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domingo, 12 de junio de 2011

Capítulo 11


William caminaba de un lado a otro de su suite del hotel William Penn, pensando en Miley y en su próxima boda. Ésta iba por fin a celebrarse, iba a contraer matrimonio con Miley Cyrus. Todavía casi no podía creerlo.

Se detuvo un momento delante de la ventana. Miraba la linterna que ardía cerca del letrero situado delante del hotel, cuando oyó que llamaban a la puerta, un golpe firme.

William caminó hasta la puerta, y al abrirla no le sorprendió demasiado ver a Max Bradley de pie en el pasillo, en lugar de presentarse en la suite sin previo aviso, tal y como acostumbraba.

Will: ¡Max! Adelante. Empezaba a pensar que tal vez había vuelto a Inglaterra.

Max: Todavía no. Aunque si todo sucede tal y como lo he planeado, volveré muy pronto.

Mientras entraban en el salón y cerraban la puerta, William se fijó en las finas arrugas, de preocupación, que atravesaban la frente de Max. Llevaba el cabello despeinado, como si hubiera pasado los dedos por él.

Will: ¿Qué sucede Max? ¿Qué ha averiguado?

Max: No todo lo que me hubiera gustado. Vengo a pedirle ayuda.

Will: Por supuesto. Cuente con ella -afirmó-.

Había prometido al coronel Pendleton su ayuda y tenía intención de mantener la palabra.

Max asintió.

Max: Sé que va a casarse. Creo que podríamos resolver este pequeño asunto y regresar con suficiente antelación para la boda.

Will: ¿Cómo se ha enterado...? No importa. Debería montar algún tipo de servicio de información. Ganaría una fortuna.

Max casi sonrió.

Max: Necesito que me acompañe a Baltimore. Si nos damos prisa, podemos hacer el viaje en dos días, máximo tres, lo cual nos dará tiempo para asistir a la cita que he concertado y aún tendría tiempo de volver para su boda.

William deseó que Max no se equivocara. Aunque era probable que Miley prefiriese que no apareciera, llegar tarde a su propia boda no sería, desde luego, la mejor manera de empezar el futuro.

Will: ¿Cuándo nos vamos? -preguntó pensando en la nota que tendría que enviarle a Miley explicándole su desaparición y que volvería muy pronto-.

Max: A primera hora de la mañana. Cuanto antes lleguemos, antes emprenderemos el regreso.

Y William tenía muchas cosas que hacer, una vez que hubieran vuelto. Estaba a punto de convertirse en un hombre casado, no entendía por qué ese pensamiento no le preocupaba lo más mínimo.


Baltimore era una ciudad de poco más de veinte mil habitantes, según descubrió William, un bullicioso puerto de mar que comerciaba con Inglaterra, el Caribe y Sudamérica, una ciudad que parecía crecer a pasos agigantados.

Como de costumbre, Max Bradley había cumplido con su trabajo. Había organizado una entrevista con un rico constructor de barcos que se llamaba Paul Barlow. La historia inventada por Max era que el duque de Sheffield estudiaba la posibilidad de emprender una aventura mercantil con el marqués de Belford, propietario de la flota mercante Belford Enterprises, y con otros adinerados caballeros británicos. El duque había oído hablar del nuevo y fabuloso barco de vela ligero, el clíper Baltimore, que los astilleros de Barlow estaban construyendo y había pensado que el barco podría ser apropiado para transportar mercancías a puertos más pequeños y menos accesibles.

O, al menos, ésa era la historia.

Se acordó que la entrevista tendría lugar en uno de los despachos de la Compañía de Construcción Naval Maryland, situado en la planta baja de un enorme almacén de ladrillo próximo al puerto. En el transcurso de la reunión, Paul Barlow abandonó su silla. Era un hombre de baja estatura, de cabello gris y rizado que había desaparecido de algunas zonas, y lanosas patillas grises.

Paul: El Windlass ya está acabado -dijo Barlow, con una orgullosa sonrisa mientras abandonaban el edificio y se dirigían al muelle donde el barco estaba amarrado-. Espere a verlo. No tiene rival en cuanto a velocidad y maniobrabilidad, es el barco más rápido que se ha construido nunca.

William no hizo ningún comentario pero estaba ansioso por verlo por sí mismo, y descubrir si un barco de esas características suponía alguna amenaza para Inglaterra.

Paul: Por supuesto, si está realmente interesado -prosiguió Barlow-, tendrá que actuar rápidamente. -Lanzó una mirada a William-. Como ya le he explicado a su mensajero, Bradley, hay otras partes interesadas. El primero en llegar, será el primero en ser atendido. Así son las cosas aquí.

Will: Si no me equivoco, estamos hablando de unos veinte barcos.

Barlow asintió.

Paul: Dado que la construcción de cada barco lleva bastante tiempo, el pedido no estará listo hasta dentro de cinco años. ¿Ha comprendido que el mejor postor cerrará el trato?

William dijo que sí.

Will: El señor Bradley me ha informado.

Paul: Por supuesto, siempre puede esperar a que se construya la primera flota.

Will: Esa opción está descartada.

Llegaron al muelle donde el Windlass se dejaba mecer suavemente por la brisa que arrancaba crujidos de su estructura. William se detuvo para estudiar las barandillas poco elevadas, las delicadas y elegantes líneas del casco, los mástiles gemelos que se inclinaban ligeramente hacia la popa. Era la primera vez que veía un navío con un diseño semejante, pero se podía imaginar lo mucho que aumentaría la velocidad del clíper.

El casco en sí era único, y pensó, sin dudarlo, que el constructor había creado una embarcación que sería imposible de reproducir sin los planos.

Barlow lo invitó a subir a bordo para una demostración y William aceptó. El día era soleado y la temperatura alta, y soplaba el viento preciso para llenar las originales velas triangulares, que tampoco se parecían a nada que William hubiera visto antes. Aunque el barco no estaba diseñado para transportar mucha carga, era rápido, asombrosamente rápido e increíblemente fácil de maniobrar.

Un barco así, equipado con soldados y cañones, supondría una fuerza a tener en cuenta contra los navíos de guerra británicos, más lentos, más grandes y menos maniobrables, que podrían ser presa fácil para él.

Mientras el viento hinchaba el velamen y el elegante navío surcaba las aguas, William juzgó que los rumores que circulaban podían muy bien ser ciertos y que Napoleón estaba interesado en comprar una flota de esos clípers para utilizarla contra los barcos de guerra británicos, que lo habían derrotado aparatosamente en Trafalgar un año antes.

Paul: Voy a celebrar una pequeña reunión esta noche, duque -dijo Barlow cuando regresaron al muelle-, y nos encantaría que nos acompañase.

La sonrisa de William pareció lobuna. Necesitaba reunir toda la información que pudiese, en particular, sobre un comerciante llamado Byron Shine de quien Max sospechaba que podía ser el hombre que actuaba en nombre de los franceses. Paul Barlow le acaba de proporcionar la oportunidad perfecta de conocerlo.

Will: Será un placer, señor Barlow.


Era tarde, bien entrada la noche, cuando William llegó a la mansión de piedra de tres pisos de Paul Barlow en la calle Front. Llegaba tarde a propósito, pues no quería que Barlow sospechase lo ansioso que estaba por evitar que la flota de clípers Baltimore se vendiese a los franceses.

No estaba seguro de que Inglaterra estuviese dispuesta a pujar más alto por los barcos, pero no dudaba de que si éstos llegaban a manos de Napoleón, muchos marineros británicos perderían la vida.

Las luces resplandecían por las ventanas de la casa, mientras subía los amplios escalones del porche. Uno de los dos criados de uniforme, que rodeaban la puerta de madera tallada y daban la bienvenida a los invitados, lo condujo inmediatamente al interior.

Dos horas después, volvieron a acompañarlo hasta la misma puerta.

La velada había sido más fructífera de lo que había esperado y estaba ansioso por marcharse. Había conseguido la información que había ido a buscar, y entonces sólo le quedaba transmitírsela a Bradley.

Max: ¿Cómo ha ido?

Max se levantó del sillón cercano a la chimenea apagada de la habitación de William, una de las dos que él y Bradley habían alquilado en la Posada del Navegante, en el centro de la ciudad, cerca del puerto. No se habían visto desde primeras horas de la mañana.

Will: Pendleton tenía motivos para estar preocupado -dijo, quitándose la chaqueta y arrojándola sobre el respaldo de un sillón-.

Max: Sí..., lo he seguido esta mañana hasta el puerto. He visto... el Windlass. -Se acercó al aparador y sirvió dos copas de coñac de una botella posada encima-. Una extraordinaria muestra del oficio -dijo, pasando una copa a William-.

Will: Equipado con armamento, podría ser letal.

Max: Lo mismo he pensado yo -observó-. ¿Ha ido Shine a la reunión?

Will: Allí estaba.

Max le había informado sobre el comerciante internacional, conocido como el Holandés. Shine amasaba grandes sumas de dinero buscando compradores y reuniéndolos con los vendedores. La mercancía podía variar, pero si se cerraba un trato, Shine se llevaba un porcentaje por sus esfuerzos. Según Max, había muchas probabilidades de que estuviera trabajando para los franceses.

Max: ¿Cabello rubio rojizo? -Confirmó- ¿Ojos azul grisáceo? ¿Quizá de unos treinta y tantos años?

Will: Es él.

William bebió un trago de su bebida, y agradeció la sensación de relajación que le daba en los hombros, mientras recordaba el breve diálogo que había mantenido con el hombre que Paul Barlow le había presentado durante la reunión que celebraba en su casa.


Paul: Excelencia -había dicho Shine con un acento casi imperceptible. Después de todo, era holandés y un hombre de mundo sin duda-.

Will: Encantado, señor Shine.

Paul: Nuestro anfitrión me ha dicho que ha disfrutado con el pequeño paseo que ha dado hoy a bordo del Windlass -dijo el Holandés-. Excelente navío, ¿verdad?

Will: Desde luego que sí.

Paul: He oído que su interés va más allá de la simple curiosidad.

Will: ¿En serio? Yo he oído lo mismo acerca de usted.

El comentario pareció sorprenderlo.

Paul: Ah, ¿sí? En ese caso asumiré que mi información es correcta.

Will: El barco resulta intrigante en varios aspectos, pero no ha sido precisamente diseñado para transportar carga, lo cual limita sus usos.

Paul: Es cierto.

Will: ¿Y usted, señor Shine? ¿Qué uso haría su cliente de semejante flota?

El Holandés sonrió.

Paul: Realmente no tengo permiso para decirlo. Mi trabajo se limita a hacer de intermediario en la venta, una vez que mi cliente decide que está listo para comprar la mercancía.

Paul Barlow había regresado en ese momento, poniendo punto final a la conversación. Pero William ya había descubierto lo que quería saber y era el momento de reunirse con Max.

O, para ser más precisos, esperar a que Max se reuniera con él.


Will: Shine es un hombre de gustos elegantes -prosiguió-. Viste prendas caras, y lleva zapatos españoles de piel de excelente calidad.

El duque recordaba que Shine llevaba su pañuelo negro perfectamente anudado, y el cabello rubio rojizo, inmaculadamente peinado.

Max: No hay duda de que es él. El Holandés gana mucho dinero y lo gasta casi todo en sí mismo.

William le repitió toda la conversación, seguro de que a Max le gustaría oír palabra por palabra.

Bradley removió el coñac en su copa y luego bebió un trago.

Max: Supongo que le habrá dejado claro al señor Barlow que tiene un gran interés en comprar su flota.

Will: Se frota las manos ante la perspectiva de recibir una oferta más elevada -afirmó-.

Max: Entonces, nuestro trabajo aquí ha terminado. Podemos marcharnos a Filadelfia a primera hora de la mañana. -William sintió un gran alivio. Regresaban, y con la suficiente antelación para la boda-. Una vez que lleguemos allí -prosiguió-, me embarcaré en el primer buque que zarpe para Inglaterra. Necesito informar a las partes interesadas de lo que hemos averiguado. -Sonrió, cosa no habitual en él-. Y, mientras tanto, usted, amigo mío, puede dejar que le pongan las esposas.

William simplemente asintió. Mientras miraba cómo Max abandonaba la habitación, la imagen de Miley apareció en su mente, la cabellera color castaño claro recogida en un moño, la piel suave que brillaba como una perla a la luz parpadeante de las velas.

Su miembro se puso duro. Rara vez se permitía sentir el deseo que ella le despertaba con sólo mirarla. En el pasado, una cascada de risas podía causarle una erección completa, lo mismo que una simple y suave sonrisa. Ahora, después de haberse aflojado el pañuelo y haberse quitado el chaleco, el simple recuerdo de su rostro se la ponía dura.

Recordaba la forma exacta de sus pechos, la turgencia de su tacto al acariciarlos en sus manos aquel día en el manzanar detrás de Sheffield Hall, los pequeños pezones que se endurecían convirtiéndose en delicados tallos apretados bajo la presión de sus manos.

Se arrepentía de haberse tomado semejantes libertades, pero faltaba tan poco para la boda, para que ella se convirtiese en su esposa... Recordaba cuánto la había deseado entonces, y era consciente de que ahora la deseaba incluso más.

La erección aumentó hasta el punto de causarle dolor. Quería hacerla suya y pronto sería así.

Mientras se quitaba la camisa y se preparaba para meterse en la cama, William se sintió de repente intranquilo pensando en las ansias que sentía porque llegara ese momento.


Era jueves, el día antes de la boda. Estaba previsto que el Nimble zarpara el sábado a primera hora de la mañana y emprendiera su largo viaje de regreso a Inglaterra.

En la habitación de la casa adosada que había alquilado su tía, sentada en un taburete tapizado delante de su tocador, Miley maldecía a William e intentaba pensar en algún medio para librarse de la horrible trampa a la que el duque la había arrastrado en contra de su voluntad.

Estaba medio desnuda, sentada allí con una fina camisola de algodón que apenas le llegaba a la mitad de los muslos, con el cabello aún sin peinar, cuando tía Fiona llamó a la puerta y entró precipitadamente en su habitación.

Fiona: Oh, querida, aún no te has vestido. El duque está aquí, hija mía. Está abajo, acaba de llegar.

Miley: ¿El duque? ¿Qué quiere?

Fiona: Discutir los detalles de la boda, me imagino. Su excelencia dice que todo está listo para mañana. Debes darte prisa. Te está esperando en el salón.

Miley: Pues que espere -respondió con testarudez-. Por lo que a mí se refiere, puede esperar hasta que al diablo le crezcan alas.

Su tía se alisó nerviosamente la falda del vestido de talle alto gris perla con tiras de encaje negro debajo de su abundante pecho.

Fiona: Ya sé que esto no era lo que habías planeado, pero el duque ha recorrido el Atlántico para aclarar las cosas entre vosotros. Es posible que casarse con él sea lo mejor.

Miley se levantó del taburete, fue hasta la ventana, dio media vuelta y tumbándose en un lado de la cama con dosel, hundió la cabeza en la colcha alborotando los volantes blancos de encaje.

Miley: ¿Cómo puedo casarme con un hombre en quien no confío, tía Fiona? Arruinó mi vida una vez. Y lo habría vuelto a hacer si no hubiera roto mi compromiso con Richard. William es capaz de cualquier cosa para conseguir lo que desea, sin importarle a quién hace daño.

Fiona: Tal vez sólo quiere lo mejor para ti. Si te casas con él, vivirás en Inglaterra, y no a miles de kilómetros de distancia. Puede que sea egoísta, pero eso no lo lamento.

Miley miró a su tía, y al ver el brillo de las lágrimas en los ojos de la anciana, se levantó de la cama y se acercó a ella. Las dos mujeres se abrazaron.

Miley: Tienes razón, ya es algo. Al menos podremos estar juntas.

Suspiró. Mientras se tranquilizaba un poco, su mirada volvió a la ventana y al jardín, donde Taylor había instalado el caballete y pintaba a la acuarela una luminosa hilera de lirios color violeta. Era una chica tan dulce... Había algo en Taylor Marley, una sutil elegancia que era inadvertida por la mayoría de la gente.

Miley apartó la vista de la ventana.

Miley: Con Richard habría tenido niños -dijo con nostalgia-.

Fiona: Esos dos no habrían sido nunca tuyos por mucho que lo intentaras. Richard y su madre no te lo habrían permitido.

Miley se apartó de la ventana para mirar a su tía.

Miley: Siempre existirá la posibilidad de que William averigüe lo del accidente. ¿Qué ocurrirá entonces?

Tía Fiona se limitó a resoplar.

Fiona: Sheffield obró mal contigo y te debe su nombre. Tenías que haber sido duquesa, ahora lo serás.

Ella no le había mencionado la caída del caballo que había sufrido en los años que había vivido recluida en Wycombe Park. Su tía estaba convencida de que no importaba, de que William le debía la protección de su nombre.

Miley paseó por la habitación, alcanzando a verse reflejada en el espejo de su tocador. Su cabello seguía algo alborotado y sólo llevaba encima una camisola, medias y ligas.

Miley: Vine aquí para casarme con Richard.

Fiona: Era un matrimonio de conveniencia. Sé lo bastante sincera contigo misma para admitirlo.

Miley: Al menos era mi decisión, no la de William.

Su tía se le acercó y le cogió una mano.

Fiona: Dale tiempo, hijita. Las cosas siempre acaban por solucionarse. -La anciana giro en dirección a la puerta-. Le diré al duque que bajarás en cuanto estés lista.

Miley cruzó los brazos y, con expresión testaruda, se volvió a sentar en el taburete delante del tocador. En lo que a ella se refería, William podía esperar una eternidad.

En el salón, William se levantó del sofá y empezó a caminar de un lado a otro de la alfombra. En un rincón, un reloj de pie dio la hora, señalando el paso del tiempo que parecía haberse detenido.

Veinte minutos después, extrajo su reloj de oro del bolsillo de su chaleco de piqué blanco, levantó la tapa y miró la hora para comprobar si el reloj de pie funcionaba bien. Refunfuñando, la volvió a cerrar con gesto firme y volvió a guardar el reloj en su sitio.

Media hora después, empezó a acalorarse. Sabía que estaba allí ¡lo evitaba a propósito!

Cuarenta y cinco minutos después de su llegada, decidió marcharse. Al cruzar el vestíbulo de madera, vio a la doncella y amiga de Miley, Taylor Marley, salir de uno de los dormitorios de la planta superior y dirigirse a la escalera. Había bajado la mitad de los escalones cuando la joven dio un chillido al ver al duque subiendo la escalera.

Taylor: Miley no está todavía vestida, excelencia.

Will: Ése es su problema. Le he dado tiempo suficiente para hacerlo.

Subió unos cuantos peldaños más.

Taylor: ¡Espere! ¡No..., no puede entrar ahí!

William esbozó una sonrisa astuta.

Will: ¿No puedo?

Pasando por delante de ella, casi rozándola, subió el resto de la escalera con los espantados ojos azules de la señorita Marley clavados en cada uno de sus pasos. Al llegar al rellano, recorrió a grandes zancadas el pasillo y se detuvo delante de la puerta por la que había visto salir a la señorita Marley. Con brusquedad, llamó a la puerta, la abrió y entró en la habitación.

Miley: ¡William!

Miley dio un brinco. Estaba sentada en un taburete tapizado delante de su tocador. El libro que estaba leyendo cayó a sus pies.

«Unos pies adorables», pensó el duque, enfundados en un par de medias blancas transparentes; pies femeninos, delgados y graciosamente arqueados. También lo eran sus tobillos, finos y elegantes. Las medias, sujetas por unas ligas de encaje, realzaban las bien contorneadas piernas.

Miley: ¡Cómo te atreves a irrumpir de esta manera en mi habitación!

Sus ojos se posaron en sus pechos, que siempre habían sido redondos y turgentes en su mano, como bien recordaba. El deseo le golpeó como un rayo y su miembro se puso duro.

Will: Te has negado a bajar -dijo razonablemente-, y no me ha quedado otro remedio que subir a buscarte.

Ella cogió un batín de seda verde que estaba apoyado en un banco mullido al pie de la cama, se lo puso encima de su camisola, apartó a un lado los largos y sedosos rizos de su cabellera castaña y se lo ajustó con el cinturón a la cintura.

Miley: ¿Qué es lo que quieres?

Will: He venido a asegurarme de que no has echado a correr como un conejo asustado o que te has casado, en secreto, con ese idiota de Richard Clemens.

Miley: ¡Cómo te atreves!

Will: Me parece que eso ya lo has dicho. Ten por seguro, querida, que mi descaro no tendrá límites si no cumples con nuestro pacto.

De su boca se escapó algo parecido a un gruñido animal.

Miley: Eres... insoportable, eres... dominante y... y obstinado..., y..., y...

Will: ¿Decidido? -añadió, arqueando una de sus rubias cejas-.

Miley: Sí..., hasta la desesperación.

Will: Y tú, mi querida Miley, eres muy atractiva, incluso cuando te enfadas. Había olvidado lo irritante que puedes llegar a ser cuando estás de mal humor. -Sonrió-. Al menos, estar casado contigo no será aburrido.

Miley cruzó los brazos por delante del pecho, pero eso no le ayudó a borrar el recuerdo de sus pezones, pequeños y respingones, presionando contra su fina camisola ni tampoco a aliviar el dolor punzante de su miembro erecto. Desde que sabía que era inocente de los hechos ocurridos aquella noche, y que pronto sería suya como debería haberlo sido mucho antes, la deseaba con una necesidad que rozaba lo doloroso.

Will: He venido a decirte que todo está listo para mañana. He organizado que un pastor celebre la ceremonia, que tendrá lugar mañana a la una en punto. Tan pronto como nos casemos, recogeremos el equipaje y embarcaremos. El Nimble zarpará el domingo por la mañana, con la primera marea.

Max ya había zarpado. Le había enviado una nota, comunicándole su pesar por no poder asistir a la ceremonia, y a continuación había embarcado en el primer navío que zarpaba rumbo a Inglaterra. William confiaba en que Max pudiera convencer al primer ministro de que el clíper Baltimore representaba una amenaza a tener en cuenta.

Miley seguía quieta en el mismo sitio, con los brazos cruzados sobre sus adorables senos, mirándolo fijamente desde debajo de una espesa hilera de pestañas.

Miley: Creo que no recuerdo que fueras tan autoritario.

Hubo un indicio de sonrisa en su boca.

Will: Tal vez no había necesidad.

Miley: O tal vez eras más joven, no estabas tan acostumbrado a hacer las cosas de una manera determinada.

Will: Sin duda.

Dio un paso hacia ella, sólo para ver si se apartaba. Pensó en Melissa y se la imaginó temblando.

Miley no se movió de su sitio, pero le lanzó una mirada fulminante con sus preciosos ojos azules.

Miley: ¿Puedo recordarle, señor, que todavía no estamos casados?

Will: Y aunque lo estuviéramos, mi promesa me impediría hacer aquello en lo que pienso ahora mismo.

Estaban el uno frente al otro, tan cerca que podía oler su perfume, el mismo que llevaba aquella noche en la glorieta, cuando la había besado, una fragancia de flores, que le recordó el recuerdo de los manzanos en flor.

Grueso y duro a causa de la erección, su miembro presionaba contra el pantalón causándole incomodidad.

Miley: Me diste tu palabra.

Will: Y tengo intención de mantenerla. Pero hay cosas que sí me están permitidas.

Y levantando un rizo castaño claro que caía sobre el hombro de Miley, se inclinó y depositó un beso en el mismo punto donde la abundante espiral de pelo había descansado. William escuchó cómo se le cortaba la respiración y pudo ver, a través del batín de seda, que se le habían endurecido los pezones.

Will: Creo que podemos abrigar esperanzas -dijo suavemente, convencido de que ella nunca había respondido a las caricias de Richard Clemens como respondía a las suyas-.

Miley se apartó de él.

Miley: No necesitas preocuparte. Mantendré mi parte del trato, no huiré.

Will: Supongo que en el fondo sabía que no lo harías; aunque una vez dudara de tu palabra, nunca he dudado de tu valor. -Introdujo la mano en un bolsillo y sacó una bolsa roja de seda-. Te he traído algo. Es un regalo de bodas.

Todavía le costaba creer que se hubiera llevado el collar hasta América, cosa que no habría hecho si Brittany no hubiera insistido. Tal vez ella había sabido antes que él que le daría el collar de perlas y diamantes a Miley.

Sacó el collar de la bolsa y se situó detrás de ella, con las perlas frías y suaves en la mano, y colocando el antiguo collar alrededor del esbelto cuello, abrochó el cierre de diamantes.

Will: Me complacería que lo llevases mañana.

Los dedos de Miley acariciaron el collar, comprobando el peso y la forma de cada perla perfecta, entre las cuales un único diamante brillaba con los oblicuos rayos de sol que se colaban por la ventana.

Ella se miró fijamente en el espejo.

Miley: Son preciosas. Las perlas más bonitas que he visto nunca.

Will: Se le conoce como el Collar de la Novia, es una joya muy antigua, del siglo XIII, un regalo de lord Fallon a su prometida, lady Ariana de Merrick. Tiene una leyenda que ya te contaré algún día.

Pero hoy no había tiempo. Al levantar la vista se encontró a lady Wycombe, de pie y muy firme en la entrada de la habitación.

Fiona: Lo que habéis hecho es realmente inapropiado, excelencia. Aún no sois el marido de Miley.

William hizo una exagerada reverencia.

Will: Os pido disculpas, milady. Ya me iba. -Se apartó de Miley, pasó por delante de su tía y abandonó la habitación-. Espero el momento de volver a vernos mañana por la tarde.

Sus ojos se encontraron con los de Miley por última vez. Parecía preocupada, como no lo estaba cuando había irrumpido en su habitación.

La sonrisa se borró de los labios de William. Se dijo a sí mismo que resolvería las diferencias que los separaban, que si no se ganaba su amor, al menos lograría su afecto.

Pero algo en el fondo de sí mismo le advertía que no sería fácil.

2 comentarios:

TriiTrii dijo...

Ya se casaran???
Siii espero q Will logre q miley lo haga amar
Aunque lo ama todavía pero ella no lo quiere aceptar
Haha Siguela
Me encanto el capii
TKMM byee
:D

Natalia dijo...

Ohhh.. que tierno el capitulo..
Bueno chica, que decirte, que ya he terminado mis examenes, y he acabado genial..asique ya empezaré a publicar más seguido..a leer todos los capitulos de tu novela, pero claro, antes tengo que ponerme al dia..jajaja
Y pues nada..que mañana leere algo mas..
Muackkk

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