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lunes, 4 de enero de 2021

Capítulo 1

 
Un año después.
 
Refugio de animales “Quiérelos, quiérete.”
 
Ash: ¿Dónde quieres que deje estas cajas, Ness? -preguntó su mejor amiga y socia en el refugio-. Creo que se me están congelando los dedos.
 
La aludida hizo un gesto hacia la puerta trasera del almacén.
 
Ness: Deja que termine de poner el estúpido pino, te ayudaré.
 
Ash: Soy una mujer forzuda, yo me encargo. Y cambia esa cara, a todo el mundo le gusta la Navidad.
 
Ness: A mí no.
 
Ash: Olvida al idiota de Cole de una vez, chica. Ya es hora.
 
Ness: ¿Cole? -preguntó arqueando una ceja y poniendo gesto desubicado-. ¿Qué Cole?
 
Los ojos de Ashley brillaron divertidos mientras asentía complacida.
 
Ash: Eso me gusta más, no olvides las luces. A los niños le gustan las luces.
 
Ness: Ya lo sé.
 
Sacó la maraña de cables demasiado mosqueada como para apartarlas con cuidado y las dejó en el mostrador mientras se inclinaba para seguir sacando el resto. Iba tirando adornos de forma descuidada a su alrededor, porque su amiga quería poner primero las luces, cuando todo el mundo sabía que era mejor ponerlas después.

Una cara sonriente se inclinó por encima del mostrador y esquivó, por un milímetro, su ataque.
 
Zac: Perdona, pero creo que has perdido algo -dijo la voz ronca y divertida de Zac, el entusiasta plasta de la Navidad que no paraba de ir al refugio a fastidiar, cada vez que le daba la gana-.
 
Le estaba tendiendo un Santa Claus gordiflón y con cara alegre.

Vanessa lo cogió molesta y lo arrojó en la caja con el resto.
 
Ness: Otro estúpido Santa -murmuró por lo bajo, levantándose y dándose en la cabeza en el proceso, con la madera de la encimera, omitiendo una maldición-.
 
Zac rodeó el lugar para ofrecerle su ayuda.
 
Zac: Vamos, no puedes estar enfadada con la Navidad. Menos con Santa Claus, no tiene la culpa de que la gente haya decidido representarlo de forma tan poco favorecida.
 
Ella alzó la vista sorprendida ante el tono de queja y molestia que percibió en su voz. Estaba indignado.
 
Ness: ¿Sugieres que Santa Claus no tiene sobrepeso? ¿Quizá no necesita rejuvenecerse y dejar de chochear? Y por Dios... ¡esa risa patética! -Lo imitó-. Ho. Ho. Ho. Feliz Navidad. -Puso gesto de desagrado como si hubiera probado algo amargo-. Qué asco, odio la Navidad. Odio a Santa Claus. Y odio que la gente se vuelva idiota cuando llegan las fiestas. ¿Sabes cuántos animales abandonan al día siguiente de que el oh-grande-gordo-feo-y-chocho haga su aparición? -gruñó de nuevo y se levantó alejándose de él-. Y no me toques, no sé qué sea peor, si Santa Claus o vosotros, los hombres -escupió la última palabra con un escalofrío-. Me haré lesbiana.
 
Zac: Ey, Vanessa. Que yo no te he hecho nada. -Alzó las manos en señal de paz-. No me crucifiques, solo pretendo ayudar. He traído provisiones, nada más.
 
La mujer miró las cajas al otro lado y quiso golpearse, dejó caer los hombros, cerró los ojos y aspiró con fuerza tratando de relajarse y recuperar la calma, lo miró y negó:
 
Ness: Te debo una enooorme disculpa, Zac. No sé qué me pasa, la Navidad me pone de mal humor, te he dicho cosas horribles. No iba contra ti, lo juro.
 
Zac: Lo sé -admitió comprensivo y le colocó el pelo tras la oreja, colocándole las gafas que habían resbalado por su nariz-. No todo el mundo disfruta de la Navidad como yo, pero se me olvida.
 
Ness: No tengo buenos recuerdos de Navidad y sí, una escritora independiente de cuentos como yo debería ser un poco más... ilusa, pero la vida me ha jodido mucho, Zac. Creo que ya no me queda nada.
 
El hombre negó, agitando su cabeza.
 
Zac: No es cierto, te queda mucho. Además, no entenderás bien el espíritu navideño hasta que no me acompañes a dar un paseo -le guiñó un ojo y se cruzó de brazos, exponiendo sus músculos, exhibiéndose y haciéndola reír-.
 
Ness: No tienes remedio. -Soltó una carcajada casi sin querer, lo miró y dijo-: ¡Qué narices! Ven aquí. -Lo achuchó con fuerza y le dio un beso en la nariz-. Feliz Navidad, mañana te espero para recoger a los cachorritos abandonados, no me falles.
 
Zac: ¿Alguna vez lo he hecho, Ness?
 
La joven sintió un escalofrío al escuchar cómo el diminutivo se deslizaba por su lengua, sonrió un poco nerviosa y negó:
 
Ness: Nunca.
 
Zac: Entonces, ya lo sabes: aquí estaré. Así que prepárate para soportarme. ¿Esta noche te toca guardia?
 
Ella se encogió de hombros.
 
Ness: A mí no me importa quedarme, ya lo sabes. -Lo miró y lamentó haberlo llamado pesado para sí, era bueno, no se parecía en nada a aquel otro cuyo nombre no tenía intención de recordar-. Hoy he sido muy desagradable contigo diciendo todas esas cosas y me arrepiento de ello. Sé que eres fan de Santa Claus.
 
Zac se encogió de hombros, restándole importancia.
 
Zac: No es para tanto, puedo entender que asocies todo esto -señaló las luces y los adornos esparcidos por el suelo y el mostrador- con una situación negativa de tu pasado; la parte buena es que puedes decidir dejar el pasado atrás y dar una nueva oportunidad a tu presente y tu futuro.
 
Ness: ¿Y si, en realidad, no puedo?
 
Zac: La respuesta a esa pregunta es fácil, deja que te muestre la Navidad a través de mis ojos y caerás rendida a sus pies. Otra vez.
 
Ness: Nunca he caído rendida a la Navidad, Zac, creo que buscas lograr un imposible.
 
Zac: Pero yo, a diferencia de muchos otros, sí tengo esperanza, Vanessa. Tanta esperanza y tanta fe que puedo compartirla contigo. Si tú quieres. No se puede obligar a nadie a amar, ni siquiera cuando ese amor tiene que ver con algo tan sencillo como las galletas, las luces o los regalos.
 
La joven lo miró especulando y preguntándose hasta qué punto el hombre que se alzaba frente a ella, con aspecto achuchable, ojos azules y una barba un pelín más larga de lo que se consideraría atractivo, creía y tenía tanta fe en los demás como a priori parecía. ¿Sería que tenía ganas de creer en él porque era tan miope como ella? ¿Podría ser un hombre miope objeto de sus más secretas e inconcebibles fantasías?

Ni siquiera quería planteárselo porque había decidido hacerse lesbiana.
 
Ness: No sé, Zac. La verdad es que la Navidad no es mi fiesta favorita. No creo que ni siquiera tú lograras convencerme de lo contrario. Probablemente, ni siquiera creía cuando era niña, ni siquiera lo recuerdo.
 
Zac: Todos perdemos a gente a quien amamos, Ness. La Navidad no tiene la culpa de que ellos se vayan y Santa Claus tampoco. Solo pasa y debemos aprender a vivir con ello. Piensa en qué desearían ellos para nosotros. ¿Amargura o felicidad?
 
Ness: Teniendo en cuenta que mi madre me abandonó porque le dio la gana, no sabría decirte, Zac. -El tono sonó más mordaz de lo que había pretendido y se arrepintió un instante después de que las palabras abandonaran sus labios-. Mira, lo siento. No soy buena compañía hoy.
 
Ashley apareció en ese instante salvándola de la bochornosa situación. Se dirigió con confianza hacia Zac y lo abrazó.
 
Ash: Hola Santa, ¿qué vas a traerme este año?
 
Zac continuó el juego, bajó la voz un par de tonos y casi gruñó:
 
Zac: ¿Has sido buena este año, preciosa?
 
Su amiga le hizo ojitos, agitando las pestañas, y le rodeó el cuello con sus brazos.
 
Ash: Siempre, Santa; pero podría ser muy mala, si tú me lo pidieras...
 
Acarició su pecho con el dedo índice y se apartó riendo, cuando Zac rio a la manera de Santa Claus.

Vanessa negó exasperada.
 
Ness: Ese juego es absurdo, ¿lo sabéis? Deberíais liaros y acabar con ello.
 
Ash: ¿Y qué diversión tendría eso exactamente, Ness? -preguntó dándole un azote a Zac y apresando su trasero-. Sigues en forma, colega.
 
El hombre se rio.
 
Zac: Es que ya sabes, hay que estarlo para poder bajar por todas esas chimeneas y llevar los regalos a los niños. Sin contar las carreras que tengo que dar para llegar a tiempo a todos los hogares -se dirigió a Ness entonces-. No enciendas la chimenea esta noche o me chamuscaré este trasero que tanto le gusta a tu amiga.
 
Le guiñó un ojo y Vanessa suspiró.
 
Ness: Vosotros dos, amantes de las fiestas, llevaos vuestra celebración a otra parte. Aún tengo que desliar las luces, a no ser que queráis encargaros vosotros de esto...
 
**: Quizá nosotros podamos ayudar -dijo una voz desconocida más allá de Zac-.
 
El hombre se giró y saludó al recién llegado con camaradería, acercándose a los dos niños que lo acompañaban y observando a la anciana y a la joven que observaban curiosas todo a su alrededor.
 
Zac: ¿Y vosotros sois...?
 
Uno de los niños corrió hacia el mostrador, ignorando a Zac, y se puso de puntillas para alcanzar a verla.
 
Dylan: Mi nombre es Dylan y ese es mi amigo Eric. Santa nos ha traído a panillar un perrito, porque necesitamos un amigo especial.
 
Vanessa sonrió antes de poder evitarlo. Miró al niño y rodeó el mostrador para colocarse a su altura; Eric corrió con rapidez para reunirse con ellos. Ness los miró a ambos:
 
Ness: Así que vosotros dos queréis apadrinar a un perrito. Pues vais a tener que ver a cuál de ellos, porque hay muchos sin familia u hogar. Y hay que asumir una responsabilidad muy grande, quererlos mucho y aprender a cuidarlos. ¿Vais a querer hacer eso?
 
Ambos asintieron vehementemente con la cabeza, estaba claro que estaban dispuestos a cualquier cosa.
 
Eric: ¿Hay algún perro peludo? -inquirió curioso-. He visto unos dibujos con mi mamá de un perro que tenía un barril así, en el cuello, y cuando la gente tenía frío les daba el barril y cuando bebían se ponían buenos y ya el perro los ayudaba a volver otra vez a casa y todos son felices y yo quiero un perro así para cuidarlo y que vea que las personas también cuidan a los perros. Mamá dice que hay malas personas que les hacen daño y nosotros debemos cuidarlos.
 
Dylan asintió a las palabras de su amigo, como si hubiera dicho una verdad universal.
 
Dylan: Yo también he visto esos dibujos y, además, la abuela me ha dicho que hay que ser muy serio para poder panillar un perro y que no es un juguete, porque sufre y llora y le podemos hacer daño.
 
Ness: Pues tu abuela tiene mucha razón -dijo dirigiéndose a Dylan, había ternura en su voz y una gran sonrisa que nunca abandonaba su rostro, después miró a Eric y finalizó-: y tu mamá también. Ellas son mujeres sabias. A los animales se les cuida, forman parte de nosotros y nuestras familias.
 
Ambos niños parecieron conformes con su respuesta, Eric fue un poco más allá:
 
Eric: ¿Y los renos de Santa Claus también viven aquí?
 
Vanessa rio, su carcajada fue sincera y dulce y acarició la cara del pequeño negando:
 
Ness: La verdad es que, en esta época del año, ellos están muy ocupados trabajando con Santa. Tienen que transportar todos esos regalos y suelen llevarlos a un lugar especial en el Polo Norte. -Bajó la voz en tono de confidencia e hizo un gesto a los niños para que se acercaran más-. He oído que les dan zanahorias y otros manjares mágicos para que puedan volar en Navidad.
 
Los niños se miraron boquiabiertos y después la observaron a ella, hablando en lo que era su idea de voz bajita, pero que podía escucharla cualquiera:
 
Dylan: ¿Y si le dejamos una zanahoria esta noche, los renos se la comen?
 
Eric, casi al mismo tiempo, preguntó también:
 
Eric: ¿Las zanahorias son mágicas?
 
Las caras de credulidad e ilusión hicieron que el pecho de Vanessa se calentara y no pudo evitar mirar a ambos con cariño, mientras asentía:
 
Ness: Sí, son mágicas, pero solo para los renos. Las personas no pueden volar.
 
Eric: ¿Y los perros, si comen zanahorias, vuelan?
 
Dylan se rio y negó mirando a su amigo.
 
Dylan: ¡Qué va! ¿No ves que a los perros no les gustan? Ellos comen carne y otras cosas, pero zanahorias no.
 
Eric: A lo mejor las zanahorias mágicas sí se las comen...
 
Los niños empezaron a debatir entre ellos, discutiendo sobre el modo de alimentación de los caninos, haciéndola sonreír. Alzó los ojos de forma descuidada y, sin querer, su mirada acabó atrapada con la de Zac. Sus ojos azules brillaban mientras la contemplaban y había una mueca cariñosa e interesada en su rostro. No la perdía de vista, tan intensa era su atención que tragó saliva, sintiendo de pronto la boca reseca y se tocó el pelo nerviosa.

En un intento por dominar nuevamente la situación, bajó la vista y trató de disimular, como si no lo hubiera visto como el hombre más atractivo del universo, mostrando un abierto interés en la mujer más tonta.

Los hombres estaban fuera de su menú y no pensaba volver a caer en las garras del amor de nuevo, menos con un entusiasta de la Navidad. Eran polos opuestos y, en su opinión, las diferencias entre ellos eran insalvables.

Además, parecía interesado en Ashley y ella en él, jamás se interpondría entre ambos.

Cuando volvió a mirarlo, estaba enredado en una conversación amistosa con los adultos recién llegados, así que se levantó, se secó el sudor de las manos en los vaqueros e hizo una señal a los niños para que la acompañaran a una de las salas de recreo, donde varios animales descansaban tranquilamente en camas acolchadas y agradables.

Dylan y Eric corrieron felices en el interior y los cachorritos se volvieron locos con ellos. Vanessa sonrió, aunque aún podía sentir la tensión de su cuerpo y la apasionada mirada de Zac.

Nunca hubiera imaginado que unos ojos azules, tanto como el hielo, pudieran llevar a su interior un calor tan cálido y abrasador como el más puro e intenso fuego.


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