topbella

lunes, 31 de octubre de 2016

Capítulo 12


No había nada tan frustrante como esperar, decidió Vanessa después de la primera media hora. Sobre todo, para una persona incapaz de estar sentada dos minutos seguidos.

La salita era cuadrada y acogedora, estaba pintada con colores cálidos y tenía mucha madera que brillaba a la luz de la tarde. Estaba llena de pequeños tesoros. Vanessa se sentó y frunció el ceño ante una pastora de Dresden. En cualquier otro momento, quizá hubiera admirado su elegancia y fragilidad; pero en aquel instante se sentía tan inútil como aquella figura de porcelana. Por decirlo de alguna manera, era como si la hubieran puesto en una estantería.

Le resultaba absurdo que Zac tratase constantemente de... protegerla. Vanessa exhaló un suspiro de impaciencia. Después de todo, pensó al tiempo que se levantaba de nuevo, no era una mujercilla débil, asustadiza y sin cerebro, incapaz de encarar lo que quiera que hubiese que encarar. De pronto recordó que sí había sentido miedo y había temblado y se había desmayado en brazos de Zac. Esbozó una sonrisa débil y se acercó a la ventana. De acuerdo, se había desmayado; pero no tenía por costumbre hacerlo.

En cualquier caso, siguió pensando, Zac debería saber que ella afrontaría lo que fuese necesario toda vez que estaban juntos. Si Zac entendía lo que sentía por él... ¿Lo entendería?, se preguntó de repente. Se lo había mostrado, no le cabía duda de que le había dado todo tipo de muestras; pero no se lo había dicho con palabras.

¿Cómo iba a decírselo?, se preguntó Vanessa mientras se hundía en otro asiento. Cuando un hombre vivía diez años de su vida según sus propias reglas, desafiando al peligro, buscando aventuras, ¿cómo iba a querer atarse a una mujer y aceptar las responsabilidades de una relación?

Zac sentía algo por ella, se dijo Vanessa. Quizá algo más intenso de lo que él mismo quisiera. Y la deseaba. La deseaba como no la había deseado ningún hombre. Pero amarla... el amor no era algo que pudiese surgir fácilmente en un hombre como Zac. No, no lo presionaría. El mero hecho de confesarle que ella lo amaba sería ya una forma de presionarlo, pensó. Lo cual sería muy egoísta cuando Zac tenía tantas cosas en las que pensar. Lo único que podía hacer era seguir dándole muestras de que lo quería, de que confiaba en él.

Hasta eso parecía desconcertarlo un poco, se dijo sonriente. Era como si no consiguiese aceptar que alguien lo viera tal como era, que conociese la vida que había llevado y, aun así, confiase en él. Vanessa se preguntó si se habría sentido más cómodo si ella se hubiera alejado después de sincerarse Zac, contándole las cosas que le había contado. Le habría costado menos entender su rechazo que el hecho de que continuara a su lado. Pues iba a tener que acostumbrarse, decidió. Iba a tener que acostumbrarse, porque no iba a dejarle que se escapara.

Intranquila, se puso de pie y se acercó a la ventana. Había una vista distinta, pensó Vanessa, a la que tantas veces había contemplado desde la ventana de su habitación. Estaban más altos, más expuestos. Parecía que podían caerse al mar en cualquier momento. Estaba al límite, como el hombre que la poseía. El hombre al que Vanessa le había entregado el corazón.

La salita no tenía terraza. De pronto, sintió la necesidad de disfrutar de un poco de sol y aire, así que atravesó el dormitorio principal que había al lado y abrió las puertas del balcón. Oyó el sonido del mar antes de llegar a la barandilla. Rió y se apoyó sobre ella.

Definitivamente, podría pasarse la vida entera asomándose a esa vista y no se cansaría nunca. Vería el mar cambiando de color con el cielo, vería las gaviotas entrando en el agua y regresando a los nidos que habían construido en los acantilados. Podría mirar a la villa de los Tisdale y disfrutar de su refinada elegancia... todo desde aquella casa gris e irregular situada a una altura mareante.

Vanessa echó la cabeza hacia atrás y deseó que estallase una tormenta. Truenos, rayos, mucho viento. ¿Habría algún lugar mejor sobre la Tierra para disfrutar de un espectáculo así? Vanessa rió y levantó la vista hacia el cielo, como desafiándolo a que desencadenara un diluvio.

Zac: Dios, pero qué bonita eres.

Vanessa se giró con los ojos todavía iluminados por la belleza del paisaje. Zac se apoyó en la puerta de la terraza y se quedó mirándola. Parecía sereno, pero ella notaba la pasión contenida bajo aquella fachada de tranquilidad. Le sentaban bien, pensó Vanessa, aquellos ojos azules y esa boca que podía ser tan hermosa como cruel.

Mientras permanecía recostada sobre la barandilla, el viento le levantó las puntas del cabello. Sus ojos se volvieron del color de la miel. Sintió un intenso poder y una pizca de locura:

Ness: Me deseas, puedo verlo. Ven a demostrármelo.

Le dolía, descubrió Zac. Hasta Vanessa nunca había sabido que desear pudiese resultar doloroso. Quizá era el amor lo que hacía que las necesidades dolieran. ¿Cuántas veces le había hecho el amor la noche anterior?, se preguntó. Y cada vez se había sentido como si tuviese que escapar de una tempestad. Esa vez sería distinto, se prometió. Le enseñaría otra forma de complacerla.

Despacio, se acercó a Vanessa. Le agarró ambas manos, las levantó y se llevó las palmas a los labios. La miró a la cara y vio que tenía los ojos abiertos y los labios separados. La había sorprendido. Algo tembló en su interior: un sentimiento de amor, culpa, necesidad de dar.

Zac: ¿Tan poco tierno he sido contigo?

Ness. Zachary... -sólo consiguió pronunciar su nombre-.

La sangre circulaba a toda velocidad por sus venas y el corazón se le estaba derritiendo.

Zac: ¿No te he dicho palabras bonitas?, ¿no he sido dulce? -le besó las dos manos de nuevo, dedo a dedo. Ella no se movió. Se limitó a mirarlo-. Y sigues a mi lado. Estoy en deuda contigo. ¿Qué precio me pedirías?

Ness: No, Zachary, yo...

Vanessa sacudió la cabeza, incapaz de hablar, desfallecida casi por el cariño de aquel hombre.

Zac: Me has pedido que te demuestre que te deseo -dijo poniendo las manos alrededor de su cara como si de veras estuviese hecha de porcelana de Dresden. Luego le rozó los labios con su boca casi reverentemente. Ella soltó un gemido suave y trémulo-. Ven y te lo demostraré. -La levantó, no con un solo brazo como había hecho en el porche, sino sosteniéndola entre los brazos, como quien sujeta algo precioso-. Ahora... a la luz del día, en mi cama -dijo mientras la posaba sobre el colchón-.

Zac le agarró una mano y volvió a besarla, por el dorso, por la palma; luego subió a la muñeca, donde el pulso le martilleaba. Mientras tanto, Vanessa lo miraba tumbada, quieta, con asombro y maravillada.

Parecía muy joven, pensó Zac mientras se metió un dedo de ella en la boca. Y muy frágil. En ese momento no era una hechicera ni una diosa; nada más una mujer. Su mujer. Y sus ojos empezaban a nublarse de deseo, su respiración empezaba a entrecortarse. Llevado por la pasión, le había enseñado el fuego y la tormenta, pensó Zac, pero nunca, ni una sola vez, le había ofrecido una primavera.

Se inclinó, le dio un mordisquito en los labios y le acarició el cabello.

Vanessa se sentía como si estuviese soñando, débil e ingrávida, flotando sobre la cama. Bajó los párpados cuando Zac fue a besarle los ojos y no vio más que un suave brillo rojo. Luego notó sus labios sobre la frente, en las sienes, por los pómulos, siempre delicados, siempre cálidos. Las palabras que le susurraba fluían como un aceite perfumado sobre la piel. Habría estirado los brazos para acercar el cuerpo de Zac, pero los sentía demasiado pesados para moverlos. De modo que se abandonó a la ternura.

Zac posó la boca sobre su oreja, la torturó con un roce leve de la lengua, con una promesa murmurada. La oyó soltar un gemido de rendición y bajó a saborear la curva de su cuello. La besaba con suavidad, como si sus labios fuesen tan leves como las alas de una mariposa, tan embriagadores como el vino. La dulzura era una droga para los dos.

Sin apenas tocarla, le desabrochó los botones de la blusa y se la quitó. Aunque notó la presión de sus pechos firmes contra él, Zac optó por besarle los hombros. Hombros fuertes y gráciles sobre los que entretenerse.

Vanessa tenía los ojos cerrados. Los párpados le pesaban. El aliento se le escapaba entre los labios. Zac pensó que podría pasarse el resto de la vida mirando su cara de placer. Volvió a acariciarle el pelo. Volvió a besarla. Tuvo más hambre y siguió adelante.

Despacio, paladeándola, bajó los labios hacia sus pechos y los besó formando círculos cada vez más pequeños, dándole mordisquitos hasta llegar junto al pezón. Vanessa gimió, se revolvió debajo de él como si estuviese luchando por despertar de un sueño. Pero él continuó a paso lento. La serenó con palabras delicadas y besos suaves, muy suaves.

Con una dulzura insufrible, pasó la lengua sobre el pezón y tuvo que controlarse al descubrir que ya estaba caliente, enseguida erecto. Vanessa se movía sinuosamente debajo de él. Su fragancia lo invadía, se colaba en su cerebro para perseguirlo día y noche cuando no estaba junto a ella. Por fin, chupó. Y luego se permitió tocarla con las manos por primera vez.

Vanessa sintió sus manos, esas manos de dedos firmes que de pronto parecían tan gráciles como los de un violinista. La acariciaban con la levedad de una brisa.

Con suavidad, despacio, muy tiernamente, Zac fue bajando la boca por su cuerpo hasta detenerse en la cintura, sobre el borde de sus pantalones. Vanessa se estremeció al notar que se los desabrochaba. Se arqueó para ayudarlo, pero él los bajó centímetro a centímetro, cubriéndola de besos húmedos a medida que iba dejando al descubierto más y más piel.

Cuando terminó de desnudarla, siguió adorándola con los labios, con aquellas manos de repente atentas. Vanessa sentía como si el cuerpo entero le vibrara. Le temblaron los músculos de los muslos cuando Zac pasó sobre ellos. La sensación de placer dio paso a un deseo urgente.

Ness: Zachary -jadeó-. Ahora.

Zac: Te has hecho un arañazo en el pie con las rocas. Es un pecado lastimar una piel como la tuya, amor -murmuró justo antes de apretar los labios contra el talón. Luego la miró y deslizó la lengua por el arco del pie. Vanessa abrió los ojos, encendidos de pasión-. Deseaba verte así. Con el sol iluminándote, el pelo extendido sobre la almohada, temblando para recibirme -añadió con voz rugosa-.

Mientras hablaba, inició un lento viaje de regreso a sus labios. La necesidad lo acuciaba, le exigía darse prisa. Pero él no quería acelerar. Se dijo que podría disfrutar de aquella dulce tortura durante días y días.

Vanessa lo abrazó. Se fundieron de tal forma que hasta el último nervio de su cuerpo parecía conectado con el de él. Una armonía imposible y, sin embargo, real. La piel de Zac estaba tan húmeda y caliente como la de ella; su respiración, igual de irregular.

Zac: Querías que te demostrase cómo te deseo -murmuró tras oírla gemir-. Mírame y lo verás.

Estaba a punto de perder el control. Pendía de un hilo muy fino. Cuando Vanessa lo besó, terminó de romperlo.


Zac la abrazaba, le acariciaba la espalda mientras se recuperaban. Vanessa se aferraba a él, maravillada, enamorada. ¿Cómo iba a haber imaginado que un hombre así fuese capaz de tanta ternura?, ¿cómo iba a imaginar que la conmovería tanto? Pestañeó para que no se le saltaran las lágrimas y le dio un beso en el cuello.

Ness: Me has hecho sentirme preciosa -murmuró-.

Zac: Eres preciosa -apartó la cabeza para poder mirarla a la cara-. Y estás cansada. Deberías dormir un poco. No quiero que te pongas mala -añadió sonriente al tiempo que le pasaba un pulgar sobre los párpados-.

Ness: No me pondré mala -se acurrucó contra él-. Y ya habrá tiempo para descansar. Nos iremos unos días de vacaciones, como dijiste.

Zac enredó un dedo en un rizo de Vanessa y miró hacia el techo. Unos días de vacaciones no sería suficiente. En cualquier caso, todavía tenía que pasar aquella noche.

Zac: ¿Adonde te gustaría ir?

Vanessa recordó su fantasía de ir a Venecia y montar en góndola. Suspiró, cerró los ojos e inspiró el aroma de Zac.

Ness: Adonde sea. Aquí mismo -dijo riendo después de apoyarse sobre el pecho de él-. Sea donde sea, pienso retenerte en la cama casi todo el tiempo.

Zac: ¿De veras? -sonrió mientras le acariciaba el pelo-. Empiezo a pensar que sólo te intereso por mi cuerpo.

Ness: Es un buen cuerpo -dijo al tiempo que deslizaba una mano sobre los músculos de sus hombros. De pronto se paró al verle una cicatriz en el pecho. Frunció el ceño. Parecía fuera de lugar en aquel torso perfecto-. ¿Cómo te la hiciste?

Zac giró la cabeza y miró hacia abajo.

Zac: Ah, una vieja herida de guerra -dijo sin darle importancia-.

De una bala, se dio cuenta Vanessa. De repente se asustó. Zac vio el miedo reflejado en sus ojos y maldijo.

Zac: Vanessa...

Ness: No, por favor -atajó justo antes de hundir la cara sobre el pecho de Zac-. No digas nada. Sólo dame unos segundos.

Se había olvidado. De alguna manera, la delicadeza y la belleza de lo que acababan de compartir había borrado de su cabeza toda la fealdad. Durante un rato, había podido fingir que no había amenaza alguna en el horizonte. Pero fingir era de niños, se recordó. Y Zac no podía hacerse cargo de una niña en esos momentos. Dado que no podía ofrecerle otra cosa, al menos le entregaría las fuerzas que le quedaban. Se tragó el miedo, le besó el pecho y luego se giró para apoyarse de costado junto a Zac.

Ness: ¿Cómo te ha ido con el capitán Trípolos?

Era una mujer fuerte, pensó Zac mientras enlazaban las manos. Una mujer extraordinaria.

Zac: Está contento con la información que le he dado. Es un hombre astuto y tenaz.

Ness: Sí, la primera vez que lo vi me pareció un bulldog.

Zac soltó una risilla y la acercó junto a su cuerpo.

Zac: Una descripción muy gráfica, Afrodita -dijo. Luego se estiró hacia la mesa de noche en busca de un cigarro-. Creo que es uno de los pocos policías con los que me gusta colaborar.

Ness: ¿Por qué...? -interrumpió la pregunta y se quedó mirando el cigarrillo-. Lo había olvidado. ¿Cómo es posible? -murmuró-.

Zac: ¿Qué habías olvidado? -soltó una bocanada de humo-.

Ness: El cigarro -se sentó sobre la cama y se pasó una mano por el pelo, totalmente despeinado-. La colilla que había junto al cadáver.

Zac enarcó una ceja, pero se distrajo con los pechos firmes de Vanessa, tan a mano y apetecibles.

Zac: ¿Y?

Ness: Era reciente, de una de esas marcas caras que fumas. Debería habértelo dicho antes, aunque a estas alturas no creo que tenga importancia. Ya sabes quién mató a Stevos; quien dirige la red de contrabando.

Zac: Nunca te he dicho que lo sepa.

Ness: No hacía falta -contestó enfadada consigo misma-.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Si no le hubieras visto la cara, me lo habrías dicho. Como te negaste a responder, comprendí que lo habías visto.

Zac sacudió la cabeza y sonrió a su pesar.

Zac: ¡Vaya! Menos mal que no te has cruzado en mi carrera antes. Me temo que se habría terminado rápidamente -comentó-. Respecto a la colilla, yo también la vi.

Ness: Debería haberlo supuesto -murmuró-.

Zac: Y te aseguro que a Trípolos tampoco se le pasó por alto.

Ness: Ese maldito cigarro me ha traído loca -exhaló un suspiro-. En algunos momentos he sospechado de todo el mundo: Derek, Scott, Amber... hasta de Ash y Andrew. Me estaba desquiciando.

Zac: A mí no me has nombrado -dijo mientras miraba el cigarro que tenía en la mano-.

Ness: No, ya te dije por qué.

Zac: Cierto, con un extraño halago que había olvidado -murmuró-. Debería haberte contado antes a qué me dedico. Habrías dormido mejor -añadió mientras se inclinaba para darle un beso-.

Ness: No te preocupes tanto por lo que duermo. Conseguirás que crea que tengo unas ojeras espantosas.

Zac: ¿Dormirás un poco si te digo que sí estás espantosa? -la provocó después de hacerle una caricia en el cuello-.

Ness: No, pero te ganarás un puñetazo.

Zac: Ah, entonces miento y te digo que estás preciosa -bromeó y se ganó un pequeño codazo en las costillas-. Así que quieres jugar duro -añadió después de apagar el cigarro-.

Zac la volteó hasta situarla debajo. Vanessa forcejeó unos segundos y acabó mirándolo con los ojos bien abiertos.

Ness: ¿Sabes cuántas veces me han clavado contra el suelo como ahora?

Zac: No, ¿cuántas?

Ness: No estoy segura -sonrió-. Pero creo que empieza a gustarme.

Zac: Quizá consiga que te guste más todavía -dijo antes de besarla-.

Esa vez no le hizo el amor con finura, sino salvajemente. Vanessa, tan desesperada como él, se dejó gobernar por la pasión. El miedo a que fuese la última vez que estaba con Zac multiplicó su deseo. Y el deseo encendió una mecha dentro de él.

Recorrió su cuerpo con las manos a toda velocidad. La besó con fiereza. Vanessa se dejó consumir por las llamas sin pensarlo dos veces. Buscó los labios de Zac al tiempo que sus manos se estiraban, ansiosas por tocarlo y excitarlo.

Nunca se había sentido tan ágil. Era como si pudiese fundirse en el cuerpo de Zac a cada instante, para separarse y volverlo loco un segundo después. Sabía que estaba excitado. Lo notaba en cómo respiraba, en la tensión de sus músculos, en la humedad de su piel. Ella también sudaba, de nuevo, en armonía con Zac.

Arqueó la espalda hacia éste, exigiendo más que ofreciéndose. Le clavó los dedos en la cabeza y lo empujó hacia abajo para que posara la boca sobre sus pechos. Al sentir el primer mordisco, gimió. Dio un pequeño grito, pero quiso más. Y él le dio más, al tiempo que tomaba.

Pero a Vanessa no le bastaba con su propio placer. Quería hacer saltar por los aires el poco autocontrol que aún conservaba Zac. Quería que perdiese la cordura. Y lo acarició con maestría, deprisa. Le clavó los dientes sobre la piel, lo oyó gruñir y soltó una risa gutural. Zac contuvo la respiración cuando lo agarró por debajo de la cintura. Supo que no tardaría en explotar. Arremetió una última vez y Vanessa sintió que el sol estallaba en mil fragmentos.


Más tarde, mucho más tarde, cuando supo que su tiempo junto a Vanessa había terminado, Zac la besó con ternura.

Ness: Te vas -dijo obligándose a no agarrarlo para impedírselo-.

Zac: Pronto. Dentro de poco tendré que acompañarte a la villa -se sentó sobre la cama y la incorporó también a ella-. Quédate dentro. Cierra todas las puertas y echa el cerrojo. Diles a los criados que no dejen pasar a nadie. A nadie.

Vanessa trató de prometérselo, pero no logró formar las palabras:

Ness: ¿Vendrás cuando termines?

Zac sonrió y le acarició un rizo que tenía junto a la oreja.

Zac: Treparé hasta tu terraza si hace falta.

Ness: Te esperaré despierta y te abriré la puerta.

Zac: Afrodita, ¿qué ha sido de tu romanticismo? -dijo tras darle un beso en la muñeca-.

De pronto, Vanessa se lanzó a sus brazos y lo apretó.

Ness: No iba decirlo. Me había prometido que no lo diría -dijo y tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que se le saltaran las lágrimas-. Ten cuidado. Por favor, por favor, ten cuidado. Tengo mucho miedo por ti.

Zac: No, no lo tengas -notó que empezaban a escapársele las lágrimas-. No llores por mí.

Ness: Perdona -pestañeó-. No te estoy ayudando.

Zac la apartó y la miró a los ojos, brillantes de llanto no vertido.

Zac: No me pidas que no vaya, Vanessa.

Ness: No -dijo tras tragar saliva-. No te lo pido. Pero no me pidas tú que no me preocupe.

Zac: Es la última vez -aseguró-.

Sus palabras la estremecieron, pero consiguió mantenerle la mirada:

Ness: Sí, lo sé.

Zac: Espérame -dijo antes de abrazarla de nuevo-. Espérame -repitió, temeroso de perderla-.

Ness: Con una botella del mejor vino de Scott -le prometió con voz firme-.

Zac: Pero antes brindemos con champán. Ahora -le dio un beso en una sien-. Por mañana.

Ness: Sí -esbozó una sonrisa que casi logró iluminarle los ojos-. Brindemos por mañana.

Zac: Espera un segundo -le dio otro beso y la dejó reposando sobre la almohada-. Bajo y subo con una botella.

Vanessa esperó a que la puerta se cerrase para hundir la cara en la almohada.




¡Qué bonito!
¡Zac, vuelve sano y salvo o a Vanessa le da algo! XD

¡Gracias por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Besis!

HAPPY HALLOWEEN! >=D

sábado, 22 de octubre de 2016

Capítulo 11


Los vaqueros seguían mojados cuando Vanessa se los puso sonriente.

Ness: Estaba tan furiosa contigo que me metí en el agua totalmente vestida.

Zac se abrochó el botón de sus pantalones.

Zac: El sentimiento era recíproco.

Vanessa giró la cabeza y lo miró levantarse y, desnudo de cintura para arriba, sacudir como podía la arena de la camisa. Un brillo travieso iluminó los ojos de ella. Se acercó, le puso las manos sobre el torso, se tomó su tiempo, disfrutó acariciándolo hasta entrelazar las manos tras la nuca de Zac, y le dijo:

Ness: ¿Sí?, ¿te ponía furioso pensar que el medallón era de un amante que estaba esperándome en Estados Unidos?

Zac: No -mintió con una sonrisa de indiferencia. Luego agarró la camisa por sendas mangas y la utilizó para rodear la cintura de Vanessa y acercársela un poco más-. ¿Por qué iba a importarme?

Ness: Ah, bueno -le dio un mordisquito en el labio inferior-. Si te da igual, entonces no te molestará que te hable de Jack.

Zac: Mejor que no -murmuró antes de devorarle la boca. A pesar de que tenían los labios pegados, Zac oyó las risas ahogadas de Vanessa-. Eres una bruja. Parece que me prefieres cuando estoy enfadado -añadió justo antes de aumentar la presión del beso hasta que las risas se tornaron en un mero suspiro-.

Ness: Te prefiero -contestó sin más al tiempo que apoyaba la cabeza sobre el hombro de Zac-.

Éste la rodeó en un abrazo fuerte y posesivo. Aun así, sabía que la fuerza no bastaría para retenerla.

Zac: Eres una mujer peligrosa -murmuró-, Lo supe la primera vez que te vi.

Vanessa soltó una risotada y echó la cabeza hacia atrás:

Ness: La primera vez que me viste me llamaste gata salvaje.

Zac: Y lo eres -dijo al tiempo que buscaba una vez más los labios de Vanessa-.

Ness: Ojalá se detuviese el tiempo -comentó. De pronto, notó que el corazón se le había acelerado-. Que se parara en este momento y no hubiese un mañana. No quiero que salga el sol.

Zac hundió la cara en el cabello de Vanessa. Se sentía culpable. La había atemorizado desde el primer instante. Aun amándola, sólo había conseguido asustarla. No tenía derecho a decirle que su corazón le pertenecía si quería aceptarlo. Si lo hacía, Vanessa podría empezar a rogarle que abandonara su responsabilidad y dejase aquel trabajo a medio terminar. Y él haría lo que le pidiese, estaba seguro. Y nunca más volvería a sentirse hombre.

Zac: No desees que la vida se detenga -dijo por fin-. El sol saldrá mañana y luego volverá a ponerse. Y cuando vuelva a salir, tendremos todo el tiempo del mundo para nosotros.

Tenía que confiar en él, no le quedaba más remedio que creer que estaría a salvo... que en poco más de veinticuatro horas Zac pondría fin a esa vida de peligros que tantos años llevaban acechándolo.

Ness: Ven conmigo ahora -levantó la cabeza y sonrió. Preocuparse no le serviría de nada-. Ven conmigo a la villa y vuelve a hacerme el amor.

Zac: Me tientas, Afrodita -se inclinó y le besó ambas mejillas en un gesto que a Vanessa le resultó insoportablemente delicado y dulce-. Pero estás cansada. Te dormirías de pie si te dejara. Ya habrá más noches. Te acompaño.

Vanessa dejó que la condujese hacia las escaleras de la playa.

Ness: Puede que no te sea tan fácil como crees dejarme sola una vez que estemos en la villa -comentó sonriente-.

Zac soltó una risotada y la apretó contra un costado mientras seguían andando.

Zac: Fácil no, pero...

De pronto, levantó la cabeza como si estuviese olisqueando el aire. Aguzó la vista y barrió con la mirada los acantilados.

Ness: Zachary, ¿qué...?

Pero él le tapó la boca con una mano al tiempo que, de nuevo, la ocultaba bajo la sombra de los cipreses. Vanessa sintió que el corazón se le subía a la garganta, una vez más, pero esa vez no forcejeó.

Zac: Estate quieta y no hables -susurró. Le quitó la mano de la boca y le apoyó la espalda contra el tronco de un árbol-. Ni una palabra, Vanessa.

Ella asintió, pero Zac no estaba mirándola. Sus ojos estaban clavados en los acantilados. De pie bajo los cipreses, observaba y esperaba. Entonces volvió a oírlo: el leve roce de una bota sobre las rocas. Se puso tenso y escudriñó los alrededores hasta que por fin vio la sombra. De modo que había salido a recoger la mercancía, se dijo Zac apretando los labios mientras veía la silueta negra deslizándose por las peñas. Pues no iba a encontrarla, le dijo a la sombra en silencio.

Zac: Vuelve a la villa y quédate ahí -e dijo a Vanessa tras regresar sigilosamente a su lado-.

La calidez que había encontrado en su voz minutos antes había dado paso a una expresión fría y calculadora.

Ness: ¿Qué has visto? ¿Qué vas a hacer?

Zac: Haz lo que te digo -la agarró por un brazo y la empujó hacia las escaleras de la playa-. Vete rápido, no tengo tiempo que perder. O le perderé la pista.

Era él. Vanessa sintió un escalofrío. Tragó saliva.

Ness: Voy contigo.

Zac: No digas tonterías -la empujó de nuevo-. Vuelve a la villa, mañana te cuento -añadió impaciente-.

Ness: No -se soltó-. He dicho que voy contigo y voy contigo. No puedes impedírmelo.

Estaba de pie, con los brazos en jarras, y los ojos le brillaban con una mezcla de temor y determinación. Zac maldijo, consciente de que cada segundo que permanecía junto a ella estaba un segundo más lejos de alcanzar al hombre.

Zac: No tengo tiempo para...

Ness: Entonces no lo pierdas discutiendo -atajó con calma-. Voy contigo.

Zac: Lo que tú quieras.

Zac se dio la vuelta y echó a andar. No aguantaría ni cinco minutos sobre las rocas sin zapatos, pensó. Volvería a la villa cojeando en menos de diez. Aceleró el paso sin esperarla. Vanessa apretó los dientes y se apresuró para seguir el ritmo de Zac.

Tras subir las escaleras de la playa, comenzó el ascenso de los acantilados sin prestar atención a Vanessa. Miró hacia el cielo y lamentó que la noche fuese tan clara. Una nube ocultando la luna le permitiría arriesgarse y acercarse al hombre que perseguía. Se apoyó en un peñasco y siguió escalando. Unas piedrecillas se aflojaron y cayeron. Miró hacia abajo y lo sorprendió ver que Vanessa no se había rezagado.

Maldita mujer, pensó con tanta exasperación como admiración. Sin decir palabra, le tendió una mano y la ayudó a encaramarse junto a él.

Zac: Idiota -tenía ganas de atarla y besarla al mismo tiempo-. Vuelve a la villa. No tienes zapatos.

Ness: Tú tampoco.

Zac: Testaruda.

Ness: Sí.

Zac soltó un exabrupto y continuó el ascenso. No podía arriesgarse a ir por el camino abierto bajo la luz de la luna, de modo que siguió avanzando entre las rocas. Aunque no podría ver a su presa, sabía adonde se dirigía.

Vanessa se golpeó el talón de un pie con una roca y se mordió un labio para no gritar. Cerró los ojos con fuerza para reprimir el dolor y siguió adelante. No era momento para quejarse. No estaba dispuesta a dejar que Zac se fuese sin ella.

Éste se detuvo ante un peñasco difícil de abordar para considerar las opciones que tenía. Rodearlo llevaría demasiado tiempo. Si hubiera estado solo... y armado, se habría arriesgado a salir al camino. Con suerte, el hombre al que perseguía le sacaría suficiente ventaja y, si se sentía confiado, no miraría hacia atrás. Pero no estaba solo, pensó disgustado. Y sólo tenía sus manos para proteger a Vanessa si los descubrían.

Zac: Escúchame -susurró con la esperanza de asustarla al tiempo que la agarraba por los hombros-. Ese tipo ha matado... y ha matado más de una vez, te lo prometo. Cuando descubra que el opio no está donde espera, sabrá que lo han seguido. Vuelve a la villa.

Ness: ¿Quieres que llame a la policía? -preguntó con calma, aunque Zac había conseguido asustarla-.

Zac: ¡No! -exclamó más alto de lo prudente-. No puedo perder esta oportunidad de ver quién es... Vanessa, no estoy armado. Si él...

Ness: No voy a irme, Zachary. Pierdes el tiempo.

Zac maldijo de nuevo, pero consiguió no perder los nervios.

Zac: Está bien. Pero harás exactamente lo que te diga o te prometo que te dejaré inconsciente y te esconderé detrás de una roca.

Vanessa no dudó que hablaba en serio.

Ness: Adelante -dijo, de todos modos, alzando la barbilla-.

Zac subió a la loma que el camino atravesaba. Antes de darse la vuelta para poder ayudarla, Vanessa ya se las había ingeniado para encaramarse también ella. La miró a los ojos y pensó que era el sueño de cualquier hombre: una mujer fuerte, bella y leal. Le agarró una mano y aceleró el paso, ansioso por recuperar el tiempo que había perdido discutiendo con ella. Cuando sintió que llevaban demasiado tiempo descubiertos, abandonó el camino para regresar de nuevo a las rocas.

Ness: ¿Adónde va? -susurró entrecortadamente-.

Zac: A una pequeña gruta cerca de la casa de Stevos. Piensa que va a recoger la mercancía de anoche -dijo sonriente-. No encontrará el opio y le empezarán a entrar sudores. Ahora agáchate, ni una palabra más.

Vanessa se fijó en la noche tan hermosa que hacía bajo la luz de la luna. El cielo, de terciopelo, estaba cuajado de estrellas. Hasta los arbustos de maleza que crecían entre las peñas le parecían tener cierto encanto etéreo. El mar los arrullaba a lo lejos. Un búho cantó satisfecho. Vanessa pensó que también habría flores azules cerca. Pero no podía mirar. Permaneció quieta hasta que Zac le dio permiso para arrastrarse unos metros.

Zac: Es ahí arriba. Quédate aquí -le ordenó-.

Ness: No...

Zac: No discutas -atajó-. Me moveré más rápido sin ti. No te muevas y no hagas ningún ruido.

Antes de que pudiera contestar, se había alejado, reptando sobre el suelo. Vanessa lo observó hasta que su cuerpo quedó tapado por una cadena de rocas. Luego, por primera vez desde que habían iniciado la persecución, se puso a rezar.

Zac sabía que no podía precipitarse. Si calculaba mal el momento, se encontraría cara a cara con su presa. La detención tendría lugar la siguiente noche, pero necesitaba saber a quién había estado persiguiendo durante seis meses. Era una tentación irresistible.

Había más rocas y árboles tras los que ocultarse. Zac los utilizó mientras se acercaba a la casa del asesinado. Se notaba que habían quitado la maleza para montar un jardín, pero al final no habían llegado a plantar nada. Zac se preguntó qué habría sido de la mujer que a veces compartía la cama de Stevos y le lavaba las camisas. Entonces volvió a oír el roce de una pisada sobre una roca. Estaba a menos de cien metros, calculó al tiempo que avanzaba hacia la boca de la cueva.

Oyó movimiento en el interior. Zac se cubrió con una roca y esperó paciente, atento. El grito furioso que resonó en la cueva fue como una inyección de placer. Oyó entonces que el hombre hacía más ruido, como si se moviese con nerviosismo. Debía de estar buscando la mercancía, concluyó Zac sonriente. Estaría tratando de descubrir alguna señal que indicase que le habían robado. Pero no, los paquetitos blancos que tanto extrañaba no habían llegado a la cueva.

Entonces lo vio: salió de la gruta... todo de negro, todavía enmascarado. «Quítate la máscara», le ordenó Zac en silencio. Tenía que quitársela para poder verle la cara.

El hombre estaba de pie, a la sombra, en la boca de la cueva. Estaba iracundo. Giró la cabeza a un lado y otro como si estuviera buscando algo... o a alguien.

Oyeron el ruido al mismo tiempo. Unas piedrecillas desprendidas, el frufrú de un arbusto. ¡Santo cielo, Vanessa!, pensó Zac mientras se levantaba y salía de su escondite. Entonces la vio: vio la pistola que el enmascarado llevaba en la mano. Luego lo vio a él fundirse entre las sombras.

Con el corazón desbocado, Zac se dispuso a atacarlo. Podía pillarlo desprevenido, pensó, ganar suficiente tiempo para gritar y avisar a Vanessa de que huyera. Tuvo miedo... no por su propia integridad, sino de pensar que no fuese a correr suficientemente deprisa.

El arbusto que había en medio del camino se movió. Zac se dispuso a saltar.

De pronto, una cabra más glotona que inteligente salió del matorral y se marchó en busca de alguna rama más suculenta.

Zac se ocultó tras la roca, furioso por estar temblando. Aunque Vanessa no había hecho más que lo que él le había ordenado, la maldijo con todas sus fuerzas.

De pronto, el hombre enmascarado blasfemó, enfundó la pistola y avanzó hacia el camino. Al pasar por delante de Zac, se quitó la máscara.

Y Zac le vio la cara, los ojos, y lo supo.


Vanessa seguía acurrucada tras la roca donde Zac la había dejado, abrazándose las rodillas contra el pecho. Tenía la sensación de llevar una eternidad esperando. Estaba atenta a cualquier sonido: al susurro del viento o el suspiro de las hojas. El corazón no había dejado de azotarla desde que se había quedado sola.

Nunca más, se prometió Vanessa. Nunca más volvería a quedarse sentada. Nunca más volvería a quedarse a la espera, temblando, al borde del llanto. Si pasaba algo... prefirió no completar el pensamiento. No pasaría nada. Zac volvería en cualquier momento. Pero el tiempo pasaba y Zac no regresaba...

Cuando apareció a su lado, tuvo que contener un grito. Vanessa había creído que tenía el oído bien abierto y, sin embargo, la llegada de Zac la había sorprendido. Ni siquiera pronunció su nombre; sólo se lanzó a sus brazos.

Zac: Se ha ido.

Luego la besó como si estuviese muriéndose de hambre. Todos los miedos de Vanessa se disiparon, uno a uno, hasta que en su corazón no hubo sino un pozo inagotable de amor.

Ness: Zachary, tenía tanto miedo por ti... ¿Qué ha pasado?

Zac: No se ha alegrado -comentó sonriente al tiempo que se levantaban-. No, no le ha hecho ninguna gracia.

Ness: Pero has visto quién...

Zac: Nada de preguntas -la hizo callar con otro beso, como si la aventura no hubiese hecho más que empezar. Luego la llevó hacia el camino, bajo la luna-. No quiero tener que volver a mentirte. Y ahora, bruja valiente y testaruda, te acompaño a la villa. Mañana, cuando los pies te duelan tanto que no puedas tenerte en pie, me echarás la culpa.

No le sacaría más información, comprendió Vanessa. Y quizá fuese mejor así por el momento.

Ness: Quédate en mi cama esta noche -dijo sonriente mientras le pasaba un brazo alrededor de la cintura-. Si te quedas una hora más, no te echaré la culpa.

Zac soltó una risotada y le acarició el cabello.

Zac: ¿Qué hombre puede resistirse a un ultimátum así?


Vanessa despertó al oír que llamaban suavemente a la puerta. La pequeña asistenta asomó la cabeza.

Tina: Perdona, llaman de Atenas.

Ness: Oh... gracias, Tina. Voy enseguida -se levantó corriendo y fue al teléfono que había en el salón-. ¿Diga?

Ash: ¿Te he despertado? Son las diez pasadas.

Ness: ¿Ash? -trató de despejarse-.

Al final, no se había dormido hasta entrado el amanecer.

Ash: ¿Conoces a alguien más que esté en Atenas?

Ness: Estoy un poco dormida -reconoció. Bostezó y sonrió al recordar la noche-. Anoche estuve bañándome en la playa. Una delicia.

Ash: Pareces contenta -comentó-. Bueno, ya hablaremos. Te llamaba porque voy a tener que quedarme aquí un día más. Lo siento mucho, Vanessa. Los médicos son optimistas, pero Amber sigue en coma. No puedo dejar que Scott se enfrente a esto solo.

Ness: Por favor, no te preocupes por mí. Yo sí que lo siento, Ash. Sé que esto está siendo muy duro para los dos -recordó que Amber estaba involucrada en la red de contrabando y sintió una nueva oleada de compasión-. ¿Cómo está Scott? Parecía destrozado cuando se fue.

Ash: Le sería más fácil si la familia entera no lo mirara pidiéndole explicaciones. Es horrible, Vanessa. No sé qué va a ser de la madre de Amber si se muere.

Ness: Pero dices que los médicos son optimistas.

Ash: Sí, está equilibrando las constantes vitales, pero...

Ness: ¿Y Derek?, ¿está bien?

Ash: Dentro de lo posible -suspiró-. No sé cómo he sido tan ciega para no darme cuenta de lo que sentía por ella. Casi no se ha apartado de su cama. Si Scott no lo hubiera obligado a descansar bien, creo que anoche habría dormido en una silla junto a ella, en vez de irse a casa. Aunque no creo que haya pegado ojo, a juzgar por el aspecto que tenía esta mañana.

Ness: Por favor, dale un abrazo muy fuerte de mi parte... y otro a Scott -se sentó en una silla que había junto al teléfono-. Me siento tan impotente. Ojalá pudiera hacer algo.

Ash: Tú espera ahí a que vuelva. Y disfruta de la playa por mí. Diviértete. Si vas a salir a darte baños por la noche, búscate un hombre que te acompañe -dijo en tono más desenfadado, aunque Vanessa notó que era una alegría forzada-. ¿O ya lo has encontrado? -añadió al ver que su amiga se quedaba en silencio-.

Ness: Pues... -sonrió-.

Ash: ¿No me digas que te has fijado en cierto poeta?

Ness: No.

Ash: Entonces tiene que ser Zac -concluyó-. Fíjate. Y sólo he tenido que invitarlo a cenar.

Vanessa enarcó una ceja y se sorprendió sonriendo. ¡Si Ash supiera!

Ness: No sé de qué hablas.

Ash: Ya, bueno, ya hablaremos mañana. Pásalo bien. Tienes mi teléfono si me necesitas para lo que sea. Y hay un vino excelente en la bodega -añadió y su voz pareció alegre de verdad-. Si te apetece tomar algo especial esta noche... sírvete.

Ness: Gracias, Ash, pero...

Ash: Y no te preocupes por mí ni por ninguno de nosotros. Todo va a salir bien. Lo sé. Dale un beso a Zac.

Ness: Lo haré.

Ash: Ya lo sabía yo -dijo de buen humor-. Hasta mañana -se despidió-.

Vanessa colgó el teléfono sonriente.


Peter: Así que después de unos cuantos vasos de licor de anís, Mikal se soltó la lengua -dijo al tiempo que se acariciaba el bigote-. Me dio dos fechas: la última semana de febrero y la segunda de marzo.

Zac hojeó los informes que tenía sobre la mesa.

Zac: Y Scott estuvo en Roma desde finales de febrero a principios de abril -dijo sonriente-. Lo cual lo descarta. Después de la llamada que acabo de recibir de Atenas, diría que es seguro que no tiene nada que ver en esto. Es decir, nuestro hombre trabaja solo.

Peter: ¿Qué te han dicho en Atenas?

Zac: Han terminado la investigación sobre él. No tiene antecedentes. Han investigado sus llamadas de teléfono, su correspondencia, todo -se recostó en la silla-. Estoy seguro de que, después de perder el anterior cargamento, hará el viaje esta noche. No querrá que se le escape otro alijo. Lo detendremos esta misma noche.

Peter: Anoche estuviste fuera hasta muy tarde -comentó entonces mientras se llenaba una pipa-.

Zac: ¿Esperas despierto hasta que vuelvo? -preguntó enarcando una ceja-. Hace mucho que no tengo doce años.

Peter: Y te has despertado de muy buen humor -continuó vertiendo el tabaco con cuidado-. Hace días que no estás tan alegre.

Zac: Deberías alegrarte de que se me haya pasado el mal genio. Claro que estás acostumbrado a él, ¿verdad, amigo?

Peter se encogió de hombros.

Peter: A la señorita estadounidense le gusta mucho pasear por la playa. ¿Es posible que te la encontraras anoche?

Zac: La edad te está volviendo muy sabio, Peter -encendió una cerilla y la acercó a la pipa de su amigo.

Peter: No soy tan viejo como para no reconocer la mirada de un hombre satisfecho tras una noche de placer. Una mujer muy bonita. Y fuerte.

Zac: Ya lo habías comentado, sí -dijo sonriente-. Dime, Peter, ¿tampoco eres tan viejo como para tener fantasías con mujeres bonitas y fuertes?

Peter: Hay que estar muerto para no tener fantasías con mujeres así. Y yo seré mayor, pero estoy muy vivo.

Zac: Mantente a distancia -le advirtió sonriente-. Es mía -añadió mientras sacaba un cigarrillo-.

Peter: Y está enamorada de ti.

Zac se quedó paralizado. Su sonrisa se desvaneció.

Zac: ¿Por qué lo dices?

Peter: Porque es verdad, lo he visto -respondió Peter mientras aspiraba de la pipa-. Puede que tú no te hayas dado cuenta, pero no es extraño: a menudo no vemos lo que tenemos delante de las narices. ¿Cuánto tiempo más va a estar sola?

Zac frunció el ceño y miró los papeles que había sobre la mesa.

Zac: No estoy seguro. Otro día al menos, según cómo esté Amber. Enamorada de mí -repitió poco convencido-.

Sabía que se sentía atraída, que le importaba... quizá más de lo que le convenía. Pero enamorada... Nunca se había permitido considerar esa posibilidad.

Peter: Esta noche estará sola -continuó divertido con la expresión atónita de Zac-. Sería bueno que no saliese de la villa. Si algo no sale como esperamos, correrá menos peligro.

Zac: Ya he hablado con ella. Sabe lo suficiente para entender la situación -sacudió la cabeza. Ese día, más que ningún otro, tenía que estar despejado-. Ya es hora de que informemos al capitán Trípolos. Llama a Mitilini.


Vanessa disfrutó de un desayuno tardío en la terraza y jugueteó con la idea de salir a pasear a la playa. Quizá se encontrara con Zac, pensó. Podía llamarlo y pedirle que fuese. Pero no, decidió, y se mordió el labio inferior al recordar todo lo que Zac le había contado. Si esa noche era tan importante como él pensaba, necesitaría estar tranquilo. Vanessa deseó saber más. Deseó saber qué iba a hacer Zac. ¿Y si lo herían o...? Prefirió no terminar de dar forma al pensamiento y deseó, también, que ya fuese el día siguiente.

Tina: El capitán de Mitilini está aquí -anunció de repente la asistenta-. Quiere hablar contigo.

Ness: ¿Qué? -tragó saliva-.

Si Zac hubiese hablado con él, Trípolos no habría ido a verla, pensó a toda velocidad. Tal vez Zac no estaba preparado todavía. ¿Qué podía querer de ella el capitán?

Ness: Dile que he salido -respondió por fin-. Dile que me he ido a la playa.

Tina. De acuerdo -la asistenta aceptó la orden sin preguntas y vio a Vanessa salir disparada de la terraza-.

Por segunda vez, Vanessa subió el empinado camino del acantilado. En esa ocasión sabía adonde se dirigía. Alcanzó a ver el coche oficial de Trípolos aparcado a la entrada de la villa mientras doblaba el primer recodo. Aumentó el ritmo y echó a correr hasta estar segura de que el capitán no podría verla.

Alguien la vio, sin embargo. Las puertas de la villa de Zac se abrieron antes de que llegara a llamar. Zac salió a recibirla.

Zac: Tienes que estar en muy buena forma para subir la colina a esa velocidad.

Ness: Muy gracioso -dijo casi sin aliento mientras se lanzaba en sus brazos-.

Zac: ¿No podías estar lejos de mí o pasa algo malo? -la estrechó contra el pecho unos segundos y luego la separó lo justo para poder mirarla a la cara-.

Estaba sofocada por la carrera, pero no parecía asustada.

Ness: Trípolos está en la villa -se llevó la mano al corazón mientras recuperaba el resuello-. Quería hablar conmigo. He salido por la puerta trasera porque no sabía qué podía decirle. Zachary, tengo que sentarme. Esta colina es muy empinada.

Él la miró en silencio. Vanessa se dio cuenta de que estaba examinando su rostro, rió y se apartó un mechón que le caía sobre los ojos.

Ness: ¿Por qué me miras así?

Zac: Intento ver lo que tengo delante de los ojos.

Ness: Pues qué vas a tener: me tienes a mí, tonto -dijo riéndose-. Pero me voy a desmayar de agotamiento de un momento a otro.

Zac sonrió, la levantó con un brazo y la apretó contra el corazón. Ella le rodeó el cuello mientras Zac bajaba la boca para besarla.

Ness: ¿Qué haces? -preguntó cuando Zac la dejó respirar-.

Zac. Tomar lo que es mío.

Volvió a apoderarse de sus labios. Despacio, casi con pereza, empezó a deslizar la lengua por el perímetro de su boca hasta que notó a Vanessa temblar. Zac se prometió que cuando todo aquello terminara, volvería a besarla, justo así: con calma, bajo el sol que les acariciaba la piel. Pero también la besaría antes de que saliese el sol, esa misma noche, en cuanto finalizase el trabajo que tenía que hacer.

Zac: Así que el capitán ha ido a verte -comentó tras obligarse a separarse de ella-. Es un hombre muy tenaz.

Vanessa respiró profundamente para recuperarse de la intensidad del beso.

Ness: Me dijiste que ibas a hablar con él hoy, pero no sabía si ya lo habías hecho. No sabía si ya tenías la información que estabas esperando. Y, para ser sincera, soy una cobarde y no quería volver a vérmelas con él.

Zac: ¿Cobarde tú, Afrodita? En absoluto -apoyó una mejilla sobre la cara de ella-. He llamado a Mitilini. Y le he dejado un mensaje a Trípolos. Después de hablar con él, debería olvidarse de ti.

Ness: No sé si lo superaré -murmuró con ironía y Zac la besó de nuevo-. ¿Te importa bajarme al suelo? No puedo hablar contigo así.

Zac: A mí me gusta -la llevó al salón sin bajarla al suelo-. Peter, creo que a Vanessa le vendrá bien algo fresco. Se ha dado una buena carrera.

Ness: No, no me apetece nada. Peter -dijo un poco avergonzada ante la sonrisa de Peter. Cuando éste se hubo marchado, se dirigió a Zac-. Si sabes quién es el jefe de la red, ¿por qué no avisas ya al capitán Trípolos y que lo detenga?

Zac: No es tan sencillo. Queremos atraparlo infraganti, con el alijo en su poder. También hay que ocuparse de limpiar el sitio de la colina donde guarda la mercancía antes de embarcarla. Esa parte se la dejaré a Trípolos.

Ness: ¿Y tú qué vas a hacer?

Zac: Lo que tenga que hacer.

Ness: Zachary...

Zac: Vanessa -lo interrumpió. La puso sobre el suelo y luego colocó las manos sobre sus hombros-. Es mejor que no te dé detalles. Déjame acabar esto sin meterte más de lo que ya te he metido.

Luego bajó la cabeza y la besó con una gentileza poco habitual en él. La atrajo contra el pecho, pero con suavidad, como si estuviese sujetando algo precioso. Vanessa sintió que se le derretían los huesos.

Ness: Se te da bien cambiar de tema -murmuró-.

Zac: Después de esta noche, será el único tema que me interese. Vanessa...

Peter: Mil perdones -interrumpió desde la entrada del salón. Zac lo miró con cara de fastidio-.

Zac: Lárgate, viejo.

Ness: ¡Zachary! -se separó de Zac y le lanzó una mirada de reproche-. ¿Siempre ha sido tan grosero, Peter?

Peter: Siempre, señorita. Desde que se chupaba el pulgar.

Zac: Peter -dijo en tono de advertencia, pero Vanessa se echó a reír y le dio un beso-.

Peter: El capitán Trípolos quiere disponer de unos minutos de su tiempo, señor Efron -dijo con sumo respeto, sonriente-.

Zac: Dame un momento y luego hazlo pasar. Y trae los expedientes del despacho.

Ness: Zachary -se agarró al brazo derecho de él-. Deja que me quede contigo. No me entrometeré.

Zac: No -respondió tajantemente. Vio que le había hecho daño por su rudeza y suspiró-. Vanessa, no podría aunque quisiera. Esto no puede salpicarte. No puedo permitir que te salpique. Es muy importante para mí.

Ness: No vas a echarme -se resistió encorajinada-.

Zac: No estoy bajo la misma presión que anoche -la miró con frialdad-. Y te voy a echar.

Ness: No me iré -insistió y él enarcó una ceja-.

Zac: Harás exactamente lo que te diga.

Ness: Ni hablar.

Zac sintió un chispazo de furia; el chispazo prendió, ardió unos segundos y se apagó con una risa.

Zac: Eres una mujer exasperante, Afrodita -la acercó y le rozó los labios con la boca-. No tengo tiempo para discutir, así que te pido que me esperes arriba.

Capitán: Señor Efron. Ah, señorita Hudgens -Trípolos irrumpió en el salón antes de que Vanessa pudiese retirarse-. Qué oportuno. Justo había ido a buscarla a la villa de los Tisdale cuando me llegó el mensaje del señor Efron.

Zac: La señorita Hudgens ya se va. Estoy seguro de que convendrá en que su presencia no es necesaria. El señor Adonti, de Atenas, me ha pedido que hable con usted de cierto tema.

Capitán: ¿Adonti? -repitió Trípolos. Zac advirtió una mezcla de sorpresa e interés en el capitán-. Así que conoce la organización del señor Adonti.

Zac: Lo conozco bien. Hace años que trabajamos juntos.

Capitán: Entiendo -Trípolos estudió el rostro de Zac con atención-. ¿Y la señorita Hudgens?

Zac: La señorita Hudgens eligió un mal momento para visitar a unos amigos -dijo al tiempo que la agarraba por un brazo-. Eso es todo. Si me disculpa, voy a acompañarla un momento. Puede servirse lo que quiera mientras espera -añadió apuntando hacia el mueble bar-.

Luego sacó a Vanessa al pasillo.

Ness: Parecía impresionado con el nombre que has dejado caer -comentó-.

Zac: Olvídate de ese nombre. Nunca lo has oído.

Ness: De acuerdo -aceptó sin vacilar-.

Zac: ¿Qué he hecho para merecer la confianza que me das? -preguntó de repente-. Te he hecho daño una y otra vez. No podría compensarlo en toda una vida.

Ness: Zachary...

Zac: No -la interrumpió negando con la cabeza. Luego se mesó el pelo con una mano-. No tenemos tiempo. Peter te acompañará arriba -añadió frustrado-.

Peter: Como quiera -accedió, de pie por detrás de ellos. Le entregó una carpeta y giró hacia las escaleras-. Por aquí, señorita.

En vista de que Zac ya había regresado al salón, Vanessa siguió a su amigo sin decir palabra. Peter la acompañó a una salita de estar pegada al dormitorio principal.

Peter: Aquí estará cómoda. Ahora le traigo un café.

Ness: No. Gracias, Peter -lo miró preocupada-. Todo va a salir bien, ¿verdad?

Peter sonrió haciendo temblar sus bigotes.

Peter: ¿Lo duda? contestó antes de cerrar la puerta y marcharse-.




A Vanessa le da igual todo, no le importa que su vida esté en peligro... No sé si catalogarlo de romántico o inconsciente XD

¡Gracias por los coments!
¡Comentad, please!

¡Besis!


martes, 18 de octubre de 2016

Capítulo 10


La villa susurraba y temblaba como una mujer anciana. A pesar de todas las promesas que se había hecho por la mañana, Vanessa no podía dormir. Daba vueltas y más vueltas en la cama y se despertaba sobresaltada en cuanto lograba conciliar el sueño. Para Zac era muy fácil colarse en su cabeza mientras dormía. Se había obligado a no pensar en él durante el día y no se rendiría por unas pocas horas de descanso.

Sin embargo, despierta y sola, se le vino a la memoria la cala: la cara bajo el agua, la colilla de tabaco negro. Y el rostro de Amber, pálida, casi sin vida, con el pelo cayendo hasta casi tocar el suelo.

¿Por qué no conseguía librarse de la sospecha de que la sobredosis de Amber estaba relacionada con la muerte del pescador?

Había demasiado espacio, demasiado silencio en la villa para soportarlo en soledad. Hasta el aire parecía caliente y opresivo. Cuando la fatiga empezó a vencerla, Vanessa se sumió en un duermevela inconstante, despertando y durmiéndose cada pocos minutos, en esa tierra vulnerable en que ya no se pueden controlar los pensamientos.

Todavía podía oír la voz de Scott, fría y llena de odio, diciéndole que lo mejor que podía ocurrir era que Amber se muriese. Recordó después los ojos de Derek, tan calmados, mientras se llevaba un cigarro negro a los labios. Pensó también en Andrew, sonriendo melancólico mientras esperaba a que llegase su barco. Y en Ash, jurando con vehemencia que protegería a su marido de cualquier cosa y cualquier persona. Luego vio el filo del cuchillo, tan letal. Aunque no aparecía en el sueño, Vanessa sabía que era la mano de Zac la que lo empuñaba.

Vanessa soltó un grito estrangulado, despertó de un respingo y se sentó sobre la cama. No, no podía dormirse. No estando sola. No se atrevía.

Para no darse la oportunidad de pensar, se levantó y se puso unos vaqueros y una camisa. La playa le había proporcionado un poco de paz esa misma tarde. Quizá lograra serenarla también por la noche.

El espacio no la aprisionaba en el exterior. Afuera no había paredes ni habitaciones vacías, sino estrellas y el olor de las flores. Se oía el rumor de las hojas de los cipreses. El miedo iba desinflándose con cada paso que daba. Se dirigió hacia la playa.

La luna estaba casi llena, de un blanco intenso. La brisa procedente del mar era unos grados más fría que el aire que se había concentrado en su habitación. Siguió el camino sin vacilar, sin temor. El instinto le decía que nada malo le ocurriría esa noche.

Después de subirse los bajos de los pantalones, se quedó quieta, dejando que el agua le acariciase los tobillos, cálida y sedosa. Vanessa respiró el aire húmedo del mar. Aliviada, estiró los brazos hacia el cielo.

Zac: ¿Nunca aprenderás a quedarte en la cama?

Vanessa se dio la vuelta y se encontró frente a frente con Zac. ¿La habría estado observando?, se preguntó. No lo había oído acercarse. Enderezó la espalda y lo miró con frialdad. Como ella, llevaba unos vaqueros y estaba descalzo. Tenía la camisa desabotonada, dejando al descubierto su torso. ¿Qué locura la tentaba a lanzarse sobre él? Pero fuese la locura que fuese, consiguió someterla.

Ness: No es asunto tuyo -respondió finalmente-.

También Zac tuvo que contenerse para no agarrarla y hacerle el amor allí mismo. Había estado de pie, insomne junto a la ventana, cuando la había visto salir de casa. Casi por acto reflejo, sin saber lo que hacía, había ido a buscarla. Y Vanessa lo había saludado con la gélida animadversión con que se había despedido de él.

Zac: ¿Se te ha olvidado lo que les pasa a las mujeres que pasean solas por la playa durante la noche? -preguntó en tono burlón al tiempo que le acariciaba el pelo-.

La tocaría si así lo quería, pensó furioso. Nadie se lo impediría.

Ness: Si piensas tumbarme y arrastrarme, te advierto que esta vez morderé y arañaré -dijo después de apartar la cabeza para evitar el contacto de sus dedos-.

Zac: Suena interesante. Pensaba que ya te habrías cansado de la playa por hoy, Afrodita. ¿O estás esperando a Andrew otra vez?

Vanessa dejó pasar la provocación y tampoco hizo caso del cosquilleo que sentía cada vez que la llamaba con ese nombre.

Ness: No espero a nadie. He venido a estar sola. Si me dejas en paz, quizá consiga disfrutar un rato.

Herido, Zac la agarró con tanta fuerza que Vanessa no pudo evitar soltar un quejido de dolor.

Zac: ¡Maldita sea, Vanessa! -exclamó frustrado-. No me retes o me encontrarás. Yo no soy tan cándido como mi primo Andrew.

Ness: Quita las manos de encima -dijo con frialdad. Lo miró a los ojos con tanta serenidad y desprecio como pudo. No podía volver a acobardarse-. Te vendría bien aprender de Andrew... o de Derek. Ellos sí que saben tratar a una mujer -añadió sonriente-.

Zac maldijo en griego con enorme maestría. Incapaz de hacer otra cosa, la apretó con más fuerza, pero esa vez Vanessa no gritó. Se limitó a observar la expresión furiosa de Zac. Parecía un demonio, violento, sin el menor vestigio del hombre que la mayoría creía que era. Le produjo un placer perverso saber que tenía poder para hacerle perder los nervios.

Zac: ¿Así que también te has ofrecido a Derek? -escupió las palabras mientras trataba de recuperar el control mínimamente-. ¿Cuántos hombres necesitas?

Se sintió ofendida, pero no explotó.

Ness: ¿No es curioso que sea tu parte griega la que te domina cuando estás enfadado? Francamente, no entiendo cómo podéis ser familiares Andrew y tú. No os parecéis en nada.

Zac: Disfrutas dándole esperanzas, ¿verdad? -contestó iracundo, disgustado por la comparación. Vanessa apretó los dientes para no gritar de dolor. Se negaba a darle esa satisfacción-. Mujerzuela desalmada. ¿Cuánto tiempo vas a seguir excitándolo?

Ness: ¿Cómo te atreves? -le pegó un empujón. Se llenó de cólera por todas las horas de insomnio y todo el dolor que le había causado-. ¿Cómo te atreves a criticarme por nada? Tú, el de los negocios sucios y las mentiras. Tú que sólo piensas en ti mismo. ¡Te detesto!, ¡odio todo lo que tiene que ver contigo! -añadió al tiempo que pegaba un tirón con el que logró desembarazarse-.

Luego echó a correr hacia el mar, cegada de una ira irracional.

Zac: ¡Estúpida mujer! -la insultó, de nuevo en griego, justo antes de salir tras ella para darle alcance a los pocos metros. El agua llegaba hasta la cintura de Vanessa, la cual, en su intento de escapar, resbaló y cayó sobre él. Zac la sujetó, le dio la vuelta. No podía pensar, no podía razonar-. No creas que voy a suplicar que me perdones. Me da igual lo que sientas: yo hago lo que tengo que hacer, es cuestión de necesidad. ¿Crees que me gusta?

Ness: ¡Me dan igual tus necesidades, tus trapicheos y tus asesinatos! ¡Me da igual todo lo tuyo!, ¡te odio! -le pegó un puñetazo en el pecho y estuvo a punto de perder el equilibrio de nuevo-. Odio todo lo que se acerca a ti. ¡Me odio a mí misma por haber dejado que me tocaras!

Las palabras lo hirieron más de lo que había imaginado. Trató de no recordar cómo se había sentido al estrecharla entre sus brazos, al besarla y sentir que se derretía contra su cuerpo.

Zac: Muy bien. No tienes más que mantenerte alejada y todo irá perfectamente.

Ness: No hay nada que desee más que alejarme de ti -replicó con los ojos vidriosos de rabia-. Ojalá no vuelva a verte ni vuelva a oír tu nombre en la vida.

Zac hizo un esfuerzo sobrehumano por controlarse, pues no había nada que deseara más en aquel instante que estrujarla contra él y suplicarle, como nunca le había suplicado a nadie, por lo que Vanessa estuviese dispuesto a ofrecerle.

Zac: Pues así será, Afrodita. Sigue con tus jueguecitos con Derek, si quieres; pero mucho cuidado con Andrew. Mucho cuidado o te romperé ese cuello tan bonito que tienes.

Ness: No me amenaces. Veré a Andrew tanto como quiera -se apartó el pelo y lo fulminó con la mirada-. No creo que le gustase saber que intentas protegerlo. Me ha pedido que me case con él.

Con un movimiento veloz, levantó a Vanessa y la incrustó contra su pecho. Vanessa pataleó, pero no consiguió nada aparte de terminar los dos calados.

Zac: ¿Qué le has dicho?

Ness: No es asunto tuyo -replicó forcejando. A pesar de que en el agua era escurridiza como las anguilas, no consiguió liberarse-. ¡Suéltame! No puedes tratarme así.

La furia lo estaba devorando. No, se negaba a quedarse de brazos cruzados viendo cómo elegía a otro hombre.

Zac: ¡Qué le has dicho! -repitió en tono imperativo-.

Ness: ¡Que no! -gritó más rabiosa que asustada-. ¡Le he dicho que no!

Zac se relajó. Los pies de Vanessa volvieron a tocar el suelo mientras él componía una sonrisa tensa. De pronto, vio que estaba pálida y se maldijo. ¿Acaso no sabía hacer otra cosa aparte de herirla? ¿Y ella?, ¿tampoco sabía hacer otra cosa aparte de herirlo a él? Si no hubiese tantos obstáculos, si pudiese tirarlos abajo... sería de él.

Zac: De acuerdo. Pero estaré vigilándoos. Andrew es un chico inocente todavía -dijo con voz trémula, aunque Vanessa no tuvo forma de saber si le temblaba de pánico o de rabia. Luego la soltó, consciente de que tal vez fuese la última vez que la tocara-. Supongo que no le has contado lo del amante que has dejado en Estados Unidos.

Ness: ¿Amante? -retrocedió un paso para poner distancia-. ¿Qué amante?

Zac levantó el medallón que colgaba de su cuello y lo soltó antes de ceder a la tentación de arrancárselo de un tirón.

Zac: El mismo que te dio esta chatarra que tanto valoras. Es sencillo adivinar que no estás sola cuando llevas la marca de otro hombre.

Vanessa agarró el pequeño medallón de plata. No había imaginado que pudiera hacerla enfadar más de lo que ya lo estaba. Pero Zac lo había conseguido.

Ness: La marca de otro hombre -repitió con un susurro venenoso-. ¡Típico de ti! A mí nadie me marca, Zachary. Nadie, aunque lo quiera.

Zac: Disculpe usted, Afrodita -se burló-. Era una forma de hablar.

Ness: Me lo dio mi padre -explicó sin soltar el medallón-. Me lo dio cuando tenía ocho años y me rompí un brazo al caerme de un árbol. Es la persona más amable y cariñosa que he conocido. Y tú, Zachary Efron, eres estúpido.

Lo sorteó y echó a andar hacia la orilla, pero Zac reaccionó y la detuvo de nuevo cuando el agua le llegaba a los tobillos. A pesar de sus protestas, la obligó a darse la vuelta y hundió los ojos en los de ella. Casi no podía respirar, pero no era de ira; necesitaba una respuesta y la necesitaba de inmediato, antes de explotar.

Zac: ¿No tienes un amante en Estados Unidos?

Ness: ¡Te he dicho que me sueltes! -gritó-.

Estaba preciosa enfadada. Los ojos le echaban chispas y la piel le brillaba bajo la luna. Levantó la barbilla retándolo a desafiarla. En aquel momento, Zac pensó que podría haber muerto por ella.

Zac: ¿Tienes un amante en Estados Unidos? -le preguntó de nuevo, pero mucho más sereno-.

Ness: No tengo un amante en ninguna parte -contestó orgullosa-.

Zac soltó un gruñido que sonó como un rezo y la levantó de nuevo, pegándola contra su pecho. Tenían la ropa empapada y Vanessa sintió el calor de su cuerpo como si estuviesen desnudos. Contuvo la respiración mientras observaba el brillo triunfal de los ojos de Zac.

Zac: Ahora lo tienes.

Se apoderó de su boca y la dejó sobre la arena.

Fue un beso ardiente, desesperado. Vanessa seguía enfadada, pero aceptó su pasión con avidez. Un segundo después, notó que le estaba quitando la camisa, como si Zac no pudiese soportar la más mínima separación entre ambos.

Vanessa sabía que siempre sería un amante fogoso. Que siempre la amaría con intensidad, sin pensar, sin razonar. Y era una maravilla. No podía negar que lo deseaba. Vanessa echó mano a los botones de la camisa de Zac, deseosa también de estar piel contra piel. Lo oyó reírse con la boca pegada a su cuello.

El bien y el mal habían desaparecido. El deseo era demasiado fuerte. Y el amor. Incluso en medio del fragor, Vanessa supo que lo amaba. Había estado esperando un amor así toda la vida. Y aunque no entendía por qué podía ser Zac el elegido, no era momento para pensarlo. Lo único que sabía era que, por poco que le gustara a que se dedicaba, era a él a quien quería. Lo demás no importaba.

Zac capturó sus pechos desnudos, gruñó y volvió a aplastar los labios contra los de ella. Era tan suave y delicada... Intentó no hacerle ningún moretón, pero la deseaba con un salvajismo que le impedía mantener las riendas. Jamás había querido a una mujer así. No de ese modo. Ni siquiera la primera vez que se había acostado con ella se había sentido con tanto poder.

Vanessa lo estaba consumiendo. Y su boca... ¡Dios!, ¿alguna vez se saciaría del sabor de su boca? Buscó un pecho y le dio un pequeño mordisco.

Vanessa se arqueó y le clavó los dedos en el pelo. Zac estaba murmurando algo, pero respiraba tan entrecortadamente como ella y no lo entendió. Cuando la besó de nuevo, no necesitó entender nada. Notó cómo le bajaba los vaqueros y estaba tan enloquecido que no se dio cuenta de que ella había empezado a bajarle los de él antes. Vanessa sintió que la piel se le incrustaba contra los huesos de Zac.

Después se dejó acariciar por todo el cuerpo, no con la furia de la noche anterior, sino posesivamente, sin dulzura, pero sin fiereza tampoco. La recorrió con las manos y los labios como si nadie tuviese más derecho que él a tocarla. Le introdujo los dedos entre las piernas y Vanessa soltó un grito de placer; luego emitió un gemido atormentado al notar que Zac paraba.

Seguía besándola por todas partes, torturándola con la lengua, haciéndola enloquecer con los dientes. Era como si Zac supiese dar placer a cada centímetro de su cuerpo.

Estaba atrapada entre arena fría, agua fría y una boca caliente. La luna brillaba, bañaba el mar de reflejos blancos, pero ella estaba presa de la oscuridad. A lo lejos, entre los cipreses, se oyó el canto de un búho. Un canto que podría haber sido el suyo propio. Vanessa saboreó la sal impregnada a la piel de Zac; sabía qué este la estaba saboreando también en la de ella. De alguna manera, esa pequeña intimidad la hizo aferrarse a Zac más todavía.

Quizá fuesen los únicos destinados a ser amantes el resto de sus vidas, sin necesitar a nadie más para sobrevivir. El olor de la noche la embriagaba. El olor de Zac. Para ella, siempre serían el mismo.

Entonces dejó de oír, dejó de saber, cuando Zac la llevó más allá de la razón con su boca.

No lo soltaba, lo agarraba exigiéndole, rogándole que la condujera hasta el borde del precipicio y luego avanzara un poco más. Pero Zac esperó, le negó el último alivio, se demoró recreándose y dándole placer hasta que Vanessa pensó que su cuerpo explotaría de la presión que estaba soportando.

Con un beso feroz, silenció sus gemidos y la empujó un centímetro más hacia el abismo. Aunque notaba que el corazón de Zac latía tan rápido como el de ella, parecía como si estuviese dispuesto a permanecer allí de por vida, un instante, una hora, suspendido entre el cielo y el infierno.

Cuando por fin estallaron, Vanessa no supo con certeza de qué lado habían caído; sólo que se habían caído juntos.


Vanessa estaba tumbada, quieta, con la cabeza apoyada sobre el hombro desnudo de Zac. Las olas le acariciaban las piernas con suavidad. Tras aquel acto de pasión desbordada, se sentía fresca, ligera y asombrada. Todavía sentía la sangre palpitando en el pecho de Zac y sabía que nadie, jamás, la había deseado de aquel modo. Y eso le proporcionaba una sensación de poder casi dolorosa. Cerró los ojos para atraparla.

Ni siquiera se había resistido, pensó. No había protestado. Se había entregado sin pensarlo, no sometiéndose al poder de Zac, sino a sus propios deseos. De pronto, atemperado el fuego que le había hecho perder la cabeza, sintió un aguijonazo de vergüenza.

Era un delincuente: un hombre egoísta que sembraba la desgracia en los demás para enriquecerse. Y ella le había entregado su cuerpo y su alma. Tal vez no tuviese control sobre su corazón, pero, siendo sincera, Vanessa sabía que sí habría podido dominar su cuerpo. Sintió un escalofrío y se apartó de él.

Zac: No, quédate -le acarició el pelo con la nariz mientras la acercaba al costado con un brazo-.

Ness: Tengo que irme -murmuró. Se apartó tanto como se lo permitió el brazo de Zac-. Por favor, suéltame.

Zac se incorporó hasta mirarla hacia abajo. Sonrió. Parecía relajado y satisfecho.

Zac: No -contestó sin más-. No volverás a abandonarme.

Ness: Zachary, por favor -insistió-. Es tarde. Tengo que irme.

Zac se quedó quieto un segundo, luego le agarró la cara y le giró la cabeza para que lo mirara a los ojos. Vio que estaba a punto de llorar y maldijo.

Zac: ¿Qué pasa? Acabas de darte cuenta de que te has entregado a un delincuente y te ha gustado, ¿no?

Ness: Calla -cerró los ojos-. Déjame. Sea lo que sea, he hecho lo que quería.

Zac la miró. El brillo de las lágrimas había desaparecido, pero sus ojos estaban apagados. Maldijo de nuevo, agarró su camisa, parcialmente seca, e incorporó a Vanessa hasta tenerla sentada. Atenas se podía ir al infierno.

Zac: Ponte esto -le ordenó al tiempo que le colocaba la camisa sobre los hombros-. Vamos a hablar.

Ness: No quiero hablar. No hace falta que hablemos.

Zac: He dicho que vamos a hablar. Me niego a que te sientas culpable por lo que acaba de pasar -le metió un brazo por una manga-. No puedo aceptarlo. Es demasiado. No puedo explicar por qué... hay cosas que no conseguiré explicar en la vida.

Ness: No te estoy pidiendo ninguna explicación.

Zac: Me la pides cada vez que me miras -sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa y lo encendió-. Mi negocio de importación y exportación me ha proporcionado muchos contactos a lo largo de los años. Algunos de los cuales, supongo, no te parecerán bien -añadió justo antes de soltar una bocanada de humor-.

Ness: Zachary, yo no...

Zac: Cállate. Cuando un hombre está dispuesto a abrir su corazón, no deberías interrumpirlo -dio otra calada al cigarro-. Cuando tenía poco más de veinte años, conocí a un hombre que me consideró adecuado para cierto tipo de trabajo. A mí me pareció fascinante. El peligro puede resultar adictivo, como cualquier otra droga.

Sí, pensó ella mirando hacia el mar. Aunque sólo fuese eso, hasta ahí sí podía comprender a Zac.

Zac: Empecé a trabajar para él. En general, disfrutaba haciéndolo. Estaba contento. Es increíble que una forma de vida con la que he vivido a gusto diez años se convierta en una prisión en sólo una semana.

Vanessa dobló las piernas y se abrazó las rodillas contra el pecho mientras dejaba la vista perdida en el mar. Zac le acarició el pelo, pero ella siguió sin mirarlo. Hablar le estaba resultando más difícil de lo que había imaginado. Incluso cuando terminase de hacerlo, Vanessa podía rechazarlo. Entonces se quedaría sin nada... solo. Chupó el cigarrillo y vio el brillo rojo de la punta.

Zac: Vanessa, he hecho cosas... -soltó un taco en voz baja-. He hecho cosas que no te contaría aunque fuese libre de hacerlo. No te gustarían.

Ness: Has matado personas -dijo, por fin mirándolo a la cara-.

Le costó contestarle, pero consiguió responder con serenidad:

Zac: Cuando ha sido necesario.

Vanessa bajó la cabeza de nuevo. Había tenido la esperanza de que no fuese un asesino. Si Zac lo hubiera negado, habría intentado fiarse de su palabra. No había querido creer que fuese capaz de hacer lo que ella consideraba el peor pecado posible: quitarle la vida a otra persona.

Zac frunció el ceño y lanzó el cigarro al mar. Podría haberle mentido, pensó furioso. ¿Por qué no le había mentido? Era un experto en engaños. Pero a ella no podía mentirle, se dijo al tiempo que suspiraba. Ya no.

Zac: Hice lo que tenía que hacer -dijo sin más-. No puedo borrar cómo he vivido estos diez últimos años. Bueno o malo, fue el camino que elegí. No puedo disculparme por ello.

Ness: No, no te estoy pidiendo que te disculpes. Lo siento si te da esa impresión. Por favor, Zachary, vamos a dejarlo. Tu vida es tu vida. No tienes por qué justificarte.

Zac: Vanessa... -decidió sincerarse. No podía seguir guardando silencio mientras la veía sufrir, tratando de comprender-. Los últimos seis meses he estado intentando desarticular la red de contrabando que actúa entre Turquía y Lesbos.

Vanessa lo miró como si no lo hubiese visto hasta entonces.

Ness: ¿Desarticular? Pero yo creía... me dijiste...

Zac: Nunca te he dicho gran cosa -atajó-. Te dejé que sacaras tus propias conclusiones. Era mejor así. Era necesario.

Vanessa permaneció quieta unos segundos mientras trataba de organizar los pensamientos.

Ness: Zachary, no entiendo. ¿Me estás diciendo que eres policía?

Él se echó a reír y, de pronto, se sintió de mejor humor.

Zac: Policía no, Afrodita.

Ness: ¿Espía entonces? -preguntó con el ceño fruncido-.

Zac le agarró la cara entre las manos. ¡Era tan dulce!

Zac: Eres demasiado romántica, Vanessa. Digamos que soy un hombre que viaja y obedece órdenes. Conténtate con eso, no puedo decirte más.

Ness: La primera noche en la playa... -dijo como si empezasen a encajar las últimas piezas del puzzle-. Estabas vigilando al hombre que dirige la red de contrabando. Fue a él a quien siguió Peter.

Zac frunció el ceño y bajó las manos. Creía en él sin hacerle preguntas ni dudar. Ya se había olvidado de que había matado... y cosas peores. ¿Por qué, entonces, cuando se lo estaba poniendo tan fácil, le resultaba tan complicado seguir adelante?

Zac: Tenía que quitarte de en medio. Sabía que ese tipo pasaría por esa parte de la playa camino de la casa de Stevos. A Stevos lo mataron porque sabía lo que yo aún no sé: la posición exacta del jefe dentro de la organización. Creo que pidió un aumento, intentó chantajearlo y se encontró con un cuchillo en la espalda.

Ness: ¿Quién es él, Zachary?

Zac: No, aunque estuviese seguro, no te lo diría. No me hagas preguntas que no puedo responder, Vanessa. Cuanto más sepas, más peligro corres -dijo con firmeza-. En su momento pensé en utilizarte, y mi organización estaba muy interesada en ti por tu conocimiento de idiomas; pero soy un hombre egoísta. No pienso dejar que te involucres. Les dije a mis socios que no estabas interesada -finalizó enrabietado-.

Ness: Eso es un poco presuntuoso por tu parte -arrancó-. Soy muy capaz de tomar decisiones por mí misma.

Zac: No tienes que tomar ninguna decisión -sentenció-. Y una vez que confirme la identidad del jefe de la red, mi trabajo habrá terminado. Atenas tendrá que aprender a arreglárselas sin mí.

Ness: No vas a seguir haciendo... -hizo un gesto impreciso. No sabía cómo llamar a su trabajo-. ¿Vas a dejar ese trabajo?

Zac: Sí -miró hacia el mar-. Ya he estado demasiado tiempo.

Ness: ¿Cuándo decidiste dejarlo?

«La primera vez que hice el amor contigo», pensó y estuvo a punto de decirlo. Pero no era totalmente cierto. Todavía tenía que contarle una cosa más.

Zac: El día que llevé a Amber a dar una vuelta en la lancha -dejó salir el aire con rabia y se giró hacia Vanessa. No estaba seguro de que ésta fuese a perdonarlo por lo que iba a decir-: Amber está metida en esto, hasta el fondo.

Ness: ¿En el contrabando? Pero...

Zac: Sólo puedo decirte que lo está y que parte de mi trabajo era sacarle información. La llevé a dar esa vuelta en lancha con intención de hacerle el amor para ayudarla a que se le fuera la lengua -confesó e hizo una pausa antes de continuar-. Se estaba viniendo abajo por la presión y yo estaba a punto de conseguir que hablara. Por eso intentaron matarla.

Ness: ¿Matarla? -trató de controlar el tono de la voz, a pesar de lo difícil que le resultaba digerir lo que estaba oyendo-. Entonces, ¿seguro que no fue un intento de suicidio?

Zac: Amber no se habría suicidado nunca.

Ness: No... es verdad -aceptó hablando despacio-. Tienes razón.

Zac: Si hubiese tenido unos días más para sonsacarle información, habría conseguido lo que necesitaba.

Ness: Pobre Scott. Se llevará un disgusto terrible si llega a saber que estaba metida en esto. Y Derek... -dejó la frase sin terminar. Recordó la mirada vacía de Derek y sus palabras: «tan bella... tan perdida». Quizá ya sospechaba algo-. ¿No puedes hacer nada?, ¿lo sabe la policía?, ¿el capitán Trípolos? -preguntó, mirándolo con confianza en esta ocasión-.

Zac: Trípolos sabe muchas cosas y sospecha más -le agarró una mano. Necesitaba sentirla cerca-. Yo no trabajo directamente para la policía. Iría muy despacio. Ahora mismo, Trípolos me tiene como principal sospechoso de un asesinato y de un intento de asesinato, y cree que soy el jefe enmascarado de la red de contrabando -añadió con alegría-.

Ness: Se nota que te gusta tu trabajo -lo miró y reconoció un brillo aventurero en los ojos de Zac-. ¿Por qué vas a dejarlo? -preguntó entonces y la sonrisa de Zac se desvaneció-.

Zac: Como te digo, estuve con Amber. No era la primera vez que recurría a ese método. El sexo puede ser un arma o una herramienta: es así -Vanessa bajó la mirada hacia la arena-. Había bebido demasiado champán y se quedó dormida enseguida; pero habría habido más oportunidades. Desde ese día, no me he sentido limpio... Hasta esta noche -añadió mientras le ponía un dedo bajo la barbilla para levantarle la cabeza-.

Vanessa lo miró de cerca, con detenimiento, buscando respuestas. En sus ojos vio algo que sólo había intuido una vez: arrepentimiento, y un ruego de comprensión. Levantó los brazos, lo agarró por la nuca y empujó para llevarse la boca de Zac a la suya. Sintió algo más que sus labios: el alivio de sentirse perdonado.

Zac: Vanessa, si pudiera dar marcha atrás en el tiempo y vivir esta última semana de otro modo... -dijo al tiempo que la tumbaba sobre la arena- no creo que actuara de forma distinta -finalizó tras un segundo de duda-.

Ness: Bonita forma de disculparte, Zac.

Éste no podía apartar las manos del cuerpo de Vanessa. Estaban otra vez pegados, excitándose.

Zac: Todo esto terminará mañana por la noche. Luego estaré libre. Vámonos juntos a algún sitio unos cuantos días. Donde sea.

Ness: ¿Mañana? -trató de conservar un mínimo de lucidez mientras el cuerpo iba calentándose-. ¿Por qué mañana?

Zac: Por un pequeño desajuste que provoqué anoche. Ven, estamos cubiertos de arena. Vamos a bañarnos.

Ness: ¿Desajuste? -repitió mientras Zac la ponía de pie-. ¿Qué clase de desajuste?

Zac: No creo que nuestro hombre misterioso vaya a alegrarse de haber perdido un cargamento -murmuró después de retirarle de los hombros la camisa que le había dejado-. Me hice pasar por él -explicó con una sonrisa triunfal-.

Ness: ¡Le robaste!

La estaba metiendo en el agua. El corazón le saltaba mientras contemplaba su cuerpo iluminado por la luna.

Zac: Con una facilidad impresionante -cuando el agua llegó hasta la cintura de Vanessa, la atrajo contra el pecho. El mar los mecía mientras la exploraba de nuevo-. Peter y yo habíamos observado cómo actuaban varias veces. Acabábamos de vigilar una de sus transacciones la noche que te encontré en la playa -explicó después de besarla en la boca y posar los labios en su cuello a continuación-.

Ness: ¿Qué va a pasar mañana por la noche? -se retiró lo suficiente para interrumpir el contacto-. ¿Qué va a pasar, Zachary? -insistió asustada-.

Zac: Estoy esperando cierta información de Atenas. Cuando llegue, sabré mejor cómo debo moverme. En cualquier caso, estaré presente cuando el enmascarado vuelva a actuar mañana por la noche.

Ness: ¿No irás solo? -preguntó agarrándole los hombros-. Ese hombre ya ha matado.

Zac frotó su nariz con la de Vanessa.

Zac: ¿Te preocupas por mí, Afrodita?

Ness: ¡No bromees!

Zac notó que estaba realmente asustada y habló con calma para serenarla.

Zac: Mañana por la tarde, Trípolos ya estará al corriente de todo. Si todo va según el plan, puede que yo mismo lo informe -dijo y sonrió al ver el ceño de Vanessa-. Se llevará el reconocimiento por las detenciones que se hagan.

Ness: ¡No es justo! Después de todo lo que has trabajado, de tanto tiempo, ¿por qué...?

Zac: Cállate, Vanessa. No puedo hacerle el amor a una mujer que no para de protestar.

Ness: Zachary, sólo intento comprender.

Zac: Comprende esto -replicó impaciente al tiempo que la abrazaba de nuevo-. Te he querido desde que te vi sentada en esa maldita roca. Llevas días torturándome. Me tienes loco. Y no pienso aguantar más, Afrodita. Ni un segundo más.

Bajó la boca y el resto del mundo desapareció.




Pues se podría decir que hemos conocido el lado tierno de Zac. Aunque un poco curioso XD

¡Gracias por los coments!
¡Comentad, please!

¡Besis!


sábado, 15 de octubre de 2016

Capítulo 9

La cala estaba cubierta de penumbra. Las rocas brillaban, protegiéndola de los vientos... y de la vista. Había un olor a hojas mojadas y flores salvajes que explotaba a la luz del sol y permanecía al caer la noche. Pero, por alguna razón, no era una fragancia agradable. Olía a secretos y a miedos apenas nombrados.

Los amantes no se citaban allí. La leyenda decía que la cala estaba encantada. A veces, cuando un hombre se acercaba lo suficiente en una noche tranquila y oscura, las voces de los espíritus murmuraban detrás de las rocas. La mayoría de los hombres tomaban otro camino para no oír nada.

La luna proyectaba un brillo suave sobre el agua, reforzando más que disminuyendo la sensación de quietud y oscuridad susurrante. El agua suspiraba sobre las rocas y la arena de la orilla. Era un sonido apenas perceptible, que se desvanecía en el aire.

Los hombres reunidos en torno al bote eran como tantas otras sombras: oscuras, sin rostro en la penumbra. Pero eran hombres de carne y hueso y músculos. Y no les tenían miedo a los espíritus de la cala.

Hablaban poco y, entonces, en voz baja. De tanto en tanto se oía alguna risa, estridente en aquel lugar para el secreto, pero la mayoría del tiempo actuaban en silencio, con gran eficiencia. Sabían lo que tenían que hacer. Ya casi había llegado la hora.

Uno vio la sombra de alguien que se acercaba y gruñó a su compañero. Éste sacó un cuchillo y lo agarró por la empuñadura con fuerza. El filo relució amenazantemente en medio de la oscuridad. Los hombres dejaron de trabajar, expectantes.

Cuando la sombra se acercó lo suficiente, enfundó el cuchillo y tragó el sabor amargo del temor. No le daba miedo asesinar, pero aquel hombre sí lo intimidaba.

**: No te esperábamos -dijo con voz trémula tras soltar el cuchillo-.

*: No me gusta ser siempre previsible -respondió con sequedad mientras un rayo de luna caía sobre él-.

Iba vestido de negro, totalmente: pantalones negros, camiseta negra y chaqueta negra. Alto y fornido, podía haber sido un dios o un demonio.

Una capucha ocultaba su rostro. Sólo asomaba el brillo de sus ojos, oscuros y letales.

**: ¿Vienes con nosotros?

*: Estoy aquí -contestó como si la pregunta fuese obvia-.

No era un hombre al que le gustara responder preguntas y no le hicieron ninguna más. Subió al bote con la naturalidad de quien está acostumbrado al vaivén de las olas.

Era un bote pesquero típico, sencillo, limpio, recién pintado de negro. Sólo el precio y la potencia de su motor lo distinguía de los de su clase.

Cruzó el bote sin decir palabra ni prestar atención a los hombres que le abrían paso. Eran hombres fuertes, musculosos, de muñecas gruesas y grandes manos. Se apartaban del hombre como si éste pudiese estrujarlos con un simple movimiento. Todos rezaban porque el hombre no posara los ojos sobre ellos.

El hombre se colocó al timón y giró la cabeza hacia atrás, ordenando con la mirada soltar amarras. Remarían hasta estar mar adentro, para que el ruido del motor pasase inadvertido.

El bote avanzaba a buen ritmo, una gota solitaria confundida en el mar negro. El motor ronroneaba. Los hombres apenas hablaban. Era un grupo silencioso normalmente, pero cuando el hombre estaba entre ellos, ninguno se atrevía a hablar. Hablar significaba llamar la atención sobre uno mismo... y muchos no se atrevían.

El hombre miró hacia el agua sin prestar atención a las miradas temerosas de los demás. Era una sombra en la noche. La capucha temblaba sacudida por el viento, impregnado de sal. Pero él seguía quieto como una roca.

El tiempo pasaba, el bote se escoraba con el movimiento del mar. El hombre permanecía inmóvil. Podía ser un mascarón de proa. O un demonio.

**: Nos faltan hombres -dijo con voz baja y rugosa el que lo había saludado. Sintió que el estómago le temblaba y acarició el cuchillo que se había enfundado para darse seguridad-. ¿Quieres que encuentre un sustituto para Stevos?

La cabeza encapuchada se giró despacio. El otro hombre retrocedió un paso instintivamente y tragó saliva.

*: Yo le encontraré un sustituto. Deberíais recordar todos a Stevos -dijo alzando la voz al tiempo que abarcaba con la mirada a todos los hombres del bote-. No hay nadie que no pueda ser... sustituido -añadió tras una breve pausa antes de pronunciar la última palabra, y observó con satisfacción cómo bajaban la vista los pescadores-.

Necesitaba que le tuvieran miedo, y lo temían. Podía oler su miedo. Sonrió oculto por la capucha y volvió a mirar hacia el mar.

El viaje prosiguió y nadie le dirigió la palabra... ni habló sobre él. De vez en cuando, uno de los pescadores se atrevía a lanzar un vistazo hacia el hombre del timón. Los más supersticiosos se santiguaban o cruzaban los dedos para protegerse del demonio. Cuando el demonio estaba entre ellos, experimentaban el auténtico sabor del miedo. El hombre no les hacía caso, actuaba como si estuviese solo en el bote. Y ellos daban gracias al cielo por ello.

Apagó el motor a medio camino entre Lesbos y Turquía. El silencio repentino resonó como un trueno. Nadie habló, como habrían hecho si el hombre no hubiese estado en el timón. Nadie contó chistes groseros ni se intercambiaron apuestas.

El bote vagaba sobre el agua. Esperaron, todos menos uno helados por la fría brisa marina de la noche. La luna se ocultó tras una nube y luego reapareció.

A lo lejos, como una tos distante, se oyó el motor de un bote que se aproximaba. El ruido se fue acercando, cada vez más alto y constante. El bote emitió una señal, lanzando una luz dos veces, y luego una tercera antes de volver a la oscuridad. Luego apagaron el motor del segundo bote. En completo silencio, los dos botes se fundieron en una sola sombra.

Era una noche gloriosa, apacible, plateada por la luna. Los hombres esperaban observando la silueta oscura y misteriosa del timón.

##: Buena pesca -dijo una voz desde el segundo bote-.

#: Es fácil pescar cuando los peces duermen.

Se oyó una pequeña risa mientras dos hombres volcaban una red repleta de peces sobre la cubierta. El bote se balanceó por el movimiento, pero no tardó en recuperar el equilibrio.

El hombre encapuchado presenció el intercambio sin decir una palabra o hacer gesto alguno. Sus ojos se deslizaron del segundo bote a la carga de peces sueltos y muertos que había sobre la cubierta. Los dos motores arrancaron de nuevo y los botes se separaron. Uno fue hacia el este y el otro, hacia el oeste. La luna brillaba en el cielo. La brisa sopló con un poco más de fuerza. El bote volvía a ser una gota solitaria en medio del mar oscuro.

*: Abridlos.

Los pescadores miraron con inquietud al hombre de la capucha.

**: ¿Ahora? -se atrevió a preguntar uno de ellos-. ¿No los llevamos donde siempre?

*: Abridlos -repitió él con un tono de voz que les provocó un escalofrío-. Me llevo la mercancía conmigo.

Tres hombres se arrodillaron junto a los peces. Sus cuchillos trabajaron con maestría mientras el aire se cargaba del olor a sangre, sudor y miedo. Los pescadores iban apilando paquetes blancos a medida que los sacaban del interior de los peces. Luego lanzaban los cuerpos mutilados de vuelta al mar. Nadie se los llevaría a la mesa.

El encapuchado se movía rápido pero sin dar sensación de presura. Iba guardándose los paquetes en los bolsillos de la chaqueta. Los pescadores se apartaron, como si pudiera matarlos con sólo tocarlos... o algo peor. El hombre los miró con satisfacción antes de regresar al timón.

Le gustaba sentir su miedo. Y nada le impediría quedarse con la mercancía. Por primera vez, soltó una risotada que heló la sangre de los pescadores. Nadie habló, ni siquiera susurró, durante el viaje de vuelta.

Más tarde, como una sombra entre las sombras, se alejó de la cala. El intercambio había tenido lugar sin sobresaltos. Nadie le había hecho preguntas, nadie se había atrevido a seguirlo, a pesar de que ellos eran varios y él sólo uno. Aun así, mientras recorría la playa, se movía con precaución. No era tonto. Aquellos pescadores asustados no era lo único que debía preocuparlo. Y no estaría a salvo hasta que hubiese terminado.

Fue una caminata larga, pero él la cubrió a buen ritmo. El canto de un búho lo hizo detenerse un instante para observar los árboles y las rocas a través de las rendijas de la máscara que llevaba bajo la capucha. Divisó la villa de los Tisdale. Luego giró hacia los acantilados.

Subía entre las rocas con la misma facilidad de una cabra. Había recorrido ese camino miles de veces a oscuras. Y se mantenía alejado del camino marcado. En los caminos podía cruzarse con alguna persona. El hombre rodeó la roca en la que Vanessa se había sentado esa mañana, pero no vio las flores. Continuó sin pararse.

Había una luz en una ventana. La había dejado encendida antes de salir. Por primera vez, pensó en ponerse cómodo... y en tomarse un trago para quitarse el sabor del miedo que le tenían los pescadores.

Entró en la casa, atravesó el pasillo y entró en una habitación. Volcó de cualquier forma el contenido de los bolsillos de su chaqueta sobre una elegante mesa de Luis XVI. Luego se quitó la capucha.

Zac: Una pesca estupenda, Peter -anunció sonriente-.

Peter echó un vistazo a los paquetes y asintió con la cabeza.

Peter: ¿Ningún problema?

Zac: Se tienen pocos problemas cuando trabajas con hombres que temen el aire que respiras. El viaje ha sido un éxito -afirmó entusiasmado. Luego se acercó al mueble bar, sirvió dos copas y entregó una a su compañero. Seguía excitado por la subida de adrenalina de haber arriesgado la vida, de haber desafiado a la muerte... y haber ganado. Se tomó la copa de un trago-. Es una tripulación sórdida, pero hacen su trabajo. Son avariciosos... y me tienen miedo -añadió mientras dejaba caer la capucha sobre el opio, negro sobre blanco-.

Peter: Una tripulación asustada colabora como ninguna -comentó. Luego metió un dedo en un paquete de opio-. Una pesca estupenda, sí, señor. Suficiente para estar a gusto una buena temporada.

Zac: Suficiente para querer conseguir más... ¡Huelo a pescado! -exclamó con el ceño fruncido-. Manda la mercancía a Atenas y pide que me envíen un informe de su calidad. Voy a quitarme este pestazo y me acuesto.

Peter: Hay una cosa que podría interesarte.

Zac: Esta noche no -no se molestó en darse la vuelta-. Guárdate tus cotilleos para mañana.

Peter: La mujer, Zachary -una pausa al notar que Zac se ponía tenso. No necesitó aclarar a qué mujer se refería-. Me he enterado de que no va a volver a Estados Unidos. Se queda aquí mientras Scott esté en Atenas.

Zac: ¡Diablos! -maldijo mientras volvía al salón-. No puedo dejar que una mujer me distraiga.

Peter: Estará sola hasta que Scott mande a su esposa de vuelta.

Zac: Que haga lo que quiera -murmuró entre dientes-.

Peter movió el líquido de la copa y lo olió antes de saborearlo.

Peter: En Atenas estaban interesados -dijo sin más-. Puede que aún nos sea útil.

Zac: No -dio una vuelta alrededor del salón. De pronto, había perdido la serenidad de la que había hecho gala durante el viaje en bote-. Esa mujer es un incordio. La mantendremos al margen -insistió-.

Peter: Lo veo difícil teniendo en cuenta...

Zac: La mantendremos al margen -repitió con un tono que hizo que Peter se acariciara el bigote-.

Peter: Como el señor diga -contestó en tono burlón-.

Zac: Vete al infierno -dijo irritado por la guasa de su compañero. Agarró su copa y volvió a dejarla. Respiró profundamente. Luego añadió más calmado-: No nos sería útil. Lo mejor que puede pasar es que no saque las narices de la villa durante unos días.

Peter: ¿Y si las saca?

Zac: Entonces me encargaré de ella.

Peter: Creo que es posible que ella ya se haya encargado de ti, amigo -comentó sonriente mientras Zac abandonaba el salón-. De hecho, te ha asestado un golpe mortal -añadió aunque el otro ya no lo oía-.

Un rato después, Zac seguía nervioso. Se había dado un baño, pero no había conseguido serenarse. Se dijo que era por la excitación del intercambio, por el éxito con que había cerrado la operación. Pero se sorprendió de pie junto a la ventana, mirando hacia la villa de los Tisdale.

De modo que estaba sola, pensó, dormida en aquella cama ancha y mullida. Le daba igual, se dijo. Ya había trepado una vez para entrar en su habitación. Se había dejado llevar por un impulso, para verla, con la idea descabellada de justificar ante ella sus actividades.

Era un idiota, se dijo apretando los puños. Tenía que ser idiota para intentar justificar lo que hacía. Se había acercado a Vanessa y ella lo había atracado. Le había robado el corazón. ¡Maldita fuera! Se lo había arrancado del pecho.

Zac apretó los dientes al recordar cómo había sido estar con ella: saborearla y saciarse de ella. Había sido un error, quizá el más grave que jamás hubiera cometido. Una cosa era arriesgar la vida y otra distinta, arriesgar el alma.

No debería haberla tocado, pensó Zac enojado. Lo había sabido incluso mientras estiraba las manos para acariciarla. Vanessa no había sabido lo que hacía, borracha por el licor de anís que Andrew le había pagado. Andrew... se sintió rabioso, pero enseguida se serenó. En algunos momentos, al saber que la había besado, había llegado a odiar a su primo. Como había odiado a Derek porque Vanessa le había sonreído. Y a Scott porque ella lo consideraba su amigo.

Mientras que, estaba seguro, a él lo odiaría por lo que había pasado entre ambos esa noche. ¿Acaso no había oído las palabras cortantes con que lo había castigado? Zac habría preferido entregarle el cuchillo a que Vanessa le asestara aquellas contestaciones. Estaba convencido de que lo odiaría por haberle hecho el amor cuando ella estaba vulnerable... con aquel maldito medallón colgándole del cuello. Y lo odiaría por ser lo que era.

Una nueva oleada de rabia apartó a Zac de la ventana. ¿Por qué debía importarle lo que pensara de él? Vanessa Hudgens desaparecería de su vida como un sueño en sólo un par de semanas, en cualquier caso. Él había elegido seguir un camino hacía tiempo, mucho antes de conocerla. Era su camino. Si Vanessa lo odiaba por ser quien era, no había más que hablar. No permitiría que lo hiciese sentirse sucio y despreciable.

Si le había tocado el corazón, lo superaría. Zac se dejó caer sobre una silla con el ceño fruncido en medio de la oscuridad. Lo superaría, se prometió. Después de todo lo que había hecho y todo lo que había logrado, no permitiría que ninguna hechicera de ojos marrones lo arruinase todo.


Vanessa se sentía totalmente sola. La soledad y el silencio que tanto había valorado hacía tan escasos días de pronto le pesaban sobre la espalda. La casa estaba llena de criados, pero éstos no la hacían sentirse querida ni acompañada. Scott, Ash y Derek se habían ido. Paseaba decaída por la mañana del mismo modo que había paseado intranquila por la noche. Era como si la casa fuese una cárcel, tan blanca, limpia y vacía. Atrapada en su interior, se sentía demasiado vulnerable para combatir sus propios pensamientos.

Y como esos pensamientos solían estar relacionados con Zac, la idea de tumbarse en la cama que habían compartido le resultaba demasiado dolorosa. ¿Cómo iba a dormir en paz en un sitio donde todavía podía sentir las manos de él sobre su cuerpo, sus labios besándole la boca implacablemente? ¿Cómo iba a poder conciliar el sueño en una habitación que parecía haberse impregnado del olor a mar que tan a menudo desprendía Zac?

Así que no podía dormir y los pensamientos... y la necesidad la acosaban. ¿Qué le podía haber pasado para acabar amando a un hombre así? ¿Y cuánto tiempo podría seguir resistiéndose? Si sucumbía, sufriría durante el resto de su vida.

Consciente de que torturarse de esa forma sólo contribuía a empeorar su ánimo, Vanessa se puso un bañador y se encaminó hacia la playa.

Era absurdo tenerle miedo a la playa, tenerle miedo a la casa, se dijo. Estaba allí para disfrutar de ambas durante las siguientes tres semanas. Encerrarse en su habitación no cambiaría nada de lo que había ocurrido.

La arena relucía, blanca y brillante. Vanessa descubrió que podía pasear por la orilla sin que el recuerdo del horror que había visto en la cala la persiguiera. Por fin, decidió darse un baño. El agua aliviaría su desánimo, la tensión. Y quizá, sólo quizá, esa noche lograría dormir.

¿Por qué seguía tan nerviosa por la muerte de un hombre al que ni siquiera había conocido?, ¿por qué permitía que una colilla inofensiva la torturase? Ya era hora de aceptar las explicaciones más sencillas y tomar algo de distancia. Habían matado a aquel hombre en un ajuste de cuentas entre contrabandistas, pero no tenía nada que ver con ella ni con nadie a quien conociese. Era una tragedia, pero nada personal.

Tampoco debía pensar en Amber, se dijo. No quería seguir martirizándose con asesinatos, contrabandos o... Vanessa dudó un segundo y se zambulló bajo una ola. O con Zachary. De momento, no pensaría en absoluto.

Vanessa se evadió. En un mundo de agua y sol, sólo pensó en cosas placenteras. Se abandonó, dejando que la tensión se hundiera bajo las olas. Había llegado a estar tan obsesionada que se había olvidado de lo limpia y viva que la hacía sentirse el agua. Durante unos segundos, recuperaría la sensación del primer día, esa paz que había descubierto sin intentarlo siquiera.

Ash iba a necesitarla cuando regresara al día siguiente o al otro. Y no podría ayudarla si continuaba desquiciada y ojerosa. Sí, esa noche dormiría bien. Ya había tenido pesadillas más que de sobra.

Más relajada que en los días anteriores, Vanessa nadó de vuelta a la orilla. La arena se deslizaba bajo sus pies con la ligera corriente del mar. Había conchas desperdigadas por aquí y allá, limpias y relucientes. Se puso de pie y se estiró mientras el agua le lamía las rodillas. El sol presidía el cielo gloriosamente.

Andrew: La diosa Helena sale del mar.

Vanessa levantó una mano, la colocó en forma de visera sobre los ojos y vio a Andrew. Estaba sentado en la playa, junto a la toalla de ella, observándola.

Andrew: No me extraña que desencadenase una guerra entre Esparta y Troya -añadió al tiempo que se levantaba y se acercaba a la orilla para reunirse con Vanessa-. ¿Cómo estás?

Ness: Bien.

Aceptó la toalla que Andrew le había ofrecido y la frotó con energía sobre el pelo.

Andrew: Tienes los ojos sombríos, como un mar azul rodeado de nubes... Zac me ha contado lo de Amber Tisdale -dijo después de acariciarle una mejilla. Luego le agarró una mano y la condujo de vuelta a la arena blanca. Vanessa extendió la toalla y se sentó a su lado-. Ha sido demasiado seguido. Siento que fueras tú quien la encontrara.

Ness: Un don que tengo -luego negó con la cabeza, sonrió y le tocó una mejilla-. No, en serio. Hoy estoy mucho mejor. Ayer me sentía... la verdad es que ayer no creo que sintiera nada. Era como si estuviese viéndolo todo a través de un filtro deformador. Todo me parecía distorsionado e irreal. Hoy es real, pero puedo hacerle frente.

Andrew: Supongo que es una forma natural de protegerse.

Ness: Siento tanta pena por Scott y Ash... y por Derek -se apoyó sobre los codos y disfrutó del calor del sol mientras secaba la piel que goteaba sobre su piel-. Para ellos tiene que ser muy duro. Me siento impotente... Espero que no suene duro, pero, después de estos días, creo que acabo de darme cuenta de lo contenta que me siento de estar viva -añadió tras girarse para mirar a Andrew y retirarse un mechón de pelo que le caía sobre la cara-.

Andrew: Diría que es una reacción muy normal y saludable -se apoyó también sobre los codos-.

Ness: Eso espero, porque me estaba sintiendo culpable.

Andrew: No puedes sentirte culpable por desear vivir, Vanessa.

Ness: No. Es que, de pronto, me he dado cuenta de todo lo que quiero hacer. De todas las cosas que quiero ver. ¿Sabías que tengo veintiséis años y es la primera vez que salgo de Estados Unidos? Mi madre murió cuando yo era un bebé y mi padre y yo nos mudamos a Nueva York desde Filadelfia. Nunca he estado en otro sitio -echó la cabeza hacia atrás-. Sé hablar cinco idiomas y es la primera vez que voy a un país donde no se necesita el inglés. Quiero ir a Italia y a Francia... Quiero ver Venecia y montarme en una góndola. Quiero pasear por los Campos Elíseos. ¡Quiero escalar montañas!
-exclamó jubilosa y se echó a reír-.

Andrew: ¿Y ser pescadora? -sonrió y le agarró una mano-.

Ness: Eso dije, ¿no? -rió de nuevo-. También pescaré. Jack siempre decía que tenía un gusto muy ecléctico.

Andrew: ¿Jack?

Ness: Un hombre con el que estaba -encontró muy satisfactoria la facilidad con la que había desplazado a Jack, que ya sólo era parte del pasado-. Se dedicaba a la política. Creo que quería ser rey.

Andrew: ¿Estabas enamorada de él?

Ness: No, estaba acostumbrada a él -Se mordió un labio y sonrió-. ¿Verdad que es horrible decir una cosa así de una relación?

Andrew: No sé... dímelo tú.

Ness: No -decidió tras pensárselo unos segundos-. No es horrible, porque es la verdad. Era un hombre muy convencional y, siento decirlo, muy aburrido. Nada que ver con... -dejó la frase en el aire-.

Andrew siguió su mirada y divisó a Zac en lo alto del acantilado. Estaba de pie, con las piernas separadas y las manos metidas en los bolsillos, mirándolos. Su expresión resultaba indescifrable en la distancia. Se giró, sin hacer gesto alguno de saludo, y desapareció tras las rocas.

Andrew devolvió la mirada hacia Vanessa, cuya expresión era totalmente descifrable.

Ness: Estás enamorada de Zac.

Vanessa reaccionó de inmediato:

Ness: Ni hablar. No, nada de eso. Apenas lo conozco. Y es un hombre muy desagradable. Tiene un temperamento horrible y es arrogante y mandón y no tiene buenos sentimientos. Grita.

Andrew encajó tan apasionada descripción con una ceja enarcada:

Andrew: Parece que estemos hablando de dos personas distintas.

Vanessa desvió la vista, agarró un puñado de arena y dejó que se deslizase entre los dedos.

Ness: Puede. En cualquier caso, no me gusta ninguna de las dos.

Andrew dejó que el silencio se prolongara unos segundos mientras la veía juguetear con la arena.

Andrew: Pero estás enamorada de él.

Ness: Andrew...

Andrew: Y no quieres estarlo -finalizó. Luego miró pensativo hacia el mar-. Vanessa, me estaba preguntando, si te pidiera que te cases conmigo, ¿estropearía nuestra amistad?

Ness: ¿Qué? -giró la cabeza estupefacta-. ¿Estás de broma?

Andrew buscó sus ojos y contestó con calma:

Andrew: No, no estoy de broma. He decidido que pedirte que te acuestes conmigo enrarecería nuestra amistad. Me preguntaba si aceptarías el matrimonio. Pero no me había dado cuenta de que estás enamorada de Zac.

Ness: Andrew -arrancó aunque no sabía con certeza cómo reaccionar-, ¿es una pregunta o una proposición?

Andrew: Empecemos por una pregunta.

Vanessa respiró profundamente.

Ness: Que te pidan casarte, sobre todo si te lo pide alguien querido, siempre es agradable para el ego. Pero los egos son inestables y la amistad no necesita halagos -dijo. Luego se inclinó y besó los labios de Andrew un instante-. Me alegra mucho tenerte como amigo.

Andrew: De alguna forma, suponía que reaccionarías así. Pero tenía que intentarlo: soy un romántico empedernido -se encogió de hombros y esbozó una sonrisa melancólica-. Una isla, una mujer bonita con una risa melodiosa como el viento del anochecer. Podía vernos formando un hogar en la casita de campo. Con la chimenea en invierno y un jardín lleno de flores en primavera.

Ness: Tú no estás enamorado de mí, Andrew.

Andrew: Podría estarlo -Luego le agarró la mano, la puso palma arriba y la examinó-. Tu destino no dice que te enamorarás de un poeta modesto.

Ness: Andrew...

Andrew: Y el mío no es tenerte -sonrió de nuevo y le dio un beso en la mano-. Aun así, es un pensamiento reconfortante.

Ness: Y muy bonito. Gracias por compartirlo -dijo justo antes de que él se levantara-.

Andrew: Quizá decida que Venecia puede inspirarme. Tal vez volvamos a encontrarnos allí -comentó-. Miró un segundo hacia la casa de Zac y luego volvió a esbozar esa sonrisa suya casi infantil-. Encontrarse en el momento oportuno, Vanessa, es un elemento fundamental para el amor.

Se quedó mirándolo mientras Andrew cruzaba el tramo de arena que había hasta las escaleras de la playa y luego volvió a meterse en el agua.




Wow! ¡Menudo capítulo!
Zac traficante, Vanessa que quiere dar la vuelta al mundo XD y Andrew que la quiere acompañar a juzgar por su propuesta de matrimonio XD

¿Qué nos deparará el próximo capítulo?

¡Gracias por los coments!
¡Comentad, please!

¡Besis!


Perfil