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sábado, 21 de noviembre de 2020

Capítulo 1


Durante las vacaciones de Navidad era algo obligado hacer un viaje por Virgin River. El pueblo había puesto un árbol de diez metros de altura en la plaza central, con adornos rojos, azules y dorados, y con una enorme estrella blanca en la punta. Sobresalía por encima de los tejados del pueblecito, y la gente se acercaba a verlo desde varios kilómetros a la redonda. Los colores patrióticos de la decoración lo distinguían de otros árboles. Jack Sheridan, propietario de un bar local, bromeaba diciendo que esperaba que aparecieran los Tres Reyes Magos en cualquier momento, dado que la estrella brillaba tanto.

Vanessa Hudgens no pasaba por Virgin River muy a menudo. Estaba apartado de su camino cuando iba desde Fortuna, donde vivía, a la granja de sus padres, que estaba cerca de Alder Point. Era un pueblo pequeño y bonito, y a ella le gustaba estar allí. Le gustaba el bar que regentaba Jack Sheridan. La gente de aquel pueblo te veía una vez, o tal vez dos, y desde entonces, te trataban como a una vieja amiga.

Se dirigía a casa de sus padres cuando, en el último momento, decidió pasar por Virgin River. Como había pasado una semana desde el Día de Acción de Gracias, esperaba que hubieran empezado ya a montar el árbol. Era lunes por la tarde, y aunque el día era soleado, hacía mucho frío. Sin embargo, ella sintió una gran calidez en el corazón al entrar en la plaza y ver que ya habían decorado el árbol. Jack estaba en lo alto de una altísima escalera, enderezando algunos de los adornos, y a los pies de la escalera, mirando hacia arriba, estaba Christopher, el hijo de seis años del cocinero de Jack, Peter.

Vanessa salió de su furgoneta y se acercó a ellos.

Ness: ¡Eh, Jack! -gritó hacia arriba-. ¡Tienes buen aspecto!

Jack: ¡Vanessa! Hacía tiempo que no nos veíamos. ¿Cómo están tus padres?

Ness: Muy bien. ¿Y tu familia?

Jack: Estupendamente -miró a su alrededor-. Oh, oh. ¿David? -Entonces, miró a Christopher mientras bajaba de la escalera-. Chris, ¿no ibas a ayudarme a vigilarlo? ¿Adónde ha ido? ¡David!

Entonces, Chris gritó:

Chris: ¡David! ¡David!

Ambos rodearon el árbol, miraron en el porche y en el patio trasero, llamándolo. Vanessa se quedó allí, sin saber si debía ayudar o quedarse quieta para no estorbar. De repente, las ramas más bajas del enorme árbol se movieron, y de entre ellas salió a gatas un niño de unos tres años.

Ness: ¿David? -El niño tenía algo entre las manos, y ella se puso de rodillas-. ¿Qué tienes ahí, pequeño? -le preguntó. Después gritó-: ¡Lo he encontrado, Jack!

El niño tenía un animal muy pequeño y debilitado. Era de color blanco y negro, y tenía los ojos cerrados, y colgaba sin fuerzas desde las manitas enguantadas de David.

Ness: Deja que le eche un vistazo, cariño -le dijo, y tomó a la criatura-.

Era un cachorrillo recién nacido.

Jack apareció corriendo desde el otro lado del árbol.

Jack: ¿Dónde estaba?

Ness: Bajo el árbol. Ha salido con esto -le mostró brevemente al animal antes de meterlo entre su camiseta y el jersey de lana para darle calor-. El pobrecito está medio congelado.

Jack: Vaya, David, ¿dónde lo has encontrado?

David señaló bajo el árbol, y su padre se metió entre las ramas y emergió de nuevo arrastrando una caja llena de perritos blancos y negros.

Vanessa y Jack se miraron durante un instante. Después, Vanessa dijo:

Ness: Será mejor que los metas dentro de la casa, junto al fuego. Los cachorros tan pequeños pueden morir de frío fácilmente. Esto podría terminar muy mal.

Jack tomó la caja del suelo.

Jack: ¡Sí, va a terminar mal! ¡Voy a averiguar quién ha hecho algo tan espantoso y le voy a dar una buena tunda! -se volvió hacia los niños y les dijo-: Vamos, chicos.

Se llevó la caja hasta el porche del bar y Vanessa se apresuró a sujetarle la puerta para que pudiera pasar.

Jack: Dios Santo -siguió protestando-, ¡hay refugios para animales!

La chimenea estaba encendida y había un par de hombres, con ropa de caza, en la barra, tomando una cerveza. Jack puso la caja junto al hogar. Inmediatamente, Vanessa comenzó a inspeccionar a los cachorrillos.

Ness: Jack, necesito ayuda. ¿Podrías calentar algunas toallas en la secadora? Me vendrían bien un par de manos calientes más. Los cachorrillos no se mueven lo suficiente en la caja como para que yo esté tranquila -entonces, de repente, ella misma comenzó a retorcerse, y sonrió-. El mío ya está reaccionando -comentó, y dio unos golpecitos muy suaves en el bulto que había bajo su jersey-.

David y Chris se agacharon a su lado. Ella sacó al perrito y lo puso en la caja, junto a los demás. Tomó otro y se lo colocó bajo el jersey.

**: ¿Qué tenemos aquí? -preguntó alguien-.

Miró por encima de su hombro hacia atrás. Los cazadores de la barra se habían acercado a la chimenea y estaban mirando la caja.

Ness: Alguien se ha dejado una caja con una camada de cachorrillos bajo el árbol de Navidad. Están medio congelados -les explicó. Tomó dos más, comprobó que se movían y se los entregó a uno de los cazadores-. Ten. Hay que ponerlos dentro de la camisa para darles calor y ver si se recuperan -tomó otros dos, volvió a comprobar que estaban vivos y se los dio al otro hombre-.

Los cazadores hicieron exactamente lo que ella les dijo. Vanessa también tomó otro cachorrillo y lo puso dentro de su jersey.

Después tomó un cachorrillo que se quedó desfallecido en la palma de su mano.

Ness: Oh, oh -murmuró-.

Lo movió un poco, pero el animal no reaccionó. Entonces, Vanessa le cubrió la boca y la nariz con su propia boca y le insufló un poco de aire. Después le masajeó el pecho suavemente. Le frotó las extremidades, volvió a insuflarle aire y repitió el proceso. Entonces, el animal se acurrucó en su palma.

Ness: Mejor -murmuró, y se lo metió en el jersey-.

*: ¿Acabas de reanimar al cachorrillo? -le preguntó uno de los cazadores-.

Ness: Tal vez. Una vez se lo hice a un gatito huérfano y funcionó, así que merece la pena probar. Vaya, hay unos ocho perritos. Es una camada muy grande. Por lo menos ya tienen pelo, pero son muy pequeños. Tendrán un par de semanas, supongo, y los cachorrillos son muy vulnerables al frío. Tienen que estar calentitos.

David: ¡Perrito! -exclamó intentando meter las manitas en la caja-.

Ness: Sí, has encontrado una caja llena de perritos, David -tomó el último cachorrillo, el primero al que había calentado, y se lo tendió a los cazadores-. ¿Podéis cuidar de éste también?

Uno de los hombres tomó el perrito y se lo puso bajo el brazo.

*: ¿Eres veterinaria, o algo así?

Ella se echó a reír.

Ness: Me crié en una granja, muy cerca de aquí. De vez en cuando había un potrillo o un ternero al que su madre rechazaba, o no podía cuidar. Era raro, pero ocurría. Normalmente era mejor no meterse entre una madre y sus crías, pero algunas veces… bueno, lo primero es la temperatura corporal, y por lo menos estos perritos tienen un buen pelaje. Lo siguiente es la comida. -Metió la mano en la caja y palpó la manta en la que habían estado acurrucados-. Um… está seca. No hay orina, lo cual no es bueno. Además de tener mucho frío, seguramente se están muriendo de hambre y están deshidratados. Los cachorrillos maman mucho, y es evidente que los han apartado de la madre demasiado pronto.

Jack volvió a aparecer, con Peter en los talones. Peter era muy alto, y miró por encima del hombro de Jack hacia la caja, que estaba vacía.

Peter: ¿Qué pasa?

Chris: ¡Papá! ¡David ha encontrado una caja llena de perritos debajo del árbol! ¡Se están congelando! ¡Puede que se mueran! -le explicó con desesperación-.

Ness: Les estamos dando calor -dijo indicándole las camisas llenas de bultitos de los cazadores-. La mitad de ellos ya culebrean, y dentro de un rato sabremos si la otra mitad va a sobrevivir. Deberíamos darles líquido y comida. Lo ideal sería leche de bebé y cereales, pero podríamos arreglárnoslas con un poco de leche caliente y avena con agua.

Jack: ¿Leche de bebé? Seguro que yo puedo conseguirla. Te acuerdas de mi mujer, Mel, ¿no? Es la matrona, y seguro que tiene leche de bebé a mano.

Ness: Perfecto. Y si tiene algo de cereales infantiles, mejor todavía.

Jack: ¿Necesitamos biberones?

Ness: No. Con un par de cuencos no muy profundos valdrá. Son muy pequeños, pero están hambrientos. Seguramente aprenderán a comer rápidamente.

*: Vaya -dijo uno de los cazadores-. ¡Tengo uno que culebrea mucho!

**: ¡Yo también! -dijo el otro-.

Ness: Mantenedlos junto al cuerpo unos minutos. Por lo menos, hasta que tengamos las toallas calientes en la caja.

A causa de aquellos perritos, Vanessa había olvidado el motivo por el que había terminado en Virgin River. Faltaban tres semanas para Navidad y sus tres hermanos mayores iban a ir a la granja a pasar las fiestas con sus familias. Aquél era uno de los dos días libres a la semana que tenía en la peluquería. El día anterior, el domingo, había ayudado a su madre a cocinar dos enormes estofados y los habían puesto en el congelador para la familia. Aquel día tenía pensado cocinar también, y después, tal vez sacar a uno de los dos caballos a dar un paseo, e ir a saludar a Erasmus, el toro de cría. Erasmus era muy viejo, y cada saludo podía ser el último. Después iba a cenar con sus padres, algo que hacía como mínimo una vez a la semana. Al ser la hermana más pequeña, la única soltera y la que más cerca vivía de sus padres, la tarea de acompañar a papá y a mamá recaía en ella.

Y sin embargo allí estaba, junto a una chimenea, intentando reanimar a una camada de cachorrillos. 

Jack llevó la leche infantil y las toallas calientes, y entre Chris y Vanessa los enseñaron a lamer del cuenco. Después, Vanessa le dijo a Jack que sería conveniente que los viera un veterinario, y Jack llamó a un conocido suyo, a quien casualmente Vanessa también conocía. El viejo doctor Efron siempre había atendido a los animales de la granja de sus padres, desde antes de que ella naciera. Muchas vacas, unos cuantos caballos, perros y gatos, cabras y un toro con muy malas pulgas. Efron era veterinario de animales grandes, pero al menos podría echarles un vistazo a aquellos perritos.

Vanessa también le pidió a Jack que llamara a su madre y le contara lo que estaba sucediendo. Su madre iba a reírse, porque conocía bien a su hija. No habría forma de separar a Vanessa de una caja de cachorrillos recién nacidos y muy necesitados.

A medida que se acercaba la hora de comer, alrededor de la caja de los perritos se formó un grupo de gente. La gente se detenía junto a ella, cerca del fuego, y le preguntaba por la historia, y acariciaba a alguno de los cachorrillos. Cuatro de ellos iban muy bien. Estaban moviéndose con fuerzas renovadas y tomaban leche con cereales a menudo. Otros dos estaban intentando recuperarse del hambre y la hipotermia. Vanessa consiguió darles algo de leche con un cuentagotas. Los dos últimos respiraban, y el corazón les latía, pero eran muy pequeños y estaban muy débiles. Ella les dio un poco de leche y se los metió dentro del jersey para que tuvieran calor, mientras se preguntaba cuándo iba a aparecer el viejo doctor Efron.

En aquel momento, alguien abrió la puerta y una ráfaga de viento entró en el bar. Entonces, Vanessa se olvidó durante un momento de los cachorros. El hombre más guapo que había visto desde hacía mucho tiempo acababa de entrar en el establecimiento de Jack. Además, le resultaba vagamente familiar. Se preguntó si lo había visto en la televisión, o en una película. Él se acercó a la barra, y Jack lo saludó con entusiasmo.

Jack: ¡Hola, Zac! ¿Qué tal estás? ¿Tienes ya los billetes de avión?

Zac: De eso me ocupé hace mucho -respondió el recién llegado, y se echó a reír-. Hace mucho que estoy deseando esto. Dentro de poco estaré en una playa de Nassau, en mitad de un centenar de tangas. Sueño con ello.

Jack: ¿Es una de esas cosas del Club Med?

Zac: No, no. Me voy con gente de la facultad. Hace años que no me veo con algunos de ellos, porque no mantenemos el contacto, pero uno de ellos pensó en estas vacaciones y, como yo estaba disponible, me pareció una buena idea. El compañero que se ha encargado de organizarlo ha reservado habitaciones en un hotel que incluye comidas, copas… Todo, salvo actividades como la pesca submarina o el buceo, para cuando no esté tumbado en la arena, mirando a bellísimas mujeres con trajes de baño muy pequeños.

Jack: Me alegro por ti. ¿Una cerveza?

Zac: Pues sí, gracias. -Y después, como si estuviera respondiendo a la oración de Vanessa, tomó la cerveza y se acercó a donde ella estaba sentada, junto a la caja de los cachorros-. Hola.

Ella tragó saliva y miró hacia arriba. Era difícil calcular cuánto medía desde su posición, pero debía de ser casi un metro ochenta. Vanessa se fijaba en detalles como aquél porque ella no era muy alta. Él tenía el pelo castaño, y los ojos azules rodeados de pestañas negras

Él sonrió y al hacerlo, se le formó un hoyuelo en la mejilla.

Zac: He dicho «hola».

Vanessa tosió y despertó de su estupor.

Ness: Hola.

Él frunció el ceño.

Zac: Eh, creo que una vez me cortaste el pelo.

Ness: Es posible. Así me gano la vida.

Zac: Sí, sí fuiste tú. Ahora me acuerdo.

Ness: ¿Y cuál fue el problema con el corte de pelo?

Zac: No creo que hubiera ninguno.

Ness: Entonces, ¿por qué no volviste?

Él se echó a reír.

Zac: Bueno, creo que discutimos acerca de una cosa que me pusiste en el pelo. Yo no quería, pero tú me dijiste que sí quería. Tú ganaste, y yo salí de la peluquería con el pelo de punta. Cuando me tocaba la cabeza, parecía que tenía merengue en el pelo.

Ness: Fijador. Se llama fijador. Está de moda.

Zac: ¿De veras? Supongo que yo no -se sentó junto a la chimenea, al otro lado de la caja. Tomó en la mano a uno de los cachorros y añadió-: No me gusta llevar fijador.

Ness: ¿Tienes las manos limpias?

Él la miró con perplejidad. Entonces, sus ojos bajaron desde la cara de Vanessa hasta su pecho, y sonrió.

Zac: Eh… creo que te estás moviendo. O tal vez es que estés muy contenta de verme -sugirió, con una sonrisa de picardía-.

Ness: Oh, eres gracioso -se sacó al cachorrillo de debajo del jersey-. ¿Has pensado en esa frase tú sólo?

Él ladeó la cabeza y le quitó al cachorrillo de las manos.

Zac: Yo diría que son collies. Parecen collie, pero pueden mostrar características de otras razas cuando crezcan. Es muy mono. Por esta zona hay muchos perros pastores.

Ness: Esos dos son los más débiles de toda la camada, así que por favor ten cuidado. Estoy esperando al veterinario.

Él sujetó a los dos perritos con una mano y con la otra se sacó un par de gafas del bolsillo y se las puso.

Zac: Yo soy el veterinario.

Entonces, les dio la vuelta a los cachorrillos, les examinó los ojos, la boca y las orejas y les presionó suavemente el abdomen con un dedo.

Ella se quedó sin palabras durante un minuto.

Ness: Tú no eres el viejo doctor Efron.

Zac: Zachary Junior. Zac. ¿Conoces a mi padre? -preguntó mientras examinaba a otros dos perritos-.

Ness: Él… eh… Mis padres tienen una granja en Alder Point. Me crié aquí, cerca de la clínica y del establo del doctor. ¿No debería conocerte?

Él la miró por encima de la montura de las gafas.

Zac: No lo sé. ¿Cuántos años tienes?

Ness: Veintiocho.

Zac: Bueno, yo tengo treinta y dos. Te saco unos años. ¿A qué escuela fuiste?

Ness: A la de Fortuna. ¿Y tú?

Zac: A la de Valley. Supongo que ahora ya puedes llamarme viejo doctor Efron.

Ness: Tengo hermanos mayores. Ben, Brad y Jim Hudgens. Todos son mayores que tú.

Al principio, él se quedó sorprendido por aquella noticia, pero después sonrió de nuevo. Después se rió.

Zac: ¿Entonces tú eres aquella pesada delgaducha de pelo rizado, cara pecosa y boca apretada que siempre seguía a Ben y a Brad?

Ella lo fulminó con la mirada.

Zac: No -dijo riéndose-. Debía de ser otra persona. Tú no tienes el pelo de color calabaza. Y no eres tan… -entonces, hizo una pausa y dijo-: Veo que te han quitado el aparato de ortodoncia.

Por el modo en que ella frunció el ceño, Zac se dio cuenta de que tampoco había acertado con aquel comentario.

Ness: ¿Dónde está tu padre? ¡Quiero una segunda opinión!

Zac: Bueno, además ya no estás tan delgaducha -admitió con una sonrisa-.

Ness: Una broma muy, muy vieja, listillo.

Zac: Bueno, pues tú no tienes suerte, queridita. Mis padres se mudaron a Arizona para cumplir su sueño de tener caballos y vivir en un clima cálido, y estar cerca de mi hermana mayor y su familia. Tengo otra hermana en el sur de California y otra en Nevada. Yo soy el nuevo viejo doctor Efron.

Ella estaba empezando a recordarlo. El doctor Efron tenía hijos, todos mayores que ella. Mucho mayores como para haber ido a su mismo curso. Sin embargo, Vanessa se acordaba de que, algunas veces, el veterinario iba a la granja con uno de sus hijos. Entonces, esbozó una media sonrisa.

Ness: ¿Eres tú aquel mequetrefe pequeñajo, lleno de granos, con la voz chillona, que venía a la granja con su padre algunas veces?

Él frunció el ceño y gimió.

Zac: Me cambió la voz un poco tarde.

Ness: Eso me parecía -respondió riéndose-.

Zac estaba examinado la tercera pareja de cachorrillos.

Ness: ¿Por qué no me acordaba de ti?

Zac: Fui a una escuela católica de Oakland durante los últimos años de instituto. No iba a conseguir entrar en una buena universidad sin ayuda académica, y aquellos jesuitas se tomaron en serio a un desafío como yo. Me cambiaron. Durante mi primer año de facultad crecí tres centímetros. -Dejó a los cachorrillos en la caja y tomó al primero. Se puso serio. Ella notó bondad, suavidad, en su expresión-. Vanessa, ¿no? ¿O ahora te llamas Ness?

Ness: Vanessa. Hudgens.

Zac: Bueno, Vanessa, este pequeño está muy débil. No sé si lo va a conseguir.

Ella se puso triste. Tomó el perrito y se lo metió de nuevo en el jersey.
Zac asintió y le dijo:

Zac: Eso es un gran incentivo para vivir, pero no sé si será posible. ¿Cuánto tiempo han estado fuera los perros?

Ness: No lo sabemos. Tal vez desde el amanecer. Jack ha estado fuera todo el día, adornando el árbol, y no vio a nadie. Su niño de tres años se metió bajo el abeto y salió con un cachorrito entre las manos. Así es como los encontramos.

Zac: ¿Y cuál es el plan ahora?

Ness: No lo sé.

Zac: ¿Quieres que me los lleve a un refugio canino? Así no tendrás que soportar las malas noticias, si alguno no sobrevive.

Ness: ¡No! -exclamó-. No creo que sea buena idea. Aunque algunos de los refugios de la zona son excelentes, ya sabes cómo es esta época del año. La gente adopta cachorritos para regalar en Navidad y los devuelve en enero. Y que los devuelvan es la posibilidad buena. A menudo los abandonan o los maltratan. ¿No sería mejor cuidarlos hasta que encontremos un buen hogar para ellos?

Zac: ¿Quién, Vanessa? ¿Quién los va a cuidar?

Ella se encogió de hombros.

Ness: Yo vivo en una casa pequeña en Fortuna.

Zac: ¿Y la granja?

Vanessa estaba negando con la cabeza antes de que él terminara de hablar.

Ness: No, no puede ser. Mi padre tiene artritis y ha tenido que ir vendiendo el ganado poco a poco. Y mi madre va corriendo de un lado a otro todo el tiempo para ocuparse de todo aquello que a él le agota.

Zac: Tu padre es Hank Hudgens, ¿verdad? Se las arregla muy bien para tener artritis.

Ness: Sí, es orgulloso. No deja que se le note. Pero si llevara los cachorros a la granja, tendría que cuidarlos mi madre, y no puede hacerse cargo de ocho perritos. Y toda la familia va a ir a pasar las Navidades a la granja. Los trece.

Zac: Bueno, Vanessa, pues no se me ocurren muchas soluciones. Conozco a varios veterinarios por esta zona y ninguno se haría cargo de esta camada. Los llevarían a un refugio.

Ness: ¿Y tú no puedes ayudar? ¿Tu esposa y tú?

Él sonrió.

Zac: No tengo esposa, Vanessa Hudgens. Sólo tengo una técnica veterinaria muy amable que va a vigilar mi establo mientras yo me marcho de vacaciones, pero ella no puede hacerse cargo también de ocho perritos.

Ness: ¡Jack! ¿Podrías venir un momento, por favor? -Jack se acercó secándose las manos en el delantal-. Tenemos un problema, Jack. El doctor Efron dice que no puede llevarse a los cachorros, y no podemos mandarlos a un refugio. Yo he trabajado de voluntaria en algunos de esta zona, y son muy buenos, pero en estas fechas están muy ocupados. Se adoptan muchos animales para hacer regalos, sobre todo cachorrillos. No te haces una idea de la cantidad de gente que quiere una mascota peluda para la pequeña Susie o el pequeño Billie, hasta la primera vez que el perro piensa que su alfombra es la hierba.

Jack: ¿Y? -preguntó desconcertado. Una pareja que estaba junto a la barra se acercó a escuchar la conversación-. ¿Qué vas a hacer, entonces? Supongo que si los llevas a un refugio tendrán más posibilidades de sobrevivir que debajo del abeto.

Ness: Podríamos cuidarlos aquí, Jack.

Jack: ¿Podríamos? -preguntó arqueando la ceja-. Te veo cuatro veces al año, Vanessa.

Ness: Vendré después del trabajo, todos los días. Te diré exactamente lo que hay que hacer y tú…

Jack: Vaya, Vanessa, yo no puedo tener animales en el local.

Una mujer mayor le puso la mano en el brazo a Jack.

**: Ya les hemos puesto nombre, Jack. Como los renos de Santa Claus. Donner, Prancer, Comet, Vixen… aunque todavía no sabemos quién es quién. El pequeño Christopher incluso le ha preguntado a su padre si puede quedarse con Comet.

Zac: No hay madre que los limpie, así que habrá excrementos. Ocho veces.

Jack: Ah, magnífico.

Ness: No te dejes vencer por el pánico. Yo te diré lo que tienes que hacer. Toma una buena caja, grande, de madera, o una cesta de hacer la colada, de plástico. Le pones una manta vieja o un par de toallas en el fondo. Les das de comer leche de bebé y cereales cada pocas horas. Puedes sacar a tres o cuatro de la cesta para que coman, y así podrías limpiar el fondo. Cambias las toallas sucias por unas limpias. Si las metes en una bolsa de plástico, yo me las llevaré cuando venga, las lavaré en casa y las traeré al día siguiente para sustituirlas por las de ese día.

Jack: No sé, Vanessa…

Ness: Vamos, a la gente le encantará tener aquí a los cachorros, vendrán a ver cómo engordan día a día. Para Navidad ya todos estarán apalabrados, y seguramente por gente que sabe qué hacer con un animal. Seguramente, estos perros podrían ser estupendos pastores por aquí.

Jack: Zac, ¿tú has colaborado en esto?

Zac alzó las manos y negó con la cabeza. No dijo nada, pero Vanessa tenía razón. Si los adoptaba gente de aquel pueblo, los perros tendrían un cuidado mejor.

Jack: No puedo decir sí o no sin saber qué opina Peter.

Vanessa sonrió al oír a la gente que había seguido a Jack hasta la chimenea, hablando los unos con los otros, diciendo que aquel plan podía funcionar. A ellos no les importaría mecer a un cachorrito de vez en cuando, o donar una manta, o hacer que uno de los perritos comiera, o limpiar el suelo por aquí o por allá.

Cuando Peter siguió a Jack hasta la caja de la camada, su hijo de seis años los acompañó, y oyó todo lo que decían. Tiró de la manga de su padre y dijo con un hilillo de voz:

Chris: Por favor, papá, por favor. Ayudaré todos los días. Les daré de comer y los abrazaré y limpiaré y lo haré todo bien.

Peter frunció el ceño. Después exhaló un suspiro de exasperación y se agachó para estar al mismo nivel que el niño.

Peter: Chris, no puede haber nunca un perro en la cocina, ¿entendido? Y tenemos que empezar a buscarles casa ahora mismo, porque algunos comenzarán a salir de la caja antes que otros. Esto tiene que ser temporal. Aquí hacemos comida.

Chris: De acuerdo. Pero Comet no. Comet se va a quedar.

Peter: Eso todavía me lo estoy pensando. Además, tengo que mirar en el ordenador cómo se cuida a unos cachorritos huérfanos como éstos.

Vanessa soltó una carcajada mientras se sacaba al cachorro más pequeño y más débil del jersey y lo ponía en la caja de nuevo.

Ness: Bueno, ya he terminado mi trabajo por hoy -dijo con alegría-. Mañana intentaré salir pronto del trabajo para venir cuanto antes, Jack. Hasta mañana.

Jack: Vanessa, no es responsabilidad tuya. Tú ya has ayudado mucho. No es necesario que…

Ness: Ahora no voy a darles la espalda. Puede que te entre miedo y los lleves al pilón -añadió con una sonrisa-. Hasta mañana.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Feliz con esta nueva historia�� sigue pronto...

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