topbella

martes, 24 de mayo de 2011

Capítulo 5


Brittany caminaba de un lado a otro del camarote. En dos ocasiones lo había abandonado y había subido los peldaños que la separaban de la cubierta, pero allí sólo había encontrado a aquel escocés moreno y viejo, el segundo de a bordo del capitán, Adam Cross, de pie junto a la barandilla. Y en las dos ocasiones, la había mirado y había negado con la cabeza.

Adam: Lo siento, joven. El capitán dice que debe permanecer en su camarote.

Britt: ¿Y nadie se atreve a desobedecer las órdenes del capitán?

Adam: No, señorita. A menos que queramos acabar con marcas de azotes en la espalda.

Brittany se dio la vuelta y regresó a la habitación, cerró la puerta con estruendo, se sentó, y permaneció en silencio, inquieta. Ese encierro permanente la volvía loca. Si no salía pronto de esas cuatro paredes, no respondía de sus actos.

Ya había transcurrido otra hora y la tarde casi había terminado cuando la puerta se abrió de par en par y el capitán entró en el camarote. Brittany trató de ignorar su poderosa presencia, que llenaba casi por completo el espacio que compartían, y no quiso dar importancia a los latidos de su corazón, que se aceleró en el instante mismo en que lo vio aparecer. Andrew dejó sobre la cama el montón de cajas que llevaba.

Andrew: Esto es todo lo que he logrado conseguir. Seguramente habrá que ajustarlos un poco, pero supongo que sabrá usted hacerlo.

Britt: ¿Me ha traído ropa? -preguntó, emocionada-. ¡Ah, gracias!

Andrew: Tengo que ocuparme de un par de asuntos. Regresaré dentro de un rato.

En cuanto se quedó sola, Brittany se fue corriendo a levantar las tapas de las cajas.

La primera contenía varias enaguas blancas. La mujer que las había encargado debía de ser muy alta, pues apenas le cubrían los pechos. Pero podía acortar los tirantes, no era problema. Lo raro fue que, cuando lo hizo, descubrió que apenas le cubrían el trasero. En la misma caja había unos guantes largos, negros, y una boa de plumas rojas, así como varios pares de ligueros de encaje, uno de ellos negro, y otro rojo. Frunció el ceño. Jamás había visto ligueros de esos colores.

Levantó la tapa de la segunda caja y le cegó el destello de una seda escarlata. Sostuvo la tela en la mano y al sacarla de su envoltorio descubrió que se trataba de un vestido rojo, con unas diminutas mangas negras y un corpiño del mismo color.

Era el vestido más feo y más raro que había visto en su vida.

Brittany lo arrojó sobre la cama y abrió la siguiente caja, que contenía otros dos vestidos. Uno era de seda color zafiro, adornado con encaje negro, y el otro de crepé naranja con el mismo remate. Las manguitas abombadas, en el mismo tono, resultaban horrorosas, y cuando lo levantó para mirarlo mejor comprobó que el escote del corpiño era tan bajo que hasta los pezones le quedarían al descubierto.

Brittany gritó de indignación. ¡Cómo se atrevía! Tiró al suelo el vestido naranja y lo pisoteó, arrugándolo bajo sus pies, antes de recogerlo y empezar a arrancarle aquellas ridículas mangas. El sonido de la tela al rasgarse le causaba una creciente satisfacción.

¡Le había traído las ropas de una puta!

Prefería morir antes que ponérselas.

Andrew: ¿Pero qué diablos cree que está haciendo?

Ella se dirigió a él hecha una furia y le plantó el vestido naranja bajo la nariz.

Britt: ¡Tal vez sean del agrado de algunas conocidas suyas, pero a mí no me vienen bien!

Acto seguido cogió con fuerza la otra manga, la arrancó y se la arrojó a la cara. Cuando iba a hacer lo mismo con el cuello, el capitán la agarró por el brazo.

Andrew: Ya le he dicho que es todo lo que he podido conseguirle. Me ha costado una fortuna comprar todo esto.

Britt: Estas son las ropas de una puta. Busque a otra que se las ponga.

Pasó los dedos por debajo de la tela y se dispuso a rasgar el corpiño.

Andrew: Suéltelo.

Britt: Con mucho gusto -respondió, arrojando el vestido al suelo y pateándolo varias veces. Cuando lo hubo hecho, se acercó a la cama y cogió el vestido de gasa rojo y negro-.

Andrew: Si rompe usted ese vestido, le juro que se arrepentirá.

Ella le dedicó una sonrisa arrogante.

Britt: No lo creo. Me alegraré mucho de librarme de él.

Levantó una manga, acercándosela a la cara, dispuesta a arrancar aquel ofensivo pedazo de raso negro.

Andrew: No lo haga -le advirtió sin perder la compostura. Ella levantó la barbilla y le clavó la mirada. La tela se rasgó con estruendo y donde hasta ese momento colgaba una manga apareció un agujero-. ¡Maldita sea!

El capitán se abalanzó sobre ella. Brittany gritó al sentir que la tomaba por el brazo y empezaba a arrastrarla hacia la cama. Logró soltarse de su abrazo, se giró y le abofeteó con todas sus fuerzas. En vez de miedo, se sintió invadida por una gloriosa oleada de satisfacción.

El capitán parecía aturdido. Durante unos segundos permaneció inmóvil, boquiabierto. Al cabo, apretó las mandíbulas y sus ojos adquirieron el tono de un mar helado.

Andrew: Va a lamentar mucho lo que acaba de hacer.

Brittany abrió mucho los ojos al detectar la furia de su rostro y se dirigió a la puerta. Él no tardó en darle alcance y la arrastró de nuevo hacia la cama. Se sentó en ella y la tendió boca abajo en su regazo. Era alta y bastante fuerte, pero él podía controlarla con facilidad. Brittany gritó al sentir el manotazo que cayó con fuerza sobre su trasero, el golpe seco que penetró a través de la fina seda de su vestido azul turquesa.

Britt: ¡Suélteme! -Presa de una ira absoluta, sintió otra nalgada y entonces sí, se armó de fuerza, se agachó más, le agarró una pierna y le mordió la pantorrilla-.

Andrew: ¡Maldita sea esta mujer!

Andrew se levantó de un salto y ella quedó de pie, a su lado. El capitán respiraba entrecortadamente, y sus ojos eran brasas encendidas.

Brittany lo miraba a la cara, agitada, tan furiosa como él. Desde la noche en que la sacó del Lady Anne había estado esperando esa pelea. Y ahora no pensaba intimidarse.

Andrew: Le juro que es usted la mujer más imposible que he conocido en mi vida. ¡Le doblo en tamaño y es mi prisionera! ¡Por el amor de Dios, mujer! ¿Es que no sabe lo que es el miedo?

Britt: ¡Tengo miedo! Y también estoy más que cansada de su desconsideración. ¡Estoy hasta la coronilla de verme encerrada en su maldito camarote! ¡Creo que voy a volverme loca!

Andrew observaba a Brittany, incrédulo. La mejilla que le había abofeteado seguía escociéndole. Sentía la marca de sus dientes en la pierna. En todo el barco no había un solo hombre que se hubiera atrevido a enfrentarse a él como lo había hecho ella.

A sus labios afloró una sonrisa inesperada. La contempló así, desaliñada, con aquella expresión algo salvaje y decidida en sus ojos, y pensó que jamás había visto a una criatura tan guapa en su vida. Regresaron a su mente las voluptuosas curvas que sintió cuando se la puso en el regazo, el calor de su trasero al contacto de su mano. Sintió la dureza de su miembro y la lujuria se apoderó de él. No recordaba haber deseado tanto a una mujer.

Andrew: Todavía no sé si es usted la mujer más valiente del mundo, o la más insensata. Haga lo que le plazca con la ropa. Tal vez pueda rescatar algo que le sirva al menos para cambiarse. Haré que le traigan aguja e hilo, si lo desea.

Durante su forcejeo, a Brittany se le había soltado el pelo y ahora los rizos le caían sobre la cara. Llevaba el vestido arrugado y manchado, y aun así su mirada era orgullosa, echaba la cabeza hacia atrás, y parecía más una duquesa que la criminal que era.

Andrew carraspeó, tratando de recobrar la autoridad.

Andrew: Tal vez más tarde, si aún lo quiere, puedo venir y escoltarla hasta cubierta.

Los hombros de la joven seguían agarrotados, pero él se dio cuenta del gesto de alivio que asomaba a su rostro, y de que asentía con un leve gesto de cabeza.

Britt: Se lo agradecería.

Andrew le hizo una reverencia, se dio media vuelta y salió del camarote. Una vez fuera, suspiró con fuerza. Si hasta entonces Brittany le había resultado desconcertante, esa tarde le había dejado más perplejo aún. Había luchado contra él como una tigresa, como pocos hombres estaban dispuestos a hacer, sin perder por ello su dignidad.

Él mismo se sorprendió al descubrir que esbozaba una de sus escasas sonrisas sinceras. Podía por lo menos admirar su valentía. Y disfrutar de su fiera muestra de pasión. Ojala llegara él a dominarla, a reconducirla para usos más placenteros.

Le parecía urgente conseguirlo. La idea que había estado meditando durante las noches anteriores regresó a él con mayor claridad. Por mucho que la deseara, él no era de los que recurrían a la fuerza. Además, a medida que la conocía mejor, que comenzaba a admirar su carácter, menos le atraía esa posibilidad.

La seducción, sin embargo, era otra cosa del todo distinta. No había olvidado la reacción de Brittany cuando la había besado, ni la visión de sus pezones irguiéndose bajo el agua cuando se los acarició en la bañera. Cuanto más pensaba en ello, más le apetecía seducirla. Al fin, la mujer le calentaría la cama, y que llegara a ella por voluntad propia haría la victoria aún más dulce.

Además, cabía la posibilidad de que una vez que hubiera ganado algo de su confianza, pudiera sonsacarle información sobre el paradero del vizconde.

Estaba decidido. Le había prometido sacarla a pasear por cubierta, y pretendía cumplir su palabra.

Sería la ocasión perfecta para poner en marcha su plan.

Al oír que llamaban a la puerta, Brittany dio un brinco en la silla. Se había puesto manos a la obra con el vestido de seda color zafiro, usando los encajes del naranja, que combinaban bien con el tono azul, para modificar el escote. También le añadió un chal y estrechó las ridículas mangas ahuecadas, dejándolas cortas y en anillo, más favorecedoras.

Con todo, no dejaba de ser un vestido de noche, no de día. Por suerte, al fondo de la última caja había descubierto una sencilla falda gris de gasa y una blusa blanca de algodón, algo que su benefactora debía de llevar cuando estaba en casa y no trabajaba. Tendría que bajarse el dobladillo, pero la cintura le encajaba a la perfección. La blusa, por su parte, contaba con una cinta que permitía ajustarla. Se había cambiado de ropa con cierto alivio, y había hecho lo posible para airear el vestido azul turquesa que llevaba.

Vestida con su falda y su blusa limpias, Brittany dejó a un lado la labor y se levantó para abrir la puerta, preguntándose quién podía ser. Alan solía llamar muy flojito, y el capitán no se molestaba en hacerlo.

Le sorprendió encontrarse a su enemigo esperando paciente en el pasillo, como si en lugar de su carcelero se tratara de un pretendiente.

Andrew: Le prometí llevarla a caminar. Las nubes se han disipado y han salido las estrellas… si todavía está interesada.

Ella ya se había terminado la pesada cena, consistente en cordero asado, col, pudin con salsa y cerveza. Abandonar el camarote le parecía divino.

Britt: Gracias, me encantaría.

Si él podía mostrarse formal, ella también sabía serlo. Cuando Andrew le ofreció el brazo, ella se apoyó en la manga de su abrigo y consintió en que la condujera por la escalerilla hasta la cubierta.

Andrew: Veo que al final sí ha encontrado algo que ponerse.

Ella se alisó la falda, y tuvo que hacer un esfuerzo para no mostrarse agradecida. Si le hubiera dejado traerse sus baúles, no tendría que haber pasado tantos días sin cambiarse.

Britt: No es que sea el último grito en moda, pero es mejor esto que nada. -También había encontrado una práctica capa de lana que en un primer momento no vio. El capitán se la quitó de las manos y se la puso sobre los hombros-. Supongo que al final tendré que darle las gracias.

Él sonrió, se agachó un poco y se frotó la pantorrilla que ella le había mordido.

Andrew: Ojala hubiera abierto antes esa otra caja.

Ella no tuvo más remedio que sonreír. Se estaba mostrando divertido -apenas daba crédito- y ella no podía evitar reconocerlo.

Britt: Sí, supongo que habría sido mejor. En realidad, el problema era más el encierro que la ropa.

Andrew: En ese caso me alegro de haber podido serle de ayuda.

Caminaron por cubierta. Brittany se agarraba al brazo del capitán, y así dieron al menos tres vueltas al perímetro de la nave. Le sentaba tan bien estirar las piernas, sentir el vapor de agua de mar en el rostro, respirar la brisa fresca…

Estudió al hombre que tenía al lado, más alto que casi todos sus conocidos. Con sus afiladas cejas castañas, su nariz recta y su boca sensual, debía admitir que era muy apuesto. Su cojera apenas se notaba, y mientras avanzaban amistosamente, se preguntaba qué se la habría causado.

Había multitud de cuestiones que deseaba aclarar. ¿Quién era? ¿Cómo había descubierto su participación en la huida de la cárcel? ¿Qué iba a hacer con ella?

Pero temía formulárselas y que volvieran a pelear, porque entonces él la encerraría de nuevo en el camarote. Y todavía no estaba lista para regresar a él.

Britt: Alan me ha dicho que es usted corsario.

Se detuvieron junto a la barandilla.

Andrew: Alan habla demasiado.

Britt: Un corsario es un barco o un hombre con autorización del gobierno para asaltar naves enemigas. ¿Me equivoco?

Andrew: Trabajo por el interés de Gran Bretaña, sí.

Britt: Entonces es pirata.

Andrew esbozó media sonrisa.

Andrew: Supongo que soy una especie de pirata, sí.

Britt: Alan le adora. Cree que es usted muy valiente.

Andrew: Alan es un niño.

Britt: La primera vez que le vi quedé sorprendida, me intrigó que hubiera contratado usted a un joven con su invalidez.

Andrew encogió sus anchos hombros.

Andrew: El chico hace su trabajo, y eso es lo que importa.

Pero ella sabía que pocos hombres tomarían a su servicio a un niño inválido, y se preguntó si el capitán escondía algún lado no tan duro.

Alzó la vista y contempló las estrellas, decidida a seguir con la conversación intrascendente, pues deseaba permanecer en cubierta el mayor tiempo posible.

Britt: Qué noche tan bonita. ¿Ve esa constelación de ahí? -preguntó, señalando a su derecha-. Es Tauro, el toro. En la mitología griega, el toro es Zeus disfrazado, que nada por el Helesponto en busca de Europa, su enamorada.

Andrew arqueó una ceja.

Andrew: ¿Le interesa la mitología griega?

Britt: Sólo en lo referido a las estrellas. El cielo me interesa desde hace mucho. Lo crea o no, sé incluso cómo se navega con sextante.

Andrew: ¿Y cómo es eso?

Britt: El hermano de mi padre era navegante y viajaba a bordo de un buque llamado Rosa de Irlanda. -No se refería a su padre verdadero, sino al señor Snow, el médico casado con su madre, que era quien la había criado-. Se trata de un barco que transporta pasajeros en la costa irlandesa. En cualquier caso, tío Philip me enseñó cuando era mucho más joven.

Su tío había sido mucho más amable con ella que su padre adoptivo. Ella no había comprendido el motivo hasta hacía unos meses; había sido otro quien la había engendrado, y por eso el esposo de su madre siempre la había tratado con indiferencia.

Andrew: Si conoce las estrellas, entonces reconocerá ese grupo de ahí.

Se arrimó a ella y la mirada de Brittany siguió la dirección que le señalaba.

Britt: Perseo.

Andrew: Sí -susurró-. Se encuentra cerca de su futura suegra, Casiopea.

Ella sonrió. Le gustó descubrir que él también era aficionado a la astronomía.

Britt: Y también de Andrómeda, su futura mujer.

Sentía su cercanía, alto y delgado, emitiendo un poder y una fuerza inconfundibles. Se había aproximado tanto a ella que notaba el calor de su cuerpo, y veía la luz de la luna reflejada en el mechón de pelo castaño que le caía sobre la frente.

Así estaba, estudiando su perfil, cuando él bajó la mirada y sus ojos se encontraron un instante. Brittany leyó en ellos su confusión inmediatamente antes de que los labios de Andrew se posaran sobre los suyos.

Todo su cuerpo se agarrotó. Hizo señas de apartarse, pero él no le estaba dando el beso duro y asfixiante que había imaginado, sino un mero roce de labios que terminó casi al momento. Andrew aspiró hondo y soltó despacio el aire.

Andrew: Ya es hora de que la devuelva al camarote.

Ella no se había dado cuenta del frío que hacía, no había sentido la implacable fuerza del viento que había comenzado a soplar a medida que llegaba la noche.

Britt: Gracias por subirme a cubierta.

Andrew: Soy un hombre de palabra, señorita Snow. Eso es algo que irá usted descubriendo. A partir de ahora, podrá pasearse por aquí cuando lo desee, siempre que el señor Cross o yo mismo la acompañemos.

Una oleada de alivio recorrió su ser. Su encierro, al menos bajo cubierta, había terminado. Esbozó una sonrisa franca.

Britt: Gracias.

Parecía un gran favor. Después de todo, ella había cometido un delito. Él podría encerrarla en las bodegas del barco si quisiera.

El capitán no dijo nada más, y ella tampoco. Se arrimó más a él mientras descendían por la escalera que conducía al camarote que compartían.

Hasta pasada la medianoche, Brittany no le oyó entrar en el camarote. Ella se había puesto la camisola prestada, y estaba tendida en su extremo de la cama. Cuando escuchó que él comenzaba a quitarse la ropa, el corazón le latió con fuerza al pensar en lo que él pudiera hacerle.

Pero Andrew se quitó sólo la ropa de abrigo y se subió a la cama por el otro lado, como había hecho otras veces. Ella hacía esfuerzos por no pensar en aquel beso suave como una pluma, por no preguntarse qué significaba.

No pudo dormir en toda la noche, y sólo cuando al amanecer el capitán se vistió y se ausentó, ella se rindió a un duermevela intranquilo.


Adam Cross atravesó la plaza al encuentro del capitán, que iba al mando del gran timón de madera. Conocía a Andrew desde hacía años, le había servido ya a bordo de su primer barco. Transcurridos ocho años seguían juntos, aunque el capitán se había convertido en un hombre del todo distinto.

Los meses que había pasado en Francia, donde lo habían golpeado y torturado en aquella horrible cárcel, le habían hecho el individuo duro que era hoy, con un aspecto que no se correspondía con su edad.

Adam notaba que aquella fría mañana de febrero algo le inquietaba. Así había sido desde que había llevado a bordo a la chica.

Reprimió un suspiro. La venganza se comía a los hombres. Y nunca resultaba tan satisfactoria como los hombres creían.

Adam: ¿Quería verme, capitán?

Andrew: Sí. Quería informarle de que he dado permiso a la chica para que se pasee por cubierta cuando quiera, siempre que usted o yo la acompañemos.

Adam arqueó una ceja entrecana.

Adam: Creía que su intención era castigarla.

El capitán se encogió de hombros.

Andrew: Esa joven no sirve para pasarse el día encerrada. Supongo que yo puedo entenderla mejor que muchos otros.

Además, Adam sabía que tratar mal a una mujer, por más que se lo mereciera, no estaba en la naturaleza del capitán.

Adam: Ha hecho usted bien, joven.

Adam alzó la vista y contempló el mar. Una bandada de albatros pasó volando sobre sus cabezas, camino de la costa. El sol brillaba en las aguas y el azul del cielo era tan intenso como el de las flores silvestres de las tierras altas en una clara mañana de primavera.

Adam: Se ha mostrado usted malhumorado últimamente. Creo que todavía no se ha acostado con la chica.

El capitán se pasó la mano por el pelo.

Andrew: Usted me confesó en una ocasión que no era como la imaginaba. Bien, tampoco es como la imaginaba yo, Adam. Parece mucho más ingenua. Vennet debe de haberla seducido. Apuesto a que es el único que le ha puesto la mano encima, y no con mucha frecuencia, diría.

Adam: ¿De modo que piensa dejarla en paz?

El capitán apretó los dientes.

Andrew: Me lo debe. Me lo debe por los muertos de mi tripulación, por ayudar al traidor que los llevó a la muerte. Ella ya ha perdido su inocencia y mi intención es poseerla. Es sólo cuestión de tiempo.

Adam: ¿Entonces? ¿Qué piensa hacer?

Andrew posó la vista en el agua. Un gran pez plateado se arqueó en el aire y volvió a hundirse en el mar.

Andrew: Tengo que averiguar si conoce el paradero de Vennet. Y además quiero saber más cosas de ella. Luego tomaré una decisión.

Adam se limitó a asentir. Andrew Seeley era un buen hombre. A su debido tiempo, tomaría la decisión correcta, aunque en ese momento él no supiera cuál podía ser.

Transcurrió una semana. Como le había prometido el capitán, Brittany podía pasearse por cubierta cuando quería, siempre que el segundo de a bordo, el señor Cross, o el propio capitán la acompañaran.

El moreno escocés era muy amable, según tuvo ocasión de descubrir. Amigo del capitán desde hacía mucho tiempo, no tenía inconveniente en hacerse eco de las opiniones de su superior, ni en formular preguntas delicadas.

Adam: ¿Por qué lo hizo, joven? ¿No sabía lo que le ocurriría si ayudaba a escapar a ese hombre?

Brittany, apoyada en la barandilla, suspiró.

Britt: Tenía que ayudarle. Era… un amigo. No podía consentir que lo ahorcaran.

Adam: ¿Lo amaba, entonces?

Sabía que él se lo preguntaba en otro sentido, pero la respuesta debía ser la misma.

Britt: En cierto modo supongo que sí.

No le parecía posible amar a un padre al que había conocido dos semanas antes. Pero todos los años le había escrito una carta en la que la mantenía al corriente de su vida y le expresaba sus grandes deseos de estar junto a ella.

Aunque su madre había escondido las cartas, hacía tres meses la verdad había vencido al fin. Su verdadero padre se preocupaba por ella, enviaba dinero para velar por su educación. Habría querido educarla como a una hija. Aunque nunca había formado parte de su vida, no la había olvidado.

¿Cómo podía ella abandonarlo en aquel momento crítico?

El capitán Seeley también formulaba preguntas, aunque por lo general hacía esfuerzos por evitar un asunto tan delicado.

Andrew: ¿Sus padres viven en Londres?

Britt: Sí, mi padre es médico. La verdad es que no nos llevamos muy bien.

Andrew: ¿Por qué no?

«Porque en realidad no soy su hija y me odia por ello.»

Britt: Desaprueba mi conducta. Cree que soy demasiado sincera.

Andrew: Y lo es. Más que ninguna otra mujer que conozca.

Brittany sintió que se ruborizaba.

Britt: Es un defecto, supongo.

Andrew: No necesariamente. -Le sostuvo la barbilla con dos dedos y se la levantó-. Empiezo a pensar que me gustan las mujeres que no temen expresar sus opiniones.

Ella le miró a los ojos, se preguntó si lo que le decía era cierto o si sencillamente trataba de ganarse su confianza para sonsacarle información.

Britt: Usted tampoco es de los que se muerden la lengua -dijo, y el capitán sonrió. Había empezado a hacerlo más a menudo, no sabía por qué-.

Andrew: No, supongo que no.

Hasta la tarde siguiente no le preguntó por el asunto de la fuga.

Andrew: Los dos sabemos que es usted culpable. Si informara a las autoridades del paradero de Vennet, serían mucho menos severas con usted.

Ella arqueó una ceja y lo miró. Eso era lo que llevaba tiempo esperando de él.

Britt: ¿Es por eso por lo que me ha permitido subir a cubierta, es por eso por lo que últimamente se ha mostrado tan amable? ¿Porque quiere que le diga dónde se oculta el vizconde?

Él apartó la vista.

Andrew: En parte, sí.

Britt: Al menos es sincero.

Andrew: ¿Sabe usted dónde se encuentra? Si es así, por su propio bien, debería divulgar la información.

Britt: No sé dónde está. Y si lo supiera, no se lo diría. Pero lo cierto es que no tengo la menor idea.

Él la miró fijamente, intentando determinar si debía o no creerla. Entonces su expresión cambió sutilmente.

Andrew: Dice la verdad, ¿no? No tiene ni idea de dónde se encuentra Vennet.

Britt: No he hablado con él desde que lo detuvieron. Seguramente habrá abandonado el país. Eso es lo que yo habría hecho. ¿Por qué es tan importante para usted dar con él? Usted cree que es un traidor. Entiendo que el gobierno quiera encontrarlo, pero en su caso parece tratarse de algo personal. ¿Qué le ha hecho el vizconde?

El capitán apretó las mandíbulas con tanta fuerza que ella se arrepintió de habérselo preguntado. Aspiró hondo y soltó despacio el aire.

Andrew: Yo antes tenía otro barco, el Bruja de los Mares. Íbamos en misión del Ministerio de la Guerra. Vennet tenía acceso a una información que revelaba hacia dónde se dirigía nuestra nave exactamente. Y se la vendió a los franceses.

Britt: ¡No puede estar seguro de algo así! -La acusación la había dejado perpleja-.

Andrew: Él era el único que lo sabía, el único que podía traicionarnos. Capturaron el Bruja de los Mares y lo hundieron, y todos mis hombres fueron asesinados o murieron en prisión. Sólo uno escapó.

Britt: Ned el Largo. Y usted.

Andrew: Cierto. Los franceses me mantuvieron con vida. Creían que la cárcel sería peor que la muerte, y tenían razón. Por suerte tenía amigos, gente que se negó a rendirse hasta que me vio libre y en casa. El resto de mis hombres no tuvo tanta suerte.

Brittany no dijo nada más. Veía la ira bullir bajo su calmada superficie, leía la furia en el gélido azul de sus pupilas.

Britt: Debe de haberse confundido con el vizconde. Siento mucho lo de su tripulación, pero…

Él se volvió para mirarla e interrumpió sus palabras con una mirada cortante.

Andrew: ¿Lo siente? Si lo sintiera de verdad, me revelaría el paradero de Víctor Vennet.

Britt: Ya le he dicho que no tengo idea de dónde se encuentra.

Él la tomó del brazo con muy poca delicadeza.

Andrew: Vamos, debemos regresar. Lo crea o no, tengo trabajo, asuntos más importantes que pasarme la tarde atendiendo a mi ”invitada”.

Ella pasó por alto el sarcasmo que destilaba su voz. Estaba enfadado porque no podía ayudarle. Lo poco que sabía del vizconde no le sería de ayuda incluso si se lo contara, lo que no pensaba hacer. Víctor Vennet era su padre. Había decidido ayudarle y no pensaba modificar su decisión.

Nada iba a cambiar ya lo que había hecho, ni el desprecio que el capitán sentía por ella.

En cierto sentido, no podía reprochárselo.

1 comentarios:

TriiTrii dijo...

Wow!!! Supeerrr
Ya quiero ver AMOR!!
Hahaha
Ayy amiix me encanta esta nove al igual q ame a la otra!!
Pero odio q andrew piense q britt sea una cualquiera..
Se q estoy muy deprisa pero es q no aguanto maas!!
Siguelaa
Bye byeee kiiss

Publicar un comentario

Perfil