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viernes, 10 de junio de 2011

Capítulo 7


William estaba sentado en el sofá de pelo del salón de su suite del hotel William Penn. Pensando en su encuentro con Miley, apoyó los codos sobre las rodillas y apoyó la cabeza entre las manos.

Saliendo del dormitorio, Max Bradley se acercó a él haciendo menos ruido que un fantasma. Que siempre apareciera cuando uno menos se lo esperaba, era algo a lo que William no acababa de acostumbrarse.

Max: Ha ido muy mal ¿verdad?

Will: Peor -replicó, mientras se apoyaba en el sofá y estiraba las piernas-. Nunca olvidaré la cara que ha puesto al decirle que, por fin, había descubierto que era inocente. ¡Dios mío! Si antes me odiaba, ahora debe de detestarme.

Max: ¿Está seguro? ¿No será usted quien se odia?

William suspiró. Sabía que era verdad.

Will: Es innegable que me siento culpable por no haberla creído aquella noche. Ojala hubiera algo que pudiera hacer para compensarla.

Max se alejó y se sirvió un coñac. Era casi tan alto como William, varios años mayor que él, y de una delgadez extrema. Tenía el rostro duro, moreno, marcado por profundas arrugas que insinuaban el tipo de vida que había llevado. La espesa mata de pelo, que siempre llevaba demasiado larga, se encrespaba encima de su sencilla chaqueta marrón.

Max sirvió una copa de coñac para William, se acercó a él y le entregó la bebida.

Max: Parece que lo necesita.

Por primera vez, William se fijó en que Max hablaba con acento norteamericano. En Francia había hablado francés como un francés. Era un hombre que se mantenía sobre todo en las sombras y que nunca se salía del papel que interpretaba, fuera cual fuese. En el trabajo que hacía Max, semejante talento no tenía precio.

William dio un sorbo de coñac, y se sintió agradecido por su efecto.

Will: Gracias.

Max: Dijo que Miley ha venido aquí para casarse -recordó-.

Will: Así es.

Max: ¿Ha conocido al hombre en cuestión?

Will: Aparentemente. Por lo que he podido averiguar es un próspero hombre de negocios, un viudo con una hija y un hijo.

Max: Y su..., dama ¿está enamorada de él?

William lo miró con incredulidad.

Will: Miley ya no es mi dama, y no tengo ni idea, no me lo ha dicho.

Max: Interesante... -Dio un largo trago de coñac-. En ese caso, supongo que debería averiguarlo.

Will: ¿Por qué? -preguntó, con burla-. Mucha gente se casa por otras razones aparte de por amor.

Max: Acaba de decir que le gustaría poder hacer algo para compensarla por lo que ocurrió en el pasado.

Will: Cierto, tal y como lo veo yo, no puedo hacer absolutamente nada -admitió-.

Max: Si la dama no quiere al hombre con quien va a casarse, entonces, podría plantearse casarse usted con ella. Así podría regresar a Inglaterra, junto a su tía y su familia. Y lo más importante, al casarse con ella pondría fin a las murmuraciones, silenciaría las lenguas maliciosas y despejaría, de una vez por todas, las dudas sobre la inocencia de la dama.

William sintió una opresión en el pecho. Hubo una época en la que nada había deseado más que casarse con Miley. Esa época pertenecía a un pasado lejano ¿o no?

¿O había estado dando vueltas a esa idea desde el momento en que había averiguado la verdad de su inocencia? ¿Era ésa la verdadera razón por la que había ido a visitar al conde de Throckmorton para hablar de su compromiso con Melissa?

Le había pedido al conde que retrasara la boda y se sintió sorprendido, además de secretamente aliviado, cuando el conde le sugirió que anulara el compromiso completamente.

Throckmorton: Creo que he cometido un error en lo que a mi hija se refiere -había dicho el conde-. Melissa es tan joven, tan inocente... Un hombre de mundo como vos..., un hombre mucho mayor. Es obvio que sois un hombre varonil, con fuertes apetitos..., para seros franco, excelencia, mi hija se siente completamente intimidada y, en particular, asustada ante la idea de compartir la cama con vos. Y dudo, aunque pase el tiempo, de que eso vaya a cambiar.

William apenas podía creer lo que oía. El hombre estaba renunciando a la posibilidad de casar a su hija con un duque. Esas cosas sencillamente no ocurrían en el mundo de nobleza.

Will: ¿Estáis seguro de que Melissa quiere acabar con el compromiso? Sería paciente con ella..., le daría la oportunidad de acostumbrarse a mí.

Throckmorton: De eso no tengo la menor duda, excelencia. Espero que comprendáis que estoy haciendo lo que creo que es mejor para mí hija.

Era sorprendente, y William felicitó por ello al conde.

Will: Lo comprendo perfectamente, y os respeto aún más por anteponer el bienestar de vuestra hija a todo lo demás. Os agradezco vuestra sinceridad y deseo a Melissa la mayor de las felicidades.

Aunque debería haberse sentido deprimido y enfadado porque sus planes para el futuro se habían venido abajo por segunda vez en su vida, William se había despedido de aquella casa con la sensación de haberse quitado un gran peso de encima. Y no lo entendía, pues se había imaginado un futuro, una familia con Melissa.

Miró a Max Bradley, que bebía coñac a sorbos en el salón de su suite.

Will: Aunque admito que la idea de casarme con Miley tiene sus ventajas, choca con el pequeño inconveniente del disgusto que siente hacia mí. Si pidiera su mano, sin duda me rechazaría.

Max: Supongo que eso es algo que debería averiguar -observó-. Y por supuesto está el asunto, no menos importante, de si usted todavía siente o no interés por ella.

¿Le importaba? Hoy, al mirar a Miley, sin rastro alguno de odio, la había visto tal y como la veía cinco años atrás, como una mujer joven, preciosa, inteligente y cariñosa. Una mujer inocente de la traición de la que él, cruelmente, la había acusado.

Will: Quiero que Miley sea feliz. Tengo una deuda enorme con ella y estoy empeñado en conseguir que así sea, cueste lo que cueste.

Max le dio una palmada en la espalda.

Max: Bien. En ese caso, le deseo buena suerte, amigo mío. Me temo que la necesitará. -Se acabó el último trago de coñac y dejó la copa encima de la mesita de caoba, delante del sofá. Dijo-: Entre tanto, debo ocuparme de ciertos asuntos, y si la información que tengo es correcta, es posible que necesite su ayuda.

William le había prometido al coronel Pendleton que le ayudaría en todo lo que pudiese.

Will: Sólo tiene que decirme lo que quiere que haga.

Max asintió sin más. Unos segundos después había salido de la habitación, desapareciendo tan sigilosamente como había entrado, y los pensamientos de William volaron de nuevo hacia Miley.

Le debía la posibilidad de ser feliz que le había arrebatado. Para conseguirlo, necesitaba saber más cosas del hombre con quien iba a casarse.

William sonrió para sus adentros.

Levantándose del sofá, se dirigió al vestíbulo, a la mesa Sheraton en la que se apoyaba una bandeja de plata con la carta que había recibido esa misma mañana: una invitación de la señora Williams Clemens para asistir a una pequeña reunión que celebraría esa noche en su casa.

A veces, ser duque tenía sus ventajas.

William ya había enviado una nota en la que aceptaba encantado la invitación.

La cena íntima con la familia de Richard, según descubrió Miley, era un banquete de veinte personas, todas formalmente vestidas, que acudieron en lujosos carruajes a la elegante mansión de ladrillo visto que la madre de Richard tenía en Society Hill.

Richard tenía la suya, una casa algo más pequeña pero no menos elegante, a unas manzanas de distancia, así como una casita en Easton, que utilizaba siempre que iba allí a trabajar, cosa que aparentemente solía ocurrir a menudo.

Miley había pasado la tarde con la madre de Richard, el hijo de éste, Tom, y su hija, Sophie; la primera vez que realmente habían pasado tiempo juntos. Richard les había acompañado un rato, pero parecía que los niños lo ponían nervioso y se había inventado una excusa para irse.

Miley casi lo disculpó. Tom y Sophie habían discutido, peleado y cogido varios berrinches a lo largo de la mayor parte del día. Todavía se peleaban cuando Miley se preparaba para regresar a la casa de tía Fiona en la calle Arch para cambiar su vestido de calle por otro de noche, más elegante.

Los niños seguían enemistados cuando Miley y tía Fiona regresaron a las siete de la tarde para recibir a los primeros invitados a la cena.

Tom: ¡Devuélveme mi caballo!

Tom tenía siete años y su hermana, Sophie, seis. Ambos eran rubios, pero el niño tenía los ojos castaños y Sophie los tenía verdes, y los dos se parecían mucho a su padre.

Sophie: ¡Es mío! -Protestó -. ¡Me lo has dado!

Tom: ¡No te lo he dado! ¡Te lo he dejado para que juegues con él!

Miley: Niños, por favor...

Miley corrió hacia ellos con la esperanza de impedir que se pelearan por última vez antes de que llegaran los invitados. Ese día, varias horas antes, su abuela había intentado calmarlos con regalos, un caballo de juguete para Tom y una nueva muñeca para Sophie, a pesar de que la sala donde jugaban cuando visitaban a su abuela estaba abarrotada de juguetes que ésta les había regalado.

Miley: Han empezado a llegar los invitados de vuestra abuela. No querréis que piensen que tenéis modales inadecuados.

Tom empezó a dar vueltas a su alrededor sin parar.

Tom: ¡No tenemos que hacer lo que nos digas! ¡No nos gustas!

No parecía que les gustase nadie, al menos, nadie que les pusiese normas; por supuesto, ni Richard ni la madre de Richard se habían molestado en intentarlo.

Miley suspiró. No podía evitar pensar en los niños del orfanato, la pequeña Marina Ann, y el pequeño Tod, que eran felices con la pequeñez más insignificante, con la mínima muestra de cariño. Tod habría apreciado como si fuera un tesoro el caballo de madera tallada que la señora Clemens había regalado a Tom. A Marina Ann le habría entusiasmado la muñeca que Sophie había arrojado a un rincón.

Miley contempló las dos cabecitas rubias que tenía delante. Conseguir que los niños la aceptaran como su madre iba a ser una tarea fuerte. Lo haría, a pesar de que sospechaba que ni a Richard ni a su madre, incluso ni a los mismos niños, les importaba si lo lograba.

La señora Clemens, una mujer grande, tan alta como Miley y de cabellos rubios entrecanos, se acercó a ella con mucho esfuerzo.

Sra. Clemens: Ha llegado el cochero de Richard para recoger a Tom y a Sophie y llevarlos a casa, donde la niñera les está esperando.

Miley se volvió hacia los niños, que seguían peleándose por el caballo de madera: Tom había arrebatado el juguete de las manos de Sophie, y ésta se había echado a llorar.

Miley: No llores, bonita -la consoló, y corrió a recoger la muñeca del rincón donde la niña la había tirado, regresó con ella y, poniéndose de rodillas, se la ofreció a la pequeña-: Mira, es tu nueva muñeca. Si quieres puedes llevártela a casa.

Sophie cogió la muñeca y estrelló la cabeza de porcelana contra la pared; se rompió en una docena de pedazos que saltaron por los aires antes de aterrizar en la alfombra.

Sophie: ¡No quiero esa muñeca fea y vieja! ¡Quiero el caballito!

La señora Clemens cogió a Sophie de la mano.

Sra. Clemens: ¡Tranquilízate! La abuela tendrá un caballito para ti la próxima vez que vengas.

La mirada que lanzó a Miley, la apartó de discutir. Madre e hijo parecían creer que la manera de lograr que Tom y Sophie se portaran bien era darles todo lo que quisieran.

Miley confiaba en que, con el tiempo, sería capaz de convencer a Richard de que la manera que tenían él y su madre de educar a los niños no era precisamente la más beneficiosa para sus hijos.

Se giró al oír la voz de su prometido que se acercaba a ella por detrás.

Richard: Lamento haberme tenido que ir, querida. En mi negocio, a veces ocurren estas cosas.

Le había dicho que se había olvidado de una importante reunión de negocios y que no le quedaba otro remedio que marcharse, pero Miley detectó un ligero aroma de bebida en su aliento. Había pasado por su casa para cambiarse de ropa y vestirse para la cena: pantalón azul oscuro, chaqueta gris clara encima de un chaleco plateado y, como siempre, estaba muy guapo.

Y la manera de mirarla, de pasear sus ojos por el vestido de seda verde de cintura alta, decía que a él también le complacía su aspecto.

Señaló con un gesto a los niños, que lo ignoraban como si no estuviera allí.

Richard: Es la cruz de ser padres. Será un alivio saber que estarás allí para cuidar de los niños -afirmó-.

Miley: ¿Estás seguro, Richard? ¿De verdad cuidaré de ellos o seré sólo su niñera?

Richard: ¿De qué estás hablando?

Miley: No estoy segura de que vayamos a coincidir en qué caprichos no deberíamos consentir a Tom y Sophie -expresó-.

Aunque la sonrisa no desapareció de su rostro, los rasgos de Richard se endurecieron ligeramente.

Richard: Estoy seguro de que encontraremos una vía, siempre y cuando no olvides que son mis hijos. En lo que a ellos respecta, seré el único que tomará las decisiones.

Las mejillas de Miley se incendiaron de rabia. Había anticipado que ésa sería la reacción de Richard. Abrió la boca para discutir, pero los invitados empezaron a llegar y, obviamente, aquél no era el lugar ni el momento para hacerlo.

La sonrisa de Richard se suavizó.

Richard: No nos peleemos esta noche, querida. Mañana hablaremos de todo esto y buscaremos una solución. Mientras tanto, tengo una sorpresa para ti. -Se movió un poco para que pudiera ver al caballero alto que les observaba a unos pasos de distancia-. Cuando le conté a mi madre que un conocido tuyo, ni más ni menos que un duque, se encontraba de visita en la ciudad, lo invitó a cenar con nosotros. -Se apartó para que pudiera ver al hombre que tenía detrás, pero Miley ya había visto a William-.

Se le cortó la respiración y su corazón empezó a latir más deprisa. ¡Dios mío! ¿Por qué la torturaba William de esa manera? Tenía que saber lo incómoda que se sentía en su presencia. Lo había amado con todo su ser. ¿No se daba cuenta de que verlo entonces le recordaba tiempos pasados? ¿Que le recordaba lo que habría podido ser?

Will: Señorita Cyrus -dijo, atrapando su mano enguantada y haciendo una reverencia mientras llevaba sus dedos a los labios-. Es un placer volver a verla.

Miley ignoró el pequeño temblor que sacudió su brazo. No sabía por que había venido, sólo deseaba que se fuera.

Comprendió que eso no pasaría cuando lo vio conversar con Richard, intercambiar unas palabras de cortesía con tía Fiona y la señora Clemens, y luego acompañar al grupo al comedor donde se serviría la cena.

William ocupó el puesto de honor en la mesa, como habría ocurrido en su país, pero la señora Clemens se sentó a su derecha y Jacob Wentz a su izquierda. El resto de los invitados ocuparon sus asientos.

Miley se sentó al lado de Richard, algo más alejados, y tía Fiona frente de ellos. William conversó amablemente con su anfitriona y habló a menudo con Richard y otros invitados varones, pero incluso cuando Miley no estaba atenta a la conversación en el transcurso de la espléndida cena, podía sentir sus ojos fijos en ella.

Hizo todo lo posible para no mirarlo, pero ¡Dios santo! Una y otra vez su mirada buscaba la de él, y se sentía incapaz de apartarla. Había algo en aquellos intensos ojos azules, algo feroz y apasionado que no debería estar allí, algo que le despertaba viejos recuerdos de lo que ambos habían sentido el uno por el otro.

Recordaba el día, cinco años antes, que habían salido a dar un paseo por el manzanar situado detrás de Sheffield Hall, la casa familiar de William.

Riéndose de algo que ella había dicho, la había sentado en el columpio que colgaba de las ramas, se había inclinado y la había besado, primero suavemente, pero con una pasión tan a duras penas contenida, que todavía recordaba el contacto de los labios de William contra los suyos, recordaba el sabor masculino de él.

El beso se había vuelto ardiente y apasionado, y Miley no lo había detenido cuando su mano se abrió paso hasta sus senos. Recordaba las suaves caricias, la sensual marea de pasión que arrolló su cuerpo, cómo sus pezones se endurecieron debajo de la blusa de su vestido de tela azul.

Miley se sonrojó.

Richard: Querida, no prestabas atención -le regañó-. ¿Has oído lo que he dicho?

Se le inflamaba la cara. Rezó para que, bajo la parpadeante luz de las velas que ardían en candelabros de plata sobre la mesa, Richard no observara el color que le subía a las mejillas.

Miley: Lo siento, me he distraído. ¿Qué decías?

Richard: He dicho que el duque ha aceptado acompañarnos a la cacería de aves que se celebrará la semana que viene.

Se las arregló para sonreír aunque no resultó fácil.

Miley: ¡Qué..., qué maravilla! Seguro que disfrutará mucho.

Richard: Estoy pensando que podríamos disfrutar de todo el fin de semana. La vivienda campestre de Jacob es bastante grande y ha invitado a todas las señoras a acompañar a los hombres.

Su estómago se retorció más aún. Pasar más tiempo con William. ¿Qué pretendía?

Miley: Suena..., muy..., agradable.

Obviamente complacido consigo mismo, Richard continuó la conversación que tenía con el duque y los otros caballeros, y Miley se concentró en la comida. ¿Por qué se entrometía William en sus vidas de aquella manera?

Miley no lo sabía, pero tenía intención de averiguarlo.


William soportó la aparentemente interminable velada, decidido a descubrir todo lo que pudiera sobre el hombre con quien Miley pensaba casarse. Era medianoche cuando regresó a su suite del hotel William Penn, y al entrar se encontró a Max Bradley esperándolo.

Sentado a oscuras, Max se levantó del sofá cuando William se disponía a encender una de las lámparas de aceite de ballena. El duque lanzó un juramento.

Will: Ojala dejara de hacer eso. Resulta muy desconcertante.

Max se rió entre dientes.

Max: Lo siento. ¿Qué tal ha sido la velada?

Will: Aburrida.

Max: ¿Ha hablado con Clemens?

William asintió.

Will: Estoy haciendo lo posible para que me agrade, pero hasta ahora no he tenido el menor éxito. Hay algo en ese hombre..., no sabría decir qué, pero he conseguido que Richard me invite a su cacería. -Sonrió levemente-. Miley nos acompañará.

Max: ¿Cuándo es?

Will: Este fin de semana.

Max: Entonces no habrá problema.

Will: ¿Qué quiere decir?

Max: Es posible que haya encontrado algo. Si estoy en lo cierto, necesitaré su ayuda.

William cruzó la habitación para acercarse a Max. Preguntó:

Will: ¿Ha confirmado que los norteamericanos quieren llegar a un acuerdo con Francia?

Max: Eso parece. Hasta ahora sólo he oído rumores..., algo relacionado con un barco de vela al que llaman el clíper Baltimore.

Will: ¿De veras?

Max: Hay una pista que necesito seguir. No estoy seguro de cuánto tiempo estaré ausente.

Will: Hágame saber si hay algo que yo pueda hacer.

Según Max, un hombre de la posición social de William tendría más acceso a las altas clases y, por lo tanto, a los hombres que tenían conocimiento de la información que él buscaba.

Max: Le comunicaré si lo necesito. Mientras tanto, procure descansar, le hace falta.

William asintió más cansado de lo que debería haber estado.

Will: Buena suerte, Max.

William se dirigió a su dormitorio, y dejó que Max desapareciera como tenía por costumbre.

Mientras se desvestía, sus pensamientos volvieron a las primeras horas de la velada y a los inquietantes hechos que había presenciado.

Se había presentado en casa de los Clemens lo bastante pronto para ver a Miley con los niños de Richard. Estos eran unos diablillos malcriados, sin modales y, sobre todo, sin nadie que les pusiese freno. Peor aún, por las palabras de Richard, éste no tenía la menor intención de permitir que Miley tuviera voz ni voto en la educación de sus hijos.

William pensaba que los niños saldrían ganando si Miley se ocupaba de ellos. Siempre había tenido buena mano con los niños. Ellos habían planeado tener muchos hijos; y en la merienda benéfica a la que había acudido la había visto con varios huérfanos que parecían adorarla, como siempre se imaginaba que ocurriría.

Pero Richard parecía demasiado dominante para notar las ventajas que podría ocasionar a sus hijos, lo cual le hizo pensar en qué otras cosas sería inflexible.

William se metió en la cama tratando de imaginarse qué futuro le esperaría a Miley con Richard Clemens.

Quería que fuera feliz.

Tenía que asegurarse de que el matrimonio con Richard Clemens traería a Miley toda la felicidad que se merecía.




Puede que no os esté pareciendo muy interesante, pero os aseguro que mas adelante lo será.
Comentad porfis, aunque sean 2 palabras.
A lo mejor es que no tenéis tiempo, si es así, espero que lo saquéis.
Pasaos por esta nove:
Mas tarde pongo otro capi.
¡Bye!
¡Kisses!

3 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

Por mi parte si me parece interesante la novela..
si no te comento seguido es por falta de tiempo..
Espero que Will descubra algo sobre el prometido de miley...
y esos niños malcriados me caen mal.. hahha ok/no...
siguela..
:D

TriiTrii dijo...

Esta nove enteresante!!
Me gusto mucho
A ver q se trae el prometido d miley detrás d las mangas hahaha
Siguelaaa
Esta superrr
Y eso niños me recuerdan a mi cn mi hermana d pequeñas xD
Hahahahaha
Bye byeee ;)
Kiisss

Natalia dijo...

A mi no me gusta mucho las pintas que tiene el futuro marido de Miley.. mejor que se quede con William.. jiji
Mañana ya leeré otros cuantos capitulos si puedo.. :)
Muackk

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