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sábado, 18 de junio de 2011

Capítulo 22


Miley se hallaba sentada delante de su tocador mientras Taylor ocupaba el banquillo de terciopelo dorado situado al pie de la cama con dosel. En la última media hora, no habían dejado de hablar de Robert McKay.

Taylor: Pero ¿el duque está seguro de que Robert saldrá pronto de la prisión? -preguntó, y no por primera vez-.

Miley: Piensa que tardará uno o dos días, pero, sí, William ha prometido que se ocupará de que así sea. No ha querido presionar demasiado a las autoridades para no levantar sospechas.

Taylor: Pero, has dicho que Robert está herido. Si es así, necesita alguien que lo cuide, que se asegure de cuidar las heridas.

Miley se estiró en el taburete donde había estado sentada mientras Taylor daba los últimos toques a su cabellera castaña, recogida en alto. Esa noche, ella y William iban a asistir a una ópera cómica, Virginia, que daban en Drury Lane, y después asistirían a una velada organizada en honor del cumpleaños del alcalde. Por fin había empezado su vida social como esposa del duque, y Miley estaba decidida a cumplir con sus obligaciones.

Miley: Escúchame, Taylor, ya sé que estás preocupada pero debemos proceder con cautela. William dice que las heridas de Robert no ponen en peligro su vida, y saldrá pronto de la prisión.

Lo cierto es que Robert había contado la increíble historia de que era el verdadero conde de Leighton, la única parte del relato que Miley no había revelado a su amiga. Había dejado esa noticia para que se la diera Robert, insegura, en el caso de que resultara cierta, del efecto que tendría en su relación.

En aquellos momentos, el mayor problema de Robert consistía en demostrar su inocencia y, hasta que eso ocurriera, corría un grave peligro. Por supuesto, ella no le había contado nada de esto a Taylor.

Al oír una llamada familiar en la puerta, y saber que sólo podía tratarse de su William, Miley se apresuró a comprobar su aspecto en el espejo.

Miley: ¡Oh, no, he olvidado las perlas! -Y, girándose, fue corriendo hasta el joyero que había encima de su tocador, abrió la bolsa de seda rojo y vació su contenido sobre su mano. Mientras se apresuraba a abrir la puerta, se volvió para mirar a su amiga-. Deja de preocuparte, querida. Dentro de un par de días volverás a ver a Robert.

Taylor asintió y Miley reconoció el brillo de las lágrimas en sus ojos.

Taylor: El duque y tú habéis sido tan generosos con nosotros...

Will: Tonterías -dijo una voz desde la puerta-. Eres una amiga muy querida, Taylor.

William entró en la habitación y Miley le besó en la mejilla, viendo, como sucedía a menudo últimamente, indicios del antiguo William, que siempre había sido tan amable con los demás. Taylor desapareció silenciosamente de la habitación, y Miley le dio las perlas a William.

Miley: ¿Te importaría ponérmelas?

William sonrió mientras cogía las perlas, se las colocaba alrededor del cuello y abrochaba el cierre de diamantes. Retrocedió para ver el resultado.

Will: Las perlas lucen espléndidas, lo mismo que tú.

Ella sonrió.

Miley: Gracias.

Will: Nunca te he hablado de ellas. ¿Te gustaría escuchar su historia?

Miley: Oh, sí. -Podía sentir el peso reconfortante de las perlas, la manera en que parecían ajustarse perfectamente alrededor de su cuello, igual que lo hicieron la última vez que las había llevado hacía de eso ya tantas semanas-. Me encantaría escucharla.

Will: Te advierto que no es apta para miedosos.

Ella arqueó una ceja.

Miley: Ahora has picado mi curiosidad -dijo con algo de picardía-.

William acarició las perlas un instante con los dedos.

Will: Como te dije, el collar se hizo en la época medieval, por encargo del poderoso lord Fallon. El conde había elegido personalmente todas las perlas y los diamantes y se los entregó como regalo de bodas a su prometida, lady Ariana de Merrick. El día en cuestión, ella llevaba el collar mientras esperaba la llegada del novio al castillo de Merrick. Según cuenta la historia, era un matrimonio de amor sin comparación entre ningún otro de su tiempo. Desgraciadamente, una pandilla de bandidos asaltó al conde y a sus hombres cuando se dirigían al castillo, y lo asesinaron.

Miley: ¡Oh, Dios mío!

Will: Al enterarse de la noticia, lady Ariana, deshecha, subió a la torre más alta del castillo y se tiró, llevando todavía las perlas. Más tarde se descubrió que llevaba en su interior el hijo de lord Fallon.

Con un nudo en la garganta, Miley tocó el collar que pareció volverse más cálido bajo sus dedos. Lo llamaban el Collar de la Novia, y por fin entendía el porqué.

Pensó en la joven madre que había perdido a su gran amor y al hijo que habría tenido de él. Intentó no pensar en el hijo que ella y William nunca tendrían, pero el pensamiento rondó su corazón.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que William apartó una lágrima de su mejilla.

Will: Si llego a saber que te afectaría tanto, no te lo habría contado.

Ella trató de sonreír.

Miley: Es tan triste...

Will: Sucedió hace mucho tiempo, amor mío -la consoló-.

Ella paseó los dedos por las perlas, percibiendo su suavidad, la forma de cada diamante perfectamente tallado.

Miley: Sabía que tenía algo de especial pero yo... -Levantó la vista para mirarlo-. No permitiré que le vuelva a ocurrir nada. Lo mantendré a salvo por ella.

Él inclinó la cabeza y la besó ligeramente en los labios.

Will: Sé que lo harás.

Respirando hondo, ella miró hacia la puerta.

Miley: Supongo que deberíamos irnos. -Pero, realmente, no quería irse. Era la esposa de William, pero aún había quienes no creían en su inocencia, al contrario, creían que había conseguido engañarlo para casarse con él-.

William la tomó por la mano.

Will: No queremos hacer esperar a Zac y a los demás.

Miley: No, por supuesto que no. -Pero, mientras abandonaba la habitación, del brazo de William, no podía dejar de pensar en las perlas y en la trágica historia de Ariana y de su amado, y del hijo que había muerto con ellos. Y el recuerdo la acompañó hasta bien entrada la noche-.


Una lluvia persistente golpeaba las ventanas con puertecillas de los muros de piedra amarilla Cotswold de Leighton Hall. Los ondulantes campos de la finca campestre de dos mil acres estaban cubiertos de barro y un fuerte viento soplaba sobre los pequeños muros que cercaban la casa.

En su estudio forrado de madera, Clifford Nash, quinto conde de Leighton, vagueaba delante de la chimenea en un lujoso sillón de piel. Era un hombre de cuarenta y dos años, de cabello y ojos oscuros. Guapo, había pensando de sí mismo siempre, aunque con los años había echado barriga.

Y ahora que era muy rico, no había nada que Clifford desease que no pudiese tener.

Sentado frente a él, Burton Webster, su gestor de propiedades, permanecía recto, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante.

Burton: Entonces ¿qué deberíamos hacer?

Webster había llegado a la casa media hora antes, y había entrado sin esperar a ser anunciado, obviamente preocupado.

Clifford hizo girar el coñac que había en su copa.

Clifford: ¿Cómo puedes estar seguro de que se trata de McKay?

Burton: Le digo que es él. Estaba en Evesham con su primo, Rick Lawrence. Seguro que lo recuerda. Lawrence era el tipo que empezó a husmear en busca de información un año o más después de la muerte del viejo conde. Estaba absolutamente decidido a demostrar que McKay era inocente del crimen.

Clifford: Sí, sí, lo recuerdo. Y que no llegó a ninguna parte, también lo recuerdo. Dado que todo eso ocurrió hace un año, no pensaba que volveríamos a tener noticias de él.

Bebían el mejor coñac de Clifford y fumaban puros, pero Webster estaba demasiado nervioso para disfrutar de nada: una manera lamentable de malgastar el dinero.

Burton: No estoy seguro de qué ha sido de Lawrence -prosiguió-. Sólo sé que esa muchacha, Molly Jameson, me ha enviado una nota diciendo que McKay ha vuelto a Inglaterra. Según parece le había llegado una nota de McKay, en la que decía que quería hablar con ella de la cita que supuestamente tenían que haber tenido aquella noche en la posada.

Clifford: ¿Llegaron a verse?

Burton: No. Él no se presentó. Pero ella cree lo mismo que nosotros, que McKay abandonó el país después del asesinato. Dice que ha vuelto a Inglaterra y que es probable que haya ido a Evesham. Fue ella quien mencionó al primo, Rick Lawrence.

Clifford: ¿Y qué esperas para ir a Evesham y ocuparte de McKay?

Webster lanzó un suspiro. Era un hombre grande, de físico musculoso, de dedos gruesos y una nariz que se había roto más de una vez. Llevaba cinco años trabajando para Clifford, y por su inquebrantable lealtad durante esos años, se había vuelto prácticamente indispensable para su patrón.

Burton: Me temo que ahí está el problema. Fui a Evesham y McKay ya no estaba ahí.

Clifford: ¿Hablaste con su primo?

Burton: Lawrence tampoco estaba -afirmó-. Según los vecinos, su madre había enfermado y se había marchado al norte para cuidar de ella.

Clifford dio una calada a su puro y expulsó el humo, tomándose tiempo para pensar.

Clifford: Empieza con Lawrence. Averigua adónde ha ido y ve tras él, oblígalo a que te diga la verdad sobre McKay y descubre su paradero.

Burton: Si lo encuentro ¿qué debo hacer?

Clifford: Al principio, que lo hubieran colgado por el asesinato de Leighton habría zanjado el asunto de manera muy conveniente. Pero ahora no quiero que todo el asunto vuelva a airearse innecesariamente. Simplemente, hazlo desaparecer.

Burton: ¿Matarlo?

Webster era valioso en muchos sentidos, pero, a veces, Clifford se preguntaba sobre el tamaño de su cerebro.

Clifford: Sí, matarlo, o si lo prefieres, contrata a alguien como hiciste antes. Sólo quiero que desaparezca para siempre.

Burton: Sí, milord.

Al menos el idiota se había acordado de utilizar el título de Clifford, aunque acostumbrarse a él le había costado más tiempo del que debía. Clifford se levantó del sillón y Webster hizo lo mismo.

Clifford: Mantenme informado de tus progresos.

Burton: Sí, milord.

Cuando el hombre, alto y robusto, abandonó el estudio, Clifford volvió a sentarse para saborear lo que le quedaba del puro. No estaba preocupado. McKay era un hombre perseguido por la justicia. Si Webster no acababa con él, avisaría a las autoridades. Eso ocasionaría más problemas, pero el resultado sería el mismo.

De una manera o de otra, McKay era hombre muerto.


Tan pronto como acabó la representación de Virginia, Miley y William se encaminaron a la fiesta del alcalde. Brittany y Andrew les acompañaban en el impresionante coche negro tirado por cuatro caballos con el elegante escudo ducal grabado en oro en las puertas. Zac y Vanessa seguían al duque en un elegante carruaje tirado por dos enérgicos corceles.

La velada estaba bien avanzada cuando llegaron las tres parejas. La fiesta se celebraba en la residencia real del duque de Tarrington, a quien Zac y Vanessa parecían tener mucho afecto.

Zac: ¡Menuda casa tiene nuestro querido chico! -dijo arrastrando las palabras, lanzando una mirada que sólo podría calificarse de sensual a su esposa-. Me trae recuerdos muy gratos. -Vanessa se sonrojó, pero su marido se limitó a sonreír-. Luego, tal vez -le dijo con voz suave-, podríamos revivir algunos de esos momentos.

Su esposa se ruborizó aún más, pero no pudo evitar sonreír.

Ness: Me parece que os tomaré la palabra, milord.

Zac se echó a reír, aunque había un brillo perverso inusual en sus ojos de color caramelo.

Will: Prefiero no saber en lo que está pensando. -Susurró al oído de Miley-. Dios sabe que, en lo que se refiere a su esposa, ese hombre es insaciable.

Miley sonrió.

Miley: ¿Y vos, excelencia?

El la miró y sus ojos cobraron esa tonalidad de azul, que indicaba adónde habían volado sus pensamientos.

Will: Touché -dijo, y añadió-: aunque espero tener la suficiente fuerza de voluntad para esperar hasta que lleguemos a casa.

Miley pensó en el férreo autocontrol que él tanto valoraba y ella tanto odiaba y se prometió que algún día, en un futuro cercano, lo afrontaría como un reto.

Sin embargo, esa noche no. Había iniciado su reaparición en sociedad como la duquesa de Sheffield y se negaba a hacer nada que pudiera provocar el más mínimo cotilleo. En su lugar, dejó que William la guiara entre los invitados, y los saludara amablemente uno tras otro, el marqués de tal, el conde de cual, la baronesa de tal o cual. Había varios caballeros acompañados de sus esposas y tantos vizcondes y vizcondesas que perdió la cuenta.

Los acordes de la música llegaron hasta ellos. Había baile en uno de los salones más grandes y William persuadió a su esposa para que fueran en esa dirección. La orquesta interpretaba una danza folclórica y William bailó con ella, pero cuando la pieza terminó, la sacó fuera de la pista.

Will: Supongo que tendré que dejar que bailes con otros hombres -dijo refunfuñando-.

Miley: Si no lo haces, podrían pensar que tienes celos de que conceda mis atenciones. Y no querrás que eso ocurra.

Will: Tengo celos de que concedas tus atenciones, pero en ese sentido, he aprendido la lección. -Inspeccionó la abarrotada sala, la multitud de personas vestidas de tela y seda, y Miley le vio fruncir el ceño-.

Miley: ¿Qué ocurre?

Will: Carlton Baker está aquí.

Miley sintió un nudo en el estómago al recordar la terrible experiencia en el barco.

Miley: ¿Baker? Me imaginaba que a estas alturas ya habría vuelto hace mucho a Filadelfia.

Pero el aludido se acercó a ellos, alto y atractivo, con el cabello, ligeramente canoso en las sienes, corto y peinado hacia delante con el popular estilo Bruto.

Carlton: ¡Vaya!, duque, volvemos a encontrarnos. -Baker sonreía, pero no había la más mínima cordialidad en su mirada-. Imaginaba que con el tiempo volveríamos a encontrarnos.

Will: Sí, es una lástima.

Baker apretó los labios.

Carlton: Así sabrá..., que no he olvidado la paliza que me dió sin motivo, y que no tengo intención de hacerlo.

Will: Tenía motivos de sobra, y usted lo sabe. Además, si vuelve a molestar a mi esposa otra vez, pensará que la paliza que le di aquella noche era un juego de niños.

Baker se puso rígido.

Carlton: ¿Se atreve a amenazarme?

William se encogió de hombros.

Will: Es una simple advertencia.

Carlton: En ese caso, yo tengo una advertencia para usted: quien siembra vientos, recoge tempestades, duque. Tuvo su oportunidad. Tarde o temprano, yo tendré la mía.

Mientras Baker se alejaba, William apretó los puños sin darse cuenta.

Miley: Olvídalo. Lo pusiste en ridículo, y ahora intenta salvar el orgullo herido.

La tensión de William pareció disminuir.

Will: Tienes razón. Ese hombre es un idiota, pero no está completamente loco.

Miley: ¿Qué significa eso?

Will: Significa que si Baker se sobrepasa, reanudaré encantado lo que empecé aquella noche, y creo que él lo sabe.

Miley no habló más. William tenía una actitud protectora para con ella que ningún hombre había tenido antes. Bastaría que Carlton Baker se atreviese a mirarla mal... Tembló pensando en lo que le había ocurrido a Jason Reed, y deseó que Carlton Baker volviera pronto a Norteamérica.

La velada avanzaba. Las tres parejas visitaron la sala de juegos de azar y Zac se sentó en una de las mesas para jugar una partida de whist. William y Andrew no tardaron en apuntarse a la partida y las mujeres aprovecharon para hacer una visita al tocador de señoras.

Iban a reunirse con los hombres cuando la voz de una mujer resonó a sus espaldas:

***: ¡Vaya! ¿No es ésa la putita que engañó al duque para que se casara con ella?

Un escalofrío recorrió la espalda de Miley. Girándose, se encontró cara a cara con una mujer a la que hacía años que no veía, pero que desde luego no había olvidado: la marquesa de Caverly, madre de Jason Reed. Mientras le zumbaban los oídos, oyó la voz de Brittany que se hallaba junto a ella.

Britt: ¡Vaya! ¿No es ésa la madre de ese canalla, inútil y detestable, cuyas abominables maquinaciones casi destruyeron dos vidas inocentes?

Miley: ¡Brittany! -musitó-.

Ness: ¡Sí, es verdad! -reaccionó, descargando su ira contra lady Caverly-. La envidia ha llevado a su hijo a donde está. No puede culpar a nadie salvo a sí mismo, y usted tampoco.

Miley se quedó inmóvil, apenas capaz de creer lo que sus dos amigas acababan de hacer. Sin embargo, su valor avivó el suyo. Levantando la cabeza, se dirigió a la marquesa.

Miley: Lamento los sufrimientos de su familia, lady Caverly, pero han sido obra de Jason, no mía.

Lady Caverly: ¡Cómo te atreves! ¡Después de las mentiras que has contado, no tienes derecho a pronunciar el nombre de mi hijo!

Miley: Yo dije la verdad. Tal vez su hijo tenga algún día el valor de hacer lo mismo -firmó-.

Lady Caverly: Todo es culpa tuya. Jason nunca...

***: Ya basta, Margaret. -El marqués de Caverly se puso al lado de su esposa-. Hay formas mejores de tratar estos asuntos que en público y delante de la mitad de la alta sociedad. -Alto y con los cabellos grises, el aire arrogante del marqués delataba su posición como alto miembro de la nobleza-. Vamos, querida. Creo que ya es hora de que volvamos a casa.

Miley no dijo nada más y el marqués acompañó a su esposa fuera del salón. La joven duquesa echó a andar, rezando para que las rodillas no le flaquearan y la mantuvieran en pie.

Vanessa se adelantó y se apresuró a decirle algo a William mientras éste caminaba hacia ellas.

Will: Vanessa me ha explicado lo que ha pasado -dijo, tomando las manos de Miley entre las suyas, mirándola con preocupación-. Lo siento, amor mío. No esperaba que vinieran. Creía que seguían en su residencia campestre.

Miley: Me los habría encontrado tarde o temprano. Tal vez es mejor que haya sido ahora.

Will: ¿Estás segura de que te encuentras bien?

Miley: Estoy bien. -Y pensando en Brittany y Vanessa, que habían salido en su defensa como un par de jóvenes tigresas, descubrió que realmente lo estaba-.

Will: Creo que es hora de que nos vayamos a casa -dijo, pero su esposa dijo que no con un gesto-.

Miley: Hemos soportado el temporal. Me niego a recoger velas ahora. -Echó una mirada a las mesas de juego-. ¿A alguien le apetece jugar una partida de cartas?

William sonrió, viendo el orgullo reflejado en los ojos de su esposa.

Will: Me parece una excelente idea..., excelencia.

Había algo en su manera de decirlo, algo que la reconfortó por dentro.

Apoyando la mano en su brazo, Miley se dejó conducir por la alfombra persa hacia las mesas recubiertas de tela verde.

1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

Me ha encantado el capi..
Lo que me sorprende es que van a matar a robert :(
y super que las chicas defiendan a Miley, ahora no se siente sola ni indefensa hahha
siguela
:D

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