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martes, 5 de diciembre de 2023

Capítuo 3


A Zac le quedaba una última reunión el viernes antes de ir a Charleston para asistir a un acto benéfico de su madre. Había prometido que se quedaría a pasar la noche, pero tenía intención de volver a Serenity el sábado por la mañana para empezar a buscar un apartamento. El teléfono de su mesa empezó a sonar.

Teresa: Cal Maddox quiere verte.

Zac: ¿Se supone que tengo que saber quién es? 

Teresa suspiró.

Teresa: Voy para allá.

Zac: No te he pedido que vengas -murmuró, pero Teresa ya había colgado y estaba abriendo la puerta de su despacho-.

Con su pelo corto y gris, su figura rolliza y su gusto por las blusas de flores y pantalones color pastel, Teresa parecía un ama de casa que se dedicara a hacer galletas, pero llevaba aquella oficina con la diligencia de un sargento. Y en esos momentos miraba a Zac como una madre disgustada.

Teresa: Si vamos a llevarnos bien, tendrás que prestarme atención cuando te hable -lo reprendió-. O al menos, leer lo que te escribo en la agenda cada mañana.

Zac hizo una mueca.

Zac: Lo siento -murmuró, revolviendo los papeles hasta encontrar la agenda que apenas había mirado aquella mañana. Había apuntado sus propias notas en un calendario, y aquella reunión no figuraba entre ellas-. Aquí está -dijo al encontrar la agenda de Teresa-. Cal Maddox, entrenador de béisbol del instituto -levantó la mirada hacia ella-. ¿Por qué quiere verme? No tengo nada que ver con el sistema educativo.

Teresa lo miró con impaciencia y señaló el papel.

Zac: Para organizar una liga juvenil en el pueblo -leyó en voz alta-.

Teresa: Tendrás que acostumbrarte a mi forma de trabajar.

Zac apenas pudo contener una sonrisa. En todos los lugares donde había trabajado era el jefe quien imponía el sistema de trabajo.

Zac: Lo intentaré -le prometió obedientemente-.

Teresa: Ya lo veremos -repuso mirándolo con escepticismo-. ¿Hago pasar a Cal?

Zac: Por favor.

Un minuto después, el entrenador entró en el despacho con una sonrisa en el rostro.

Cal: ¿Qué has hecho para enfadar a Teresa? 

Zac dudó y se encogió de hombros.

Zac: Casi todo lo que hago enfada a Teresa. Lo último ha sido olvidarme de leer sus notas.

Cal extendió una mano llena de callos para estrechar la de Zac.

Cal: Has de saber que Teresa lleva quince años gobernando Serenity. Tú eres sólo un intruso.

Zac: ¿Fue gerente municipal? -preguntó sorprendido por la información-. Nadie me lo dijo.

Cal: Claro que no -dijo riendo-. Pero tus predecesores le dejaban el camino libre. Si esperas hacer tu trabajo a tu manera, tendrás que ganártela.

Zac: Lo tendré en cuenta -dijo agradecido. Aquel dato le ofrecía una nueva perspectiva de la difícil relación que había tenido con su secretaria desde su llegada-. Siéntate. ¿Qué puedo hacer por ti? La nota de Teresa decía algo de una liga juvenil.

Cal le entregó una carpeta.

Cal: Está todo ahí. He detallado los beneficios, los costes, las empresas que se han comprometido a patrocinar a los equipos, los otros pueblos con programas similares…

Zac: ¿Qué necesitas de mí?

Cal: La financiación inicial. Ahí están las cifras. Y necesito otro entrenador. Creo que tendríamos chicos suficientes para dos equipos, por lo menos. Un equipo infantil y otro juvenil.

Zac: ¿Estás sugiriendo que yo sea el entrenador? -le preguntó mirándolo fijamente-.

Cal asintió.

Cal: Jugabas al béisbol en Clemson, ¿no? De primera base, si no recuerdo mal.

Zac se quedó boquiabierto.

Zac: ¿Cómo demonios lo sabes? Sólo jugué un año en la universidad, hasta que tuve que dejarlo por una lesión -abrió los ojos como platos-. ¿Cal Maddox? ¿Jugabas para los Atlanta Braves?

Cal asintió.

Cal: Por poco tiempo. Yo también tuve que dejarlo por una lesión, pero oí hablar de ti. Eras una auténtica promesa, y por eso creo que estás cualificado de sobra para ser entrenador en Serenity. ¿Lo pensarás?

Zac: Primero tienes que organizar la liga. Estudiaré tu propuesta este fin de semana y veré si encaja con el presupuesto municipal.

Cal: Me parece bien. 

Se levantó para marcharse, pero Zac lo detuvo.

Zac: Antes de que te vayas. Veo que sigues en muy buena forma física. ¿Puedes decirme adónde vas a entrenar en este pueblo?

Cal pareció desconcertado por la pregunta.

Cal: Si me prometes que no se lo dirás a nadie, te revelaré un secreto.

Zac: La confidencialidad es mi segundo nombre -le aseguró-.

Cal se acercó a la mesa, como si temiera que Teresa o alguien más pudiera oírlo.

Cal: Me cuelo en el Corner Spa fuera de horario. 

Zac lo miró sin poder creerlo.

Zac: ¿Me tomas el pelo? Me han dejado muy claro que no admiten hombres.

Cal: Es cierto. Estoy casado con una de las propietarias. Finge no darse cuenta de que tomo prestada su llave de vez en cuando. Como es natural, si alguien me pilla, mi mujer me arrojaría a los perros y negaría tener toda relación conmigo.

Zac se echó a reír.

Zac: Parece una relación interesante, la vuestra.

Cal: No te haces una idea. Maddie es una mujer increíble, y lo mejor que me ha pasado nunca. Seguro que no tardaréis en conoceros, sobre todo si vamos a montar juntos esta liga.

Zac: Lo estaré deseando. Te llamaré la semana que viene para hablar de tu propuesta.

Cal: Gracias. Que pases un buen fin de semana.

Zac pensó en el acto que tendría que aguantar aquella noche y en el inevitable sermón de su padre. La diversión no entraba en sus planes, desde luego.


Vanessa había conseguido evitar a Maddie otro día más, y confiaba en seguir así. Agarró su bolso y se dirigió hacia la puerta lateral, cuando Maddie apareció.

Maddie: ¿Escabulléndote?

Ness: Eso intentaba -admitió con una sonrisa-.

Maddie: ¿Puedes quedarte un minuto?

Ness: ¿Es un ruego o una orden?

Maddie: Un ruego, naturalmente -levantó dos vasos de té y una caja con dos bollos de naranja y arándanos, los favoritos de Vanessa-. Confío en poder sobornarte.

Vanessa suspiró y se giró hacia la puerta del jardín, seguida por Maddie. Una vez sentadas, Vanessa tomó un bocado del bollo y frunció el ceño.

Aún estaba caliente.

Ness: ¿De dónde has sacado esto? Hoy no había bollos de arándanos en la cafetería.

Maddie: Le pedí a Dana Sue que nos enviara una remesa -respondió-. Acaban de llegar hace unos minutos, recién salidos del horno.

Ness: Estás empeñada en que participe en el comité navideño, ¿verdad? -dijo mientras tomaba otro bocado-. 

Entre la comida basura y los sobornos de Maddie, iba a ponerse como una foca.

Maddie: De momento me interesa más saber por qué no quieres hacerlo. Te he dado tiempo para que lo medites, y no creo que tu reacción tenga nada que ver con hacer un poco de trabajo extra durante un par de meses, ¿verdad? -Vanessa permaneció en silencio y ella insistió-. ¿De qué se trata?

Vanessa no quería hablar de eso, de modo que la miró fijamente a los ojos.

Ness: Lo haré.

Maddie: ¿Hacer qué? -preguntó sorprendida-.

Ness: Participar en el estúpido comité. ¿No es eso de lo que estamos hablando?

Maddie no pareció muy complacida por su capitulación.

Maddie: Olvídate del comité por ahora y dime por qué te disgusta tanto la Navidad. Acabo de darme cuenta de que siempre te tomas tus vacaciones en Navidad, pero no vas a visitar a tu familia ni a ninguna parte. Te quedas sola en casa y nunca has aceptado una invitación de Helen, Dana Sue o mía. Tiene que haber una razón.

Ness: Soy una persona poco sociable.

Ness: No, no lo eres. Has asistido a otros muchos festejos. Barbacoas el Cuatro de julio, cenas de Acción de Gracias, noches de sábado… No, esto tiene que ver con la Navidad. Le tienes una aversión especial a esa fecha y quiero saber por qué.

Ness: Es asunto mío. Sé que quieres ayudarme, pero no hay ningún problema. Simplemente no me gusta la Navidad -frunció el ceño-. Y no me digas que a todo el mundo le gusta la Navidad.

Maddie: Pero así es. Al menos en este pueblo.

Ness: Entonces yo soy la excepción que confirma la regla. Oye, te he dicho que participaré en el comité y ya está.

Maddie: ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

Ness: Cielos… no vas a olvidarte del tema, ¿verdad? 

Maddie se limitó a arquear una ceja.

Ness: No, ya veo que no -murmuró-. Si he cambiado de opinión ha sido, en parte, por dejar de oírte, y en parte por Mary Vaughn. Me suplicó que lo hiciera porque ella también tiene que trabajar en el comité.

Maddie: ¿Lo estás haciendo por Mary Vaughn? -le preguntó con incredulidad-. ¿Después de cómo trató de quitarle a Ronnie a Dana Sue?

Ness: Él y Dana Sue estaban separados en aquel tiempo -le recordó, sintiendo la necesidad de defender a su clienta-. Además, nunca tuvo la menor posibilidad con Ronnie, y eso lo sabía todo el mundo menos Mary Vaughn. El caso es que es una buena clienta y me ha pedido este favor.

Maddie: Yo soy tu jefa y también te lo he pedido, y a mí no has tenido ningún problema en decirme que no -sacudió la cabeza-. Lo estás haciendo por Mary Vaughn… Espera a que se lo cuente a Dana Sue y a Helen.

Ness: Lo estoy haciendo sobre todo para que me dejes en paz -la corrigió-. Y como veo que no ha servido de mucho, me voy a casa antes de que cambie otra vez de opinión.

Maddie abrió la boca, pero Vanessa levantó una mano.

Ness: Déjalo ya, ¿de acuerdo?

Maddie: Sólo iba a decir que si quieres hablar de lo que sea, nos tienes a todas para lo que quieras, ¿entendido?

Vanessa no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas.

Ness: Entendido -susurró, y se marchó a toda prisa antes de ponerse a llorar como una magdalena-.


Zac se moría de impaciencia por regresar a Serenity. El acto benéfico había sido todo lo detestable que podía esperarse de la clase alta de Charleston. Si todo el dinero gastado en la cena y el baile se hubiera empleado en la propia causa, se habría igualado la cantidad recaudada.

Cada vez que se lo comentaba a su madre, ella lo miraba como si hubiera pronunciado una blasfemia.

**: Cuando se ocupa un lugar tan destacado en la sociedad, hay que hacer buenas obras.

Zac: Sólo estoy diciendo que sería más efectivo expedir un cheque.

**: Un acto como éste sirve para atraer la atención a la causa y apoyar a la economía local. ¿Qué sería de las empresas de catering, de las floristerías, de las copisterías y todo lo demás si dejáramos de organizar recaudaciones benéficas?

Zac: Entonces, ¿todo esto es para apoyar a la economía de Charleston? 

Su madre lo miró con el ceño fruncido.

**: Oh, por amor de Dios. Sabes muy bien que es mucho más que eso. Sé que lo ves como algo frívolo e innecesario, pero un día de éstos te lo demostraré en forma de dólares contantes y sonantes para que puedas entenderlo.

Zac: Te lo agradeceré -dijo con una sonrisa-.

**: Eres incorregible.

Zac: Pero me quieres.

**: Casi siempre. Y si te casaras y nos dieras un heredero me podría olvidar de estas discusiones sin sentido.

Zac: Madre, ya tienes seis nietas preciosas.

**: Ninguna de ellas llevará el apellido Efron -le recordó su madre-. Aunque alguna de tus hermanas tuviera un hijo, no sería un Efron.

Zac: Así que tengo que casarme y tener un hijo, ¿ésa es la idea?

Su madre lo miró con severidad, aunque había un brillo de determinación en sus ojos.

**: Me harías muy feliz.

A diferencia de la delicada persuasión de su madre, su padre era todo lo radical y autoritario que podía ser, pensó Zac mientras acababa los huevos con jamón que le había preparado la cocinera. Parecía que nunca hubiera mantenido una conversación con Thomas Barlow Efron que no acabase en una airada discusión. Daría lo que fuera por evitarlo aquella mañana, pero no podía irse sin presentarle sus respetos a su padre, o su madre lo estaría llamando aquel mismo día para echárselo en cara con llantina incluida. Discutir con su padre era horriblemente tedioso, pero escuchar los sermones de su madre era aún peor.

En cualquier caso, ya era demasiado tarde para escapar, porque su padre había hecho su aparición. Como todos los sábados por la mañana, iba impecablemente vestido para su partido de golf en el club privado al que los Efron habían pertenecido desde su inauguración.

Thomas: Creía que te ibas a primera hora de la mañana -le dijo su padre mientras se servía un plato del aparador-.

Zac: Anoche no tuvimos ocasión de hablar. Y pensé que podríamos hacerlo hoy. ¿Qué tal va tu golf?

Thomas: Mejor que el tuyo, imagino. ¿Juegas alguna vez, o ni siquiera tienen un campo de golf en ese pueblucho donde vives?

Zac se aferró a su escasísima paciencia.

Zac: El pueblo se llama Serenity, papá, y sí, hay un magnífico campo de golf no muy lejos, y están construyendo otro a unos kilómetros de distancia. Si tú y mamá vais a verme algún día, descubrirás que el mundo sigue más allá de Charleston.

Thomas: Así que juegas al golf, después de todo -observó manteniéndose en su tema favorito-.

Zac: La verdad es que no he tenido tiempo. 

Ni siquiera había tenido el deseo de hacerlo, en realidad. El golf no era lo bastante exigente para él, o tal vez no jugaba bien. En cualquier caso, la perspectiva de entrenar a un equipo de béisbol era mucho más sugerente.

Thomas: ¿Sigues empeñado en darle la espalda a todo lo que hago? -preguntó  entrando por fin en sus críticas favoritas hacia Zac-.

Pero Zac ya había dejado muy atrás la fase de rebelarse contra sus padres.

Zac: Sólo tomo las decisiones que considero mejores para mí, papá. Ojalá pudieras entenderlo.

Thomas: Lo que entiendo es que estás malgastando tus oportunidades. Podrías haber empleado tu título de Derecho aquí, en Charleston. En un par de años podrías aspirar al puesto de gobernador, o incluso al Congreso. Es tu destino, Zac. No sé qué haces contando el mísero presupuesto de un pueblo perdido.

Zac: A algunos políticos de Washington les vendría bien aprender a contar -comentó irónicamente, ganándose una severa mirada de su padre-.

Thomas: Sabes a lo que me refiero. Estás sobradamente cualificado para hacer otras cosas. Tienes un título en Empresariales, otro en Derecho y todos los contactos adecuados. No sé qué haces en Serenity.

Zac apartó el plato y se recostó en la silla con un suspiro.

Zac: Lamento no ser lo bastante ambicioso para ti. Me gusta conocer a la gente en el lugar donde vivo. Me gusta ver los resultados de mis decisiones cuando salgo a la calle. Me gusta resolver los problemas de las personas y del pueblo, en general.

Thomas: ¿Y qué demonios te crees que es la política? Es todo eso, sólo que a una escala mucho mayor.

Zac: Tal vez. Y también recaudar el dinero suficiente para ganar unas elecciones, conseguir el apoyo popular para ser reelegido, o faltar a las promesas electorales para granjearse el respaldo de alguna organización poderosa. No estoy diciendo que todos sean unos corruptos que sólo quieran llenarse los bolsillos a costa del contribuyente, pero no tengo paciencia para la política de alto nivel. Lo siento. Es evidente que nunca estaremos de acuerdo, papá. Espero no tener la misma discusión cada vez que nos veamos.

Thomas: Eso no te lo puedo prometer. Nunca renunciaré a inculcarte un poco de sentido común.

Zac suspiró profundamente, deseando entender por qué aquel asunto era tan importante para su padre. Pero no tendría sentido preguntárselo, así que optó por intentar hacer las paces.

Zac: Supongo que no querrás venir un sábado a Serenity y jugar al golf conmigo, ¿verdad? Tenemos un restaurante de primera clase. Creo que a mamá y a ti os encantaría.

Su padre parecía dispuesto a rechazar rotundamente la sugerencia, pero en ese momento entró su madre y oyó la invitación.

**: Claro que nos encantaría, ¿verdad, Thomas? -dijo, mirando fieramente a su marido-.

Thomas: Lo que desees -murmuró-. Tengo que irme.

**: ¿Te espero para comer? -le preguntó la madre de Zac-.

Thomas: No. Comeré en el club -estaba a mitad de camino de la puerta cuando se giró-. Me ha alegrado verte, hijo.

Zac: A mí también, papá.

Thomas Efron salió del comedor y Zac se giró hacia su madre.

Zac: Bueno, no ha habido ningún baño de sangre. Supongo que es un avance.

Ella sacudió la cabeza y se sentó frente a él.

**: No entiendo por qué tenéis que estar siempre enfrentados por todo.

Zac: Porque no quiero doblegarme a su voluntad. Ya sé que quiere lo que él cree mejor para mí, pero necesita saber lo que yo quiero para mí.

Clarisse Efron lo miró con expresión divertida.

Clarisse: Oh, creo que se lo has dejado muy claro. Pero se resiste a aceptarlo, por todas las esperanzas que tiene puestas en ti.

Zac: Lo sé, y entiendo que sea normal para un padre desear algunas cosas para su hijo. Pero papá parece estar obsesionado por salirse con la suya, sin importarle cuántas veces le haya dicho que estoy muy contento con el camino elegido.

Clarisse: Sabes por qué, ¿verdad?

Zac: ¿Porque es un viejo testarudo?

Clarisse: No se merece que le faltes al respeto -dijo con el ceño fruncido-. Algún día tendrás que superar tu orgullo y hablar con él, Zac. Su vida no fue tan fácil como la tuya.

Zac se sorprendió al oírla.

Zac: ¿Cómo es posible? Los Efron han sido siempre una de las familias más ricas de Charleston.

Clarisse: No fue gracias a tu abuelo -dijo con desagrado-.

Zac: ¿Qué quieres decir? 

Apenas recordaba a su abuelo Efron, salvo el cuarto de dólar que siempre le ponía en la mano y que acompañaba del mismo consejo: «no te lo gastes de una sola vez».

Clarisse: Pregúntale a tu padre por él -le aconsejó-. Tal vez entonces lo entiendas un poco mejor.

Zac: ¿No podrías contármelo tú?

Clarisse: Podría, pero vosotros dos tenéis que aprender a comunicaros. Y ahora, háblame de ese pueblecito donde trabajas.

Zac: Creo que empieza a gustarme -admitió pensando en la mujer a la que había conocido en su visita al Corner Spa-. Tiene unos habitantes muy interesantes.

La expresión de su madre se iluminó.

Clarisse: ¿Alguien en particular? ¿Una mujer?

Zac: Posiblemente.

Clarisse: Cuéntamelo todo.

Zac: No hay mucho que contar. Ni siquiera sé su nombre. Me tropecé con ella en la puerta de un gimnasio para mujeres. Intercambiamos unas palabras y luego me cerró la puerta en las narices.

Su madre se echó hacia atrás, muy indignada.

Clarisse: Eso es una grosería. No debe de ser de muy buena familia. 

Zac sonrió.

Zac: No le pregunté por su pedigrí, mamá. Ya estaba bastante enfadada.

Clarisse: Sólo digo que una dama no le da a nadie con la puerta en las narices.

Zac: Se lo diré cuando volvamos a encontrarnos. 

Y estaba seguro de que volverían a encontrarse. Él iba a encargarse de que así fuera. Tal vez Cal Maddox pudiera ayudarlo, ya que su esposa trabajaba con esa mujer.

Al pensar en Cal recordó el proyecto de la liga juvenil de béisbol y decidió comentárselo a su madre para cambiar de tema. Su madre siempre había apoyado la afición de Zac por el béisbol, aunque en más de una ocasión lo había avergonzado al asistir a sus partidos vestida como si fuera a tomar el té con la reina de Inglaterra.

Clarisse: ¿Hay un ex jugador de béisbol profesional en Serenity? -preguntó cuando Zac acabó de contarle su reunión con Cal Maddox-. No tenía ni idea.

Zac se echó a reír por su expresión.

Zac: Te sorprendería saber la gente que vive en Serenity. ¿Has oído hablar de Paula Vreeland?

Clarisse: ¿La pintora? Pues claro. Sus obras se exhiben en las mejores galerías de Charleston.

Zac: También vive en Serenity.

Clarisse: Tienes que estar equivocado -dijo sacudiendo la cabeza-. Estoy segura de que vive aquí.

Zac: No. El alcalde me señaló su casa y su estudio cuando me llevó en coche a ver el pueblo. Y el gimnasio que he mencionado antes es muy conocido en toda la región, al igual que el restaurante Sullivan’s y sus especialidades sureñas.

Clarisse: Es evidente que tengo que conocer ese lugar por mí misma. Espera a que mire mi agenda. Vamos a buscar una fecha para hacerte una visita.

Zac: ¿Con papá?

Clarisse: Creo que debería ir sola la primera vez. Para allanar el terreno.

Zac: Por mí, perfecto.

Si su madre recibía una impresión favorable, tal vez pudiera facilitar las cosas con su padre. Su matrimonio se había mantenido gracias a un curioso equilibrio de poder.

Su madre salió del comedor y volvió con una abultada agenda, llena de tarjetas de floristerías, copisterías, modistas y empresas de catering, junto a otros negocios recién inaugurados.

Clarisse: Dentro de dos semanas -dijo, después de pasar varias hojas-. Es lo antes que puedo. Tendré que cancelar un almuerzo y mi partida de bridge, pero así tendrán tiempo para encontrar a otra jugadora.

Zac: Perfecto -se levantó y la besó en la mejilla-. Gracias, madre. Estaré impaciente por recibirte.

Sus palabras eran totalmente sinceras. Quería que su madre apreciara Serenity tanto como él. Un pueblo encantador donde lo esperaba un futuro muy prometedor. Y aunque no se atrevía a admitirlo, como un paso en su carrera hacia un trabajo mejor. Contrariamente a lo que su padre creía, Zac no carecía de ambiciones. Pero no iba a seguir el camino que Thomas Efron le había elegido.


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