Zac abrió los ojos y se estiró, haciendo que la
sábana que cubría su cuerpo desnudo se deslizara por su cuerpo. Bostezó
levantándose y dirigiéndose al baño.
Afiló el oído, pero solo escuchó el silencio, lo
que le provocó una sonrisa tranquila y satisfecha. Aquello solo significaba una
cosa, que el trabajo bien hecho había llegado a su fin. Todos estarían en casa
celebrando y desenvolviendo los regalos que él, en secreto la noche anterior,
había repartido para ellos.
No era un gran secreto, pues lo hacía todos los
años, pero sus elfos eran almas cándidas que tenían el buen hacer de disfrutar
de algo que, a pesar de ser esperado, lo tomaban como inesperado.
No era ni tonto ni soberbio y tenía muy claro que
la Navidad no existiría sin ellos. Podría ser el famoso, aquel al que todos los
niños adoraban, escribían y enviaban esos estupendos dibujos que le caldeaban el
corazón, pero lo cierto era que un solo hombre no podría hacer frente a todo el
trabajo que Nochebuena y Navidad traían consigo. Sus hermanos, porque eso era
lo que todos ellos eran para él, se llevaban la mayor parte de la carga y les
gustaba dejarles un pequeño obsequio, algo que él hacía a lo largo del año
con sus propias manos, en su famoso Rincón de Zac.
Aquel era su escondite, su pequeña fábrica donde
daba rienda suelta a su imaginación y pasión.
Siempre había sido un artista,
amaba los juguetes y lo que conllevaba el trato directo con los niños, por eso
mantenía esa sucursal en San Francisco (y en otras partes del mundo), donde se
dedicaba a pasar esos tiempos entre año y año, disfrutando de las pequeñas y
sencillas cosas de la vida sin descuidar, ni por un solo momento, sus
responsabilidades en la Sede Central del Polo Norte.
Sintió el agua templada desentumecer sus músculos,
mientras apoyado sobre la fría pared de azulejos coloridos, dejaba vagar su
mente hasta una mujer que en ese momento estaba lejos de él, pero a la que no
podía desterrar de sus pensamientos.
Vanessa, la incrédula y a pesar de todo dulce Vanessa,
se había colado en su interior, incluso sin esperarlo. No estaba enamorado,
dudaba que alguien pudiera enamorarse tan rápido, pero sí muy intrigado.
Además, era cuestión de orgullo el hacerle ver la realidad sobre él. Ella tenía
que aceptar que él era Santa Claus. No sabía cómo lo haría, pero tenía que hacerlo.
Era consciente de que se había precipitado.
Atraparla en una noche tan activa, en un trineo volador, con elfos repartiendo
regalos y Santa Claus colándose en las casas era demasiado para cualquiera,
incluso para un creyente; lo cierto era que no había pensado. Quizá había
tenido el deseo de verla mirándolo como si fuera algo... increíble y especial.
Sí, esa era la palabra: quería ser especial para Vanessa,
incluso sin querer pensar en el lugar al que lo llevaría ese deseo.
Saber que su madre había entregado su última bola
lo ponía nervioso. Se preguntó si quizá habría ejercido su magia con la mujer
que ahora lo acompañaba a cada momento, o si habría complicado más la vida del
pobre Noah, atrapado vigilando a los otros sin tener una vida real, en todo
caso. Había tenido varias protegidas, pero nunca había encontrado el amor con ellas,
tan solo las había guiado en su camino. ¿Le habría llegado el momento? ¿Había
entregado la Señora K la última bola a un elfo?
Cerró el grifo, mientras se enrollaba una toalla en
la cintura y salía tratando de desterrar la preocupación por ello. El hombre
era mayor, lo suficiente como para tomar las riendas de su vida y si por algún
casual sucedía, quizá no fuera tan malo. Una eternidad de soledad no podía ser
buena. Si no que se lo preguntaran, a veces ser Santa Claus significaba estar solo,
sin una compañera a tu lado que fuera capaz de comprender tu misión y tu papel
y saber que, tras todo eso, tras el mito, solo existía un hombre. Uno como
cualquier otro, con sueños y esperanza, con deseos.
Si él hubiera podido escoger su camino, habría sido
un juguetero artesano. Habría estado cerca de los niños, pero desde otro punto
de vista. Quizá todo se reducía a la herencia, el primer Santa Claus de la
historia eso mismo había sido. Empezó una mágica labor, sin magia, pero pronto
fue recompensado, nombrado y acompañado hacía el que sería el hogar definitivo.
Así había empezado el mito y sabía que, pasara lo
que pasara, jamás se extinguiría. No mientras hubiera un niño creyendo en Santa
Claus.
Se puso unos vaqueros y un jersey con Rudolph en el
frente mientras se secaba el pelo. Se recortó la barba y sonrió a su reflejo.
Podía ser que fuera un tipo miope, que quizá fuera casi demasiado feliz a
primera vista para tratar con almas perdidas, pero ¿acaso la vida no se trataba
de eso? ¿De coger todo su optimismo y ayudar a los demás?
Una vez el trabajo había sido hecho, Vanessa se iba
a convertir en su misión. Tomando las cosas con calma, por supuesto. La noche
anterior se diluiría en su mente hasta que tan solo la percibiera como un
sueño, así que iba a tener una oportunidad para acercarla a su mundo una vez
más, esta vez de la manera correcta. Sin prisas, pero sin pausas.
«¿Vas a seducirla, Zac?», preguntó a su reflejo.
Y en sus propios ojos percibió la respuesta.
«¿Y por qué no?».
Caminó hacia la zona antigua, esa que se había
transformado en un museo. Quizá el trineo tradicional, lleno de dibujos
infantiles y con unos cuantos renos ansiosos por volar, podría ser una buena
elección para plantarse frente al refugio y decirle:
«¿Me ves, mujer? Soy Santa Claus».
Hablando de tener tacto...
Zac: Melvin -llamó entrando en el garaje. El trineo
estaba reluciente, pero podía escuchar los sonidos de sus amigos no muy lejos.
Sus fieles compañeros estaban muy despiertos, seguramente volviendo loco al
pobre elfo-. ¿Melvin, estáis visibles?
El tono sonó divertido, pero no lo podía evitar. El
hombre se había convertido en uno más de la manada y no sería la primera vez
que se paseaba en paños menores entre ellos, sacado de su sueño de pronto por
alguna necesidad especial.
Escuchó alguna palabra sofocada, mientras Rudolph
entraba a toda prisa, yendo hacia él, haciendo ruido con sus pezuñas. Lo
acarició y rodeó su cuello con los brazos.
Zac: ¿Cómo estás amigo? ¿Thomas se portó bien?
El reno se dejó acariciar, eufórico de tenerlo
cerca, cuando Melvin apareció enfurruñado.
Melvin: Siempre dando problemas, algún día le voy a
cortar la nariz -refunfuñó molesto, lleno de paja por todos lados-.
Zac: ¿Otra vez te has portado mal, Rudolph?
Melvin: El próximo año no lo sacaré, me niego -resopló
provocando una sonora carcajada en su jefe-.
Zac: Vamos, solo es revoltoso. Está ansioso por salir
a correr.
Melvin: Pues no puede ser. Ya salió con Thomas
ayer, hoy tendrá que quedarse en casa reponiendo fuerzas. No podemos permitirnos
un Rudolph herido, los niños...
Zac: Vamos, lo que los niños quieren es que los
saquemos a las calles para jugar con ellos. Todas las mascotas saldrán hoy a
patinar y jugar con los más pequeños. ¿Acaso no puedes escuchar las risas?
Melvin: ¿Qué risas? Todo está en silencio.
Zac: Melvin, Melvin, Melvin. ¿Dónde has dejado tu espíritu
navideño?
El elfo suspiró, apoyándose en una pared con
cansancio.
Melvin: Se lo comió Rudolph.
El reno hizo un sonido de disgusto, Zac acarició su
pelaje y negó.
Zac: No se lo tomes en cuenta, amigo, el pobre
Melvin está agotado. Deberías ir a dormir un rato.
Melvin: ¿Y quién va a ocuparse de que estos se
comporten?
Zac: Hoy es el día de los niños y los niños los
cuidarán. Confía en mí, soy el jefe aquí y mi mandato dice que te vayas a la
cama y dejes de preocuparte. Ni Rudolph ni los otros van a marcharse del Polo
Norte sin nosotros -tomó la cara del animal entre las manos-. ¿Verdad que no,
muchacho?
El reno tan solo le lamió la cara como respuesta, Zac
puso una mueca cómica.
Zac: Besos con babas no, que voy a ir a encontrarme
con una dama.
Melvin lo miró con una mezcla de sorpresa y
desconfianza.
Melvin: ¿Qué dama?
Zac: No cantes victoria, no estoy hablando de
matrimonio. Una amiga nada más, necesito comprobar que está bien, quizá anoche
le di un susto.
Melvin. Ah, esa dama -soltó desterrando la
preocupación-. Nunca podrá convertirse en la Señora K. Todos sabemos que hay
que tener fe para que la magia te elija.
Zac: No te preocupes, eso no pasará. Pero Vanessa
necesita...
¿Qué necesitaba exactamente? No tenía idea, pero lo
descubriría.
Melvin sonrió.
Melvin: Ya veo. Creo que haré caso y me iré a la
cama.
Zac: Yo me ocuparé de que los renos salgan a las
calles, descansa, te lo mereces.
Melvin: Thomas no va a volver -le dijo seguro-. La
ha encontrado.
Zac: Lo sé -aceptó-.
Melvin: Y no ha sido el único, parece que ha
llegado el momento de muchos de encontrar una alternativa. Otro camino.
Zac: No voy a abandonar el Polo Norte ni mi misión.
Melvin: ¿Acaso lo deseas?
No respondió de inmediato. ¿Lo deseaba? No. No lo
deseaba, su trabajo era muy importante, aun así, no le importaría ser un poco
más normal o menos loco a ojos de su pequeña y sexy Ness.
Zac: Soy Santa Claus, eso es lo que deseo.
Melvin: Pero no necesitas hacer tu vida solo. Tu
madre se va a jubilar pronto, quizá es el momento de que te plantees...
Zac: Ve a dormir -exigió cortando el tema y
avanzando hacia las enormes puertas de la sala contigua para dar rienda suelta
a sus queridos amigos-. No necesito guía, conozco el camino.
El elfo murmuró algo que no alcanzó a escuchar y
después se marchó. Zac no pudo evitar soltar el aire que inundaba sus pulmones,
de hecho, perdió el ritmo de su respiración y empezó a toser como un loco.
Esa mujer iba a matarlo, antes incluso de formar
parte de su vida.
Los animales salieron al trote, Rudolph se quedó un
momento con él, disfrutando de sus caricias, pero también terminó por
desaparecer en el horizonte; felices, dando saltos, volando pequeños trechos
para aterrizar y jugar en la nieve de nuevo.
Eran como niños, en un día libre de invierno.
Y él era un hombre perdido con una misión. Se puso
el abrigo y abrió un portal a su hogar en San Francisco. Lo atravesó sin
incidencias y sonrió al escuchar las pequeñas charlas en el piso inferior.
Incluso aquellos que creían en la Navidad, acudían en masa a su tienda al día
siguiente, deseando intercambiar, agradecer o comprar algo más para alguien especial.
Atravesó el taller y llegó a la parte frontal, sonrió
a los clientes y se dirigió a su empleada.
Zac: ¿Está todo listo para mi visita al Hospital
infantil?
La mujer asintió, señalando dos enormes sacos (de
aspecto natural, por supuesto) en un rincón, así como el disfraz de la percha.
Era una variante un poco menos seria de su atuendo
oficial, pero sería interesante para los niños. Odió la barriga artificial, la
barba blanca postiza y la peluca, pero había que ser fiel al mito y, por
algunos motivos, merecía la pena desear golpearse a uno mismo contra una pared.
Desearía decir a todos: «Santa es sexy como el
infierno», pero claro, eso podría alterar a los pequeños y tan solo quería repartir
un poco de ilusión. Nada más.
Se llevó el traje a la trastienda y se cambió a la
velocidad de la luz, cargó con los sacos y se hizo con las llaves del coche. Un
utilitario de diez años que solía conducir habitualmente, en el que se sentía
cómodo y seguro, con buena calefacción. Guardó los regalos en el maletero y arrancó,
iba a paso tranquilo, cuando un destello rojo y blanco llamó su atención.
«Vanessa».
Entraba acompañada en el Rudolph's. Un
hombre mayor que se parecía mucho a ella, seguramente su padre, le abrió la
puerta y le dejó paso. Sonrió. La mañana estaba a punto de mejorar, antes
incluso de lo que había planeado. Aparcó frente a la puerta y descendió. Quiso
quitarse el disfraz, deseó haber esperado, pero no tenía tiempo. Iba a
convencerla para que fuera con él a cumplir su misión y, una vez hecho, ella
empezaría a ver al auténtico Zac, un hombre real lejos de la locura, pero con
un increíble atractivo.
Al menos eso esperaba él.
Abrió la puerta y se encontró casi de inmediato con
la sonrisa de Noah, que lo miró y decidió tomar el asunto a broma, como
siempre, un elfo gigante que tenía ganas de tocarle las pelotas.
Noah: Para Zac hoy no hay chocolate. Deberías
ponerte a dieta, muchacho -tocó su prominente vientre de algodón y sonrió
perverso. Sus ojos brillaban llenos de travesura, anticipando que planeaba
tomarle el pelo durante una larga temporada-. ¿A qué debemos el honor,
oh-gran-Santa? Y ten en cuenta que he dicho «gran».
Zac: Capullo -espetó sin vergüenza alguna,
fulminándolo-.
Si hubiera tenido rayos láser en los ojos, lo
habría dejado reducido a cenizas en segundos, pero esa no era una de sus
habilidades. ¡Qué lástima!
Noah: Vamos no te enfurruñes, hombre. ¡Que es
Navidad!
Zac le enseñó gustosamente el dedo corazón y se
sentó en un taburete junto a la barra, no sin antes localizar la mesa en la que
Vanessa estaba haciendo su pedido junto al hombre con el que la vio entrar y una
mujer.
Zac: No tengo el día para bromas, estoy agotado.
Noah: ¿Y qué haces aquí? No sueles venir a estas
horas.
Zac: ¿No puede un hombre desayunar antes de ir a cumplir
con su tarea? -inquirió, pero Noah ya le había colocado un montón de galletas y
una jarra especial de chocolate llena de nata y canela-.
Noah: Puedes. ¿Vas a necesitar ayuda con lo del
hospital? Podría tomarme un descanso y acompañarte.
Zac: Espero conseguir una elfa especial hoy -dijo
sin mirar al hombre, pues sus ojos estaban fijos sobre Vanessa-. ¿Crees que el
gran Zac la convencerá o la barriga de pega será suficiente motivo para que me
deje tirado?
Noah: ¿Vanessa Hudgens? ¿Te has vuelto loco? ¡Odia
la Navidad desde hace años!
Zac: Estoy trabajando en eso -lo informó-.
Noah guardó silencio, observándolo. Sus ojos veían
más de la cuenta, como siempre.
Noah: ¿Estás seguro de lo que vas a hacer, Zac? No
tienes tarea sencilla junto a aquellos que creen, ¿cómo piensas que podrás
sacar adelante la Navidad junto a alguien que dejó de tener fe antes de saber
escribir su nombre correctamente?
Zac: Cállate, Noah. No la conoces como yo.
El aludido alzó las manos en señal de rendición.
Noah: Ignórame si quieres, pero creo que has tenido
una explosión interna y tus neuronas han muerto inevitablemente. No pareces
estar ejerciendo la capacidad de pensar.
Zac: Y tú no paras de tocarme los cojones, Noah.
Déjame en paz.
Noah: En paz te dejo, señor Navidad. -Hizo un gesto
hacia el lugar en que la chica trataba de esbozar una sonrisa conciliadora,
pero que más bien parecía una mueca nerviosa-. Creo que necesita un poco de
ayuda, te agradecerá que la salves y quizá tengas suerte.
Zac: ¿No decías que no? ¿Quién os entiende? ¡Elfos!
-Maldijo, molesto. Pero eso no le impidió comer una galleta y terminarse el
chocolate casi de un trago. Se limpió la boca y tomó aire-. ¿Crees que si voy
allí no me lanzará una silla a la cabeza?
Noah: Creo que puedo dejarte ser el camarero
durante quince minutos, si juras no romper nada. La última vez...
Zac: ¡Soy Zac! -exclamó, como si esas dos palabras
lo aclararan todo-.
Noah: Por eso, tío -negó colocando una bandeja
frente a él-. Ve a por ella, Santa, y asegúrate de hacer tu mejor movimiento,
porque dudo que tengas una segunda oportunidad hoy.
Zac: No la necesitaré.
Se hizo con la bandeja. Las tazas tintinearon
peligrosamente y Noah pareció palidecer un grado, pero de inmediato se pusieron
firmes y dispuestas y el hombre las llevó con bastante diligencia. No derramó
ni una gota, lo que era mucho decir, y tampoco hubo platos rotos, gracias a
Dios.
Zac: Señoritas, caballero... -dijo sirviéndoles con
una sonrisa, colocando todo con agilidad. Le guiñó un ojo a Vanessa-. Espero
que todo esté a su gusto.
Vanessa se sonrojó, inevitablemente. Sabía que lo había
reconocido. El padre de la mujer le dio las gracias y su acompañante sonrió.
Zac: Espero que Santa Claus se haya portado bien
esta noche -soltó mientras tomaba la mano de la joven y se la llevaba a los
labios-. ¿Alguna queja, señorita?
Su respiración se aceleró, incluso podía sentir
aquel corazón golpeando más rápido y firme. La hizo levantarse, giró un par de
vueltas con ella, haciéndola caer entre sus brazos.
Zac: Hola, Ness.
Ness: Zac.
Zac: El mismo. -Le apartó el pelo del rostro y
acarició su barbilla con el pulgar. Deseaba besarla, se moría de ganas de
hacerlo, pero los dos adultos los observaban con intensidad. Bajó la voz, para
hablar exclusivamente para sus oídos-. Preciosa y sugerente Vanessa. Ven
conmigo.
Ness: No puedo -contestó azorada-. Mi padre y su
novia...
Zac: ¿Novia?
La sorpresa estuvo presente en su voz, antes de que
pudiera desterrarla.
Vanessa solo asintió, estaba nerviosa, pero aun así
le había rodeado el cuello con los brazos, apretándose contra él.
Zac: Te traeré pronto, Ness, acompáñame al
hospital. Necesito una elfa, los niños...
¿Podría ella negarse? Seguro que por los niños lo
haría.
Carraspeó y se alejó. Dando un paso atrás, miró a
su padre.
Ness: Papá, este es Zac. Un buen amigo. Colabora
con el refugio a menudo -comentó, después se dirigió hacia Alyssa, apenas si
miró a la mujer, no porque le disgustara hacerlo, sino porque se sentía un poco
incómoda. La conocía lo suficiente como para leer las emociones en ella-. Zac,
ellos son Alyssa, la novia de mi padre, y mi padre, Joe.
El hombre mayor se apresuró a levantarse para
estrecharle la mano, en un gesto amistoso.
Sin embargo, pudo ver en sus ojos que estaba evaluándolo.
Seguramente tratando de entrever si era o no era bueno para su pequeña.
La mujer fue muy atenta, también se levantó,
extendió su mano que Zac tomó en un casto beso y lo saludó.
Alyssa: Me alegra mucho conoceros, a los dos -dijo cariñosa-.
Parecía muy maternal, pero también enérgica. Era
perfecta para Joe, lo miraba como si fuera superman y a la vez como si necesitara
todo el cuidado del mundo. Él estaría bien con ella, de eso no tenía dudas.
Zac: Un placer -contestó afable. Después se dirigió
hacia Joe-. Me preguntaba si le importaría que le robe a su hija durante un
rato. Voy a ir a entregar unos regalos al hospital y mi ayudante me ha fallado.
Un pequeño accidente, se recuperará, pero no está disponible hoy.
Joe observó a su hija, esperando algún tipo de
señal. Vanessa no lo defraudó, se pegó a él y asintió.
Ness: Puedo hacerlo, si no os importa -miró a su
padre y a Alyssa-. Sé que habíamos quedado para pasar un rato juntos, pero...
Alyssa: Ve con él, Vanessa -se apresuró a decir la
mujer con amabilidad-. Tendremos mucho tiempo para ponernos al día y conocernos
mejor.
Ness: Siento no haber pasado más tiempo contigo,
pero...
Alyssa: Lo comprendo. Los niños son lo primero, Zac
agradecerá tu ayuda.
Alyssa la abrazó con cariño y la besó en la
mejilla, Joe también la abrazó.
Joe. Pasadlo bien, hija. Te llamaré más tarde.
Vanessa asintió, Zac se sintió bien. Tenerla solo
para él, durante un buen rato, era una fantástica oportunidad para que viera
más allá de él. De esa fachada vivaracha y dicharachera.
Zac: Se la devolveré sana y salva.
Joe: Lo sé, muchacho. Id y divertíos.
Y con la bendición de Joe, Zac tomó la mano de Vanessa,
y la sacó del local, en dirección a su coche.
Tan solo se tomó un instante para hacer un gesto de
despedida a Noah, que no podía ocultar su evidente sonrisa.
Ese elfo tenía que estar tramando algo, siempre
tramaba algo. Más le valía que no estuviera confabulado con su madre porque
esta vez... esta vez no planeaba consentirlo.
Pero eso sería más tarde, después de disfrutar de Vanessa,
de los niños y de una enorme montaña de regalos hecha a mano, a la forma
tradicional, por el propio y creativo Zac.
«Hoy es tu día, muchacho -se arengó en silencio-,
disfrútalo».
Y eso era precisamente lo que planeaba hacer.
1 comentarios:
Muy linda como va la historia. Lastima q el cap 7 no pude leerlo no se subio correctamente creo.. sigue pronto
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