Un año después.
Refugio de animales “Quiérelos, quiérete.”
Ash: ¿Dónde quieres que deje estas cajas, Ness? -preguntó
su mejor amiga y socia en el refugio-. Creo que se me están congelando los dedos.
La aludida hizo un gesto hacia la puerta trasera
del almacén.
Ness: Deja que termine de poner el estúpido pino,
te ayudaré.
Ash: Soy una mujer forzuda, yo me encargo. Y cambia
esa cara, a todo el mundo le gusta la Navidad.
Ness: A mí no.
Ash: Olvida al idiota de Cole de una vez, chica. Ya
es hora.
Ness: ¿Cole? -preguntó arqueando una ceja y
poniendo gesto desubicado-. ¿Qué Cole?
Los ojos de Ashley brillaron divertidos mientras
asentía complacida.
Ash: Eso me gusta más, no olvides las luces. A los
niños le gustan las luces.
Ness: Ya lo sé.
Sacó la maraña de cables demasiado mosqueada como
para apartarlas con cuidado y las dejó en el mostrador mientras se inclinaba
para seguir sacando el resto. Iba tirando adornos de forma descuidada a su
alrededor, porque su amiga quería poner primero las luces, cuando todo el mundo
sabía que era mejor ponerlas después.
Una cara sonriente se inclinó por encima del
mostrador y esquivó, por un milímetro, su ataque.
Zac: Perdona, pero creo que has perdido algo -dijo
la voz ronca y divertida de Zac, el entusiasta plasta de la Navidad que no
paraba de ir al refugio a fastidiar, cada vez que le daba la gana-.
Le estaba tendiendo un Santa Claus gordiflón y con
cara alegre.
Vanessa lo cogió molesta y lo arrojó en la caja con
el resto.
Ness: Otro estúpido Santa -murmuró por lo bajo,
levantándose y dándose en la cabeza en el proceso, con la madera de la
encimera, omitiendo una maldición-.
Zac rodeó el lugar para ofrecerle su ayuda.
Zac: Vamos, no puedes estar enfadada con la
Navidad. Menos con Santa Claus, no tiene la culpa de que la gente haya decidido
representarlo de forma tan poco favorecida.
Ella alzó la vista sorprendida ante el tono de
queja y molestia que percibió en su voz. Estaba indignado.
Ness: ¿Sugieres que Santa Claus no tiene sobrepeso?
¿Quizá no necesita rejuvenecerse y dejar de chochear? Y por Dios... ¡esa risa
patética! -Lo imitó-. Ho. Ho. Ho. Feliz Navidad. -Puso gesto de desagrado como
si hubiera probado algo amargo-. Qué asco, odio la Navidad. Odio a Santa Claus.
Y odio que la gente se vuelva idiota cuando llegan las fiestas. ¿Sabes cuántos
animales abandonan al día siguiente de que el oh-grande-gordo-feo-y-chocho haga
su aparición? -gruñó de nuevo y se levantó alejándose de él-. Y no me toques,
no sé qué sea peor, si Santa Claus o vosotros, los hombres -escupió la última
palabra con un escalofrío-. Me haré lesbiana.
Zac: Ey, Vanessa. Que yo no te he hecho nada. -Alzó
las manos en señal de paz-. No me crucifiques, solo pretendo ayudar. He traído
provisiones, nada más.
La mujer miró las cajas al otro lado y quiso
golpearse, dejó caer los hombros, cerró los ojos y aspiró con fuerza tratando
de relajarse y recuperar la calma, lo miró y negó:
Ness: Te debo una enooorme disculpa, Zac. No sé qué
me pasa, la Navidad me pone de mal humor, te he dicho cosas horribles. No iba
contra ti, lo juro.
Zac: Lo sé -admitió comprensivo y le colocó el pelo
tras la oreja, colocándole las gafas que habían resbalado por su nariz-. No
todo el mundo disfruta de la Navidad como yo, pero se me olvida.
Ness: No tengo buenos recuerdos de Navidad y sí,
una escritora independiente de cuentos como yo debería ser un poco más...
ilusa, pero la vida me ha jodido mucho, Zac. Creo que ya no me queda nada.
El hombre negó, agitando su cabeza.
Zac: No es cierto, te queda mucho. Además, no
entenderás bien el espíritu navideño hasta que no me acompañes a dar un paseo -le
guiñó un ojo y se cruzó de brazos, exponiendo sus músculos, exhibiéndose y
haciéndola reír-.
Ness: No tienes remedio. -Soltó una carcajada casi
sin querer, lo miró y dijo-: ¡Qué narices! Ven aquí. -Lo achuchó con fuerza y
le dio un beso en la nariz-. Feliz Navidad, mañana te espero para recoger a los
cachorritos abandonados, no me falles.
Zac: ¿Alguna vez lo he hecho, Ness?
La joven sintió un escalofrío al escuchar cómo el
diminutivo se deslizaba por su lengua, sonrió un poco nerviosa y negó:
Ness: Nunca.
Zac: Entonces, ya lo sabes: aquí estaré. Así que
prepárate para soportarme. ¿Esta noche te toca guardia?
Ella se encogió de hombros.
Ness: A mí no me importa quedarme, ya lo sabes. -Lo
miró y lamentó haberlo llamado pesado para sí, era bueno, no se parecía en nada
a aquel otro cuyo nombre no tenía intención de recordar-. Hoy he sido muy
desagradable contigo diciendo todas esas cosas y me arrepiento de ello. Sé que
eres fan de Santa Claus.
Zac se encogió de hombros, restándole importancia.
Zac: No es para tanto, puedo entender que asocies
todo esto -señaló las luces y los adornos esparcidos por el suelo y el mostrador-
con una situación negativa de tu pasado; la parte buena es que puedes decidir
dejar el pasado atrás y dar una nueva oportunidad a tu presente y tu futuro.
Ness: ¿Y si, en realidad, no puedo?
Zac: La respuesta a esa pregunta es fácil, deja que
te muestre la Navidad a través de mis ojos y caerás rendida a sus pies. Otra
vez.
Ness: Nunca he caído rendida a la Navidad, Zac,
creo que buscas lograr un imposible.
Zac: Pero yo, a diferencia de muchos otros, sí
tengo esperanza, Vanessa. Tanta esperanza y tanta fe que puedo compartirla
contigo. Si tú quieres. No se puede obligar a nadie a amar, ni siquiera cuando
ese amor tiene que ver con algo tan sencillo como las galletas, las luces o los
regalos.
La joven lo miró especulando y preguntándose hasta
qué punto el hombre que se alzaba frente a ella, con aspecto achuchable, ojos azules y una barba un
pelín más larga de lo que se consideraría atractivo, creía y tenía tanta fe en
los demás como a priori parecía. ¿Sería que tenía ganas de creer en él porque era
tan miope como ella? ¿Podría ser un hombre miope objeto de sus más secretas e
inconcebibles fantasías?
Ni siquiera quería planteárselo porque había
decidido hacerse lesbiana.
Ness: No sé, Zac. La verdad es que la Navidad no es
mi fiesta favorita. No creo que ni siquiera tú lograras convencerme de lo
contrario. Probablemente, ni siquiera creía cuando era niña, ni siquiera lo
recuerdo.
Zac: Todos perdemos a gente a quien amamos, Ness.
La Navidad no tiene la culpa de que ellos se vayan y Santa Claus tampoco. Solo pasa
y debemos aprender a vivir con ello. Piensa en qué desearían ellos para
nosotros. ¿Amargura o felicidad?
Ness: Teniendo en cuenta que mi madre me abandonó
porque le dio la gana, no sabría decirte, Zac. -El tono sonó más mordaz de lo
que había pretendido y se arrepintió un instante después de que las palabras
abandonaran sus labios-. Mira, lo siento. No soy buena compañía hoy.
Ashley apareció en ese instante salvándola de la
bochornosa situación. Se dirigió con confianza hacia Zac y lo abrazó.
Ash: Hola Santa, ¿qué vas a traerme este año?
Zac continuó el juego, bajó la voz un par de tonos
y casi gruñó:
Zac: ¿Has sido buena este año, preciosa?
Su amiga le hizo ojitos, agitando las pestañas, y
le rodeó el cuello con sus brazos.
Ash: Siempre, Santa; pero podría ser muy mala, si
tú me lo pidieras...
Acarició su pecho con el dedo índice y se apartó
riendo, cuando Zac rio a la manera de Santa Claus.
Vanessa negó exasperada.
Ness: Ese juego es absurdo, ¿lo sabéis? Deberíais
liaros y acabar con ello.
Ash: ¿Y qué diversión tendría eso exactamente, Ness?
-preguntó dándole un azote a Zac y apresando su trasero-. Sigues en forma,
colega.
El hombre se rio.
Zac: Es que ya sabes, hay que estarlo para poder
bajar por todas esas chimeneas y llevar los regalos a los niños. Sin contar las
carreras que tengo que dar para llegar a tiempo a todos los hogares -se dirigió
a Ness entonces-. No enciendas la chimenea esta noche o me chamuscaré este
trasero que tanto le gusta a tu amiga.
Le guiñó un ojo y Vanessa suspiró.
Ness: Vosotros dos, amantes de las fiestas, llevaos
vuestra celebración a otra parte. Aún tengo que desliar las luces, a no ser que
queráis encargaros vosotros de esto...
**: Quizá nosotros podamos ayudar -dijo una voz
desconocida más allá de Zac-.
El hombre se giró y saludó al recién llegado con
camaradería, acercándose a los dos niños que lo acompañaban y observando a la
anciana y a la joven que observaban curiosas todo a su alrededor.
Zac: ¿Y vosotros sois...?
Uno de los niños corrió hacia el mostrador,
ignorando a Zac, y se puso de puntillas para alcanzar a verla.
Dylan: Mi nombre es Dylan y ese es mi amigo Eric.
Santa nos ha traído a panillar un
perrito, porque necesitamos un amigo especial.
Vanessa sonrió antes de poder evitarlo. Miró al
niño y rodeó el mostrador para colocarse a su altura; Eric corrió con rapidez
para reunirse con ellos. Ness los miró a ambos:
Ness: Así que vosotros dos queréis apadrinar a un
perrito. Pues vais a tener que ver a cuál de ellos, porque hay muchos sin
familia u hogar. Y hay que asumir una responsabilidad muy grande, quererlos
mucho y aprender a cuidarlos. ¿Vais a querer hacer eso?
Ambos asintieron vehementemente con la cabeza,
estaba claro que estaban dispuestos a cualquier cosa.
Eric: ¿Hay algún perro peludo? -inquirió curioso-.
He visto unos dibujos con mi mamá de un perro que tenía un barril así, en el
cuello, y cuando la gente tenía frío les daba el barril y cuando bebían se
ponían buenos y ya el perro los ayudaba a volver otra vez a casa y todos son
felices y yo quiero un perro así para cuidarlo y que vea que las personas
también cuidan a los perros. Mamá dice que hay malas personas que les hacen
daño y nosotros debemos cuidarlos.
Dylan asintió a las palabras de su amigo, como si hubiera
dicho una verdad universal.
Dylan: Yo también he visto esos dibujos y, además,
la abuela me ha dicho que hay que ser muy serio para poder panillar un perro y que no es un juguete, porque sufre y llora y le
podemos hacer daño.
Ness: Pues tu abuela tiene mucha razón -dijo
dirigiéndose a Dylan, había ternura en su voz y una gran sonrisa que nunca
abandonaba su rostro, después miró a Eric y finalizó-: y tu mamá también. Ellas
son mujeres sabias. A los animales se les cuida, forman parte de nosotros y
nuestras familias.
Ambos niños parecieron conformes con su respuesta,
Eric fue un poco más allá:
Eric: ¿Y los renos de Santa Claus también viven
aquí?
Vanessa rio, su carcajada fue sincera y dulce y
acarició la cara del pequeño negando:
Ness: La verdad es que, en esta época del año,
ellos están muy ocupados trabajando con Santa. Tienen que transportar todos
esos regalos y suelen llevarlos a un lugar especial en el Polo Norte. -Bajó la
voz en tono de confidencia e hizo un gesto a los niños para que se acercaran
más-. He oído que les dan zanahorias y otros manjares mágicos para que puedan
volar en Navidad.
Los niños se miraron boquiabiertos y después la
observaron a ella, hablando en lo que era su idea de voz bajita, pero que podía
escucharla cualquiera:
Dylan: ¿Y si le dejamos una zanahoria esta noche,
los renos se la comen?
Eric, casi al mismo tiempo, preguntó también:
Eric: ¿Las zanahorias son mágicas?
Las caras de credulidad e ilusión hicieron que el
pecho de Vanessa se calentara y no pudo evitar mirar a ambos con cariño,
mientras asentía:
Ness: Sí, son mágicas, pero solo para los renos. Las
personas no pueden volar.
Eric: ¿Y los perros, si comen zanahorias, vuelan?
Dylan se rio y negó mirando a su amigo.
Dylan: ¡Qué va! ¿No ves que a los perros no les
gustan? Ellos comen carne y otras cosas, pero zanahorias no.
Eric: A lo mejor las zanahorias mágicas sí se las
comen...
Los niños empezaron a debatir entre ellos,
discutiendo sobre el modo de alimentación de los caninos, haciéndola sonreír.
Alzó los ojos de forma descuidada y, sin querer, su mirada acabó atrapada con
la de Zac. Sus ojos azules brillaban mientras la contemplaban y había una mueca
cariñosa e interesada en su rostro. No la perdía de vista, tan intensa era su
atención que tragó saliva, sintiendo de pronto la boca reseca y se tocó el pelo
nerviosa.
En un intento por dominar nuevamente la situación,
bajó la vista y trató de disimular, como si no lo hubiera visto como el hombre
más atractivo del universo, mostrando un abierto interés en la mujer más tonta.
Los hombres estaban fuera de su menú y no pensaba
volver a caer en las garras del amor de nuevo, menos con un entusiasta de la
Navidad. Eran polos opuestos y, en su opinión, las diferencias entre ellos eran
insalvables.
Además, parecía interesado en Ashley y ella en él,
jamás se interpondría entre ambos.
Cuando volvió a mirarlo, estaba enredado en una
conversación amistosa con los adultos recién llegados, así que se levantó, se
secó el sudor de las manos en los vaqueros e hizo una señal a los niños para
que la acompañaran a una de las salas de recreo, donde varios animales descansaban
tranquilamente en camas acolchadas y agradables.
Dylan y Eric corrieron felices en el interior y los
cachorritos se volvieron locos con ellos. Vanessa sonrió, aunque aún podía
sentir la tensión de su cuerpo y la apasionada mirada de Zac.
Nunca hubiera imaginado que unos ojos azules, tanto
como el hielo, pudieran llevar a su interior un calor tan cálido y abrasador
como el más puro e intenso fuego.
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