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lunes, 30 de noviembre de 2020

Capítulo 4


Las Navidades eran una temporada de mucho ajetreo para una peluquería, y Clip & Curl, el establecimiento de Vanessa, no era una excepción. Faltaban menos de dos semanas para la Navidad y toda la clientela quería estar muy guapa para las fiestas, las visitas, los recibimientos y las reuniones de vecinos. En la peluquería se daban citas constantemente, y estaba abarrotada. Había muchos chismorreos y charlas.

Pam, la encargada del local, le dijo a Vanessa que para poder atender a todos sus clientes y evitar que se buscaran otro salón de belleza, debían encontrar una solución. Entre las dos pensaron que lo mejor sería alargar un poco la jornada o abrir los lunes durante un par de semanas. Dos de las empleadas querían hacer horas extra, y de ese modo, Vanessa podría seguir saliendo un poco antes para ir a casa de Zac a cuidar de los cachorros.

Aquel día, después de trabajar, le dio de cenar a Ahab, se tomó una ensalada y puso varios trozos de bizcocho de chocolate en un plato para llevárselos a Zac.

Cuando llegó a su casa, se encontró a una mujer que salía de la clínica. Era muy bajita y tenía el pelo muy corto y canoso. Aunque podría haber ido directamente a su coche, esperó a Vanessa con una sonrisa en los labios.

Virginia: Tú debes de ser Vanessa Hudgens. Encantada de conocerte. Conocí a tus padres hace unos años, pero creo que todos vosotros estabais en el instituto, o tal vez ya os habíais marchado de casa. Zac no ha llegado todavía, pero tú tienes la llave, ¿verdad?

Ness: Sí. Gracias por ayudar con los cachorrillos. Esto es para ti -dijo, siguiendo un impulso, y le entregó el plato de bizcochos-.

Virginia: No tenías que haberte molestado, pero muchas gracias. Vanessa, dile a Zachary que te dé los números de teléfono de la clínica y de mi casa, y que deje apuntado tu número de teléfono para mí. Si surge algún problema cuando él esté en una granja o un rancho, podemos organizamos para cubrir su turno. Yo vivo en Clear River, y él me ha dicho que tú vives en Fortuna. Las dos estamos a la misma distancia de la clínica, más o menos.

Ness: Por supuesto. Y le diré que me llame a mí primero. Yo no tengo marido a quien pueda irritar al tener que salir corriendo a cuidar a unos perritos.

Virginia ladeó la cabeza y la observó fijamente.

Virginia: Él no habla de mujeres, ¿sabes? -le dijo a Vanessa-.

Ness: ¿Tu marido? -preguntó con desconcierto-.

Virginia se echó a reír.

Virginia: Zachary. No es posible sacarle una sola palabra acerca de su vida amorosa. Y yo lo conozco desde que era pequeño.

Ness: Tal vez no es muy abierto…

Virginia: Sin embargo, lleva una semana entera hablando de ti. Vanessa esto, Vanessa lo de más allá.

Vanessa abrió unos ojos como platos, tal vez con un poco de pánico.

Ness: ¿Esto y lo de más allá?

Virginia: Me parece que te encuentra maravillosa. Tal vez asombrosa. Tú sabías exactamente lo que había que hacer con los cachorros porque, como eres hija de Hank y Rose, fuiste educada para saberlo. Y eres muy dispuesta. Creo que a él le gustan las mujeres así. Según él, cuando eras pequeña tenías una gran cabellera llena de rizos, pero es evidente que ahora ya no. Le pegaste un tiro a un puma, mataste a una vaca y criaste a un toro merecedor de una escarapela azul. Oh, y eres guapa. Aunque también un poco gruñona, lo cual le parece muy divertido -explicó sacudiendo la cabeza-. A Zachary le gustan las mujeres difíciles -dijo con una sonrisa-. Como es el hermano pequeño después de tres hermanas mandonas, no puede evitarlo, así que no bajes la guardia.

Vanessa se rió. Ahí no iba a tener problemas, siempre iba a estar en guardia.

Virginia: Es muy bonito que hayáis retomado vuestra amistad.

Ness: Pero, Virginia, si no éramos amigos. Apenas nos recordábamos de cuando éramos niños. Él conocía a mis hermanos mayores, pero no mucho. Todos fuimos a diferentes colegios y puede que nos encontráramos en las ferias, en las actividades de 4-H y en cosas así. Pero fue hace mucho tiempo, hace unos veinte años.

La mujer se limitó a sonreír de nuevo.

Virginia: ¿Y no te parece maravilloso haber recuperado la relación con alguien con quien tienes esa historia?

¿Qué historia? Aquélla no era una historia muy grande.

Ness: No nos conocemos de adultos.

Virginia: Esa será la parte más divertida. Bueno, llámame si me necesitas para algo -dijo, acercándose a su coche-. ¡Y gracias por los bizcochos! ¡A mi marido le van a encantar!

Ness: De nada.

Virginia se detuvo junto a la puerta del coche.

Virginia: Vanessa, si necesitas algo aparte de mi ayuda para cuidar a los cachorros, no dudes en llamarme.

Ness: Gracias.

Poco después de que Vanessa hubiera entrado en casa de Zac, él llegó también. Vanessa oyó que aparcaba la furgoneta en el garaje, y vio que, cuando él entró por la puerta de la cocina, se le iluminaba la cara.

Zac: Eh. Creía que iba a llegar antes que tú.

Ness: Acabo de entrar. Y hay algo que huele muy bien.

Zac: Espero que también sepa bien. Admito que Virginia me ha echado una mano.

Ness: No tiene nada de malo, Zac -le sonrió-.

Estar así en la cocina, esperando a que él entrara en casa después del trabajo, hacía que se sintiera bien. Y entonces, se dijo que no debía fantasear. Debía avanzar día a día.

Les dieron de comer a los cachorros y, mientras la carne se hacía al fuego con toda su guarnición de patatas, zanahorias, cebolla y champiñones, dejaron a los perritos sueltos en la sala de estar. Se sentaron en el suelo con ellos, con un rollo de papel a mano, y se rieron mucho intentando contarlos, perdiendo alguno detrás de un mueble o por el pasillo, volviendo a encontrarlo. Zac calculó que debían de tener cuatro semanas porque estaban empezando a ladrar, y cada vez que uno de ellos lo hacía, se caía hacia delante. Era mejor entretenimiento que la televisión.

Después de dejar en su cesta a los cachorros, de cenar y de recoger los platos, Vanessa dijo que debía irse, pero Zac la convenció para que se sentara un rato con él en la sala.

Zac: Es muy pronto. Vamos a ver la televisión un rato.

Ella se dejó caer en el sofá.

Ness: Oh, Dios -dijo débilmente-. No dejes que me ponga cómoda. De veras, tengo que irme a casa. No sabes lo pronto que me he levantado para trabajar.

Zac: Oh, ¿de veras? ¿Tienes ocho perritos quejumbrosos y hambrientos en el cuarto de la lavadora? Yo también me he despertado bastante temprano. Además, quiero que estés cómoda. Este sofá es estupendo para darse el lote.

Ness: ¿Y cómo lo sabes?

Zac se encogió de hombros como si aquélla fuera una pregunta muy tonta.

Zac: Porque me he dado el lote en él.

Ness: ¡Dijiste que te ibas a comportar como un caballero!

Zac: Vanessa, sólo tienes que ponerme a prueba. Voy a ser muy caballeroso. Vamos, no me hagas suplicarte.

Ella sonrió.

Ness: Suplica. Creo que te va a hacer falta.

Él la miró con picardía.

Zac: Ven aquí -le ordenó. Enganchó los dedos en su cinturón y la atrajo hacia sí-. Vamos a poner un poco de rubor en tus mejillas.
 
 
La noche siguiente, Vanessa llevó ocho lazos de diferentes colores a casa de Zac. Se los pusieron a los cachorritos en el cuello para poder identificarlos. Los pesaron, hicieron un cuadro, cenaron, y Zachary se sintió más que feliz por poder poner un poco más de rubor en las mejillas de Vanessa.

Noche tras noche, ella le daba de comer pronto a Ahab para poder ir a casa de Zac a ayudarle con los cachorros. Y a hablar, a jugar y a besarse. Los besos se convirtieron rápidamente en su parte preferida. Sin embargo, había otras cosas que contribuían en gran parte a la felicidad de Vanessa. Por muy insignificante que pudiera parecer, conocer a Zac cuando tenía la camisa fuera de la cintura de los vaqueros y se había quitado las botas era importante para ella. Por supuesto, ella también se quitaba las botas, y mientras se besaban, jugueteaban con los pies entrelazados, moviendo los dedos. También se movían el uno contra el otro. Era delicioso.

Cuando estaban cuidando a los cachorros o haciendo la cena también se estaban conociendo. Vanessa nunca lo había pensado, pero aquello debía de ser un noviazgo, el hecho de averiguar si una pareja tenía las suficientes cosas en común, aparte de las chispas del deseo, como para sustentar algo más duradero y real.

Zachary siempre había querido trabajar con purasangres, desde que era niño, y tenía un par de caballos de carreras ya retirados, que eran muy buenos para montar.

Zac: Un buen semental puede ayudarte a establecer un buen negocio secundario, aunque la inversión inicial es grande. En uno o dos años voy a empezar a invertir. Ya veré lo que puedo hacer.

Ness: ¿Y por qué no caballos de exhibición?

Zac: Eso también estaría bien, pero me gustan las carreras.

Ness: A mí me encantan los caballos. Ya te lo había contado, pero, ¿sabías esto? He participado en competiciones de doma por todo el estado. Cuando era más joven, claro. Al final, se convirtió en algo demasiado caro para mí. Las mejores escuelas nunca estaban en mi vecindario, y las competiciones más importantes, incluyendo las Olimpiadas, estaban fuera de mi alcance. Pero si alguna vez pudiera hacer algo, enseñaría doma para principiantes. Tal vez, incluso, a un nivel intermedio.

Vanessa le dijo que había pensado en invitarlo a la granja para que conociera a sus padres y a sus caballos, pero se había dado cuenta de que ya los conocía. Zac conocía a su familia antes de conocerla a ella, de hecho. Así que lo invitó a su casita de Fortuna y lo invitó a cenar allí.

Ness: Aunque no tengo un sofá estupendo para darse el lote -le advirtió-.

Zac: Eso ya no tiene importancia. Necesitaba ese sofá sólo para empezar, pero ahora que ya te has hecho a la idea, podemos hacerlo en cualquier sitio. En el suelo, en una butaca, contra la pared, en el coche…

Ness: Qué razón tenía con respecto a ti. Eres un arrogante.

Y también era sentimental. Zachary se quedó encantado con su casita de dos habitaciones. La decoración no tenía nada de cursi, sino que se basaba en colores fuertes y mobiliario de cuero. Lo mejor era que ella la había decorado para la Navidad, y tenía guirnaldas en las ventanas y sobre la chimenea, además de un árbol de verdad con adornos en granate, verde, crema y oro.

Zac: Y ni siquiera vas a pasar la Navidad en esta casa.

Ness: Pero vivo aquí.

Zac: Para mí no tenía sentido decorar la casa. Mi madre dejó una tonelada de adornos en los armarios del garaje, pero yo me marcho antes de Navidad. Yo no creía que viniera nadie a verlos.

Ness: Yo lo hago para mí misma. También voy a celebrar las fiestas. Paso las noches aquí, porque la granja se llena de gente. A veces he tenido que prestarle mi casa a alguno de mis hermanos y cuñadas y sobrinos y dormir en el sofá. Brad viene con una caravana, de la que se apropian los adolescentes. Y durante las visitas de verano, los niños están en el porche y el establo.

Zac: Parece muy divertido, creo que me habría gustado eso cuando era niño. Cuando lleguen todos, ¿me vas a dejar conocerlos? O, más bien, reencontrarme con ellos. No he vuelto a ver a tus hermanos desde el instituto.

Ness: Sí, pero tienes que estar preparado.

Zac: ¿Para qué?

Ness: Te van a tratar como si fueras mi novio.

Él sonrió y la abrazó.

Zac: ¿Y por qué piensas que tengo algún problema con eso?

Ness: No creo que estemos en esa situación. Sólo cenamos, hablamos, nos encargamos de los cachorros y nos besamos.

Zac: Vanessa -dijo como si estuviera desilusionado-, ¿y qué crees que es un novio?

Ness: Eh… yo nunca había…

Zac: Mañana es domingo, el día que pasas con tus padres en la granja -le recordó-. Termina pronto tus tareas, y después ven a montar conmigo. Deja que te enseñe mi finca. Es tan sereno todo, con la nieve. Tráete ropa para cambiarte de modo que puedas arreglarte para cenar.

Ness: De acuerdo. Me gustaría.
 
 
Vanessa siempre se había visto como una mujer sosa y fortachona, hasta que se había encontrado bajo los labios y las manos de Zachary Efron, porque él era mucho más de lo que ella hubiera creído nunca. Guapo, listo, divertido, bueno, independiente, fuerte, sexy… la lista era interminable. Y hacía que se sintiera como si fuera mucho más que una granjera sólida y fiable. Cuando la besaba, cuando se atrevía a tocarla un poco más íntimamente de lo que ella le dejaba, cuando le apartaba las manos después de que ella dijera «Todavía no», Vanessa se sentía sexy, guapa y adorada. Aquél era un hombre a quien quería explorar, y lo estaba conociendo lentamente, con placer.

Así que le dijo a Rose que tenía una cita aquella tarde, para montar a caballo con el veterinario, y su madre la excusó rápidamente de la cocina y la comida en la granja.

Ness: Por favor, no le des más importancia de la que tiene -le pidió-. Esto no es nada especial. Nos hemos hecho amigos por esos perritos.

Rose: Claro. Pero, de todos modos, ponte un poco de pintalabios y de sombra de ojos.

Vanessa suspiró.

Ness: He dicho que no le des importancia, mamá. Y no se lo comentes a nadie. No quiero estar en boca de todo el condado, como esa chica delgaducha de Hollywood.

Sin embargo, Vanessa no se estaba tomando las cosas a la ligera. Estaba casi saltando de alegría. Se vistió de una manera un poco especial. Para montar se puso sus mejores pantalones vaqueros, las botas más nuevas y la chaqueta vaquera más desgastada sobre un jersey de cuello vuelto de color rojo. Después añadió una bufanda negra. Para la cena de después eligió unos pantalones bonitos con unas botas de tacón alto y una blusa de seda, y su mejor americana de ante. Hablaron de caballos mientras montaban dos de los caballos favoritos de Zac, un par de purasangres muy valiosos, disciplinados y con la cantidad de energía justa. La conversación sobre cría, doma, entrenamiento y carreras de caballos fue tan estimulante que a ella casi se le olvidó, durante un momento, que estaba intentando no enamorarse de él.

Ness: Yo ya no me relaciono con nadie del mundo del caballo. Cuando participaba en competiciones, de niña, habría sido suficiente para mantenerme ocupada veinticuatro horas al día. No es de extrañar que no me divirtiera en el colegio. No estaba montando a caballo.

Zac: Montas muy bien. Deberías hacerlo todos los días. Y yo también. Es la mejor parte de lo que hago.

Avanzaron hacia las colinas que había detrás del establo de Zac siguiendo un camino que, aunque estaba cubierto de nieve, estaba bien usado. Los árboles se erguían muy altos por encima de ellos, y el sol estaba comenzando a descender por el cielo. Hablaron de cómo era crecer siendo el más pequeño de cuatro hermanos. Mientras que los hermanos de Vanessa la habían tratado como a un balón de fútbol, las hermanas de Zac jugaban con él como si fuera un muñeco y lo vestían como querían.

Zac: Es increíble que no sea más raro de lo que soy. La mayor es Patricia, que tiene treinta y siete. Después va Susan, y luego está Christina. Se llevan dos años. Mis padres habían decidido que no tendrían más hijos, cuando aparecí yo -explicó con una sonrisa-. Rompí el equilibrio.

Ness: Creo que en la granja ocurrió algo muy parecido. Los chicos tienen treinta y tres, treinta y cuatro y treinta y siete. Entonces llegué yo y alteré la situación de los dormitorios. Mis padres pensaron que yo debía tener uno para mí sola, y dejaron sólo uno para los chicos. Y después, yo crié un toro, ¿te había contado que ganó una escarapela azul?

Zac: Varias veces, creo.

Ness: Estoy muy orgullosa de ese viejo toro -dijo con una sonrisa-. Mis hermanos intentaron criar animales y lo hicieron bien, pero Erasmus ganó el premio, y yo les di sopas con honda a mis hermanos en el 4-H -añadió, y suspiró con melancolía-. Creo que tener una hija fue más duro para mi padre y para mis hermanos de lo que fue para mí ser la única chica. Y ser la única chica no fue fácil. Eran despiadados.

Zac: ¿Pero protectores?

Ness: Algunas veces es incómodo que te tiren de un lado a otro como si fueras un saco y después te mimen como si fueras una muñequita de porcelana.

Zac: ¿Y se lo pusieron difícil a tus novios?

Ness: No he tenido muchos novios.

Zac: No te creo -replicó con una sonrisa-. Estás mintiendo para que yo me sienta mejor.

Así que ella le habló de Ed. No había pensado hacerlo, pero era la ocasión perfecta para explicarle que tal vez ella tuviera algún problema para confiar en los demás. El único hombre con el que había tenido una relación seria la había engañado, y ella, además, no se había dado ni cuenta. Eso era muy molesto para ella. Después de que todo hubiera terminado resultaba muy evidente lo que había estado sucediendo, pero mientras estaba sucediendo, ella no se había percatado. No estaba bien.

Volvían hacia el establo cuando ella se lo contó. Esperaba que Zac fuera comprensivo y dulce. En vez de eso, él se mostró fascinado.

Zac: ¿Lo dices en serio? ¿Estaba con tres mujeres a la vez? ¿Y os decía a todas que estaba enamorado? ¿De verdad?

Ness: De verdad -respondió irritada-.

Zac: ¿Y cómo es posible que lo consiguiera? 

Ness: Bueno, con muchas llamadas de teléfono mientras estaba trabajando. Hablaba con cada una de nosotras todos los días. Sin embargo, salvo raras excepciones, teníamos asignadas diferentes noches a la semana. Yo tenía los lunes y los martes. La mujer con la que decidió quedarse tenía los fines de semana, sábados y domingos. Ella lo dejó, claro, después de saber que tenía otra para los miércoles, jueves y viernes. Tres días a la semana era todo un triunfo.

Zac: Dios Santo. ¡Ni siquiera necesitaba tener apartamento! ¡Tenía todas las noches ocupadas!

Ness: ¿Sabes? A mí no me impresiona tanto su habilidad para encajar mujeres en una semana.

Zac: Claro que no, pero si lo piensas, era todo un chanchullo. ¿Te llevaba a muchos sitios? ¿Te regalaba cosas bonitas?

Ness: No, ninguna de las dos cosas. Para empezar, no podía arriesgarse a salir con una mujer, porque se arriesgaba a que lo viera otra, o sus amigos. Así que decía que estaba muy cansado, y que después de pasar toda la semana en la carretera y comiendo en restaurantes, disfrutaba quedándose en casa.

Zac: Donde tú le hacías la comida.

Ella frunció los labios, entornó los ojos y asintió.

Ness: Me compró una caldera cuando la mía se rompió. Porque necesitaba ducharse con agua caliente -murmuró-.

Zac: Ese hombre es un genio. -Sin embargo, al verle la cara a Vanessa, añadió-: Oh, es un desgraciado, pero tienes que concederle el mérito de saber organizar muy bien un subterfugio así…

Ness: No le concedo ningún mérito -replicó secamente-.

Entonces él la tomó de la mano y la atrajo con suavidad hacia sí.

Zac: Por supuesto que no. Ningún crédito. Debería morir. Pero me alegro de que no decidiera estar contigo. ¿Y si te hubiera elegido a ti? ¿Te lo imaginas? ¡Nunca nos hubiéramos conocido ni nos hubiéramos enamorado!

Ella se quedó tan aturdida que tiró de las riendas para detener a su caballo.

Ness: ¿Estamos enamorados? 

Zac: No sé tú, pero yo estoy empezando. Hay mucho potencial. Y él no te merece. Yo, en cambio, te merezco. Y te llevaré a cualquier sitio que te apetezca. Y voy a tomarte la mano durante todo el tiempo. Y te daré de comer galletas y te besaré el cuello en público.

Ness: La gente pensará que soy tu novia.

Zac: Eso es lo que quiero que piensen. Voy a empezar ahora mismo. Vamos a salir. Vamos a ir al pueblo a ver la decoración navideña, y después a Virgin River a mirar el árbol y a cenar en el bar de Jack, y después voy a llevarte a un bonito restaurante el fin de semana. Y cualquier otra cosa que a ti te apetezca.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Quiero que todo el mundo sepa que estás conmigo. Quiero que sepan que no sólo tienes los domingos y los lunes, sino que tienes todos los días.

De nuevo, ella tiró de las riendas y detuvo al caballo.

Ness: ¿Qué te resulta más sexy que un biquini tanga, Zachary?

Zac: ¿Me estás tomando el pelo? -se detuvo a su lado y se puso serio. Le acarició la mejilla con los nudillos, y el mentón, mientras la miraba a los ojos-. Los vaqueros me excitan. Unas piernas largas con vaqueros y botas, sobre un caballo grande, haciendo que baile con órdenes sutiles. Una camiseta áspera bajo un chaleco, dándole de comer a un potro recién nacido con un biberón porque la yegua no responde -dijo, y metió los dedos entre su pelo-. Seda, en vez de algodón de azúcar. La chimenea encendida en una noche de nieve y frío. Una mujer en mis brazos, suave, satisfecha, feliz con las mismas cosas que me hacen feliz a mí. Ayudar a hacer pizza en casa, eso me excita. Una mujer que sepa cómo ayudar a nacer a un ternero cuando es necesario, eso me hace saltar por las nubes. Una mujer que pueda limpiar el estiércol de un establo y después caer sobre el heno fresco y dejar que yo caiga sobre ella. Me gustaría intentar eso muy pronto.

A Vanessa se le ensombreció la mirada.

Ness: No me estarás engañando, ¿verdad? Porque cuando Ed confesó todo lo que había hecho, mis hermanos quisieron matarlo, pero yo no se lo permití. ¿Tú? Si me estás mintiendo, voy a permitírselo. Sufrirás antes de morir.

Zac: No estoy mintiendo, Vanessa, y tú lo sabes.

Ness: Bueno, está bien, entonces, contéstame esta pregunta: Si te gusto, ¿por qué nunca te había gustado una chica como yo? Porque en este condado hay cientos de chicas iguales que yo, granjeras fuertes que han ayudado a nacer a muchos potros, que les han dado de comer, y…

Zac: No, no es cierto. Las he estado buscando. Yo tampoco he tenido muchas citas porque no he encontrado a nadie como tú. Eres única, Vanessa Hudgens. Siento que no te des cuenta. Pero ahora que te he encontrado, tenemos que salir… y muchas más cosas.

Ness: Te advierto que yo no me tomo a la ligera estas cosas.

Zac: Yo tampoco.
 
 
Después de haber guardado los caballos y las sillas, llegó la hora de la cena. Él sugirió que se ducharan juntos.

Ness: No, Zac. Todavía no. ¿Tiene cerradura mi puerta?

Él se rió de ella.

De camino a Arcata, disfrutaron de las luces de Navidad que había por todos los pueblos de la costa, y en las montañas. La plaza de Arcata estaba decorada con luces, con árboles y con un nacimiento tamaño natural. Los escaparates de las tiendas estaban llenos de adornos. Tal y como le había prometido, Zac no le soltó la mano a Vanessa. Había elegido un restaurante italiano de la plaza, y casualmente era uno de los favoritos de Vanessa. Tenían una excelente pasta casera, un buen vino tinto y un riquísimo tiramisú.

Zac: ¿Cuándo llegan tus hermanos?

Ness: Mañana. A propósito, estás invitado a cenar. Por favor, sé frío con mis hermanos y no les des ninguna pista. No han madurado desde que tú los viste por última vez, pese a que tienen hijos propios.

Zac: Está bien, seré frío. No te preocupes -le prometió-.

Después, sonrió.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta y quiero q la sigas asi q seguire comentando☺

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