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martes, 10 de octubre de 2023

Capítulo 24


Vanessa se despertó acurrucada contra Zac. Eso de por sí se había vuelto bastante habitual. Pero el hecho de que los dos tuvieran la cabeza apoyada en el pecho de Atardecer añadía un elemento completamente nuevo.

Habían dormido mejor de lo que ella esperaba, sobre todo porque habían dejado las luces encendidas por si surgía cualquier urgencia médica. En ese momento la caseta olía a heno, a caballo y a antiséptico.
Y el caballo roncaba.

Lo interpretó como una buena señal cuando se separó muy despacio y se incorporó. Miró la hora en el móvil: las cinco y cuarto de la mañana. No, no estaba nada mal, pero a sus compañeros de caseta podía venirles bien dormir un par de horas más.

Si no estuviera dentro del saco de dormir, le habría echado un vistazo a la pierna de Zac. En vez de eso, se movió con cuidado, bien agachada, para examinar la herida de Atardecer.

Fea, pensó, y le dolería cuando se despertara. Pero parecía limpia. Le puso la mano suavemente en el vientre. Cálido, no caliente.

Después de retroceder unos pasos, se incorporó y los miró a los dos. Incapaz de resistirse, volvió a sacar el móvil e hizo un par de fotos. Imprimiría una de ellas y la enmarcaría para Zac. Puñetas, puede que hasta pusiera una en la web.

Mientras pensaba en eso, y en el espectáculo de acrobacias de Zac, volvió a agacharse buscando otro ángulo. Un buen complemento para la fotografía de Zac con el brazo levantado y Atardecer con las patas delanteras en alto.
 
Zac: ¿Ya es de día? -masculló-. ¿En serio?

Ness: Apenas. Vuelve a dormirte. Él está bien -dijo cuando Zac se incorporó-. He echado una ojeada a la herida. No está caliente, se ve limpia. Déjame mirar la tuya antes de que vaya a darme una ducha.

Zac: Está bien.

Ness: Pues vamos a verla.

Zac protestó, pero salió del saco.

Vanessa comprobó que la hinchazón estaba en todo su esplendor, pero cuando retiró la venda, la herida parecía limpia, lo mismo que la de Atardecer. No había ningún enrojecimiento. Ningún calor preocupante.

Ness: Se te ha hinchado un poco, pero no más de lo normal. Parece que los dos estáis mejorando. Y los dos tenéis el día libre para seguir haciéndolo.

Zac: Me encuentro bien. Hoy estamos a tope de trabajo.

Ness: Un trabajo del que nos ocuparemos los demás. Recibir un disparo equivale a un día de baja, para caballo y jinete -le dio unos golpecitos en el pecho con el dedo-. Soy tu jefa. Además, no vas a querer dejarlo solo. -Se acuclilló-. Estaba cabreadísima contigo.

Zac: ¿Porque me dispararan? -se pasó los dedos por el pelo-. No parece muy justo.

Ness: Por no decirme que te habían disparado. Y por apartarme cuando me di cuenta.

Zac: Puedo pedirte perdón por eso último.

Ness: No hace falta. Cuando se me pasó el cabreo, que sobre todo se debía al susto de muerte que me llevé, lo pensé. Yo habría hecho exactamente lo mismo. En eso somos iguales, supongo.
 
Zac: Yo también me habría cabreado bastante contigo si la situación hubiera sido al revés.

Ness: Pues todo arreglado. Intenta dormir un poco más. Te traeré café después de ducharme. Luego puedes ducharte tú y desayunar. Papá, Alex, Mike, mamá o cualquiera de los mozos se quedará con él mientras te aseas y te dan de comer.

Zac: Lo sé.

Cuando Vanessa iba a ponerse de pie, él se lo impidió besándola.

Zac: Admiro a las mujeres capaces de dormir en una caseta con un caballo herido.

Ness: No ha sido mi primera vez y es improbable que sea la última.

Zac: Lo admiro.

Vanessa le dio una palmadita en la rodilla, se levantó y se puso las botas.

Ness: No te apoyes en esa pierna.

Mientras oía cómo sus pasos se alejaban, Zac acarició a Atardecer, pues sabía que el caballo se había despertado.

Zac: Parece que he entrado en territorio desconocido. Ella me crea un anhelo con el que no sé qué hacer. -Bajó la vista y miró a Atardecer a los ojos-. Duele, ¿verdad? Bueno, levantémonos despacio, los dos, y a ver qué tal estamos de pie.


Segundos después de que Vanessa cerrara su puerta, Alice abrió la suya. Anduvo sin hacer ruido y de golpe se vio cuando era adolescente, entrando en la casa a escondidas, o intentándolo, después de la hora tope.

Sabía lo del caballo herido. Todos se habían levantado de un salto, entre gritos y carreras. Al principio había tenido miedo, miedo de que el señor hubiera ido a llevársela. De que le hiciera daño porque se había cortado el pelo y se lo había teñido de rojo como la abuela.

Pero no había sido el señor. Alguien había hecho daño a un caballo y ella quería verlo. Le gustaban los caballos. Recordaba que los montaba y cepillaba. Incluso recordaba que en una ocasión había ayudado a uno a nacer. Quería ver al caballo herido, pero todos decían que no debía preocuparse.

Que todo iba bien.

Pero ella quería ver al caballo herido, así que lo vería.

«Terca. Como una mula.»

Por alguna razón, oír esas palabras en su cabeza la hizo reír. Tuvo que taparse la boca con la mano para ahogar la risa mientras bajaba la escalera trasera con sigilo.

Y sabía, recordaba dónde estaban los peldaños que crujían. ¡Oh, cielos, se acordaba! Se le inundaron los ojos de lágrimas mientras evitaba pisarlos.

Aún no había salido de casa, ni una sola vez. Ni tan siquiera había entrado en el recibidor porque sabía que había una puerta por la que se accedía al exterior.

Le dolía el estómago, le dolía la pierna mala, le dolía la cabeza.

En vez de salir, debería prepararse un té. Un rico té, y ponerse a trabajar en su bufanda.

Alice: No, no, no. No seas miedica. No seas miedica. No seas miedica.

No podía dejar de decir las palabras, una y otra vez, ni aun cuando volvió a taparse la boca. Seguían saliéndole a borbotones.

Cuando abrió la puerta, regresó directamente al momento en el que había abierto la puerta de la casa que el señor le había procurado. La cabeza empezó a darle vueltas, de manera que tuvo que agarrarse al marco con una mano. El aire le acarició la cara. Fresco, fragante.

Igual que había hecho semanas atrás, salió.
 
Estrellas, cuántas estrellas. ¡Montones de estrellas! Comenzó a dar vueltas debajo de ellas, con los brazos levantados. Recordó que bailaba; ¿lo había hecho bajo un mundo de estrellas?

Ahí estaba el gran establo, y ahí el barracón, las caballerizas, el gallinero. Oh, y ahí era donde mamá cultivaba su huerto. Ahí estaba el jardín de las hermanas.

Se acordaba, se acordaba.

Pero cuando los perros que Vanessa había dejado sueltos corrieron a su encuentro, se quedó petrificada.

No la mordieron. No le gruñeron ni se abalanzaron sobre ella. Movieron el rabo, brincaron y se restregaron contra sus piernas. Les gustaba dormir a sus pies mientras ella tejía bufandas. Estar fuera no significaba que fueran a morderla.

Alice: Sois perros buenos -susurró-. No malos. Os conozco. Tú eres Chester y tú eres Clyde. Entráis en la casa y dormís cuando yo hago mi bufanda. Vamos a ver al caballo.

Se dirigió a las caballerizas bajo un mundo de estrellas y los perros buenos correteando alegremente alrededor de ella.

Intentó abrir la puerta con sigilo, con el sigilo de un gato. ¡Conocía los olores! Nada atemorizante, nada malo.

Caballos, heno y estiércol, grasa para las sillas de montar y aceite de linaza. Forraje y manzanas.

Anduvo también con el sigilo de un gato, llevaba las zapatillas de casa y el pijama de franela que tanto le gustaba. Era muy suave.

Una voz la hizo detenerse, llevarse la mano al pecho cuando el corazón se le aceleró.

Zac: Vas a tomarte la medicación, y sin quejarte. Tampoco va a servirte de nada mirarme con esa cara de tristeza. Voy a tomarme la mía. ¿Me ves quejándome y dando lástima? Bien. Me tomaré primero la mía.

Alice avanzó un poco más, vio al hombre. El hombre que a veces iba a cenar con ellos los domingos, a desayunar. A veces.

Lo había visto besar a Vanessa, y a esta no parecía haberle molestado nada en absoluto.

Pero si el hombre le daba un poco de miedo, el caballo... Ay, el caballo era hermosísimo. Y el hermoso caballo tenía su hermosa cabeza apoyada en el hombro del hombre.

Zac: Sé que te duele.

La voz del hombre transmitía amabilidad, amor; transmitía lo opuesto de la crueldad.

Alice: Tú no has hecho daño al caballo.

El hombre se dio la vuelta, acariciando aún el cuello del animal con una mano. Iba sin afeitar y tenía los ojos cansados, el pelo alborotado.

Zac: No, señorita. Yo nunca le haría daño.

Ness: ¿Quién se lo ha hecho?

Zac: No estoy seguro. ¿Tiene frío, señorita Alice? ¿Quiere ponerse mi chaqueta?

Se la quitó y se acercó a ella. Alice había empezado a retroceder, a alejarse, pero vio que cojeaba un poco.

Alice: Yo también cojeo. ¿Te ha encadenado alguien?

Zac: No. Me han hecho un poco de daño cuando han herido a Atardecer. Este es Atardecer. Atardecer, esta es la señorita Alice Hudgens.

Con gran regocijo de Alice, y para el ridículo orgullo de Zac, Atardecer dobló las patas delanteras e hizo una reverencia.

Alice: ¡Es precioso!

Zac: Y él lo sabe. Puede acariciarlo. Le encanta que lo acaricie una mujer guapa.

Alice: Fui guapa. He envejecido. Vanessa me ha cortado el pelo y me lo ha puesto otra vez bonito.

Zac: ¿Sí? -Más orgullo-. Le queda muy bien. Se parece un poco al de doña Fancy -siguió hablando cuando ella se acercó despacio y alzó una mano para acariciar a Atardecer en la mejilla-. ¿Sabe?, estoy bastante colado por doña Fancy.

Alice se rio, un poco alto, como si le faltara práctica.

Alice: ¡Es incluso más vieja que yo!

Zac: Me da exactamente igual.

Alice: Atardecer -murmuró-. Te llamas Atardecer, puesta de sol. Me gusta ver la puesta de sol. Pone el cielo precioso. Como si fuera magia. Me gustan los caballos. Lo recuerdo. Las cosas se me mezclan en la cabeza, pero recuerdo que me gustan los caballos. Me gusta montarlos, galopar. Sería estrella de cine y tendría un rancho en Hollywood Hills. Iría de compras a Rodeo Drive.

Zac: Vamos, póngasela -no se apartó cuando Zac la ayudó a ponerse su chaqueta-. Cuando Atardecer se recupere, a lo mejor le gustaría montarlo.

Alice se llevó la mano a los labios, con los ojos como platos por el asombro.

Alice: ¿Podría?

Zac: Cuando se recupere. La doctora tiene la última palabra. Pero podría montarlo cuando ella nos dé carta blanca.

Alice: A... a lo mejor no me acuerdo de cómo se hace.

Zac: No pasa nada. Yo enseño a montar a la gente. Atardecer y yo. Se lo puede pensar.

Alice: Me lo puedo pensar. Nadie me lo puede impedir. Me lo puedo pensar. ¿Dónde lo han herido?
 
Zac: En el vientre. ¿Lo ve?

Alice contuvo un grito y, se acordara o no de montar, demostró a Zac que no se había olvidado de cómo moverse y actuar con los caballos.

Se agachó y acarició a Atardecer en el flanco con una mano para tranquilizarlo mientras examinaba la herida.

Alice: Eso es cruel. Es cruel. Yo sé de crueldad. Una crueldad que te encadena, que te pega con los puños y te fustiga con cinturones. Esto es igualmente cruel. Le quedará cicatriz. Yo tengo cicatrices. Lo siento -canturreó al enderezarse, volvió junto a la cabeza de Atardecer, se la acarició-. Siento mucho que alguien te hiciera daño. Alguien cruel.

Cuando Atardecer apoyó la barbilla en su hombro, ella cerró los ojos un momento. Al abrirlos, miró a Zac de hito en hito.

Alice: Tú no eres cruel. Yo sé lo que es ser cruel. Sé que se puede ser más cruel de lo que nadie podría imaginar. Pero no me acuerdo de ti.

Zac: Yo no había nacido en aquella época.

Alice: Yo me fui.

Zac: Yo también; tenía más o menos la misma edad que usted cuando se marchó.

Alice ladeó la cabeza y lo miró un buen rato, sin dejar de acariciar a Atardecer.

Alice: ¿Dónde fuiste?

Zac: ¿Sabe?, es curioso. Fui a California, igual que usted. Acabé en Hollywood.

Ella volvió a ahogar un grito de sorpresa y la mirada se le iluminó.

Alice: ¿Eras actor de cine? Eres guapo.

Zac: No, señorita, pero trabajé mucho en el cine. Trabajé con los caballos de las películas.

El suspiro de Alice evocó juventud, asombro.

Alice: ¿Fue maravilloso?

Zac: Me gustó.

Alice: Pero volviste.

Zac: Echaba de menos este lugar. El rancho, la gente. Tengo una madre y una hermana, y me necesitaban aquí más de lo que yo quería pensar cuando me fui.

Alice: Yo echaba de menos el rancho, a mi familia. Volvía a casa. A ti no te detuvo nadie cuando volvías.

Zac: No. Siento muchísimo que alguien la detuviera a usted.

Alice: Ahí me volví vieja. Vieja, débil y loca.

Zac: Señorita Alice... Eso no es lo que veo cuando la miro. No es lo que oigo ahora que usted y yo estamos conversando.

Alice: Conversando -repitió despacio-. Estamos conversando.

Zac: Lo que veo, a la que oigo, es a una persona lastimada, pero sobre todo fuerte. Igual que Atardecer. Fuerte, inteligente y bueno, solo un poco lastimado.

Alice: No te tengo miedo. 

Zac esbozó una sonrisa.

Zac: Yo tampoco se lo tengo a usted.

Ella se rio un poco, por lo que Zac se sintió complacido.

Alice: Me siento más como Alice con el pelo corto y teñido de rojo igual que la abuela. Me siento más como Alice con Atardecer. Si, cuando se ponga mejor, puedo montarlo, pero si no me acuerdo de cómo se hace, ¿me ayudarás?

Zac: Se lo prometo. Quizá podría devolverme el favor.

Alice: No puedo hacer mucho todavía. Puedo tejerte una bufanda. Tienes los ojos grises y azules. Grises y azules todo a la vez. Mamá quizá tenga un hilo así, y podré hacerte una bufanda.
 
Zac: Eso sería estupendo, pero ¿querría ayudarme un momento con Atardecer? Necesita tomarse la medicación y no quiere. Lo necesita para ponerse mejor y dejar de tener dolor. A lo mejor podría hablar con él por mí.

Zac captó la mirada que Atardecer le lanzó, una mirada que lo acusaba claramente de ser un liante. Él solo le sonrió. Si alguien sostenía que ese caballo no entendía todo lo que se decía, Zac lo tacharía de poco imaginativo, en el mejor de los casos, y de mentiroso, en el peor.


Una vez estuvo vestida, Vanessa llevó a las caballerizas un termo de café solo. Ya había cubierto los huecos dejados por Zac: había mandado un mensaje de texto a Evan, que tenía el día libre, para pedirle que lo supliera. Resuelto. Había mandado otro mensaje a Ashley para que se ocupara de una de las clases de Zac. Tendría que cancelar el número de Atardecer cuando llegara al centro, y estaba pensando en una actividad divertida para sustituirlo, pero todo lo demás lo había solucionado.

Los mozos del rancho estarían despertándose en el barracón, igual que su padre y sus hermanos en la casa. Clementine, imaginaba, llegaría de un momento a otro.

Otro día estaba a punto de comenzar.

Esperaba que el día de Garrett Clintok empezara entre rejas; lo mismo que Zac, ella también opinaba que había sido él el autor del disparo.

Casi se tropezó cuando vio a Alice andando hacia ella bajo la nacarada luz del alba.

Ness: ¿Alice? Alice, ¿qué haces fuera de casa? 

Y con la chaqueta de Zac puesta, observó.

Alice: He ido a ver al caballo. Está herido. Y el hombre... el hombre... No recuerdo su nombre.
 
Ness: ¿Zac?

Alice: ¡Zac! «Zac, soy Zac», ha dicho. También está herido. Le he ayudado a darle la medicación a Atardecer y hemos tenido una conversación. Me ayudará a montar a Atardecer cuando el caballo esté mejor. Alguien ha sido muy cruel. Cruel, cruel. Odio la crueldad. Uno puede acostumbrarse a ella. Yo me acostumbré, pero ahora la odio. Había estrellas. Ahora ya no están.

Ness: Está saliendo el sol -señaló hacia el este-. ¿Lo ves?

Alice: Está saliendo el sol. Me gusta. Los hombres están saliendo. Vanessa intuyó el pánico en su tía y le puso una mano en el brazo.

Ness: No son crueles.

Alice: ¿Cómo lo sabes? -susurró-. El señor no parecía cruel cuando me subí a su camioneta. ¿Cómo lo sabes?

Ness: Porque los conozco. A todos. Sé que todos te protegerían de la gente cruel. Te acuerdas de Hec, ¿verdad? Él nunca sería cruel.

Alice: Creo... que sí.

Ness: Tranquila. Muchas emociones y aún no ha salido el sol.

Alice: Voy a hacerle una bufanda a Zac. Me gustan sus ojos. ¿Son azules, son grises? ¿Son azules, son grises? Es divertido. Voy a decir a la doctora Minnow que he salido. Se llevará una sorpresa.

Ness: Cuando vuelva hoy de trabajar, a lo mejor puedes venir conmigo a visitar a Atardecer y a Zac. También puedes conocer a mi caballo. Se llama Leo.

Alice: Me apetece. Si no vuelvo a sentir que estoy loca.

Ness: Vale.

Vanessa se encaminó a las caballerizas y decidió que le debía a Zac más que un día libre.
 
Se corrió la voz. Aunque ya se lo esperaba, Vanessa confiaba en poder dar la mínima información en vez de ponerse a apagar fuegos por doquier en cuanto llegara al despacho.

Britt saltó literalmente sobre ella en cuanto pisó el vestíbulo.

Britt: ¿Es cierto? No ha llegado nadie más -se apresuró a decir-. Me he enterado por Tess en el Pueblo Zen. Zeke le mandó un mensaje anoche.

Zeke, un mozo del rancho, hermano de Tess, la masajista. Dios bendito.

Ness: Es cierto. Zac y Atardecer recibieron un balazo de refilón. No sabemos si fue a propósito. El sheriff Tyler lo está investigando.

Britt puso los brazos en jarras.

Britt: Eh, Ness, soy yo, y sé cuándo respondes con evasivas.

Ness: Me gustaría dejarlo ahí, oficialmente, y que los huéspedes no se enteraran. Así que, por favor, di esa versión si te preguntan.

Britt: ¿Qué está pasando, Ness? Matan a Bonnie Jean y a esa otra chica. ¿Y ahora esto? Oh, Dios mío, ¿está relacionado? ¿Es todo...?

Ness: No. Yo no veo la relación. Y no son evasivas.

Britt: Pero tu tía...

Ness: Britt, sinceramente, no veo ninguna relación entre una cosa y otra.

Britt: Aún no saben quién mató a Bonnie Jean. -Se le humedecieron los ojos con solo mencionarlo-. Ya nadie habla siquiera de eso, apenas.

Ness: No la hemos olvidado. Tú lo sabes. Lo que pasó ayer fue otra cosa. Solo un acto cruel y estúpido.

Britt: Sabes quién ha sido.

Ness: Creo que sí, y no tiene nada que ver con eso.

Britt: Ni siquiera te he preguntado si Zac está bien -se frotó los ojos-. Y el caballo. Todo el mundo lo adora.

Ness: Se están recuperando los dos.

Britt: Bien. Vale. ¿Qué te parece si hago una colecta para comprarles regalitos a los dos?

Ness: Me parece una idea genial.

Apenas se había sentado a su escritorio para intentar pensar en una actividad alternativa al número de Atardecer, cuando Chelsea y Jessica entraron juntas.

Jess: Juro que los hombres hablan más que las mujeres. Mike te lo ha dicho, Alex te lo ha dicho.

Jessica tuvo la suficiente entereza para cerrar la puerta.

Chelsea: ¡Les han disparado!

Ness: Sí, pero es la clásica herida superficial. No voy a quitarle importancia -se apresuró a añadir-. Nos dio a todos un susto de muerte, unos centímetros más y habría sido peor. Pero los dos van a ponerse bien. No estoy segura de que pueda impedirle a Zac que trabaje mañana como he hecho hoy.

Chelsea: Mike me ha dicho que ha sido Garrett Clintok.

Vanessa miró a Chelsea con las cejas enarcadas por la sorpresa.

Ness: Mike tendría que pensárselo antes de acusar a nadie.

Jess: Entonces, Alex también. Nunca lo había visto así. Tan enfadado, tan frío y duro. Y tenía mucho que contar sobre cómo Clintok está persiguiendo a Zac últimamente, lo mismo que cuando eran críos.

Ness: Impidamos que esa opinión, que yo secundo completamente, corra por todo el resort.

Chelsea: ¿De verdad está bien Atardecer? O sea, Zac también -matizó-. Es solo que...

Ness: Lo sé. Y lo está. Lo han herido, pero está curándose. Va a pasar un tiempo antes de que pueda volver a trabajar aquí. Lo cual plantea otro problema. Necesito pensar en algo para sustituir su número. Sé que está programado para este fin de semana.
 
Chelsea: Mierda -se llevó un dedo a la sien-. Se me había ido por completo de la cabeza. Podemos decir simplemente que el caballo está indispuesto. Ya se me ocurrirá algo. Déjame pensar en alguna alternativa.

Jess: De hecho, he estado pensando. 

Jessica rodeó a Chelsea por la cintura.

Chelsea: ¿No te dije que esta chica siempre está pensando? Te escuchamos.

Jess: Bueno, Carol hace carreras de barriles. Evan y Ben han participado en rodeos. Sé que es muy justo para hoy, pero estoy segura de que pueden organizar algo.

Chelsea: Buena idea. Alex maneja bien el lazo.

Jess: ¿Ah, sí?

Vanessa sonrió a Jessica.

Ness: Me sorprende que no te haya echado el lazo todavía. Se buscará excusas, pero pediré a mamá que le insista. Si los demás acceden, y contamos con Chris del rancho, que también hace rodeos, podemos montar un espectáculo de una hora para llenar el hueco y tener contenta a tu familia en su reunión.

Jess: Iré al CAH para explicar el plan.

Chelsea: Tienes una reunión dentro de cinco minutos -le recordó a Jessica-. Y querías hablar con la cocina sobre la comida de hoy. Ya voy yo. Puedo tener el programa redactado en una hora más o menos.

Jess: Nunca me abandones.


La fe de Jessica en ella siempre era un estímulo para Chelsea. Le encantaba el trabajo, la gente, el resort. Le fascinaba que una persona a quien ella admiraba le diera oportunidades para crear, incluso para tomar las riendas.
 
Pensando aún en cómo plantear el programa alternativo, fue al CAH en coche. De no haber ido tan justa de tiempo, le habría encantado hacer el camino a pie. A su juicio, no había nada mejor que la primavera en Montana.

A mitad de trayecto, uno de los empleados de mantenimiento le hizo señas desde su camioneta. Se asomó por la ventanilla.

**: ¡He oído que han disparado al caballo de Zac Efron cuando él lo montaba!

Chelsea repitió la versión que Vanessa le había dado en su despacho.

Chelsea: Están bien. Alguien estaba disparando y les ha dado a los dos de refilón, pero están bien.

**: He oído que han tenido que sacrificar al caballo.

Chelsea: Oh, no. La veterinaria ya lo ha curado. Solo necesita descansar un par de días.

El hombre -¿cómo se llamaba?, ¡Vince!- la miró con incredulidad.

Vince: ¿Estás segura de eso, muchacha?

Chelsea: He hablado con Mike y hace un momento con Vanessa. Hasta hemos convenido en hacer un bote para comprarle un regalito a Atardecer.

Vince: ¿Quién recoge el dinero? ¿Britt?

Chelsea: Exacto.

Vince: Colaboraré. Es un caballo increíble. La gente no debería ir pegando tiros a menos que sepa a qué puñetas apunta. Una panda de dentistas pardillos de algún estado del Este. Seguro que pasó eso. Que tengas un buen día, muchacha.

Chelsea: Igualmente.

Chelsea siguió su camino deseando que hubiera sido un pardillo. Pero Mike, enfadadísimo, estaba convencido con respecto a Clintok. Y con que lo había hecho a propósito. Por inquietante que fuera, le parecía imposible que Mike se equivocara tanto.
 
Después de aparcar, vio a Evan, que estaba llevando dos caballos al primer potrero.

Chelsea: Hola, Evan.

Evan: Hola, Chelsea.

Chelsea: ¿Está Ben?

Evan: Acaba de entrar a buscar un par de Coca-Colas.

Chelsea: ¿Y Carol?

Evan: Tenía un paseo a caballo a primera hora. Volverá dentro de... -alzó la vista, entornó los ojos y estimó el ángulo del sol- una media hora, quizá. ¿Puedo hacer algo por ti?

Chelsea: De hecho, sí. Tú, Ben y Carol. Necesitamos sustituir el espectáculo de Atardecer y Zac esta tarde.

Evan: ¿Zac está enfermo? La jefa me ha mandado un mensaje preguntándome si podía venir hoy. Solo he pensado que estábamos más ocupados que de costumbre.

Chelsea: ¿No te has enterado?

Evan ató los caballos, se volvió.

Evan: ¿Enterarme de qué?

Chelsea: Bueno, vas a enterarte de todos modos, y como están inflando lo que pasó, más vale que sepas la verdad. Ayer había alguien en el bosque que queda encima de la carretera de Black Angus y disparó una bala. Dio a Zac y a Atardecer.

Evan: ¿Qué? -la agarró por el brazo-. ¿Les disparó?

Chelsea: Espera. Debería haber añadido «de refilón». Les dio de refilón, y los dos van a ponerse bien.

Evan: Santo Dios. ¿Es grave? Zac es un jefe estupendo, y ese caballo es algo especial.

Chelsea: Rozó a Zac en la pierna y a Atardecer en el vientre.
 
Evan endureció las facciones.

Evan: Ha sido ese condenado ayudante.

Le había soltado el brazo, y Chelsea se lo cogió a él.

Chelsea: ¿Por qué dices eso?

Evan: Estaba aquí mismo la primera vez que vino a por Zac. Y se ensañó bien con él. Y ayer lo vi paseándose en un quad cuando traía a un grupo de un paseo a caballo. No llevaba el uniforme, pero supe que era él. No me parecía que tuviera nada que hacer en las tierras del resort, pero tenía a los huéspedes en fila y no pude seguirlo.

Chelsea: ¿Lo viste, en el resort, en un quad?

Evan: Sí. Hacia las cuatro, diría yo. Más o menos a esa hora.

Chelsea: Puede que tengas que decírselo al sheriff.

Evan: Claro que se lo diré, si es importante.

Chelsea: Y tal vez a nadie más de momento... Vanessa quiere impedir..., bueno, que el ambiente se caldee.

Evan: Yo ya estoy bastante caldeado. A eso lo llamo yo tender una emboscada. Disparar a un caballo... -masculló acariciando a la yegua baya-. ¿Qué hijo de puta hace una cosa así?

Chelsea: Un hombre sin corazón, creo yo. 

Evan la miró.

Evan: Yo también lo creo.

Chelsea: Tengo que volver, pero nos vendría muy bien que nos ayudaras esta tarde.

Evan: Cuenta conmigo. Estoy tan enfadado que muerdo.

Chelsea: El programa... -comenzó a decir, y le explicó lo que habían pensado-.

Evan: Será divertido. Lo montaremos, claro que sí. Hablaré con Ben y Carol. No conozco tanto a Alex, ni al otro.

Chelsea: De eso nos ocupamos nosotras. Podríais decidir qué vais a hacer, en qué orden, ese tipo de cosas. Y si vais a necesitar algo. Si pudierais tenerlo todo pensado antes de mediodía, creo que lo conseguiríamos.

Evan: Pues entonces eso haremos. Me alegra mucho poder participar.

Chelsea: Genial. Tengo que volver para ponerme a organizarlo todo. 

Chelsea se dio la vuelta cuando vio a Ben correr hacia ellos, gritando:

Ben: ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Alguien ha disparado a Zac y a Atardecer! 

Evan se echó el sombrero hacia atrás.

Evan: Anda, vete. Yo se lo diré.

Chelsea: Lo de Clintok no, ¿vale? Aún no.

Evan le guiñó el ojo y se llevó un dedo a los labios. Admiró su figura mientras se alejaba y después se volvió hacia Ben, que estaba sin aliento.

Evan: Espera, Ben. Lo sé todo.


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