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viernes, 24 de junio de 2011

Capítulo 26


Miley se despertó en la gran cama de su marido. Se sentía agradablemente maltratada y completamente saciada. La noche anterior habían hecho el amor espléndidamente.

Una sonrisa adormilada iluminó su rostro al recordar el placer que habían compartido, la unión de sus cuerpos que había pasado más de una vez. Entonces, echó un vistazo al espacio vacío de la cama donde había descansado el musculoso cuerpo de William, y la sonrisa desapareció de sus labios.

Se había ido como si nunca hubiera estado allí, como si nunca hubieran hecho el amor. Miley se desplomó contra la almohada de plumas, de repente cansada de nuevo.

Casi había transcurrido una hora cuando se levantó pesadamente de la cama y regresó a su habitación, donde llamó con la campanilla para que le prepararan un baño, con la esperanza de que el agua le disipara el malhumor. Cuando acabó de asearse, Taylor ya había llegado para ayudarla a vestirse para el día, y para trenzar y recoger su cabello.

Durante un rato, paseó por las habitaciones vacías de la casa preguntándose adónde habría ido su marido, ansiando verlo. Bien entrada la mañana, ella y Taylor pasearon por los caminos de gravilla del jardín de invierno, bonito aunque salvaje, con los setos y arbustos podados en formas de animales, y los primeros retoños de las nuevas raices de primavera empezando a brotar en la tierra.

A última hora de la tarde, empezó a preocuparse. ¿Estaba enfadado por su descarado comportamiento de la noche anterior? En el momento parecía complacido, pero después de pensarlo tal vez encontraba sus actos demasiado atrevidos. Ella no había planeado que hicieran el amor tal y como lo habían hecho. Pero William era tan increíblemente guapo, tan absolutamente varonil, y ella lo había deseado tanto... Ahora, le preocupaba que tal vez lo había molestado en algo.

Miley suspiró. Era difícil saber qué terreno pisaba uno con un hombre como William, tan reservado.

Iba pensando en él mientras regresaba a la suite de la duquesa, y se preguntaba si esa noche volverían a hacer el amor o si él se volvería a retirar a su concha, cuando recibió una nota en la que William la invitaba a cenar con él en el salón de banquetes.

La mano de Miley temblaba mientras doblaba la nota y la depositaba encima de su tocador. La invitación sonaba demasiado formal para no tratarse de malas noticias. Recorrió la habitación de un lado a otro, esperando con inquietud que pasaran las horas, y después se sentó en silencio hasta que llegó Taylor para ayudarla a vestirse y volver a peinarla.

Taylor: Bien, será mejor que empecemos -dijo su amiga, haciéndose cargo de la situación, yendo de aquí para allá, como siempre hacia-. ¿Qué te apetece ponerte? Y no me digas que algo negro, aunque ya sé por tus hombros caídos que no estás de humor.

Miley sintió ganas de sonreír.

Miley: De acuerdo, nada de negro. -Suspiró. Le había enseñado la nota a Taylor en cuanto había llegado-. No me imagino lo que pueda querer. Se ha comportado de una forma tan extraña últimamente. Estoy tan preocupada...

Taylor: Tal vez no tendrías que preocuparte. A lo mejor tiene alguna buena noticia que desea compartir contigo.

Miley se animó.

Miley: ¿De verdad lo crees?

Taylor: Es posible ¿no?

Miley: Supongo.

Pero se había marchado por la mañana sin decirle una palabra y había estado fuera de la casa todo el día. Tratando de frenar un repentino ataque de miedo, se unió a Taylor delante del armario adornado con marfil y oro, concentrando su atención en la tarea que tenían entre manos.

Miley: Es una invitación formal, por lo tanto elijamos algo formal. -Revolviendo entre diferentes vestidos, uno de seda color vino burdeos, uno de terciopelo verde oscuro, otro en color crema con encaje, eligió un elegante vestido de seda en un tono violeta, con la blusa en un coloreado de dorados y violetas más fuertes-. Creo que éste iría bien.

Taylor: Es un vestido precioso. El duque no podrá apartar los ojos de ti.

Taylor extendió el vestido sobre la cama y Miley se sentó en el taburete situado delante del tocador. Mientras Miley se removía inquieta, Taylor se dispuso a arreglar su pelo, primero a cepillarlo y recogerlo en lo alto, después a intercalar cintas doradas entre los pesados rizos. Cuando el peinado estuvo listo, Miley se calzó unas delicadas sandalias doradas.

Taylor: Sólo falta un último detalle. -Se dirigió a la cómoda para coger la bolsita de seda rojo del tallado y barroco joyero de Miley. A su vuelta, puso el Collar de la Novia alrededor del cuello de su amiga y lo abrochó-. Es precioso y va perfecto con el vestido -añadió-.

Miley acarició con la mano el elegante collar de perlas, acariciando con los dedos las deslumbrantes piedras intercaladas entre las perfectas esferitas.

Miley: No sé por qué, pero siempre que las llevo me siento mejor.

Taylor retrocedió para estudiar su obra, inclinando la cabeza de un lado a otro para estudiar cada ángulo. Concluyó:

Taylor: Bien, parece que estás lista para enfrentarte con el dragón en su guarida.

Miley suspiró mientras se levantaba del taburete.

Miley: Supongo que lo estoy.

Pero, por dentro, temblaba. Era innegable que William tenía algo que decirle y, dado cómo se había comportado, no pensaba que fuera a ser nada bueno.

«Ojala llegara el día en que no hubiera más secretos entre nosotros», pensó, cuando ella pudiera mirarlo sin sentir culpa, sin sentir ningún ápice de miedo.

No sería esa noche, de eso estaba segura.

Miley: Deséame suerte.

Recogiéndose la falda, cruzó la alfombra camino de la puerta y, sin darse cuenta, elevó la barbilla al salir al pasillo.

Al llegar al rellano de la escalera de mármol, se detuvo para mirar abajo. Con su chaqueta azul marino, su pantalón gris claro y su lazo perfectamente anudado, William estaba tan guapo que le dio un vuelco el corazón.

Con la cabeza bien alta, descendió despacio por la escalera, la mirada de él fija en ella en cada peldaño del recorrido. Sus ojos parecían más azules de lo habitual o, tal vez, era su sombría expresión la que hacía que aparecieran de esa manera.

Por la razón que fuera, se encontró observándolo mientras la conducía al salón de banquetes y la sentaba a su lado en un extremo de la mesa.

Will: Le he pedido al cocinero que prepare una comida especial para celebrar la ocasión.

Miley levantó una ceja.

Miley: ¿Y de qué ocasión se trata?

Will: En agradecimiento por el placer que me diste anoche, Miley.

Miley le lanzó una mirada fugaz. No estaba segura de que le gustase la idea de que le pagara por hacerle el amor, aunque fuera de una manera tan refinada. Hacía que se sintiera como una mujer de la vida.

William, no obstante, parecía despreocupado. En cambio conversó de manera casual durante la cena, sus ojos desviándose a menudo hacia los senos de Miley, bellamente resaltados por el vestido violeta, con esa mirada de deseo que ella había echado en falta durante tanto tiempo.

Tal vez la noche pasada no había sido en vano. Tal vez había conseguido acercarse a él, tal y como había deseado con desesperación que ocurriera.

Se sirvió la cena, cuatro platos. Ostras con salsa de anchoas, sopa de tortuga, salmón escabechado, cerdo lechal asado. Miley estaba tan nerviosa que apenas comió nada, y se fijó en que William comió menos de lo habitual en él. Cuando habían acabado con el postre, una tarta de crema con rodajitas de almendra, uno de los lacayos les sirvió un último vaso de vino y William despidió a los criados.

En el momento en que la puerta se cerró tras ellos, levantó su copa de cristal para hacer un brindis.

Will: ¡Por el futuro! -dijo, sin apartar los ojos de ella-.

Miley: ¡Por el futuro! -replicó sin entusiasmo, con una sensación de preocupación recorriéndola-.

William bebió un trago de vino y Miley también, quizá más cantidad de la que hubiera debido.

William volvió a dejar su copa sobra la mesa, sus ojos, fijos en ella, con una mirada intensa, los largos dedos rodeando la base de la copa mientras hacía girar el líquido de color rubí en el cáliz de cristal tallado.

Will: ¿Recuerdas la promesa que me hiciste no hace mucho?

Ella tragó saliva.

Miley: ¿Qué promesa?

Will: Fue la noche que te pregunté sobre el collar, la noche que me confesaste que se lo habías dado a Robert McKay.

Ella se humedeció los labios que, de repente, se le habían secado.

Miley: Lo... lo recuerdo.

Will: Esa noche me prometiste que nunca más me volverías a mentir.

Miley: Sí... -balbuceó-.

Will: Pero has mentido ¿verdad, Miley?

Ella tembló, deseó haber bebido más vino.

Miley: ¿Qué... qué quieres decir?

Will: ¿Cuándo pensabas decirme que no puedes darme hijos?

El corazón de Miley dejó de latir. Se quedó inmóvil en su pecho, agonizando como si estuviera muriendo, como si la sangre hubiera dejado de correr por sus arterias. Él insistió, implacable:

Will: ¿Cuándo Miley? -Ella hizo gesto de coger su copa, pero William le agarró la mano-. ¿Cuándo ibas a decírmelo, Miley?

Ella lo miró y las lágrimas llenaron sus ojos.

Miley: Nunca... -musitó, y entonces se echó a llorar-.

Su pecho se contrajo con la multitud de lágrimas, no el suave llanto de una mujer que ha sido cogida diciendo una mentira, sino con los profundos sollozos de una mujer estéril que nunca podría darle un hijo al hombre al que amaba. Lloró como llora alguien a quien se le ha partido el corazón, sin poder parar, sin darse cuenta siquiera de que William la levantaba de su silla y la consolaba en sus brazos.

Will: No pasa nada..., todo irá bien.

Miley: Nunca irá todo bien -replicó dejándose abrazar-. Nunca.

Y lloró sobre su hombro, mientras sentía el roce de sus labios en sus cabellos.

Will: Tranquilízate.

Miley: Debería..., debería habértelo dicho antes de casarnos. ¡Dios mío! Sé que debería haberlo hecho, pero yo...

Will: ¿Tú qué...? -preguntó suavemente-.

Su respiración se volvió irregular.

Miley: Al principio quería castigarte. Me obligabas a casarme contigo. Pensé que te merecías lo que te pasaría.

Will: ¿Y luego?

Miley: Cuando..., cuando regresamos a Londres, tu madre me explicó lo urgente que era que tuvieras un heredero que llevara el apellido Sheffield. Y luego conocí a Arthur Bartholomew y comprendí lo realmente importante que era. -Lo miró a los ojos, las lágrimas le rodaban por las mejillas-. Lo siento tanto, William, no sabes lo muchísimo que lo siento.

Se echó a llorar otra vez y William la abrazó aún más fuerte.

Will: No llores, amor mío.

Pero parecía que ella no podía parar.

Miley: ¿Cómo..., cómo te has enterado?

Will: Me lo dijo Neil McCauley. Añadió que habías tenido un accidente. ¿Qué sucedió?

Con la respiración entrecortada, arrastrando las palabras, Miley intentó olvidar el dolor que le oprimía la garganta.

Miley: Estaba cabalgando en Wycombe Park. Después de que tú..., cancelaste nuestro compromiso y yo abandoné Londres, me aficioné a montar a caballo a menudo. Me producía una tranquilidad que no encontraba en ninguna otra parte.

Will: Continúa.

Miley: La noche anterior había llovido y los campos..., los campos estaban húmedos y llenos de barro. Tía Fiona intentó convencerme para que no fuera. Pensó que sería demasiado peligroso, pero yo..., no le hice caso. Mi caballo, se llamaba Blue-jeans, resbaló cuando nos aproximábamos a un seto de piedra y me lanzó por encima de su cabeza. Debí de golpearme con algo cuando aterricé o..., no sé, algo fue mal. Cuando no volví a casa y Blue-jeans regresó al establo cojeando, tía Fiona mandó a los mozos de cuadra en mi búsqueda. -Se obligó a mirarlo-. Tardé un tiempo pero al final me recuperé. Desgraciadamente, el médico dijo que nunca podría tener hijos. -Se secó las lágrimas de las mejillas. Sentía un dolor punzante en el corazón-. Si te lo hubiera dicho, nunca te habrías casado conmigo. Podrías haberte casado con una mujer que pudiera darte un hijo.

William la tomó suavemente por la barbilla, obligándola a mirarle a la cara.

Will: Escúchame, Miley. He tenido mucho tiempo para pensar en esto y he llegado a una conclusión. He llegado a darme cuenta de que no importa. Eres mi esposa, como tenías que haberlo sido hace cinco años. Lo cierto es que si te hubiera creído entonces, como debería haber hecho, habrías vivido conmigo y no con tu tía. No habrías salido a cabalgar ese día y no habrías sufrido aquel accidente. Al final, la culpa es mía, no tuya.

Miley contempló el amado rostro. Era difícil hablar con aquel nudo en la garganta.

Miley: William...

Su boca temblaba cuando él inclinó su rubia cabellera para besarla. «Te quiero», quería decirle, «te quiero tanto...».

Pero al final ella guardó silencio. Ignoraba lo que William sentía por ella, todavía no estaba segura del futuro.

Miley: ¿Podrás perdonarme algún día?

Will: Tendremos que perdonarnos mutuamente. -Rozó con su boca la de ella-. No más secretos -añadió-.

Miley: No. Lo juro por mi vida.

William la besó con tanta ternura que ella pensó que iba a volver a echarse a llorar.

Will: Hay una cosa más.

Volvió a invadirla la preocupación.

Miley: ¿Sí?

Will: A partir de esta noche dormirás en mi cama, no en la tuya.

Miley se quedó muda. Asintió con un gesto pero, dentro de su pecho, su corazón dio saltos de alegría.


Taylor se detuvo delante de la puerta abierta del estudio-biblioteca del duque. Pasaba por delante cuando oyó un murmullo de voces y alcanzó a ver fugazmente a Michael Mullens, el cochero, de pie, sombrero en mano, delante de la gran mesa escritorio de palisandro del duque.

No era su intención husmear, hasta que se dio cuenta de que Mullens hablaba del accidente del coche y que parecía más afectado de lo normal.

Michael: Le digo, señor, que no fue un accidente.

Taylor se aplastó contra la pared contigua a la puerta y aguzó el oído para escuchar lo que decía el cochero.

Michael: Mientras reparaba el eje, me fijé por casualidad que el lugar donde se había roto la madera tenía un aspecto extraño. Lo he mirado bien y he visto que estaba, prácticamente, serrado por la mitad.

El duque se levantó de su silla.

Will: ¿Qué estás diciendo? ¿Insinúas que alguien quería que el carruaje volcara?

Michael: Peor que eso, señor. Querían que pasara justo donde pasó. Mientras examinaba las piezas del eje, me llamó la atención algo que estaba incrustado en la madera -afirmó Mullens-.

Taylor espió en la habitación el tiempo suficiente para ver cómo el cochero introducía la mano en un bolsillo de su gastada chaqueta marrón, y le entregaba algo al duque que ella no alcanzó a ver.

Michael: Alguien nos estaba esperando ese día en el puente, señor. Justo antes del accidente oí un ruido que sonaba como un disparo, pero no se me ocurrió pensar que nos había disparado hasta que encontré esa bala de plomo.

Taylor tuvo un escalofrío cuando el duque sostuvo en alto el pedazo de plomo para examinarlo.

Will: Apuntaron al eje. Sólo se necesitaba un poco más de presión en el punto exacto para hacerlo saltar -dijo el duque-.

Michael: Sí, señor, así es como lo veo yo -admitió Mullens-.

La mano del duque se cerró alrededor de la pieza de plomo.

Will: Si no le importa, señor Mullens, me quedaré con esto. Y gracias por acudir a mí con esta información.

El cochero hizo una reverencia y se despidió. Antes de que llegara a la puerta, Taylor se había recogido las faldas y había echado a correr por el pasillo. Tenía que encontrar a Miley. ¡Por Dios! ¡Alguien había intentado matarlas!


Miley: No sé qué decir. -Caminaba de un lado a otro del salón Wedgwood, que era más pequeño que el resto de los salones de la casa, daba a un jardín, y se había convertido en su favorito-. ¿Por qué iba a querer nadie matarnos?

Sin embargo, un feo pensamiento le rondaba la cabeza. Para heredar el ducado de Sheffield, las reglas de la herencia exigían que hubiera un hijo nacido del matrimonio, un hijo legítimo que llevara la sangre de William. Para que así fuese, la única opción de William sería el divorcio.

A menos, por supuesto, que ella muriese y él pudiese volver a casarse.

Miró a Taylor y vio que su amiga le había leído los pensamientos.

Taylor: No, ni se te ocurra pensar en eso. No creo, ni por un instante, que el duque hiciera algo así. El duque está enamorado de ti. Puede que tú no lo veas, pero yo sí. Te ama, y no te haría daño.

Miley no tenía ni idea de cuáles eran los sentimientos de William hacia ella, pero incluso si Taylor tenía razón y William volviera a estar enamorado de ella, a veces, el amor no era suficiente. William tenía un deber con su familia, un deber que no podría cumplir mientras ella fuera su esposa.

Miley: Tenemos que considerar todas las posibilidades, por dolorosas que sean.

Taylor: Pero hasta después del accidente el duque no supo que no podrías darle un hijo.

Miley: Tal vez lo sabía. Hay otras personas que lo saben..., el doctor que me atendió en el campo después de mi caída, los criados de la casa de mi tía. Es posible que se enterara antes de que Neil McCauley se lo dijese.

Taylor: No lo creo.

Miley: Yo tampoco quiero creerlo, pero sea cual sea la verdad, debemos descubrir quién es el responsable y por qué.

Taylor: Te doy totalmente la razón.

Miley se giró al oír la voz de William en la puerta que conducía a su estudio. Al entrar su marido en su espacio íntimo, éste le pareció más reducido que antes.

Will: Os estaba buscando a las dos. -Su mirada fue de una a la otra-. Según parece ya habéis oído lo que le pasó al carruaje.

El alargado rostro de Taylor enrojeció:

Taylor: No era mi intención husmear, excelencia, pero he pasado casualmente por delante del salón, he oído que hablaban del accidente y...

Will: No importa. En este caso, me alegro de que lo hayas escuchado. Dado que Justin McPhee se halla, en estos momentos, en busca de información sobre el asesino del conde Leighton, he contratado a uno de sus socios, un hombre llamado Samuel Yarmouth, para que investigue el asunto del accidente del coche.

Miley se limitó a asentir.

Will: ¿Qué ocurre? Empiezo a reconocer esa mirada de preocupación en tu cara.

Taylor: No es nada, excelencia -replicó por ella-. Le ha afectado pensar que alguien podría haber intentado matarla.

Will: Sí, y precisamente de eso es de lo que quiero hablar con las dos. Quiero que penséis en los posibles enemigos que podéis tener cada una de vosotras.

Miley levantó la cabeza al oír las palabras de William.

Miley: ¿Enemigos? No se me ocurre nadie que quiera hacerme daño. No puedo pensar en nadie.

William clavó sus ojos en ella.

Will: Nadie excepto yo. Eso es lo que estás pensando.

Miley: No, yo... No, por supuesto que no. -Pero el rubor de sus mejillas delataba sus pensamientos anteriores-.

Will: Supongo que manifestar mi inocencia no serviría de nada, pero me gustaría señalar que, uno, no sabía nada de tu estado antes del accidente, y dos, se suponía que yo también iba a viajar en ese carruaje. Mis planes cambiaron de manera inesperada y sólo el día antes de la fecha prevista de nuestra partida. Si el granuja no hubiera estado al tanto de dicha circunstancia, habría seguido adelante exactamente como lo había planeado.

La explicación era bastante razonable. Y la idea de que William hubiera deseado hacerle daño era tan repugnante que se aferró al razonamiento como alguien a punto de ahogarse se aferraría a una cuerda de salvamento.

Miley: Sí, supongo que es cierto.

Will: Y si el blanco hubiera sido yo en lugar de tú, hay un número alto de posibilidades de saber quién querría verme muerto.

Miley lo miró con perspicacia:

Miley: Estás pensando en Jason Reed.

Will: Así es. Reed no volverá a andar y el hombre responsable de ello soy yo. En la lista de mis enemigos, lord Jason ocuparía la primera posición.

Miley se apoyó en su sillón. Opinó:

Miley: Después de lo ocurrido, no estoy segura de que Jason tuviera el valor de enfrentarse a ti.

Will: Tal vez no. Sin embargo, merecería la pena estudiarlo. -Caminó hasta la ventana y se quedó mirando el jardín, con las manos cruzadas en la espalda-. También está Carlton Baker, el norteamericano que lanzó amenazas contra mí.

Miley: Seguramente el señor Baker no llegaría tan lejos como para cometer un asesinato.

Will: Cuando se hiere el orgullo de un hombre, es difícil saber de qué podría ser capaz -dijo, antes de volverse hacia ella-. Y, por supuesto, está mi primo, Arthur Bartholomew. Está completamente endeudado y necesita dinero desesperadamente. Para convertirse en el siguiente duque de Sheffield bien podría valer la pena cometer un asesinato.

Miley no había pensado en eso. Era una amenaza que persistiría hasta que William tuviera un hijo. Sintió un escalofrío por dentro.

Will: Aparte de esas tres, hay otra posibilidad, un tal Byron Shine. Lo conocí en América. Lo llaman el Holandés.

Miley: ¿Por qué desearía ese tal Shine matarte?

Will: Shine está involucrado en una operación mercantil de la que saldrían muy beneficiados los franceses, y yo he hecho todo lo que estaba en mi poder para sabotear sus esfuerzos.

Miley: ¿Era eso lo que tú y el coronel Pendleton os traíais entre manos?

William asintió:

Will: El Holandés cree que soy su principal competidor en la compra de una flota de barcos muy poco comunes. Si yo desaparezco, existe la posibilidad de que pudiera realizar la venta y ganar una cuantiosa suma de dinero.

Miley: Ya veo. -Se mordió el labio, preocupada por la implicación de William en asuntos del gobierno que podrían causarle la muerte-. ¿Crees que el señor Yarmouth será capaz de descubrir al hombre responsable de lo ocurrido al carruaje?

Will: Eso queda por ver. Mientras tanto, todos debemos permanecer vigilantes. Tengo intención de hablar con los sirvientes, conseguir su apoyo para que se mantengan alerta, aunque, a decir verdad, es posible que uno o más de ellos trabajen para el hombre o los hombres responsables del intento.

Miley: Lo dudo. La mayoría llevan años trabajando para tu familia -opinó-.

Will: Es cierto, pero es una posibilidad que no podemos descartar.

Justo entonces, el mayordomo apareció en la puerta.

Wooster: Siento molestarlo, excelencia, pero lord Brant y lord Belford desean verlo.

William asintió.

Will: Bien, hazles pasar. -Volvió su atención a Miley-. He pedido a nuestros amigos que vengan. Ambos son hombres poderosos y frecuentan a menudo los círculos sociales. Confío en que se les ocurra algo útil.

Taylor se levantó del sillón.

Taylor: En ese caso, me voy.

Will: Quédate. Estabas en el coche junto a mi esposa. Este asunto también te concierne a ti.

Taylor se limitó a asentir ligeramente y regresó a su sillón, pero Miley sabía que se alegraba de haber sido incluida.

Wooster regresó al cabo de unos minutos, acompañando al conde de Brant y al marqués de Belford hasta el salón.

Zac: Hemos venido lo más rápido que hemos podido -dijo el conde con sencillez-.

Andrew: Tu nota decía que se trataba de algo importante -añadió el marqués-.

Will: Y así es. -Y durante la siguiente media hora, informó a sus amigos del descubrimiento que había hecho el señor Mullens, el cochero-.

Andrew: Así que no fue un accidente después de todo -dijo con voz grave-.

Will: Desgraciadamente, no.

Zac: Empezaremos a husmear -ofreció-, a ver qué averiguamos. Con tu permiso, me gustaría decírselo a Vanessa. Tiene una habilidad increíble para ganarse el apoyo del servicio. Parece que tienen un sistema de comunicación secreto que puede ser extremadamente útil.

Andrew: Me gustaría decírselo a Brittany, también. Querrá ayudar.

Will: Pensaba dejar la decisión de involucrar a las mujeres a vosotros, dado que un intento de asesinato es un asunto bastante desagradable. Pero, sin duda, agradecemos toda la ayuda que podáis prestarnos.

Andrew: ¿Hay alguna cosa más que deberíamos saber? -preguntó el marqués-.

Miley pensó que aunque había sido extrañamente conveniente que William se encontrara en Londres cuando ocurrió el accidente, en el fondo de su corazón no creía que su marido hiciera nunca nada para causarle mal. Y aunque la duquesa viuda se habría sentido muy consternada de haber sabido que Miley no podía dar un heredero a William, ella rezaba para que su suegra no fuera capaz de cometer un asesinato.

Los hombres abandonaron la casa, y en la tranquilidad que siguió a su partida, William volvió al lado de Miley.

Will: Hay que hacer una serie de cosas relacionadas con este asunto. Preferiría que tú y Taylor os quedarais en casa los próximos días hasta que resolvamos este embrollo.

Aunque a Miley le repugnaba la idea de estar prisionera en su propia casa, no discutió. Afuera, hacía frío y llovía. Tal vez, permanecer en casa, a salvo, era realmente la opción más sabia.

Miley: Como desees..., de momento. -Y su respuesta provocó una dura mirada de William-.

Will: Escúchame Miley, no voy a permitir que arriesgues tu vida. En esta ocasión, harás exactamente lo que te diga.

Miley: ¿Y tú qué? Si tienes razón y eres el blanco, eres tú quien debería quedarse en casa.

William frunció la boca.

Will: Me alegra que estés preocupada, pero te aseguro que tengo intención de ser extremadamente cuidadoso.

El duque abandonó el salón. Siguiéndole los pasos, Taylor regresó al piso de arriba unos minutos después. Seguro que los jardines se podían considerar parte de la casa, pensó Miley, que ahora se sentía inquieta y necesitaba respirar un poco de aire fresco. De todos modos, como planeaba hacer William, tendría mucho cuidado.

En lo que a Miley se refería, un intento de acabar con su vida era más que suficiente.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

estuvo bueno el capii peroo no tantooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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