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lunes, 18 de diciembre de 2023

Capítulo 14


Vanessa llevaba una semana de un humor de perros, contestándoles de mala manera a sus amigas e incluso siendo grosera con sus clientas. Y lo peor era que no sabía por qué estaba así. Normalmente era la persona más amable y tranquila que conocía.

Estaba en el jardín del centro, mirando un vaso de té que ni siquiera había probado, cuando aparecieron Maddie, Helen y Dana Sue.

Ness: Oh, oh -murmuró al verlas-. ¿Estoy metida en algún lío?

Maddie: Dínoslo tú. Llevas una semana que no pareces tú misma. Hoy has insultado a Emily Blanton.

Vanessa se quedó horrorizada al oírla.

Ness: No, de eso nada -intentó recordar la conversación que había tenido con Emily-. En serio, Maddie. No la he insultado.

Maddie: Le dijiste que no importaba qué producto comprase -dijo con expresión divertida-.

Ness: Eso no es un insulto -protestó mirando a las otras en busca de apoyo-. ¿Lo es?

Dana Sue se echó a reír.

Dana: Lo es cuando estás insinuando que nada podría ayudarla.

Maddie: Y eso es lo que ella ha entendido -dijo con una sonrisa-.

Helen: La verdad es tu mejor defensa -dijo mirándola compasivamente-. Nada puede salvar la piel de esa mujer. Se ha pasado cincuenta años tostándose al sol y ahora espera que alguna crema haga un milagro.

Ness: Pero Emily es encantadora. Jamás habría querido herir sus sentimientos -enterró el rostro en las manos-. No sé lo que me está pasando. De verdad que no lo sé.

Dana: ¿Cuándo fue la última vez que viste a Zac? 

Ness: Hoy hace una semana -respondió sin saber adónde quería llegar su amiga-. En la reunión del comité. Se suponía que íbamos a comer juntos, pero Teresa me llamó para cancelarlo.

Dana: ¿Y desde entonces no lo has visto ni has hablado con él? 

Vanessa negó con la cabeza.

Maddie: Pues ahí lo tienes. Zac es la causa de tu confusión y tu caos interno.

Ness: Yo no tengo ningún caos interno -protestó-.

Helen: Todas hemos pasado por lo mismo Incluida yo. No hay nada de qué avergonzarse.

Ness: No me avergüenzo de nada, y no estoy confusa ni dolida sólo porque un hombre no me llame.

Maddie: ¿Y qué tendría de malo si así fuera? No pasa nada porque te guste. Por lo que hemos podido ver, Zac es un gran tipo - se giró hacia las otras-. ¿Verdad?

Dana: Desde luego. A Ronnie también le gusta.

Maddie: Y a Cal también.

Helen: Ahí lo tienes. ¡El sello de aprobación de las Magnolias!

Ness: ¿Mi opinión no cuenta para nada? 

Maddie: Claro que sí. Pero tienes que explicarnos cuál es el problema para que podamos ayudarte.

Vanessa no creía que tuviera obligación de explicarse, pero hizo el esfuerzo por sus amigas.

Ness: En pocas palabras, su carrera es más importante que yo. En cuanto le salga un trabajo mejor en otra parte se marchará, y por fin ha comprendido que es inútil empezar una relación sin futuro -frunció el ceño-. Por no mencionar que su madre me odia a muerte.
 
Maddie se rió.

Maddie: No me parece que Zac sea el tipo de hombre que le haga caso a su mamá.

Ness: Lo mismo pensaba yo. Hasta que canceló el almuerzo.

Helen: Llámalo -le aconsejó-. Pídele una cita.

Ness: De ningún modo. Ni que estuviera loca.

Dana: Entonces dinos por qué eres tan desgraciada. 

Vanessa dudó un momento antes de responder.

Ness: Es por la nueva casa. El papeleo para el préstamo… Siento que me estoy atando a algo sin saber si va a funcionar.

Maddie: Como una especie de matrimonio. En la vida no hay garantías, cariño. Lo único que puedes hacer es informarte bien antes de tomar una decisión.

Ness: ¡Ése es el problema! Tomé la decisión de comprar la casa sin pensarlo siquiera. Fue un impulso, y yo nunca hago nada por impulso.

Maddie: Esa casa es perfecta para ti. Todas la visitamos cuando éramos niñas y sabemos cómo es. Si no puedes confiar en tu instinto, confía en el nuestro.

Ness: Tú sólo quieres quedarte tranquila de que no voy a dejar el centro de belleza.

Helen: Hey -dijo claramente ofendida-. Siempre hemos sido sinceras contigo, incluso cuando no era lo mejor para nuestros propios intereses.

Vanessa hizo una mueca, avergonzada.

Ness: Lo siento. Otra vez me he dejado llevar por los nervios. Sois las mejores amigas que podría tener.

Helen: Vayamos al grano. Mi consejo es que llames a Zac y os veáis lo antes posible para tener sexo. Te ayudará a mejorar tu estado de ánimo y hará maravillas en tu piel.

Vanessa se rió a pesar de sí misma.
 
Ness: ¿El sexo como terapia? Muchas mujeres confían en nosotras para tener una piel tersa y brillante. Si supieran que pueden conseguir el mismo efecto con el sexo, no volveríamos a verles el pelo.

Helen se echó a reír.

Helen: De acuerdo, entonces que quede entre nosotras. Y ahora me voy a casa con mi marido. Toda esta charla de sexo me ha abierto el apetito.

Dana: A mí también -dijo levantándose-. Quizá lo haga con Ronnie en el almacén de la tienda… con la puerta abierta para darle un toque de emoción.

Maddie suspiró.

Maddie: Cal y yo tenemos que pedir hora para tener sexo, con tantos niños por medio… Alguna que otra tarde nos vamos al Serenity Inn -confesó, poniéndose colorada-.

Helen, Dana Sue y Vanessa la miraron asombradas.

Helen: Me pregunto si a Erik le parecerá buena idea -dijo volviéndose hacia Dana Sue-. ¿Tiene una hora libre en el restaurante entre la hora del almuerzo y los preparativos de la cena? -Dana Sue asintió con expresión divertida-. Perfecto… Una hora bastará para animar la tarde de mañana.

Maddie: Tendremos que ir con cuidado. A Cal le entrará el pánico si empezamos a tropezarnos con todo el mundo en el aparcamiento del hotel.

Ness: Procura no tropezarte con Zac para no darle ideas.

Helen: Llámalo.

Maddie: Antes de mañana. Y pídele disculpas a Emily Blanton.

Vanessa asintió en silencio. Era mejor no comprometerse expresamente. Podía hablar con Emily Blanton, pero hablar con Zac era impensable. Además, al día siguiente tendría que verlo para ir a buscar el árbol de Navidad. Tal vez entonces pudiera averiguar qué pasaba con él sin arriesgar su corazón.


Zac se estaba volviendo loco, preguntándose si Vanessa se habría percatado de su ausencia. Durante una semana había seguido el consejo de Ronnie, y ahora estaba andando de un lado para otro del aparcamiento mientras esperaba al resto del comité.

Howard había llegado unos minutos antes con una furgoneta último modelo para la excursión a la granja de árboles. Tenía las ventanillas bajadas y un CD de villancicos sonaba a todo volumen. La idea de estar escuchando esa música durante horas estremecía de pánico a Zac.

Howard: Sube -le dijo alegremente-. He traído una docena de CD y un par de termos con chocolate caliente. Sírvete tú mismo.

Zac se apresuró a enseñarle la taza de café que había pedido antes en Wharton's.

Zac: No me gusta mucho el chocolate. Prefiero el café.

Howard pareció decepcionado, pero no insistió. Entonces vio a Mary Vaughn entrando en el aparcamiento del ayuntamiento y volvió a sonreír.

Howard: Estupendo. Ya sólo faltan Ronnie y Vanessa para que nos pongamos en marcha.

Zac vio a Vanessa caminando hacia ellos a paso lento y pesado. Era evidente que a ella tampoco le hacía mucha gracia aquel viaje. Entonces Ronnie apareció a su lado y le dijo algo que la hizo reír. Los celos invadieron a Zac y por un segundo se preguntó si Ronnie había tenido algún motivo oculto para aconsejarle que se apartara, pero enseguida desechó aquel pensamiento. Ronnie estaba locamente enamorado de su mujer. No había más que verlos juntos.

Zac: Mary Vaughn, ¿por qué no te sientas delante con Howard? -le sugirió mientras se volvía para ayudar a Vanessa a subir. Le indicó a Ronnie que ocupara el asiento del fondo y él se sentó junto a Vanessa, quien lo observó con recelo. Esperó a que estuvieran en la carretera y con la música volviendo a tronar por los altavoces antes de dirigirse a ella-. ¿Qué tal?

Ness: Muy bien, ¿y tú?

Zac: Bien. Ha sido una semana frenética.
 
Ness: Sí. Para mí también lo ha sido.

Zac apenas pudo contener un suspiro. Aquello no iba bien. Vanessa no parecía haberlo echado de menos lo más mínimo. En realidad, parecía más distante que nunca.

Zac: Te he echado de menos -le confesó en voz baja, olvidándose del consejo de Ronnie-.

El rubor cubrió las mejillas de Vanessa, pero siguió mirando al frente.

Zac: ¿Y tú a mí? 

Ness: No mucho -respondió mirándolo fugazmente, pero el color de sus mejillas sugería lo contrario-.

Zac oyó una risita detrás de él. Se volvió y fulminó a Ronnie con la mirada.

Zac: ¿Decías algo?

Ronnie: Ni una palabra -declaró con expresión inocente-. Pero estaba pensando que podríamos cantar unos villancicos.

Ness: ¿Te has vuelto loco? -le preguntó volviéndose a medias en el asiento-.

Howard: ¡Es una gran idea! Mary Vaughn, mira en la carátula del CD cuál es el próximo villancico.

Zac dejó escapar un gemido.

Mary: Navidades blancas -anunció Mary Vaughn con voz animada-.

Howard: Estupendo. Seguro que todos nos sabemos la letra -dijo, y se puso a cantar a pleno pulmón cuando empezó el villancico-. 

Mary Vaughn esperó un momento y se unió a la canción, y lo mismo hizo Ronnie.

Zac y Vanessa intercambiaron una mirada de mutua condolencia. 

Howard: Vosotros dos, vamos -les dijo mirándolos por el espejo retrovisor-. Creo que podemos formar un pequeño coro aquí mismo. Mary Vaughn me ha dicho que vamos a recuperar la tradición de cantar en un asilo el día de Navidad. Tal vez os gustaría participar.

Zac: Por nada del mundo -murmuró-.

Ness: Antes me tiro de un puente -añadió con tanta vehemencia que Zac se echó a reír-.
 
Ronnie: Ésa sí que es una gran idea, Howard -dijo con entusiasmo-. Y no olvidéis que os esperamos a todos en Sullivan’s para la cena de Navidad. Howard, ¿vas a hacer de Santa Claus este año?

Howard: Por supuesto. Es lo primero en mi lista de prioridades.

Vanessa se hundió en el asiento y Zac le agarró la mano. En parte porque necesitaba tocarla, y en parte para mostrarle su solidaridad. Y en vez de soltarse, ella dejó escapar un débil suspiro y lo miró a los ojos con expresión de anhelo y nostalgia.

Tal vez el estúpido plan de Ronnie hubiera funcionado, pensó Zac. Si Vanessa lo había echado de menos aunque sólo hubiera sido un instante, si se había preguntado si él había perdido el interés, aquella horrible semana habría merecido la pena.


La granja de árboles tendría que haber sido la peor pesadilla de Vanessa, pero al cabo de unos minutos entre los pinos recordó las maravillosas navidades que había vivido en su infancia. Navidades con galletas, bastones de caramelos y un árbol que decoraban ella y su hermano.

El aire era frío, lo suficiente para evocar la temporada navideña, y cada paso sobre la alfombra de agujas de pino liberaba la fragancia fresca e invernal de los árboles.

Zac: ¿Tienes frío? -le preguntó rodeándole la cintura con los brazos-.

Vanessa se permitió apoyarse un momento en él.

Ness: No, es muy estimulante -levantó la vista hacia él-. ¿Verdad que huele maravillosamente bien?

Zac: Huele como los productos de limpieza que usan en el ayuntamiento.

Ness: Nada de eso. Huele como tiene que oler una mañana navideña. 

Zac se encogió de hombros.

Zac: En mi familia, los árboles siempre eran artificiales.
 
Ness: ¿Nunca tuviste un árbol de verdad? -le preguntó con incredulidad-.

Zac: No que yo recuerde. Los decoradores insistían en que un árbol artificial era mucho más práctico.

Ness: ¿Decoradores? ¿No adornabais el árbol vosotros mismos?

Zac: Los árboles -corrigió-. Teníamos un árbol en cada habitación. Los decoradores necesitaban semanas para convertir la casa en una especie de parque temático.

Ness: Me cuesta imaginarlo. ¿Y los adornos navideños? ¿Hiciste algunos?

Zac: Hice algunos en el colegio, pero nunca se colocaban en los árboles. Mi madre insistía en que la decoración era sagrada, y nos advertía a mis hermanas y a mí que no rompiéramos nada o tendríamos que pagarlo de nuestra asignación.

Ness: Qué horror -Aquello confirmaba la impresión que había tenido de la señora Efron-. ¿No teníais ninguna tradición familiar?

Zac: Sólo la misa de Nochebuena. Ah, y las fiestas que empezaban justo después de Acción de Gracias. Mis hermanas y yo no pudimos asistir a las mismas hasta que fuimos lo bastante mayores para saber comportarnos.

Ness: Pero las navidades deberían ser mágicas, especialmente para los niños -dijo Vanessa.

Zac: Así fueron mis navidades. Nunca tuve otra cosa.

Ness: Ahora entiendo por qué no significan mucho para ti.

Zac nunca había conocido la magia de la Navidad, mientras que ella había perdido esa magia por culpa de una tragedia. No sabía qué era peor.

Zac: ¿Y qué me dices de ti? ¿Tus navidades fueron siempre idílicas? 

Vanessa dudó antes de responder, sintiendo cómo la invadía la nostalgia.

Ness: Lo fueron cuando era pequeña.

Zac: ¿Por qué dejaron de serlo?

Ella abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Si se lo contaba, perdería la bonita sensación que había disfrutado entre aquellos árboles.

Zac: ¿Qué ocurrió, Vanessa? -insistió-. 

Vanessa suspiró y empezó a hablar lentamente.

Ness: Tenía un hermano mayor… Benjamin. Era el mejor -cerró los ojos y se lo imaginó, alto y orgulloso con su uniforme del equipo de fútbol y una chica en cada brazo-. Había ganado una beca de atletismo en la Universidad de Carolina del Sur. Mis padres estaban muy orgullosos de él, ya que ninguno de ellos había podido ir a la universidad. Mi padre es granjero y trabaja en la misma granja donde trabajaron su padre y su abuelo antes que él. Quería algo más para Ben.

Zac se limitó a asentir y esperó a que ella siguiera. Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas.

Ness: Era Nochebuena -dijo, perdiéndose en los recuerdos de aquella fatídica noche que había cambiado su vida-. Yo tenía quince años y Ben acababa de cumplir dieciocho. Todos habíamos ido a la iglesia, pero Ben iba en su propio coche porque había recogido a su novia de camino a la iglesia. Al acabar la misa, dijo que nos vería en casa… -la voz se le quebró y tragó saliva-.

Zac le tocó la mejilla, mirándola con compasión.

Zac: ¿Qué ocurrió?

Ness: Nunca llegó a casa -se detuvo un momento para tomar aire-. Después de haber dejado a su novia, su coche patinó en una capa de hielo y se estrelló contra un árbol. La policía dijo que seguramente iba demasiado rápido. Murió al instante.

Zac: Oh, Dios mío… Lo siento mucho, Vanessa -dijo apartándole las lágrimas que resbalaban por sus mejillas-. No puedo ni imaginarme cómo debió de ser.

Ness: Desde entonces, nunca más volvimos a celebrar la Navidad. Al año siguiente quise sacar los adornos y mi madre se derrumbó. Mi padre los volvió a guardar en el desván y no volví a intentarlo.

Zac: No me extraña que odies esas fechas. Están inevitablemente asociadas a un recuerdo atroz.

Ness: Irónicamente, no odio las navidades por la muerte de mi hermano -intentó explicarse-, sino por la manera en que su pérdida cambió a mis padres. Siempre habían sido muy cariñosos y atentos, pero desde aquella desgracia fue como si yo también hubiera dejado de existir -miró a Zac a los ojos-. No sabes lo sola y desgraciada que puedes sentirte cuando dejas de importarles a tus padres.

Zac: Mis padres siempre han estado encima de mí, agobiándome con un montón de responsabilidades y expectativas que nada tenían que ver con lo que yo quería. Lo soporté hasta que me gradué en la Facultad de Derecho, pero desde ese momento hice las cosas a mi manera. Y fue entonces cuando empezó el verdadero conflicto -sacudió la cabeza-. No, no sé lo que se siente al ser ignorado, pero imagino que debió de ser muy doloroso.

Ness: Lo sigue siendo.

Zac: ¿Cuántos años hace de eso?

Ness: Casi veinte años, y nada ha cambiado. Hace unas semanas llamé a casa y mi madre apenas me reconoció. Cuando le pregunté si podía hablar con mi padre me dio una excusa, y ni siquiera creo que le dijera que había llamado. Siempre es igual, pero de todos modos lo sigo intentando. Mantengo la esperanza de que algún día se acuerden de que tienen otra hija. Una hija que está viva y que los necesita.

Se estremeció y Zac se apresuró a quitarse la chaqueta para abrigarla. Vanessa ni siquiera intentó decirle que nada podía aliviar su escalofrío interno. En vez de eso, dejó que su calor la envolviera y aspiró el olor a limón de su colonia. No bastaba para borrar los recuerdos, pero al menos era una sensación muy reconfortante.


Zac quería ir en busca de los padres de Vanessa y meterles un poco de sentido común en la cabeza. ¿Cómo podían ser tan egoístas y abandonar a una hija que los necesitaba desesperadamente? Sus propios padres podían ser insoportables, pero él siempre había sabido que lo querían.

Al menos ahora podía entender mejor a Vanessa, aunque no sabía cómo cambiar la primera impresión que le había dado sobre sus prioridades en la vida. Él se marcharía algún día. Había sido su plan desde el principio y estaba decidido a cumplirlo. No entraba en sus planes enamorarse ni casarse hasta haber alcanzado su objetivo en una gran ciudad. Sólo entonces tendría tiempo para su vida emocional.

Sin embargo, allí estaba Vanessa, una mujer salida de la nada que lo fascinaba por completo y que le despertaba un deseo incontenible de protegerla y de estar con ella. De hacerle ver que había alguien que valoraba su presencia y compañía.

En aquellos momentos estaba junto al árbol que Howard había elegido, contemplando el gigantesco pino con expresión sobrecogida, como si fuera el primer árbol de Navidad que veía en su vida.

Zac: Es demasiado grande -dijo acercándose a ella y agarrándole la mano-.

Ness: No, es perfecto. Howard ha elegido bien. Nunca había visto nada igual.

Zac: Debe de costar una fortuna.

Ness: Pues encuentra el dinero -insistió mirándolo con el ceño fruncido-. Zac, necesitamos este árbol.

Zac: ¿Significa tanto para ti? -le preguntó mirándola fijamente-. 

Ella alargó un brazo y tocó las gruesas ramas.

Ness: Sí.

Zac: Entonces encontraremos el dinero donde sea, pero si alguien se queja del mal estado de las aceras los mandaré a que hablen contigo y con Howard.

Justo en aquel momento volvió Howard, seguido por Ronnie y Mary Vaughn.

Howard: Cuesta un ojo de la cara -dijo con expresión sombría-. Vamos a tener que buscar otro más pequeño.

Ness: No -protestó-. ¿Le has dicho al hombre que es para la plaza del pueblo?

Howard: Pues claro. Le he hablado de los coros, los niños y Santa Claus. Pero es un hombre de negocios, terco como una mula. Me puedo poner en su lugar, pero sigue siendo una decepción.

Zac: Nos quedaremos con este árbol -declaró-.

Howard: Fuiste tú quien fijó el límite del presupuesto -le recordó-.
 
Zac: Sacaré unos dólares más de alguna parte.

Ronnie: No es sólo un puñado de dólares. Son más bien unos cientos.

Zac miró al círculo de caras serias.

Zac: ¿Estamos todos de acuerdo en que éste es el árbol que queremos?

Mary: Sí. Nunca hemos tenido un árbol tan espléndido.

Zac: Entonces doy mi autorización para comprarlo. ¿Estamos de acuerdo, señor alcalde?

Mary: ¿Puedes sacar el dinero del presupuesto?

Zac: Encontraré el dinero. 

De su propio bolsillo, si hacía falta. Cualquier cosa que hiciera brillar los ojos de Vanessa… aunque tuviera que ayudar a decorarlo.

Vanessa le echó los brazos al cuello y le dio un beso en la mejilla. 

Zac sonrió. Como incentivo, no estaba nada mal…

Zac: ¿Dónde está el granjero? Tenemos que preparar el envío.

Howard: Yo me encargo -dijo con una amplia sonrisa-. Sabía que no eras el Grinch que fingías ser.

Zac: ¡Sí lo soy! -gritó mientras Howard se alejaba-.

Ness: Oh, déjalo ya. Has comprado el árbol perfecto.

Zac: No es perfecto. Seguramente está torcido -gruñó-. ¿Nadie se ha molestado en comprobarlo?

Ronnie: Demasiado tarde, colega -dijo riendo-. Hoy eres el héroe de la Navidad, te guste o no.

Ness: Mi héroe -dijo mirándolo con unos ojos sorprendentemente brillantes-.

Bueno, pensó Zac. Había confiado en los besos robados para llamar su atención, cuando todo lo que hacía falta era un árbol de Navidad de mil dólares.


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