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jueves, 2 de junio de 2011

Capítulo 23


Judy: Aquí tiene a su hijo, milady. -Su niñera, una mujer corpulenta, de pecho generoso, pelirroja y rubia, se llamaba Judy Swann, y hablaba con el típico acento del este de Londres-. Ya viene comido y con los pañales secos. Qué cosita más dulce.

Britt: Gracias, señora Swann.

De pie en el centro de un saloncito cómodo que daba a la parte trasera de la casa, y que se había acondicionado para uso exclusivo de la familia, Brittany alargó los brazos para recoger al bebé que, envuelto en su mantita, sostenía la niñera. Cuando lo tuvo en brazos, lo apretó contra su pecho. Era el primer día de diciembre, y el bebé no paraba de crecer.

Judy sonrió sin dejar de mirar al pequeño.

Judy: Es la viva imagen de su padre.

Y así era. Pelo castaño, ojos azules, rasgos refinados. Alexander sería igual que Andrew cuando creciera, estaba seguro, un diablo encantador al que las damas no podrían resistirse.

Aunque sus ojos aún podían cambiar, volverse del azul más claro de los de su madre -de los de su abuelo-, Brittany rogaba a Dios que no fuera así. A pesar de parecerse tanto a él, su esposo apenas se fijaba en el bebé. No se sentía cómodo con él, aunque ella no sabía si era por la sangre que llevaba, o porque sencillamente no sabía cómo ejercer de padre.

Ella tenía presente que Andrew había perdido al suyo, y tal vez el papel le resultaba tan ajeno que no sabía por dónde empezar. Fuera cual fuese el motivo, Brittany estaba decidida a hacer algo al respecto, aunque no sabía qué.

Entretanto, había prometido ayudar al vizconde, su propio padre, y en ese sentido, tan pronto como nació Alexander ella empezó a investigar con gran discreción, por si descubría algo que pudiera servir para demostrar su inocencia. En concreto, él le había pedido que averiguara el paradero de un joven llamado Peter Foster.

Víctor: Yo era presidente del Comité de Asuntos Exteriores -le explicó el día de su encuentro-, lo que me daba acceso a mucha información reservada que pocos conocían. Por tanto, yo era el hombre al que apuntaban los indicios, por más que fueran puramente circunstanciales y que, supongo, hubieran sido puestos ahí por el verdadero culpable. Sólo después fui consciente de que alguien más pudo conocer esos documentos, el joven que en ocasiones ponía un poco de orden en el despacho.

Britt: ¿Te refieres a ese joven, a Peter Foster?

Víctor: Sí; durante el juicio, nadie le dio la menor importancia. Se dio por sentado que el chico no sabía ni leer. Pero el caso es que desapareció poco después de que me condenaran, y desde entonces nadie ha vuelto a verle. Si encontrara a ese joven, tal vez descubriría si alguien le pagó para que obtuviera alguna información, que es de lo que ahora estoy prácticamente convencido.

Así, Brittany había iniciado la búsqueda discreta de ese tal Peter Foster, aunque por el momento no había hecho más que preguntar a su personal de servicio.

Quienes trabajaban en las casas de la alta sociedad eran pozos de información y constituían una cadena subterránea de gente capaz de obtener los cotilleos que circulaban por todo Londres. De modo que les mencionó al joven, les facilitó el nombre y la descripción que su padre había hecho de él, les advirtió que guardaran silencio y les ofreció una paga extra por su ayuda, y una recompensa si el joven aparecía.

Por el momento no había sabido nada, pero tal vez con el tiempo averiguara algo. En las semanas que habían transcurrido desde su visita a la Taberna de la Rosa, sólo había recibido un mensaje de su padre. En él le deseaba salud y expresaba su alegría por el nacimiento de su hijo, del que debía de haberse enterado por la prensa. Brittany le había enviado respuesta a la taberna, remitiéndosela con el nombre falso de Lionel Jennings, tal como él la había enseñado. En ella le aseguraba que hacía todo lo que estaba en su mano por descubrir alguna información que pudiera serle de ayuda.

Abrazó con delicadeza a su hijo y abandonó el salón con un suspiro. Sus pensamientos se alejaron momentáneamente de su padre para centrarse en otro problema más cercano, como era la relación de Andrew con su hijo.

¿Qué iba a hacer?

Will: ¿Y bien? ¿Cómo te va con la paternidad? -conversaba con Andrew en la sala de baile de Sheffield House, situada en la primera planta, que en ese momento usaban para practicar esgrima-.

Andrew probó su florete, agitándolo ligeramente contra el aire.

Andrew: Por el momento bien, supongo.

Will le miró.

Will: Quieres decir que apenas ves al niño -le soltó, rozándole con la punta de su arma-.

Volvieron a adoptar sus posiciones, como habían estado haciendo durante casi una hora, y el torneo de esgrima prosiguió. Andrew siempre había sido un hombre activo. Que ya no capitaneara un barco no implicaba que fuera a abandonarse.

Los dos hombres se movían hacia atrás y hacia delante y se oía el entrechocar del acero por toda la casa. Atacaban, defendían, esquivaban, clavaban. Andrew evitó una esquiva de Will y usó la punta del florete para rodear con él el filo del de su adversario, deslizó su arma bajo la de su oponente y la ensartó en el recuadro acolchado que éste llevaba cosido en el pecho.

Will frunció el ceño. A ningún hombre le gusta ser derrotado.

Will: Este punto es tuyo. Me ganas de uno.

El torneo había sido muy reñido, la destreza de los dos era pareja, aunque Andrew dudaba de que Will hubiera usado nunca su espada en combate real, lo que él sí había hecho.

Will: Brittany parece ser una buena madre -insistió el duque durante la pausa entre dos combates-. Lo que no me sorprende, porque siempre supe que lo sería.

Andrew: Cuando íbamos a bordo del barco observé cómo trataba al joven Alan Barton. Ya sabía que se le daban bien los niños.

Will: Un hijo también necesita a un padre.

Andrew no respondió. Como decía su amigo, apenas pasaba tiempo con el bebé. No estaba preparado para ser padre. No tenía la menor idea de qué debía hacer para comportarse como tal. El suyo había muerto cuando él tenía ocho años, y aunque su tío se había esforzado por cumplir con ese papel, no había sido lo mismo.

Will: Tal vez, con el tiempo… -insistió fijándose en su ceño fruncido mientras regresaba a su puesto, flexionaba las rodillas y alzaba una vez más el florete-.

«Tal vez», pensó Andrew, levantando el suyo para defenderse. Pero no estaba seguro. Se prometió a sí mismo que lo intentaría, que lo haría por Brittany.

Practicaron media hora más, hasta sudar un poco, y finalmente declararon un empate y se despojaron del atuendo especial que llevaban.

Andrew: ¿Y tú? -quiso saber mientras enfundaba el arma-. ¿Has hecho algún progreso en tu búsqueda de compañera?

Will sonrió, mostrando una hilera perfecta de dientes blancos.

Will: La verdad es que sí. He decidido proponérselo a la señorita Clarkson. Pienso hablar con su padre mañana por la noche.

En lugar de devolverle la sonrisa, Andrew frunció el ceño.

Andrew: ¿La amas?

Will se encogió de hombros.

Will: ¿Y qué tiene que ver el amor con esto? La idea del amor está muy sobrevalorada, y eso lo sé yo mejor que nadie.

Andrew: Quizá debieras esperar. El matrimonio es un paso importante, Will.

Will: Ya he esperado demasiado. Y a mí no me sucede lo que a ti, yo quiero tener descendencia. Quiero oír las risas de mi hijo y de mi hija en esta casa.

Andrew pensó en el niño que Brittany le había dado, en Alexander Andrew, el niño que llevaba su nombre, y deseó poder sentir lo mismo.

Fueran cuales fuesen sus sentimientos por el bebé, sabía lo que sentía por Brittany. La deseaba. Continuamente. Se moría de ganas de hacerle el amor una vez más. De noche dormía profundamente, pues sabía que ella se encontraba en su cama, en una habitación contigua a la suya. Y soñaba una y otra vez que le acariciaba los pechos, que la penetraba muy hondo, y despertaba con una indomable erección.

Se prometió a sí mismo que pronto le haría el amor.

Estaban casados. Brittany era su esposa.

Ya iba siendo hora de que él se comportara como marido.

Brittany llegó al vestíbulo con el bebé en brazos. A su alrededor, los sirvientes se encontraban ocupados con las tareas de una limpieza a fondo, pues se aproximaban las celebraciones de Navidad, una Navidad que, por algún motivo, no afrontaba con el mejor de los ánimos. Bajó la vista y contempló a su hijo, que tenía los ojos abiertos y la miraba como tantas otras veces. En su mirada vio un rastro de Andrew; era como si la estudiara, como si se preguntara en qué tendría ocupada la mente.

Al pensar en su esquivo marido, se puso de nuevo en marcha. No habían compartido la cama desde el nacimiento de su hijo, aunque a ella no le pasaba por alto el deseo que desprendían sus pupilas cada vez que las clavaba en ella. Era guapísimo, y muy varonil, y cada vez que entraba donde ella se encontraba, sentía el poder de su apetito, del que todo su ser se contagiaba. Brittany pensó que ya iba siendo hora de poner punto final a la abstinencia.

Pero en ese momento el problema era el bebé. Se detuvo ante la puerta de su estudio, bajó la cabeza y besó al pequeño Alex en la frente antes de entrar en la habitación. Andrew la miró acercarse y, por un instante, su pálida mirada se suavizó. Pero entonces se dio cuenta de que llevaba al niño en brazos y volvió a endurecer el gesto.

Brittany logró esbozar una sonrisa.

Britt: Sé que estás ocupado, pero no sé si podrías ocuparte un rato de Alex. La niñera ha salido y Phoebe ha ido a hacer unos encargos. Vanessa y yo debemos ir a comprar unas cosas para las fiestas, y no quiero dejarlo solo.

Él retiró la silla y se puso en pie, mientras ella se le acercaba rodeando la mesa.

Andrew: No sé nada de niños.

Ella mantuvo la sonrisa en los labios.

Britt: Nadie nace enseñado.

Le pasó al bebé envuelto y él lo abrazó con torpeza. No era la primera vez que sostenía al niño en brazos, pero hasta ese momento sólo lo había hecho a insistencia de ella, y Brittany pretendía que las cosas cambiaran.

Britt: No tardaré.

Se agachó y rozó la mejilla de Alex con los labios, y después besó a su padre. La boca de Andrew estaba tan caliente, y se veía tan seductora que se quedó en ella un poco más de lo que pretendía. Pero entonces se apartó con brusquedad, con la esperanza de que él no descubriera el rubor de sus mejillas.

Britt: Gracias, aprecio mucho tu ayuda, de verdad.

Se dio media vuelta y se dirigió a la puerta, impaciente por salir antes de que él cambiara de opinión.

Andrew la siguió.

Andrew: ¡Espera un momento! ¿Qué he de hacer si llora?

Brittany se giró, sin dejar de sonreír.

Britt: Entretenlo, cántale un poco. Eso le gusta.

Andrew: ¿Que le cante? Pero si tengo una voz espantosa.

Ella no pudo reprimir la risa al oír aquellas palabras, y al ver el gesto de pánico en su rostro.

Britt: Lo harás bien. No es tan difícil.

Pero se daba cuenta de su incredulidad. Andrew seguía sosteniendo al bebé en brazos cuando ella salió a toda prisa del estudio y se dirigió al vestíbulo. Su carruaje la esperaba en la entrada y, aunque no deseaba irse, sabía que debía hacerlo. Quería que Andrew amara a su hijo como lo amaba ella. Y estaba decidida a lograrlo. Cuando viera lo dulce, inocente y adorable que era, no le quedaría otro remedio.

Aunque no dejó de preocuparse ni un minuto durante el tiempo que pasó con Ness, y aunque compró apenas unas pocas cosas, no regresó hasta transcurridas casi tres horas. Cuando llegó a casa el corazón le latía muy deprisa, y lo primero que hizo al entrar fue dirigirse al estudio. En su interior, encontró a Andrew de pie asomado a la cuna que se había hecho traer desde el cuarto infantil, y que había instalado junto al escritorio. Contemplaba al pequeño con una expresión en el rostro que ella no le había visto jamás.

Britt: Ya estoy en casa -anunció confusa-.

Él esbozó una leve sonrisa.

Andrew: Ya lo veo.

Britt: ¿Te ha ido bien con Alex?

Andrew posó de nuevo los ojos en la cuna.

Andrew: Sólo ha llorado una vez. Lleva un buen rato durmiendo.

Ella se acercó al escritorio y le acarició la mejilla.

Britt: Gracias.

Andrew: ¿Por cuidar del bebé?

Britt: Por darme esperanzas.

Su expresión cambió ligeramente. La atrajo hacia sí y la rodeó con sus brazos.

Andrew: Todo va a salir bien -le susurró al oído, y ella asintió, aunque en realidad se sentía menos segura de ello que nunca-.

El día anterior, mientras bajaba por la escalera, vio que Owen la esperaba abajo, sosteniendo una bandeja en la que reposaba un mensaje sellado con su lacre de cera roja.

Owen: Acaba de llegar esto para usted, milady.

Vio su nombre garabateado con tinta azul en el reverso de la nota y al instante supo quién se la enviaba. La recogió con mano temblorosa y se apartó un poco para leerla. La cera se rompió entre sus dedos, y al ver que, en efecto, se trataba de la letra de su padre, se alejó un poco más.

Queridísima Brittany:

Espero que tanto tú como el niño os encontréis bien. Aunque odio tener que solicitar tu ayuda una vez más, he descubierto importantes noticias. Si sigues dispuesta a ayudarme, ven a verme como la otra vez pasado mañana, en la Taberna de la Rosa, a las dos de la tarde. Si no lo haces, lo comprenderé.

Con gran amor y gratitud,

TU PADRE

¿Había llegado realmente aquella nota ese mismo día?

El bebé empezó a protestar en ese instante, y el recuerdo del mensaje se borró de su mente. A regañadientes, Brittany se liberó del abrazo de Andrew y se inclinó sobre la cuna para sostener a Alex.

Britt: No te preocupes, tesoro. -Le besó la cabeza, sonrió cuando su mata de pelo claro le rozó la mejilla-. Me lo llevo arriba otra vez -le dijo a Andrew, que asintió-.

Mientras llevaba al niño en brazos por el vestíbulo volvió a pensar en la nota y el alma se le cayó a los pies. Su padre corría grave peligro en Londres, especialmente a causa del hombre que resultaba ser su esposo. Con todo, sabía que al día siguiente hallaría el modo de acudir a la Taberna de la Rosa. Como había hecho en ocasiones anteriores, se embarcaría en lo que fuera con tal de ayudar al vizconde, y le pedía a Dios que Andrew no averiguara lo que había hecho.

Andrew vio salir a su esposa del estudio y supo que algo iba mal. En las semanas que habían transcurrido desde su regreso del mar, había empezado a entenderla, a interpretar sus estados de ánimo, sus necesidades. Le había sucedido algo y estaba preocupada. Lo que no sabía era por qué.

Pero eso no iba a modificar sus planes. Esa noche estaba decidido a hacerle el amor. Era una necesidad que tenían ambos y de la que pensaba ocuparse.

Su cuerpo volvió a la vida cuando recordó el abrazo que le había dado instantes antes, en el estudio, cuando recordó el suave tacto de su cuerpo acurrucado contra el suyo, y una punzada de deseo atravesó su ser. Hacía semanas del nacimiento del bebé. Su amigo, el doctor McCauley, le había asegurado que era tiempo suficiente, y que podían hacer el amor sin problemas.

Eso era lo que Andrew más deseaba, y cuando veía cómo Brittany lo miraba cuando creía que él no la veía, se convencía de que ella también lo quería. Esa noche se subiría a su cama.

El simple pensamiento le endureció el miembro, y se puso en pie. Se prometió a sí mismo que la poseería con ternura, que le daría tiempo para que se acostumbrara a hacer el amor de nuevo.

Sabía que le iba a ser muy difícil cumplir con su juramento silencioso. Por más que se controlara, velaría por que ella lo pasara tan bien como él.

El viento helado de diciembre agitaba las ramas de los árboles. Por la ventana, entre la oscuridad, se colaba un débil rayo de luna en su habitación. Cubierta con el camisón de seda verde que llevaba su noche de bodas, Brittany esperó nerviosa hasta que supuso que Andrew ya se habría acostado, y entonces se acercó de puntillas a la puerta. Aspiró hondo, armándose de valor, agarró el tirador y abrió.

Al descubrir a Andrew de pie, al otro lado del quicio, también con la mano en el tirador, tuvo que ahogar un grito.

Britt: ¿Qué… qué estás haciendo?

Durante un instante balbuceó, pero enseguida su semblante compuso un gesto decidido.

Andrew: Tal vez creas que todavía es pronto, pero el doctor me ha asegurado que no. Eres mi esposa, Brittany. Pretendo acostarme contigo esta noche. Así que será mejor que aceptes que mi intención es hacerte el amor.

Ella sintió el impulso de sonreír. Ella misma había estado a punto de pronunciar esas mismas palabras, de pedirle lo mismo. Ahora se limitó a rodearle el cuello con los brazos y a besarlo. Oyó el gemido grave de Andrew un instante antes de que la atrajera hacia su pecho y la abrazara con fuerza.

Andrew: Tú también venías a buscarme -le susurró entre besos mientras acariciaba el camisón de seda, tan distinto del otro, de grueso algodón, que hacía días que llevaba-.

Britt: Sí.

Andrew: Dios, qué idiota soy.

Ella se mordió los labios para no sonreír y volvió a besarlo, sintió sus labios moverse por su cuello.

Andrew: Me muero por ti, Brittany. Te necesito más que el aire que respiro, deseo estar dentro de ti.

Britt: Hazme el amor, Andrew.

Él volvió a gemir mientras la levantaba en brazos y la llevaba a la cama con dosel. La dejó en el suelo y le bajó los tirantes del camisón, que cayó a sus pies formando un cerco. Brittany quedó desnuda y los ojos de su esposo recorrían su cuerpo mientras se desprendía del batín.

Le besó el lado del cuello, el lóbulo de la oreja, construyó con sus besos un camino hacia los hombros. Brittany gimió también al sentir aquellas manos sobre sus pechos, la humedad de su lengua que lamía sus pezones, el débil mordisqueo de sus dientes.

La pasión la devoraba. Había olvidado lo bien que la hacía sentir, la lujuria que le provocaba, cómo el calor de su boca la dejaba caliente, húmeda, ansiosa. Arqueó la espalda para que él saboreara sus pechos rotundos, mientras le pasaba los dedos por el torso y sentía las ondulaciones de los músculos y los huesos, el embriagador roce de su feminidad.

Andrew la tendió en la cama y se tumbó a su lado. La besaba de todas las maneras imaginables. Ella notó la dureza de su entrepierna cuando se encajó en ella, sintió el calor de su miembro, su necesidad imperiosa de penetrarla.

Andrew: No quiero hacerte daño -susurró-. Debo ir despacio. Y eso me va a matar.

A Brittany se le escapó un gemido.

Britt: A mí también va a matarme. Entra en mí, Andrew.

Pero él seguía besándola. Brittany sintió que su cuerpo se agarrotaba cuando la mano de su esposo se deslizó sobre su vientre y empezó a acariciarla, a abrirla y prepararla para recibirle. El calor invadía todos sus poros y le hervía la sangre. Arqueó la espalda y sintió su dureza en la entrada de su cueva; lentamente, comenzó a llenarla. Era mayor de lo que recordaba, más dura, más maciza, más larga. Ella quería que entrara del todo en su interior, quería unirse a él por completo. Se incorporó más, le dejó entrar más hondo, oyó su suave gemido y supo que él se esforzaba por no perder el control.

Andrew: Despacio -le susurró-. Por favor, Brittany…

Un estallido de poder femenino la invadió entonces. Se aferró a su cuello y se incorporó más aún para dejarle entrar más adentro.

Andrew: Dios santo, Brittany…

Y empezó a moverse, a embestirla, a llenarla una y otra vez, y ella se perdió en el ritmo, en el calor, en el placer. Una sensación salvaje la hacía temblar, vibraba en todo su cuerpo. Brittany gritó el nombre de Andrew al llegar al clímax, que Andrew alcanzó segundos más tarde.

Pasaron unos momentos. Él le besó los labios con ternura, se retiró y se tendió a su lado, en el mullido colchón de plumas, acurrucándose a su lado.

Permanecieron en silencio un buen rato.

Andrew: Llevaba mucho tiempo soñando con este momento -susurró rompiendo apenas el silencio-. Con hacerte el amor. Con abrazarte así. Cuando me encontraba en alta mar soñaba contigo todas las noches.

A Brittany se le formó un nudo en la garganta. Deseaba decirle que ella también había soñado con él, que estaba enamorada de él, pero que temía que él se alejara de ella.

Britt: Te he añorado mucho, Andrew. No sabes cuánto.

Se fundieron en un abrazo y así, muy juntos, se adormecieron unos minutos. Pero enseguida volvieron a hacer el amor. Ya de noche, ella se levantó para ver cómo estaba el niño, pero lo encontró profundamente dormido, con la niñera a su lado, vigilante.

Brittany regresó a la cama de Andrew y trató de dormir, pero al día siguiente debía reunirse con su padre, y al recordarlo terminó de desvelarse. ¿Qué noticias habría averiguado? ¿Cuánto tiempo más podría permanecer en Londres sin ser descubierto?

¿Qué haría Andrew si se enteraba de que ella pretendía ayudarle?

Andrew se levantó y dejó a Brittany dormida en su cama. A partir de esa noche iba a dormir con él. Y tal vez, con el tiempo, llegara a confiarle qué le sucedía.

Porque estaba seguro de que tenía algún problema. Tal vez le preocupara que él no se comportara como un padre. En ese aspecto no podía sino darle la razón. El bebé le aterrorizaba. Era tan diminuto, tan indefenso. Andrew no tenía la menor idea de qué hacer con él.

Y sin embargo, cuando miraba a ese niño que era su hijo, ahí dormido bajo la manta, algo se agitaba en su interior.

«Su hijo.» Al principio, había combatido la idea, recordándose que el bebé llevaba la sangre de Víctor Vennet. Pero por las venas de Alexander también corría su sangre. Cada día le resultaba más difícil ignorar que el niño era de los dos, de Brittany y suyo.

Owen: Disculpe, milord.

Andrew alzó la vista y descubrió a Owen junto a la puerta del estudio.

Andrew: ¿Qué sucede?

Owen: Ha llegado el coronel Pendleton. Pregunta si puede hablar con usted un momento. Dice que es urgente.

Andrew se puso en pie.

Andrew: Hágalo pasar.

Oyó pasos en el vestíbulo y al momento el coronel apareció en el quicio de la puerta, el pelo gris, brillante, los botones de latón acicalados sobre el impecable uniforme escarlata.

Pendleton: Siento presentarme así.

Andrew: Entra, Hal. Me alegro de verte. Es demasiado temprano para un coñac, me temo. ¿Te apetece un café, o un té?

El coronel negó con la cabeza.

Pendleton: Por desgracia no tengo tiempo. Traigo noticias de Forsythe.

Andrew se enderezó.

Andrew: ¿Qué has averiguado?

Pendleton: El vizconde fue visto hace dos días.

Andrew: ¿Dónde?

Pendleton: En una casa de huéspedes de Covent Garden. Cuando lo supimos y tratamos de capturarle, ya había escapado.

Un escalofrío recorrió su ser. Empezaban a cerrar el cerco. El vizconde había cometido el error de regresar a Londres. Si permanecía mucho más tiempo en la ciudad, sin duda le darían caza. Le preocupaba que aquella captura pudiera afectar a Brittany.

Andrew: ¿Crees que todavía se encuentra en la ciudad?

Pendleton: No sería muy sensato por su parte, pero sí, creemos que es muy posible. Por lo que supongo, está aquí por una razón, aunque no logro imaginar cuál.

«Tal vez esté aquí para ver a su hija», pensó Andrew, que no lo expresó en voz alta. Por el momento eran muy pocos los que conocían la relación que existía entre su esposa y el traidor. Y Andrew prefería que las cosas siguieran como estaban.

Andrew: Mantenme informado, Hal.

Pendleton: Por supuesto.

Pendleton se fue, y Andrew se quedó pensando si era posible que el padre de Brittany hubiera establecido algún contacto con ella.

Esperaba que no. No quería que Brittany se implicara más de lo que ya se había implicado. Si se descubría la conexión entre ambos, si las autoridades llegaban a descubrir que era la que había ayudado a escapar al traidor…

Andrew no quería ni pensar en las consecuencias.

Esa tarde su esposa entró en su estudio, donde Andrew llevaba un rato revisando los libros de cuentas de la finca de Belford, vestida con un vestido de lana color borgoña, sobre el que se había puesto la capa forrada de pieles. Para protegerse las manos llevaba unos manguitos a juego.

Britt: Voy a salir un rato -le informó con la mejor de sus sonrisas-. Alysson, Vanessa y yo nos vamos de compras. -Se acercó al escritorio y le plantó un beso en la mejilla-. No tardaremos.

Andrew frunció el ceño. Brittany no sabía mentir, y su exagerada sonrisa la delataba.

Andrew: Tal vez sea mejor que os acompañe a las tres -se arriesgó a decir sonriendo para ver cómo reaccionaba-. Así me aseguro de que no os metáis en ningún lío.

Ella soltó una carcajada, que de todos modos sonó algo forzada.

Britt: No nos pasará nada. Pero gracias por ofrecerte.

Él arqueó una ceja.

Andrew: ¿Estás segura?

Britt: Segurísima. Estaré de vuelta dentro de un par de horas.

Y salió del estudio tan radiante como había entrado.

La preocupación hizo presa en Andrew.

Se levantó de su escritorio y mandó llamar a Alan, que había crecido un palmo en las últimas semanas, y le pidió que fuera a buscarle el caballo.

Andrew: No dejes que salga el carruaje de lady Belford hasta que mi corcel negro esté ensillado, y entonces sí, entonces llévale el coche hasta la puerta.

Alan: Sí, mi capitán.

El joven seguía llamándole así a veces, y como a Andrew en realidad le gustaba, no se molestaba en corregírselo.

Alan se dirigió a los establos y Andrew esperó hasta que vio que el carruaje se detenía frente a la casa.

Salió por una puerta trasera y se acercó a la cuadra. El carruaje doblaba la esquina en ese instante, a punto de perderse de vista, cuando él montó de un salto.

Con los talones de las botas golpeó ligeramente los ijares del caballo, que partió al trote.

4 comentarios:

Alice dijo...

Perdón por no publicar antes.
Ayer noche tenía que estudiar.
Esta tarde he estado poniéndome al día con lecturas de otras noves y luego me e ido a comprar.
¡¡Y me e comprado LA FABULOSA AVENTURA DE SHARPAY!!
¡¡Wooooooooooooooooooooh!! XD XD
Bueno como ya no tendré que estudiar mas hasta dentro de mucho, publicare mas, tal vez 3 caps por dia.
¡Bueno comentad mucho!
¡Bye!
'Kisses!

LaLii AleXaNDra dijo...

hahaha me ha encantado tu nove..
el capi esta super..
hahah se que Andrew sera un buen padre..
pero todo a su tiempo
siguela pronto
:D

caromix27 dijo...

looooki!!
pobre niño, se quedo solo con drew xD!
y brit! sta frita u.U!!
Andrew piensa antes de actuar!
ojala me hagas caso!!
me ha encantado! sobre todo cuando se encuentran en al puerta 222 xD!
tkm mucho mi loki!

Natalia dijo...

el capitulo hermoso, como los demás valla..
bueno a respuesta de tu comentario el libro tiene 54 capitulos, pero no te asustes se hacen muy amenos..
Que has hecho para mi blog?:)
Mi correo es natalita-5@hotmail.com para que envíes toda la información que sea necesaria:)
Un beso enorme!

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