Amanda:
Es increíble lo rápido que está creciendo -con orgullo de abuela y luciendo un
nuevo y elegante peinado, Amanda se sentó en la mecedora de la habitación del
pequeño, con el bebé en sus brazos-.
Ness:
Sí, nadie diría que nació prematuramente -dijo sin saber aún cómo comportarse
con su suegra. Con movimientos tranquilos, siguió doblando la ropita recién
sacada de la secadora-. Lo hemos llevado hoy a hacerle una revisión, y el médico
dice que está sano como un roble -se llevó un pequeño pijama a la mejilla, y
disfrutó de la suavidad aterciopelada de la prenda, que sin embargo no podía compararse
a la de la piel de su hijo-. Quería darte las gracias por recomendarme al doctor
Sloane, es fantástico.
Amanda:
Me alegro de que te guste, pero no hace falta la palabra de un pediatra para
saber que el niño está completamente sano, mira la fuerza que tiene -rió con
suavidad mientras Michael se aferraba a su mano, pero lo detuvo cuando el niño
quiso chupar su anillo de zafiros-. Tiene tus ojos.
Ness:
¿De verdad? -entusiasmada, fue hasta ellos. El niño olía a polvos de talco... y
Amanda a París-. Ya sé que aún es demasiado pronto para saberlo, pero tenía la
esperanza de que fuera así.
Amanda:
No hay duda -continuó meciendo al niño, mientras observaba con atención a su
nuera-. ¿Y qué me dices de tu revisión?, ¿cómo estás?
Ness:
Estoy bien -dijo pensando en la hoja de papel que había guardado en el cajón
superior de su tocador-.
Amanda:
Pareces un poco cansada -comentó. Su voz, carente de inflexión alguna, sonó
brusca y práctica-. ¿Te has movido ya para intentar buscar ayuda?
Vanessa
irguió la espalda de forma automática.
Ness:
No necesito ninguna ayuda.
Amanda:
Sabes tan bien como yo que eso es una tontería. Con una casa tan grande como
ésta, un marido exigente y un niño pequeño, está claro que te iría bien que
alguien te echara una mano, pero haz lo que quieras -Michael empezó a gorjear,
y Amanda lo contempló embelesada-. Habla con la abuelita, cariño. Dile a la
abuelita lo que pasa.
El
niño respondió con más sonidos ininteligibles, y Amanda se echó a reír.
Amanda:
Eso es, dentro de nada empezarás a hablar sin parar. Acuérdate de que una de
las primeras cosas que tienes que decir es «mi abuelita es preciosa». Eres un
cielo -le dio un beso en la frente, y le dijo a Vanessa-: hay que cambiarle los
pañales a este muchachote, y estaré más que encantada de dejarte la tarea a ti.
Con
lo que ella consideraba uno de los privilegios de ser la abuela, Amanda le
entregó el bebé mojado a su madre, y continuó sentada mientras Vanessa llevaba
al niño al cambiador.
Había
un montón de cosas que habría querido decir. Estaba acostumbrada a expresar sus
opiniones alto y claro... y si era necesario, a darle en la cabeza con ellas a
cualquiera que se le pusiera a tiro. No le gustaba nada tener que morderse la
lengua, pero había averiguado lo suficiente sobre los Eagleton y sobre la vida
que Vanessa había tenido con ellos para saber qué era lo mejor. Con mucho
cuidado, intentó otra táctica.
Amanda:
Zac está pasando mucho tiempo en la galería de arte últimamente, ¿verdad?
Ness:
Sí, creo que está casi decidido a organizar otra exposición -con un amor desbordante,
se inclinó para acariciar el cuello de Michael con la nariz-.
Amanda:
¿Has estado allí?
Ness:
¿En la galería? No, aún no.
Amanda
golpeteó en el brazo de la mecedora con una de sus uñas perfectamente
redondeadas.
Amanda:
Creía que te interesaría el trabajo de Zac.
Ness:
Y así es -alzó a Michael por encima de su cabeza, y el niño empezó a hacer pompitas
y a sonreír-. Pero no he querido interrumpir con el niño a cuestas.
Amanda
estuvo a punto de recordarle que Michael tenía unos abuelos que estarían
encantados de quedarse unas horas con él, pero volvió a morderse la lengua.
Amanda:
Estoy segura de que a Zac no le molestaría, adora al niño.
Ness:
Ya lo sé -dijo mientras desataba el lazo de los patucos azules del bebé-, pero
también sé que necesita tiempo para poner en orden su trabajo, su carrera -le
dio a su hijo un pequeño conejito de trapo, y él se lo metió feliz en la boca-.
¿Tienes idea de por qué no tiene claro lo de montar la exposición?
Amanda:
¿Se lo has preguntado?
Ness:
No, no quería que se sintiera presionado.
Amanda:
Puede que un poco de presión sea exactamente lo que necesita.
Desconcertada
por aquellas palabras, Vanessa se volvió hacia su suegra.
Ness:
¿Por qué?
Amanda:
Tiene que ver con Michael, con mi hijo pequeño, pero preferiría que se lo
preguntaras a Zac.
Ness:
¿Estaban unidos?
Amanda:
Sí, mucho, aunque eran muy diferentes -dijo con una sonrisa. Había aprendido
que era menos doloroso recordar que intentar olvidar-. Se quedó destrozado
cuando Michael murió. Creo que el tiempo que ha pasado en la montaña le ha ayudado
a recuperar su arte, y también creo que el bebé y tú le habéis ayudado a
recuperar su corazón.
Ness:
Si eso es verdad, me alegro, porque nunca podré llegar a pagarle lo mucho que
él me ha ayudado a mí.
Amanda
la miró con expresión indescifrable.
Amanda:
Entre marido y mujer no hay nada que pagar.
Ness:
Puede que no.
Amanda:
¿Eres feliz?
Vanessa
metió al niño en su cuna y le dio cuerda al móvil musical para que pudiera jugar
con él; cuando ya no pudo aplazar más su respuesta, dijo:
Ness:
Claro que soy feliz, ¿por qué no iba a serlo?
Amanda:
Ésa era mi siguiente pregunta.
Ness:
Soy muy feliz -dijo, mientras se ponía otra vez a plegar y a guardar la ropa
del niño-. Te agradezco mucho tu visita, pero sé lo ocupada que estás y no quiero
entretenerte.
Amanda
No creas que vas a poder echarme amablemente, al menos hasta que yo decida
irme.
Al
volverse, Vanessa vio la sonrisa divertida en los labios de su suegra. No era
propio de ella ser tan grosera, y no pudo evitar sonrojarse.
Ness:
Perdona.
Amanda:
No te preocupes, sé que es demasiado pronto para que te sientas cómoda conmigo.
La verdad es que yo también me siento un poco insegura al tratar contigo.
Vanessa
le devolvió la sonrisa, bastante más relajada.
Ness:
Dudo mucho que alguna vez te sientas insegura, es algo que envidio de ti. Y de
verdad que siento haber sido tan maleducada.
Amanda:
No pasa nada.
Amanda
se levantó de la mecedora, y empezó a pasearse por el dormitorio del niño. Su nuera
había hecho un trabajo fantástico, y había creado una habitación alegre y llena
de luz; no estaba demasiado recargada, y la decoración era lo bastante
tradicional para recordarle a la habitación infantil que ella misma había
preparado tantos años atrás. El olor a polvos de talco y a ropa limpia flotaba
en el ambiente.
Era
un cuarto cargado de amor, y aquello era todo cuanto podía desear para Zac.
Estaba claro que Vanessa era una mujer con una ilimitada capacidad para amar.
Amanda:
Es una habitación preciosa -comentó, mientras acariciaba la cabeza de un oso de
peluche color lavanda de más de un metro-. Pero no puedes esconderte aquí para
siempre.
Ness:
No sé a qué te refieres -le contestó, aunque lo sabía perfectamente bien-.
Amanda:
Dijiste que nunca habías estado en San Francisco, y ahora vives aquí. ¿Has ido
a algún museo, o al teatro?, ¿has paseado por el muelle de los pescadores?, ¿te
has montado en un tranvía?, ¿has ido a Chinatown? Dime, ¿has hecho alguna de
las cosas que haría cualquier recién llegado?
Vanessa
se puso a la defensiva, y contestó con voz fría:
Ness:
No, pero sólo llevo aquí unas semanas.
Amanda
decidió que era hora de dejar de andarse con rodeos.
Amanda:
Vanessa, vamos a hablar de mujer a mujer, olvídate de que soy la madre de Zac.
Estamos solas, y lo que se diga en esta habitación quedará estrictamente entre
nosotras.
Vanessa
notó que las palmas de las manos habían empezado a sudarle, y se las limpió en
los pantalones.
Ness:
No sé qué es lo que quieres que te diga.
Amanda:
Lo que haga falta -finalmente, al ver que Vanessa permanecía en silencio,
Amanda asintió y dijo-: muy bien, entonces empezaré yo. Has sufrido algunos
momentos terribles a lo largo de tu vida, algunos de ellos incluso trágicos. Zac
nos contó apenas lo imprescindible, pero me he enterado de muchas cosas
haciendo las preguntas adecuadas a las personas apropiadas -volvió a sentarse,
y al ver la expresión que relampagueó en los ojos de Vanessa, le dijo-: espera
a que acabe, entonces podrás ofenderte todo lo que quieras.
Ness:
No estoy ofendida -contestó con voz tensa-, pero no sé de qué sirve hablar de
cosas que pertenecen al pasado.
Amanda:
No podrás reemprender tu vida hasta que seas capaz de enfrentarte al pasado -intentó
hablar con voz firme, pero su sólida compostura se tambaleó un poco-. Sé que Tony
Eagleton te maltrataba, y que sus padres hicieron la vista gorda ante ese comportamiento
monstruoso y criminal. Me rompe el corazón que tuvieras que pasar por algo así.
Ness:
Por favor, no -consiguió decir con voz estrangulada-.
Amanda:
¿No puedes aceptar un poco de comprensión, ni siquiera de mujer a mujer?
Vanessa
negó con la cabeza. Le daba miedo aceptarla, pero aún más necesitarla.
Ness:
No puedo soportar que me compadezcan.
Amanda:
Comprender a una persona es muy diferente a compadecerse de ella.
Ness:
Todo eso ha quedado atrás, ya no soy la persona que era entonces.
Amanda:
No puedo darte mi opinión, porque no te conocía en esa época, pero está claro
que una mujer que ha conseguido salir adelante completamente sola tiene grandes
reservas de fuerza y determinación. ¿No crees que es hora de que las utilices,
y plantes cara a tus enemigos?
Ness:
Ya lo he hecho.
Amanda:
Te has cobijado en tu propio oasis. Sé que necesitabas hacerlo por un tiempo, y
que al huir demostraste tener tanto una enorme valentía como una gran
resistencia, pero llega un momento en la vida en que hay que plantar los pies
en el suelo y hacer que se escuche tu voz.
Vanessa
era consciente de que se había dicho mil veces cosas parecidas, y que se había
odiado por no ser capaz de llevar las palabras a la práctica. Miró hacia la
cuna y contempló a su hijo, que gorjeaba alegremente mientras intentaba atrapar
los pajaritos de colores que giraban por encima de su cabeza.
Ness:
¿Y qué quieres que haga?, ¿que vaya a juicio, que se lo cuente a la prensa, que
saque a la luz lo que pasó para que todo el mundo se entere?
Amanda:
Sí, si es necesario -la voz de Amanda adquirió un matiz orgulloso, que llegó
hasta el último rincón de la habitación-. Los Efron no le tienen miedo al
escándalo.
Ness:
No soy...
Amanda:
Claro que lo eres -la interrumpió-. Eres una Efron, igual que ese niño. Estoy pensando
en el bienestar de Michael a la larga, pero también en el tuyo. ¿Qué importa lo
que la gente piense o sepa?, tú no tienes nada de lo que avergonzarte.
Ness:
Dejé que sucediera -dijo con una furia extrañamente sorda, amortiguada-.
Siempre me avergonzaré de eso.
Amanda:
Mi querida niña...
Incapaz
de contenerse, Amanda se levantó y la rodeó con los brazos. Después de la
sorpresa inicial, Vanessa se dejó llevar; no sabía si el gesto la afectó tanto
porque provenía de una mujer, pero rompió todas sus defensas como nada había logrado
hacerlo hasta entonces.
Amanda
la dejó llorar, incluso se echó a llorar ella también, y el hecho de que lo
hiciera, de que pudiera hacerlo, reconfortó más a Vanessa que cualquier palabra
de consuelo. Mejilla contra mejilla, de mujer a mujer, se abrazaron con fuerza
mientras la tormenta pasaba, y el lazo que Vanessa nunca había esperado llegar
a experimentar se forjó en lágrimas. Finalmente, rodeándola aún con un brazo,
Amanda la condujo hacia el sofá cama.
Amanda:
Supongo que era algo que necesitaba salir a la superficie -murmuró. Se sacó un
pañuelo con bordes de encaje de un bolsillo, y se secó los ojos sin reserva ninguna-.
Ness:
No sé, supongo que sí -dijo mientras acababa de secarse las lágrimas con la
muñeca-. En teoría, ya no debería sentir la necesidad de echarme a llorar, sólo
me pasa cuando echo la vista atrás y recuerdo lo que pasó.
Amanda:
Escúchame bien -dijo sin rastro alguno de suavidad en la voz-. Eras joven y
estabas sola, y no tienes nada, ¿me oyes?, nada de qué avergonzarte. Algún día
tú misma te darás cuenta de que es así, pero de momento quizás sea suficiente
que sepas que ya no estás sola.
Ness:
A veces me siento tan furiosa al pensar que me utilizaron como si fuera un objeto
conveniente, un saco de boxeo o un símbolo de estatus... -pensó que era
asombroso que la furia pudiera acarrear una calma absoluta, y borrar el dolor
que sentía-. Y cuando siento esa furia tan enorme, sé que no importa lo que me
cueste, nunca volveré a caer en aquello.
Amanda:
Entonces, sigue furiosa.
Ness:
Pero... la furia la siento por mí, es algo personal -volvió la mirada hacia la
cuna, que estaba al otro lado de la habitación, y admitió-: cuando pienso en
Michael, y sé que van a intentar quitármelo... entonces siento miedo.
Amanda:
Pero ahora ya no van a tener que enfrentarse sólo a ti, ¿verdad?
Vanessa
la miró, y al ver su expresión decidida y el brillo de sus ojos, supo de dónde
había sacado Zac su actitud guerrera. Sintió crecer dentro de ella un nuevo
tipo de amor, y le resultó lo más normal del mundo tomarle la mano a su suegra.
Ness:
No, ya no.
En
ese momento, oyeron que la puerta principal se abría en el piso de abajo, y Vanessa
se pasó las manos por la cara para asegurarse de que no quedaba ni rastro de
lágrimas.
Ness:
Ése debe de ser Zac. No quiero que me vea así.
Amanda:
Bajaré y le mantendré ocupado -siguiendo un impulso, le echó una ojeada a su
reloj y le preguntó-: ¿tienes planes para esta tarde?
Ness:
No, sólo...
Amanda:
Perfecto. Baja en cuanto estés lista.
Diez
minutos después, Vanessa se encontró a Zac atrapado en el salón, con la mirada
fija en un vaso de agua con gas y cara de pocos amigos.
Amanda:
Entonces, está decidido -se arregló el pelo con una mano, satisfecha de sí
misma-. Vanessa, ¿estás lista?
Ness:
¿Para qué?
Amanda:
Ya le he explicado a Zac que nos vamos de compras, está entusiasmado con la
fiesta que he planeado para la semana que viene en vuestro honor -la fiesta que
se le había ocurrido al bajar las escaleras-.
Zac:
Estoy resignado -la corrigió, aunque la miró una sonrisa; sin embargo, su
expresión se volvió seria cuando vio el rostro de Vanessa-. ¿Qué pasa?
Ness:
Nada -contestó, consciente de que había sido absurdo creer que un poco de agua y
maquillaje podrían esconderle algo a aquel hombre-. Tu madre y yo nos hemos
puesto un poco sensibleras con Michael.
Amanda:
Lo que necesita tu mujer es pasar una tarde fuera -se levantó, y le dio un beso
a su hijo-. Tendría que regañarte por mantenerla encerrada aquí, pero te quiero
demasiado.
Zac:
Yo no...
Amanda:
No la has animado ni una sola vez a que salga de la casa -acabó por él-. Así
que yo voy a encargarme de hacerlo. Ve a por tu bolso, querida, tenemos que
encontrarte algo despampanante para la fiesta. Zac, supongo que Vanessa necesita
tus tarjetas de crédito.
Zac:
Mis... ah, claro -sintiéndose como un árbol zarandeado por un vendaval, sacó su
billetera-.
Amanda:
Estas nos bastarán -tomó dos de ellas, y se las dio a Vanessa-. ¿Estás lista?
Ness:
Bueno, eh... sí -dijo impulsivamente-. Michael acaba de comer, y le he cambiado
el pañal. No deberías tener ningún problema.
Zac:
No te preocupes, me las arreglaré.
Sin
embargo, lo cierto era que se sentía bastante agraviado. En primer lugar,
habría sacado de compras a Vanessa él mismo si se lo hubiera pedido, y en
segundo lugar, aunque no quería admitirlo, no estaba completamente seguro de
poder arreglárselas solo con el niño.
Amanda
adivinó de inmediato lo que estaba pensando su hijo, y le dio otro beso.
Amanda:
Si te portas bien, te traeremos un regalo.
Zac
no pudo contener una sonrisa.
Zac:
Venga, marchaos.
Sin
embargo, antes de que pudieran obedecer agarró a Vanessa y la besó con
naturalidad, y se sorprendió cuando ella le devolvió el abrazo ardientemente.
Zac:
Que no te convenza de que te compres algo con lazos, no te quedarían bien -murmuró-.
Deberías comprarte algo que vaya a juego con tus ojos.
Amanda:
Si no dejas que se vaya, no vamos a poder comprar nada -le dijo con sequedad,
aunque estaba encantada y emocionada al ver que su hijo estaba completamente
enamorado de su mujer-.
Nadie
tuvo la culpa de que Michael eligiera precisamente aquella tarde para exigir
todo el tiempo la atención que se le podía dar a un niño. Zac lo paseó, lo
meció, le cambió los pañales, jugó con él, lo arrulló... sólo le faltó hacer el
pino. Por su parte, Michael gorjeó, lo miró con sus ojos enormes... y se desgañitó
llorando cada vez que se veía de nuevo en la cuna. Hizo de todo, menos dormir.
Al
final, Zac abandonó la idea de trabajar y se llevó al niño de un lado a otro.
Se comió un muslo de pollo y empezó a leer el periódico con él acurrucado en el
brazo, y como no había nadie que pudiera reírse de él a escondidas, discutió
con él sobre asuntos de política internacional y sobre los resultados de la
liga de fútbol mientras el niño se dedicaba a sacudir un sonajero y a hacer
pompitas con la boca.
Cuando
Zac consiguió encontrar uno de los sombreritos de punto que Vanessa había
comprado para proteger al niño de la brisa primaveral, salieron a dar un paseo
por el jardín, y se sintió entusiasmado al ver que las mejillas del niño se
sonrosaban y que observaba todo lo que había a su alrededor, alerta y muy interesado.
Michael
tenía los ojos de Vanessa... la misma forma, el mismo color, pero carecían de
las sombras que hacían que los de ella fueran tristes y a la vez fascinantes.
Los ojos del niño eran claros, y no contenían ningún tipo de pena.
Cuando
Zac lo colocó en un pequeño columpio para bebés, Michael protestó un poco, pero
al final decidió aceptar su destino. Después de taparlo bien, Zac se sentó de
piernas cruzadas frente a él y empezó a estirarse.
Los
narcisos estaban en pleno apogeo, y entremedio de sus flores amarillas y
blancas asomaban los lirios, morados y exóticos. Las lilas, aunque aún no
habían acabado de florecer, aportaban su aroma.
Por
primera vez desde la tragedia que había sufrido, Zac se sintió en paz. En las
montañas, a lo largo de invierno, había empezado a recuperarse, pero allí en su
casa, rodeado de la primavera, podía ver y aceptar finalmente que la vida
seguía su curso.
El
niño seguía meciéndose, con las mejillas sonrosadas y los ojos luminosos,
levantando y bajando las manos al ritmo del balanceo. Su carita ya había
empezado a engordar, a definirse con su propia forma y con sus rasgos personales,
y la aterradora fragilidad que había tenido al nacer se había desvanecido. Zac
supuso que eso era señal de que el pequeño ya había empezado a crecer.
Zac:
Te quiero, Michael.
Aquellas
palabras se las dijo tanto al que se había ido, como al que se balanceaba
felizmente delante de él.
Vanessa
no había esperado estar tanto tiempo fuera, pero las horas caóticas que había
pasado de tienda en tienda habían hecho que recordara aquel breve periodo en
que había estado sola y ansiosa por saborear la vida.
Había
sentido cierto remordimiento al utilizar las tarjetas de crédito de Zac con
tanta libertad, pero después había sido casi demasiado fácil justificar las compras
con el apoyo de Amanda. Al fin y al cabo, había pasado a ser Vanessa Efron.
Siempre
había tenido buen ojo para los colores y las líneas, y ese rasgo se había
agudizado en su época como modelo, así que el vestido que había elegido para la
fiesta no era demasiado extravagante ni ostentoso. Además, había sentido una
gran satisfacción al ver que Amanda iba asintiendo con aprobación con cada una
de las prendas que seleccionaba.
Al
entrar en la casa cargada de bolsas y de cajas, se dijo que era un paso en la
dirección adecuada, uno que seguramente sólo podría entender otra mujer. Estaba
volviendo a tomar las riendas de su vida, aunque sólo fuera admitiendo que necesitaba
ropa que se ajustara a su gusto y a su estilo. Tarareando una canción, empezó a
subir las escaleras.
Se
los encontró juntos en el piso de arriba. Zac estaba tumbado en la cama, y
Michael descansaba acurrucado en la curva de su brazo. Su marido estaba
dormido, pero su hijo se había desembarazado de su sábana y estaba de espaldas,
agitando un sonajero.
Dejó
las bolsas en el suelo con cuidado, y se acercó a ellos. Era una escena
puramente masculina... el hombre tumbado en la cama, con los zapatos puestos y
una novela de espionaje boca abajo sobre la colcha, y con un vaso de algo que
en su momento debía de haber estado frío, y que estaba dejando una marca circular
en la mesita de noche.
Como
si entendiera que pertenecía a aquel mundo de hombres, el niño permanecía en
silencio, absorto en sus propios pensamientos.
Vanessa
deseó tener tan sólo una pizca del talento de Zac, para poder pintarlos juntos
tal y como estaban y que la dulzura de la escena no se perdiera nunca. Se sentó
en el borde de la cama, y permaneció mirándolos durante un rato.
Le
pareció increíblemente íntimo observar a un hombre mientras dormía. Sintió el
impulso de acariciar el pelo castaño que le caía sobre la frente, recorrer las
líneas de su rostro, pero tenía miedo de despertarlo. Entonces aquella
vulnerabilidad desaparecería, y aquella oportunidad de ver su lado más privado
e íntimo se esfumaría.
Era
un hombre muy guapo, aunque a él no le gustaba que se lo dijeran, y era capaz
de mostrar una gran compasión, aunque a menudo la ocultaba tras una barrera de
genio y de sarcasmo. Cuando lo miraba como en ese momento, libremente, sin que
él se diera cuenta, podía ver todas las razones que habían hecho que se enamorara
de él.
Cuando
Michael empezó a ponerse nervioso, se inclinó para intentar levantarlo sin
despertar a Zac, pero en cuanto él sintió el primer movimiento abrió los ojos,
que estaban adormilados y muy cerca de los de ella.
Ness:
Lo siento, no quería despertarte.
Él
no contestó, y continuando con un sueño que Vanessa no podía ver, pero del que
era parte fundamental, le puso una mano en la nunca y la acercó hasta que sus
labios se encontraron. La besó con una ternura que ella no había sentido en mucho
tiempo, y que parecía contener un ofrecimiento, una promesa.
Vanessa
deseaba aquel compromiso, y si Zac se lo ofrecía, estaba decidida a confiar en
él.
Michael
se dio cuenta de la presencia de su madre, y decidió que era hora de comer.
Un
poco desconcertada, y deseando que la caricia se hubiera podido prolongar un
poco más, Vanessa se apartó de Zac. Michael empezó a buscar su pecho, así que
se desabrochó un par de botones de la camisa y empezó a amamantarlo.
Ness:
¿Te ha cansado mucho?
Zac:
Nos estábamos tomando un pequeño descanso. -Siempre lo fascinaba verla
amamantando al niño, y ya la había plasmado así en un boceto, aunque era algo
que no pensaba compartir con nadie-. No me había dado cuenta de la energía que
se necesita para manejar a alguien tan pequeño.
Ness:
Pues empeora con los años. En una de las tiendas, vi a una mujer con un niño
pequeño que ya andaba, y la pobre no paraba de correr de un sitio a otro. Tu madre
me ha contado que se desplomaba cada tarde, cuando por fin te quedabas rendido
y dormías la siesta.
Zac:
Eso no es verdad, yo era un niño muy bueno -protestó mientras colocaba un par de
almohadas a su espalda y se ponía cómodo-.
Ness:
Entonces, debió de ser otro niño el que pintó con un lápiz de colores en las
paredes forradas de seda.
Zac:
Eso fue un caso de expresión artística, fui un niño prodigio.
Ness:
No lo dudo.
Zac
se limitó a enarcar una ceja, pero entonces vio las bolsas que había en el suelo
de la habitación.
Zac:
Iba a preguntarte si te lo habías pasado bien con mi madre, pero creo que no
hace falta.
Vanessa
estuvo a punto de disculparse, pero se detuvo a tiempo y se recordó que tenía
que dejar de pedir perdón por todo.
Ness:
Ha sido fantástico comprarme zapatos y poder verlos estando de pie, y un
vestido con cintura.
Zac:
Supongo que perder la figura durante el embarazo debe de ser difícil para una
mujer.
Ness:
La verdad es que yo disfruté de cada minuto del embarazo, la primera vez que no
conseguí abrocharme unos pantalones me puse eufórica -se detuvo en seco, al
darse cuenta de que eso era algo que Zac no había podido vivir. Las primeras
alegrías y los miedos iniciales, los primeros movimientos del bebé... bajó la
mirada hacia Michael, y deseó con todas sus fuerzas que fuera el hijo de Zac en
todos los sentidos-. De todas formas, me alegro de haber dejado de parecerme a
un portaaviones.
Zac:
Yo diría que te parecías más a un dirigible.
Ness:
Dices unos piropos encantadores.
Zac
esperó hasta que ella se cambió de pecho a Michael, y sintió el súbito deseo de
recorrer con un dedo la zona donde el niño había estado mamando. No era un
impulso sexual, ni siquiera romántico, sino una especie de asombro maravillado;
sin embargo, colocó las manos detrás de la cabeza y comentó:
Zac:
He calentado algunas sobras que había en la nevera, pero no sé si el resultado
será comestible.
Vanessa
volvió a estar a punto de disculparse, pero llena de determinación, se obligó a
sonreír sin más.
Ness:
Estoy tan hambrienta, que me comeré lo que sea.
Zac:
Bien -se inclinó hacia delante, aunque sólo recorrió con un dedo la cabecita de
Michael-. Baja cuando se duerma; después de la tarde que me ha dado, sospecho
que se quedará rendido en cuanto acabe de comer.
Ness:
No tardaré -esperó a que él saliera de la habitación, y entonces cerró los
ojos, esperando tener el valor de llevar a cabo lo que había planeado para el
resto de la velada-.
Hacía
mucho tiempo que no había sido sólo una mujer. De pie frente al espejo del cuarto
de baño, que estaba empañado con el vaho de la ducha, Vanessa pensó que en ese
momento parecía muy femenina. El camisón que llevaba era de un tono azul muy
claro, casi blanco, y lo había elegido porque le había recordado a la nieve de
las montañas en Colorado. Tenía unos pequeños tirantes y un corpiño de encaje,
y al pasar la mano por encima experimentalmente, comprobó de nuevo la suavidad
y la finura del tejido.
¿Debería
recogerse el pelo, o dejarlo suelto?, ¿acaso importaba realmente?
¿Cómo
sería convertirse en la mujer de Zac... totalmente? Se llevó una mano al estómago
y esperó a que se disipara un poco su nerviosismo, y cuando los recuerdos amenazaron
con salir a la superficie, luchó por hacer que retrocedieran. Esa noche iba a
seguir el consejo de Amanda, y no iba a pensar en el pasado, sino en el futuro.
Amaba
a Zac con todo su corazón, pero no sabía cómo decírselo. Expresarse con palabras
resultaba difícil e irrevocable, pero su mayor miedo era que él aceptara su declaración
de amor con la misma incomodidad e indiferencia que su gratitud; sin embargo,
esa noche esperaba poder empezar a demostrarle lo que sentía por él.
Zac
se estaba quitando la camisa cuando ella apareció en la puerta del cuarto de
baño. Por unos segundos, la luz que la iluminaba desde detrás cayó de lleno en
su pelo y en la fina tela de su camisón, y él se quedó inmóvil mientras su
estómago se tensaba y un deseo ardiente lo recorría.
Entonces
ella apagó la luz del cuarto de baño, y él acabó de quitarse la camisa.
Zac:
He ido a ver a Michael -dijo, sorprendido al comprobar que era capaz de hablar
con normalidad-. Está durmiendo, así que he pensado que podría ir a trabajar una
o dos horas.
Ness:
Eh... claro -se dio cuenta de que iba a empezar a estrujarse las manos, y se
detuvo a tiempo. Era una mujer adulta, y debería saber cómo seducir a su marido-.
Ya sé que no has podido trabajar en toda la tarde al tener que cuidarlo.
Zac:
Me gusta ocuparme de él -pensó que ella parecía increíblemente delgada y frágil;
con su piel canela y el camisón azul claro volvía a ser un ángel, con una
melena de ondas caoba en vez de halo-.
Ness:
Eres un padre fantástico, Zac -avanzó un paso hacia él, mientras empezaba a
temblar-.
Zac:
Michael hace que sea fácil.
Ella
se preguntó si era normal que le resultara tan difícil el simple acto de cruzar
una habitación.
Ness:
¿Y qué me dices de mí?, ¿es que hago que te resulte difícil ser un marido?
Zac:
No -levantó el dorso de la mano para acariciarle la mejilla mientras contemplaba
sus ojos, que eran capas y más capas de un tono más oscuro que el camisón que llevaba.
Apartó la mano de repente, sorprendido por su propio nerviosismo-. Debes de
estar muy cansada.
Vanessa
contuvo un suspiro al volverse, y dijo:
Ness:
Está claro que esto no se me da nada bien. Como intentar seducirte no funciona,
vamos a intentar una técnica más práctica y directa.
Zac:
¿De verdad estabas intentando seducirme? -quería sentir diversión, pero tenía
los músculos completamente tensos-.
Ness:
Pues sí -abrió un cajón, y sacó una hoja de papel-. Éste es el informe de mi
médico, en el que pone que soy una mujer normal y sana. ¿Quieres leerlo?
Zac
no pudo evitar sonreír.
Zac:
Has pensado en todo, ¿verdad?
Ness:
Dijiste que me deseabas -dijo, arrugando sin darse cuenta el papel-. Creía que
habías sido sincero.
Él
la agarró por los brazos antes de que ella tuviera tiempo de retroceder. Tenía
los ojos secos, pero Zac vio de inmediato su orgullo herido, y la carga que
soportaba se volvió aún más pesada. Sabía que lo que tenían era aún muy frágil,
y tenía miedo de cometer un error y perderla para siempre.
Zac:
Vanessa, claro que fui sincero, te he deseado desde el primer día. No ha sido
nada fácil estar a tu lado y no poder tocarte.
Ella
posó una mano sobre su torso, y sintió que sus músculos se tensaban.
Ness:
Ahora no hay nada que te impida poder hacerlo.
Zac
deslizó las manos hasta sus hombros, y sus dedos rozaron los tirantes del
camisón. Si aquello era un error, no tenía más opción que cometerlo.
Zac:
No hay ningún impedimento desde el punto de vista físico, pero cuando te lleve
a la cama, sólo habrá sitio para nosotros dos. No habrá lugar para fantasmas,
ni recuerdos -cuando ella bajó la barbilla, la apretó más contra sí, retándola
a que volviera a alzarla-. No pensarás en nadie más que en mí.
Ninguno
de los dos supo si aquello era una amenaza o una promesa, y cuando Zac bajó la
cabeza y la besó, las manos de Vanessa quedaron atrapadas entre sus cuerpos.
Era
sólo la caricia de unos labios sobre los suyos, pero aun así la sangre de ella
pareció correr como un torrente por sus venas. La excitación que Zac podía
despertar tan fácilmente en ella la recorrió mucho antes de que las manos de él
empezaran a acariciarla, antes de que sus propios labios se abrieran.
Aunque
sus manos estaban aprisionadas, Vanessa no se sentía vulnerable, y aunque la
boca de Zac se movía exigente sobre la suya, no tenía miedo. El beso se fue
profundizando, y cuando el grado de intimidad fue creciendo, Vanessa no recordó
a ninguna otra persona.
Ella
sabía como la primera vez, suculenta y fresca. Zac devoró su boca con la lengua,
ansioso por saborearla. Con ella apretada contra su cuerpo y las luces tenues
iluminándolos, Zac supo que ya no había marcha atrás posible. Podía oír la
respiración temblorosa de ella, y el rítmico tictac del reloj de péndulo que
había en el pasillo. Estaban solos, en medio de la quietud y la oscuridad... y
esa noche iban a sellar su matrimonio.
La
excitación de Zac se incrementó aún más al notar el latido acelerado del
corazón de Vanessa contra su propio pecho. Al deslizar las manos por su cuerpo
sintió la suavidad de su piel, el tacto resbaladizo del camisón, cada temblor
que la recorría y cada suspiro que ella dejaba escapar a causa de sus caricias.
Le
mordisqueó el labio mientras sus manos se deslizaban hacia abajo con avidez, y
la pasión estalló entre ellos de forma súbita y fulminante. Cuando Zac sintió
que el cuerpo de ella se arqueaba hacia él en una ofrenda del regalo más
valioso que podía existir, su confianza, las emociones que lo inundaron
templaron su deseo y una ternura dolorosamente dulce, más valiosa que los diamantes,
ocupó su lugar.
Al
sentir que sus manos quedaban libres, Vanessa rodeó a Zac con los brazos, y el
papel arrugado que aún sujetaba en su mano cayó al suelo. Sus movimientos
seguían siendo un poco tentativos, y sintió que sus huesos se iban licuando poco
a poco, hasta que se preguntó cómo era posible que aún siguiera de pie. Su
mente, que hasta ese momento había sido un torbellino de deseo desatado, se
nubló con un placer dulce y verdadero que nunca había podido llegar a imaginar.
Sintió
el poder de sus músculos al acariciarle la espalda, y se asombró de que alguien
con tanta fuerza pudiera ser tan tierno. La boca de Zac rozó sus labios
ligeramente, de forma provocativa, como invitándola a que ella estableciera el
ritmo... o quizás estuviera retándola.
Vanessa
se apretó contra él y lo besó ávidamente, con impaciencia. Zac la levantó en
sus brazos, y bajo la luz tenue ella sólo pudo ver sus ojos azules oscurecidos
de deseo. Ninguno de los dos apartó la mirada mientras él la depositaba sobre
la cama.
Vanessa
esperaba que todo fuera rápido, un frenesí de avidez hacia la gratificación
personal, y supo que al terminar su opinión de él no habría cambiado, que su
amor seguiría igual de fuerte. Sintió su cuerpo tenso contra el suyo, y lo rodeó
con los brazos, preparada para darle lo que le pidiera.
Pero
Zac no quería rapidez, y no estaba ávido sólo de recibir, sino también de dar.
Cuando
empezó a cubrirle el cuello de besos pausados y de mordisquitos, Vanessa
también se tensó, y sólo pudo susurrar su nombre cuando él continuó su lento
recorrido por sus hombros y la curva de sus senos, y cuando después volvió a ascender
en círculos provocativos. Ella se volvió instintivamente en busca de su boca, su
mandíbula, su sien, mientras su cuerpo parecía calentarse y enfriarse de placer.
Zac
sabía que tenía que ser cuidadoso por ella. Se había sentido aterrorizado con
el primer contacto de su piel, porque a pesar de que Vanessa había estado con otro
hombre y había dado a luz a un bebé, tenía una inocencia que él había visto hora
tras hora al pintarla. Y si iba a arrebatarle esa inocencia, estaba decidido a
darle placer a cambio.
Ella
era increíblemente receptiva y sensible, y su cuerpo parecía fluir bajo sus
manos. Su piel se volvía aún más cálida en cada punto que él cubría con sus labios,
pero aunque ella le entregaba todo lo que le pedía, aún conservaba cierto aire
de timidez, de duda, y él quería llevarla más allá de ese límite.
Lentamente,
con movimientos que eran apenas un susurro contra su piel, Zac le fue quitando
el camisón mientras seguía el paso del encaje con sus labios. Cuando la oyó
gemir, sintió que estallaba en llamas. Jamás había imaginado que un sólo sonido
podía llegar a ser tan incitante y seductor.
Con
la boca abierta, le cubrió de besos la piel hasta que ella empezó a temblar. A
la luz de la lámpara, pudo ver que era absolutamente exquisita, con piel marmórea
y cabello como la plata, y que sus ojos estaban llenos de deseos y de
inseguridades.
En
su día había utilizado su habilidad y su intuición para plasmar las emociones
de ella en el lienzo, y en ese momento las utilizó para liberarla.
Vanessa
no sabía que podía existir tal grado de sensibilidad entre un hombre y una mujer.
Incluso a través de las nubes de placer y de la creciente oleada de deseo,
podía intuir la paciencia de Zac. Nunca había experimentado aquel deseo de
tocar a un hombre, y fue descubriendo su poderoso cuerpo masculino con los
dedos y las palmas de la mano, con los labios y la lengua. Sintió un anhelo
avasallador de aferrarse a él, de envolverlo con brazos y piernas y no soltarlo
jamás.
De
repente, sin aviso alguno, Vanessa se arqueó y jadeó con asombro al sentir un placer
indescriptible. Su cuerpo y su mente se vaciaron de todo aquello que no fueran
las sensaciones que la recorrían, y por un instante se sintió aterrorizada de
perder totalmente el control. Gritó su nombre al estallar en un clímax tan
fuerte, tan intenso, que cuando se fue desvaneciendo se quedó sin fuerzas y
aturdida.
Ness:
Por favor, no puedo... nunca he...
Zac:
Ya lo sé -sintió un asombro reverente, y cubrió sus labios con los suyos. Había
querido entregarle todo cuanto le fuera humanamente posible, había necesitado
hacerlo, pero no había sabido que al dar recibiría tanto-. Relájate, no tenemos
ninguna prisa.
Ness:
Pero tú no has...
Zac
soltó una carcajada ronca contra su cuello.
Zac:
Pienso hacerlo, pero hay tiempo de sobra. Quiero tocarte -murmuró, antes de
empezar de nuevo el lento y seductor recorrido-.
Era
imposible. Vanessa no creía posible que su cuerpo reaccionara con tanta pasión ante
unas caricias tan tiernas y delicadas, pero en cuestión de segundos estaba
temblando de nuevo, deseándolo y ardiendo por él. La lengua de Zac recorrió su
estómago y trazó la curva de su muslo, hasta que ella empezó a retorcerse, víctima
de su propio deseo y del ansia de regresar al paraíso que él le había mostrado.
De
repente, antes de que se diera cuenta volvió a estallar en llamas, pero esa vez,
cuando jadeó y se estremeció, Zac se deslizó en su interior.
El
gemido de él se entrelazó con el suyo, y sus cuerpos húmedos empezaron a
moverse al unísono, piel contra piel.
Vanessa
nunca se había sentido tan fuerte, tan completamente libre, como en ese momento
de unión total con Zac.
Ella
era todo lo que Zac había deseado en su vida, todo lo que había soñado, y al
estremecerse y sacudirse con un placer indescriptible, se preguntó si aquello
era real o si estaba soñando. Tenía la cara apretada contra su cuello y podía
oler su provocativa fragancia, mezclada con el especiado y terrenal aroma de la
pasión que compartían, y supo que se iría a la tumba recordando aquella mezcla
que le embargó los sentidos.
La
respiración de ella era rápida y frenética contra su oído, su cuerpo se movía
con igual desesperación bajo el suyo, y sus uñas se le hundían en la espalda
con abandono.
Zac
sabía que nunca olvidaría nada de aquel momento mágico.
Entonces
se olvidó de todo, y se dejó arrastrar hasta un paraíso que nunca antes había
conocido.
Hola Amy! La novela que comentas parece muy interesante, pero no tengo idea de cual puede ser el nombre 😂
Si la leíste hace poco, quizá aun puedas encontrar el enlace en tu historial de búsqueda. Si recuerdas o encuentras el nombre, me avisas, porfi. Tengo curiosidad en leerla 😄
¡Gracias por leer!
3 comentarios:
XD , ya me acorde de llama " La verdadera pasión " la subiste en Abril del 2015 XD . Cuidate
PD : me encanto el capitulo
Amy
Ah , cierto el 31 cumplo 16 siiii , me hago vieja :( XD
Y en noviembre mi hermanita ( de 12 ) tiene promoción pasa a secundaria ( ella está feliz xd )
Amy
Me encanto!
Qué bueno que Ness se haya desahogado con la mamá de Zac, se están haciendo amigas!
Sube pronto :)
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