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jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo 20


Miley apoyó la mano sobre la manga de la chaqueta azul marino con cuello de terciopelo de su marido, y él puso la suya encima. Qué guapo estaba William aquella noche, el pelo cuidadosamente peinado, los ojos de un azul tan intenso... Tenía un aspecto fuerte, poderoso, decidido. Pero, acaso ¿no era siempre así?

En actitud expectante, ignorando un estremecimiento mientras ocupaba su puesto en el reducido comité de recepción junto a su marido y al lado de la duquesa viuda, Miley echó los hombros hacia atrás y se preparó para recibir a los asistentes que, en fila, esperaban para entrar. A cierta distancia, sobre la alfombrilla de terciopelo que llegaba hasta la escalera, Miley reconoció a los dos mejores amigos de William y a sus esposas.

Unos minutos después, las parejas llegaron al amplio y lujoso vestíbulo con suelos de mármol y una enorme cúpula de cristal de bellos colores en lo alto. Vanessa pasó revista a los invitados desde su posición junto a la fila de bustos romanos colgados de la pared.

Vanessa saludó a Miley, cogiendo su mano:

Ness: Estoy tan contenta por los dos...

Miley: Gracias.

A continuación entraron Andrew y Brittany, quienes repitieron las felicitaciones que ya les habían expresado cuando habían conocido la noticia de su boda.

Britt: Estás guapísima, Miley. Después de esta noche serás la envidia de todas las mujeres de Londres.

Miley: Eres muy amable -contestó, aunque pensaba que su reaparición como la esposa de William solamente desataría más murmuraciones-.

Brittany se limitó a sonreír. Y luego agregó:

Britt: Ya veo que no me crees, pero es cierto.

No quería que la envidiaran, sólo quería ser feliz. Al mirar a William, reconoció la blanda sonrisa con la que disimulaba sus pensamientos, y reprimió una maldición impropia de una dama.

Britt: Nos volveremos a reunir el jueves por la noche para mirar las estrellas. Espero contar con vosotros.

Miley: Lo pasé estupendamente la semana pasada. Haré todo cuanto pueda para asistir.

Había sido una deliciosa experiencia, y se había sentido bien al sentirse incluida entre los amigos de William, al sentir que también empezaban a ser los suyos.

Andrew: Tu madre se ha superado a sí misma -dijo el marqués, examinando con sus fríos ojos azules el seto podado en forma de corazón que daba la bienvenida a los invitados en la entrada-. Este estilo causará mucho revuelo.

La decoración de las antesalas y del salón de baile imitaba a un gigantesco jardín de invierno con limoneros en miniatura, geranios, y alguna rama ocasional de orquídeas exóticas de un blanco amoratado. Enormes tiestos con camelias rosas daban un toque de color, y el salón de baile contaba con un pequeño y diáfano estanque salpicado de lirios de agua con peces de colores.

Miley habló un momento más con Brittany y Vanessa, y aunque William no parecía darle importancia, a ella le reconfortó su amistad y apoyo continuado. Mientras los dos matrimonios se dirigían al salón de baile, llegó otra atractiva pareja, la mujer rubia y de piel muy blanca, el hombre castaño y guapo, y William le presentó a Ashley, la hermana de Andrew, y a su marido, Scott Tisdale, vizconde de Aimes.

Continuó el torrente de invitados, entre los cuales Miley reconoció a lord y lady John Chezwick, la hermana de Vanessa y su marido, quienes les saludaron afectuosamente antes de dirigirse al piso de arriba.

Los minutos habían empezado a hacerse pesados cuando llegó su tía Fiona.

Miley: Temía que hubieras decidido no venir -dijo, más animada al verla llegar-. Ya sé que no te has encontrado muy bien.

Fiona: Tonterías. Difícilmente me impedirían unas cuantas molestias y dolores asistir a la celebración de la boda de mi sobrina. -Lady Wycombe lanzó una mirada a William-. En particular, cuando a tardado tanto.

El color desapareció de las mejillas de William.

Will: En exceso, sin duda -admitió el duque, mientras tomaba la mano enguantada de la tía y hacía una reverencia-.

Era una reunión elegante a la que habían asistido personas distinguidas que habían viajado a la ciudad expresamente para la ocasión. Arriba, en el salón de baile, se oyeron los primeros compases de la orquesta, compuesta por ocho músicos vestidos con el uniforme azul marino de Sheffield y con pelucas empolvadas, y los invitados empezaron a moverse en esa dirección.

Algunos caballeros optaban por jugar al whist, los dados o las cartas, mientras otros acudían al lujoso salón chino, de donde provenían aromas de carnes y aves asadas, junto con una espléndida selección de platos exóticos expuestos sobre mesas cubiertas con manteles de lino.

Miley tenía que admitir que la madre de William había hecho un trabajo extraordinario. Ella y William se unieron a los invitados en el salón de baile y, poco a poco, Miley empezó a relajarse. Bailando primero con William, también bailó con Andrew y Zac, y después empezó a aceptar las invitaciones de otros hombres. Fiel a su promesa, William se mantuvo cerca de ella, y su presencia la ayudó a ignorar los cuchicheos ocasionales o el repaso ligeramente arrogante de una matrona que la miró fugazmente al pasar.

Bailaba con lord John cuando vio que William desaparecía del salón de baile con un hombre vestido con el uniforme escarlata de oficial del ejército británico.

***: Buenas noches, excelencia.

El coronel Howard Pendleton, uno de los últimos en llegar, había divisado a William junto a la pista de baile y se había acercado a él.

Will: Me alegra que haya venido, Howard.

El coronel suspiró:

Pendleton: Necesitaba un descanso. Ha sido un día muy largo.

William lo miró con curiosidad. Preguntó:

Will: ¿Algo que ver con el clíper Baltimore?

Pendleton: Todo que ver con esos malditos barcos -contestó el coronel, y dado que no maldecía casi nunca, William supuso que las noticias eran malas-.

Will: Me gustaría oírlo. ¿Le apetece bajar a mi despacho y beber un coñac?

Pendleton: Sin duda me vendría bien.

Will: Me gustaría que Andrew escuchara lo que tiene que decir -agregó-.

Pendleton: Buena idea. Creo que a lord Brant también podría interesarle.

Los tres hombres habían trabajado antes con Pendleton. William sabía que Andrew tenía conocimiento de los impresionantes barcos fabricados por los norteamericanos y de lo que podría ocurrir si los franceses llegasen a adquirir una flota. William y Zac también habían hablado del asunto.

Después de lanzar una fugaz mirada hacia donde Miley bailaba con John Chezwick, sabiendo que estaba a salvo en manos del joven, inició la retirada del salón de baile, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para recoger a sus dos amigos.

Una vez en el piso de abajo, en su despacho-biblioteca, William fue derecho al aparador para servirle una copa al coronel.

Will: ¿Alguien quiere que le sirva más?

Los dos hombres denegaron la invitación, satisfechos con la copa que cada uno sostenía en la mano. William añadió un chorrito de coñac a su copa y, acercándose al grupo, se sentó delante del fuego dispuesto a escuchar.

Will: Muy bien, coronel. Oigamos lo que tenga que decir.

Pendleton bebió un trago de su bebida. Habló con voz clara:

Pendleton: Dicho simplemente, el Departamento de Guerra ha rechazado la propuesta. Dicen que no existe ningún barco que represente semejante amenaza para la flota de Su Majestad.

William lanzó una maldición por lo bajo.

Andrew se puso en pie y se acercó a la chimenea, la ligera cojera de sus días como corsario era apenas visible.

Andrew: Cometen un gran error; y sé muy bien lo que digo. Cuando capitaneé el Sea Witch, éramos capaces de aventajar a nuestros enemigos una y otra vez, y hundimos un buen número de ellos. El Sea Witch era rápido e increíblemente maniobrable, lo que nos daba una clara ventaja. Por los dibujos que he visto, el diseño del clíper Baltimore mejorará su velocidad y movilidad.

Zac: Entonces, ¿qué podemos hacer para convencerlos? -preguntó, mientras se apoyaba en la silla de piel color verde oscuro-.

Pendleton: Ojala lo supiera. Los constructores norteamericanos no esperarán mucho más para cerrar el trato. Esperarán su respuesta, excelencia, y cuando no la reciban, aceptarán la oferta de los franceses y llenarán los ya abultados bolsillos del Holandés con más dinero aún.

Zac: ¿Y si las compramos nosotros? -sugirió-. Por separado, ninguno de nosotros podría permitirse semejante gasto, pero si reuniéramos un grupo de inversores, podríamos reunir el dinero que necesitamos.

Andrew: Desgraciadamente, esos barcos sólo resultan ventajosos para fines militares. No pueden transportar el cargamento suficiente para que resulten rentables en empresas comerciales.

Will: Comprarlos no parece realmente viable, pero tal vez podríamos entretenerlos un poco más, el tiempo suficiente para convencer a nuestro gobierno de lo importantes que son esos barcos.

Andrew: Los necesitamos, aunque sólo sea para quitárselos de las manos a los franceses.

El coronel se acabó su copa de coñac.

Pendleton: Se necesitan dos meses para que un mensaje llegue a Baltimore -opinó el coronel-. Sigamos tentándolos con nuestra oferta. Increméntela y dígales que estamos intentando reunir el dinero.

Zac: Como usted dice, podríamos ganar un poco de tiempo. -Estuvo de acuerdo-.

Pendleton: Ayer hablé con Max Bradley -continuó el coronel-. Bradley dice que el Holandés debió de zarpar no mucho después que usted, William, y recientemente han visto a Shine en Francia adonde, sin duda, ha ido a intentar cerrar la transacción.

William se levantó del sillón.

Will: Escribiré una carta a Paul Barlow esta misma noche.

Zac y el coronel también se pusieron en pie, y Andrew se apartó de la chimenea y se unió a ellos.

Andrew: Belford Enterprises tiene un barco que zarpa hacia Norteamérica esta semana. Le pediré al capitán que transporte tu mensaje directamente a Baltimore y se ocupe personalmente de entregarlo a Paul Barlow.

Por primera vez, Pendleton sonrió.

Pendleton: Muy bien. Realmente, si una cosa he aprendido es que una batalla sólo se acaba si nos damos por vencidos.

Zac: ¡Brindemos! -propuso-.

Y todos levantaron la copa y bebieron.


Miley: Aquí llega William.

La mirada de la duquesa se desvió hacia la puerta del salón de baile, y la de Miley la siguió. Aunque William sólo había estado ausente unos minutos, sin embargo al ver que había regresado, Miley sintió una pizca de alivio.

Will: Lo siento -se excusó-. Espero que nadie haya echado de menos mi presencia.

Sin embargo ella lo había echado de menos, allí de pie al lado de la pista de baile, observándola con aire protector, y le asustó pensar lo fácilmente que podría volver a caer bajo su hechizo.

Miley: ¿Negocios? -preguntó con un tono suave-.

Will: Negocios de la Corona -dijo estudiando su cara-. ¿Soportando bien la tormenta?

Miley: Mejor de lo que pensaba.

Miriam: Ha estado maravillosa -comentó la duquesa viuda-. Se ha comportado como toda una veterana. Y veros a los dos juntos, una pareja tan bien parecida... Mañana los cotillas se habrán convencido de que ha sido un matrimonio de amor.

«Un matrimonio de amor. En el pasado lo habría sido», pensó Miley.

Miriam: Y crucificarán a Jason Reed -concluyó su suegra-, por el daño que os causó a ambos.

Miley sintió una punzada en el estómago. Sólo la mención de ese nombre despertó una multitud de recuerdos dolorosos que había intentado borrar durante años.

Will: Se merece todo lo que puedan llegar a decir de él -añadió-.

Miriam: Deberían haberlo ahogado y descuartizado -prosiguió la duquesa viuda, que no tenía pelos en la lengua. Sonrió a William y, seguidamente, su mirada se posó en un hombre rubio, que caminaba hacia ellos con paso algo inseguro, balanceando la copa que llevaba en la mano. La sonrisa de la duquesa viuda se borró-. No mires ahora, pero tu primo Arthur viene hacia aquí.

Will: Me sorprende que lo hayas invitado.

Miriam: No lo hice.

Miley: No recuerdo haberte oído hablar de ningún primo que se llame Arthur.

La expresión de William se endureció.

Will: Se llama Arthur Bartholomew y hablo de él lo menos posible.

La madre de William sonrió forzadamente y se giró para saludar al hombre:

Miriam: Hola, Arthur, qué sorpresa.

Arthur: No lo dudo.

Era, tal vez, algunos años más joven que William, extraordinariamente guapo, con el hoyuelo de los Sheffield y los ojos azules de la familia, aunque la palidez de su piel y el rubio pajizo de su cabello no eran tan extraordinarios como los de William.

Arthur hizo una reverencia bastante descuidada a la duquesa, derramando algunas gotas más de su bebida, y Miley se dio cuenta de que no estaba ligeramente bebido, sino totalmente ebrio.

Will: Hola, Arthur -dijo, y Miley notó una nota áspera en su voz-.

Arthur: ¡Ah... William! Ya has vuelto de tu viaje a las salvajes ex colonias americanas. Y ésta debe de ser tu encantadora esposa -dijo, haciendo una reverencia tan exagerada que Miley contuvo el aliento preguntándose si se caería de bocas al suelo o no. Pero Arthur parecía acostumbrado a su inestable estado de equilibrio y se mantuvo en pie, vacilante, pero derecho-. Es un placer conoceros, duquesa.

Miley: Lo mismo digo, señor Bartholomew.

Arthur: Por favor, llámame Arthur. Ahora somos familia. -Aunque mantuvo la sonrisa, había una insolencia en sus ojos que a Miley no le gustó. La miró de arriba abajo como si fuera un pedazo de carne, y luego frunció la boca-. Excelente elección, primo -le dijo a William-. Unas fuertes caderas aptas para el parto y, sin duda, lo bastante placenteras a la vista como para mantener a un hombre interesado por mucho tiempo después de la concepción. Bien hecho, amigo mío.

Una de las grandes manos de William agarró a Arthur por la solapa y le hizo perder el equilibrio.

Will: Nadie te ha invitado, Arthur. Y con tu vulgaridad has vuelto a demostrar el motivo. Será mejor que te largues, si no quieres que te coja de la oreja y te eche de aquí.

William soltó a su primo tan violentamente que éste se tambaleó y estuvo a punto de caerse. William hizo una señal a uno de los lacayos que custodiaban las puertas, y éste se abrió paso hasta donde se encontraba el grupo.

Will: Señor Conney, muestre al señor Bartholomew el camino de salida.

Lacayo: Por supuesto, excelencia. -Era alto y fuerte, y miró a Arthur Bartholomew de una manera que dejaba bien claro lo que ocurriría si no abandonaba la sala de baile-.

Arthur se estiró la chaqueta y se apartó los cabellos de la cara.

Arthur: Buenas noches a todos. -Girándose, se dirigió zigzagueando a la puerta con el lacayo siguiéndolo de cerca-.

Will: Te pido disculpas por el comportamiento de mi primo. Puede ser un fastidio cuando está borracho, que es su estado normal la mayoría del tiempo.

La madre de William lanzó un suspiro mientras sacudía la cabeza. Manifestó:

Miriam: No soporto a ese hombre. No sólo es un alcohólico, sino que en dos años ha derrochado toda su fortuna. Apuesta en exceso y derrocha el generoso sueldo que recibe mensualmente. Incluso la remota posibilidad de que ese estúpido llegue a ser duque de Sheffield es superior a mis fuerzas.

Miley parpadeó antes de mirar a la madre de William.

Miley: No estaréis diciendo que Arthur Bartholomew podría heredar el ducado de Sheffield.

La duquesa viuda dejó escapar un suspiro.

Miriam: Con todo mi pesar la respuesta es sí -admitió la duquesa viuda-. Hasta que William tenga un hijo que lleve el apellido familiar, nuestras fortunas no están a salvo.

Miley sintió una opresión en el pecho y, de repente, la cabeza empezó a darle vueltas. Tenía la cara blanca como la tiza, y era consciente de ello.

Oyó la voz de William en su oído:

Will: No tienes que preocuparte tanto. Sé que he descuidado mis deberes últimamente, pero puedes estar segura de que eso cambiará. Es mi intención procuraros mucho placer, señora, y, a cambio, es muy probable que me deis un montón de hijos e hijas.

Miley se quedó muda. Por primera vez comprendía la gravedad de lo que había hecho. Mientras William estuviese casado con ella, no tendría un heredero legítimo. Si le sucedía un accidente o si caía repentinamente enfermo y moría -¡que Dios no lo permitiera!-, Arthur Bartholomew heredaría el ducado.

Will: ¿Te encuentras bien, amor mío? Estás muy pálida.

Miley: Estoy..., estoy bien -contestó, intentando sonreír-. Ha sido una velada larga. Creo que empiezo a estar cansada.

Will: Yo también -contestó, aunque no parecía cansado en absoluto-. Madre, me temo que tendrás que disculparnos. Miley no se encuentra bien.

La duquesa miró a Miley con intuición.

Miriam: Sí, ya lo veo -dijo, sonriendo a William-. Debes acostar a tu esposa inmediatamente. -«Y, por supuesto, debes hacerle compañía» era el mensaje implícito «cuanto antes le hagas un hijo, antes nuestra familia estará segura»-.

Will: Vamos, amor mío.

La mano de William rodeó la cintura de Miley.

Miley: Buenas noches, excelencia -dijo a su madre cuando se marchaban. Sin embargo, al llegar a su habitación, William no la acompañó, en su lugar llamó a Taylor para que la ayudara a desvestirse y se retiró a su habitación a dormir-.

A la mañana siguiente, William recibió una nota de Justin McPhee. En ella confirmaba su regreso a Londres y solicitaba que William lo recibiera esa misma noche en Sheffield House.

Habiendo rechazado cenar con Miley, preocupado por las noticias que pudiera traerle Justin, William estaba trabajando en su despacho cuando apareció el mayordomo y le anunció la visita del investigador de la calle Bow.

Will: Hazlo pasar -ordenó. Unos minutos después el calvo y corpulento McPhee entró en el despacho con una de sus nudosas manos metida dentro del bolsillo de su gastado abrigo de lana-.

McPhee: Siento no haber podido venir antes, excelencia. El tiempo ha empeorado y era casi imposible viajar por las malditas carreteras cubiertas de barro.

Will: Tu nota dice que has encontrado al ladrón que robó el collar de mi esposa.

Justin pareció elegir cuidadosamente sus palabras:

McPhee: He encontrado al hombre que buscaba. Según parece utilizó el collar como garantía de un préstamo con el que se pagó un pasaje desde Norteamérica. Vivía en una pequeña casa propiedad de un tal Rick Lawrence. Tal y como usted quería, se notificó a las autoridades y lo detuvieron. En esos momentos, el señor Lawrence se hallaba fuera de la ciudad.

Will: ¿Cómo se llama ese hombre?

McPhee: Dice llamarse Robert McCabe, pero no estoy seguro de que ésa sea su verdadera identidad.

Will: ¿Dónde se encuentra McCabe ahora?

McPhee: Lo transportan en una carreta a la cárcel de Newgate. Imagino que llegará mañana.

Will: ¿Cómo lo encontraste?

McPhee: En realidad fue más fácil de lo que imaginaba. Resulta que el tal McCabe es un tipo bastante guapo, un hombre educado de los que gustan a las mujeres. La esposa de un tendero lo recordaba muy bien. Según parece le preguntó cómo podía llegar a Evesham. Fui al pueblo y, una vez allí, la camarera de una taberna recordaba haberlo visto. Dijo que le parecía que se hospedaba en alguna parte, no muy lejos. Empecé a preguntar y lo encontré en la casa.

Will: Ya veo -observó. La cara del investigador traicionaba su nerviosismo. William, doblaba y estiraba los dedos mientras se apoyaba en la mullida silla de piel que había delante de su escritorio-. Siempre has sido algo diplomático, Justin. ¿Qué es eso que preferirías no tener que decirme?

Justin se pasó la mano por su calva cabeza y suspiró:

McPhee: McCabe no negó en ningún momento que era el hombre que había llevado el collar al prestamista de Liverpool, pero sí que negó fuertemente que fuera un ladrón. Dijo que no había vendido la joya directamente porque confiaba en recuperarla. Dijo que el collar era un regalo, y que esperaba devolvérselo un día a su verdadero dueño.

Will: Continúa, Justin.

McPhee: McCabe dijo que la duquesa de Sheffield le dio el collar para que consiguiera dinero para regresar a Inglaterra.

Hubo un largo silencio.

William sintió un nudo en el estómago.

Will: Entiendo que creíste la historia de ese hombre.

McPhee: Me temo que sí. Por supuesto podría equivocarme, pero... -Estaba incómodo-.

Will: Tu intuición nunca te ha fallado, Justin. No veo por qué iba a hacerlo ahora. -Se levantó de la silla, luchando por controlar los celos que le asaltaban, la furia que sentía crecer con cada respiración-. Seguiré adelante a partir de la información que me has proporcionado. Como siempre, gracias por hacer un buen trabajo.

Justin se puso de pie.

McPhee: ¿Tiene intención de hablar con McCabe?

Will: En cuanto llegue a la cárcel. -No dijo que mientras tanto planeaba tener una larga conversación con su esposa-.

McPhee: Buenas noches, excelencia.

Will: Buenas noches, Justin.

Cuando el investigador abandonó el despacho y desapareció de su vista en el pasillo, William se dirigió al mueble donde tenía las bebidas y se sirvió una copa. El coñac le quemó la garganta, pero no le ayudó a calmar la furia que le abrasaba por dentro. Se acabó la bebida, se sirvió otra copa y dio un buen trago.

Mientras tanto, su mente seguía dándole vueltas al hecho de que su esposa le hubiera entregado su regalo de bodas a otro hombre, un hombre guapo, seductor y educado que ejercía una gran atracción entre las mujeres.

Por supuesto, como había dicho McPhee, podía no ser cierto. El hombre podía haberse inventado la historia en un esfuerzo por salvar el pellejo. Pero fuera lo que fuese lo que hubiera pasado, el hombre no la había seducido. Al fin y al cabo, Miley era virgen cuando William la poseyó por primera vez.

Recordó cómo la había acusado injustamente en el pasado, la equivocación que había cometido y el precio que ambos habían pagado por ello. Era un error que no pensaba volver a cometer.

Y, sin embargo, desde el principio había tenido la sensación de que Miley no le había dicho la verdad sobre el collar.

William se acabó su bebida, dejó la copa de coñac encima de la mesa y caminó hasta la caja fuerte empotrada en una de las paredes del estudio. Una vez abierta, sacó una bolsa de seda rojo de su interior y cerró la pesada puerta de hierro.

Con la bolsa en el bolsillo, el duque salió a grandes zancadas del despacho.

1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

o_o
pobre Miley..
primero el no poder tener hijos y que en sus manos este el titulo de Will..
y ahora lo del collar..
que pasara..
:(
síguela ya kiero ver que pasa :)

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