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martes, 22 de diciembre de 2020

Capítulo 4


Ness: Cartas de amor desde el cielo -murmuró, mientras con una sonrisa observaba la reacción de Jamie, que se había puesto a dar vueltas con los brazos extendidos mirando hacia el cielo-.
 
Zac: Primero, los marcianos intentan secuestrarte, y ahora, recibes cartas del cielo. Tienes mucha imaginación.
 
Ness: Lo de los marcianos fue cosa de Jamie -dijo para defenderse y vio que en los labios del hombre volvía a dibujarse aquella inquietante sonrisa-.
 
Zac: ¿Entonces, sí crees en lo de las cartas del cielo?
 
Ness: Por supuesto -sacó la lengua para sa­borear un copo-. Esa era de Elvis.
 
Él soltó una carcajada.

Penny lo habría dejado ahí, pero ella dudó. ¿A ella qué le importaba si Zac pensaba que estaba como un cencerro? Pero, en realidad, sí le importaba.
 
Ness: Jamie quería ver la nieve en Navidad como prueba de que su madre estaba cuidando de él desde el cielo. Eso es lo que todo el mundo le dice siempre.

¿Por qué se lo había contado? Era algo tan perso­nal… ¿Por qué tenía aquella sensación de que podía confiar en él?

Él la miró intensamente.
 
Zac: ¿De verdad lo crees? ¿Que ella lo está cuidando?
 
A ella le hubiera gustado hacer un comentario di­vertido, ocultar lo que sentía, pero le resultó imposi­ble.
 
Ness: Es lo que quiero creer.
 
Él esperó un instante antes de contestar.
 
Zac: Eso es muy bonito, Ness. Espero que sea verdad -se quedó en silencio y después miró al cielo-.
 
Ness no pudo evitar ver el gesto de preocupación.
 
Ness: Parece que tú no ves cartas del ielo.
 
Zac: Me imagino que no.
 
Ness: ¿Qué ves entonces?
 
Zac: Tal vez problemas. Han anunciado en las noti­cias una tormenta. Parece ser que va a caer mucha nieve hasta Navidad.
 
Ness: ¿En serio? -preguntó con un suspiro-.
 
«Oh, Penny, parece que sí sabes mandar cartas desde el cielo».
 
Zac: Parece que no lo has entendido -dijo en voz baja, para que Jamie no pudiera oírlo-. Si nieva mucho pue­des quedar aislada. Le he puesto a la camioneta la pala quitanieves; pero, aun así, podría tardar días en despe­jar el camino. ¿Qué pasaría si perdieras el avión?

Ella se quedó pensativa.
 
Ness: ¿Qué sugieres que hagamos? -preguntó, mo­lesta con él por las malas noticias-.
 
Zac: Hay un hostal muy agradable en Bragg Creek, seguro que podrían alojaros en caso de emergencia.
 
Ness: Anoche te burlaste de mí por tener miedo.
 
Zac: Me burle de ti por tener miedo de cosas tan irrea­les como osos y ladrones. Pero la nieve es muy real.
 
Ness: Las predicciones del tiempo suelen equivocarse -dijo con cabezonería-.
 
Él suspiró hondo y miró para otro lado. Ella se dio cuenta de que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener el control, que iba a intentar convencerla de que entrara en razones.
 
Ness: Voy a preparar el desayuno. Seguro que la ca­baña ya se ha ventilado. ¿Quieres huevos con beicon, Jamie?
 
Zac: Sí. Zac, quédate con nosotros.
 
Ness: Seguro que está ocupado -dijo deseando deshacerse de él, que parecía querer aguarles las vacaciones-.
 
Él quería marcharse, no le cabía la menor duda. Pero antes, tenía que convencerla de que abando­nara la cabaña.
 
Zac: Creo que puedo quedarme a desayunar -dijo, como si estuviera accediendo a comer clavos-.
 
Ella miró hacia el cielo y entró en la cabaña des­pués de darle a Jamie instrucciones para que no se alejara. Dentro, el humo había desaparecido, aunque el olor aún permanecía. Sintió un fuerte escalofrío y se puso a cerrar las ventanas.

Zac entró detrás de ella y se ocupó del fuego.

A ella le pareció una bonita estampa y deseó que fuera de verdad. Deseó que Zac se volviera hacia ella y la mirara con una sonrisa y con ternura en lugar de con irritación e impaciencia.

Miró por la ventana y vio que Jamie seguía persiguiendo copos de nieve. Su cara era la viva imagen de la felicidad.

Suspiró contenta y se dispuso a encender la cocina. Abrió el gas, encendió una cerilla y... toda la cara se le llenó de cenizas.
 
Zac: Primero tienes que encender la cerilla y después abrir el gas. ¿Ves?, ese es el motivo por el que creo que no deberías quedarte.
 
Ness: No seas ridículo. No me va a volver a pasar.
 
Zac: Si el camino se cubre de nieve, no podré venir a ver qué tal estáis.
 
Ness: Ayer no pensabas venir. Además, tengo veinti­séis años y puedo cuidar de mí misma.
 
Zac: Mira, Ness, no estoy poniendo en duda tu com­petencia
 
Ness: ¡Vaya! ¡Gracias! -dijo mirándolo descon­fiada-.
 
No le gustaba el tono que estaba usando. Se notaba que intentaba convencerla. Seguro que ese era el tono que había utilizado con muchas mujeres para conseguir de ellas lo que quería.

Quizá a ella también la hubiera convencido si lo que estuviera intentando fuera robarle un beso, en lugar de que abandonara sus planes.

Se puso colorada por aquel pensamiento. Cascó un huevo y lo volvió a mirar de reojo.

Bueno, ella era una mujer y él, todo un hombre.

No era que ella fuera del tipo de mujer a la que los hombres intentaran robarle besos. Esa también había sido Penny. Entonces, se preguntó qué habría hecho su hermana si se hubiera encontrado con un hombre que la hacía tener esos pensamientos. Se­guro que no se hubiera puesto a cascar huevos como si en ello le fuera la vida.
 
Zac: Lo que quiero decir -aclaró con voz sedosa-, es que todo esto es nuevo para ti. Mi madre se las hubiera arreglado muy bien porque lleva toda la vida encendiendo fuegos y manejándose con estufas de propano. Pero dejar sola a una chica de ciudad como tú con la tormenta que se avecina sería una irresponsabilidad por mi parte. Por supuesto, te de­volveríamos el dinero que has pagado.
 
Ness: No pienso marcharme. Mira todo el esfuerzo que hizo tu madre por arreglar esta cabaña. ¿Cómo puedo marcharme así? Pero si hasta nos hizo galletas y pan.
 
Zac: Ella lo entendería, en serio.
 
Ness: A ella le importábamos -dijo con cabezonería-.
 
Él se quedó muy callado.
 
Zac: ¿Es que no tienes a nadie a quien le importes?
 
Había sonado patética, pensó ella.
 
Ness: Quiero decir que hace mucho que alguien no se preocupa por mí.
 
Zac: Puedes llevarte las galletas -dijo esperan­zado-. Y el pan.
 
¿Cómo podían ser los hombres tan estúpidos? No se trataba del pan o de las galletas. Eran los sentimientos. Desde luego, él parecía el hombre menos capacitado para llamar a los sentimientos por su nombre.
 
Ness: Sería una pena si nadie se quedara aquí a pasar las Navidades.
 
En aquel momento, Jamie apareció por la puerta.
 
Jamie: ¿Está listo el desayuno?
 
Ness: En diez minutos.
 
Jamie: Esperaré fuera. Estoy buscando el árbol de Na­vidad perfecto.
 
Ness: Tu madre nos dijo que podíamos cortar uno -dijo antes de que él pudiera protestar-. No te vayas lejos -le advirtió al niño antes de que saliera-.
 
Jamie: Sólo en la parte de atrás hay un montón de árbo­les -dijo entre risas y cerró la puerta al salir-.
 
Llevaba meses pidiéndole al niño que saliera a la calle a jugar con sus amigos. Meses que no había hecho otra cosa que mirar la televisión abrazado a su osito de peluche.

Puso beicon en la sartén y disfrutó de su aroma.
 
Ness: No hay nada como el olor del beicon para hacerla a una sentirse como en casa.
 
Zac: Esta no es tu casa y tienes que marcharte. Por vuestra propia seguridad.
 
Ella se volvió a mirarlo.
 
Ness: ¿Has oído eso, Zac Efron?
 
Zac: ¿Qué?
 
Ness: Escucha -abrió la ventana-.
 
Zac: ¿Te refieres a la risa de Jamie?
 
Ella asintió.
 
Ness: Eso es a lo que me refiero. No nos vamos a ir de aquí; no, porque me gusta oírlo reírse así. Hace mu­cho tiempo que no lo veía disfrutar tanto. Ahora, va­mos a tomar el desayuno y después vamos a cortar un árbol. No me importa si no para de nevar en un mes. No nos vamos a ir de aquí. ¿Entendido?
 
Ni siquiera le había tenido que explicar que su hermana estaba cuidando de ellos desde el cielo.

Él se había quedado en silencio.

Se volvió a mirarlo y vio que la estaba mirando sorprendido. Era como si no estuviera acostumbrado a que le dijeran cómo iban a ser las cosas.
 
Zac: Lo que usted diga -dijo por fin-. He enten­dido muy bien.
 
Ness: Fantástico. ¿Cómo te gustan los huevos?
 
 
El problema con las mujeres, pensó Zac mien­tras desayunaba, era que basaban sus decisiones en los sentimientos en lugar de la razón. Teniendo en cuenta esa enorme diferencia entre la manera de entender la vida del hombre y la mujer era sorpren­dente que la raza humana hubiera sobrevivido.

Hacía cinco años no había importado que la casa estuviera acabada o que ya hubieran enviado las invitaciones. «Ya no me divierto contigo». Tenía cica­trices. Sabía que Melanie se había enfadado con él. Por no haberle hecho caso.

«¡No entres ahí! ¿Estás loco? Por el amor de Dios, Zac...».
 
Ness: ¿Estás bien? ¿Zac?
 
Volvió al presente y se sintió un poco avergonzado por haberse dejado llevar por los recuerdos. Ness lo estaba mirando con una sombra de preocupación.
 
Zac: Perdona. Estaba pensando en otra cosa.
 
Ella todavía lo miraba, con el ceño fruncido.

Zac pensó que Ness era todo lo contrario a Melanie. Y no sólo en la superficie.

A Melanie le encantaba el maquillaje. La cara de Ness estaba como recién lavada. Melanie llevaba el pelo teñido de rubio platino. Según ella, las rubias eran más divertidas. Oh, claro. Para ella la diversión era lo más importante.

Melanie se vestía muy provocativa. Ness vestía como una de esas monjas que no llevan hábito. ¡Esa mañana, la había encontrado con un pijama de franela blanco con osos!

Melanie le podría haber enseñado un par de cosas sobre cómo vestirse de manera indecente; para dor­mir sólo utilizaba sedas y encajes. Se le ocurrió que no sentía nada al pensar en Melanie. Ni siquiera al imaginársela de la manera más sexy. Y eso que Melanie lo era y mucho.

Pero la mayor diferencia entre ellas estaba en los ojos. No sólo tenían un color distinto, sino que los de Ness tenían un brillo especial.

En los de Melanie había energía y fuego.

En los de Ness, calma, suavidad y amabilidad.
 
Ness: ¿Más café?
 
Quizá los hombres al hacerse mayores valoraban más otras cosas. Melanie había sido como una orquí­dea: salvaje y exótica. Ness se parecía más a una margarita.

Tomarse otro café sería un error.

Se puso de pie.
 
Zac: No, gracias. Tengo que irme.
 
Había cambiado de opinión. Ella era una persona mayor y no era responsabilidad suya.
 
Jamie: Tía Mami, ¿nos vamos a cortar el árbol?
 
Ness: Claro. Ni siquiera voy a recoger. Lo primero que vamos a hacer es preparar el árbol de Navidad.
 
Zac: Yo puedo cortar el árbol -se sorpren­dió de haber dicho aquello.
 
«No, no, no.», se dijo para sí. Él ya había aca­bado con la Navidad y con todas esas cosas alegres.
 
Ness: Muchas gracias, pero podemos hacerlo solos -dijo con cabezonería-.
 
A Zac no se le pasó por alto la mirada enfadada que le dedicó Jamie.
 
Jamie: Quiero que Zac se quede a ayudarnos. Siem­pre tomamos chocolate mientras lo decoramos y tía Mami prepara cintas con palomitas.
 
Zac: No puedo quedarme tanto. Sólo quería ayudaros a cortar el árbol. Puede ser más difícil de lo que pa­rece.
 
Ness: Yo me las puedo arreglar -dijo con firmeza-.
 
¿Cómo sabía que se las podía arreglar si en su vida habría cortado un árbol?, pensó él malhumo­rado.
 
Zac: Entonces, me quedaré a mirar -dijo con suavi­dad-. Ya sabes, por si pasa algo. No me gustaría que te cortaras un dedo del pie y tuvieras que ir caminando hasta mi casa. Probablemente, tardarías más de medio día.
 
Jamie se rió.
 
Ness: No me parece gracioso -le dijo a Zac-.
 
Jamie: A mí sí -le susurró cuando ella se marchó al cuarto a ponerse ropa de abrigo-.
 
Zac: Gracias. Nosotros, los hombres, tenemos que estar unidos.
 
A Jamie le encantó aquello.
 
Jamie: Sí. Nosotros, los hombres, tenemos que estar unidos. Nunca antes había tenido un hombre, solo a mamá y a tía Mami.
 
Zac: ¿No tiene tía Mami novio? -preguntó pensando que debería sentirse avergonzado por sacarle información a un niño-.
 
Jamie: Antes sí. Pero a él no le gustaba yo.
 
Zac: Entonces, era un idiota.
 
Jamie asintió encantando.
 
Jamie: Sí. Era un idiota. Tía Mami y él iban a casarse, pero no se casaron.
 
Zac: Ya me conozco la historia.
 
Jamie: ¿Ah, sí? -preguntó pasmado-.
 
Zac: No, no me refería a esa historia.
 
Jamie: Le dijo a mi tía que quería tener sus propios ni­ños. Yo lo escuché desde el armario cuando se lo dijo a mi tía.
 
Zac: Y ella le dijo que se perdiera. ¿A que sí?
 
El niño asintió lleno de satisfacción.
 
Zac: Muy bien hecho. Yo habría hecho lo mismo.
 
Jamie. ¿De verdad? ¿Crees que a alguien le gustaría tenerme a mí? ¿Como si fuera su propio niño?
 
Zac: Oh, tú eres mucho mejor. Ya has pasado la peor edad.
 
El niño brincó encantado y se sentó en el regazo de Zac.

«Oye, no he dicho que fuera a adoptarte», pensó Zac. Debería ocurrírsele una excusa para que se bajara, pero no se le ocurrió ninguna.

La confianza que el pequeño había puesto en él era bastante desconcertante. Y también bastante agradable.

Ness salió de la habitación.
 
Ness: Jamie, no molestes a Zac.
 
Jamie: Me ha dicho que le gustaría tenerme -dijo con cabezonería-.
 
Ness: Eso es porque no ha entrado en el cuarto de baño detrás de ti -dijo como si nada, pero Zac notó la tensión en su voz y vio la ansiedad de sus ojos-.
 
Él bajó el niño al suelo.
 
Zac: Vamos a por ese árbol de Navidad antes de que Santa Claus baje y os lleve a tu tía y a ti creyendo que sois unos elfos.
 
Ness: ¿Tan mal estoy, eh?
 
Estaba ridícula. Se había puesto la ropa que la se­ñora Efron le había dejado en un armario y todo eran cosas que le quedaban demasiado grandes.

Salieron al exterior y él se dio cuenta de que ha­bía nevado mucho en muy poco tiempo. Ya debía de haber unos cinco centímetros de nieve. Miró al cielo y pensó que aún iba a caer mucho más.
 
Jamie: Aquí está el hacha -indicó-.
 
Zac se cruzó de brazos mientras miraba cómo Ness intentaba sacar el hacha del tronco donde es­taba clavada.

Después de dejarla más tiempo del que se consi­deraría caballeroso, se acercó y sacó la herramienta con una mano.
 
Ness: Presumido -dijo con desagrado-.
 
Zac: Espera hasta que intentes cortar el árbol -le res­pondió en el mismo tono-.
 
Ness: ¿Qué árbol, Jamie?
 
Jamie corrió hasta el principio del bosque. Había elegido un abeto precioso, perfectamente simétrico. Y también muy hermoso. Debía de medir unos dos metros de altura, aunque la base no tendría más de diez centímetros de diámetro.

Fácil.
 
Ness: Echaos para atrás -ordenó-.
 
Tomó aliento y se colocó en posición. Después, lanzó el hacha con to­das sus fuerzas contra el tronco.

Lo golpeó y se notó que las reverberaciones del árbol ante el golpe la habían pillado por sorpresa. La nieve cayó de las ramas justo encima de ella. Se deshizo de la nieve y bregó para sacar el hacha. Cuando lo consiguió, volvió a colocarse.

Volvió a golpear el árbol en un lugar totalmente diferente, varios centímetros por encima de la pri­mera marca.

Jamie miró preocupado a Zac.
 
Jamie: ¿Cuánto se tarda en cortar un árbol de Navidad?
 
Zac: Depende de lo cabezota que sea una per­sona. Puede llevar todo un día.
 
Ness: De eso nada.
 
Él se encogió de hombros. Con la nieve que es­taba cayendo debería estar ansioso por marcharse de allí; pero, de alguna manera, pensó que no le importaba si tardaba todo el día. Quería ver lo cabezota que era.

Y era bastante.

Jamie comenzó a impacientarse.
 
Jamie: ¿Sabes hacer ángeles de nieve? -le preguntó a Zac-. Una vez lo vi en televisión.
 
Zac: Claro. Solo tienes que tumbarte sobre la nieve y mover los brazos y las piernas.
 
Jamie lo miró asombrado.
 
Zac: Así -dijo, pensando que se desconocía a sí mismo-.
 
Se tumbó sobre la nieve y se lo demostró. Des­pués, salió con cuidado de la marca en el suelo.

Jamie lo miró con reverencia.

Zac miró a Ness y la encontró con la misma ex­presión de ansiedad que cuando Jamie estaba en su regazo.

Jamie se tumbó a hacer el ángel y él lo miró aten­tamente.
 
Jamie: Perfecto -dijo cuando se levantó-.
 
Era tan fácil hacer que la cara de un niño se ilu­minara...

Jamie se dedicó a hacer ángeles de nieve y él se acercó a Ness. El tronco estaba bastante cortado, pero no parecía que fuera a caer pronto.
 
Zac: ¿Qué pasa?
 
Ness: Ten cuidado con Jamie.
 
Zac: ¿Por qué? ¿Está enfermo?
 
Ness: Oh, no; no es eso. Gracias a Dios.
 
Volvió a lanzarle otro hachazo al árbol. Estaba tan cansada que la hoja ni siquiera se hincó en el tronco, solo rebotó.

Ya estaba bien. Le quitó el hacha de las manos. Ella no protestó. Incluso fingió que no sucedía nada.
 
Ness: Zac, no tiene muchas influencias masculinas en su vida. Podría verte como a un héroe.
 
Él se volvió hacia ella y por la expresión de su cara comprobó que no le estaba diciendo toda la verdad.

¿Cuál era la verdad al completo? ¿Que ella ya se había dado cuenta de que él no era ningún héroe? ¿Que no era merecedor de la admiración de un niño de cinco años?

Ya que ella pensaba eso, ¿por qué sentía él esa punzada extraña en el estómago?

Miró a Jamie tumbarse en la nieve para hacer el ángel. Él sí que era un verdadero ángel.
 
Zac: De acuerdo. Voy a derribar este árbol y después me marcharé.
 
Ness: No quería herir tus sentimientos -dijo en voz baja-.
 
«¿Herir mis sentimientos?» ¡Qué tontería! ¿Pero qué era esa punzada en el pecho?
 
Zac: No has herido mis sentimientos.
 
Ness: No hay razón para que se encariñe contigo, eso es todo. No vamos a quedarnos mucho tiempo -dijo como si él no hubiera dicho nada-.
 
Zac: No voy a quedarme mucho. Sólo cinco minutos.
 
El árbol cayó de cinco hachazos.
 
Zac: Bueno. Me marcho. ¡Mira cuánta nieve! Feliz Navidad.
 
Jamie: ¿Cómo va a poner mi tía el árbol? Ya le cuesta poner el de casa y ni siquiera es de verdad.
 
Ness: Ya me las arreglaré.
 
No se fiaba de su seguridad; ya la había visto con el fuego y con el hacha. Suspiró.
 
Zac: Yo meteré el árbol y lo colocaré. Después me voy. Y lo digo en serio.
 
Jamie estaba sonriendo como si de serio no tu­viera nada.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Amo a jamie jaja como busca escusas para q zac se quede�� sigue pronto

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