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domingo, 26 de junio de 2011

Capítulo 30


Miley paseaba por su habitación, contigua a la que compartía con William. Era temprano y, sin embargo, el sol estaba alto y parecía como si el frío día de febrero pudiera llegar a ser medianamente templado. Al acercarse a la ventana con puertecillas divisó un nido vacío colgado sobre un árbol falto de hojas, que crecía delante de la casa. ¡Dios mío! Cuánto ansiaba la llegada de la primavera.

Miley se dio la vuelta al oír un suave golpe en la puerta. Un momento después, Taylor entró en la habitación.

Taylor: Ya estás levantada y vestida.

Miley: He hablado con una de las camareras. Le he pedido que sea mi doncella hasta que encontremos a alguien que te pueda reemplazar de forma permanente.

Pero hasta ese momento, dada la calidad del trabajo que desempeñaba Taylor, no había encontrado a nadie adecuado.

Taylor lanzó un suspiro.

Taylor: Trato de imaginarme siendo una condesa, pero no es fácil hacerlo. Deseo tanto complacer a Robert, pero tengo miedo de desilusionarlo.

Miley: No seas tonta. No vas a desilusionarlo. Fuiste bien criada y recibiste una buena educación. Has sido mi doncella los últimos cinco años. Sabes mucho sobre lo que supone ser una dama.

Taylor se apartó de ella.

Taylor: Rezo para que tengas razón.

Miley: Además, tú lo amas y él a ti. Eso es lo único que importa.

Lo único que importa, ahora Miley lo sabía. Quería a William desde lo más profundo de su ser. Lo que más deseaba en el mundo era que William también la quisiese de igual manera.

Taylor se acercó a la ventana y se colocó al lado de Miley. Por primera vez, Miley leyó la preocupación en su cara.

Miley: ¿Qué ocurre, querida? ¿Qué sucede?

Taylor: Hay algo que debo decirte..., algo que Robert me dijo anoche. He estado pensando en ello toda la mañana y creo que deberías saberlo. Tiene que ver con el norteamericano, Richard Clemens.

Miley: ¿Robert te ha contando algo de Richard?

Taylor respiró hondo.

Taylor: Robert me dijo que Richard tenía una pésima reputación, que tenía fama de ser un terrible mujeriego. Dijo que todo el mundo sabía que tenía una amante, de hecho, más de una. Al parecer, Richard le dijo a Emer Seaver, el hombre con quien Robert estaba en deuda, que incluso después de casado tenía intención de proseguir su relación con Madeleine Harris, la mujer a la que mantenía en el campo, cerca de su fábrica de Easton. Robert los oyó hablando del asunto.

Miley se puso pálida.

Miley: ¿Richard tenía intención de ser infiel incluso después de habernos casado?

Taylor: Eso es lo que Robert cree. Piensa que el duque descubrió las intenciones de Richard y por ese motivo te obligó a casarte con él.

Miley se quedó mirando fijamente por la ventana, mientras la cabeza le daba vueltas.

Miley: William dijo que no creía que casarme con Richard me hiciera feliz.

Taylor: Te conocía, Miley. Debía de saber que nunca serías feliz con un hombre que te sería infiel.

Por un momento, Miley se quedó sin habla. William se había casado con ella para librarla de una vida desgraciada con Richard. Había hecho lo mejor que podía hacer para protegerla. La invadió una dolorosa oleada de emoción. Desde el día en que William había reaparecido en su vida, no había demostrado más que interés hacia ella. A cambio, ella había destrozado su oportunidad de tener un día un hijo propio.

No habría heredero, y si algo le ocurría a William, su familia quedaría a merced de Artie Bartholomew y todo sería culpa suya.

Miley: Gracias por decírmelo -dijo suavemente-.

Taylor: Sé que amas al duque. No lo has dicho, pero lo leo en tus ojos siempre que lo miras. He pensado que te gustaría saberlo.

Miley simplemente asintió. Le dolía la garganta y sentía una punzada en el corazón. Taylor amaba a Robert y nunca haría nada que le hiciera daño. Miley amaba a William, más de lo que nunca había soñado, pero al privarlo de tener hijos le causaba un enorme daño.

Taylor abandonó en silencio la habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido, y Miley se quedó mirando por la ventana. Incluso en ese momento había una alta probabilidad de que su primo, Arthur Bartholomew, estuviera conspirando para asesinarlo y conseguir la fortuna de los Sheffield. Su familia corría peligro y la culpa era enteramente suya.

Las lágrimas nublaron su visión. Amaba a William, de hecho, nunca había dejado de amarlo, ni siquiera en los años que habían estado separados. Una vez casados, ella había intentado convencerse de que su esterilidad no tenía importancia. Tía Fiona así lo creía.

Hasta William lo había dicho.

Pero, en el fondo de su corazón, Miley no conseguía convencerse. Se sentía como si sólo fuera mujer a medias, esposa a medias. Se había casado con William de manera fraudulenta. Si le hubiera contado la verdad desde el principio, William nunca se habría casado con ella.

Miley respiró entrecortadamente. Le dolía el corazón, que latía débilmente en su pecho. Se había mentido a sí misma demasiado tiempo. Por muy doloroso que fuera, por mucho que le costase, Miley sabía lo que tenía que hacer.


Miley se había retirado a dormir, pero William no estaba listo para seguirla. En su lugar, como había estado haciendo últimamente, recorrió el pasillo y se fue a su estudio. Allí las chimeneas estaban encendidas, una en cada lado de la habitación, y calentaban el interior del frío de febrero.

Distraídamente, avanzó hacia la repisa de mármol de la chimenea, con la mente en el accidente del coche, el incendio de su habitación y el hombre responsable de ambos. Mientras pasaba por delante de las sillas de piel de respaldo alto, distinguió el débil contorno de un hombre, y sus músculos se tensaron.

Entonces reconoció la oscura y alta figura de su amigo Max Bradley.

Will: ¡Maldita sea! Tiene una habilidad especial para aparecer de repente ante uno. -Se dejó caer cansinamente en la silla opuesta a la que ocupaba Max-. Hay guardias alrededor de la casa. ¿Cómo diablos ha logrado entrar?

Max se encogió de hombros.

Max: Una de las puertas-ventanas estaba abierta. No es una buena idea, considerando que alguien quiere verlo muerto.

No le sorprendió que Max estuviese enterado. Eran pocas las cosas que ocurrían sin el conocimiento de Bradley.

William suspiró.

Will: Ojala supiese quién ha sido.

Max: Puedo decirle quién no ha sido.

William se inclinó hacia delante en su silla.

Will: ¿Quién?

Max: Byron Shine.

Will: Está aquí en Londres. Hablé con él anoche. ¿Cómo puede estar seguro de que no se trata de él?

Max: Porque los franceses han decidido no comprar el clíper Baltimore. Eso ocurrió hace casi dos semanas, bastante antes de que prendieran fuego a su habitación. Acabamos de saberlo. Shine ha venido a Londres por un asunto totalmente diferente y planea marcharse al final de la semana.

William se pasó la mano por los cabellos.

Will: ¡Dios santo!

Max: Por lo menos puede borrar un nombre de la lista.

Will: Dos -afirmó-. Carlton Baker ha zarpado rumbo a Filadelfia, aunque para ser sincero, nunca llegué a creer que fuera él. Desgraciadamente, eso significa que aún quedan dos sospechosos principales.

Max: Artie Bartholomew y Jason Reed -concluyó Bradley-.

Will: Exactamente. Justin McPhee tiene vigilado a Reed, mientras su socio, Yarmouth, vigila a mi querido primo Artie.

Max: Correré la voz de que busco información. Si averiguo algo, se lo haré saber.

Will: Se lo agradecería.

Max se levantó de la silla.

Max: Manténgase alerta, amigo mío.

William también se levantó.

Will: Lo acompañaré fuera. No sea que lo mate uno de mis hombres.

Max sonrió. Había pocas probabilidades de que los guardias llegaran a verlo. No obstante, William lo acompañó hasta la puerta que abrió, dejando claro a los hombres que hacían guardia afuera de que se trataba de una persona conocida. Max se deslizó silenciosamente en la oscuridad y desapareció.

Con un suspiro, William cerró la puerta y se dirigió a la escalera que conducía a su habitación, aunque dudaba de que consiguiera dormir. De todas maneras, con Miley a su lado, descansaría y hasta que todo hubiera acabado y estuviera seguro de que ella estaba a salvo, se conformaría con eso.


La oscuridad envolvía la casa. Alegando dolor de cabeza, Miley se había retirado a la habitación que compartía con William en la planta de arriba. Necesitaba tiempo para ella, tiempo para asimilar la decisión que había tomado.

Sabía que era la correcta, que su conciencia no le permitiría nunca interponerse en el futuro de William. Necesitaba hijos, necesitaba una esposa que pudiera dárselos.

Durante semanas, había estado segura de que, una vez que conociera la verdad sobre su imposibilidad de tener hijos, se divorciaría de ella. En cambio, se había culpabilizado del accidente y había dicho que no le importaba su esterilidad.

No era cierto y ambos lo sabían.

Después de escuchar a Taylor, todas las dudas que había aclarado, habían vuelto a emerger de lo más profundo de su ser. Ella había sabido la verdad desde el principio, había sabido que tarde o temprano, tendría que renunciar a él.

La puerta se abrió y William entró silenciosamente en la habitación. Miley escuchó el ruido de sus pisadas mientras se movía por la habitación preparándose para irse a la cama. Incluso en esta ala de la casa, ella dormía junto a él, y ella se deleitaba con la proximidad. Dormía desnudo y ella había aprendido a hacer lo mismo, compartían el calor de sus cuerpos, lo que les mantenía calientes durante la noche.

Durante todo el día había pensado en él, en la conversación que había tenido con Taylor y en cómo William se había esforzado para que las cosas funcionaran entre ellos. Se había empeñado en hacerla feliz, y lo había conseguido, más de lo que nunca hubiera podido imaginar.

Mientras observaba sus silenciosos movimientos, su corazón se hinchó de amor hacia William. Él pensaba que ella dormía, en cambio, ella lo observó mientras se desnudaba, con una gracia de la que carecían la mayoría de los hombres. Se quitó el pañuelo, la chaqueta y el chaleco, y entonces se quitó la camisa, quedando desnudo de cintura para arriba. Era todo músculo y una suave piel ligeramente morena, ejercitando tendones que cruzaban sus costillas contrayéndose cuando se inclinaba para quitarse los zapatos y las medias.

Se deshizo del pantalón y de la ropa interior, dejando al desnudo sus anchas, redondeadas y musculosas nalgas, y ella pensó lo mucho que le gustaba tocarlo, sentir el movimiento de sus músculos debajo de sus manos. Desnudo, caminó por la alfombra sin hacer ruido hacia el lado opuesto de la cama, un hombre varonil cuya masculina anatomía resultaba impresionante incluso cuando no tenía el miembro erecto.

Miley le observó y su corazón se contrajo de dolor. Había tomado una decisión. Lo abandonaba. Lo dejaba libre, solucionando los problemas, tal y como debería haber hecho mucho tiempo antes.

Miley sintió el peso de su cuerpo en el lado de la cama próximo a ella y le dolió pensar que ésta sería la última noche que pasarían juntos. William debió de sentir que ella estaba despierta porque se acercó a ella hasta tocarla y la rodeó con sus brazos.

Will: ¿Problemas para dormir?

Miley: Te estaba esperando.

William se inclinó sobre ella y la besó suavemente.

Will: Me alegro.

Miley le pasó los brazos por el cuello y sintió una oleada de amor hacia él, seguida rápidamente de deseo. Esa noche lo deseaba como no lo había deseado nunca. Quería pasar esa última noche con él, necesitaba esas últimas horas, esos últimos y preciosos recuerdos para reunir el valor para marcharse.

Miley bloqueó la tristeza que la invadía y se concentró en hacer el amor, decidida a disfrutar juntos esos momentos de despedida. William volvió a besarla, un beso largo e intenso que despertó sus sentidos y la derritió por dentro. Ella arqueó su cuerpo hacia él, presionando sus senos contra el pecho musculoso del hombre, sintiendo el cosquilleo de su vello suave y claro contra su piel.

William bajó la cabeza hasta su pezón, y un sollozo de placer invadió su garganta. Le siguió otro sollozo, éste un grito de despecho, aunque ella no dejó que él lo oyera. Cada vez que la tocaba, cada vez que su cuerpo se unía al de ella, se sentía más profundamente enamorada, y porque lo amaba tanto, quería que él tuviese la vida que deseaba.

Quería que William fuese capaz de proteger a su familia, de cumplir con su deber con ellos, un deber que tanto significaba para él.

Sólo había una manera de que eso ocurriese y se disponía a hacerlo al día siguiente. Sólo tenían esa noche, ese último y breve momento en el tiempo, que la acompañaría el resto de su vida.

Arqueándose hacia fuera para facilitarle el acceso, sintió un profundo tirón en la parte baja de su vientre mientras él tomaba la plenitud de su seno en su boca. Le separó las piernas con la rodilla y la montó, sin dejar de besarla, tomándola profundamente con la lengua mientras se introducía dentro de su cuerpo.

«William..., mi queridísimo amor», le dijo sin palabras. Nunca pronunciaría esas palabras. Gozaría de esa noche de amor, se fundiría con él por última vez. Por la mañana se marcharía.

Miley colocó los brazos alrededor del cuello de William y se colgó de él mientras la penetraba profundamente. Acompasó su ritmo al de él, arqueando el cuerpo para recibir mejor sus embestidas el rostro hundido en su cuello mientras alcanzaban el clímax juntos. Con cada vaivén, su cuerpo se llenaba de placer y de un deseo, dulce y triste, por lo que nunca podría ser.

Miley cerró los ojos contra el dolor desgarrador que sentía en el corazón cada vez que sus cuerpos se juntaban y se concentró, en cambio, en la pasión y el increíble amor que sentía por William.

Llegaron al orgasmo juntos, los músculos de William se tensaron mientras derramaba su semilla dentro de ella. Pero no nacería un hijo de ella, no de ellos, ni esa noche ni nunca.

Miley reprimió un grito con tanta desesperación que sus ojos se llenaron de lágrimas. Se volvió para que William no las viera y dejó que él la acomodara en el colchón a su lado.

Will: Que duermas bien, amor mío -dijo, y le besó la frente antes de tumbarse y hundir la cabeza en la almohada-.

Pero Miley no durmió. No esa noche, ni dormiría la mayoría de las noches en soledad que la esperaban. Las lágrimas se escaparon por debajo de sus pestañas mientras permanecía tumbada en la oscuridad escuchando la profunda respiración de William. Memorizaba su sonido para los solitarios años que tenía por delante.


Eran las primeras horas de la tarde. William no había visto a Miley desde esa misma mañana cuando la había dejado en la cama; apenas había dormido la noche anterior y estaba preocupado por ella.

Más incluso desde que había recibido una nota suya pidiéndole que se reuniese con ella a las tres de la tarde en el salón Chino.

Con sus columnas de mármol negras y doradas, los muebles lacados en negro y con bordados dorados, la sala se utilizaba principalmente para recibir invitados en ocasiones especiales, un escenario extremadamente formal que le hacía preguntarse por qué su mujer lo había citado allí.

Entró con la nota en la mano y se sorprendió al encontrar a su madre sentada en uno de los sofás de bordado, con un vestido de seda azul marino, el cabello salpicado de canas perfectamente peinado, y tan desconcertada como él.

Miriam: He recibido un mensaje de Miley -explicó la duquesa viuda, mostrándole una nota que se parecía mucho a la que él había recibido-. Me ha pedido que me reuniera aquí con ella a las tres.

Will: He recibido el mismo mensaje.

Miriam: ¿Tienes idea de por qué nos ha pedido que viniéramos?

Will: Ninguna en absoluto. -Y por alguna extraña razón, había empezado a sentirse inquieto-.

Miriam: Tal vez deberíamos pedir que nos trajeran un té -sugirió mirando hacia la puerta abierta mientras William se sentaba frente a ella-.

Pero justo en ese momento apareció Wooster, que anunció la llegada de la duquesa y William se puso de pie.

Miley: Lamento haber interrumpido vuestro día -dijo, entrando con decisión en el salón-.

Will: En absoluto -replicó. Detrás de ellos, Wooster se apresuró a cerrar las puertas correderas, dejándolos a solas-.

William aprovechó el momento para estudiar los rasgos delgados de su esposa. La palidez de su piel y las ojeras aumentaron su preocupación.

Miriam: ¿Quieres que pida que nos traigan el té? -preguntó, pero Miley negó con un gesto de cabeza-.

Miley: Seré breve. Tengo algo importante que decir y quiero que ambos lo oigáis.

William lanzó una mirada a su madre, que empezaba a estar tan preocupada como él.

Will: Te escuchamos -dijo, y volvió a sentarse-.

La mirada de Miley se paseó de la mujer sentada en el sofá a William.

Miley: Le he pedido a tu madre que nos acompañe porque he pensado que si no consigo hacerte entender lo que voy a decir, tal vez ella será capaz de convencerte.

Algo se removió dentro de él, algo que le gritó una señal de alarma. Sus latidos se aceleraron, y sintió un martilleo sordo en el pecho.

Miley fijó su atención en la duquesa.

Miley: Hay una cosa que debéis saber, excelencia, algo que no le dije a William hasta que fue demasiado tarde.

Y, de repente, lo supo.

Miriam: ¡No! -dijo la duquesa viuda, poniéndose en pie-. ¡No!

Miley la ignoró.

Miley: Sufrí un accidente en los años que William y yo estuvimos separados. Un accidente a caballo. A causa de las heridas, padecí una lesión interna a consecuencia de la cual nunca podré tener hijos. Soy estéril, excelencia.

Will: ¡Basta! -Su corazón palpitaba ahora con tanta fuerza que le parecía que iba a salirse de su pecho. Abalanzándose hacia su esposa, la tomó por los hombros-. Esto es asunto nuestro. ¡Nuestro! ¡Nuestro y de nadie más!

Ella no lo miró, simplemente siguió hablando. Bajo sus manos, él podía sentir que temblaba.

Miley: Me aproveché de él, excelencia. Debería haberle dicho la verdad, pero no lo hice. En aquel momento, supongo que no pensaba con claridad o yo..., yo no me di cuenta de lo necesitada de un heredero que estaba su familia.

William la sacudió. No podía dejar que continuara, no podía dejar que se humillara más.

Will: Te prohíbo que continúes con esto, Miley. Eres mi esposa. Mi madre no tiene nada que decir en este asunto.

Miley se volvió y él pudo ver el brillo de las lágrimas. Podía ver cuánto le costaba esto, ver el dolor en sus ojos, y sintió una emoción tan fuerte, tan poderosa que por un momento fue incapaz de hablar.

Miley: Tu madre tiene derecho a saber la verdad -dijo suavemente-, el derecho a saber que mientras esté casada contigo, su futuro corre peligro. -Se volvió hacia la duquesa-: Sólo existe una manera de resolver este problema. William debe casarse con una mujer que pueda darle un hijo. Y para hacer eso, debe divorciarse de mí.

Una sensación de terror aprisionó el corazón de William a la vez que desataba su furia.

Will: ¡Esto es una locura! ¡No habrá ningún divorcio en esta familia! Estamos casados ante los ojos de Dios todopoderoso y ante la ley. Y eso no cambiará.

Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

Miley: Tienes que hacerlo, William. Tienes un deber...

Will: ¡No! Mi primer deber es hacia ti, Miley, y hacia nadie más. -La tomó en sus brazos y ella tembló aún más-. Te perdí una vez -dijo, con la cara hundida en sus cabellos-. No volveré a perderte.

El suave llanto de Miley desgarró el alma de William. Sentía un dolor indescriptible en el corazón. Ella se apartó y se volvió a mirar a su madre. Seguía sentada en el sofá, más pálida de lo que William la había visto nunca, mientras los ojos de un azul claro se iban llenando, poco a poco, de lágrimas.

Miley: Hacedle entender... -suplicó-. Hacedle entender que no existe otra vía.

La madre de William no dijo nada, se quedó sentada mirando a William como si fuera una criatura que ella no hubiera visto nunca.

William la cogió por los hombros.

Will: Mi madre no tiene voz ni voto. Soy tu marido y no me divorciaré de ti ¡ni ahora ni nunca!

Miley lo miró a los ojos. Parpadeó y las lágrimas siguieron rodando por sus mejillas.

Miley: Entonces, seré yo quien me divorcie de ti, William.

Y soltándose, echó a correr, atravesando a gran velocidad la amplia puerta doble y alejándose por el pasillo.

Will: ¡Miley! -Salió corriendo tras ella-.

Miriam: ¡William! -La brusquedad de la voz de su madre le hizo detenerse en seco-.

William se volvió para mirarla.

Will: No pierdas el tiempo, madre. Nada de lo que ha pasado es culpa de Miley, sino mía.

Miriam: Pero...

Will: Lamento que las cosas no hayan salido tal y como las planeaste. Pero la quiero y no pienso dejar que se vaya.

Las palabras brotaron de lo más profundo de su ser y, en el momento de decirlas, supo que eran verdad. Había intentado no amar a Miley, había hecho todo lo que estaba en su poder para controlar sus emociones en lo que a ella se refería, pero en los últimos meses, ella había llegado a convertirse en todo para él.

Absolutamente todo.

Girándose, se dirigió de nuevo a la puerta, caminando a grandes zancadas por el pasillo hasta las escaleras que conducían a la habitación que compartían en la segunda planta.

Wooster lo detuvo al pie de la escalera.

Wooster: No está arriba, excelencia.

Will: ¿Dónde está?

Wooster: Me temo que la duquesa ha abandonado la casa.

Will: ¿Qué?

Wooster: Antes de ir al salón, había pedido que le prepararan el carruaje. Al salir, ha recogido su capa y ha corrido hacia la puerta principal. Esa ha sido la última vez que la he visto, señor.

William tuvo que hacer un esfuerzo para no coger al viejo por la solapa y zarandearlo por haberla dejado marchar. Fuera había un asesino suelto. La vida de Miley podría correr peligro.

Pero la culpa no era del mayordomo, sino suya.

Si le hubiera dicho que la amaba, si hubiera dejado claro que ella era lo más importante de su vida, de su mundo, Miley habría entendido que no tener un hijo suyo ya no importaba. Lo único que realmente le importaba era ella.

El coche había desaparecido de la vista cuando alcanzó la puerta. William dio media vuelta y corrió hacia los establos. La encontraría, la traería a casa y le diría lo que sentía por ella. Sólo rezaba para que no fuese demasiado tarde.

William casi había llegado a los portalones de los establos cuando Robert McKay y Taylor Marley lo alcanzaron.

Robert: ¿Qué diablos ocurre?

Taylor: ¿Dónde está Miley? Uno de los lacayos ha dicho que se ha ido en su carruaje. Ha dicho que estaba llorando. ¿Por qué lloraba, excelencia?

William sintió un dolor en el pecho.

Will: Ha habido un malentendido. Tengo que encontrarla y hacerle comprender... -Miró a McKay-. Ahí fuera anda suelto un asesino. Es posible que corra un grave peligro.

Robert: Iré con usted. -Le dio un golpecito en el hombro-. ¡Vamos, démonos prisa!

Corrieron hacia el establo, con Taylor pisándoles los talones. Los dos hombres echaron una mano para poner las monturas a los caballos y que estuvieran listos lo más rápidamente posible.

Mientras un par de mozos apretaban las correas, William se dirigió a Taylor:

Will: ¿Alguna idea de adónde puede haber ido Miley?

Taylor: El único sitio que se me ocurre es Wycombe Park. Allí siempre se ha sentido a salvo, y lady Wycombe está en su casa. Pero, estos últimos días se ha comportado de una manera extraña y no estoy segura de lo que podría hacer.

Will: Nos dirigiremos a Wycombe. Nos detendremos en el camino y averiguaremos si alguien ha visto el carruaje de la duquesa de Sheffield. Lleva el escudo. Si viaja rumbo a Wycombe, alguien habrá visto el coche.

Los hombres montaron en sus sillas planas de piel. William cabalgaba a Thor, su semental negro, y Robert a un elegante caballo castrado, de color castaño. Los dos animales estaban inquietos, deseosos de emprender la marcha.

Taylor agarró la pierna de Robert.

Taylor: Ten cuidado. -Y mirando a William, añadió-: Los dos.

Robert se inclinó en su montura y la besó fugazmente.

Robert: Habla con los criados. A ver si puedes averiguar adónde ha podido ir la duquesa.

Taylor asintió, haciendo bailar los gruesos rizos rubios que le enmarcaban el rostro.

Taylor: Averiguaré lo que pueda.

Los hombres clavaron las espuelas en sus monturas y salieron disparados. En cuestión de segundos, en medio de un jaleo de cascos que golpeaban el empedrado, se dirigieron a la carretera que conducía al pueblo de Wycombe.

Las horas transcurrían lentamente. Los caballos manifestaban el cansancio y un frío punzante paralizaba los huesos. Se detuvieron en cada posada y granja del camino, hablaron con una docena de viajeros y media docena de carreteros, pero nadie había visto el carruaje con el escudo de Sheffield.

Era de noche cuando detuvieron sus cabalgaduras por decimoquinta vez en una carretera llena de cortes.

Will: No se ha dirigido a Wycombe -dijo con voz cansada-. De eso podemos estar seguros.

Robert: Tenemos que regresar a la ciudad -propuso-. Es posible que Taylor ya haya descubierto los planes de la duquesa.

Los dos hombres hicieron dar la vuelta a los caballos y entonces galoparon de cara al viento. Bajo cero, y con la temperatura bajando aún más, sus chaquetas no eran protección suficiente contra el viento helado.

William avivó al caballo. Dijo:

Will: Estaba tan seguro de que se había ido a casa de su tía...

Robert: Es posible que quisiera estar unas horas a solas y que haya decidido volver a casa -dedujo-.

William sacudió la cabeza.

Will: Está convencida de que deberíamos divorciarnos. No habría tomado una decisión tan seria sin haberla meditado bien. Se ha hecho el firme propósito de que así debe ser y, a menos que pueda convencerla de lo contrario, eso es lo que hará.

Robert: Ella lo ama, William. ¿Por qué querría el divorcio?

William suspiró.

Will: Es una larga historia. Basta decir que si hubiera sido tan sincero sobre mis sentimientos como usted lo fue con Taylor, es probable que esto no hubiera ocurrido.

Robert sonrió.

Robert: Entonces, no debemos preocuparnos. Tan pronto como la encuentre, dígale lo que siente por ella, y todo acabará bien.

William rezó para que Robert no se equivocara. Sin embargo, su preocupación iba en aumento. Una vez tomada una decisión, Miley podía ser tan testaruda como él, y ella estaba sinceramente convencida de que hacía lo que era mejor para él.

¡Dios, qué enredo! Sólo rezaba para que estuviese a salvo, allí donde se encontrase.

1 comentarios:

TriiTrii dijo...

Pobre will
Robert tiene razón
Tiene q decirle q la ama!!!!
Ojalá y la encuentre
Y q no le pase nada malo a miley....
Siguelaaa
Me encanta tu novee :)
Bye byee

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