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domingo, 17 de enero de 2021

Capítulo 14

 
Ya no estaba nervioso. Lo había estado, malditamente nervioso, tanto que incluso había olvidado su nombre, pero ahora, esperando de pie en su trineo, con sus renos pacientes (y coronados con flores), con la gente que quería a su alrededor, mirando con emoción el lugar por el que aparecía la mujer de su vida, todo estaba bien, en el lugar correcto.

Jack y Alvina tenían sus manos enlazadas, no miraban a nadie más que el uno al otro. Vanessa había tomado una buena decisión, porque estaban hechos para estar juntos.

Jack estaba relajado, expectante; Alvina sonreía como si hubiera encontrado un tesoro largo tiempo perdido.

Zac sabía exactamente cómo se sentía, porque el sentimiento era afín al suyo.

Se preguntó si trataría de escapar, si huiría. El Polo Norte era un palo para ella, pues batallaba contra todo lo que había creído, pero se estaba acostumbrando tan rápido, dejando a un lado la incredulidad. Había sucedido algo que nunca creyó posible. Se había enamorado de una incrédula mujer que no solo había tenido el buen tino de amarlo a cambio, sino que había abierto los brazos a su mundo mucho más rápido de lo que cualquiera habría esperado.

Se removió dentro de su traje de gala; sintió que el cuello lo ahogaba y que el sudor caía frío por su espalda. Vanessa no lo dejaría plantado, ella iría, caminaría hasta él y lo aceptaría.

No porque estuviera escrito, sino porque ambos estaban enamorados.

Sus elfos iniciaron la melodía nupcial en el mismo instante en que, al fondo, Vanessa aparecía aferrada al brazo de su padre, vistiendo un precioso vestido blanco de invierno, con una capa tan roja como su propio traje y tan caliente, que hacía una bonita figura al caer por su espalda. Era tan larga que debió rozar el suelo, pero Melvin, lleno de orgullo, portaba la cola de la novia, avanzando lentamente y con gesto extasiado.

Todos sus elfos y elfas de confianza habían caído rendidos en tiempo record ante la mujer. Lo que era bueno, pues cuando aceptara permanecer su vida a su lado, pasaría a ocupar un puesto de gran importancia para todos ellos.

Y para miles de almas solitarias.

Una vez su madre le había dicho que algún día comprendería su misión. El porqué hacía lo que hacía. Reunir a gente incluso en contra de su voluntad, de la de él, claro; no de la de ellos. Pero después de escuchar a Vanessa, ingenua aún de los hilos y engranajes del mundo mágico, que había sido el momento correcto, que lo había sentido, encontró el secreto que tan fielmente había guardado la mujer que le había dado la vida.

No era por irritar a Santa Claus por lo que la Señora K reunía a las parejas, sino para lograr la felicidad de aquellos que, aun mereciéndola, no la tenían y que, sin intervención, no serían capaces de descubrirla.

Jack no lo habría hecho y, posiblemente, Alvina tampoco. Ahora se miraban como una pareja, se tocaban como una y, a pesar de lo que vaticinó su preciosa y futura esposa, habían regresado, cumpliendo su misión. Nunca lo habría dudado de ninguno de los dos.

Al parecer el amor no volvía locos y despistados a todos, solo a unos cuantos.

La música terminó en el instante en que él dio un paso hacia su mujer y se inclinó para ofrecerle su mano, a modo de ayuda para subir al trineo. Joe, el padre de su esposa, lo miró entre curioso, sorprendido y bastante complacido. Nunca se habría revelado ante él, pero Vanessa lo necesitaba allí y no podía arrebatarle nada, además, era un hombre amistoso y cariñoso. Leal.

Estaba feliz por su hija. Tras hablar con él y explicarle la situación, casi esperó que llamara a alguna institución mental para ponerle una camisa de fuerza, pero solo se había quedado frente a él, mirándolo con una sonrisa de conocimiento y pronunciado un simple «ya veo»; después había ido con él al Polo Norte sin una palabra de duda o preguntas incómodas que no podría responder.

Siempre tuvo miedo de su suegro, hasta que en realidad tuvo uno. Ahora se sentía bien. Le había ayudado con el aspecto legal de su unión, aunque no fuera tan importante, de hecho, estaban casados para los hombres, pues habían firmado aquellos papeles, ahora tenían que unirse frente a todos los demás.

En cuanto su mujer estuvo a su lado, la besó. Sabía que se estaba precipitando, que eso iba después, pero no podía evitarlo.

Noah, el viejo confidente de su madre, carraspeó y elevó su voz.
 
Noah: Como pueden ver, esta boda es especial. El novio ha decidido saltarse todos los pasos e ir directamente al desenlace.
 
Su audiencia rio un instante, suficiente para que ellos se apartaran sin vergüenza alguna y sin apartar la mirada. Eran almas afines, eran compañeros y todo lo demás era un mero proceso.
 
Noah: ¿Podemos empezar, jefe? -preguntó divertido, con su larga melena al viento y aquellas barbas perfectamente despeinadas-.
 
Desde luego, parecía un oso enorme y mandón, con aquella voz gruesa y su actitud, pero tenía un corazón de oro. Casi tan grande como él.
 
Zac: Adelante.
 
Noah: Estamos aquí reunidos...
 
Zac observó a su mujer. Se lamía todo el tiempo los labios, un poco ansiosa, y apretaba su mano con firmeza, como si necesitara constatar que estaba allí, que no se marcharía a ninguna parte.

No es como si planeara hacerlo, claro. Pero ella podía temerlo, en vista de lo que había vivido antes. No se sintió ofendido, sabía que con el tiempo descubriría que la amaba tanto que era irreemplazable.

Se preguntaba cuáles habrían sido las palabras de su padre en ese día especial, si hubiera estado allí. Seguramente, habría hablado sobre la esperanza, el cariño, el respeto, el amor... habría mencionado todos y cada uno de los elementos que se solían mencionar. Entonces, él le habría preguntado cómo se había sentido él la primera vez que vio a su madre y el viejo Zac habría reído, alegando que eso era privado y que no pensaba compartir ese pensamiento.

Siempre había sospechado que el viejo había sido bastante caliente y audaz en su juventud, aunque tampoco era que hubiera querido constatarlo. Había cosas que los hijos no necesitaban saber de sus padres.
 
Ness: ¿Zac? -lo llamó, lo miró algo preocupada-.
 
En su frente había parecido una arruga, lo que le dio la pista necesaria para darse cuenta de que no había estado prestando atención.
 
Zac: A todo sí. Estás preciosa.
 
Noah rio divertido, tosió tratando de disfrazar su risa, pero resultaba bastante complicado hacerlo, después de todo. Especialmente con la estupenda acústica que había en la vieja plataforma de despegue.
 
Ness: Zac -lo regañó, pero el miedo fue sustituido por una mirada de complicidad. Cuando Noah le repitió la pregunta a ella, respondió igual-. A todo sí.
 
Noah: Pues si nadie dice lo contrario, yo os declaro Señor y Señora K. ¡A volar!
 
Se apartó de su camino y con Rudolph a la cabeza, el trineo empezó a moverse, haciendo que los novios tomaran asiento de pronto.

Zac atinó a alcanzar las riendas, después de amenazar a Noah con un puño.

Ese maldito elfo siempre haciendo de las suyas.
 
Zac: Me las va a pagar -soltó casi sin respiración mientras cogía la cinta en el último momento-.
 
Ness: Zac -se rio-. Creo que como nos dimos el beso primero, pensó que ya tuvimos bastante diversión.
 
Zac: Es un malnacido -dijo bromista, provocando que su mujer, ahora ya era su mujer, se acurrucara más cerca de él, junto a su pecho-.
 
Ness: Pensaba que los renos solo volaban en Nochebuena.
 
Zac: Un mito -le explicó-. En realidad, cuando un reno sabe volar, es capaz de hacerlo todo el año. El problema es que no todos aprenden, pero no voy a entrar en una conferencia sobre costumbres de cría de las mascotas. -Pasó su brazo derecho por su cintura y la acercó más-. No te separes, mujer, en este trineo no tenemos calefacción. Yo te calentaré.
 
Vanessa rio.
 
Ness: No me cabe duda. ¿Dónde vamos de Luna de miel?
 
Zac: A algún lugar en el que haga calor, pero antes tenemos que hacer una parada. ¿Te importa?
 
Era muy importante para él, sabía que Vanessa lo comprendería y que lo acompañaría a donde quisiera ir. Aun así, se sintió por un momento tonto, se preguntó si no pensaría que se había vuelto totalmente tarumba.
 
Ness: Iremos donde quieras, Zac. Háblame.
 
Y esa era otra de las facultades que había adquirido, la de saber sin necesidad de expresarlo con palabras que había algo que no estaba en el lugar correcto. Algo que lo preocupaba.
 
Zac: Mis padres y mis antepasados cuando se van, suben al cielo en forma de estrella y velan por nosotros desde allí.
 
No se burló, siempre supo que no lo haría.
 
Ness: ¿Aquellas? -preguntó señalando un poco más allá, al pequeño grupo que brillaba con más intensidad que el resto-.
 
Zac: Sí. Allí. Quiero... que compartan este momento de dicha con nosotros -guio a sus muchachos hasta allí y ellos se detuvieron en el punto exacto-.
 
Rudolph hizo un sonido de alerta que logró que el resto de los renos se quedaran estáticos. El trineo se movía apenas, lo suficiente para poder permanecer en el aire y no caer en medio del Océano.
 
Zac: Vanessa, perdí a mis padres muy pronto, me hubiera gustado que te conocieran y les conocieras, pero no fue posible. Fueron unos excelentes guías, también amigos, no habría llegado hasta este momento sin su ayuda y tampoco habría llegado a ti. -Tomó sus manos, las besó con devoción-. Quiero una vida larga a tu lado, quiero hacerte feliz y aquí frente a ellos, que me hicieron todo lo que soy hoy, quiero recordarte lo mucho que te quiero. Tienes mi corazón y me tienes a mí. Me tendrás siempre.
 
La besó con ternura, probó sus labios apenas y secó las lágrimas que rodaron de sus ojos con sus pulgares. Estaba emocionada, pero también feliz, lo sabía. Podía sentirlo. No había nada en el mundo que pudiera hacerlo más dichoso que verla allí con él, compartiendo aquel momento.
 
Ness: Te has convertido en el pilar más importante de mi vida, Zac. Has cambiado mi mundo, has ahuyentado mis miedos y especialmente, me has enseñado a amar otra vez. Quizá a hacerlo por primera vez. Nunca voy a alejarme de ti, quiero todo contigo. -Miró hacia las estrellas y elevó la voz-. Les prometo que cuidaré muy bien de su hijo, porque lo quiero con todo mi corazón. Lo haré feliz.
 
Las estrellas brillaron con más fuerza, dando su consentimiento y, de pronto y sin aviso, una pequeña lluvia empezó a iluminar el cielo. Allí arriba, lejos de ellos, pero a la vez tan cerca.

Todos los antepasados, los viejos fantasmas de las Navidades pasadas, le dieron la bienvenida a la familia.

Y los actuales herederos de la Navidad, la disfrutaron.

Porque había empezado su ciclo, uno lleno de esperanza. Con la promesa de un amor eterno que vencería al tiempo y de la continuidad de la magia.

La fe había sido restaurada y con ella todo se repondría... con el tiempo.

La risa de la vieja señora K los rodeó, a ella se unió la de un hombre y una imagen de los dos abrazados, tan transparente como el viento, se dibujó frente a ellos. Los dos los miraron y les dieron su bendición.

No hubo consejos, tan solo un «Feliz Navidad» y una lejana risa.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Q bonita historia!

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