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jueves, 14 de enero de 2021

Capítulo 11

 
Zac estaba nervioso. Había visto a su madre con Vanessa y no pudo evitar que el pánico lo atacara. ¿Y si le decía algo que no debía? ¿Y si la asustaba? ¿Y si le entregaba una bola mágica? Dios, no sabía cómo arreglaría aquello.

Se obligó a concentrarse en una de las madres que estaba agradeciéndole por su labor, cuando vio salir a Vanessa de la sala. Se despidió educadamente de la mujer y pasó a su madre, después de lanzarle una mirada que decía sin palabras: «ya hablaremos tú y yo más tarde».

Localizó a la chica en recepción y la detuvo antes de que saliera a toda prisa.
 
Zac: ¿Dónde vas?
 
Ness: Zac -dijo como si le hubiera dado un susto de muerte-. Solo necesitaba un poco de aire. Nada más.
 
Zac: ¿Estás bien?
 
Ness: Genial. Hablaba con tu madre.
 
Zac: Eso he visto.
 
Se mostró un poco cauto, sin saber qué decir o qué hacer. Esperaba que no la hubiera asustado.
 
Ness: Es una mujer encantadora. ¿Está enferma? -preguntó con la preocupación reflejándose en su rostro-. Ha dicho que iba a morir.
 
Las sucias garras del miedo se le clavaron en el estómago, su madre no iba a morir, era demasiado pronto y no estaba emparejado ni había posibilidades de que lo estuviera.

Eso no iba a pasar.
 
Zac: Mi madre está bien, no va a morirse.
 
Ness: Ella dijo...
 
Zac: No la dejaré, así de simple.
 
Sabía que había un tono cortante en su voz; Vanessa casi dio un paso atrás, pero se obligó a permanecer donde estaba.
 
Ness: Comprendo.
 
Zac: Perdona que haya sido tan insensible. Es que mi madre... Es muy importante para mí. Si algo le sucediera, no sé cómo saldría adelante. Dudo poder hacerlo. Es mi pilar.
 
Ness: Zac, tu madre te quiere, pero si algo le pasara, no vas a estar solo -le acarició la cara, provocando que sus ojos se cerraran casi involuntariamente-. Yo estoy aquí, somos amigos.
 
Zac: ¿Lo somos?
 
Ness: Sí, por supuesto.
 
Creía en aquellas palabras, bien. Así no tendría que ponerse pesado para cosechar esa amistad que ya necesitaba tener con ella. Más que amistad, en realidad, pero podía esperar.

Quiso besarla. Su sonrisa era preciosa y su determinación también.
 
Zac: Gracias, significa mucho para mí.
 
Ness: Te he visto de forma diferente, pensaba que eras un loco de la Navidad, ya sabes, pero eres bueno de veras. Eso es raro, pero muy gratificante. Los niños te adoran. Si existiera Santa Claus, no me cabe duda de que serías tú. Para ellos lo eres.
 
Zac: ¿Incluso sin la barriga? -preguntó con tono divertido-.
 
Ness: Creo que te sienta muy bien, la verdad. Ese relleno realza tu sonrisa -le guiñó un ojo-.
 
¿Vanessa bromeando? ¡Inaudito y reconfortante!
 
Zac: No conocía ese lado de tu carácter. El travieso.
 
Ness: Quizá lo extirpé hace demasiado tiempo y no debí hacerlo.
 
Zac: Estoy de acuerdo. -La abrazó, la miró a los ojos-. Deseo tanto besarte, Vanessa. En este momento no puedo pensar en otra cosa.
 
Las manos femeninas se apoyaron en su pecho, mientras él bajaba a su cuello, para aspirar su aroma.
 
Zac: Hueles a mi regalo de Navidad.
 
La mujer rio, antes de poder evitarlo.
 
Ness: Ligón.
 
Zac: Solo contigo, mujer.
 
La carcajada sonó alegre y llena de fortaleza, justo como quería. Le rozó la nariz con la suya y posó un suave beso en sus labios.
 
Zac: Algún día, Vanessa, será más que una broma y te daré el beso que me merezco.
 
Ness: ¿Que tú te mereces?
 
Zac: Pues claro, pero tendrás que ser tú quien dé el primer paso, yo tendré que ser paciente y esperar.
 
Zac la dejó escapar, dirigiéndose a la sala. Cuando casi iba a abrir la puerta, ella pronunció su nombre.
 
Ness: Zac -llamó, haciendo que se girara-.
 
Entonces corrió hacia él, se impulsó hacia su cuerpo y lo rodeó con sus piernas.

Él la atrapó sin dificultad y ella fundió su boca con la de él en un beso caliente y profundo, lleno de respeto y deseo, incluso con una pizca de magia.

Pudo ser solo su percepción, pero tembló el suelo un instante y su mundo se reorganizó. Todo lo que podía sentir, oler, ver y escuchar era a ella. Su sabor resultaba adictivo y todo su cuerpo chisporroteaba de necesidad por ella.
 
Ness: Feliz Navidad -pronunció sonrojada, con sus labios hinchados, producto del devastador beso-.
 
Bajó las piernas lentamente y Zac necesitó un instante para recomponerse.
 
Zac: Feliz Navidad, Vanessa.
 
Ness: ¿Te veré más tarde?
 
Zac: Siempre volveré a ti, siempre.
 
La mujer sonrió, se colocó el pelo y se puso los guantes.
 
Ness: Entonces te estaré esperando, Zac. En el refugio, podríamos cenar juntos.
 
Zac: Considéralo hecho. Esta noche, Vanessa, eres mía.
 
Su risa lo reconfortó, haciéndolo sentir más grande y poderoso. Observó sus decididos pasos, incluso la manera en que alzó la vista el cielo, una vez al otro lado de la acristalada puerta, y pareció rejuvenecer mientras los copos de nieve le caían en la cara. Su gesto era el de plena dicha, como si hubiera perdido parte de su preocupación y su dolor por el camino.
 
Zac: Es preciosa -murmuró para sí-.
 
Cassie: Una excelente compañera, hijo mío.
 
Zac: ¡Mamá! -Tuvo el poco tino de sonrojarse, como si lo hubieran pillado con las manos en la masa y quizá eso es lo que la mujer había hecho-. Yo no...
 
Cassie: Tú sí y permíteme decir esto: ya era hora. -Le dio unos pequeños toques en la espalda y sonrió-. Ve con esos niños, termina tu ronda y disfruta. Porque puede que hoy sea el primer día del resto de tu vida.
 
Zac: Mamá...
 
Pero ya no pudo decir nada más, pues la Señora K se había esfumado. De vuelta a casa, iría tras ella, en unos minutos. Había cosas que necesitaban arreglar y cuanto antes aclarara los puntos mucho mejor. Su madre no iba a abandonarlo, especialmente ahora que era cuando más necesitaba de su sabiduría y sus consejos.

No, no podía permitir que se retirara, menos cuando entendía lo que eso significaba.

Un adiós eterno.

No, no viviría sin ella. Perder a su padre había sido suficiente para lo que le quedaba de vida.

Perder a su amada madre, a su única consejera, a su mejor amiga...

Eso era simplemente inaceptable.
 
 
La Señora K, más conocida como Cassie en sus años jóvenes, llegó a su salita. Aquel lugar en el que había pasado grandes e importantes momentos de su vida.

No podía negar que sentía cierta nostalgia y un poco de miedo ante el siguiente paso en su camino. Seguir adelante sin su Zac, para regresar al hombre que había amado; dejar su lugar en la tierra para ascender a un lugar privilegiado en el cielo, uno que ya no podría abandonar jamás, podía atemorizar a cualquiera.

Agradeció el hecho de ser consciente de que al igual que otras en su puesto antes que ella, tenía que dejar su lugar a la heredera, que no solo cuidaría del mundo y sus almas perdidas, sino que haría muy feliz a su hijo.

Zac podía mostrarse un poco reacio a la idea del emparejamiento, pero lo conocía tan bien que sabía que tan solo era una oposición superficial, basada en un confundido deseo de independencia. Todavía no era capaz de comprender que el tener una pareja, una compañera de vida, no era una cárcel, sino la libertad más absoluta y plena. Compartir tus días, tus noches, tus miedos y alegrías con ese ser que tenía la curiosa y extraña capacidad de completarte, de una manera con la que nunca te hubieras atrevido a soñar antes, era en sí mismo un fabuloso regalo. Uno que, llegado el momento, agradecería y atesoraría como ella misma hizo antes que él.

Pasó la mano por sus viejos baúles de recuerdos. Acariciando fotos y telas, ropa de bebé, de hacía siglos, pero sin importar el tiempo que hubiera pasado, jamás olvidaría a su pequeño Zac, la primera vez que lo tuvo en sus brazos.

Se preguntó ahora por qué no tuvo más hijos, pero lo tuvo claro de inmediato, más niños habrían interferido en su misión y se podrían haber creado rivalidades con las que no había querido lidiar. Era otro tiempo y ella una mujer más torpe, menos sabia. Si fuera ahora, quizá habría hecho las cosas de forma diferente, pero lo hecho, hecho estaba y era imposible cambiarlo; ni siquiera con toda la magia del mundo.

Tampoco lo haría, pues cada uno de sus actos trabajaron en conjunto para traerla hasta aquí, hasta este momento tan especial como aterrador.

Caminó hacia el centro de la habitación, a la pequeña mesa redonda con aquella bola de nieve que le había mostrado su camino y que tan fielmente había custodiado a lo largo de su vida. Ahora tenía que entregarla, no como un recuerdo sino como una promesa. Su magia nunca se desvanecería, lo que había sido permanecería grabado a fuego en la rueda del tiempo y no había nada en el mundo capaz de trastocar su pasado, así como nadie podía cambiar su presente o alterar ese futuro que ya la estaba esperando con los brazos abiertos.

Sacudió su propia bola una última vez y observó los copos de nieve caer sobre la pareja que se abrazaba en aquel viejo trineo mágico de madera, tirado por renos, con un inquieto Rudolph a la cabeza.

¡Qué joven era entonces! ¡Qué incrédula! Y al final... tan enamorada como cualquier otra mujer, del hombre correcto.

«Nuestro tiempo llega, amor mío -pronunció acariciando la brillante bola-. Nos reuniremos por fin, de nuevo».

Estaba ansiosa por trascender, por sentir la familiaridad del hombre que la había amado, del único al que había sido capaz de entregar su corazón, pero antes...

Con un elegante gesto de sus manos hizo que sus pertenencias se desvanecieran, dejando la sala vacía a excepción de un pequeño cofre, con su libro sagrado, un libro que se mostraría a sí mismo cuando llegara su momento.

El enorme baúl con los recuerdos y el recuento no de una vida, sino de miles de ellas, quedó a buen recaudo, esperando a la siguiente Señora K. La mesa del centro también permaneció en su lugar. La madera tallada hablaba de ella y de Nick, el padre de Zac, aquel que había tallado aquel hermoso regalo con sus propias manos. El mágico objeto que reposaba sobre la superficie cambió. La escena empezó a desdibujarse lentamente, hasta que sus aguas se tornaron tan turbias como aquella primera vez. 

«Guía el camino de mi pequeño, ábrele los ojos, algún día podrá mirar al cielo y perdonarme por haberle abandonado ahora».

Era un momento complicado, justo ese instante en el que iba a sentirse perdido, pero tenía que tomar la decisión más importante de su vida y nadie podía interferir, tan solo él.

Tomó una bocanada profunda de aire, sintiendo que se acercaba, que pronto estaría allí. Se observó las manos, donde brillaba el reluciente anillo que su marido le había entregado y lo sacó de su dedo, depositándolo en la mesa y cuadrándose para tener esa última charla, necesaria, pero no por ello menos dolorosa.
 
Zac: ¿Mamá?
 
La voz de su hijo sonó un instante antes de sentir la enorme mano apoyada en su hombro. Mano que la obligó a girar y a confrontar al niño que una vez fue y al hombre en el que se había convertido.
 
Cassie: Zac... -Apenas pudo pronunciar su nombre antes de que la pena la asaltara. Se armó de valor, desterró las lágrimas y se forzó a sonreír. Estaba feliz por aquello, pero también muy triste. Dejarlo atrás era lo más duro que alguna vez haría-. Ambos sabíamos que este día llegaría, mi bebé.
 
Zac: No tan pronto, mamá. No hoy. ¿Por qué ahora? -El hombre no pareció un hombre, solo un pequeño perdido. Las lágrimas brillaron en sus ojos un solo segundo, para rodar por sus mejillas. Abundantes y tristes lágrimas-. No me dejes, por favor.
 
Cassie: Ya no me necesitas, hijo. -Acarició su rostro, recogiendo su pena con las yemas de sus pulgares y besando su mejilla. Lo abrazó, hundiéndose en aquel abrazo, ansiando todo el contacto que pudiera tener, al menos una última vez-. La has encontrado, Zac. No la pierdas.
 
Zac: ¿Por qué tengo que perderte a ti entonces? ¿Cuando todo iba tan bien? ¿Ahora que mi vida empezaba a estar completa? No me dejes, mamá. Por favor, no lo hagas.
 
No iba a llorar, era más fuerte que eso. Estaba por encima de la pena, aquel era un momento feliz. Ya era su tiempo, tenía que dejar su lugar a la heredera que había seleccionado su hijo. Nunca ella, ni siquiera la magia, tan solo el corazón de un hombre.

Las señales habían estado allí, el destino los había acompañado, ella había señalado la dirección, pero ¿qué más hacer? Desvanecerse, esa era su obligación ahora y también su derecho.

Igual que su padre antes que él, ahora el hijo tendría que encontrar su camino y tomar sus decisiones. Todos respetarían eso, porque así debía ser y así sería.
 
Cassie: Ayúdala, Zac. Tiene que recuperar su fe -buscó sus ojos con seriedad-. Es muy importante, una vez que lo haga, encontrarás a tu igual. Una compañera que estará a tu lado a cada paso del camino, la felicidad plena. Vuestras decisiones marcarán vuestro auténtico destino -Recogió el anillo de la mesa y lo metió en su palma-. Dáselo cuando estés listo, hijo.
 
El hombre empezó a negar, no podía aceptarlo. Sabía exactamente qué pensaba, porque ella había rozado el mismo pensamiento. Una vez aceptada la ofrenda, ya no habría marcha atrás. Nunca volverían a verse, simplemente se desvanecería, como hizo su padre cuando él aceptó el trineo Alfa.
 
Zac: No quiero. No dejaré que pase otra vez.
 
Cassie: Es ley de vida, hijo. Y está bien, no puedo estar a tu lado para siempre. Tu padre me espera, lleva mucho tiempo esperando y yo lo añoro.
 
Zac: No me dejes solo mamá.
 
La miraba con angustia y buscando una razón para que no se marchara. Cassie sabía que no encontraría ninguna, porque su papel en este mundo había llegado a su fin. Ese mismo día, esa noche, en este preciso instante.
 
Cassie: No vas a estar solo, Zac. Nunca lo estarás, ya no. Toma buenas decisiones y cree en tu juicio, pero, sobre todo, cree en tu corazón. Porque es la única manera de conseguir la auténtica felicidad. -Tomó la esfera mágica de la mesa y se la entregó-. La magia que nos unió a tu padre y a mí, ahora es tuya. Custódiala por mí.
 
La sostuvo entre sus manos antes de comprender lo que sucedía. Cuando bajó la vista y vio las turbias aguas removerse y la intensa luz que surgió de su interior, quiso soltarla de nuevo, pero su madre no se lo permitió. Mantuvo las manos sobre las de Zac, con fuerza, mientras su propia persona empezaba a desvanecerse lentamente, tan solo convirtiéndose en pura esencia.
 
Cassie: Sé feliz, cariño.
 
Su voz sonó lejana, retumbando en la habitación un instante, como en un eco, hasta que el brillo se desvaneció y Zac se quedó completamente solo; rodeado de silencio.
 
 
Noah, muy lejos del Polo Norte, sintió la sacudida una vez la mujer se liberó del plano terrenal. Salió al exterior y alzó la mirada a la oscura noche. Una estrella fugaz pasó a toda prisa, atravesando el cielo ante sus ojos y se unió al pequeño grupo que, brillante, esperaba por ella.

«Traviesa Cassie», murmuró con una sonrisa nostálgica. Iba a echarla mucho de menos, muchísimo. ¿Quién lo ayudaría a encontrar a su compañera?

Suspiró, soltó una carcajada y negó, sacudiendo la cabeza con diversión. Iba a echar de menos a su amiga y colega de travesuras. Habían pasado mucho tiempo juntos, habían vuelto locos a dos Santas y habían disfrutado de cada momento.

La vida pasaba, sus amigos se emparejaban y ahora, Noah, el elfo perdido, el custodio y el guardián de los solitarios, tenía que comenzar un camino diferente, lejos de allí, en otro lugar.

Regresó a la trastienda. Colocó el verde gorro sobre la mesa, sacudiéndose la melena y tomó el abrigo. En su bolsillo notó algo pesado y cuando sus dedos tocaron el frío material, este se calentó, brillando.

Sacó una última bola mágica, un regalo. Negó en silencio, su adorada señora K, la niña que había conocido hacía tanto tiempo, al fin y al cabo no se había olvidado de él.

Giró el objeto, contempló la base y leyó la inscripción.

«Un día llegará. Hasta entonces, custodia tu futuro, Noah. Te vigilaré desde el cielo».

Al fin y al cabo, su destino solo estaba en sus propias manos y la misión de encontrarla, era, como siempre había pedido que fuera, suya.

Su camino empezaba esta noche, el fin de lo que conocía y el principio de algo que prometía cambiar su vida para siempre.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosooo y tristeee sigue pronto...

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