topbella

martes, 12 de enero de 2021

Capítulo 9

 
Zac abrió los ojos y se estiró, haciendo que la sábana que cubría su cuerpo desnudo se deslizara por su cuerpo. Bostezó levantándose y dirigiéndose al baño.

Afiló el oído, pero solo escuchó el silencio, lo que le provocó una sonrisa tranquila y satisfecha. Aquello solo significaba una cosa, que el trabajo bien hecho había llegado a su fin. Todos estarían en casa celebrando y desenvolviendo los regalos que él, en secreto la noche anterior, había repartido para ellos.

No era un gran secreto, pues lo hacía todos los años, pero sus elfos eran almas cándidas que tenían el buen hacer de disfrutar de algo que, a pesar de ser esperado, lo tomaban como inesperado.

No era ni tonto ni soberbio y tenía muy claro que la Navidad no existiría sin ellos. Podría ser el famoso, aquel al que todos los niños adoraban, escribían y enviaban esos estupendos dibujos que le caldeaban el corazón, pero lo cierto era que un solo hombre no podría hacer frente a todo el trabajo que Nochebuena y Navidad traían consigo. Sus hermanos, porque eso era lo que todos ellos eran para él, se llevaban la mayor parte de la carga y les gustaba dejarles un pequeño obsequio, algo que él hacía a lo largo del año con sus propias manos, en su famoso Rincón de Zac.

Aquel era su escondite, su pequeña fábrica donde daba rienda suelta a su imaginación y pasión.
  
Siempre había sido un artista, amaba los juguetes y lo que conllevaba el trato directo con los niños, por eso mantenía esa sucursal en San Francisco (y en otras partes del mundo), donde se dedicaba a pasar esos tiempos entre año y año, disfrutando de las pequeñas y sencillas cosas de la vida sin descuidar, ni por un solo momento, sus responsabilidades en la Sede Central del Polo Norte.

Sintió el agua templada desentumecer sus músculos, mientras apoyado sobre la fría pared de azulejos coloridos, dejaba vagar su mente hasta una mujer que en ese momento estaba lejos de él, pero a la que no podía desterrar de sus pensamientos.

Vanessa, la incrédula y a pesar de todo dulce Vanessa, se había colado en su interior, incluso sin esperarlo. No estaba enamorado, dudaba que alguien pudiera enamorarse tan rápido, pero sí muy intrigado. Además, era cuestión de orgullo el hacerle ver la realidad sobre él. Ella tenía que aceptar que él era Santa Claus. No sabía cómo lo haría, pero tenía que hacerlo.

Era consciente de que se había precipitado. Atraparla en una noche tan activa, en un trineo volador, con elfos repartiendo regalos y Santa Claus colándose en las casas era demasiado para cualquiera, incluso para un creyente; lo cierto era que no había pensado. Quizá había tenido el deseo de verla mirándolo como si fuera algo... increíble y especial.

Sí, esa era la palabra: quería ser especial para Vanessa, incluso sin querer pensar en el lugar al que lo llevaría ese deseo.

Saber que su madre había entregado su última bola lo ponía nervioso. Se preguntó si quizá habría ejercido su magia con la mujer que ahora lo acompañaba a cada momento, o si habría complicado más la vida del pobre Noah, atrapado vigilando a los otros sin tener una vida real, en todo caso. Había tenido varias protegidas, pero nunca había encontrado el amor con ellas, tan solo las había guiado en su camino. ¿Le habría llegado el momento? ¿Había entregado la Señora K la última bola a un elfo?

Cerró el grifo, mientras se enrollaba una toalla en la cintura y salía tratando de desterrar la preocupación por ello. El hombre era mayor, lo suficiente como para tomar las riendas de su vida y si por algún casual sucedía, quizá no fuera tan malo. Una eternidad de soledad no podía ser buena. Si no que se lo preguntaran, a veces ser Santa Claus significaba estar solo, sin una compañera a tu lado que fuera capaz de comprender tu misión y tu papel y saber que, tras todo eso, tras el mito, solo existía un hombre. Uno como cualquier otro, con sueños y esperanza, con deseos.

Si él hubiera podido escoger su camino, habría sido un juguetero artesano. Habría estado cerca de los niños, pero desde otro punto de vista. Quizá todo se reducía a la herencia, el primer Santa Claus de la historia eso mismo había sido. Empezó una mágica labor, sin magia, pero pronto fue recompensado, nombrado y acompañado hacía el que sería el hogar definitivo.

Así había empezado el mito y sabía que, pasara lo que pasara, jamás se extinguiría. No mientras hubiera un niño creyendo en Santa Claus.

Se puso unos vaqueros y un jersey con Rudolph en el frente mientras se secaba el pelo. Se recortó la barba y sonrió a su reflejo. Podía ser que fuera un tipo miope, que quizá fuera casi demasiado feliz a primera vista para tratar con almas perdidas, pero ¿acaso la vida no se trataba de eso? ¿De coger todo su optimismo y ayudar a los demás?

Una vez el trabajo había sido hecho, Vanessa se iba a convertir en su misión. Tomando las cosas con calma, por supuesto. La noche anterior se diluiría en su mente hasta que tan solo la percibiera como un sueño, así que iba a tener una oportunidad para acercarla a su mundo una vez más, esta vez de la manera correcta. Sin prisas, pero sin pausas.

«¿Vas a seducirla, Zac?», preguntó a su reflejo.

Y en sus propios ojos percibió la respuesta.

«¿Y por qué no?».

Caminó hacia la zona antigua, esa que se había transformado en un museo. Quizá el trineo tradicional, lleno de dibujos infantiles y con unos cuantos renos ansiosos por volar, podría ser una buena elección para plantarse frente al refugio y decirle:

«¿Me ves, mujer? Soy Santa Claus».

Hablando de tener tacto...
 
Zac: Melvin -llamó entrando en el garaje. El trineo estaba reluciente, pero podía escuchar los sonidos de sus amigos no muy lejos. Sus fieles compañeros estaban muy despiertos, seguramente volviendo loco al pobre elfo-. ¿Melvin, estáis visibles?
 
El tono sonó divertido, pero no lo podía evitar. El hombre se había convertido en uno más de la manada y no sería la primera vez que se paseaba en paños menores entre ellos, sacado de su sueño de pronto por alguna necesidad especial.

Escuchó alguna palabra sofocada, mientras Rudolph entraba a toda prisa, yendo hacia él, haciendo ruido con sus pezuñas. Lo acarició y rodeó su cuello con los brazos.
 
Zac: ¿Cómo estás amigo? ¿Thomas se portó bien?
 
El reno se dejó acariciar, eufórico de tenerlo cerca, cuando Melvin apareció enfurruñado.
 
Melvin: Siempre dando problemas, algún día le voy a cortar la nariz -refunfuñó molesto, lleno de paja por todos lados-.
 
Zac: ¿Otra vez te has portado mal, Rudolph?
 
Melvin: El próximo año no lo sacaré, me niego -resopló provocando una sonora carcajada en su jefe-.
 
Zac: Vamos, solo es revoltoso. Está ansioso por salir a correr.
 
Melvin: Pues no puede ser. Ya salió con Thomas ayer, hoy tendrá que quedarse en casa reponiendo fuerzas. No podemos permitirnos un Rudolph herido, los niños...
 
Zac: Vamos, lo que los niños quieren es que los saquemos a las calles para jugar con ellos. Todas las mascotas saldrán hoy a patinar y jugar con los más pequeños. ¿Acaso no puedes escuchar las risas?
 
Melvin: ¿Qué risas? Todo está en silencio.
 
Zac: Melvin, Melvin, Melvin. ¿Dónde has dejado tu espíritu navideño?
 
El elfo suspiró, apoyándose en una pared con cansancio.
 
Melvin: Se lo comió Rudolph.
 
El reno hizo un sonido de disgusto, Zac acarició su pelaje y negó.
 
Zac: No se lo tomes en cuenta, amigo, el pobre Melvin está agotado. Deberías ir a dormir un rato.
 
Melvin: ¿Y quién va a ocuparse de que estos se comporten?
 
Zac: Hoy es el día de los niños y los niños los cuidarán. Confía en mí, soy el jefe aquí y mi mandato dice que te vayas a la cama y dejes de preocuparte. Ni Rudolph ni los otros van a marcharse del Polo Norte sin nosotros -tomó la cara del animal entre las manos-. ¿Verdad que no, muchacho?
 
El reno tan solo le lamió la cara como respuesta, Zac puso una mueca cómica.
 
Zac: Besos con babas no, que voy a ir a encontrarme con una dama.
 
Melvin lo miró con una mezcla de sorpresa y desconfianza.
 
Melvin: ¿Qué dama?
 
Zac: No cantes victoria, no estoy hablando de matrimonio. Una amiga nada más, necesito comprobar que está bien, quizá anoche le di un susto.
 
Melvin. Ah, esa dama -soltó desterrando la preocupación-. Nunca podrá convertirse en la Señora K. Todos sabemos que hay que tener fe para que la magia te elija.
 
Zac: No te preocupes, eso no pasará. Pero Vanessa necesita...
 
¿Qué necesitaba exactamente? No tenía idea, pero lo descubriría.
Melvin sonrió.
 
Melvin: Ya veo. Creo que haré caso y me iré a la cama.
 
Zac: Yo me ocuparé de que los renos salgan a las calles, descansa, te lo mereces.
 
Melvin: Thomas no va a volver -le dijo seguro-. La ha encontrado.
 
Zac: Lo sé -aceptó-.
 
Melvin: Y no ha sido el único, parece que ha llegado el momento de muchos de encontrar una alternativa. Otro camino.
 
Zac: No voy a abandonar el Polo Norte ni mi misión.
 
Melvin: ¿Acaso lo deseas?
 
No respondió de inmediato. ¿Lo deseaba? No. No lo deseaba, su trabajo era muy importante, aun así, no le importaría ser un poco más normal o menos loco a ojos de su pequeña y sexy Ness.
 
Zac: Soy Santa Claus, eso es lo que deseo.
 
Melvin: Pero no necesitas hacer tu vida solo. Tu madre se va a jubilar pronto, quizá es el momento de que te plantees...
 
Zac: Ve a dormir -exigió cortando el tema y avanzando hacia las enormes puertas de la sala contigua para dar rienda suelta a sus queridos amigos-. No necesito guía, conozco el camino.
 
El elfo murmuró algo que no alcanzó a escuchar y después se marchó. Zac no pudo evitar soltar el aire que inundaba sus pulmones, de hecho, perdió el ritmo de su respiración y empezó a toser como un loco.

Esa mujer iba a matarlo, antes incluso de formar parte de su vida.

Los animales salieron al trote, Rudolph se quedó un momento con él, disfrutando de sus caricias, pero también terminó por desaparecer en el horizonte; felices, dando saltos, volando pequeños trechos para aterrizar y jugar en la nieve de nuevo.

Eran como niños, en un día libre de invierno.

Y él era un hombre perdido con una misión. Se puso el abrigo y abrió un portal a su hogar en San Francisco. Lo atravesó sin incidencias y sonrió al escuchar las pequeñas charlas en el piso inferior. Incluso aquellos que creían en la Navidad, acudían en masa a su tienda al día siguiente, deseando intercambiar, agradecer o comprar algo más para alguien especial.

Atravesó el taller y llegó a la parte frontal, sonrió a los clientes y se dirigió a su empleada.
 
Zac: ¿Está todo listo para mi visita al Hospital infantil?
 
La mujer asintió, señalando dos enormes sacos (de aspecto natural, por supuesto) en un rincón, así como el disfraz de la percha.

Era una variante un poco menos seria de su atuendo oficial, pero sería interesante para los niños. Odió la barriga artificial, la barba blanca postiza y la peluca, pero había que ser fiel al mito y, por algunos motivos, merecía la pena desear golpearse a uno mismo contra una pared.

Desearía decir a todos: «Santa es sexy como el infierno», pero claro, eso podría alterar a los pequeños y tan solo quería repartir un poco de ilusión. Nada más.

Se llevó el traje a la trastienda y se cambió a la velocidad de la luz, cargó con los sacos y se hizo con las llaves del coche. Un utilitario de diez años que solía conducir habitualmente, en el que se sentía cómodo y seguro, con buena calefacción. Guardó los regalos en el maletero y arrancó, iba a paso tranquilo, cuando un destello rojo y blanco llamó su atención.

«Vanessa».

Entraba acompañada en el Rudolph's. Un hombre mayor que se parecía mucho a ella, seguramente su padre, le abrió la puerta y le dejó paso. Sonrió. La mañana estaba a punto de mejorar, antes incluso de lo que había planeado. Aparcó frente a la puerta y descendió. Quiso quitarse el disfraz, deseó haber esperado, pero no tenía tiempo. Iba a convencerla para que fuera con él a cumplir su misión y, una vez hecho, ella empezaría a ver al auténtico Zac, un hombre real lejos de la locura, pero con un increíble atractivo.

Al menos eso esperaba él.

Abrió la puerta y se encontró casi de inmediato con la sonrisa de Noah, que lo miró y decidió tomar el asunto a broma, como siempre, un elfo gigante que tenía ganas de tocarle las pelotas.
 
Noah: Para Zac hoy no hay chocolate. Deberías ponerte a dieta, muchacho -tocó su prominente vientre de algodón y sonrió perverso. Sus ojos brillaban llenos de travesura, anticipando que planeaba tomarle el pelo durante una larga temporada-. ¿A qué debemos el honor, oh-gran-Santa? Y ten en cuenta que he dicho «gran».
 
Zac: Capullo -espetó sin vergüenza alguna, fulminándolo-.
 
Si hubiera tenido rayos láser en los ojos, lo habría dejado reducido a cenizas en segundos, pero esa no era una de sus habilidades. ¡Qué lástima!
 
Noah: Vamos no te enfurruñes, hombre. ¡Que es Navidad!
 
Zac le enseñó gustosamente el dedo corazón y se sentó en un taburete junto a la barra, no sin antes localizar la mesa en la que Vanessa estaba haciendo su pedido junto al hombre con el que la vio entrar y una mujer.
 
Zac: No tengo el día para bromas, estoy agotado.
 
Noah: ¿Y qué haces aquí? No sueles venir a estas horas.
 
Zac: ¿No puede un hombre desayunar antes de ir a cumplir con su tarea? -inquirió, pero Noah ya le había colocado un montón de galletas y una jarra especial de chocolate llena de nata y canela-.
 
Noah: Puedes. ¿Vas a necesitar ayuda con lo del hospital? Podría tomarme un descanso y acompañarte.
 
Zac: Espero conseguir una elfa especial hoy -dijo sin mirar al hombre, pues sus ojos estaban fijos sobre Vanessa-. ¿Crees que el gran Zac la convencerá o la barriga de pega será suficiente motivo para que me deje tirado?
 
Noah: ¿Vanessa Hudgens? ¿Te has vuelto loco? ¡Odia la Navidad desde hace años!
 
Zac: Estoy trabajando en eso -lo informó-.
 
Noah guardó silencio, observándolo. Sus ojos veían más de la cuenta, como siempre.
 
Noah: ¿Estás seguro de lo que vas a hacer, Zac? No tienes tarea sencilla junto a aquellos que creen, ¿cómo piensas que podrás sacar adelante la Navidad junto a alguien que dejó de tener fe antes de saber escribir su nombre correctamente?
 
Zac: Cállate, Noah. No la conoces como yo.
 
El aludido alzó las manos en señal de rendición.
 
Noah: Ignórame si quieres, pero creo que has tenido una explosión interna y tus neuronas han muerto inevitablemente. No pareces estar ejerciendo la capacidad de pensar.
 
Zac: Y tú no paras de tocarme los cojones, Noah. Déjame en paz.
 
Noah: En paz te dejo, señor Navidad. -Hizo un gesto hacia el lugar en que la chica trataba de esbozar una sonrisa conciliadora, pero que más bien parecía una mueca nerviosa-. Creo que necesita un poco de ayuda, te agradecerá que la salves y quizá tengas suerte.
 
Zac: ¿No decías que no? ¿Quién os entiende? ¡Elfos! -Maldijo, molesto. Pero eso no le impidió comer una galleta y terminarse el chocolate casi de un trago. Se limpió la boca y tomó aire-. ¿Crees que si voy allí no me lanzará una silla a la cabeza?
 
Noah: Creo que puedo dejarte ser el camarero durante quince minutos, si juras no romper nada. La última vez...
 
Zac: ¡Soy Zac! -exclamó, como si esas dos palabras lo aclararan todo-.
 
Noah: Por eso, tío -negó colocando una bandeja frente a él-. Ve a por ella, Santa, y asegúrate de hacer tu mejor movimiento, porque dudo que tengas una segunda oportunidad hoy.
 
Zac: No la necesitaré.
 
Se hizo con la bandeja. Las tazas tintinearon peligrosamente y Noah pareció palidecer un grado, pero de inmediato se pusieron firmes y dispuestas y el hombre las llevó con bastante diligencia. No derramó ni una gota, lo que era mucho decir, y tampoco hubo platos rotos, gracias a Dios.
 
Zac: Señoritas, caballero... -dijo sirviéndoles con una sonrisa, colocando todo con agilidad. Le guiñó un ojo a Vanessa-. Espero que todo esté a su gusto.
 
Vanessa se sonrojó, inevitablemente. Sabía que lo había reconocido. El padre de la mujer le dio las gracias y su acompañante sonrió.
 
Zac: Espero que Santa Claus se haya portado bien esta noche -soltó mientras tomaba la mano de la joven y se la llevaba a los labios-. ¿Alguna queja, señorita?
 
Su respiración se aceleró, incluso podía sentir aquel corazón golpeando más rápido y firme. La hizo levantarse, giró un par de vueltas con ella, haciéndola caer entre sus brazos.
 
Zac: Hola, Ness.
 
Ness: Zac.
 
Zac: El mismo. -Le apartó el pelo del rostro y acarició su barbilla con el pulgar. Deseaba besarla, se moría de ganas de hacerlo, pero los dos adultos los observaban con intensidad. Bajó la voz, para hablar exclusivamente para sus oídos-. Preciosa y sugerente Vanessa. Ven conmigo.
 
Ness: No puedo -contestó azorada-. Mi padre y su novia...
 
Zac: ¿Novia?
 
La sorpresa estuvo presente en su voz, antes de que pudiera desterrarla.

Vanessa solo asintió, estaba nerviosa, pero aun así le había rodeado el cuello con los brazos, apretándose contra él.
 
Zac: Te traeré pronto, Ness, acompáñame al hospital. Necesito una elfa, los niños...
 
¿Podría ella negarse? Seguro que por los niños lo haría.

Carraspeó y se alejó. Dando un paso atrás, miró a su padre.
 
Ness: Papá, este es Zac. Un buen amigo. Colabora con el refugio a menudo -comentó, después se dirigió hacia Alyssa, apenas si miró a la mujer, no porque le disgustara hacerlo, sino porque se sentía un poco incómoda. La conocía lo suficiente como para leer las emociones en ella-. Zac, ellos son Alyssa, la novia de mi padre, y mi padre, Joe.
 
El hombre mayor se apresuró a levantarse para estrecharle la mano, en un gesto amistoso.

Sin embargo, pudo ver en sus ojos que estaba evaluándolo. Seguramente tratando de entrever si era o no era bueno para su pequeña.

La mujer fue muy atenta, también se levantó, extendió su mano que Zac tomó en un casto beso y lo saludó.
 
Alyssa: Me alegra mucho conoceros, a los dos -dijo cariñosa-.
 
Parecía muy maternal, pero también enérgica. Era perfecta para Joe, lo miraba como si fuera superman y a la vez como si necesitara todo el cuidado del mundo. Él estaría bien con ella, de eso no tenía dudas.
 
Zac: Un placer -contestó afable. Después se dirigió hacia Joe-. Me preguntaba si le importaría que le robe a su hija durante un rato. Voy a ir a entregar unos regalos al hospital y mi ayudante me ha fallado. Un pequeño accidente, se recuperará, pero no está disponible hoy.
 
Joe observó a su hija, esperando algún tipo de señal. Vanessa no lo defraudó, se pegó a él y asintió.
 
Ness: Puedo hacerlo, si no os importa -miró a su padre y a Alyssa-. Sé que habíamos quedado para pasar un rato juntos, pero...
 
Alyssa: Ve con él, Vanessa -se apresuró a decir la mujer con amabilidad-. Tendremos mucho tiempo para ponernos al día y conocernos mejor.
 
Ness: Siento no haber pasado más tiempo contigo, pero...
 
Alyssa: Lo comprendo. Los niños son lo primero, Zac agradecerá tu ayuda.
 
Alyssa la abrazó con cariño y la besó en la mejilla, Joe también la abrazó.
 
Joe. Pasadlo bien, hija. Te llamaré más tarde.
 
Vanessa asintió, Zac se sintió bien. Tenerla solo para él, durante un buen rato, era una fantástica oportunidad para que viera más allá de él. De esa fachada vivaracha y dicharachera.
 
Zac: Se la devolveré sana y salva.
 
Joe: Lo sé, muchacho. Id y divertíos.
 
Y con la bendición de Joe, Zac tomó la mano de Vanessa, y la sacó del local, en dirección a su coche.

Tan solo se tomó un instante para hacer un gesto de despedida a Noah, que no podía ocultar su evidente sonrisa.

Ese elfo tenía que estar tramando algo, siempre tramaba algo. Más le valía que no estuviera confabulado con su madre porque esta vez... esta vez no planeaba consentirlo.

Pero eso sería más tarde, después de disfrutar de Vanessa, de los niños y de una enorme montaña de regalos hecha a mano, a la forma tradicional, por el propio y creativo Zac.

«Hoy es tu día, muchacho -se arengó en silencio-, disfrútalo».

Y eso era precisamente lo que planeaba hacer. 


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy linda como va la historia. Lastima q el cap 7 no pude leerlo no se subio correctamente creo.. sigue pronto

Publicar un comentario

Perfil