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sábado, 30 de enero de 2016

Capítulo 2


A las siete en punto, Zac llamó a la suite de la princesa real de Wynborough. Casi de inmediato, las puertas dobles se abrieron hacia dentro, como si Vanessa lo hubiera estado esperando del otro lado.

Vanessa. Durante cinco meses no había tenido nombre. Iba a costarle acostumbrarse a él.

Ella mostró su asombro, y Zac supo que debía estar contrastando la imagen que había presentado el día anterior con su ropa de trabajo con el traje negro que llevaba en ese momento. No tendría que haberse sorprendido... ya lo había visto con esmoquin.

Y con humor sombrío pensó que lo había visto con mucho menos.

Ness: Buenas noches -dijo apartándose e invitándolo a pasar con un gesto de la mano-. Por favor, entra.

Zac: Gracias, alteza.

Le dio un leve énfasis al título y le gustó ver un leve rubor en ella.

Lucía un sencillo vestido de una tela ligera y sedosa que colgaba suelto alrededor de su cuerpo y caía sobre la plena redondez de sus pechos. Recordó los suaves montículos que habían llenado sus manos unos meses atrás... Se sacudió mentalmente, irritado por dejar que su impulso sexual volviera a dominarlo. Como la primera vez que la vio.

Aún no sabía por qué había asistido a aquella gala benéfica que se celebraba todos los años. Sin embargo, en cuanto la vio dejó de cuestionárselo. La misteriosa dama y él habían respetado la regla tácita del baile, no identificarse.

Aunque tampoco habría podido reconocerla, ya que no se conocían, a pesar de su propio rango real. Cierto es que era más joven que él, y casi toda su vida había estado ausente en el colegio y en la universidad antes de huir de Thortonburg, aunque según los rumores el príncipe Phillip empleaba la más estricta seguridad para mantener a salvo a la familia que le quedaba.

Zac supuso que después de haber secuestrado a su hijo pequeño, al que se daba por muerto, mostraría un exceso de protección con sus otras hijas. No obstante, dados todos esos factores, había tenido casi la certeza de que su hermosa dama había sido una de las cuatro hijas del rey Phillip.

Ness: ¿Puedo ofrecerte algo para beber? -preguntó desde la pequeña barra-.

Zac: Por favor -se acercó y con un pie aproximó uno de los taburetes-. Bonito sitio.

Ness: Sí. Es muy cómodo.

Zac: Imagino que no sabes lo que es vivir en un lugar que no lo sea.

Ness: Jamás he tenido la oportunidad de averiguarlo.

Lo miró unos instantes. Depositó una servilleta sobre la barra y se ocupó en prepararle una copa alta.

Zac: ¿Cómo sabes lo que bebo?

Ness: Si prefieres otra bebida, no hay problema. Esto es lo que bebías... la última vez.

Zac: Es perfecto.

Bebió un trago largo. Cuando la vio el día anterior, sus ojos marrones habían exhibido una bienvenida cálida e íntima hasta que él espantó esos sentimientos. Ese día, esos mismos ojos solo mostraban cautela. Llevaba el pelo suelto sobre los hombros, enmarcando su cara en forma de corazón.

Vanessa continuó detrás del bar, donde se preparó también una copa, aunque solo se sirvió zumo de arándanos. Señaló el centro de la estancia, donde una mesita rodeada de sillones contenía una bandeja llena de canapés.

Ness: ¿Nos sentamos?

Zac: Desde luego.

Se levantó del taburete y con un gesto le indicó que lo precediera.

Zac la siguió y ocupó un asiento en ángulo al de ella; aceptó el plato que Vanessa le ofreció. Había trabajado todo el día y solo había dispuesto de tiempo para llegar a su casa, darse una ducha y cambiarse antes de dirigirse al hotel, por lo que estaba muerto de hambre. Mientras llenaba el plato con una selección de canapés, la miró.

Zac: ¿Tú no vas a comer?

Ness: No tengo apetito -meneó la cabeza con nerviosismo-. Por favor, que eso no te detenga.

Zac: Si estás segura.

Esa rígida cortesía ya empezaba a irritarlo. Otro de los motivos por los que no pensaba volver a Thortonburg.

Vanessa asintió.

Durante unos momentos reinó un silencio incómodo. A juzgar por el modo en que ella movía los dedos, a Vanessa le molestaba mucho más que a él. Zac se dedicó a comer hasta vaciar el plato, pero alzó una mano para rechazar su segundo ofrecimiento.

Zac: No, gracias, esto me sustentará de momento.

Ness: Como quieras -esbozó una pequeña sonrisa y lo estudió con curiosidad-. Eres muy americano, ¿verdad?

Zac: Este es mi hogar ahora.

Ness: ¿Este país te atrae mucho más que Thortonburg? -preguntó con suavidad-.

Zac: Cuando era más joven, cualquier lugar en el que no estuviera mi padre me atraía -comentó con ironía-. Ahora... sí, me gusta vivir aquí. Es un sitio cálido, donde brilla el sol casi todo el año... algo que no se puede decir del Atlántico Norte.

Situado a poca distancia del Reino Unido, en su país natal llovía con frecuencia, estaba nublado casi siempre y hacía frío.

Ness: No -convino de nuevo con una leve sonrisa-. Es verdad.

La observó, consciente del destello de atracción sexual que se encendió en sus entrañas. Era tan hermosa como la recordaba, e igual de seductora. Su buen humor se desvaneció.

Zac: ¿Por qué me sedujiste? -inquirió-.

Ella abrió mucho los ojos y alzó la cabeza como si la hubieran golpeado. Se puso pálida y luego colorada por la indignación.

Ness: ¡Yo no te seduje!

Zac: Muy bien -aceptó tras meditarlo-. Te lo concedo. Pero, si no recuerdo mal, fue algo completamente recíproco.

Durante un instante ella lo miró en silencio y él observó fascinado como el color subía por sus mejillas. Al final, con el mismo tono neutral que había empleado antes, comentó:

Ness: ¿Por qué querría seducirte?

Zac: ¿La palabra «compromiso» te dice algo?

Ness: Si no estoy comprometida con nadie -negó, desconcertada-.

Zac: ¿Tenemos que proseguir con este pequeño juego de engaño? -bufó-. Muy bien, no tenías por qué ser «tú». Mi padre no muestra ninguna predilección mientras la unión se produzca. Sabes muy bien que una de vosotras algún día se casará con el Gran Duque. Intentabas aventajar a tus hermanas, ¿no? Después de todo, si no puedes tener a un rey, lo mejor después sería un gran duque.

Ness: ¿Crees que me casaría por un «título»? -lo observó boquiabierta sin prestar atención a su acentuado sarcasmo-. Mi padre en su vida ha arreglado un matrimonio. No sé por qué crees que haría algo así.

Zac: ¿Quizá porque desde que tengo cuatro años mi padre ha estado diciéndome que algún día me casaría con una de las princesas?

Ness: Nosotras nos casaremos con quien deseemos, ajenas a los deseos de tu padre.

Zac: Hmm... hmm -fue un sonido escéptico-.

Ness: ¡No ha habido ningún tipo de arreglo! -insistió-. En cualquier caso, mi hermana mayor ya está casada. Lo hizo con un ranchero de aquí mismo, de Arizona. Esperan su primer bebé...

Zac: Como si esperan diez bebés -espetó. Ella abrió otra vez mucho los ojos y aunque no se movió, Zac tuvo la impresión de que había vuelto a quedar fuera de su alcance-. ¿Tú eres la segunda en el linaje?

Ness: La tercera. Mi hermano era... «es»... mayor. Anne y Selena me siguen.

¿Por qué habían puesto a Vanessa en su camino en vez de a una de las otras hermanas? Se trataba de un rompecabezas para el que no disponía de las piezas adecuadas y eso no le gustaba. Pero de momento lo dejó a un lado.

Zac: Mi padre y tu padre debieron llegar a un acuerdo desde que dejé el país -manifestó-. Y tú fuiste el cordero que decidieron sacrificar. Me pregunto cómo habrá decidido el rey a qué hija mandar. ¿Con los dados? ¿Con una moneda?

Ness: Te he dicho que mi padre jamás arreglaría un matrimonio para mí -insistió con voz agitada-. No hay ninguna trama.

Zac: Ya no -aseveró, sin importarle lo frío e implacable que sonaba-. Puede que fueras virgen, y es posible que contigo disfrutara del mejor sexo de mi vida, pero no pienso aceptarlo. Vuelve a casa y dile a tu papi que no pienso casarme contigo.

El tono que había coloreado sus mejillas desapareció. Por un momento él pensó que iba a llorar. Luego vio que respiraba hondo.

Ness: Repito que mi padre no tiene nada que ver en el asunto -se levantó y atravesó la estancia para abrir la puerta-. No planeó que nos conociéramos «o» nos casáramos, y si piensas que intento atraparte en un matrimonio, no podrías estar más equivocado. Puedes marcharte y no volver. Pretendo olvidar que alguna vez nos conocimos.

A punto de aceptar la invitación, Zac se levantó... y se frenó en seco, olvidados todos sus pensamientos. Entrecerró los ojos con incredulidad. «Ella estaba embarazada».

Se sintió conmocionado al ver la silueta de la princesa perfilada contra la tenue tela del vestido a la luz que entraba por el pasillo... que con claridad mostraba la protuberancia del embarazo. El brazo extendido ceñía el atuendo contra su vientre, haciendo imposible que pasara por alto su condición. Aturdido, cruzó la habitación en dirección a ella.

Vanessa debió reconocer la ira que tensaba sus facciones, porque retrocedió hasta que la pared que había detrás de la puerta frenó su retirada.

Él no dudó hasta quedar prácticamente pegado a ella, con su vientre a solo unos centímetros de su cuerpo y los ojos llenos de temor mirándolo a la defensiva.

Zac: Tú... pequeña... «zorra» -soltó-. Así que la reunión sorpresa era por eso. Tienes un panecillo en el horno y deja que lo piense... -calló y exhibió una sonrisa burlona-. Se supone que debo creer que es mío.

Vanessa jadeó. Al alzar las manos para empujarlo lo pilló desprevenido y pudo obligarlo a retroceder uno o dos pasos. Le temblaba todo el cuerpo. Mostraba una expresión destrozada, pero cuando habló, la voz le tembló de cólera.

Ness: Es tu hijo -afirmó-. Mi hermana Selena consideró que era justo que lo supieras.

Las palabras de ella lo sacudieron hasta lo más hondo, pero logró ocultar su reacción con desdén.

Zac: ¿Y esperas que lo crea? ¿Parezco tan imbécil? -cruzó los brazos y su propia ira le volvió ruda la voz-. Podría ser el hijo de cualquiera.

Los ojos de ella se nublaron y se tambaleó. Alarmado, alargó el brazo para sostenerla, pero se alejó de él con tanta celeridad que estuvo a punto de tropezar con una silla. De un golpe le apartó la mano.

Ness: Como amablemente me recordaste, era virgen .musitó con voz trémula..

Zac experimentó una protección momentánea e instintiva por su condición, pero antes de que pudiera pensar en algo que decirle que la calmara un poco, Vanessa giró en redondo y corrió hasta una puerta situada en el otro extremo de la suite, que abrió y cerró con fuerza.

Pero reaccionó con rapidez y fue tras ella. Sin embargo, le había sacado suficiente ventaja para echar antes el cerrojo.

Zac: ¡Vanessa! -bramó, sacudiendo el pomo-. ¡Sal de ahí!

No obtuvo respuesta, aunque a través de la puerta oyó el sonido del agua al correr. Luego otro sonido. Llanto. Apoyó los puños en la madera y contuvo el impulso de tirarla abajo. La frustración y la furia aumentaron en él ante la sensación de sentirse atrapado. Cualquier simpatía que hubiera podido despertar su llanto se evaporó al verse dominado por los recuerdos de su infancia. Había jurado que jamás tendría un hijo, que jamás le haría a un niño lo que le habían hecho a él. «Jamás».

Le propinó a la puerta un golpe con la planta del pie.

Zac: ¡Nadie hace planes para mi vida! -gritó antes de girar en redondo-. ¡Ni mi padre ni tú!


Su estado de ánimo era poco mejor a las nueve de la mañana siguiente. Había dado vueltas en la cama toda la noche. En ese momento sentía los ojos arenosos y no paraba de beber café en un intento por revivir sus neuronas, comatosas por la falta de sueño.

Pero aún tenía algunas bien, ya que sin esfuerzo pudo recordar la expresión en el rostro de Vanessa cuando le dijo que el bebé que esperaba podía ser de cualquiera.

La destrozó.

Se sentía como escoria. Puede que no tuviera intenciones de casarse con ella, pero no era un imbécil. Sabía, con la misma certeza de conocer su propio nombre, que Vanessa jamás había tenido otro amante. Antes de él, imposible. Después... De haber sido libertina, no habría llegado virgen cuando la conoció. No sabía muy bien los años que tenía, pero sin duda veintitantos. Decididamente no era promiscua.

Y el bebé que esperaba era suyo.

«Mi hermana Selena consideró que era justo que lo supieras.»

¿Qué diantres significaba eso? ¿Qué Vanessa no se lo habría contado?

Quizá no lo deseara, quizá todo ese lío lo enfureciera, pero no era un hombre que renegara de sus responsabilidades. Había participado en la gestación de un niño, y lo criaría. Además, ella había esperado demasiado para poder recurrir a un aborto. Aborto. En su corazón sabía que no se lo permitiría. Sin duda habría resultado la escapatoria más fácil, pero la solución lo ponía enfermo. Juntos, Vanessa Hudgens y él, habían creado una vida, y no creía que alguno de los dos tuviera derecho a ponerle fin.

No. Biológicamente iba a ser padre, aunque no tenía intención de involucrarse en la vida de ese bebé. Se preguntó si Vanessa había tomado en consideración darlo en adopción. Para él era la mejor idea, pero, de algún modo, dudaba de que su amante morena pensara lo mismo. Ni tampoco la familia real.

Bueno. Si ella quería criar al niño, no podía impedírselo. Y en ningún momento tendría problemas para mantenerlo económicamente. Aunque se había negado a usar el dinero de su familia, salvo la herencia que le legó su abuela, había conseguido establecer un negocio respetable para sí mismo en los Estados Unidos. Ajeno al ambicioso maquinador que por desgracia tenía como padre.

Demonios. Ya no iba a poder dormir más, y sabía que no podría trabajar hasta que aclarara las cosas con Vanessa. Tiró el café en la pila, recogió las llaves del coche y se dirigió al garaje.

Veinticinco minutos más tarde se hallaba en la suite en la que había estado la noche anterior, conteniendo a duras penas su temperamento mientras la asistente personal que el hotel le había proporcionado a Vanessa durante su estancia abría los brazos con gesto de impotencia.

**: Lo siento, señor Efron, pero la princesa insistió. Yo no consideré que fuera apropiado que ella alquilara un coche por su cuenta, pero no hubo modo de detenerla.

Zac: ¿Cuántos iban en su grupo?

**: ¿Grupo? Oh, nadie más, señor. Iba sola.

¿Ni siquiera se había llevado a un conductor o a un guardaespaldas? Sintió aprensión.

Zac: ¿Y su guardaespaldas?

**: No trajo a ninguno, señor.

Zac maldijo con tanta vehemencia que aturdió a la mujer joven que tenía delante.

Zac: ¿Adónde fue?

**: No lo sé, señor. Creo que iba a reunirse con un hombre. Lo único que me dijo es que pensaba regresar para la cena.

En Wynborough, eso podía representar las ocho o las nueve de la noche. No pensaba esperar tanto para cerciorarse de que se encontraba bien. Con el apoyo de la empleada del hotel, no le costó conseguir que el conserje le proporcionara el destino de Vanessa y una descripción del coche que conducía.

Con lo protegida que había sido su vida, apostaría cualquier cosa que rara vez, si alguna, había llevado sola un coche.

Por no mencionar el pequeño hecho de que los americanos conducían por el lado contrario al que ella estaba acostumbrada en casa.

Mientras aguardaba con impaciencia que le proporcionaran los datos que había solicitado, meditó en el resto de las palabras de su ayudante. Otro hombre. ¡Un hombre! A quién diablos podía conocer Vanessa en Phoenix? ¡Estaba embarazada de su bebé, maldita sea!

Cinco minutos después subía a su furgoneta y ponía rumbo a la autopista.

Fue al sur de Phoenix por la Interestatal 10, en dirección a Casa Grande. El conserje le había explicado que Vanessa le había preguntado cómo ir a Catalina, una ciudad pequeña situada entre las montañas Tortolita y el Bosque Nacional de Coronado, justo al norte de Tucson. Puede que le sacara una ventaja de una hora... ¿cómo demonios iba a localizarla?

Y menos si iba a reunirse con otro hombre.

Le sorprendió su ingenuidad. No sabía nada de los hombres, y cuando la encontrara, iba a dejarle bien claro que como padre del bebé, no pensaba tolerar que otro hombre rondara cerca de su...

Zac: ¿Su qué?

«Nada», se dijo. «Nada. No te pertenece. Necesitas a esta princesa en tu vida igual que un sarpullido».


Hacía calor.

Vanessa volvió a inclinarse sobre el motor de su coche alquilado. No tenía ni idea de lo que podía estar buscando entre las piezas negras y grasientas y los tubos de metal. Lo único que sabía era que una nube de humo blanco había empezado a salir de debajo del capó del automóvil unos treinta minutos antes, y que cuando se detuvo en el arcén para investigar el sedán no quiso volver a arrancar.

Sintió miedo y los dedos le temblaron cuando con gesto vacilante golpeó una pieza de metal. Era fácil llamarse necia. Una hora antes, lanzarse por una carretera americana en busca del hombre que podía ser su hermano había parecido una gran idea. En ese momento sonaba como el colmo de la insensatez.

Sin chofer, sin guardaespaldas y sin teléfono en el coche. En una carretera secundaria sin un edificio a la vista. Sus padres se sentirían angustiados si lo supieran. Le había parecido la ocasión perfecta para comprobar qué se sentía al ser «normal».

Pero en ese instante lo único en lo que podía pensar era en que alguien la rescatara... a quien lo hiciera le ofrecería un título nobiliario. Estudió una vez más el motor y luego recogió el paraguas negro que había llevado y lo abrió, proporcionándose un poco de sombra.

Imaginar lo que podría decir Zac si estuviera allí ayudó a que se desanimara más. La consideraba una chica tonta y desvalida que toda su vida había estado protegida del mundo real. Pudo ver el desdén en sus ojos.

Iba a rezarle a Dios para que Zac jamás averiguara lo sucedido ese día. Aunque cuando la noche anterior se fue de su suite supo que no volvería a verlo nunca más.

Carretera abajo algo la distrajo de sus pensamientos alicaídos. ¡Un coche! Avanzaba a bastante velocidad por el terreno llano y recto, y al acercarse pudo distinguir que se trataba de una camioneta. No importaba mientras el conductor estuviera dispuesto a llevarla a Catalina. Allí alcanzaría su objetivo, que era localizar a Michael Flynn, el hombre que había sido huérfano en el Albergue Infantil Sunshine, el hogar al que sus hermanas y ella estaban seguras de que treinta años atrás habían llevado a su hermano secuestrado.

Sintió un movimiento en el estómago y se secó una gota de sudor de la sien. En ese instante el vehículo se detenía detrás de su coche; entrecerró los ojos cuando el conductor bajó y forzó una sonrisa en sus labios resecos. Hasta que reconoció a la figura grande de hombros anchos del príncipe de Thortonburg.

El día comenzaba a alcanzar las proporciones de un desastre. Cerró los ojos con la esperanza de que fuera un espejismo, pero una oleada de vértigo la obligó a abrirlos pronto. Él seguía ahí.

Su expresión era odiosa al avanzar hacia ella.

Zac: ¿Qué crees que estás haciendo? -demandó-.

Ness: Para mí también es un placer verte otra vez. Qué coincidencia que viajaras por la misma carretera que yo.

Alzó la barbilla, decidida a no darle la satisfacción de que la viera amilanada.

Zac: Sabes perfectamente bien que no se trata de una coincidencia. Te buscaba. No tienes ningún motivo para viajar por un desierto americano sin escolta.

Ness: Gracias por tu opinión. Pero adónde vaya y con quién lo haga no es de tu incumbencia.

Se vio obligada a cerrar los ojos al sentir otro mareo.

Zac: ¡Vanessa!

Ella sintió que sus manos grandes la sujetaban por los codos.

Ness: Puedes llamarme «Alteza Real»... ¡Oh! -chilló alarmada cuando Zac la levantó en vilo-. ¡Bájame!

Zac: Será un placer.

Se detuvo y la depositó sobre el suelo. Al abrir los ojos, ella vio que había rodeado su vehículo y la había dejado del lado del pasajero. Con un brazo a su alrededor, se inclinó por delante de ella y abrió la puerta, luego apoyó las manos en su cintura y con facilidad la sentó dentro.

Había dejado el motor y el aire acondicionado encendidos. Bajo las piernas a través de su vestido ligero el asiento de cuero le resultó fresco y ya no sentía el sol implacable sobre ella. Estuvo a punto de gemir de gozo, pero no pensaba darle esa satisfacción. Apoyó la cabeza en el respaldo y se secó la frente con un pañuelo que sacó del bolso.

Zac: ¿Qué le pasa al coche?

Ness: No lo sé. Intentaba averiguarlo cuando apareciste.

Zac: Claro -bufó divertido-. ¿Por qué paraste en medio de ninguna parte?

Ness: Salía humo del capó.

Zac: ¿Humo? -pareció alarmado-. ¿Estás segura de que no era vapor?

Ness: No tengo ni idea -se encogió de hombros-. Humo, vapor, algo así.

Zac: Existe una gran diferencia -le informó. Luego se irguió-. Abróchate el cinturón de seguridad.

Cerró la puerta del lado del pasajero con más fuerza de la necesaria.

Lo observó por el parabrisas mientras regresaba al Lincoln azul, retiraba las llaves, aseguraba las puertas y volvía a la camioneta. Ese día llevaba puestos otra vez unos vaqueros, que acariciaban la musculosa solidez de sus muslos como las manos de una amante. Recordó la sensación de esas fuertes extremidades contra las suyas, el calor de su piel y la áspera textura de su vello. Su núcleo femenino se contrajo de placer, aunque con severidad se recordó que su encuentro había sido algo aislado, que el príncipe de Thortonburg había dejado bien claro que ella no iba a formar parte de su vida.

Se sentó detrás del volante y se puso el cinturón de seguridad antes de dar marcha atrás y realizar un giro en la carretera.

Ness: ¡Espera! Quiero ir a Catalina -manifestó-.

Zac: Difícil -ni siquiera la miró-. Vuelves a Phoenix y vas a ir a ver al médico, luego te echarás a descansar.

Nesss: ¿Al médico? -lo miró boquiabierta-. No necesito un médico.

Zac: Pero de todos modos yo quiero que te haga un chequeo. Estuviste a punto de sufrir una insolación -alargó un brazo a la parte de atrás y recogió un termo-. Bebe. Ni siquiera llevabas agua contigo -reprendió-.

Ness: No estoy habituada a este clima -indicó con serena dignidad-. Soy consciente de que me consideras una tonta sin cabeza, así que ya puedes dejar de restregármelo por la nariz.

Zac: Princesa, aún no he empezado. ¿Qué diablos se te pasa por la cabeza para salir sin guardaespaldas?

Ness. No necesito guardaespaldas -dijo con los dientes apretados-. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma. Además, la asistente del hotel y el conserje conocían mi destino.

Zac: Te habrían servido de poco si hubieras pasado horas bajo el sol.

La única respuesta a eso fue el silencio. Giró la cabeza hacia la ventanilla y cerró los ojos.

Debió quedarse dormida, porque despertó, aturdida y desorientada, cuando entraban a Phoenix. Se irguió con la esperanza de que él no lo hubiera notado.

Zac: ¿Has dormido bien? -ella no respondió-. ¿Por qué ibas a Catalina?

Ness: Quería visitar a uno de mis muchos amantes para ver si podía ser el padre de mi hijo.

Empezaba a hartarse de su interrogatorio.

Durante un momento en la camioneta reinó un silencio cargado de electricidad.

Zac: Te pido disculpas -musitó-. Sé que es mi hijo.

¿Lo sabía? Momentáneamente aturdida, giró la cabeza para mirarlo. Él también lo hizo y ambos parecían aturdidos.

Después de eso hubo poco que decir. Volvió a mirar por la ventanilla, aunque sin ver el paisaje desértico de Arizona.

Él le creía. Se preguntó qué lo habría hecho cambiar de parecer. El día anterior había dado la impresión de que dudaba de su aseveración. El recuerdo de su propia ingenuidad le provocó una mueca interior; respiró hondo para contener las lágrimas que querían brotar.

Se había prometido que Zac Efron nunca más la haría llorar. Había sido estúpida y de esa estupidez había aprendido una lección. De hecho, varias.

Zac: ¿Cómo te sientes?

La voz de él interrumpió sus pensamientos.

«Cómo si te importara», pensó Vanessa.

Ness: Bien, gracias -respondió con voz tan gélida como permitía una escrupulosa cortesía-.

Zac: No estás acostumbrada a este clima. Deberás redoblar los cuidados con este calor, en particular en tu condición.

Ness: Gracias por el consejo. No me cabe la menor duda de que resultará muy valioso.

Él apretó los labios y a ella le alegró ver que lo estaba irritando. No volvió a hablarle; levantó el teléfono instalado en el vehículo y marcó un número, luego tamborileó con impaciencia los dedos sobre el volante.

Zac: ¡Hola, preciosa! -de pronto se animó-.

Por el modo en que se relajó y sonrió, al parecer una voz femenina había contestado en el otro extremo de la línea. Sintió que una flecha le atravesaba el corazón. Recordó que en una ocasión le había sonreído de esa manera.

«Y tú caíste, tonta».

Zac: En el desierto -indicó-. Escucha. Tengo que hacerte una pregunta extraña. Necesito el nombre y el teléfono de un buen tocólogo en Phoenix -enarcó una ceja y soltó una risita baja e íntima que puso de los nervios a Vanessa-. Una amiga -explicó-. Es lo único que debes saber. -Hurgó en el hueco lateral de su puerta y sacó un bloc y un bolígrafo, que arrojó a Vanessa-. Escribe -pidió en voz baja-.

Ella lo miró con ojos centelleantes, pero cuando repitió el número y el nombre los apuntó, luego le deslizó el bloc por el asiento.

Zac: Muy bien, cariño. Eres única. Te llamaré más tarde.

Cortó la conexión y dejó que el teléfono colgara de sus dedos unos momentos mientras conducía. Luego estudió la información en el papel y volvió a marcar.

Mientras hablaba, Vanessa permaneció en un silencio miserable. ¿Podían empeorar las cosas? Era evidente que Zac tenía una amiga íntima, o alguien especial en su vida. Las tontas fantasías que había urdido en torno a él, a los dos juntos, en ese instante le parecieron patéticas y ridículas. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Los hombres dejaban embarazadas a las mujeres todos los días porque seguían sus impulsos sexuales sin pensar. El resultado final no tenía nada que ver con el afecto, el amor, el respeto o los planes a largo plazo.

Ella ya había pasado a formar parte de esas tristes estadísticas y su hijo carecería de padre debido a su propio descuido.

Las palabras «cita para esta mañana» penetraron en su mente y lo miró sobresaltada.

Ness: ¡No! No necesito un médico -él no le prestó atención-. No iré -tiró de su antebrazo para captar su atención, lo cual fue un error. Bajo sus dedos, la piel de Zac estaba caliente y el vello que crecía en su brazo tenía un tacto sedoso-. Cancélala -espetó-.

Zac: Efron -dijo a la persona con la que hablaba-. Vanessa Efron.

Ella cerró la mano en torno a su brazo. Entonces se dio cuenta de que aún se aferraba a él y lo soltó. Pero antes de que Vanessa pudiera recuperar el habla, concluyó la llamada y colgó.

Ness: ¿Qué haces? -demandó-.

Zac: Pedirte una cita con un especialista -repuso con normalidad-. Quiero cerciorarme de que el bebé y tú no os habéis visto afectados por pasar la mañana bajo el sol.

Ness: No necesito un médico. Vuelve con tu amiga y déjame en paz.

Intentó transmitir decisión a sus palabras, pero incluso a ella le sonaron débiles y titubeantes.

Zac: Mi amiga... -le sonrió con gesto relamido-. Era mi secretaria. Tiene nietos gemelos, de modo que no es ninguna competencia.

Ness: No estoy compitiendo. ¿Por qué no diste mi nombre?

Zac: ¿Lo habrías preferido?

Ness: No -reconoció al comprender la situación-. Mis padres aún no lo saben.

Zac: ¿Te importa si te pregunto cuánto pensabas esperar? -pareció asombrado-.

Ness: Primero quería decírtelo a ti -susurró-. Cuando vuelva a casa, no habrá más motivos para seguir demorándolo.

Zac: ¿Piensas regresar pronto?

Ness: En cuanto haya concluido lo que me trajo aquí.

Zac: ¿Ese asunto en Catalina? No llegaste a contarme para qué ibas allí.

Ness: No -anunció con más calma de la que sentía-. No lo hice.




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jueves, 28 de enero de 2016

Capítulo 1


Dios, hacía calor. Zac Efron se pasó una mano por el tupido pelo castaño y se puso las gafas de sol. Arizona podía ser un lugar estupendo para un hombre empleado todo el año en la construcción, pero prescindiría del calor. Estaban a finales de enero y la temperatura ese día había llegado casi hasta los treinta grados.

Bebió un largo trago de la botella de agua que acababa de comprar y luego salió del interior fresco de la tienda al calor de la tarde. Se quitó la camiseta y se la pasó por el pecho al tiempo que sonreía con gesto distraído a dos mujeres cuyos ojos se abrieron de forma apreciativa. Giró la vista al puesto automático de periódicos de la esquina y se detuvo en seco.

«La Princesa de Wynborough Inaugura Orfanato.»

Se quedó con la vista clavada en el titular. Se colocó la camiseta sobre el hombro, dejó el agua sobre el puesto mientras buscaba unas monedas en el bolsillo de los vaqueros. Introdujo treinta y cinco centavos y abrió la puerta para sacar un ejemplar.

Wynborough era un reino diminuto; su realeza rara vez recibía la misma atención de los medios que se le brindaba a la familia real británica. Había una escueta nota de prensa acompañada de una foto reducida y poco definida de una mujer pequeña y esbelta que bajaba de un coche.

Acercó el diario a la cara, como si eso pudiera brindarle más nitidez, y observó la imagen granulada. El pelo de la mujer ocultaba gran parte de la cara y no podía discernir su color en la toma en blanco y negro. No obstante... podía ser ella.

Los rasgos que habían consumido sus sueños los últimos cinco meses flotaron en su mente mientras ojeaba el artículo. Lo bombardearon los recuerdos y el pulso se le aceleró. Esa tarde la princesa Vanessa iba a ir a Phoenix, Arizona. Permanecería allí varios días, y al día siguiente haría una aparición pública para recaudar fondos para un orfanato infantil.

¡Vanessa! ¿Era ese su nombre?

Dejó el periódico en el asiento mientras subía a la furgoneta y arrancaba. Wynborough. Cinco meses atrás había asistido a una de las galas benéficas de la realeza, un baile de disfraces. Era la primera vez en los últimos diez años que había estado en casa, la primera vez desde que le informó a su padre, el Gran Duque de Thortonburg, de que no tenía intención de asumir el título ni de vivir a su sombra. Y oír que los criados de la familia lo llamaban príncipe de Thortonburg, el título que había recaído sobre sus hombros junto con las demás responsabilidades para las que lo habían educado, le había recordado los motivos por los que había tomado la decisión de vivir en los Estados Unidos.

No quería esas responsabilidades.

Con ironía se preguntó si su padre sabría que cinco meses atrás Zac había seducido en un jardín a una de las princesas de Wynborough. No era un acto muy responsable, aunque la dama en cuestión hubiera estado tan encendida y receptiva como él.

Desde entonces había pensado mucho en ella. Había sido gentil y dulce, con un destello de inocencia que había resultado ser algo más que un destello. Aún así, no había podido resistirse. Pero al menos él le había explicado con sinceridad que se marcharía al día siguiente. No podía acusarlo de no ser honesto en sus intenciones.

No obstante, no le había dicho quién era y en ningún momento había esperado volver a ver a su bonita amante. Aunque jamás habría imaginado que la tendría tan arraigada en su recuerdo como para pensar en ella a todas horas del día y la noche.

Con irritación movió los dedos sobre el volante a la espera de que cambiara el semáforo. A pesar de que no podía imaginar que ella conociera su identidad, años de frustrar las maquinaciones de su padre habían agudizado su naturaleza suspicaz. Apretó los labios. ¿Tendría algo que ver su padre en la súbita aparición de la princesa en Phoenix? ¿De algún modo habría averiguado lo sucedido aquella noche?

Se obligó a relajarse. Quizá sólo fuera una simple coincidencia. Quizá ni siquiera se tratara de la misma princesa, siempre que su misteriosa amante hubiera sido una de las princesas de Wynborough.

Pero era posible que años de vivir lejos hubieran abotargado su instinto de autoconservación. Su padre poseía una capacidad increíble para imponer el tema de un matrimonio real sobre su primogénito.

Aunque él no tenía intención de casarse con nadie de sangre real. Jamás. Ser el heredero del maldito título que su familia tanto reverenciaba le había causado más dolor en su infancia del que ningún niño debería soportar. No tenía intención de que sus hijos pasaran por la misma experiencia. No, el Ducado de Thortonburg recaería en su hermano menor, Alex.

En cuanto al matrimonio... cuando considerara que había llegado el momento oportuno, pensaba encontrar a una agradable joven americana de ascendencia normal para asentarse en una anónima felicidad conyugal.

¡Ni se le pasaba por la cabeza casarse con una princesa!

Recogió el diario y volvió a leer el artículo. Se iba a alojar en el recién inaugurado Hotel Shalimar. Su empresa había obtenido la licencia para completar los trabajos en sus instalaciones de recreo y aún tenía allí a un equipo de trabajadores. Quizá debería pasar por allí para ver cómo avanzaban las obras.


Mientras admiraba los mármoles de tonalidades pastel del nuevo hotel de lujo, Vanessa pensó que era un lugar precioso. Aunque estaba acostumbrada a eso. A lo que no estaba acostumbrada era a la libertad.

Mientras se dirigía al restaurante imaginó que para todas las personas que había por el vestíbulo; caminar a solas por un hotel de cinco estrellas era algo tan corriente que no merecía más atención. Pero para ella, habituada a los guardaespaldas y a los sistemas de seguridad, las agendas estrictas y las cámaras de vigilancia, resultaba increíblemente estimulante. Atrevido.

Un poco aterrador.

**: Señora, ¿tiene reserva? -preguntó el maître cuando ella se aproximó-.

Ness: Sí -sonrió-. Vanessa Hudgens. Mesa para uno.

Al instante la cara del hombre adquirió una expresión encantada.

**: ¡Ah, princesa Vanessa! Alteza, permita que le dé la bienvenida a La Belle Maison. Su mesa está lista.

Hizo una reverencia y le indicó que lo precediera, señalando un rincón iluminado con una vela donde un camarero aguardaba con la servilleta preparada.

Vanessa ocupó el asiento que le habían preparado, dejando que los hombres velaran por su comodidad. Mientras leía el menú, su mente seguía en el vestíbulo, donde durante unos minutos había caminado sola, libre, sin nadie que la adorara ni que se preocupara en cada instante por ella.

Suspiró.

Ness: Tomaré el especial, una ensalada con el aliño de la casa y las zanahorias. Sin patatas, gracias.

Mientras el camarero partía a toda velocidad, sintió un movimiento leve pero muy real en su vientre. Con discreción apoyó una mano en él y le dio una palmadita al abdomen bajo los pantalones y la túnica sueltos que llevaba. «Hola, pequeño. Es posible que hoy conozcamos a tu papá».

Apoyó la barbilla en una mano. Cuánto esperaba poder encontrar al hombre misterioso con quien había compartido una noche deliciosa de amor cinco meses atrás. Había dicho que era americano, aunque sonaba como un nativo del reino de su padre. Y aunque había tenido que regresar a los Estados Unidos, olvidó su tarjeta, una pista para hacerle saber dónde podía encontrarlo.

Efron Diseño y Construcción, Phoenix, Arizona, U.S.A. Al parecer el padre de su bebé trabajaba para la empresa.

Había esperado que regresara por ella y, desde luego, eso aún era posible. De hecho, estaba segura de que lo haría, ya que no le cabía ninguna duda de que él había experimentado tanto como ella el extraordinario vínculo que había existido entre los dos.

Pero ya no podía esperar mucho más. Él desconocía que el tiempo se agotaba. Se sintió desanimada. Faltaba poco para que tuviera que hablarle a  sus padres del embarazo. Empezaba a resultar difícil ocultarlo bajo la ropa. Al presentarse la oportunidad de ir a los Estados Unidos con sus tres hermanas para buscar a su hermano perdido, la aprovechó con la esperanza de poder escabullirse y dar con su misterioso amante.

La buena suerte había conducido su búsqueda a Hope, Atizona, a un hogar adoptivo donde su hermano secuestrado podría haber sido llevado treinta años atrás. E incluso la fortuna intervino para que Catalina se hallara a sólo unas horas en coche del lugar donde podría hallarse ese hermano, brindándole una excusa perfecta para quedarse en Phoenix.

Preparar una gala benéfica para el proyecto del orfanato había sido fácil. Ya sólo podía esperar que la justificación para visitar Phoenix devolviera a su vida al Príncipe Encantado.

Había sido tan atractivo, tan maravilloso. Desde el momento en que sus ojos se encontraron a través del atestado salón en la gala anual infantil que celebraba su hermana Brittany, supo que se trataba de alguien destinado a ser muy especial en su vida. Bailaron y bebieron champán, y a las pocas horas había perdido la cabeza por ese hombre cuyo nombre ni siquiera conocía. Y estaba convencida de que su amante había sentido lo mismo.

El recuerdo de aquella velada perfecta la hizo sonreír. Había convencido a Selena de que le dijera a los guardias que ya se había retirado a sus aposentos a dormir. Y entonces lo había conducido al pequeño pabellón octogonal situado en el extremo más apartado de los jardines.

La estructura acristalada estaba amueblada con unas chaise lounges sencillas para pasar el rato durante las largas tardes estivales. Una de ellas permanecería para siempre en su memoria. Allí la había besado hasta que Vanessa creyó que moriría de placer, para luego tumbarla con suavidad y...

Zac: Lléveme a la mesa de la princesa.

La brusca voz masculina penetró en sus ensoñaciones.

**: La princesa cena sola, señor. No creo...

El corazón comenzó a palpitarle con fuerza al reconocer la voz de su amante. Había planeado ir a visitarlo al día siguiente. En ningún momento se le pasó por la cabeza verlo tan pronto. Se incorporó a medias y la servilleta se le cayó al suelo.

Pero no se dio cuenta. Toda su atención se centraba en el hombre que había de pie en la entrada del restaurante. El hombre cuya firme mirada la impulsaba a no apartar la vista mientras los recuerdos de las horas pasadas juntos crepitaban en el aire que los separaba.

Tenía unos ojos de un azul claro y peligroso, protegidos por unas pestañas negras y tupidas por las que cualquier mujer habría matado. La última vez que se habían visto, esos ojos habían irradiado una calidez nacida del deseo. En ese momento, brillaban con una mezcla de desconcierto, cautela y lo que le pareció un toque de ira.

Zac: Olvídelo. Ya la veo.

Su voz sonó profunda y dura al avanzar, sin hacer caso alguno de los camareros que revoloteaban a su alrededor.

**: ¡Pero... señor! No está vestido para... ¡señor! Es obligatorio llevar corbata y chaqueta en el comedor...

Al verlo acercarse, descartó las dudas. Le alegraría verla. Desde luego que sí. Y estaría tan encantado como ella por el bebé.

¡El bebé! Un protector mecanismo maternal la impulsó a sentarse. Con rapidez recogió la servilleta y se la colocó sobre el regazo. No cuestionó el instinto que le indicó que ése no era el momento para hablarle de su inminente paternidad. Ya habría tiempo más adelante. Después de que hubieran llegado a conocerse mejor.

El pensamiento la encendió. Alzó la barbilla y dejó que la calidez de sus sentimientos se mostrara en sus ojos al sonreírle al hombre que se aproximaba a su mesa. El hombre cuyo rostro serio no ofrecía nada parecido a la bienvenida por la que Vanessa había rezado.

Era enorme. Fue lo primero que registró al superar la sorpresa de verlo tan inesperadamente. Por supuesto que lo recordaba grande, pero el hombre que marchaba con una camiseta blanca, unos vaqueros gastados sujetos por un cinturón de cuero con una hebilla de plata y botas polvorientas era, sencillamente, enorme. No obstante, al centrarse en su cara supo que era la misma persona que le había dado su corazón, y mucho más, cinco meses atrás.

Su pelo era castaño claro. La noche en que se conocieron estaba bien peinado, pero al transcurrir la velada lo tuvo tan alborotado como en ese momento. Las sombras resaltaban unos pómulos altos y sus labios firmes, que recordaba con una sonrisa sensual, aparecían tan carnosos y estimulantes como siempre, aunque en ese instante apenas eran una línea fina.

Zac: ¿Cómo me encontraste?

Fuera lo que fuere que ella esperó, eso no formaba parte de ningún saludo que hubiera imaginado.

Ness: Tu tarjeta -indicó con un gesto de la mano-. La que me dejaste.

Zac: Yo no te dejé ninguna tarjeta.

Ness: Oh, sí, ¿no lo recuerdas? Estaba en la chaise lounge cuando yo... -calló con súbito bochorno-.

Entonces comprendió el significado de su negativa. No había tenido intención de dejarle la tarjeta.

No pretendía que jamás lo encontrara. La idea resultaba demoledora. Al final levantó el mentón y adoptó su expresión más real, la misma que empleaba su familia para ocultar sus emociones ante los fotógrafos.

Ness: Al parecer me equivoqué al dar por hecho que querías que te buscara en los Estados Unidos -manifestó con voz distante-. Lo siento.

Zac: Hace muchos años le dije a mi padre que jamás me casaría con ninguna de vosotras.

Ness: ¿Qué? -su rostro reflejó desconcierto. La conversación carecía de sentido. Meneó la cabeza-. ¿De qué estás hablando?

Zac: De un matrimonio concertado. Con una de las princesas -cruzó los brazos y la miró con el ceño fruncido-. Contigo -la señaló con un dedo-.

Si quería intimidarla, hacía un trabajo magnífico.

Pero ella no pensaba dejar que la acobardara. No importaba que su corazón se estuviera haciendo añicos. Menos mal que no había tenido la oportunidad de compartir con él ninguno de sus tontos sueños.

Ness: No vine aquí a casarme contigo -indicó con tono medido y bajo por el nudo que sentía en la garganta-.

La expresión de él se tornó más oscura, si eso era posible. Despacio descruzó los brazos y se apoyó en la mesa. Ella se obligó a no echarse hacia atrás.

Zac: No me divierte tu pequeña representación -soltó con los dientes apretados-. Si has venido aquí con la esperanza de llevarme a Wynborough como un maldito trofeo, deberás cambiar de planes, princesa.

¿Qué le pasaba? Vanessa no había hecho nada para encolerizarlo tanto.

Ness: No he venido a llevarte a ninguna parte -tuvo que contener los sollozos-. El motivo de mi viaje es otro... aunque sí deseaba hablar contigo -reinó un silencio tenso. El hombre que había sido su amante tardó un buen rato en mover un músculo. Ella sintió que una lágrima escapaba y caía por su mejilla, pero ni siquiera alzó una mano para secarla-. En cualquier caso, ¿quién eres? -inquirió con voz trémula-.

Él sonrió, mostrando unos perfectos dientes blancos que, de algún modo, representaron más una amenaza que una cortesía. Alargó el brazo por encima de la mesa, tomó su mano pequeña, cerrada, e hizo una reverencia.

Zac: Zachary Edward Andrew Efron, príncipe de Thortonburg y heredero del Gran Ducado de Thortonburg, a tu servicio, Alteza Real -recitó-. Como si no lo supieras. Espérame a cenar en tu suite mañana a las siete.

Antes de que ella pudiera retirar los dedos, él depositó un beso en el dorso de su mano, sin apartar la vista de sus ojos. A pesar de la animosidad y del antagonismo que emanaban de su gran cuerpo, una imagen vivida de la intimidad con que sus labios habían recorrido su cuerpo invadió la mente de Vanessa. Se le encendieron las mejillas y se maldijo mentalmente, porque en los ojos de él brilló el conocimiento de lo que pasaba por su cabeza.

Zac: Y en esta ocasión prepárate para contestar a mis preguntas, princesa.


Vanessa caminaba nerviosa por la suite cuando el reloj dio las siete de la noche del día siguiente. ¡El príncipe de Thortonburg! Aún no podía creerlo.

De niños, sus hermanas y ella se habían burlado del severo Gran Duque. Todavía podía recordar la imitación certera de Selena en el salón de juegos, alardeando de los logros estudiantiles de su hijo mayor en Inglaterra y los Estados Unidos, que hacía que Anne y ella se partieran de risa. Incluso Brittany, cuyo excesivo sentido de la responsabilidad y rango como la mayor, en momentos había reído hasta que se le saltaban las lágrimas.

Cuando las niñas crecieron lo suficientemente para ser presentadas en la corte y comenzaron a asistir a los bailes y a las funciones oficiales del reino, habían especulado sobre el invisible heredero de Thortonburg. Aunque no era mucho mayor que Brittany, ninguna de las hermanas lo había visto. Llevaba ausente años en Eton y Oxford, para luego ir a Harvard, en los Estados Unidos... y poco después, al menos eso había oído ella, se produjo una disputa entre el Gran Duque y su primogénito. De no ser por Alex, el atractivo hijo menor, que defendía la existencia de su hermano, habría pensado que Zachary era una invención.

Bueno, ya había descubierto que existía. Apoyó una mano en la ligera hinchazón de su vientre, oculto bajo el amplio vestido que había elegido llevar esa noche. Ella podía garantizar que existía.

Las preocupaciones del presente cedieron ante la oleada de recuerdos que aún podían ruborizarla. Rememoró la primera vez que lo había visto. Lucía un severo esmoquin negro. Su única concesión al baile de disfraces había sido un pequeño antifaz negro de seda que ocultaba la mitad superior de su rostro.

Ella estaba de pie en el otro extremo del salón, vestida con el traje de una princesa medieval, cuando sus ojos se encontraron. A los pocos minutos, él abrió un sendero directo a través de la multitud que lo condujo a su lado.

Zac: Buenas noches, hermosa dama. ¿Puedo tener el placer de vuestra compañía en este baile?

De cerca, resultaba tan grande que podría haber sido intimidador. Pero al permitirle tomar su mano enguantada, sus ojos habían irradiado una calidez azul por las rendijas de la máscara, haciendo que Vanessa experimentara una extraña sensación de seguridad. Con correcto decoro la condujo en silencio durante el siguiente vals. Ni siquiera le preguntó cómo se llamaba. Disfrutando del juego, ella mantuvo la atmósfera de dos desconocidos, pero a medida que transcurría la velada, la fue acercando con suavidad hasta que Vanessa pudo sentir su mano grande abierta sobre su espalda, con los largos dedos acariciando la curva superior de su trasero, la fuerza de sus muslos musculosos presionando sus piernas a través del vestido ligero que llevaba.

Bailaron de esa manera durante horas, hasta que cada centímetro del cuerpo de ella palpitó de deseo. Sus dedos habían explorado los sólidos músculos de sus brazos y hombros, habían subido hasta su pelo, y también sintió su cuerpo grande temblar contra el suyo.

Zac: Larguémonos de aquí -musitó a su oído, rozándolo con un beso leve-.

Vanessa notó una sacudida de necesidad. ¿Había sentido alguna vez algo así? La respuesta fue tan clara... ninguno de los educados pretendientes que se presentaban en la residencia real le había hecho sentir nada parecido a lo que le provocaba ese hombre.

Alzó la vista a su cara y sus ojos la inmovilizaron, exigiendo una respuesta y, de esa manera súbita, ella supo que ese era el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. Se puso de puntillas y con osadía le dio un beso fugaz en los labios, luego llevó la mano atrás para soltar los dedos de él de su espalda.

Ness: Deja que vaya al tocador -indicó-. Te veré en la terraza.

Pero al darse la vuelta él la tomó por la muñeca y alzó una mano grande a su rostro, acariciándole la mejilla con un dedo.

Zac: No tardes mucho -musitó con voz profunda que provocó escalofríos de excitación en Vanessa, haciendo que su cuerpo se contrajera en una incontrolable reacción sexual-.

Ness: No -prometió al girar la cabeza y besarle el dedo, para luego marcharse-.

Y no tardó. Le llevó unos momentos localizar a Selena, que coqueteaba alegre y sin pudor con un grupo de jóvenes. Sin reparos la apartó a un lado.

Ness: Cúbreme esta noche. He conocido a alguien.

Sele: ¿A quién?

Los ojos marrones de su hermana se abrieron mucho con curiosidad.

Ness: Te lo contaré mañana. Hoy cúbreme, ¿de acuerdo?

Sele: De acuerdo.

Desde niñas las dos habían compartido el anhelo de libertad de los siempre presentes guardaespaldas que seguían todos y cada uno de sus movimientos. A Brittany, inmersa en lo correcto, y a la querida y sosegada Anne no parecía importarles la atmósfera opresiva. Pero para ellas había sido un gran juego esquivar a los guardias, y a menudo una de las dos susurraría «cúbreme» justo antes de realizar un osado número de desaparición.

Se escabulló por una puerta lateral y se dirigió a la terraza desde el jardín, con el corazón latiéndole con fuerza al reconocer a su atractiva pareja de baile de pie del otro lado de la baja pared de piedra de la terraza.

Ness: Hola -susurró-.

Él se volvió de inmediato, y al percibirla en la oscuridad se acercó hasta el borde de la pared.

Zac: Hola -con un salto poderoso se plantó junto a ella. La tomó por el codo y la apartó de las luces de la terraza hacia el frescor nocturno de los jardines-. Pensé que quizá no ibas a venir.

Ella contuvo el aliento consternada y lo miró al tiempo que se aferraba a su brazo. De pronto le resultó de vital importancia tranquilizarlo.

Ness: Lo siento. Tardé más de lo esperado. Verás, tenía que...

Pero la hizo callar con un dedo sobre sus labios.

Zac: Shh. No importa.

La miró a los ojos mientras sin ninguna prisa apoyaba las manos en su cintura y la atraía. Vanessa dejó de respirar al ver que su boca se acercaba más y más.

Zac: Llevo toda la noche deseando hacer esto -musitó-.

Ella eliminó la breve distancia que los separaba y permitió que sus labios se encontraran.

Sólo pudo pensar que era algo celestial. La boca de él era cálida y tierna. Al instante sus brazos se estrecharon alrededor de Vanessa y el beso se tornó más firme, menos tentativo y más exigente. La besó como si fuera lo único que existía en el mundo, y su lengua la invadió en un ritmo básico y primitivo que se hizo más fuerte e insistente hasta que ella le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a él mientras conquistaba sus labios.

Él gimió con un sonido profundo y deslizó una mano por su espalda hasta apoyarla en el trasero, que acarició para luego seguir la unión de sus nalgas con un dedo largo y aferrarse con firmeza para alzarla contra su cuerpo. Vanessa jadeó al sentir la rocosa dureza contra su vientre suave y la palpitante necesidad que le comunicaban sus caderas.

Se dio cuenta de que también ella movía las suyas, frotándose contra él mientras su cuerpo buscaba la liberación de la necesidad que la recorría toda.

La boca de él abrió un sendero por su cuello para bajar por la piel inflamada hasta que su cara quedó pegada a la plenitud de sus pechos. Vanessa echó la cabeza hacia atrás al sentir que le rozaba un pezón tenso, succionando a través de la tela tenue del vestido; gimió y se retorció al tiempo que le agarraba el pelo.

Zac: ¿Adónde podemos ir? -preguntó jadeante al levantar la cabeza-.

La naturaleza femenina de ella reconoció la primitiva posesión en el sonido.

Ness: A... a la caseta del jardín -musitó con aliento entrecortado-. Por aquí... ¡oh!

Antes de que pudiera acabar la frase, él la había alzado en brazos y bajado la cabeza para recorrerla con los labios en un reclamo completo que a ella en ningún momento se le ocurrió resistir. Quizá desconociera cómo se llamaba, pero su cuerpo reconocía el de ese hombre. Y mientras marchaba por el camino, se relajó en sus brazos y se entregó al abrazo que debería haberle resultado extraño pero que sólo sentía como... correcto, como si al final, después de veintisiete años de espera, hubiera encontrado aquello que sabía que había estado esperando.




Ya conocemos como empezó su historia...
Aclaro que esta novela no es de época.

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martes, 26 de enero de 2016

Reina de corazones - Sinopsis


Compartieron una noche prohibida de encendida pasión... sin conocer sus respectivas identidades. Meses después, con un precioso secreto creciendo en su vientre, la princesa Vanessa Hudgens fue a Estados Unidos a buscar al padre de su hijo...

El príncipe Zachary Efron había jurado no casarse jamás con alguien de la realeza, ni someter a sus hijos a la rigurosa educación que él había soportado. Pero eso fue antes de que cierta princesa inolvidable volviera a aparecer en su vida...




Escrita por Anne Marie Winston.




Novela de 9 capítulos y epílogo. ¡Espero que os guste!

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lunes, 25 de enero de 2016

Epílogo


Tres meses más tarde...
 
La playa estaba perfecta. La arena olía maravillosamente con el aroma fresco de la lluvia recién caída. Estaba cubierta de pétalos y adornada con antorchas que rodeaban al íntimo círculo de amigos que se habían reunido allí para la ceremonia.

Lo único que faltaba era la novia.

El ansioso novio iba vestido de blanco, tal y como se le había requerido y por el mismo motivo, descalzo.

Zac contuvo el aliento cuando el sonido de los banjos y ukeleles anunció la llegada de la novia.

Allí estaba. Su heroína. Su Vanessa. Durante un instante, los ojos se le llenaron de lágrimas porque su vida, su amor, su mundo, se acercaba a él con unos ojos del color del atardecer y una radiante sonrisa en los labios.

Iba ataviada con una de las creaciones de Ashley y parecía una princesa con un vestido blanco que le llegaba hasta los pies desnudos. Se había entrelazado flores en el cabello y dos pesadas guirnaldas de idénticas flores le colgaban del cuello.
 
Ness: Hola -susurró con una sonrisa-.

Entonces, se quitó una de las guirnaldas y se la colocó a él alrededor del cuello.
 
**: Bienvenidos todos, amigos -dijo el pastor, sonriendo-. Estamos aquí en esta gloriosa tarde tropical para hacer oficial la unión de estas dos personas...
 
 
Ness: Aquí estamos -dijo más tarde, mientras bailaban en la improvisada pista de baile-.
 
Zac: Sí, aquí estamos -susurró mientras se inclinaba sobre ella para darle un beso en los labios-. ¿Acaso pensaste alguna vez que no sería así?
 
Ness: En alguna ocasión...

Zac: Ni hablar. Yo fui tuyo desde el primer momento que te vi, cuando estabas delante de mí en la fila de facturación de Tullamarine. Y mi instinto nunca me falla.
 
Ness: Te he echado de menos. Jamás pensé que una semana pudiera durar tanto tiempo.
 
Zac: Tienes razón... -musitó mientras le acariciaba la espalda con las manos-.
 
Vanessa había permanecido en Adelaida una semana más que Zac para asegurarse una transición sin problemas en Viejo y Nuevo, el único lugar que ofrecía lencería y antigüedades mientras el cliente se tomaba una copa de vino o un café.

Decidió que jamás volverían a separarse. Ya era oficial.
 
Zac: ¿Está todo bajo control en tu negocio?
 
Ness: Ella va a ser una gerente estupenda -dijo mientras saludaba con la mano a Ashley y a Tenika-. He hablado esta mañana con ella. Ya ha vendido tres juegos de lencería y una cómoda.
 
Zac: Vaya... -murmuró apasionadamente contra la oreja de Vanessa-. Hablando de lencería, ¿crees que esta fiesta puede seguir sin nosotros? Me muero de ganas por ver qué sorpresas tienes guardadas esta noche para mí.
 
Ness: Y yo también me muero de ganas por ver las que tú tienes para mí -replicó con una sonrisa-.
 
Le encantaba el modo tan sensual en el que se provocaban el uno al otro. La manera en la que cada uno era capaz de sacar lo mejor del otro. Entonces, Vanessa le tomó de la mano y comenzó a tirar de él hacia la casa.
 
Ness: Vamos. Te lo enseñaré.


FIN




¡Qué bonito! Con boda y todo.

Espero que os haya gustado la novela. Pronto pondré la próxima que seguro que os encanta.

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sábado, 23 de enero de 2016

Capítulo 14


Eso es lo último.

Vanessa se metió las manos en los bolsillos y observó cómo la última caja de recuerdos se cargaba en el camión. Le había costado dos semanas de lágrimas e insomnio ordenar las cosas de su familia y decidir con qué se quedaba y qué tiraba.
 
Ash: ¿Estás bien?
 
Ness: Lo estaré.
 
Entre la reorganización de su casa y la organización del desfile, no había tenido tiempo de lágrimas ni de lamentaciones. Había tomado una decisión y viviría con ella. Al menos, el hecho de estar tan ocupada le había evitado pensar demasiado en Zac, aunque solo a ratos. Las noches eran lo peor. Muchas veces tomaba el teléfono para llamarlo y decirle que había cambiado de opinión. Luego se acordaba que había sido él quien había insistido en que fuera algo temporal. La gran sorpresa había sido que fue Vanessa la que terminó la relación.
 
Ash: Vamos a tomarnos un café antes de que llegue el anticuario.
 
Ness: Buena idea.
 
Entraron en la casa para escuchar el sonido de los martillos y las taladradoras. En el salón principal, se estaba instalando un sistema de vigilancia para cuando ella abriera al público aquella sala. Aún tenía que decidir qué antigüedades vender y cuáles quedarse.
 
Ness: Es la decisión correcta.
 
Ash: Es cierto -murmuró-. Supongo que, después de todo, debo estarle agradecida a ese Zac por hacerte ver lo que yo llevaba dos años tratando de que vieras.
 
Ness: Tal vez hayamos terminado, pero él ha sido lo mejor que me ha pasado nunca.
 
Ashley se detuvo en seco y la miró a los ojos.
 
Ash: Sigues enamorada de él.
 
Ness: Sí. Tardaré en olvidarlo, pero lo superaré con el tiempo.
 
Ash: Te hizo mucho daño.
 
Ness: Porque yo se lo permití, Ash. No fue culpa suya. Él jamás ocultó lo que quería. Ahora, vivo con las consecuencias.
 
Vanessa se detuvo en la entrada del patio que su padre había mandado construir un año antes de morir. El sol entraba a raudales por las dos vidrieras, llenando la estancia de colores. Como el resto era de cristal transparente, la habitación tenía mucha luz natural.
 
Había pasado lo peor. Las cosas solo podían mejorar a partir de aquel momento. Sin embargo, algo bueno había salido de lo malo. Zac la había ayudado a reafirmarse como mujer. Ya no quería pasar desapercibida. Quería brillar.
 
Ness: Me encanta esta habitación -dijo, sonriendo por primera vez en semanas. Entonces, señaló con la cabeza la pila de sillas de cafetería que se amontonaban junto a una docena de pequeñas mesas. Había vitrinas y perchas contra la pared-. Y la voy a convertir en mi sueño.
 
 
Zac contempló el océano. La bruma borraba la línea del horizonte al verse azotada por los fuertes vientos. Era del color de los ojos de Vanessa. Por tercera vez en menos de quince minutos, estuvo a punto de tomar el teléfono. Aquella era la gran noche de Vanessa. Debería llamarla. Decirle que estaba pensando en ella y que le deseaba suerte.

Sin embargo, ella le había dicho que todo había terminado entre ellos. Lo último que quería hacer era reabrir viejas heridas.

Debería haberse marchado a Fiji tal y como era su intención, pero no había podido poner aquel sello de finalidad en su relación. Se sentía atrapado en un agujero que él mismo se había cavado, incapaz de desatar sus temores y compartirlos con alguien a quien le importaba, alguien que podía ayudarlo a superarlos. Alguien que lo amaba.

Recordó la última vez que vio a Vanessa. Ocurría algo en aquella escena... ¿Qué?

¿Acaso creía que se había liberado? ¿Era aquello lo que de verdad quería o se trataba más bien de una barrera que había erigido para mantener alejada a la gente, algo que lo ayudaba a ocultar el profundo anhelo que tenía de conectar con otros? De confiar y pertenecer. De ser aceptado por sus fallos y sus fracasos.

De repente, se dio cuenta de que no solo tenía miedo a los espacios cerrados. Tenía miedo de no ser lo suficientemente bueno. Tenía miedo al rechazo. Se había refugiado en su mundo informático del mismo modo que Vanessa se había refugiado en su casa. Necesitaba salir al mundo real con una mujer de verdad. Vanessa. Si no ponía sobre la mesa sus miedos y temores, jamás experimentaría la libertad que realmente ansiaba. Jamás encontraría el amor que sabía que podía encontrar con Vanessa. Si ella lo aceptaba. Un amor de verdad. Una vida de verdad, no un mundo de fantasía en el que esconderse.

Se levantó de la silla y, tras mirar el reloj, se dirigió al cuarto de baño. Aún tenía tiempo...
 
 
Ness: Buenas noches, damas y caballeros -dijo con una sonrisa-.
 
Esperó a que todos aplaudieran y la aclamaran. La prensa estaba allí bajo petición suya. Todos los que había invitado la estaban mirando. ¿De verdad estaba de pie frente a todas aquellas personas? La mano le tembló un poco al agarrar el micrófono.
 
Ness: Gracias por venir y por apoyar esta buena causa. Como todos saben, he estado hace poco en Fiji y tuve la oportunidad de visitar una escuela local. Me gustaría darle las gracias a un hombre que no solo hace generosas donaciones, sino que dedica su tiempo y sus conocimientos todas las semanas para apoyar a esos niños -dijo mientras buscaba entre los asistentes el rostro del hombre que tanto ansiaba ver allí-. Su nombre es Zac Efron. Su trabajo es la inspiración del desfile de esta noche -añadió sintiendo que se le quebraba la voz-. Espero que todos contribuyan esta noche a esta buena causa.
 
Zac llegó a la puerta justo cuando Vanessa terminaba su presentación. Lo que vio le quitó el aliento. Vanessa iba vestida con un traje de color rojo, con escote palabra de honor, que se ceñía a todas sus curvas. Parecía una mujer segura de sí misma, que habría conseguido que cualquier hombre estuviera orgulloso de tenerla a su lado.

Y acababa de alabarlo a él. Ese hecho lo hizo sentirse humilde y orgulloso a la vez, agradecido de que ella hubiera pasado a formar parte de su vida y la hubiera cambiado para siempre.

Cuando Vanessa se dio la vuelta para marcharse, vio que el vestido tenía un escote muy profundo en la espalda. Los zapatos de tacón de aguja, rojos y brillantes, asomaban por debajo del vestido mientras ella se dirigía a una pantalla, tras la cual desapareció.

Se moría de ganas por hablar con ella, por volver a tocarla. Tenía tanto que decirle... Sin embargo, tendría que esperar. No quería distraerla, por lo que vio un sitio al final de la sala y fue a sentarse en él.

El desfile empezó. Las modelos comenzaron a mostrar una serie de vestidos de novia y de noche. Por fin, el presentador dijo:
 
**: Y ahora, vamos a presentarle una lencería muy sexy y sugerente. Nada demasiado atrevido. La que sí lo es está disponible para que puedan inspeccionarla en nuestro catálogo.
 
Las modelos comenzaron a desfilar con una lencería que Zac reconoció sin duda como diseñada por Vanessa. Sin embargo, no estaba preparado para el gran final. Una morena de largas piernas apareció sobre la pasarela con un conjunto de camisola de gasa blanca sobre un sujetador rosa y braguitas a juego.

Vanessa.

Zac ya no pudo pensar más.

Ella desapareció rápidamente por la cortina. Poco después, volvió a salir ataviada con aquel fabuloso vestido rojo. El presentador le entregó el micrófono.
 
Ness: Muchas gracias, damas y caballeros. Eso ha sido todo. No se olviden de comprar algo antes de marcharse. También tenemos en venta papeletas para una rifa -dijo mientras señalaba a dos modelos que empezaban a circular entre los asistentes-. El premio es un fin de semana en una misteriosa localización.
 
Con eso, Vanessa le devolvió el micrófono al presentador y comenzó a bajar de la pasarela por los escalones.

En aquel momento, Zac se subió de un salto a la pasarela y tomó el micrófono de las manos del sorprendido presentador.
 
Zac: Damas y caballeros, antes de que se marchen...
 
Todos los presentes murmuraron en voz baja y lo miraron con expectación. Sin embargo, él solo tenía ojos para una mujer, que se había detenido en seco en la alfombra y lo observaba completamente atónita.
 
Zac: Buenas noches -prosiguió-. Me llamo Zac Efron. Me gustaría tener la oportunidad de decir unas palabras sobre Vanessa. La conocí hace un mes en el aeropuerto de Tullamarine. Es una mujer capaz y creativa. Ya han visto los diseños que ha realizado. No sé ustedes, pero yo voy a comprar unas cuantas cosas para mi mujer especial, si no la colección entera. Por lo tanto, espero que se den prisa si no quieren quedarse sin nada. Principalmente, es una mujer que se preocupa. Vio una necesidad y la convirtió en una prioridad. Por eso estamos aquí esta noche. Por eso, les ruego a todos que la ayuden y ayuden al mismo tiempo a esos niños a tener un lugar fantástico en el que poder aprender y jugar.
 
Mientras entregaba el micrófono de nuevo al presentador, vio algo rojo que desaparecía por la puerta trasera. La siguió inmediatamente.

Los flashes se dispararon y los periodistas comenzaron a perseguirle.
 
**: ¿Tiene David Efron algo que decir? -le preguntó alguien-.
 
Zac: Sí, pero lo diré más tarde -anunció-. Ahora, os rogaría que desaparecierais. Tengo algo importante que decirle a la señorita Hudgens. En privado.
 
 
Vanessa salió corriendo en dirección a la orilla del río. Su corazón amenazaba con dejar de funcionar por la sorpresa de lo que acababa de vivir y de por muchas más cosas.

No se podía creer que Zac siguiera allí. Se había decidido a asistir al desfile y le había dedicado todos los cumplidos que una mujer podía desear. Delante de todos los presentes, había dicho que ella era «su mujer especial». La había mirado al pronunciar aquellas palabras.

Amaba a Zac, pero había empezado una nueva vida. Una vida que no incluía corazones y sueños rotos que no se hacían realidad ni hombres que no estaban preparados para darlo todo, para compartirlo todo. La mitad no era suficiente.

Apretó los puños. ¿Cómo se había atrevido a presentarse en su evento después de dos semanas de silencio, a sonreírle de aquel modo y hablar de cómo se habían conocido como si no hubiera pasado nada?

Sintió que él se acercaba mucho antes de verlo.
 
Zac: Vanessa.
 
Ness: Hola, Zac.
 
Zac: Esta noche has estado sensacional. Enhorabuena.
 
Ness: Gracias.
 
Zac: Parece que el desfile ha sido un éxito.
 
Ness: Eso espero.
 
Zac: Tengo que confesarte algo, Vanessa. Desde que nos separamos me siento perdido.
 
Ness: Tal vez deberías pensar en cómo has llegado a esa situación y hacer algo al respecto.
 
Un cálido dedo le tocó la nuca. Muy suavemente.
 
Zac: ¿Dónde están tus perlas?
 
Ness: Ya no las necesito para recordar a mi madre. La llevo en mi corazón. He hecho cambios en mi vida, Zac.
 
Zac: Me alegra oírlo. Espero que en esa nueva vida tengas sitio para mí, Vanessa, porque no puedo soportar no estar contigo. Te quiero. Me alegro de que ese Austin no supiera ver la mujer que eres porque ahora eres mía -susurró mientras la rodeaba con sus brazos-.
 
Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas al escuchar aquellas palabras, pero se tensó al sentir el contacto del cuerpo de Zac.
 
Ness: No voy a consentir que me dejes al margen, Zac.
 
Zac: En ese caso, a ver qué te parece esto. Me llamo Zac Efron. Te quiero y tengo claustrofobia. Me gustaría hablar al respecto si tú deseas escucharme. ¿Querrás hacerlo, Vanessa?
 
El silencio que ella guardó fue el más largo que Zac pudiera haberse imaginado. Entonces, ella asintió lentamente y se giró entre los brazos de Zac. Tenía los ojos del mismo color del océano y llenos de amor y comprensión.
 
Ness: Sabes que sí.
 
Zac: Entonces, ¿qué te parece si nos vamos de aquí?
 
Ness: Supongo que sería mejor que primero les diéramos algo sobre lo que escribir a esos periodistas -dijo mientras señalaba hacia la puerta-.
 
Zac: ¿Te refieres a esto?

Entonces, la besó como ella se merecía.

Cuando Zac la soltó, ella negó con la cabeza.
 
Ness: Me refería a algo de información. Ya nos hemos besado en público.
 
Zac: Es cierto. Bueno, ¿estás preparada para ellos?
 
Vanessa le tomó de la mano y comenzó a caminar en dirección a los periodistas.
 
Ness: Jamás lo he estado más.
 
 
Zac la colocó encima de la cama y los dos se desnudaron en silencio bajo la luz de la luna. Piel contra piel. Nada entre ellos. Susurros, murmullos, deseo, gozo. Hicieron el amor lentamente y cuando saciaron las necesidades físicas, se miraron. Y hablaron.
 
Zac: En realidad, yo me crié solo -comenzó mirando el techo-. Ya te he hablado de mi madre...
 
Ness: Sí, Zac. Lo siento mucho.
 
Zac: Pues aún hay algo peor -susurró incapaz de mirarla-. La escuela a la que yo iba estaba en un barrio muy marginal. Allí, los matones del barrio me esperaban en el parque de camino a casa. Algunas veces me pegaban y, al día siguiente, se reían de ello en el patio del colegio.
 
Ness: ¿Y no se lo dijiste a nadie?
 
Zac: Un día me atreví por fin. Se lo dije a mi profesor. Grave error. Unos días más tarde, me ataron, me pusieron una venda en los ojos y me metieron en un contenedor de basura en la parte trasera de unas tiendas.
 
Ness: Dios mío, Zac...
 
Zac: Estuve allí veinticuatro horas hasta que esos chicos se decidieron a confesar y la policía me encontró. Allí, tuve tiempo para pensar -bromeó-. Descubrí que se me daba muy bien inventar historias sobre cómo escaparía de allí y me cobraría mi venganza...
 
Ness: ¿Y lo hiciste?
 
Por fin la miró y sonrió en la oscuridad.
 
Zac: Sí. Cuando gané mi primer millón por esas historias de venganza y justicia con las que había soñado. Las utilicé en mis juegos.
 
Ness: ¿Qué ocurrió cuando te encontraron?
 
Zac: Mi madre cambió de trabajo, nos mudamos a un piso nuevo en una zona mejor y las cosas mejoraron. Sin embargo, he tenido claustrofobia desde entonces.
 
Ness: ¿No te ha visto un especialista?
 
Zac: No. Ahora sí quiero que me vea. He aprendido algo más en estas últimas dos semanas . -Tomó la mano de Vanessa y se la colocó sobre el corazón-. Mi mayor temor es exponerme a mí y a mi amor por ti y ver que tú ya no lo quieres.
 
Ness: Por supuesto que lo quiero -susurró mientras le cubría el rostro con delicados besos-. Lo quiero todo. Lo que no podía soportar era que no me dejaras entrar. Era como si te hubieras marchado y eso me dolió tan profundamente como cuando mi familia murió. No quería volver a experimentar ese dolor una vez más.
 
Zac: Ya no habrá más dolor. Cuando nos ocurran cosas malas, como inevitablemente ocurre en la vida, nos enfrentaremos juntos a ello. Ahora, te toca a ti explicarme tus planes para el futuro.
 
Ness: Mis planes podrían haber cambiado -comentó-.
 
Zac: Cuéntamelos.
 
Ness: He decidido utilizar parte de la casa para tratar de vender mi lencería. He cerrado algunas de las habitaciones para uso privado y he abierto el resto al público para vender algunas reliquias familiares. La gente puede venir, probar el vino de la bodega, ver ropa y comprar antigüedades.
 
Zac: Pero si vendiste la bodega, cariño...
 
Ness: Sí, pero Ella, la hija de los nuevos dueños, está interesada en mi idea. Va a asociarse conmigo. Si funciona, la puedo poner a ella como gerente y dedicar yo mi tiempo a otras cosas.
 
Zac: Me parece un éxito garantizado.
 
Ness: El único problema es la relación a larga distancia...
 
Zac: No va a haber ninguna relación a larga distancia. Si lo de Ella sale bien, ella se puede hacer cargo del negocio mientras yo vivo en Fiji. Yo puedo trabajar en cualquier parte. Ya lo iremos viendo paso a paso. Lo importante es que lo veamos juntos.
 
De repente, el futuro se hizo muy prometedor, lleno de amor y esperanza.




¡Al final fue todo bien! =D
Quién lo iba a decir... XD

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lunes, 18 de enero de 2016

Capítulo 13


Vanessa pasó a duras penas el día, pero la noche fue un maratón de resistencia. No hacía más que dar vueltas, lamentando su comportamiento. Zac había tratado de ayudarla y ella había reaccionado de un modo grosero, cruel y arrogante. Lo había acusado de no comprenderla por su propia historia personal. Había pronunciado unas palabras que ya no podía borrar.

A través de la ventana, observó cómo el cielo oscuro de la noche se teñía de tonos rosados. Zac había sido sincero. Sus palabras habían tenido como motivación el bienestar de ella. Durante un par de semanas, él le había hecho olvidar todo aquello, pero regresar a casa había sido como dar un paso atrás.

Él tenía razón. Vivir en aquella casa rodeada de recuerdos del pasado no era manera de vivir. Sabía que su familia serían los primeros en decirle que siguiera adelante con su vida.

Su teléfono móvil comenzó a vibrar sobre la mesilla de noche. Se sintió algo desilusionada al ver que se trataba de Ashley.
 
Ash: Iré a verte esta tarde sobre las cinco -le dijo su amiga-. Tengo unas muestras para el desfile y quiero que les eches un vistazo.
 
Ness: Bueno, Zac iba a venir esta noche a cenar...
 
Ash: ¿Y eso? Pensaba que lo vuestro había terminado.
 
Vanessa cerró los ojos.
 
Ness: Ash, ¿tienes unos minutos? Necesito hablar...
 
Después de la llamada de teléfono, Vanessa se ocupó de preparar la cena. Ostras, un guisado de cordero y patatas y una crema dulce de jerez. Una cena simple que le daría tiempo para disfrutar de la compañía de Zac y, con suerte, disipar la mala sensación con la que se habían separado.

Puso la mesa en la bodega con su mejor cubertería y su mejor vajilla. Entonces, eligió los vinos para cada plato y fue a prepararse.

Desgraciadamente, Ashley llegó tan solo diez minutos antes de que llegara Zac. Vanessa consultó el reloj.
 
Ness: ¿Podemos subirlos a mi dormitorio? -sugirió-.

No quería que él la viera rodeada de vestidos de novia.
 
Ash: Te has olvidado ya de Austin, ¿verdad? -le preguntó unos minutos más tarde, mientras observaba cómo Vanessa colocaba un vestido sobre la cama-.
 
Ness: Te aseguro que no me he olvidado más de nadie en toda mi vida.
 
Ash: Bien. A pesar de todo, espero que esto no te disguste. ¿Qué te parece este como final de desfile? -le preguntó mientras le mostraba un vestido hecho a mano. Tenía el corpiño cubierto de perlas, que parpadeaban como estrellas en la noche-. Te sentaría estupendamente.
 
Ness: Es muy bonito, pero yo no soy modelo. Además, estaré muy ocupada asegurándome de que todo va bien y de que la gente está comprando.
 
Ash: Me parece bien. Jamás te pediría que hicieras algo con lo que no estás cómoda, pero pensé que podría ayudar a exorcizar un par de demonios.
 
Ness: Ya se han exorcizado. Me siento mejor de lo que he estado en los dos últimos años.
 
Ash: Eso ya lo veo -afirmó-, pero ten cuidado con ese Zac, Ness. No quiero ver que te hacen daño de nuevo.
 
Vanessa apartó la mirada.
 
Ness: Lo sé. Tendré cuidado. Es que... a veces pienso que tal vez si él supiera...
 
Ash: ¿Supiera qué?
 
«Que le quiero y que no me puedo imaginar la vida sin él».
 
Ness: No importa -replicó sacudiendo la cabeza-. ¿Qué hay en esta caja?
 
Levantó la tapa y sacó un vestido de tul con una tiara para el velo a juego.
 
Ash: Por lo que me has dicho, es un hombre perfecto para una aventura, pero nada más...
 
Vanessa no iba a discutir, y mucho menos cuando estaba tan cerca de dejar al descubierto sus sentimientos.
 
Ness: Tienes razón. Como siempre. Este es precioso -comentó-. ¿Me lo puedo probar?
 
No esperó a que Ashley respondiera. Se colocó la tiara sobre la cabeza y dejó que el tul le cayera suavemente por el rostro. Una máscara tras la que ocultar las lágrimas que le llenaban los ojos.

Ashley la ayudó a ajustarse la tiara. Entonces, se giró y vio su reflejo en el cristal de la ventana, oscurecido por la noche. Durante un instante, se atrevió a soñar lo imposible.
 
 
Zac llegó con unos minutos de anticipación. Había visto un coche al llegar a la casa, por lo que había apagado las luces y se había detenido. Una rubia alta había descendido del vehículo con un montón de cosas en las manos. Después de abrazarse, las dos mujeres habían entrado en la casa. Supuso que se trataría de Ashley.

Mientras acercaba el coche hacia la casa, vio que se iluminaba una ventana de las del segundo piso. Aparcó detrás del todoterreno de la rubia y, en ese momento, vio que Vanessa aparecía en la ventana. Llevaba algo blanco sobre su oscuro cabello. Evidentemente, quería mirarse en el cristal. Aquella era precisamente la razón por lo que Vanessa y él no funcionarían a largo plazo.

Sin embargo, sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Si permanecía sentado allí más tiempo, podría ver más de lo que debía y quería ver. Vanessa estaba esperándolo. ¿Qué pensaría si se asomaba más a la ventana y lo descubría sentado en el coche observándola como si fuera un mirón?

Tomó el ramo de narcisos y se dirigió hacia la puerta principal. Entonces, hizo sonar el timbre.

Un instante más tarde, la puerta se abrió y la rubia le sonrió.
 
Ash: Hola. Tú debes de ser Zac. Mi nombre es Ashley.
 
Zac: Hola.
 
Ash: Pasa. Vanessa bajará dentro de un momento. Bonitas flores. A ella le encantarán.
 
Zac: Creo que he venido en mal momento.
 
Ash: En absoluto. Soy yo la que estorba. Solo he venido a dejarle unas cosas para el desfile.
 
Zac: Me han dicho que eres una diseñadora de éxito.
 
Ash: Eso me gusta pensar.
 
Zac: ¿Qué te parecen los diseños de Vanessa?
 
Ash: ¿Te los ha enseñado? -Entonces, se echó a reír-. Claro que te los ha enseñado. A mí me encantan. Espero que nos deje utilizar algunas de sus creaciones para el desfile.
 
Zac: Bien. Yo creo que podría tener éxito con ellos si se decidiera a ir en serio.
 
Ash: Estoy totalmente de acuerdo. En ese caso, tendremos que unir fuerzas y convencerla para que lo haga -comentó. Entonces, miró por encima del hombro-. Aquí viene ella.
 
Vanessa descendió las escaleras vestida con un esponjoso jersey del color de la mantequilla fundida y unos leggings negros que moldeaban perfectamente sus piernas.
 
Ash: Bueno, me alegro de haberte conocido, Zac.
 
Entonces, se marchó sin que Zac se percatara de ello. Estaba demasiado ocupado admirando a Vanessa. Cuando ella llegó a su lado, le entregó las flores y luego se inclinó sobre ella para darle un beso en los labios.
 
Ness: Son preciosas, gracias. Voy a por un poco de agua. Ven.
 
El cálido y delicioso aroma de cordero y hierbas los recibió en el pasillo cuando los dos se dirigieron a la cocina. Una vez allí, Vanessa colocó las flores en un jarrón.
 
Ness: Ahora, vamos por aquí. Todo está preparado.
 
Lo condujo por un estrecho tramo de escaleras que salía de la cocina. El pulso de Zac se aceleró a medida que la escalera se hacía más angosta, como si las paredes se inclinaran hacia él. Sabía muy bien que aquella sensación solo era producto de su imaginación.
 
Ness: La bodega es uno de mis lugares favoritos -comentó cuando llegaron-. Es íntimo sin resultar agobiante.
 
Zac no pensaba lo mismo.
 
Zac: ¿Te importa dejar la puerta abierta? -le pidió-. Tengo un poco de calor.
 
Ness: Por supuesto, pero aquí siempre la temperatura es constante. Estoy segura de que te sentirás bien. -Colocó los narcisos en el centro de la mesa y miró encantada el efecto que hacían-. Perfecto -dijo con una sonrisa-.

Ella sonrió y las luces de la araña de cristal se le reflejaron en los ojos, dándoles la apariencia de estrellas.

Zac sonrió.
 
Zac: ¿Y cómo no lo iba a estar? Te has tomado todas estas molestias por mí.
 
Ness: Nada es demasiada molestia por ti.
 
«Cuidado, Zac».
 
Zac: Esto es genial -comentó mirando a su alrededor-. ¿Dónde está el vino? ¿No debería haber vino en una bodega?
 
Ness: Por aquí -le indicó señalando un arco cubierto por una reja de hierro forjado-. Te lo enseñaré más tarde. Ahora, siéntate -añadió. Sacó un plato de ostras al natural con una botella de vino de una cámara cercana-. ¿Vino?
 
Zac: Permíteme...
 
Ness: No. Yo soy la anfitriona y sé servir el vino perfectamente. Empezaremos con un Chardonnay. Este es uno de nuestros mejores vinos -le informó. Tras servir las copas, se sentó y tomó la suya-. Espero que te guste. Va muy bien con el marisco.
 
Zac: Por el buen vino -brindó mientras golpeaba su copa suavemente con la de Vanessa-. Muy bueno. Ahora, me gustaría que me hablaras de todo esto. De la bodega, de tu familia...
 
Ness: Los antepasados de mi madre fueron unos de los primeros colonos alemanes en el siglo XIX. El tatarabuelo de mi abuelo emigró de Francia durante la fiebre del oro, hizo una fortuna y luego se vino a Barossa para cultivar la uva. Los Hudgens siempre han vivido aquí. Y yo los he vendido...
 
Zac: Eso no es cierto -dijo mientras le acariciaba una mano con el pulgar de la suya-. Tienes una herencia de la que estar orgullosa, sea quien sea el propietario actual de la bodega.
 
La mirada de Vanessa se nubló y él supo en lo que ella estaba pensando. En su falta de herencia, de antepasados ilustres. Eran como la princesa y el vagabundo. Retiró inmediatamente la mano.
 
Ness: Zac, sobre ayer...
 
Zac: No hay necesidad.
 
Ness: Yo creo que sí. Yo...
 
De repente, todo quedó a oscuras. Una oscuridad completa. Total. Zac cerró los ojos para no verla mientras su mente parecía entrar en el modo de supervivencia. «Respira, respira, respira». Se concentraba solo en pensar en aquella palabra y, sin éxito, trataba de imaginarse un lago.
 
Ness: Ese maldito fusible debe de haberse fundido otra vez -oyó que decía a través del espeso aire que lo atenazaba-.
 
Ni siquiera intentó hablar. Si lo hacía, parecería un idiota. Notó que ella se acercaba a su lado y le tocaba el brazo.
 
Ness: No te muevas. Volveré en un instante.
 
Aquella era la peor pesadilla de Zac. Ella iba a dejarlo allí, solo, en la oscuridad. «Miedica, miedica, que tiene miedo a la oscuridad». Antiguas súplicas. Antiguas burlas. Rostros que se acercaban al de él, cada vez más cerca hasta que no podía respirar. Sujetaban su mochila muy alto, como un trofeo, demasiado alta para que un niño pequeño pudiera alcanzarla. Agitando un trapo delante de sus ojos. «Enseñémosle una lección que no olvide nunca».
 
Zac: ¡Para! -exclamó. Entonces, comprendió que había dicho aquella palabra en voz alta cuando sintió que ella se sobresaltaba-. Te vas a tropezar. Voy contigo -dijo, a duras penas-.
 
Ness: Estoy bien -replicó alegremente-. Conozco el camino al dedillo. Tú no.
 
Zac: Insisto.

Se puso de pie dejando caer la silla al suelo. Al intentar esquivarla, se tropezó con ella.
 
Ness: ¡Cuidado! Creo que debería ser yo quien te ayudara a ti.
 
Sintió la mano de Vanessa y se aferró a ella como si le fuera en ello la vida.
 
Zac: Estoy bien...
 
Ness: No. No lo estás. Estás temblando... -dijo con voz preocupada. De repente, lo comprendió todo-. Vamos -añadió suavemente. Entonces, lo condujo escaleras arriba-. Quince escalones. Cuéntalos.
 
Cuando llegaron a la cocina, pudo distinguir por fin las formas por la luz que entraba por la ventana. Entonces, Vanessa accionó un interruptor. La luz inundó la cocina. Zac se soltó inmediatamente de ella.
 
Ness: ¿Qué te ha pasado ahí abajo, Zac? -le preguntó con voz suave-.
 
Zac: ¿De qué estás hablando? Voy un momento fuera. Se me ha olvidado una cosa en el coche.
 
Ness: Zac -dijo impidiendo que siguiera andando-. ¿Tienes miedo a los espacios cerrados?
 
Zac: No seas ridícula.
 
Ness: No estoy siendo ridícula. Típico de un hombre. Su peor miedo es admitir que tiene miedo a algo. El miedo no es una debilidad, Zac. Quiero ayudarte.
 
Zac: Si quieres ayudarme, puedes hacerlo terminando esta conversación.
 
Ness: Quiero ayudarte, Zac. Incluso el tipo más duro necesita apoyo de vez en cuando. El truco es reconocerlo y aceptarlo.
 
Zac trató de superar la situación echando mano de uno de sus fuertes. Bajó el tono de su voz hasta convertirla en un seductor murmullo.
 
Zac: El apoyo no es precisamente lo que necesito de ti, nena.
 
Ness: Es decir, te basto para tener sexo conmigo, pero no para apoyarte sobre mí y confiarme lo que te pasa, para ser alguien que importe.
 
Zac: Maldita sea, Vanessa. No se trata de...
 
Ness: Cuando se ama a una persona, se quiere ayudar a esa persona de todas las maneras posibles. ¿Por qué no lo ves?
 
Aquella palabra los dejó a los dos en silencio. Amor. Una palabra manida, demasiado utilizada. Sin embargo, sonaba tan bien, tan perfecta en los labios de Vanessa...

Zac decidió que no lo necesitaba. Estaba contento con su vida. Ninguna mujer querría a un hombre que se desmoronara cada vez que había un fallo eléctrico.
 
Zac: Ya sabes que yo viajo solo, Vanessa. Eso te lo dije desde el principio.
 
Ness: Entonces, ahora soy una amenaza para ti y para tu valiosa independencia.
 
Zac: Lo único que te ofrecí fue un romance de vacaciones y tú accediste a ello. Siempre he sido sincero contigo.
 
Ness: Sincero... ¿Es eso lo que estás siendo? -le preguntó llena de ira y frustración-. Mira, el problema que tú tienes es algo muy común y, a pesar de todo, tú lo niegas...
 
Zac: No necesito que tú intentes psicoanalizarme.
 
Ness: ¿Es eso lo que crees? Te aseguro que es mucho más que eso, pero tú no estás dispuesto a compartir nada. Lo siento por ti.
 
Vanessa suspiró. Aquel sonido le llegó a Zac al corazón.
 
Zac: No quería...
 
Ness: Márchate. No quiero oírlo. Me han dejado fuera en muchas ocasiones. Me niego a que me vuelva a pasar. La gente a la que quiero siempre se marcha. ¿Por qué ibas tú a ser diferente?

Zac: Vanessa... -susurró-.

¿Por qué no podía encontrar las palabras que necesitaba pronunciar?
 
Ness: Después de todo, tal y como tú has dicho muy claramente, lo nuestro nunca iba a ser nada más que un romance de vacaciones.
 
Tal y como lo dijo, como si fuera lo más casual del mundo, cuando, en lo más profundo de su ser, él sabía que no era así, le hizo querer confesar algo. ¿Qué? «Yo también te quiero. Tal vez lo nuestro empezó como una aventura de vacaciones, pero ahora es mucho más que eso. No obstante, nunca podrá funcionar...».
 
Ness: Vete.
 
Zac: Está bien. Cálmate. Mañana...
 
Ella levantó una mano.
 
Ness: No regreses, Zac. No quiero que vuelvas. Se ha terminado.
 
Zac tardó un instante en procesar lo que ella había querido decir. Entonces, el pánico se apoderó de él. Trató de encontrar una razón que le hiciera cambiar de opinión.
 
Zac: Necesitarás ayuda con el desfile...
 
Ness: ¿Ayuda? -repitió con una sonora carcajada-. No creo que tú seas el más adecuado para hablar de ayuda. Decidí organizar el desfile porque quería darle algo a Kat y a los niños. Jamás tuve intención alguna de que tú formaras parte. Tú te invitaste. Bueno, pues yo te retiro la invitación. No necesito ayuda del mismo modo que tú no necesitas la mía. Estamos iguales.
 
Zac: Si eso es lo que quieres...
 
Ness: Sí.
 
Vanessa lo miró fijamente. No lloraba, pero lloraría muy pronto.

Zac se frotó el pecho, justo por encima del corazón, y sonrió.
 
Zac: Adiós, Vanessa. Ha sido muy divertido. Si regresas alguna vez a Fiji, búscame. Eso es si alguna vez puedes conseguir salir de este mausoleo.




Qué despedida más triste... v.v

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