Jamie: Señora Beckett, ¿puede ayudarme a escribir la carta a Santa
Claus?
La maestra de la guardería levantó la cabeza y lo miró desde su mesa. Sintió
que el corazón se le derretía. Siempre le pasaba lo mismo con Jamie Hudgens.
Era un niño precioso, con el pelo rubio, las mejillas sonrosadas y un
rostro ovalado lleno de dulzura. Sin embargo, sus enormes ojos azules tenían
una expresión muy seria y se aferraba con fuerza a un osito de peluche que ya
estaba viejo y desgastado.
Normalmente, les decía a los niños que dejaran los juguetes en casa,
pero le habían dicho que Jamie rara vez soltaba su peluche desde la muerte de
su madre en un accidente de coche hacía un año. Así que el muñeco era uno más
de la clase.
Beckett: Claro que puedo ayudarte -contestó mientras sacaba del cajón
de su escritorio un folio decorado con renos-.
Jamie abrió la boca con sorpresa y admiración al ver el papel. Se
acercó a la mesa de su señorita y cerró los ojos, pero no dijo nada.
Beckett: ¿Qué quieres, Jamie? ¿Un juego para la videoconsola? -sugirió
mientras esperaba a que el niño le dijera lo que quería para apuntarlo en el papel-.
De repente, la maestra pensó que quizá Jamie no tenía videoconsola. Su
tía y tutora trabajaba de secretaria en una inmobiliaria y probablemente no
tendría muchos ingresos.
Jamie abrió los ojos y le dedicó una mirada que la hizo sentirse
incómoda.
Jamie: No quiero juguetes -dijo con firmeza-.
Beckett: ¿Qué quieres entonces, cariño?
Jamie: Un papá.
Beckett: ¡Jamie! -exclamó apenada-. No creo que eso...
Pero el niño no la estaba escuchando. Volvía a tener los ojos
cerrados y tenía la frente arrugada por la concentración.
Jamie: Querido Santa Claus -comenzó a dictar, mientras apretaba a su
osito con fuerza-. ¿Qué tal está usted? ¿Qué tal todo por el Polo Norte? ¿Están
bien los renos y los elfos? -se quedó un rato pensativo y debió decidir que ya
bastaba de saludos-. Este año, he sido muy bueno. He ayudado mucho a mi tía que
necesita mucha ayuda. Yo necesito un papá de regalo de Navidad.
La señora Beckett dudó un instante y después lo escribió.
Beckett: ¿Quieres decirle a Santa Claus por qué necesitas un papá? -le
preguntó dudosa-.
Jamie le dedicó una mirada triste.
Jamie: Creo que él lo sabrá -miró lo que ella había escrito y dejó
escapar un suspiro-. Reciba un saludo, Jamie.
Beckett: ¿Algo más?
Jamie: Sí. ¿Podría poner una posdata?
La señora Beckett no pudo evitar sonreír.
Beckett: ¿Quién te ha enseñado lo de la posdata? -le preguntó con la
esperanza de que al final pidiera algún juguete-.
Jamie: Mi mamá siempre me escribía una nota antes de irse al trabajo.
La niñera o mi tía me la leían. Siempre me deseaba que pasara un buen día o
que me portara bien y, al final, siempre ponía: «Posdata: te quiero». Esa es la
parte más importante.
La señora Beckett se quedó de una pieza e hizo lo que él le pedía.
Jamie: Posdata -repitió-. ¿Está el Polo Norte cerca del Cielo? Todos
me dicen que mi madre me está mirando desde el Cielo, que ella es mi ángel;
pero yo necesito saberlo con seguridad. Así que, si es verdad podría nevar en
Navidad, como señal.
La señora Beckett miró hacia la ventana para ocultar el brillo
emocionado de sus ojos. Vivían en Tucson, Arizona, y allí nunca nevaba.
Cuando logró recobrar la compostura, metió la carta en un bonito sobre
a juego y escribió con letra grande y bonita: Santa Claus, El Polo Norte. Después
mojó el sobre y lo cerró.
Beckett: ¿Quieres que lo eche al correo? -preguntó intentando librar
a su tía de aquella carga-.
Jamie: No -respondió con firmeza-. Se la daré a mi tía Mami.
Jamie, de vez en cuando, se refería a su tía de aquella manera tan
peculiar. Aparentemente, ya la llamaba así antes de morir su madre.
El tono cariñoso de su voz cada vez que pronunciaba aquel nombre la
hacía pensar en Vanessa Hudgens, una joven adorable. Aunque físicamente no se
parecía mucho a su sobrino, tenía la misma sensibilidad y dulzura. Y, por
supuesto, ahora compartía la misma pena.
Jamie: La tía Ness -le explicó a su maestra- tiene unos sellos muy
bonitos que compró para Navidad. A Santa Claus le van a gustar mucho.
Muy a su pesar, le entregó la carta.
Durante un instante, cuando sus manos se tocaron, la señora Beckett
sintió que una sensación extraña, pero a la vez agradable, le recorría el
cuerpo. Su mano era vieja y estaba llena de arrugas y marcas. La mano pequeña
del niño era perfecta y estaba llena de esperanzas y sueños.
Cuando se separaron deseó que Santa Claus
hiciera aquel milagro por Navidad.
1 comentarios:
Q ternura ese niño... siguela
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