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lunes, 14 de agosto de 2023

Capítulo 2


Mientras cabalgaba, Vanessa resolvió qué había que hacer, qué podía hacerse y qué opción era la más sensata. Perder a dos de sus empleados clave del Centro Ecuestre -a Andy hasta la primavera y a Ashley durante ocho meses seguidos- creaba un rompecabezas. Tenía las piezas; solo necesitaba hallar la mejor manera de encajarlas.

Neviscaba, una nieve fina y espaciada de momento, un presagio de la nevada que se avecinaba. Le gustaba cómo olía, la forma en que un halcón la atravesaba planeando; un orondo conejo brincó, desapareció y volvió a brincar, en su carrera por un vasto prado blanco.

Espoleó a Calcetines para que trotara con más brío, y después, interpretando el deseo del animal, dejó que alargara la zancada y galopara sin trabas. Vio una de las camionetas de mantenimiento bajando por la carretera que conducía a las Cabañas de Altura, y se dio el gusto, junto con su montura, de ir por el camino más largo, donde el mundo se extendía a un paisaje de blancas montañas que se alzaban hacia un algodonoso cielo gris claro.

Durante un rato se permitió vaciar la mente. Resolvería el rompecabezas, solucionaría el problema, haría lo que había que hacer.

Pasó por delante de las carpas blancas del Pueblo Zen, subió la cuesta junto al racimo de cabañas que ellos llamaban las Casas Montañesas, y volvió a tomar la carretera que conducía hasta la casa de las abuelas.
 
Estaba apartada de la carretera, lo que dejaba espacio para el jardín que ambas disfrutaban cuidándolo, una casa de muñecas blanca con elegantes marcos azules, grandes ventanas para apreciar las vistas y amplios porches, delante y detrás, para sentarse y no hacer nada más.

Llevó el caballo capón a la pequeña caballeriza de la parte de atrás, y desmontó. Después de frotarle cariñosamente el lomo, lo ató.

Anduvo por la fina capa de nieve hasta el porche trasero, donde se limpió las botas a conciencia sobre el felpudo.

En cuanto entró, le llegó el olor de algo maravilloso que estaba cocinándose a fuego lento. Mientras se desabrochaba el abrigo, se acercó a la olla para oler su contenido.

Pollo con puerros, pensó, aspirando el aroma. La receta de origen escocés de la abuela.

Miró alrededor. La cocina-comedor comunicaba con un salón donde había un cómodo sofá, unas cuantas butacas y un enorme televisor de pantalla plana.

Las abuelas se pirraban por las series.

En ese momento echaban un culebrón en el que salían dos personas increíblemente hermosas. Vanessa vio la cesta de los bordados -de la abuela- y la cesta del ganchillo -de la yaya-, pero no vio a ninguna de las dos.

Echó un vistazo en el cuarto de invitados, que hacía las veces de despacho, y lo encontró ordenado y vacío.

Entró en el salón que separaba los dos pequeños dormitorios con baño, donde la chimenea ardía a fuego tan lento como la sopa. Se dispuso a llamarlas, pero oyó la voz de la abuela a su derecha:

Cora: ¡Lo he arreglado! Te he dicho que lo arreglaría.

Cora salió del dormitorio con una lustrosa caja de herramientas color rosa en las manos. Sofocó un chillido, dándose una manotada en el pecho.
 
Cora: ¡Virgen santa, Vanessa! Me has dado un susto de muerte. ¡Mamá! ¡Ha venido Vanessa!

Cora se apresuró a abrazar a Vanessa; las herramientas sonaron ruidosamente.

Zapatillas de piel de oveja, fragancia de Chanel n.º 5, un cuerpo tan delgado y ágil que disimulaba su edad vestido con unos Levi’s y un grueso jersey que debía de haberle tejido su propia madre.

Vanessa olió su perfume.

Ness: ¿Qué has arreglado?

Cora: Ah, sí, el lavabo de mi baño perdía agua como un colador.

Ness: ¿Quieres que llame a mantenimiento?

Cora: Pareces tu bisabuela. Llevo casi toda la vida arreglándome yo las cosas. Acabo de reparar la fuga.

Ness: No me cabe la menor duda. 

Vanessa la besó en las dos suaves mejillas, y sonrió a sus perspicaces ojos azules.

Cora: ¿Tienes algo que haya que arreglar?

Ness: Voy a quedarme sin dos empleados del Centro Ecuestre, pero ya estoy pensando en cómo arreglarlo.

Cora: Eso es lo que hacemos, ¿no? ¡Mamá! Ha venido Vanessa, por el amor de Dios.

**: Ya voy. No hace falta gritar.

A diferencia de Cora, que se había dejado el pelo más corto en la nuca, con sus canas naturales, doña Fancy se había obstinado en continuar siendo tan pelirroja como cuando era joven.

A pocos meses de cumplir los noventa, quizá reconociera que se movía un poco más despacio que en épocas anteriores, pero le enorgullecía decir que conservaba la dentadura entera, que podía oír todo lo que le diera la gana y que solo necesitaba gafas para ver de cerca.
 
Era menuda, más redonda que regordeta. Y prefería las camisas o las gorras con eslóganes, que buscaba y compraba en internet. La de ese día rezaba:

“ESTA ES LA PINTA QUE TIENE UNA FEMINISTA”

Fancy: Cada vez que te veo estás más guapa -dijo cuando Vanessa la abrazó-.

Ness: Me viste hace dos días.

Fancy: Sigue siendo igual de cierto. Ven a sentarte. Tengo que ir a mirar la sopa.

Ness: Huele increíble.

Fancy: Necesita otra hora o más si puedes quedarte.

Ness: No puedo, de veras, tengo que volver. Solo he pasado a veros.

Doña Fancy removió la sopa mientras Cora guardaba su caja de herramientas.

Cora: Pues un té con galletas. Siempre hay tiempo para un té con galletas.

Vanessa se recordó que estaba comiendo más sano, evitando los dulces, los hidratos de carbono vacíos.

Fancy: Cora y yo hicimos galletas de canela anoche. 

Doña Fancy sonrió cuando puso agua a calentar.

¿Por qué tenían que ser galletas de canela?

Ness: Podría sacar tiempo para comerme una galleta. Siéntate, abuela. Yo prepararé el té.

Cogió la tetera, las tazas y los coladores, ya que ninguna de las dos mujeres se rebajaría a tener una bolsita de té en casa.
 
Ness: Os estáis perdiendo la serie.

Fancy: Oh, la estamos grabando -respondió quitándole importancia-. Es más entretenido verla por la noche y pasar los anuncios.

Cora: He intentado explicarle que no hace falta tener el televisor encendido para grabar, pero no me cree.

Fancy: No tiene ningún sentido -le dijo a su hija-. Y no pienso arriesgarme. He oído que el hijo de los Efron ha vuelto de Hollywood y está trabajando en el rancho.

Ness: Has oído bien.

Cora: Siempre me cayó bien ese muchacho. 

Cora puso un plato de galletas en la mesa.

Fancy: Guapo como él solo -cogió una galleta-. Con la dosis justa de chulería para hacerlo interesante.

Cora: Alex, y sus modales serios, le hacían mucho bien. Y tú estabas colada por él -le dijo a Vanessa-.

Ness: No es verdad.

Las abuelas se miraron con expresiones de suficiencia casi idénticas.

Ness: ¡Tenía doce años! ¿Y cómo lo sabéis?

Fancy: Lo mirabas con ojitos de carnero -se llevó una mano al corazón-. Puñetas, yo también me habría colado por él si hubiera sido más joven, o él mayor.

Ness: ¿Qué habría opinado el bisabuelo? 

Fancy: Que estar casado no es como estar muerto. Estuvimos casados sesenta y siete años antes de que nos dejara, y los dos éramos libres para mirar todo lo que nos apeteciera. Ahora bien, ¿tocar? Al respecto, estar casado es como estar muerto.

Vanessa llevó el té a la mesa sin poder contener la risa.

Cora: Dile a ese muchacho que venga a vernos -exigió-. Ver a un hombre guapo le alegra a una el día.

Ness: Lo haré. 

Vanessa observó las galletas. Ya comería sano después.


Cuando Vanessa terminó de trabajar, la nieve caía rápida y copiosa. Se descubrió más que agradecida por las galletas en casa de las abuelas, pues no había tenido tiempo de comer a mediodía y ahora llegaba muy tarde a cenar.

Cuando aparcó la camioneta en el rancho, estaba dispuesta a comerse lo que fuera, después de servirse una copa de vino.

Se quitó el abrigo y las botas en el recibidor, cogió su maletín y encontró a Alex en la cocina, sacando una cerveza de la nevera.

Alex: Hay estofado de ternera al fuego. Mamá nos ha dicho que lo mantuviéramos caliente hasta que llegaras.

Carne roja, pensó Vanessa. Estaba intentando comer menos carne roja. En fin.

Ness: ¿Dónde están todos?

Alex: Mike ha quedado. Mamá ha dicho que iba a darse un baño larguísimo y lo más probable es que papá esté en la bañera con ella.

Al instante, Vanessa se palmeó la sien.

Ness: ¿Por qué me metes esas ideas en la cabeza?

Alex: La forma de mirar en sus ojos me las ha metido a mí. Me gusta compartirlo todo. -Meneó la botella que tenía en la mano-. ¿Quieres una cerveza?

Ness: Tomaré vino. Una copa de tinto todos los días te hace bien. Puedes buscarlo en internet -insistió cuando él le sonrió con aire burlón-.

Puede que se le fuera la mano llenándosela, pero continuaba siendo una sola copa.
 
Alex: Así que Ashley está embarazada.

Ness: ¿Cómo puñetas lo sabes? 

Molesta, bebió vino con una mano y se sirvió estofado en un plato sopero con la otra.

Alex: Ashley ha mandado un mensaje de texto a Chris diciéndole que os lo había contado a ti y a prácticamente todos a los que tenía a tiro, así que él me lo ha contado. A mí y a prácticamente todos a los que tenía a tiro. Pero bueno, ya me lo esperaba.

Ness: ¿Ya te lo esperabas? ¿Por qué?

Alex: Se nota en la mirada, Vanessa. En la mirada... y en un par de comentarios aquí y allá sobre lo de ser padres y ese tipo de cosas.

Ness: Si ya te lo olías, ¿por qué no le sonsacaste? -Estaba enfadada, y dio a Alex un fuerte codazo en el costado-. Si lo hubiera sabido hace unas semanas, podría haberme quedado con uno de los temporeros. Y mira con quién hablo -añadió mientras sacaba una cuchara del cajón-. Con don “No Hago Preguntas Ni Muerto”.

Alex: La respuesta llega de todas formas. Voy a tomarme la cerveza en la otra habitación, junto a la chimenea.

Vanessa metió la cuchara en el estofado y lo siguió. Como su hermano, se sentó en el gran sofá y subió los pies a la mesa.

Ness: He llamado a todos los temporeros que sabía que podían ocupar un puesto de responsabilidad. Un simple mozo no me sirve. Los pocos a los que se lo he propuesto ya tienen trabajo para este invierno. -Comió estofado, caviló-. Tengo unas semanas antes de que Andy se vaya al dichoso desierto, pero no me gusta poner al mando a alguien que no conozco, que no he tenido oportunidad de formar. Están Ben y Carol, pero, aunque son buenos, carecen de dotes de mando.

Alex: Utiliza a Zac.

Ness: ¿Zac?
 
Alex: Sí, puede alternar sin problemas el rancho y el resort. No hay nadie mejor que él con los caballos y tiene dotes de mando. Si hay demasiado trabajo, papá y yo podemos echaros una mano. Mike también, o mamá. Puñetas, hasta la yaya puede hacer de guía en los paseos a caballo. De hecho, cabalga bastante todos los días.

Ness: Hoy he ido a verlas, a ella y a la abuela. Con Calcetines. Cuando la yaya se ha enterado, ha querido llevarlo al CAH en mi lugar. Le ha sentado un poco mal que no la dejara por la nieve. No debería guiar paseos a caballo en invierno.

Con su calma habitual, Alex asintió y bebió más cerveza.

Alex: Podría dar clases.

Ness: Sí, ya lo he pensado. Le gustaría. Bueno, si el rancho puede echarme una mano, al menos mientras Andy está fuera, me ahorraría tener que buscar a otra persona. No eres completamente inútil, Alex.

Alex: ¿Yo? -Echó un trago de cerveza-. Tengo mucho potencial sin explotar.

Ness: Supongo que tu potencial no incluye saber de dónde sacamos unos quince kilómetros de terciopelo rojo, una docena de candelabros de oro, de un metro y medio de altura, y una arpista con un vestido de terciopelo rojo.

Alex: De momento, ese potencial sigue sin explotar.

Ness: La boda de Linda. Hoy ha venido su madre con ella, y ha puesto, quitado, cambiado y despotricado por todo. Un desperdicio de mimosas -masculló-.

Alex: Tú querías dirigir el resort.

Ness: Sí, y me encanta, incluso en días como este. Además, ¿el terciopelo, la arpista y el oro? Son problema de Jessica. El hecho de que no haya mandado a Dolly Jackson a hacer puñetas demuestra que fui inteligente contratándola.

Alex: Nunca pensé que duraría tanto. -Feliz con los pies en alto, contempló la nieve que caía al otro lado de la ventana-. Y todavía no ha pasado un invierno en Montana.

Ness: Aguantará. ¿Por qué no iba a hacerlo?

Alex: Es una urbanita. Y del Este.

Ness: Y la mejor coordinadora de eventos de la empresa desde que Martha se jubiló hace cinco años. No tengo que estar encima de todo lo que hace.

Alex: Aun así, lo estás.

Ness: No tanto como antes -miró por la amplia ventana igual que Alex, y vio nevar en la oscuridad-. Vamos a tener un palmo de nieve. Más vale que mande un mensaje a Len para asegurarme de que pasa la quitanieves.

Alex: Estás encima de todo.

Ness: Es mi trabajo -pasó a mirar el techo-. ¿De verdad crees que están juntos en la bañera?

Alex: Me juego lo que quieras.

Ness: No creo que pueda subir aún. Creo que antes voy a necesitar otra copa de vino.

Alex. Tráeme otra cerveza, ya que estás -miró el techo, como su hermana-. Yo también preferiría darles otra media hora antes de subir.


Vanessa pasó la mayor parte del día siguiente comprobando el estado de las carreteras que serpenteaban por el resort, aprobando propuestas, posponiendo otras, e insistiendo en que le enviaran el pedido de sábanas nuevas para las cabañas lo antes posible.

Acababa de ponerse a revisar las promociones de invierno -folletos, publicidad postal, página web, Facebook y Twitter-, cuando entró Mike.

Se dejó caer en una de las sillas del despacho y se repanchigó como si pensara quedarse un buen rato.

Ness: Estoy echando un último vistazo a las promociones de invierno -comenzó a decir-.

Mike: Bien, porque tenemos que incorporar una nueva.

Ness: Una nueva ¿qué?

Mike: Idea. -Se volvió sonriendo cuando entró Jessica-. Aquí está, mi cómplice. Mamá está liada, pero vendrá si se deslía.

Ness: ¿De qué va esto? Los folletos se imprimen mañana y la próxima semana publicamos las promociones en la página web.

Mike: Por unos días de retraso no pasa nada.

Sabiendo que esa era precisamente la peor manera de hacer una propuesta a Vanessa, Jessica dio a Mike una palmadita en el brazo, seguida de un pellizco, antes de sentarse.

Jessie: Creo que podemos aprovechar el interés que hemos generado en los dos últimos años con el evento sobre Cocina Vaquera y el Rodeo Hudgens.

Mike: El Rodeo Hudgens es nuestro evento anual más vendido. Pero solo en torno a un 25% de los que participan o compran entradas se alojan con nosotros, comen en nuestros restaurantes, beben en nuestro bar, utilizan nuestros servicios.

Ness: Lo sé, Mike. La mayor parte de los vaqueros tienen sus propias caravanas o casas rodantes, o duermen en moteles. Muchas de las entradas se venden a la gente de aquí. La competición de monta y lazo de junio no genera los mismos ingresos en venta de entradas, pero sí atrae más reservas. En parte se debe a la estación del año.

Mike: Exacto -la señaló-. Temporada de invierno, ¿qué tenemos? Tenemos nieve. A montones. La gente que viene de los estados del Este o de California quiere una experiencia vaquera (los paseos a caballo, la carreta del Viejo Oeste, las hamburguesas de bisonte) y la quiere envuelta en toda clase de lujos. -Con la labia comercial que lo caracterizaba, Mike cruzó sus elegantes botas Frye en los tobillos-. Hay algunas personas que vienen el invierno, que se pasean en motos de nieve o disfrutan acurrucándose en una cabaña y dándose un masaje, pero tres o cuatro palmos de nieve les quitan las ganas, así que perdemos esos posibles ingresos.

Cuando trataban asuntos comerciales, Vanessa había aprendido -aunque reconocía que le había costado lo suyo- a no ver a Mike como a su hermano menor.

Ness: Te escucho.

Mike: Un concurso de esculturas de nieve. Un evento de fin de semana. ¿A grandes rasgos? Pongamos que cuatro categorías. Menores de doce años, entre doce y dieciséis, adultos y familias. Entregamos premios, conseguimos que los medios de comunicación locales difundan la noticia. Y ofrecemos a los participantes un descuento para una estancia de dos días.

Ness: ¿Queréis que la gente haga muñecos de nieve?

Jessie: Muñecos de nieve, no. Aunque sería una opción. Arte, esculturas de nieve, como hacen en Florida en los concursos de esculturas de arena en la playa. Allanamos unas pocas hectáreas, reservamos una parte para los niños, supervisada por empleados. Servimos chocolate caliente y sopa.

Ness: Polos.

Mike: Polos -miró a su hermana asintiendo-. Debería habérseme ocurrido a mí.

Jessie: Nosotros proporcionamos las herramientas: palas, paletas, espátulas, esa clase de cosas. Pero los concursantes tienen que traerse los adornos, si quieren. Los reunimos el viernes por la noche para que se conozcan, les asignamos sitio, y empezamos el sábado a las nueve en punto.

Ness Vais a necesitar actividades para los niños pequeños -reflexionó-. Enseguida se distraen, ¿no? Y les haría falta resguardarse del frío con algo que hacer, comida, tentempiés. Los adultos también, nada de actividades programadas, pero muchos de ellos pueden querer parar a ratos.

Jessie: Montamos un bufet en el Morral. Quizá algunas carpas con calefacción para masajes de cuello y hombros. Puedo pensar en actividades infantiles -frunció el ceño-. Relacionadas con el invierno. Podríamos ofrecer paseos en trineo por un coste adicional. Organizamos una fiesta, con espectáculo, el sábado por la noche, anunciamos a los ganadores y entregamos los premios.

Ness: Me gusta el concepto, pero vais a tener que precisar los detalles, el texto promocional y los costes bastante rápido. Conseguid fotos. «Festival» de esculturas de nieve suena mejor que «concurso».

Mike: Maldita sea, sí. Supongo que por eso eres la jefa.

Ness: Y que no se te olvide.

Jessie: Voy a ponerme con los detalles ahora mismo -se metió el móvil en el bolsillo y se levantó-. Mike, ¿qué te parece si nos reunimos dentro de una hora más o menos y lo rematamos todo?

Mike: Claro -la vio alejarse, y se volvió hacia su hermana, sonriente-. Desde luego, huele bien.

Ness: ¿De verdad?

Mike enarcó las cejas sin dejar de lucir su sonrisa perfecta.

Mike: De verdad de la buena.

Ness: Es demasiado mayor para ti... y tiene demasiada clase.

Mike: La edad solo es una actitud, y yo tengo mucha clase cuando me hace falta. No es que tenga intención de ir por ese camino. Solo constato un hecho. -Se puso de pie-. ¿Sabes?, puedo sacarle mucho jugo a esto.

Podía, pensó Vanessa. Y lo haría.
 
Ness: Asegúrate de que es rentable -le advirtió-.

Mike: Materialista.

Ness: Soñador. Lárgate. Tengo trabajo.

Ahora todavía más, pensó Vanessa cuando devolvió la vista a la pantalla de su ordenador y la composición del folleto actual.

Tendrían que cambiarlo para añadir el festival a las promociones y eventos, y hacerlo con suficiente antelación a fin de atraer reservas en firme.

Descolgó el teléfono para llamar al diseñador gráfico.

Mike y Jessica, con ayuda de Anne, fueron fieles a su palabra. Antes de las cinco, Vanessa tenía encima de su mesa una propuesta bien desarrollada y una maqueta de la composición, el texto y los costes.

Retocarla, aprobarla y mandar la versión definitiva al diseñador le llevó otra hora, pero la consideró bien invertida.

Cuando salió para irse a casa, miró hacia el Comedor, echó un vistazo a los coches y las camionetas del aparcamiento. Había varios Kia y una cantidad considerable de todoterrenos, camionetas y coches de personas que no estaban alojadas en el resort.

No estaba mal.

Quería cenar y estar un rato tranquila sin la necesidad de tener todas las respuestas. Quizá acostarse temprano.

Después de aparcar en el rancho, cogió el maletín y entró en el recibidor pensando en su lista de prioridades.

Copa de vino. Cena.

Una larga ducha caliente.

Un par de horas absorta en un libro. Dormir.

Parecía un plan ideal.
 
Olió el aroma -y qué aroma- de la lasaña de Clementine, y decidió que Dios existía.

Cuando entró en la cocina, la huesuda Clementine, con su metro ochenta de estatura y su actitud de «cómetelo todo sin rechistar», soltó una de sus agudas risotadas.

Clementine: Muchacho, no has cambiado ni un poquito.

Zac: No hay nada en este mundo ni en el otro que pueda cambiar mi hondo y eterno amor por ti.

Vanessa conocía la voz, su encanto pícaro y zalamero, y miró hacia el lugar donde Zac Efron estaba apoyado en la encimera de mármol, bebiéndose una cerveza mientras Clementine cargaba el lavavajillas.


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