

Ness: En realidad, no es nada vago. Trabaja mucho y gana un buen sueldo, lo cual resultó ser muy necesario para que pudiera salir con tantas mujeres a la vez. Pero sí es un cerdo, un mentiroso y un idiota, y no lo echo de menos en absoluto. El muy gusano -añadió-. Ya no me acuerdo de por qué no permitimos que los chicos le pegaran un tiro.

Rose: Yo tampoco me acuerdo bien. Siempre supe que ese hombre no era para ti.

Tal vez Vanessa también lo había sabido siempre, pero no había querido darse cuenta. Lo cierto era que, desde aquella ruptura, seis meses antes, había tenido unas cinco citas, ninguna de ellas memorable. Salía a menudo con sus amigas, pero la mejor parte de su vida era pasar un par de días en la granja, montando a caballo, cocinando o haciendo conservas con su madre.

En aquel momento, su padre entró en la cocina y se rellenó la taza de café. Se puso una mano en la espalda, en la cintura y se estiró hacia atrás, girando los hombros.

Ness: ¿Estás cojeando, papá?

Hank: No. Sólo me duele un poco la pierna, eso es todo.

Ness: En cuanto termine este asunto de los cachorritos, voy a venir más a menudo a ayudar.

Rose: El médico dice que lo mejor para él es que se mueva. Tú ya ayudas suficiente.

Hank: ¿No recuerdas a esa mujer tan elegante de Hollywood? -le preguntó a su hija, volviendo a la conversación que había escuchado. Y, sin esperar respuesta añadió-: Se la podía llevar una ráfaga de viento. Estaba en los huesos. No era mujer para Zachary -dijo, y arqueó un poco las cejas pobladas, mirando a Vanessa por encima del borde de la taza-. Creo que tú eres más su tipo. Sí, mejor Zachary que ese desgraciado con el que estuviste.

Ness: Yo ni siquiera sabía que Zac Efron vivía aquí hasta hace unos días, ¿no os acordáis? Y antes de eso, yo estaba con el desgraciado, y Zac también estaba ocupado.

Hank: Sí, habrías tenido que matar a la delgaducha, pero de todos modos ya parecía que estaba muerta.

Sonrió, y se fue de la cocina.

Rose: ¿Zachary va a pasar la Navidad con su familia? 

Ness: Me contó que sus padres, sus hermanas, cuñados y sobrinos van a ir de crucero, y por cómo me lo contó, parece que se habría tirado por la borda si hubiera ido también. Dijo que no podría soportar tanta presión familiar, pero que se las arreglaría.

Rose: Entonces tienes que invitarlo a que venga a cenar y a comer con nosotros en las fiestas, Vanessa. Me parece recordar que era amigo de alguno de tus hermanos cuando eran pequeños.

Ness: No se va a quedar aquí. Se va de vacaciones al Caribe con unos antiguos compañeros de la escuela de veterinaria, con la esperanza de perderse en un mar de tangas. Parece que su gusto en cuestión de mujeres no ha cambiado mucho.

Rose: ¿De verdad? A mí eso me suena muy aburrido.

Ness: No, si eres un hombre soltero de treinta años, mamá.

Rose: Ah. Bueno, llévale unas cuantas galletas.

Ness: Seguro que le dan igual las galletas caseras.

«Si le gustan las chicas elegantes, delgadas y ricas», pensó.

Rose: Tonterías. No conozco a ningún hombre a quien no le gusten las galletas caseras. Les recuerdan a sus madres.

Ness: Justo la imagen que me gusta transmitir.


sábado, 21 de noviembre de 2020

Capítulo 1


Durante las vacaciones de Navidad era algo obligado hacer un viaje por Virgin River. El pueblo había puesto un árbol de diez metros de altura en la plaza central, con adornos rojos, azules y dorados, y con una enorme estrella blanca en la punta. Sobresalía por encima de los tejados del pueblecito, y la gente se acercaba a verlo desde varios kilómetros a la redonda. Los colores patrióticos de la decoración lo distinguían de otros árboles. Jack Sheridan, propietario de un bar local, bromeaba diciendo que esperaba que aparecieran los Tres Reyes Magos en cualquier momento, dado que la estrella brillaba tanto.

Vanessa Hudgens no pasaba por Virgin River muy a menudo. Estaba apartado de su camino cuando iba desde Fortuna, donde vivía, a la granja de sus padres, que estaba cerca de Alder Point. Era un pueblo pequeño y bonito, y a ella le gustaba estar allí. Le gustaba el bar que regentaba Jack Sheridan. La gente de aquel pueblo te veía una vez, o tal vez dos, y desde entonces, te trataban como a una vieja amiga.

Se dirigía a casa de sus padres cuando, en el último momento, decidió pasar por Virgin River. Como había pasado una semana desde el Día de Acción de Gracias, esperaba que hubieran empezado ya a montar el árbol. Era lunes por la tarde, y aunque el día era soleado, hacía mucho frío. Sin embargo, ella sintió una gran calidez en el corazón al entrar en la plaza y ver que ya habían decorado el árbol. Jack estaba en lo alto de una altísima escalera, enderezando algunos de los adornos, y a los pies de la escalera, mirando hacia arriba, estaba Christopher, el hijo de seis años del cocinero de Jack, Peter.

Vanessa salió de su furgoneta y se acercó a ellos.

Ness: ¡Eh, Jack! -gritó hacia arriba-. ¡Tienes buen aspecto!

Jack: ¡Vanessa! Hacía tiempo que no nos veíamos. ¿Cómo están tus padres?

Ness: Muy bien. ¿Y tu familia?

Jack: Estupendamente -miró a su alrededor-. Oh, oh. ¿David? -Entonces, miró a Christopher mientras bajaba de la escalera-. Chris, ¿no ibas a ayudarme a vigilarlo? ¿Adónde ha ido? ¡David!

Entonces, Chris gritó:

Chris: ¡David! ¡David!

Ambos rodearon el árbol, miraron en el porche y en el patio trasero, llamándolo. Vanessa se quedó allí, sin saber si debía ayudar o quedarse quieta para no estorbar. De repente, las ramas más bajas del enorme árbol se movieron, y de entre ellas salió a gatas un niño de unos tres años.

Ness: ¿David? -El niño tenía algo entre las manos, y ella se puso de rodillas-. ¿Qué tienes ahí, pequeño? -le preguntó. Después gritó-: ¡Lo he encontrado, Jack!

El niño tenía un animal muy pequeño y debilitado. Era de color blanco y negro, y tenía los ojos cerrados, y colgaba sin fuerzas desde las manitas enguantadas de David.

Ness: Deja que le eche un vistazo, cariño -le dijo, y tomó a la criatura-.

Era un cachorrillo recién nacido.

Jack apareció corriendo desde el otro lado del árbol.

Jack: ¿Dónde estaba?

Ness: Bajo el árbol. Ha salido con esto -le mostró brevemente al animal antes de meterlo entre su camiseta y el jersey de lana para darle calor-. El pobrecito está medio congelado.

Jack: Vaya, David, ¿dónde lo has encontrado?

David señaló bajo el árbol, y su padre se metió entre las ramas y emergió de nuevo arrastrando una caja llena de perritos blancos y negros.

Vanessa y Jack se miraron durante un instante. Después, Vanessa dijo:

Ness: Será mejor que los metas dentro de la casa, junto al fuego. Los cachorros tan pequeños pueden morir de frío fácilmente. Esto podría terminar muy mal.

Jack tomó la caja del suelo.

Jack: ¡Sí, va a terminar mal! ¡Voy a averiguar quién ha hecho algo tan espantoso y le voy a dar una buena tunda! -se volvió hacia los niños y les dijo-: Vamos, chicos.

Se llevó la caja hasta el porche del bar y Vanessa se apresuró a sujetarle la puerta para que pudiera pasar.

Jack: Dios Santo -siguió protestando-, ¡hay refugios para animales!

La chimenea estaba encendida y había un par de hombres, con ropa de caza, en la barra, tomando una cerveza. Jack puso la caja junto al hogar. Inmediatamente, Vanessa comenzó a inspeccionar a los cachorrillos.

Ness: Jack, necesito ayuda. ¿Podrías calentar algunas toallas en la secadora? Me vendrían bien un par de manos calientes más. Los cachorrillos no se mueven lo suficiente en la caja como para que yo esté tranquila -entonces, de repente, ella misma comenzó a retorcerse, y sonrió-. El mío ya está reaccionando -comentó, y dio unos golpecitos muy suaves en el bulto que había bajo su jersey-.

David y Chris se agacharon a su lado. Ella sacó al perrito y lo puso en la caja, junto a los demás. Tomó otro y se lo colocó bajo el jersey.

**: ¿Qué tenemos aquí? -preguntó alguien-.

Miró por encima de su hombro hacia atrás. Los cazadores de la barra se habían acercado a la chimenea y estaban mirando la caja.

Ness: Alguien se ha dejado una caja con una camada de cachorrillos bajo el árbol de Navidad. Están medio congelados -les explicó. Tomó dos más, comprobó que se movían y se los entregó a uno de los cazadores-. Ten. Hay que ponerlos dentro de la camisa para darles calor y ver si se recuperan -tomó otros dos, volvió a comprobar que estaban vivos y se los dio al otro hombre-.

Los cazadores hicieron exactamente lo que ella les dijo. Vanessa también tomó otro cachorrillo y lo puso dentro de su jersey.

Después tomó un cachorrillo que se quedó desfallecido en la palma de su mano.

Ness: Oh, oh -murmuró-.

Lo movió un poco, pero el animal no reaccionó. Entonces, Vanessa le cubrió la boca y la nariz con su propia boca y le insufló un poco de aire. Después le masajeó el pecho suavemente. Le frotó las extremidades, volvió a insuflarle aire y repitió el proceso. Entonces, el animal se acurrucó en su palma.

Ness: Mejor -murmuró, y se lo metió en el jersey-.

*: ¿Acabas de reanimar al cachorrillo? -le preguntó uno de los cazadores-.

Ness: Tal vez. Una vez se lo hice a un gatito huérfano y funcionó, así que merece la pena probar. Vaya, hay unos ocho perritos. Es una camada muy grande. Por lo menos ya tienen pelo, pero son muy pequeños. Tendrán un par de semanas, supongo, y los cachorrillos son muy vulnerables al frío. Tienen que estar calentitos.

David: ¡Perrito! -exclamó intentando meter las manitas en la caja-.

Ness: Sí, has encontrado una caja llena de perritos, David -tomó el último cachorrillo, el primero al que había calentado, y se lo tendió a los cazadores-. ¿Podéis cuidar de éste también?

Uno de los hombres tomó el perrito y se lo puso bajo el brazo.

*: ¿Eres veterinaria, o algo así?

Ella se echó a reír.

Ness: Me crié en una granja, muy cerca de aquí. De vez en cuando había un potrillo o un ternero al que su madre rechazaba, o no podía cuidar. Era raro, pero ocurría. Normalmente era mejor no meterse entre una madre y sus crías, pero algunas veces… bueno, lo primero es la temperatura corporal, y por lo menos estos perritos tienen un buen pelaje. Lo siguiente es la comida. -Metió la mano en la caja y palpó la manta en la que habían estado acurrucados-. Um… está seca. No hay orina, lo cual no es bueno. Además de tener mucho frío, seguramente se están muriendo de hambre y están deshidratados. Los cachorrillos maman mucho, y es evidente que los han apartado de la madre demasiado pronto.

Jack volvió a aparecer, con Peter en los talones. Peter era muy alto, y miró por encima del hombro de Jack hacia la caja, que estaba vacía.

Peter: ¿Qué pasa?

Chris: ¡Papá! ¡David ha encontrado una caja llena de perritos debajo del árbol! ¡Se están congelando! ¡Puede que se mueran! -le explicó con desesperación-.

Ness: Les estamos dando calor -dijo indicándole las camisas llenas de bultitos de los cazadores-. La mitad de ellos ya culebrean, y dentro de un rato sabremos si la otra mitad va a sobrevivir. Deberíamos darles líquido y comida. Lo ideal sería leche de bebé y cereales, pero podríamos arreglárnoslas con un poco de leche caliente y avena con agua.

Jack: ¿Leche de bebé? Seguro que yo puedo conseguirla. Te acuerdas de mi mujer, Mel, ¿no? Es la matrona, y seguro que tiene leche de bebé a mano.

Ness: Perfecto. Y si tiene algo de cereales infantiles, mejor todavía.

Jack: ¿Necesitamos biberones?

Ness: No. Con un par de cuencos no muy profundos valdrá. Son muy pequeños, pero están hambrientos. Seguramente aprenderán a comer rápidamente.

*: Vaya -dijo uno de los cazadores-. ¡Tengo uno que culebrea mucho!

**: ¡Yo también! -dijo el otro-.

Ness: Mantenedlos junto al cuerpo unos minutos. Por lo menos, hasta que tengamos las toallas calientes en la caja.

A causa de aquellos perritos, Vanessa había olvidado el motivo por el que había terminado en Virgin River. Faltaban tres semanas para Navidad y sus tres hermanos mayores iban a ir a la granja a pasar las fiestas con sus familias. Aquél era uno de los dos días libres a la semana que tenía en la peluquería. El día anterior, el domingo, había ayudado a su madre a cocinar dos enormes estofados y los habían puesto en el congelador para la familia. Aquel día tenía pensado cocinar también, y después, tal vez sacar a uno de los dos caballos a dar un paseo, e ir a saludar a Erasmus, el toro de cría. Erasmus era muy viejo, y cada saludo podía ser el último. Después iba a cenar con sus padres, algo que hacía como mínimo una vez a la semana. Al ser la hermana más pequeña, la única soltera y la que más cerca vivía de sus padres, la tarea de acompañar a papá y a mamá recaía en ella.

Y sin embargo allí estaba, junto a una chimenea, intentando reanimar a una camada de cachorrillos. 

Jack llevó la leche infantil y las toallas calientes, y entre Chris y Vanessa los enseñaron a lamer del cuenco. Después, Vanessa le dijo a Jack que sería conveniente que los viera un veterinario, y Jack llamó a un conocido suyo, a quien casualmente Vanessa también conocía. El viejo doctor Efron siempre había atendido a los animales de la granja de sus padres, desde antes de que ella naciera. Muchas vacas, unos cuantos caballos, perros y gatos, cabras y un toro con muy malas pulgas. Efron era veterinario de animales grandes, pero al menos podría echarles un vistazo a aquellos perritos.

Vanessa también le pidió a Jack que llamara a su madre y le contara lo que estaba sucediendo. Su madre iba a reírse, porque conocía bien a su hija. No habría forma de separar a Vanessa de una caja de cachorrillos recién nacidos y muy necesitados.

A medida que se acercaba la hora de comer, alrededor de la caja de los perritos se formó un grupo de gente. La gente se detenía junto a ella, cerca del fuego, y le preguntaba por la historia, y acariciaba a alguno de los cachorrillos. Cuatro de ellos iban muy bien. Estaban moviéndose con fuerzas renovadas y tomaban leche con cereales a menudo. Otros dos estaban intentando recuperarse del hambre y la hipotermia. Vanessa consiguió darles algo de leche con un cuentagotas. Los dos últimos respiraban, y el corazón les latía, pero eran muy pequeños y estaban muy débiles. Ella les dio un poco de leche y se los metió dentro del jersey para que tuvieran calor, mientras se preguntaba cuándo iba a aparecer el viejo doctor Efron.

En aquel momento, alguien abrió la puerta y una ráfaga de viento entró en el bar. Entonces, Vanessa se olvidó durante un momento de los cachorros. El hombre más guapo que había visto desde hacía mucho tiempo acababa de entrar en el establecimiento de Jack. Además, le resultaba vagamente familiar. Se preguntó si lo había visto en la televisión, o en una película. Él se acercó a la barra, y Jack lo saludó con entusiasmo.

Jack: ¡Hola, Zac! ¿Qué tal estás? ¿Tienes ya los billetes de avión?

Zac: De eso me ocupé hace mucho -respondió el recién llegado, y se echó a reír-. Hace mucho que estoy deseando esto. Dentro de poco estaré en una playa de Nassau, en mitad de un centenar de tangas. Sueño con ello.

Jack: ¿Es una de esas cosas del Club Med?

Zac: No, no. Me voy con gente de la facultad. Hace años que no me veo con algunos de ellos, porque no mantenemos el contacto, pero uno de ellos pensó en estas vacaciones y, como yo estaba disponible, me pareció una buena idea. El compañero que se ha encargado de organizarlo ha reservado habitaciones en un hotel que incluye comidas, copas… Todo, salvo actividades como la pesca submarina o el buceo, para cuando no esté tumbado en la arena, mirando a bellísimas mujeres con trajes de baño muy pequeños.

Jack: Me alegro por ti. ¿Una cerveza?

Zac: Pues sí, gracias. -Y después, como si estuviera respondiendo a la oración de Vanessa, tomó la cerveza y se acercó a donde ella estaba sentada, junto a la caja de los cachorros-. Hola.

Ella tragó saliva y miró hacia arriba. Era difícil calcular cuánto medía desde su posición, pero debía de ser casi un metro ochenta. Vanessa se fijaba en detalles como aquél porque ella no era muy alta. Él tenía el pelo castaño, y los ojos azules rodeados de pestañas negras

Él sonrió y al hacerlo, se le formó un hoyuelo en la mejilla.

Zac: He dicho «hola».

Vanessa tosió y despertó de su estupor.

Ness: Hola.

Él frunció el ceño.

Zac: Eh, creo que una vez me cortaste el pelo.

Ness: Es posible. Así me gano la vida.

Zac: Sí, sí fuiste tú. Ahora me acuerdo.

Ness: ¿Y cuál fue el problema con el corte de pelo?

Zac: No creo que hubiera ninguno.

Ness: Entonces, ¿por qué no volviste?

Él se echó a reír.

Zac: Bueno, creo que discutimos acerca de una cosa que me pusiste en el pelo. Yo no quería, pero tú me dijiste que sí quería. Tú ganaste, y yo salí de la peluquería con el pelo de punta. Cuando me tocaba la cabeza, parecía que tenía merengue en el pelo.

Ness: Fijador. Se llama fijador. Está de moda.

Zac: ¿De veras? Supongo que yo no -se sentó junto a la chimenea, al otro lado de la caja. Tomó en la mano a uno de los cachorros y añadió-: No me gusta llevar fijador.

Ness: ¿Tienes las manos limpias?

Él la miró con perplejidad. Entonces, sus ojos bajaron desde la cara de Vanessa hasta su pecho, y sonrió.

Zac: Eh… creo que te estás moviendo. O tal vez es que estés muy contenta de verme -sugirió, con una sonrisa de picardía-.

Ness: Oh, eres gracioso -se sacó al cachorrillo de debajo del jersey-. ¿Has pensado en esa frase tú sólo?

Él ladeó la cabeza y le quitó al cachorrillo de las manos.

Zac: Yo diría que son collies. Parecen collie, pero pueden mostrar características de otras razas cuando crezcan. Es muy mono. Por esta zona hay muchos perros pastores.

Ness: Esos dos son los más débiles de toda la camada, así que por favor ten cuidado. Estoy esperando al veterinario.

Él sujetó a los dos perritos con una mano y con la otra se sacó un par de gafas del bolsillo y se las puso.

Zac: Yo soy el veterinario.

Entonces, les dio la vuelta a los cachorrillos, les examinó los ojos, la boca y las orejas y les presionó suavemente el abdomen con un dedo.

Ella se quedó sin palabras durante un minuto.

Ness: Tú no eres el viejo doctor Efron.

Zac: Zachary Junior. Zac. ¿Conoces a mi padre? -preguntó mientras examinaba a otros dos perritos-.

Ness: Él… eh… Mis padres tienen una granja en Alder Point. Me crié aquí, cerca de la clínica y del establo del doctor. ¿No debería conocerte?

Él la miró por encima de la montura de las gafas.

Zac: No lo sé. ¿Cuántos años tienes?

Ness: Veintiocho.

Zac: Bueno, yo tengo treinta y dos. Te saco unos años. ¿A qué escuela fuiste?

Ness: A la de Fortuna. ¿Y tú?

Zac: A la de Valley. Supongo que ahora ya puedes llamarme viejo doctor Efron.

Ness: Tengo hermanos mayores. Ben, Brad y Jim Hudgens. Todos son mayores que tú.

Al principio, él se quedó sorprendido por aquella noticia, pero después sonrió de nuevo. Después se rió.

Zac: ¿Entonces tú eres aquella pesada delgaducha de pelo rizado, cara pecosa y boca apretada que siempre seguía a Ben y a Brad?

Ella lo fulminó con la mirada.

Zac: No -dijo riéndose-. Debía de ser otra persona. Tú no tienes el pelo de color calabaza. Y no eres tan… -entonces, hizo una pausa y dijo-: Veo que te han quitado el aparato de ortodoncia.

Por el modo en que ella frunció el ceño, Zac se dio cuenta de que tampoco había acertado con aquel comentario.

Ness: ¿Dónde está tu padre? ¡Quiero una segunda opinión!

Zac: Bueno, además ya no estás tan delgaducha -admitió con una sonrisa-.

Ness: Una broma muy, muy vieja, listillo.

Zac: Bueno, pues tú no tienes suerte, queridita. Mis padres se mudaron a Arizona para cumplir su sueño de tener caballos y vivir en un clima cálido, y estar cerca de mi hermana mayor y su familia. Tengo otra hermana en el sur de California y otra en Nevada. Yo soy el nuevo viejo doctor Efron.

Ella estaba empezando a recordarlo. El doctor Efron tenía hijos, todos mayores que ella. Mucho mayores como para haber ido a su mismo curso. Sin embargo, Vanessa se acordaba de que, algunas veces, el veterinario iba a la granja con uno de sus hijos. Entonces, esbozó una media sonrisa.

Ness: ¿Eres tú aquel mequetrefe pequeñajo, lleno de granos, con la voz chillona, que venía a la granja con su padre algunas veces?

Él frunció el ceño y gimió.

Zac: Me cambió la voz un poco tarde.

Ness: Eso me parecía -respondió riéndose-.

Zac estaba examinado la tercera pareja de cachorrillos.

Ness: ¿Por qué no me acordaba de ti?

Zac: Fui a una escuela católica de Oakland durante los últimos años de instituto. No iba a conseguir entrar en una buena universidad sin ayuda académica, y aquellos jesuitas se tomaron en serio a un desafío como yo. Me cambiaron. Durante mi primer año de facultad crecí tres centímetros. -Dejó a los cachorrillos en la caja y tomó al primero. Se puso serio. Ella notó bondad, suavidad, en su expresión-. Vanessa, ¿no? ¿O ahora te llamas Ness?

Ness: Vanessa. Hudgens.

Zac: Bueno, Vanessa, este pequeño está muy débil. No sé si lo va a conseguir.

Ella se puso triste. Tomó el perrito y se lo metió de nuevo en el jersey.
Zac asintió y le dijo:

Zac: Eso es un gran incentivo para vivir, pero no sé si será posible. ¿Cuánto tiempo han estado fuera los perros?

Ness: No lo sabemos. Tal vez desde el amanecer. Jack ha estado fuera todo el día, adornando el árbol, y no vio a nadie. Su niño de tres años se metió bajo el abeto y salió con un cachorrito entre las manos. Así es como los encontramos.

Zac: ¿Y cuál es el plan ahora?

Ness: No lo sé.

Zac: ¿Quieres que me los lleve a un refugio canino? Así no tendrás que soportar las malas noticias, si alguno no sobrevive.

Ness: ¡No! -exclamó-. No creo que sea buena idea. Aunque algunos de los refugios de la zona son excelentes, ya sabes cómo es esta época del año. La gente adopta cachorritos para regalar en Navidad y los devuelve en enero. Y que los devuelvan es la posibilidad buena. A menudo los abandonan o los maltratan. ¿No sería mejor cuidarlos hasta que encontremos un buen hogar para ellos?

Zac: ¿Quién, Vanessa? ¿Quién los va a cuidar?

Ella se encogió de hombros.

Ness: Yo vivo en una casa pequeña en Fortuna.

Zac: ¿Y la granja?

Vanessa estaba negando con la cabeza antes de que él terminara de hablar.

Ness: No, no puede ser. Mi padre tiene artritis y ha tenido que ir vendiendo el ganado poco a poco. Y mi madre va corriendo de un lado a otro todo el tiempo para ocuparse de todo aquello que a él le agota.

Zac: Tu padre es Hank Hudgens, ¿verdad? Se las arregla muy bien para tener artritis.

Ness: Sí, es orgulloso. No deja que se le note. Pero si llevara los cachorros a la granja, tendría que cuidarlos mi madre, y no puede hacerse cargo de ocho perritos. Y toda la familia va a ir a pasar las Navidades a la granja. Los trece.

Zac: Bueno, Vanessa, pues no se me ocurren muchas soluciones. Conozco a varios veterinarios por esta zona y ninguno se haría cargo de esta camada. Los llevarían a un refugio.

Ness: ¿Y tú no puedes ayudar? ¿Tu esposa y tú?

Él sonrió.

Zac: No tengo esposa, Vanessa Hudgens. Sólo tengo una técnica veterinaria muy amable que va a vigilar mi establo mientras yo me marcho de vacaciones, pero ella no puede hacerse cargo también de ocho perritos.

Ness: ¡Jack! ¿Podrías venir un momento, por favor? -Jack se acercó secándose las manos en el delantal-. Tenemos un problema, Jack. El doctor Efron dice que no puede llevarse a los cachorros, y no podemos mandarlos a un refugio. Yo he trabajado de voluntaria en algunos de esta zona, y son muy buenos, pero en estas fechas están muy ocupados. Se adoptan muchos animales para hacer regalos, sobre todo cachorrillos. No te haces una idea de la cantidad de gente que quiere una mascota peluda para la pequeña Susie o el pequeño Billie, hasta la primera vez que el perro piensa que su alfombra es la hierba.

Jack: ¿Y? -preguntó desconcertado. Una pareja que estaba junto a la barra se acercó a escuchar la conversación-. ¿Qué vas a hacer, entonces? Supongo que si los llevas a un refugio tendrán más posibilidades de sobrevivir que debajo del abeto.

Ness: Podríamos cuidarlos aquí, Jack.

Jack: ¿Podríamos? -preguntó arqueando la ceja-. Te veo cuatro veces al año, Vanessa.

Ness: Vendré después del trabajo, todos los días. Te diré exactamente lo que hay que hacer y tú…

Jack: Vaya, Vanessa, yo no puedo tener animales en el local.

Una mujer mayor le puso la mano en el brazo a Jack.

**: Ya les hemos puesto nombre, Jack. Como los renos de Santa Claus. Donner, Prancer, Comet, Vixen… aunque todavía no sabemos quién es quién. El pequeño Christopher incluso le ha preguntado a su padre si puede quedarse con Comet.

Zac: No hay madre que los limpie, así que habrá excrementos. Ocho veces.

Jack: Ah, magnífico.

Ness: No te dejes vencer por el pánico. Yo te diré lo que tienes que hacer. Toma una buena caja, grande, de madera, o una cesta de hacer la colada, de plástico. Le pones una manta vieja o un par de toallas en el fondo. Les das de comer leche de bebé y cereales cada pocas horas. Puedes sacar a tres o cuatro de la cesta para que coman, y así podrías limpiar el fondo. Cambias las toallas sucias por unas limpias. Si las metes en una bolsa de plástico, yo me las llevaré cuando venga, las lavaré en casa y las traeré al día siguiente para sustituirlas por las de ese día.

Jack: No sé, Vanessa…

Ness: Vamos, a la gente le encantará tener aquí a los cachorros, vendrán a ver cómo engordan día a día. Para Navidad ya todos estarán apalabrados, y seguramente por gente que sabe qué hacer con un animal. Seguramente, estos perros podrían ser estupendos pastores por aquí.

Jack: Zac, ¿tú has colaborado en esto?

Zac alzó las manos y negó con la cabeza. No dijo nada, pero Vanessa tenía razón. Si los adoptaba gente de aquel pueblo, los perros tendrían un cuidado mejor.

Jack: No puedo decir sí o no sin saber qué opina Peter.

Vanessa sonrió al oír a la gente que había seguido a Jack hasta la chimenea, hablando los unos con los otros, diciendo que aquel plan podía funcionar. A ellos no les importaría mecer a un cachorrito de vez en cuando, o donar una manta, o hacer que uno de los perritos comiera, o limpiar el suelo por aquí o por allá.

Cuando Peter siguió a Jack hasta la caja de la camada, su hijo de seis años los acompañó, y oyó todo lo que decían. Tiró de la manga de su padre y dijo con un hilillo de voz:

Chris: Por favor, papá, por favor. Ayudaré todos los días. Les daré de comer y los abrazaré y limpiaré y lo haré todo bien.

Peter frunció el ceño. Después exhaló un suspiro de exasperación y se agachó para estar al mismo nivel que el niño.

Peter: Chris, no puede haber nunca un perro en la cocina, ¿entendido? Y tenemos que empezar a buscarles casa ahora mismo, porque algunos comenzarán a salir de la caja antes que otros. Esto tiene que ser temporal. Aquí hacemos comida.

Chris: De acuerdo. Pero Comet no. Comet se va a quedar.

Peter: Eso todavía me lo estoy pensando. Además, tengo que mirar en el ordenador cómo se cuida a unos cachorritos huérfanos como éstos.

Vanessa soltó una carcajada mientras se sacaba al cachorro más pequeño y más débil del jersey y lo ponía en la caja de nuevo.

Ness: Bueno, ya he terminado mi trabajo por hoy -dijo con alegría-. Mañana intentaré salir pronto del trabajo para venir cuanto antes, Jack. Hasta mañana.

Jack: Vanessa, no es responsabilidad tuya. Tú ya has ayudado mucho. No es necesario que…

Ness: Ahora no voy a darles la espalda. Puede que te entre miedo y los lleves al pilón -añadió con una sonrisa-. Hasta mañana.


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