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miércoles, 30 de agosto de 2023

Capítulo 10


Diciembre irrumpió con un aluvión de eventos y fiestas, la locura de decorarlo todo para Navidad, cambios de turno de última hora cuando una serie de empleados clave faltaron un día por culpa de un virus, y para Vanessa, la frustración de cada año de ir a comprar.

Comprar no le molestaba, sobre todo si era on line, con un simple clic del ratón. Pero la Navidad subía su listón de exigencia en materia de regalos. Ni podía ni estaba dispuesta a conformarse con regalos que fueran aceptables, correctos o ni tan siquiera inspirados cuando se trataba de la Navidad.

Cuando se trataba de elegir los regalos navideños, exigía la perfección.

Tenía el de su padre: dos docenas de puros Cohiba y un humidificador antiguo por el que había peleado con uñas y dientes en eBay. Lo había completado con una botella de whisky Three Ships de malta. Ya tenía bien atados los de sus hermanos y los de las abuelas. Había encargado los regalos para los empleados de los puestos de responsabilidad y en breve firmaría de su puño y letra las felicitaciones que contendrían los aguinaldos de los empleados.

Un par de regalos más para amigos, y otros divertidos -una tradición de los Hudgens para llenar los calcetines- no le preocupaban. Pero aún no había dado con el regalo ideal para su madre.

Esa preocupación y punto débil la hizo vulnerable cuando Jessica le insistió sin mucha sutileza para que fueran de compras a Missoula.
 
Así pues, en uno de sus poquísimos días libres -en el que habría preferido quedarse en la cama, dar un largo paseo a solas con Leo-, Vanessa buscó un hueco en un aparcamiento de la ciudad.

Como los hijos de todas las madres parecían haber tenido la misma idea, le costó encontrar uno.

Al menos el día estaba despejado, pensó cuando por fin metió la camioneta en un hueco. El frío era glacial, pero hacía sol y el cielo estaba limpio de nubes.

Después de bajar y de colgarse el bolso en bandolera sobre el abrigo, miró a Jessica.

Ness: Cuando encuentre el regalo ideal para mi madre, dalo por hecho, iremos al Biga a comernos una pizza.

Jessie: Vale.

Ness: Has comido ahí, ¿verdad?

Jessie: No. 

Jessica sacó una barra de labios y, sin espejo, se los retocó perfectamente.

Ness: ¿Cómo lo has hecho? 

Jessie: ¿El qué?

Ness: ¿Retocarte los labios sin mirar?

Jessie: Bueno, sé dónde tengo los labios.

Vanessa también sabía dónde tenía los suyos, pero le gustaría aprender ese truco en particular.

Ness: ¿Has dicho que no has comido en el Biga? ¿Nunca?

Jessie: Si acabo comiendo en Missoula, suelo tomarme una ensalada.

Ness: Pues es una pena -subió la escalera hasta la calle-. Vienes aquí un par de veces al mes, pero no has comido la mejor pizza de Montana, y probablemente de cualquier otro sitio.

Jessica la miró con lástima.
 
Jessie: Tengo que recordarte que soy de Nueva York. No hay mejor pizza que la pizza de Nueva York.

Ness: Ya veremos lo que dices después. -En la acera, puso los brazos en jarras y paseó la mirada por la bonita ciudad con sus originales tiendas, restaurantes, cervecerías-. No tengo una sola idea buena en la cabeza para mi madre.

Jessie: Te inspirarás. Yo me tenía por una compradora de regalos con criterio, pero, comparada contigo, soy una palurda. Lo digo en serio, Ness. -Siempre encantada de ir de compras, entrelazó su brazo con el de Vanessa-. ¿Qué me dices de las fotografías que has mandado ampliar y colorear para Cora, y de ese marco triple tan precioso? Es tan perfecto, tan detallista...

Ness: He comprado el marco en la tienda de la hermana de Zac. Tienen cosas preciosas. Se llama Crafty Art.

Jessie: ¡Me encanta esa tienda! ¿Es de la hermana de Zac?

Ness: De ella y de su adorable marido, sí.

Jessie: Ahí me he pulido la tarjeta de crédito más de una vez. Pero el verdadero regalo son las fotografías.

Ness: La foto del día de su boda con mi abuelo es genial y la de los dos con mi madre es muy tierna; cómo las abraza fuerte a las dos mi abuelo. Es la de la yaya y mi madre, con Alice cuando era bebé, la que puede remover un poco las cosas. -Al ver que Jessica no decía nada, añadió-: Puedes preguntar.

Jessie: Sé que lo de Alice es complicado. Que se escapó de casa cuando era joven.

Ness: El día de la boda de mi madre. Se fue sin más, dejó una notita de niña malcriada, según me han dicho, y se largó en una de las camionetas. A California, para ser estrella de cine -puso los ojos en blanco-. Sé que mandó un par de postales, y después nada. Ni una sola palabra a su madre viuda.
 
Como la puerta estaba abierta, Jessica curioseó un poco más.

Jessie: Imagino que intentaron buscarla.

Ness: Nadie habla mucho de eso, porque pone triste a la yaya, la enemista con la abuela. Entiendo muy bien el resentimiento de mi bisabuela, viendo sufrir a su hija durante tanto tiempo. Supongo que también puedo entender lo que siente la yaya.

Se cruzaron con un hombre que llevaba calcetines rodilleros estampados con renos por fuera de los vaqueros y cascabeles de trineo alrededor del cuello.

Ness: Alice es su hija, igual que mi madre. Lo que pone a mi madre justo entre las dos, y es una posición difícil. Así que no se hablaba mucho, pero los niños se enteran de todo, y oímos lo suficiente para saber que la yaya contrató a un detective durante un tiempo, y que encontraron la camioneta abandonada en Nevada, creo. Y Alice simplemente se esfumó. No es difícil, supongo, si se quiere hacer.

Jessie: Debió de ser brutal para Cora.

Ness: Sí. A la abuela no le gustará mucho mi regalo para la yaya, pero supongo que encontrar el faldón de bautizo que le hizo su propia abuela, restaurarlo y enmarcarlo lo compensará.

Jessie: Es una prenda preciosa. Y encontrar las fotitos de todos los bebés que lo han llevado ha sido una genialidad.

Vanessa se detuvo delante de una tienda.

Ness: A veces estoy inspirada. Bueno, como a menudo pienso que si alguna vez me cruzara con Alice Hudgens me gustaría darle un puñetazo nada más verla, mejor dejemos de hablar de ella. Probemos aquí, a ver si me gusta algo. 

No le gustó nada, pero en la tienda de la hermana de Zac encontró un tesoro.

Ness: Ya debería haber sabido que tenía que venir primero aquí. Esperaba que hoy estuviera Miley.

Jessie: Entro cada vez que vengo a Missoula. Debo de conocerla.

Ness: Ahora está embarazadísima.

Jessie: ¡Sí! Es un encanto. Mira, ya tengo otra conocida en Montana.

Vanessa le enseñó un elegante bolso de mano hecho con piel de avestruz.

Ness: Es ideal para Britt. El morado es su color preferido, y ella no se lo compraría. No es práctico.

Jessie: Quizá no, pero es bonito.

Ness: Somos viejas amigas, Britt y yo. Le encanta arreglarse.

Jessie: Como a muchas, Chelsea incluida. Voy a comprarle este pañuelo. 

Vanessa lo miró; parecía un cuadro del cielo de Montana al atardecer.

Ness: Es precioso, pero no va a abrigarle el cuello.

Jessie: No es para eso -se lo enrolló alrededor del suyo, lo enroscó por aquí, lo retorció por allá, e hizo que pareciera sacado de una revista de moda-.

Ness: ¿Cómo lo has hecho sin mirar? Y no me digas que sabes dónde tienes el cuello.

Jessie: Hago magia con los pañuelos. -Aun así, se acercó a un espejo y pasó los dedos por la fina y suave seda-. Lo quiero para mí, así que es un buen regalo.

Ness: Yo nunca encontraría nada para nadie si me basara en ese criterio. Yo solo... ¡Oh!

Jessie: ¿Qué pasa? Ah, el cuadro. Es tu casa, ¿verdad?

Ness: Es el rancho. Hay nieve en las montañas, en los picos altos, pero las macetas y los macizos tienen las flores de otoño. Y los ginkgos ya están amarillos.

La dependienta, presintiendo que haría más de una venta, se acercó a ellas.
 
**: Es de una pintora local. Me encanta el color tan vivo de los ginkgos y los detalles de la casa, y el rojo del cielo tras las montañas. Me entran ganas de sentarme en ese viejo banco bajo los árboles para ver la puesta de sol.

Ness: ¿Cómo lo ha titulado la pintora?

**: Serenidad. Creo que es perfecto. Es el Rancho Hudgens. La familia tiene y lleva el Resort Hudgens, uno de los mejores sitios del estado para ir de vacaciones o simplemente para cenar. La familia vive ahí, a más o menos una hora en coche de Missoula, desde hace generaciones.

Ness: En la esquina se ve el primer potrero, y ahí está Chester durmiendo en el porche delantero. Nuestro perro -dijo a la dependienta-. Vivo ahí. Soy Vanessa Hudgens -se presentó, tendiéndole la mano-.

La mujer se ruborizó complacida al estrechársela.

**: ¡Oh, vaya, santo cielo! Y yo explicándoselo todo. Es un verdadero placer conocerla, señorita Hudgens. Stasha, la pintora, va a ponerse loca de contenta de que haya elogiado su pintura.

Ness: Espero que se ponga igual de contenta de que le compre el cuadro. Como regalo de Navidad para mi madre. Puede decirle que me encanta su obra, pero los ginkgos son lo que ha terminado de convencerme -se volvió hacia Jessica-. Una fría noche de otoño, en este banco y bajo estos árboles, mi padre besó a mi madre por primera vez.

**: Ay, por el amor de Dios -repitió la dependienta, y movió la mano delante de la cara cuando los ojos se le humedecieron-. Qué romántico. Y esto, esto parece obra del destino, ¿no? Oh, tengo que llamar a Stasha. ¿Le importa si lo hago?

Ness: En absoluto. Puede decirle que, cuando mi madre habla de su primer beso, dice que tuvo la sensación de que todo su mundo se había convertido en oro, como las hojas de los ginkgos.

La mujer se metió la mano en el bolsillo para sacar un pañuelo de papel.
 
Jessie: ¿Cuánto tiempo tardaría en añadirlos a los dos? -se preguntó. Entonces se dio cuenta-. Perdón. Estaba pensando en voz alta.

Ness: Dios mío, Jessie, ¡es la mejor idea del mundo! ¿Podría pintarlos? Serían más bien siluetas, ¿no?, a lo lejos. Puedo buscar fotos suyas de esa época, pero no es como si tuviera que retratarlos.

**: Voy a llamarla ahora mismo. Vive en el centro. ¡Ahora mismo la llamo! Oh, Dios mío.

Ness: Jessica -le pasó el brazo por los hombros. Había alcanzado la perfección con esto, y gracias a ti he subido otro peldaño. Va a hacerle mucha ilusión. Muchísima. Yo invito a la pizza.

A lo largo de los años, Vanessa se lo había pasado bien, muy de vez en cuando, yendo de compras con su madre, con las abuelas. Juntas o de una en una, aunque su madre, cuando quería un bolso negro, por ejemplo, parecía que se sintiera obligada a mirarlos todos antes de tomar una decisión.

Sin embargo, debía reconocer que la excursión con Jessica, y el extraordinario éxito, lo superaba todo con creces. Se cargó de regalos divertidos: le gustaron sobre todo los calcetines largos con vaqueros que solo llevaban botas, sombrero y slips blancos.

Eufórica de tanto como estaba disfrutando, se dejó engatusar por la hábil Jessica y terminó comprándose un chaleco rojo de piel, un color que solía evitar, una blusa blanca con puños de encaje para llevarla debajo y un nuevo lápiz de labios que olvidaría aplicarse la mayor parte del tiempo.

Además, todos los días que podía zamparse un par de trozos de pizza en el Biga le resultaban estupendos.

Dio un mordisco a la suya, mirando a Jessica.

Ness: ¿Y bien?

Jessie: Está rica -dio un segundo mordisco a la suya, reflexionó, paladeó-. Está muy rica.
 
Ness: He ganado. Aunque no sé por qué has querido tantas espinacas en tu mitad.

Jessie: Son saludables y deliciosas. Y no has ganado. Está riquísima, pero... 

Vanessa meneó un dedo mientras masticaba.

Ness: Eso es pura cabezonería neoyorquina.

Jessie: Un día de estos, tú y yo vamos a irnos de compras a Nueva York. 

Vanessa dio otro mordisco a su pizza y sonrió.

Ness: Sí, en otra vida.

Jessie: Encontraré la manera de que vayas en esta. Y cuando pase, te llevaré a Lombardi. Aunque... -comió un poco más-, te reconozco que saber que este sitio está aquí hace que extrañe mucho menos Nueva York.

Ness: ¿Aún lo echas de menos?

Jessie: De vez en cuando. Puede que no me acostumbre nunca al silencio. A veces todavía me despierto en plena noche por lo silencioso que está todo. O miro por la ventana esperando ver edificios, tráfico, y hay espacio y prados y montañas.

Ness: Parece raro que extrañes eso. El ruido y el tráfico.

Jessie: Pero es así. -Riéndose, bebió un poco de vino-. Algunos días echo de menos el ritmo, la pura actividad y el restaurante tailandés de la esquina. Pero entonces pienso en las montañas y el aire, en el trabajo, que me encanta de veras, y en las personas que he conocido. Y ahora estoy aprendiendo a montar a caballo.

Ness: ¿Cómo te va? Quería ir a verte, pero he pensado que de momento igual preferías no tener público.

Jessie: Has acertado. Tu abuela es increíble y tiene mucha paciencia. He dejado de tener la sensación de que me juego la vida cada vez que monto a Maybelle. No está nada mal para llevar tres clases.

Ness: Dentro de nada estarás arreando ganado.
 
Jessie: Deja que siga tu ejemplo -brindó con ella-. Sí, lo haré, pero en otra vida.

Ness: Vas a sorprenderte a ti misma. No quiero hablar mucho de trabajo, pero sí quiero decir que te has convertido, en poco tiempo, en un miembro indispensable de la familia del resort. He pasado a delegar en ti, a saber que puedo, y eso me hace mejor en mi trabajo.

Jessie: Eso significa mucho. Me encanta trabajar para ti, para la familia. Dios mío, me encanta colaborar con Mike. Es tan listo y creativo..., y me hace reír todos los días.

Ness: Está tonteando con Chelsea, ¿verdad?

Jessica intentó poner cara de póquer, pero los labios se le curvaron hacia arriba cuando cogió su pizza.

Jessie: Puede. Tampoco es tan extraño. Ella es adorable, además de lista y dinámica. Tiene mucha visión de conjunto y sabe cómo cuidar los detalles cuando delego en ella. Se ha convertido en otra razón por la que adoro mi trabajo. No estaba segura de que me pasaría.

Ness: Cuesta creer que estuvieras insegura de algo, considerando que te has venido a vivir a la otra punta del país.

Jessie: Di este gran paso en un momento complicado de mi vida, y me dije que era mejor darlo y equivocarme que quedarme quieta y ser infeliz. Me alegro de haberlo dado y de saber que no fue un error, sino justo lo que necesitaba -bebió más vino sin dejar de mirar a Vanessa-. Creo que ahora ya puedo preguntarte por qué me contrataste. A la neoyorquina que nunca había estado al oeste del Mississippi.

Ness: Bueno, tu currículum hizo que se me pusieran los ojos como platos. Tu currículum y tus referencias me hicieron menear el culo en la silla. No sabía si te adaptarías. Estabas triste.

Jessie: Lo estaba.
 
Ness: Pero podría decirse que yo también decidí dar un gran paso. Tuve un buen presentimiento desde el principio. Las primeras entrevistas por teléfono, la entrevista cara a cara cuando te subiste a un avión para venir aquí. Tengo mucha sangre irlandesa y chippewa, lo que anula en cierto modo la sangre francesa, más práctica, que también corre por mis venas. Creo en los presentimientos y en hacerles caso cuando se puede.

Jessie: Y aquí estamos.

Ness: Brindo por nosotras.

Vanessa entrechocó su copa con la de Jessica.


El sol descendió hacia los nevados picos, confiriéndoles un pálido brillo dorado, mientras Vanessa conducía la camioneta de regreso a casa.

Con su lista de Navidad al completo y el cuadro ya en manos de la exultante pintora para ese último retoque sentimental, preveía que todo iría viento en popa en las dos semanas que quedaban para el gran día.

Ness: Cuánto me alegro de que me hayas convencido para venir. Aunque piense que el chaleco rojo es un error.

Jessie: Te quedaba increíble. Los colores vivos te favorecen. No sé por qué no llevas nada rojo ni de tonos llamativos.

Su tono ausente indujo a Vanessa a mirarla de reojo. Con el paso de los kilómetros, Jessica había ido quedándose más callada, apagándose.

Ness: ¿Estás bien?

Jessie: ¿Mmm...? Sí. Sí, estoy bien. -Pero volvió a quedarse callada, pareció contentarse con mirar por la ventanilla mientras la noche caía. Entonces se irguió en el asiento-. Somos amigas.

Ness: Claro.

Con un suspiro de frustración, Jessica negó con la cabeza.

Jessie: Llevo casi toda la vida siendo cauta con mis relaciones de amistad. Tengo conocidos estupendos, amigos superficiales interesantes, de esos con los que te tomas una copa cada dos meses. He tenido amigos en el trabajo, pero he sido cauta con las relaciones de amistad que no reúnen todos esos requisitos, esas limitaciones.

Ness: ¿Y eso por qué?

Jessie: Quizá porque mis padres se divorciaron cuando yo era pequeña. Apenas los recuerdo juntos, y la verdad es que no pasé mucho tiempo con ninguno de los dos. Me criaron mis abuelos. Al principio viví en un engaño. Te quedas con nosotros porque tu madre está de viaje o porque tu padre está trabajando. Después de un tiempo, el engaño fue evidente incluso para una niña. Mis padres no me querían.

Ness: Lo siento. Eso es... -no supo qué decir-. Lo siento.

Jessie: Mis abuelos sí me querían, me adoraban, y me lo demostraban todos los días. Pero es una cosa difícil de superar. Que tus propios padres no te quieran. En fin, probablemente de ahí viene mi cautela para hacer amigos. Pero somos amigas, y no quiero fastidiarlo por nada del mundo.

Ness: ¿Por qué vas a fastidiarlo?

Jessie: Besé a Alex. O él me besó. Diría que los dos nos besamos cuando acabamos de hacerlo.

Para darse un momento y asimilar lo que acababa de escuchar, Vanessa levantó una mano del volante y le hizo el gesto de «alto».

Ness: ¿Qué?

Jessie: No fue premeditado, por parte de ninguno de los dos. El caballo me dio un topetazo y me caí encima de Alex. Bueno, no, no me dio un topetazo, pero el caballo, el caballo de Zac, me olió el pelo, y yo me abalancé sobre Alex del susto que me di. Luego, pasó, sin más.

Ness: ¿Cuándo? ¿En Acción de Gracias?

Jessie: Sí.
 
Ness: ¡Lo sabía! -dio un puñetazo al aire-. El beso no, pero me olí algo. Alex tenía la cara que siempre pone cuando ha hecho algo a escondidas y no quiere que se le note. -Volvió a poner la mano en el volante, se dio cuenta de que había pisado el acelerador además de dar un puñetazo al aire y redujo un poco la velocidad-. ¿Un beso de verdad? ¿En la boca?

Jessie: Sí, un beso de verdad. Y he pensado que es tu hermano. Yo soy tu amiga, pero también soy tu empleada, así que...

Ness: Ay, olvídate de que soy tu jefa. Alex es un hombre adulto y puede besar a quien le apetezca, si la otra persona quiere. Y él no besaría a alguien que no quiere porque sencillamente no es así; por tanto, si a los dos os parece bien, ¿por qué no va a parecérmelo a mí?

Jessie: Yo no diría que a Alex le pareció bien. Él fue quien paró, y después empezó a deshacerse en disculpas hasta que me entraron ganas de noquearlo. O sea, quién es tan idiota... -se interrumpió-. Es tu hermano.

Ness: Puedo querer a mi hermano, y defenderlo, y aun así saber que en algunos aspectos es idiota. ¿Se disculpó por besarte?

Jessie: Por aprovecharse de mí. -Al sentirse comprendida, empezó a despotricar-: ¿Aprovecharse de mí? ¿Parezco una persona que dejaría que alguien se aprovechara de ella? ¡Soy de Nueva York! ¿Acaso se cree que no he parado los pies a todo un batallón de hombres que se pusieron pesados cuando yo no quería nada con ellos? Luego me vino con que no quería que me sintiera obligada, como si yo fuera a empezar algo con él porque me sintiera presionada por ser una empleada del resort. ¿Esa es la conclusión que saca de que lo besara? ¡Oh, más vale que le siga la corriente si quiero conservar mi empleo! ¡Si me sintiera acosada sexualmente, lo sabría así de fácil! -Chasqueó los dedos-. No soy una ratita débil y asustada de la que pueden aprovecharse o a la que pueden presionar.
 
Vanessa dejó que se desahogara.

Ness: Voy a decirte una cosa. Disculparse de esa manera es típico de él. Y voy a suponer que llevaba un tiempo pensando en besarte. Alex no es impulsivo, a menos que se junte con Efron, que hace aflorar esa faceta suya. Él... se lo piensa todo, y está claro que no había acabado de pensar lo tuyo con él cuando terminasteis en esa situación. Luego, se siente responsable de inmediato. No digo que no estés un poco cabreada por lo torpe que fue, y su torpeza fue francamente ofensiva, pero espero que puedas darle un poco de cancha, considerando que él es así.

Jessie: Puedo intentarlo.

Vanessa alargó la mano y le tocó en el brazo con un dedo.

Ness: No estoy defendiéndolo, bueno, solo un poco. Espero que le dejaras claro que te había ofendido.

Jessie: Oh, sí.

Ness: Eso debió de confundirlo y frustrarlo, y cuando lo asimiló, debió de horrorizarlo, ya que respeta muchísimo a las mujeres. No tiene un pelo de adulador.

A Jessica se le escapó la risa al pensarlo.

Ness: A diferencia de Mike. Y solo para desviarme un momento del tema, antes o después Mike va a hacer algo más que coquetear con la adorable Chelsea, si a ella le apetece algo más que coquetear. Él lee el pensamiento tan bien como un sabio lee libros, por eso se le dan tan bien las ventas. No se aprovecharía más de lo que lo haría Alex, pero irá mucho más deprisa. En fin. -Condujo un minuto más en silencio mientras ordenaba las ideas-. No me sorprendería si él, Alex, pensara en una disculpa para la disculpa, así que te lo voy a preguntar, como amiga: ¿te gusta?

Jessie: Por supuesto que sí. Es muy majo.

Ness: Mike es majo. ¿Piensas besarlo?
 
Jessica suspiró.

Jessie: No. -Amigas, pensó. No solo colegas de trabajo, no solo conocidas. Amigas. Podía dar el siguiente gran paso-. Me siento atraída por Alex. Me interesa.

Ness: Entonces, si quieres repetir, o ir más allá, vas a tener que tomar la iniciativa. Él no lo hará, o pasará un año más o menos antes de que se decida.

Jessie: Solo para tener las cosas claras -alzó un dedo-, ¿estás diciendo que debería ir detrás de tu hermano?

Ness: Estoy diciendo, como amiga tuya que soy, y como tu jefa, solo para no dejarme nada, que Alex y tú sois adultos, estáis solteros, tenéis libertad. Como hermana suya, que lo conoce como si lo hubiera parido, te estoy dando un consejo: si quieres empezar algo, tendrás que empezarlo tú. Y nadie que os conozca va a sorprenderse o a preocuparse si empezáis a acostaros. No sé por qué la gente deja que el sexo sea tan complicado.

Jessie: No estoy hablando de acostarme con él.

Ness: Por supuesto que sí. 

Jessica suspiró.

Jessie: Vale, por supuesto que sí. Tengo que pensármelo. No un año. Me bastará con un par de días. ¿Vanessa?

Ness: Ajá...

Jessie: Me gusta tener una amiga. 

Vanessa la miró de soslayo, y sonrió.

Ness: Has tenido suerte conmigo. Soy una amiga de la hostia.

Continuó sonriendo cuando volvió a pisar el acelerador. Estoy casi en casa, pensó al cruzarse con un utilitario azul que circulaba en sentido contrario, deseosa por llegar.
 Si a Karyn Allison se le hubiera pinchado la rueda dos minutos antes, Vanessa la habría visto en el arcén y habría parado en vez de pasar zumbando junto a su coche cuando Karyn se dirigía a Missoula.
Dos minutos lo habrían cambiado todo.


Él se limpió la sangre de las manos con la nieve. No había querido hacerlo.

¿Por qué la chica no se había comportado? Dios le había concedido el derecho, incluso la obligación, de procrear, de perpetuar su estirpe. De diseminar su simiente por el mundo.

¿Y no se la había puesto Dios justo en su camino?

Ella estaba en el arcén, con una rueda pinchada. Jamás había visto una señal tan clara de intervención divina.

Ahora bien, si ella hubiera sido demasiado mayor para tener hijos, o fea, como un hombre tenía derecho a tomar por esposa a una mujer guapa, él le habría cambiado la rueda, como buen cristiano, y habría seguido su camino.

Habría continuado su búsqueda.

Pero ella era joven. Más joven que la puta de la taberna y tan bonita como una flor. Como ya se había puesto a levantar el coche con el gato, demostraba tener empuje, y un hombre quería que sus hijos varones nacieran con empuje.

¿Y acaso no le había dado las gracias, había sonreído de oreja a oreja, cuando él se había detenido para cambiarle la rueda?

Valoraba la buena educación. Su forma de apartarse para dejar que se encargara él demostraba que sabía cuál era su sitio.

Pero entonces había sacado el móvil, había dicho que iba a llamar a los amigos con los que había quedado para explicarles qué ocurría.

Él no podía tolerarlo.
 
Se lo había dicho, y ella lo había mirado de un modo que no le había gustado nada. Sin respeto.

Ella le había pegado. Al recordarlo ahora, comprendía que no debería haber permitido que su experiencia con la primera chica restara fuerza a su puñetazo. Tendría que haberle dado más fuerte, en vista de cómo había gritado y se la había devuelto.

Le había dado en todos los huevos, además, antes de que él le arreara con la llave inglesa.

Pero aún respiraba, incluso gimoteaba un poco cuando él la había subido a la parte trasera de la camioneta, la había atado y le había tapado la boca con cinta americana por si le daba otra vez por gritar.

Había vuelto, también, para recoger su móvil y sacar su bolso del coche. Ya sabía que la policía había encontrado esos objetos la primera vez. Se había sentido cojonudo, sabiendo que había hecho lo que se había propuesto, lo que tenía que hacer. Ella volvería en sí en su habitación y él le enseñaría cuál era su sitio rapidísimamente. Cuál era su deber.

Pero cuando había llegado a la cabaña y se disponía a bajarla, vio mucha más sangre de la que esperaba. Lo primero que pensó fue que tendría que limpiarla.

Lo segundo fue que se le había muerto en el cajón de la condenada camioneta. Que se le había muerto sin más.

Eso no solo había empañado su justa felicidad, sino que lo había asustado mucho.

Había vuelto a taparla y se había ido de inmediato. Ni tan siquiera había entrado en la cabaña. Su casa no era sitio para una maldita chica muerta que no sabía comportarse.

En especial cuando el terreno era demasiado duro para cavar una tumba. Amargado por su mala suerte, condujo de noche, bajo una tormenta de nieve, en dirección a las montañas. Cargar con una chica muerta calzando raquetas de nieve le costó un gran esfuerzo, pero no tuvo que ir muy lejos.
 
La enterró en la nieve, junto con el móvil y el bolso. Pero antes sacó el dinero y se llevó la manta con la que la había envuelto. No era imbécil.

Nadie la encontraría hasta la primavera, lo más probable, y puede que ni tan siquiera entonces. De todas maneras, los animales la devorarían antes.

Pensó en rezar una oración por ella. Decidió que no la merecía, que no lo merecía a él. Así pues, se limpió la sangre de las manos con la nieve y la dejó en la inmensa quietud de la noche.


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