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sábado, 14 de agosto de 2021

Capítulo 6


San Francisco. Aunque Vanessa siempre había querido visitar aquella ciudad, jamás había esperado llegar allí con un hijo de dos semanas y un marido, ni ir a vivir a una elegante casa cerca de la bahía.

La casa de Zac... y también la suya, pensó mientras frotaba su alianza con el pulgar en un gesto nervioso. Sabía que era absurdo sentirse incómoda porque la casa fuera grande y preciosa, y que resultaba ridículo sentirse pequeña e insegura al notar la opulencia y el poder que se respiraban en el aire, pero no podía evitarlo.

Al entrar en el vestíbulo, deseó con desesperación volver a la calidez reconfortante de la pequeña cabaña. El día que se habían ido de Colorado había empezado a nevar otra vez, y aunque le encantaba la suave brisa primaveral y los pequeños brotes de las plantas en California, descubrió que echaba de menos el frío y la ferocidad de las montañas.
 
Ness: Es preciosa -consiguió decir, mientras seguía con la mirada la suave curva ascendente de las escaleras-.
 
Zac: Era de mi abuela, la conservó después de casarse -dejó el equipaje en el suelo, y contempló aquel lugar tan familiar para él. Era una casa que siempre le había gustado mucho, por su belleza y su equilibrio-. ¿Quieres que te la enseñe, o prefieres descansar un poco?
 
Vanessa estuvo a punto de hacer una mueca, porque daba la impresión de que él estaba hablando con una simple invitada.
 
Ness: Si descansara tanto como tú quieres, me pasaría lo que queda del año durmiendo.
 
Zac: Vale, entonces te enseñaré el piso de arriba.
 
Zac era consciente de que sonaba amable, incluso demasiado, pero había empezado a ponerse nervioso desde que habían bajado del avión, porque Vanessa parecía haberse ido refugiando más en sí misma conforme se iban alejando de Colorado. No habría sabido explicarlo exactamente, pero sabía que no eran imaginaciones suyas.

Agarró dos maletas, y empezó a subir las escaleras. Estaba llevando a casa a su mujer y a su hijo, y no estaba seguro de qué decirles a ninguno de los dos.
 
Zac: Yo utilizo este dormitorio -entró en la habitación, y dejó las maletas a los pies de la enorme cama de roble-. Si te gusta otra, puede arreglarse.
 
Vanessa asintió. Aunque habían compartido la habitación del hotel mientras el niño permanecía en el hospital, sólo habían dormido juntos en la cabaña, la noche antes de que Michael naciera. Pero allí las cosas serían diferentes... todo sería diferente.
 
Ness: Es una habitación muy bonita.
 
Notó que su voz parecía un poco tensa, pero sonrió para intentar suavizar la situación. El dormitorio, que tenía un techo elevado y estaba decorado con elegantes antigüedades, era precioso. Había una terraza, y a través de las puertas acristaladas se veía el jardín que había debajo, donde las hojas de los árboles ya empezaban a brotar. Los suelos resplandecientes estaban oscurecidos por el paso de los años, y los colores ligeramente descoloridos de la alfombra hablaban de una herencia transmitida a través de generaciones.
 
Zac: El cuarto de baño está ahí -le dijo mientras ella recorría con un dedo las formas talladas en una antigua cómoda-. Mi estudio está al final del pasillo, porque allí hay mejor luz. Creo que podríamos poner al niño en la habitación que hay al lado de ésta.
 
Cualquier tensión que pudiera haber entre ellos siempre se relajaba al hablar del bebé.
 
Ness: Me gustaría ir a verla. Después de estar en el hospital, Michael se merece tener su propio cuarto.
 
Fueron al dormitorio de al lado, que estaba decorado en tonos azules y grises, y que tenía una majestuosa cama de matrimonio y un asiento acolchado debajo de la ventana. Como en el resto de habitaciones que habían visto hasta el momento, las paredes estaban decoradas con cuadros; algunos de ellos eran de Zac, y otros de artistas a los que él respetaba.
 
Ness: Es preciosa, pero ¿qué vas a hacer con el mobiliario?
 
Zac: Podemos almacenarlo en algún sitio -dijo sin darle la más mínima importancia a todas aquellas antigüedades-. Michael puede quedarse en nuestra habitación hasta que la suya esté terminada.
 
Ness: ¿No te importa? Seguramente va a seguir despertándose por la noche durante algunas semanas más.
 
Zac: Podría dejaros a los dos en un hotel hasta que me vaya bien.
 
Vanessa abrió la boca para protestar, pero entonces vio una mirada en sus ojos que conocía a la perfección.
 
Ness: Lo siento, no consigo acostumbrarme.
 
Zac: Pues intenta hacerlo -dijo antes de ir hacia ella y posar una mano en su mejilla-.
 
Cada vez que hacía aquel tierno gesto, Vanessa estaba casi dispuesta a creer que los sueños podían hacerse realidad.
 
Zac: Puede que no tenga el equipamiento necesario para darle de comer, pero puedo aprender a cambiar un pañal -trazó su mandíbula con el pulgar, y añadió-: se me dan bien los trabajos manuales.
 
Vanessa sintió que se le encendían las mejillas, y no supo si apretarse contra él o apartarse. En aquel momento el niño se despertó, y tomó la decisión por ella.
 
Ness: Hablando de darle de comer...
 
Zac: ¿Por qué no vas al dormitorio?, allí estarás más cómoda. Yo tengo que hacer un par de llamadas.
 
Vanessa sabía lo que se avecinaba.
 
Ness: ¿Vas a llamar a tu familia?
 
Zac: Van a querer conocerte. ¿Crees que estás lo bastante fuerte para que vengan a cenar?
 
Ella estuvo a punto de decirle con brusquedad que no era una inválida, pero sabía que él no estaba hablando de su fuerza física.
 
Ness: Sí, claro que sí.
 
Zac: Vale. También lo organizaré todo para empezar con lo de la habitación del niño. ¿Has pensado en algún color en concreto?
 
Ness: Bueno, la verdad es que... -había pensado que tendría que pintar la habitación ella misma, y de hecho quería hacerlo, pero se recordó que las cosas habían cambiado. La cabaña se había convertido fácilmente en algo que les pertenecía a ambos, pero la casa era sólo de Zac-. Me gustaría un color amarillo, con adornos en blanco -dijo finalmente-.
 
Se sentó en una silla junto a la ventana mientras amamantaba a Michael, que parecía estar hambriento. Era maravilloso poder estar con él constantemente, en vez de tener que ir al hospital para darle de comer, para tocarlo y contemplarlo. Había sido increíblemente duro tener que dejarlo allí, volver al hotel donde se hospedaban y esperar a que llegara la hora de poder ir a verlo de nuevo.

Sonriente, lo contempló mientras comía. El niño tenía los ojos cerrados, y una mano apretada contra el pecho de ella.

Ya había empezado a ganar peso, y el doctor que lo había atendido en Colorado Springs les había asegurado que estaba completamente sano, mientras la enfermera le colocaba en la muñeca una pulsera identificativa con su nombre: Michael Monroe Efron.

Vanessa se preguntó quién sería el Michael de Zac. No se lo había preguntado, pero sabía que aquel nombre, aquella persona, era alguien importante para él.
 
Ness: Ahora, tú eres Michael -le murmuró al niño, que empezó a quedarse adormilado contra su pecho-.
 
Más tarde, Vanessa lo acostó en la cama, y lo rodeó de almohadas aunque sabía que aún era demasiado pequeño para darse la vuelta. Aunque sabía que era una tontería querer dejar alguna marca de sí misma en la habitación, fue a sacar un peine de su maleta y lo dejó sobre el tocador antes de salir.

Encontró a Zac en la planta baja, en una biblioteca de madera oscura con una suave alfombra color gris. Al ver que estaba hablando por teléfono hizo ademán de marcharse, pero él le señaló que entrara sin interrumpir su conversación.
 
Zac: Los cuadros deberían llegar a finales de semana. Sí, vuelvo a estar en circulación. Aún no lo he decidido, será mejor que tú eches un vistazo primero. No, voy a estar muy ocupado aquí durante unos días, pero gracias de todas formas. Ya te diré algo, adiós -colgó el teléfono, y se volvió hacia ella-. ¿Dónde está Michael?
 
Ness: Durmiendo. Ya sé que no ha habido tiempo para arreglarlo, pero necesita un sitio para dormir. He pensado que podría ir a comprarle una cuna, si puedes vigilarlo un rato.
 
Zac: No te preocupes, mis padres van a llegar de un momento a otro.
 
Ness: Ah.
 
Zac se sentó en el borde de su escritorio, y la miró con el ceño fruncido.
 
Zac: Vanessa, no son unos monstruos.
 
Ness: Claro que no, lo que pasa es que... me da la impresión de que estamos completamente al descubierto. Cuanta más gente sepa de la existencia de Michael, más riesgo estaremos corriendo.
 
Zac: No puedes mantenerlo en una burbuja de cristal; además, pensaba que confiabas en mí.
 
Ness: Claro que confiaba... que confío en ti -aunque se apresuró a corregirse, no fue lo suficientemente rápida-.
 
Zac: Así que «confiabas», en pasado -comentó, más herido que enfadado-. Vanessa, tomaste una decisión. El día que Michael nació, dijiste que era mío. ¿Vas a quitármelo?
 
Ness: No, pero aquí las cosas son muy diferentes. La cabaña era...
 
Zac: Un sitio fantástico para que los dos pudiéramos escondernos del mundo, pero ha llegado la hora de enfrentarnos a la siguiente etapa del camino.
 
Ness: ¿Y cómo va a ser esa etapa?
 
Zac agarró un pisapapeles, una esfera color ámbar con reflejos dorados más oscuros en el centro. Volvió a dejarlo sobre la mesa, y se acercó a ella. Estaba perdiendo peso con rapidez, su estómago estaba casi plano, tenía los senos firmes y plenos, y unas caderas increíblemente estrechas. Zac se preguntó cómo sería tomarla en sus brazos.
 
Zac: No lo sé, pero podríamos empezarla con esto -dijo, mientras se inclinaba hacia ella-.
 
Al principio la besó con ternura, hasta que notó que los nervios de ella se disolvían en su calidez. Aquello era lo que él había anhelado con todas sus fuerzas, aquella promesa, aquella dulzura reconfortante. Cuando la apretó contra sí, sus cuerpos encajaron a la perfección, como tantas veces había imaginado. Ella llevaba el pelo recogido, pero él se lo soltó con un simple movimiento de la mano.

Vanessa soltó un pequeño sonido, como un murmullo que podía ser de sorpresa o de aceptación, y le rodeó el cuello con los brazos.

Y entonces, el beso dejó de ser meramente tierno.

Entre ellos pareció estallar una pasión casi imposible de contener, un deseo voraz que no conseguían saciar. Vanessa sintió que un anhelo largamente enterrado en su interior empezaba a crecer y a inundarla, y se apretó con fuerza contra Zac, susurrando su nombre.

Los labios de él empezaron a recorrerle la cara y el cuello, marcándole a fuego la piel mientras sus manos la acariciaban y la exploraban con una nueva libertad.

Era demasiado pronto. En algún rincón de su mente que aún conservaba la cordura, Zac sabía que era demasiado pronto para algo más que una caricia o un beso, pero cuanto más la saboreaba, más se acrecentaba su impaciencia. Finalmente, la tomó de los hombros y la apartó ligeramente mientras luchaba por recobrar el aliento.
 
Zac: Ángel, puede que no confíes en mí como antes, pero quiero que no dudes ni por un segundo que te deseo.
 
Cediendo a la tentación, Vanessa se aferró a él y apretó la cara contra su hombro.
 
Ness: Zac, ¿está mal desear que pudiéramos estar los tres solos?
 
Zac: Claro que no está mal -dijo con la vista fija por encima de su cabeza mientras le acariciaba el pelo-. Pero no es posible, y tampoco sería justo para Michael.
 
Ness: Tienes razón -respiró hondo, y retrocedió un paso-. Voy a ver cómo está.
 
Empezó a subir las escaleras, sacudida por las emociones que él despertaba en ella, pero a medio camino se detuvo en seco, atónita.

Estaba enamorada de él. No era la clase de amor que había llegado a aceptar, el que procedía de la gratitud y de la dependencia, y ni siquiera era el vínculo fuerte y hermoso que habían forjado en la llegada al mundo de Michael. Era algo mucho más básico, el amor más elemental de una mujer por un hombre, y era aterrador.

Ya había estado enamorada una vez, y había sido algo breve y muy doloroso, un amor que la había encadenado. Había sido una víctima durante toda su vida, y aunque su matrimonio había acentuado eso al principio, al final había acabado por liberarla. No había tenido más remedio que aprender a ser fuerte, a dar los pasos adecuados.

No podía volver a ser aquella mujer, pensó mientras sus dedos se aferraban a la barandilla. Se negaba a volver a pasar por aquello. Eso era lo que más la había inquietado al ver la casa, al ver las cosas que contenía, porque no era la primera vez que entraba en un sitio así, y en el pasado se había sentido fuera de lugar y completamente indefensa.

Otra vez no, se dijo al cerrar los ojos. Nunca más.

Cualesquiera que fueran sus sentimientos por Zac, no permitiría que la convirtieran de nuevo en la clase de mujer que había sido en el pasado. Tenía un hijo al que debía proteger.

En aquel momento sonó el timbre de la puerta, y tras echar una rápida mirada por encima del hombro, Vanessa acabó de subir corriendo las escaleras.
 
Cuando Zac abrió la puerta, una oleada de intenso perfume y un abrigo de piel le golpearon de lleno. Era su madre, una mujer de una belleza inalterable y con unas convicciones inquebrantables, que consideraba que un mero roce de las mejillas no era un saludo adecuado, y prefería apretar con fuerza y durante el máximo tiempo posible.
 
**: Te he echado mucho de menos. No sabía lo que haría falta para traerte de vuelta, pero nunca pensé que serían una mujer y un hijo.
 
Zac: Hola, madre -dijo con una sonrisa-.
 
La miró de los pies a la cabeza, y decidió que estaba tan guapa como siempre. Su madre tenía el pelo rubio, las mejillas tersas y los ojos de Michael. Eran de un color azul más oscuro que los suyos, con toques de gris, y al verlos Zac sintió una extraña mezcla de dolor y de felicidad.
 
Zac: Tienes muy buen aspecto.
 
**: Y tú también, aunque has perdido más de cuatro kilos. Vas a tener que recuperarlos. ¿Dónde están?
 
Sin más ceremonia, Amanda Efron entró en la casa.
 
*: Mandy, deja respirar al chico -dijo su marido, un hombre alto y muy inteligente, con expresión seria. Se volvió hacia su hijo, y se dieron un enorme abrazo-. Me alegro de que hayas vuelto, ahora podrá darte la lata a ti y me dejará en paz.
 
Amanda: Puedo con los dos -dijo quitándose los guantes con movimientos rápidos y decididos-. Hemos traído una botella de champán, pensé que aunque nos habíamos perdido la boda, el parto y todo lo demás, al menos podíamos brindar para celebrar vuestra llegada. Zac, por el amor de Dios, no te quedes ahí plantado... ¡estoy deseando conocerlos!
 
Zac: Vanessa ha subido a ver cómo está el niño, ¿por qué no vamos a sentarnos al salón?
 
*: Vamos, Mandy -dijo Clif Efron, tomando a su mujer del brazo cuando ella empezó a protestar-.
 
Amanda: Muy bien, voy a darte cinco minutos para que me expliques cómo te va el trabajo.
 
Zac: Va muy bien.
 
Cuando llegaron al salón, sus padres se sentaron, pero él estaba demasiado tenso para hacer lo propio.
 
Zac: Ya he llamado a Marión -siguió diciendo-. Los cuadros que pinté en Colorado deberían llegar a su galería de arte a finales de semana.
 
Amanda: Me alegro, estoy deseando verlos.
 
Zac se paseó por la habitación con las manos en los bolsillos, presa de una agitación que sus padres reconocieron al instante.
 
Zac: Hay una obra en particular con la que estoy especialmente encariñado, y pienso colgarla aquí mismo, encima de la chimenea.        
 
Amanda enarcó una ceja, y lanzó una mirada al espacio vacío por encima de la repisa. Zac nunca había encontrado nada que le pareciera adecuado para aquel sitio.
 
Zac: Tendréis que juzgar por vosotros mismos.
 
Sacó un cigarro, pero lo dejó cuando Vanessa apareció en la puerta.

Ella no dijo nada por unos segundos, y se limitó a observar a la pareja que estaba sentada en el sofá. Aquellos eran los padres de Zac. Su madre era guapísima; su piel tersa apenas estaba maquillada, y su peinado acentuaba sus facciones aristocráticas y su fina estructura ósea. Lucía unos pendientes y un collar de esmeraldas, y llevaba un vestido rosa de seda y una estola de piel de zorro.

El padre de Zac era alto y delgado, igual que él, y Vanessa vio el brillo de un diamante en su dedo meñique. Parecía triste y callado, pero sus ojos la observaban con una expresión aguda y alerta.
 
Zac: Os presento a Vanessa, mi mujer, y a nuestro hijo.
 
Vanessa hizo acopio de valor, apretó al niño contra su pecho en un ademán protector, y entró en el salón. Amanda se levantó la primera, pero sólo porque siempre parecía moverse más rápidamente que nadie.
 
Amanda: Me alegro de conocerte por fin -a pesar de que tenía sus reservas, la madre de Zac sonrió con amabilidad-. Zac no mencionó lo guapa que eres.
 
Ness: Gracias -sintió que se le formaba un nudo en la garganta, ya que era obvio que estaba ante una mujer formidable. Levantó la barbilla de forma instintiva, y comentó-: me alegro de que hayan podido venir.
 
Amanda notó con aprobación el pequeño gesto de orgullo y desafío.
 
Amanda: Queríamos ir a recibiros al aeropuerto, pero Zac nos dijo que no lo hiciéramos.
 
Cliff: Y con razón -apostilló con su voz tranquila y pausada-. Si hubiera conseguido contener a mi mujer, habríamos esperado un día más.
 
Amanda: Tonterías, quiero ver a mi nieto. ¿Puedo?
 
Los brazos de Vanessa se tensaron de forma automática, pero al mirar a Zac se relajó un poco.
 
Ness: Claro -con gran cuidado, colocó al pequeño en los brazos de Amanda-.
 
Amanda: ¡Es precioso! -dijo con un ligero temblor en su sofisticada voz-. Qué hermoso es... -el aroma del bebé, la mezcla de talco, jabón y piel delicada, la hizo suspirar-. Zac me dijo que fue prematuro, ¿ha tenido algún problema?
 
Ness: No, está perfectamente bien.
 
Como si quisiera probar la verdad de aquellas palabras, Michael abrió los ojos y contempló lo que le rodeaba con expresión adormilada.
 
Amanda: ¡Me ha mirado! -con las esmeraldas brillando sobre su piel, contempló embobada al niño y empezó a hacerle arrumacos-. Has mirado a tu abuelita, ¿a que sí?
 
Cliff: Oye, me ha mirado a mí -se acercó y le acarició la barbilla-.
 
Amanda: No digas tonterías, ¿para qué iba a querer mirarte a ti? Anda, haz algo útil y descorcha el champán -siguió arrullando al niño, mientras a su lado Vanessa se retorcía las manos con nerviosismo-. Vanessa, ¿vas a poder beber?, no me acordé de preguntarle a Zac si le das el pecho al niño.
 
Ness: Sí que le doy, pero no creo que haya ningún problema por un trago.
 
Amanda volvió a aprobar su actitud, y fue a sentarse al sofá.

Vanessa dio un paso instintivo hacia delante, pero se obligó a detenerse. Aquella mujer no era Lorraine Eagleton, y ella tampoco era la misma persona que se había dejado avasallar en el pasado; sin embargo, a pesar de que intentó apartar aquella imagen de la mente, se vio de nuevo en la parte exterior del círculo familiar.
 
Ness: Iría a buscar unas copas, pero no sé dónde están -dijo con voz insegura-.
 
Sin decir palabra, Zac se acercó a una vitrina y sacó cuatro copas altas de champán.

Cliff tomó a Vanessa del brazo, y sugirió:
 
Cliff: ¿Por qué no te sientas?, supongo que estarás cansada después del viaje.
 
Ness: Ya veo que se parece a su hijo -sonrió, y se sentó en una silla-.
 
Cuando todo el mundo tuvo una copa, Amanda levantó la suya.
 
Amanda: Brindaremos por... vaya, aún no me habéis dicho cómo se llama el niño.
 
Ness: Michael.
 
En los ojos de Amanda apareció un brillo de dolor, y los cerró por unos segundos. Cuando volvió a abrirlos, estaban húmedos y brillantes.
 
Amanda: Por Michael -murmuró, y después de tomar un trago, bajó la cabeza y besó al pequeño en la mejilla. Entonces miró a Zac con una sonrisa, y le dijo-: tu padre y yo tenemos una cosa para el niño en el coche, ¿quieres ir a buscarlo?
 
Aunque no se tocaron y la mirada duró sólo un instante, Vanessa vio que madre e hijo compartían algún tipo de comunicación silenciosa.
 
Zac: Ahora mismo vuelvo.
 
Amanda: Por el amor de Dios, no nos la vamos a comer -refunfuñó cuando Zac salió de la habitación-.
 
Cliff soltó una carcajada, y le acarició el hombro en un gesto que a Vanessa le resultó extrañamente familiar. Entonces se dio cuenta de que era algo que Zac solía hacerle a ella, y que rebosaba de una intimidad cargada de naturalidad.

En aquel momento, el hombre la sacó de su ensoñación al preguntarle:
 
Cliff: ¿Habías estado antes en San Francisco?
 
Ness: No, había... no. Me gustaría ofrecerles algo, pero no sé lo que tenemos -de hecho, ni siquiera sabía dónde estaba la cocina-.
 
Cliff: No te preocupes, no nos merecemos nada después de irrumpir en tu casa cuando acabas de llegar -dijo mientras colocaba el brazo tranquilamente en el respaldo de la silla-.
 
Amanda: Las familias no irrumpen -protestó-.
 
Cliff: La nuestra sí -con una enorme sonrisa, se inclinó y volvió a acariciarle la barbilla al niño-. Me ha sonreído.
 
Amanda: Yo diría que ha hecho una mueca... abuelo -soltó una carcajada, y besó la mejilla de su marido-.
 
Zac: Supongo que la cuna es para Michael y las rosas para mí -dijo al entrar en el salón con una cuna de madera de pino cargada de sábanas con encaje, sobre las que descansaba un ramo de rosas.
 
Amanda: Ah, sí, las flores, se me habían olvidado. Y no, claro que no son para ti, son para Vanessa -le entregó el bebé a su marido y se levantó-.
 
Vanessa hizo ademán de levantarse, pero vio que Cliff colocaba al niño en la curva de su brazo sin ningún problema.
 
Amanda: Necesitaremos agua para ponerlas -siguió diciendo-. Esperad, ya voy yo a buscarla.
 
Nadie se atrevió a llevarle la contraria, y la mujer salió de la habitación con las flores.
 
Ness: Es preciosa -acarició con un dedo la suave madera de la cuna, y comentó-: poco antes de que ustedes llegaran, estábamos comentando que Michael necesitaba una.
 
Cliff: Es la cuna de los Efron. Zac, arregla las sábanas y vamos a ver si al niño le gusta.
 
Zac: Esta cuna es una tradición familiar -le explicó mientras sacaba obedientemente las mantas sobrantes y alisaba la suave tela blanca-. La construyó mi bisabuelo, y todos los niños de la familia Efron han podido mecerse en ella -cuando todo estuvo listo, tomó al pequeño de brazos de su padre-. Vamos a ver si te gusta, muchachote.
 
Al ver que Zac acostaba al niño y le daba un pequeño empujoncito a la cuna para que se meciera, Vanessa sintió que algo se rompía en su interior.
 
Ness: Zac, no puedo.
 
Él estaba de cuclillas junto a la cuna, y cuando levantó la mirada hacia ella Vanessa vio en sus ojos un desafío, un reto, y una furia velada.
 
Zac: ¿Qué es lo que no puedes?
 
Ness: No está bien, no es justo -sacó al niño de la cuna-. Tienen que saberlo.
 
Estuvo a punto de salir corriendo, pero en aquel momento Amanda apareció con las rosas en un jarrón de cristal.

La mujer notó la tensión que vibraba en el ambiente, y entró en la habitación preguntándose a qué se debía.
 
Amanda: ¿Dónde quieres que las ponga, Vanessa?
 
Ness: No lo sé, no puedo... por favor, Zac...
 
Amanda: Creo que quedarán bien al lado de la ventana -comentó con voz calmada. Cuando las hubo colocado, añadió sin inmutarse-: bueno, caballeros, creo que vosotros tres deberíais ir a entreteneros con algo mientras Vanessa y yo tenemos una pequeña charla.
 
Vanessa sintió una punzada de pánico, y se volvió hacia su marido.
 
Ness: Zac, tienes que decírselo.
 
Él tomó al niño en sus brazos y lo apoyó en su hombro antes de mirarla. Su expresión era serena, pero sus ojos seguían reflejando su enfado.
 
Zac: Ya lo he hecho -dijo, y sin más la dejó a solas con su madre-.
 
Amanda volvió a sentarse en el sofá, cruzó las piernas y se alisó la falda del vestido.
 
Amanda: Qué lástima que la chimenea no esté encendida, ¿verdad? Aún hace bastante fresco para esta época del año.
 
Ness: Aún no hemos tenido tiempo de...
 
Amanda: Querida, no me hagas caso -señaló con un gesto una de las sillas, y le preguntó-: ¿no preferirías sentarte? -cuando Vanessa lo hizo sin protestar, la mujer enarcó una ceja-. ¿Siempre eres tan obediente?, espero que no, me gustabas más cuando me mirabas con la barbilla y la frente en alto.
 
Vanessa entrelazó las manos en su regazo.
 
Ness: No sé qué decir, no sabía que Zac se lo había explicado todo. Al ver cómo se comportaban... -dejó la frase a medias, pero al ver que Amanda permanecía en silencio, esperando pacientemente a que continuara, volvió a intentarlo-. Pensé que creían que Michael era el... el hijo biológico de Zac.
 
Amanda: ¿Debería suponer una diferencia tan grande para nosotros?
 
Vanessa logró recuperar la calma, al menos en apariencia, y consiguió devolverle la mirada sin pestañear.
 
Ness: Supongo que eso sería lo que cabe esperar, sobre todo en una familia como la suya.
 
Amanda frunció el ceño, mientras reflexionaba sobre aquellas palabras.
 
Amanda: Quiero que sepas que conozco a Lorraine Eagleton -al ver el instantáneo y aplastante miedo en los ojos de Vanessa, la mujer se echó atrás. No solía tener demasiado tacto, pero no era una persona cruel-. Ya hablaremos de ella en otra ocasión, en este momento creo que lo mejor será que me explique. Soy una mujer directa y firme, pero no me importa que me planten cara.
 
Ness: Eso no se me da demasiado bien.
 
Amanda: Entonces tendrás que aprender, ¿no crees? Puede que lleguemos a ser amigas y puede que no, es demasiado pronto para que pueda decirlo, pero adoro a mi hijo. Cuando se fue hace meses, no sabía si algún día volvería a recuperarlo, pero por alguna razón tú has hecho que regrese, y te estoy agradecida.
 
Ness: Habría vuelto a casa de todas maneras, cuando se hubiera sentido preparado.
 
Amanda: Pero a lo mejor no habría regresado como una persona completa. Bueno, dejemos el tema y vayamos al fondo de la cuestión: tu hijo. Zac considera al niño como suyo propio, ¿y tú?
 
Ness: Sí.
 
Amanda: Ya veo que no has dudado ni un momento -dijo con una sonrisa idéntica a la de Zac-, Si Zac considera a Michael como hijo suyo y tú también, ¿por qué vamos a sentir otra cosa Cliff y yo?
 
Ness: Porque no tiene su sangre, su ascendencia.
 
Amanda: Será mejor que dejemos a los Eagleton al margen, de momento.
 
Vanessa se la quedó mirando, sorprendida de que la mujer hubiera dado de lleno en el blanco.
 
Amanda: Si Zac hubiera sido incapaz de tener hijos y hubiera adoptado a un niño, yo lo querría y lo consideraría mi nieto, así que ya es hora de que superes todas estas tonterías y aceptes la situación, ¿no crees?
 
Ness: Hace que parezca muy fácil.
 
Amanda: Me parece que tu vida ya es bastante complicada -tomó la copa que había dejado antes sobre una mesa-. ¿Te parece bien que seamos los abuelos de Michael?
 
Ness: No lo sé.
 
Amanda: Ya veo que eres sincera -comentó antes de tomar un sorbo de champán-.
 
Ness: ¿Le parece bien que sea la mujer de Zac?
 
Con una ligera sonrisa, Amanda levantó su copa.
 
Amanda: No lo sé. Bueno, supongo que tendremos que esperar y ver lo que pasa, ¿no? Mientras tanto, no querría que me pusieras impedimentos para que vea a Zac o a Michael.
 
Ness: No, claro que no, jamás haría algo así. Señora Efron, nadie ha sido tan bueno y generoso conmigo como Zac, le prometo que nunca haré nada que pueda hacerle daño.
 
Amanda: ¿Le quieres?
 
Incómoda, Vanessa lanzó una rápida mirada hacia la puerta.
 
Ness: No hemos... Zac y yo no hemos hablado de eso. Yo necesitaba ayuda, y creo que él necesitaba dármela.
 
Amanda frunció los labios y contempló su copa.
 
Amanda: Creo que no ha sido eso lo que te he preguntado.
 
Vanessa volvió a levantar la barbilla.
 
Ness: Eso es algo que tengo que discutir con Zac antes de comentarlo con nadie más.
 
Amanda: Eres más dura de lo que parece, gracias a Dios -apuró su copa, y la dejó de nuevo sobre la mesa-. Creo que vas a acabar gustándome... aunque puede que acabemos odiándonos, claro. Pero, sin importar lo que pase entre nosotras dos, no cambiará el hecho de que Zac se ha comprometido contigo y con el niño. Formáis parte de la familia -se reclinó en el sofá y enarcó las cejas, pero sintió una pequeña punzada de simpatía-. Por la expresión de tu cara, deduzco que eso no te entusiasma.
 
Ness: Lo siento, no estoy acostumbrada a pertenecer a una familia.
 
Amanda: No has tenido una vida demasiado fácil, ¿verdad? -su voz contenía un cierto matiz de compasión, pero no en exceso, ya que no quería que Vanessa se sintiera incómoda-.
 
En aquel momento, tomó nota mental de indagar un poco sobre los Eagleton.
 
Ness: Estoy intentando dejar atrás todo eso.
 
Amanda: Espero que lo consigas. Hay cosas del pasado que deben recordarse, y otras que es mejor olvidar.
 
Ness: Señora Efron... ¿puedo hacerle una pregunta?
 
Amanda: Sí, pero con la condición de que empieces a tutearme. Puedes llamarme Amanda, Mandy o cualquier otra cosa... bueno, menos «mamá Efron», por favor.
 
Ness: Trato hecho. ¿Por quién se le puso Michael al niño?
 
Amanda volvió la mirada hacia la cuna vacía, y se quedó contemplándola con una expresión de tristeza que hizo que Vanessa le cubriera la mano con la suya.
 
Amanda: Por mi hijo, el hermano pequeño de Zac. Murió hace aproximadamente un año -se levantó con un largo suspiro, y anunció-: es hora de que nos vayamos, para que puedas instalarte.
 
Ness: Gracias por venir.
 
Vanessa dudó un segundo, porque nunca estaba completamente segura de lo que se esperaba de ella en aquellos casos. Finalmente, obedeció a lo que le decía el corazón, y le dio un beso a Amanda en la mejilla.
 
Ness: Y gracias por la cuna, significa mucho para mí -añadió-.
 
Amanda: Para mí también -pasó la mano por la madera, antes de salir del salón-. Clifton, ¿no fuiste tú el que me dijiste que no debíamos quedarnos más de media hora?
 
Cuando les llegó el sonido de su voz desde el piso de arriba, Amanda chasqueó la lengua y empezó a ponerse los guantes.
 
Amanda: Siempre está fisgoneando en el estudio de Zac. No sabe distinguir un Monet de un Picasso, pero le encanta admirar el trabajo de su hijo.
 
Ness: Ha pintado unos cuadros preciosos en Colorado, debéis de estar muy orgullosos de él.
 
Amanda: Cada día más -oyó a su marido, y alzó la mirada hacia el piso superior-. Si necesitas ayuda para decorar la habitación del niño o para buscar un buen pediatra, no dudes en decírmelo. Supongo que entenderás que vacíe todas las tiendas de niños que encuentre a mi paso.
 
Ness: Yo no...
 
Amanda: Bueno, a lo mejor no lo entenderás, pero tendrás que tolerarlo. Cliff, dale un beso de despedida a tu nuera.
 
Cliff: No hacía falta que me lo dijeras.
 
En vez del beso formal y vacío de sentimiento que Vanessa esperaba, el padre de Zac le dio un enorme abrazo que la dejó aturdida y sonriente.
 
Cliff: Bienvenida a la familia, Vanessa.
 
Ella sintió el deseo de devolverle el gesto, de rodearle el cuello con los brazos y volver a inhalar el aroma especiado de la loción para después del afeitado que había notado en su cuello, pero se dijo que aquella reacción era absurda y se limitó a entrelazar las manos.
 
Ness: Gracias, espero que volváis pronto. A lo mejor podríais venir a cenar la semana que viene, cuando haya tenido tiempo de descubrir dónde está cada cosa.
 
Cliff: ¿También cocina? -le pellizcó juguetonamente la mejilla, y le dijo a su hijo-: bien hecho, Zac.
 
Cuando se marcharon, Vanessa se quedó en el recibidor, restregándose la mejilla con un dedo.
 
Ness: Son muy agradables.
 
Zac: Sí, siempre lo he pensado.
 
Al oír el tono cortante en la voz de Zac, Vanessa se volvió a mirarlo.
 
Ness: Te debo una disculpa.
 
Zac: Olvídalo -fue hacia la biblioteca, pero se paró en seco y se giró hacia ella. Qué demonios, claro que no estaba dispuesto a olvidarlo-. ¿Pensaste que les mentiría sobre Michael?, ¿que habría necesidad de hacerlo?
 
Vanessa aceptó su enfado sin inmutarse, y admitió:
 
Ness: Sí.
 
Él había abierto la boca para soltar algún comentario furioso, pero su respuesta hizo que la cerrara de golpe.
 
Zac: Vaya, no te andas por las ramas.
 
Ness: Pensé que no aceptarían a Michael como su nieto si sabían la verdad, y me alegro de haberme equivocado. Tu madre ha sido muy amable conmigo, y tu padre...
 
Zac: ¿Qué pasa con él?
 
Vanessa había estado a punto de subrayar el hecho de que su padre la había abrazado, pero creyó que él no podría entender lo mucho que aquello la había afectado.
 
Ness: Se parece mucho a ti. Intentaré no decepcionaros a ninguno de los tres.
 
Zac se pasó una mano por el pelo, una masa castaña desgreñada, como a ella le gustaba más.
 
Zac: Sería mejor que no te decepcionaras a ti misma. Maldita sea, Vanessa, no estás aquí a prueba. Eres mi mujer, ésta es tu casa, y para bien o para mal, los Efron son tu familia.
 
Ella apretó los dientes con fuerza.
 
Ness: Tendrás que darme tiempo para que me acostumbre -dijo con voz tranquila-. Las únicas familias que he conocido en mi vida apenas me toleraban, y no pienso volver a pasar por lo mismo -se volvió y empezó a subir las escaleras, pero le dijo por encima del hombro-: por cierto, voy a pintar el cuarto de Michael yo misma.
 
Sin saber si echarse a reír o soltar una palabrota, Zac se quedó mirándola desde el pie de la escalera.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

cada vez mejor... sigue pronto ��

Lu dijo...

Wowww!
Qué capítulo! Qué bueno que los padres de Zac sepan la verdad, me gusta mucho.

Me encanta esta nove,
Sube pronto :)

Anónimo dijo...

Me encanto el capi sigue la nove

Pd : Te comente en tu otro blog :)

Amy

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