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viernes, 27 de mayo de 2011

Capítulo 12


Ya habían cenado. Sopa de tortuga, perdiz asada, zanahorias caramelizadas y guisantes a la crema; de postre, tartas de frutas. Todo delicioso. Tía Matilda prefería cenar antes de lo que solía ser costumbre, y en esos días a Brittany el horario temprano le convenía.

Esa noche habían recibido a un invitado inesperado.

Martin Daniels, conde de Collingwood, había enviado una nota a principios de semana para saber si podía detenerse en Humphrey Hall en su viaje de regreso a Londres. Brittany había contado a su tía las circunstancias de su encuentro con el conde a bordo del Lady Anne, y aunque la chica no tenía el ánimo para recibir visitas, Matilda había insistido.

Matilda: Un hombre que te haga caso te vendrá bien. Últimamente se te ve desanimada, cielo. Quizá su presencia te anime un poco.

Brittany lo dudaba. Ver al conde le haría recordar la noche en que se la llevaron del buque y todo lo que sucedió después. Le haría recordar a Andrew, a quien ya no veía como el hombre de quien se había enamorado, sino como el canalla que había arruinado su vida.

Deseaba su perdición un mínimo de tres veces al día.

Sin embargo, respondió a la nota tal como le pidió su tía, invitando al conde a pasar por la casa si, como pretendía, pensaba hacer escala en Scarborough.

Que era lo que había sucedido esa misma tarde.

Era más apuesto de lo que recordaba, con el pelo castaño claro, corto, peinado al estilo romano. Tenía los ojos color avellana, y los mismos dientes algo estropeados que recordaba. Le dijo que había pensado en ella en numerosas ocasiones desde que la habían obligado a abandonar el barco, pero había llegado a sus oídos que el percance había sido un error y que la habían llevado rápidamente junto a su tía.

Los dos sabían que nada de eso importaba ya. Su reputación había quedado destruida en el momento en que había puesto los pies en el Diablo de los Mares, sin carabina, en compañía del capitán Seeley. Le pareció un detalle que decía mucho del conde, dadas las circunstancias, que se preocupara por ella.

Los tres conversaron un rato más en el salón hasta que tía Matilda la sorprendió invitando a lord Daniels a cenar con ellas y a pasar la noche en Humphrey Hall antes de emprender de nuevo su viaje a Londres.

Britt: Le aseguro que aquí se come mejor que en la posada.

Martin: Nada me complacerá más que aceptar -respondió el conde, sin apartar la mirada de Brittany-.

Ella ya había percibido su interés a bordo del Lady Anne. Y ahora volvía a notarlo en sus ojos. Se preguntaba si seguiría mirándola así si supiera que llevaba en su interior el hijo de otro hombre.

Tía Matilda instaló al conde en una de las habitaciones de invitados y, tras la cena, como en una ocasión le prometió, Brittany sacó el pequeño telescopio portátil que llevaba en un baúl y lo instaló en la terraza que daba al jardín. Se trataba de un objeto de notable precisión, un telescopio Herschel que le había regalado su madre -aunque sin duda había sido su padre quien había pagado por él- el día que cumplió dieciséis años.

Britt: ¡Mire, ahí! Se ven Hércules y el Dragón. -Echó un último vistazo antes de retirarse para que el conde pudiera acercar el ojo al visor-. Los griegos decían que enviaron a Hércules a buscar manzanas de oro -le explicó-. Para obtenerlas, debía matar al dragón que las custodiaba. Para enfrentarse a tan grave peligro, Zeus colocó una imagen de Hércules y el dragón entre las estrellas.

Lord Daniels sonrió.

Martin: Me temo que no soy tan experto como usted en mitología griega. Tal vez debería leer más al respecto, para que cuando regrese usted a Londres podamos seguir conversando.

Brittany apartó la mirada y se alegró de que la terraza estuviera tan oscura. No estaba segura de dónde iba a pasar los siguientes meses, pero era muy poco probable que fuera en Londres.

Britt: Sería muy agradable, seguro -respondió, no sin esfuerzo-.

Aunque en aquellas latitudes mayo era todavía un mes frío, tía Matilda había dejado las cortinas y los ventanales abiertos. Respetuosamente, estaba sentada en una butaca, frente a la chimenea, y se dedicaba a bordar, aunque de vez en cuando alzaba la vista del bordado para mantenerlos controlados.

Teniendo en cuenta las circunstancias presentes de Brittany, la dedicación de su tía a la hora de velar por su reputación le resultaba casi ridícula.

Pasaron un rato más observando las estrellas, pero no estaba bien obligar a tía Matilda a seguir despierta hasta muy tarde, por lo que el conde la ayudó a plegar el telescopio y lo entró en la casa.

Martin: La velada me ha resultado de lo más agradable, Brittany. ¿Le importa que la llame por su nombre de pila? No sé por qué, pero me siento como si nos conociéramos desde hace más tiempo.

Britt: Para mí también ha sido una noche agradable, milord.

Martin: Por favor, si no le importa, prefiero que me llame Martin, al menos cuando estemos a solas.

Brittany se mordió el labio inferior. Por motivos que no alcanzaba a comprender, el conde deseaba propiciar una relación entre ellos, y eso era sencillamente imposible.

Britt: Lo siento, milord, espero que no se lo tome como nada personal, pero en este momento vivo algo insegura acerca de mis planes futuros. No querría dar pie en modo alguno a que pensara que…

Martin: Me doy cuenta de que mi interés puede parecer repentino, pero el caso es que he pensado mucho en usted desde que nos conocimos. Y confiaba en que podríamos retomar nuestra relación donde la dejamos.

Britt: Me resulta ciertamente halagador, milord, pero como le he dicho, carezco de planes concretos.

El conde le tomó la mano.

Martin: ¿Cuándo piensa regresar a Londres?

Britt: Todavía no estoy segura.

Martin: Bien, en cuanto llegue, tal vez podamos volver a hablar.

Era más fácil decirle que sí, y Brittany se descubrió asintiendo.

Britt: Por supuesto.

Entraron en la casa y, junto con tía Matilda, se retiraron a sus habitaciones.

Con la esperanza de evitar un nuevo encuentro con el conde, Brittany permaneció en cama más tiempo que de costumbre a la mañana siguiente. Últimamente tenía un hambre desatada -debía comer por dos-; se puso el vestido de muselina color albaricoque con una capa corta verde pálido y se dirigió a la puerta. Intentaba no pensar en cuánto tiempo más le cabría ese vestido, ni en lo que haría cuando no pudiera seguir ocultando el tamaño de su vientre.

Como esperaba, la casa estaba tranquila; lord Daniels ya había partido. Pero en ese momento alguien llamaba a la puerta y Parker se apresuraba a abrirla.

Tía Matilda le seguía los pasos.

Matilda: ¿Quién podrá ser? Es algo temprano para las visitas, y Catherine me dijo que no vendría hasta después del almuerzo.

Parker abrió la puerta y Brittany quedó petrificada en su sitio, con un pie en el último peldaño de la escalera. Aunque habían transcurrido casi tres meses y aquel día él iba vestido con las ropas modernas de un caballero -chaqueta azul marino, pantalones marrones ajustados y un pañuelo blanco anudado al cuello- Brittany no había olvidado aquellos ojos azules, cegadores, ni el precioso rostro del canalla que la había rechazado.

Ignorando al mayordomo, Andrew se plantó en el vestíbulo y se dirigió directamente a la mayor de las dos mujeres que, de pie, lo miraba boquiabierta.

Andrew: Supongo que es usted lady Humphrey.

Matilda: Así es. ¿Y usted debe de ser…?

Andrew: Andrew Seeley, marqués de Belford, milady. He venido para hablar con su sobrina.

Brittany seguía muda, observando.

Matilda: ¿Usted es el capitán Seeley? -preguntó sorprendida-.

Andrew: A sus órdenes, milady.

La dama aspiró hondo y soltó despacio el aire.

Matilda: Bien, en ese caso entre, capitán. -Se volvió hacia el mayordomo-. Parker, tomaremos el té en el salón, si es tan amable.

El hombre delgado inclinó ligeramente la cabeza.

Harrison: Sí, milady.

Brittany seguía sin moverse. El corazón le latía con fuerza y se le había formado un nudo en el estómago. Andrew estaba ahí. Dios santo, creía que no volvería a verlo más. Sin darse cuenta se llevó la mano a la ligera curva de su vientre. No podía ni imaginar qué haría él si descubría que esperaba un hijo suyo. No había oído bien, claro, porque aquel hombre era pirata, no marqués. ¿A qué jugaba?

El pulso se le aceleraba cada vez más. Le parecía más guapo aún de lo que recordaba, más alto, más erguido, más serio. Notó que le clavaba los ojos y le faltó el aire. Se acordó de que una mirada suya bastaba para anular su voluntad, y trató de ponerse en guardia.

Britt: Si no le importa, tía, como el capitán y yo somos «viejos amigos», me pregunto si podríamos conversar un momento a solas antes de reunimos con usted para tomar el té.

Matilda miró fugazmente a Andrew antes de fijar la vista de nuevo en Brittany.

Matilda: Podéis hablar en privado en el saloncito de las rosas.

Britt: Gracias.

La chica se volvió y se puso en marcha sin mirar atrás para ver si Andrew la seguía. Los pasos de éste, que sonaban algo inseguros, le indicaban que así era. De ese modo, lo condujo hasta la pequeña habitación y entrecerró la puerta.

Britt: ¿Qué está haciendo aquí? -le preguntó sin más preámbulo tras volverse a mirarlo-. ¿Qué es lo que quiere?

Andrew forzó una sonrisa.

Andrew: Esperaba un recibimiento algo más caluroso. Supongo que me equivocaba al pensar que me echaba de menos.

Ella aspiró hondo, haciendo esfuerzos por mantener la compostura, por que él no notara su aturdimiento.

Britt: ¿Qué hace usted aquí, capitán Seeley?

Él la recorrió con la mirada, se fijó en su vestido albaricoque y verde, en la curva de sus pechos, en el pelo recogido sobre la nuca. Por un momento ella creyó ver algo en sus ojos, pero su expresión no cambió.

Andrew: Digamos que tenemos una amiga común. Vanessa Efron está casada con mi primo.

Brittany sintió que la sangre dejaba de regar su rostro. Tal vez sufrió un fugaz desvanecimiento, pues de pronto sintió en el codo la mano de Andrew, que la condujo hasta una butaca.

Andrew: Siéntese, maldita sea. No he venido para causarle un disgusto.

Ella tragó saliva, haciendo esfuerzos por controlarse, y se obligó a mirarle a los ojos.

Britt: Entonces, ¿a qué ha venido?

Andrew: Zac me contó lo del niño. He venido para que nos casemos.

Brittany apenas daba crédito a sus palabras. ¡La amiga en la que más confiaba había revelado su secreto! Vanessa la había traicionado, y ahora el capitán diabólico había llegado para casarse con ella. Parecía casi imposible creer que fuera cierto.

Levantó la barbilla y por segunda vez se obligó a sí misma a sostenerle la mirada, de un azul tan pálido.

Britt: Veo que sigue dando órdenes. ¿O no se ha enterado de que lo normal es que un hombre le pregunte a una mujer si quiere casarse con él? No lo pide sin más.

Andrew: Dadas las circunstancias, me ha parecido que no sería necesario. Está embarazada de varios meses, y yo soy el padre del bebé. ¿Qué otra alternativa nos queda?

A Brittany se le escapó una risotada amarga.

Britt: Sean cuales sean las alternativas, quien va a decidir soy yo, y casarme con usted no se cuenta entre ellas.

Andrew apretó los dientes. Ella recordaba bien aquel gesto.

Andrew: No sea tonta.

Britt: Váyase, Andrew. Los dos sabemos que lo que menos desea en este mundo es casarse conmigo. Váyase y no vuelva más.

Ahora sí vio un destello en los ojos del capitán. Por primera vez se dio cuenta de que estaba igualmente alterado. En otro tiempo creyó que, de algún modo, sentía algo por ella. Estaba equivocada. ¿O no?

Andrew le dedicó una última mirada dura, dio media vuelta y salió del saloncito. Brittany ahogó un grito al darse cuenta de que se dirigía a la habitación en la que esperaba su tía, de que pensaba decirle la verdad sobre lo que había existido entre los dos.

«¡Dios mío!» Se arremangó un poco la falda y salió corriendo por el pasillo para darle alcance, pero para su horror, al llegar a la puerta de la sala la encontró cerrada con llave.

Matilda: ¿Es de veras necesario, milord?

La tía abuela de Brittany estaba sentada frente a la chimenea encendida, en un sofá de tapicería algo gastada. Era una mujer robusta, de pelo entrecano y penetrantes ojos azules.

Andrew: Brittany no se ha mostrado dispuesta a cooperar. Necesito que me ayude a hacerle entrar en razón.

Matilda: Adelante.

Andrew estaba de pie junto a la puerta y no se movió. Seguía impresionado tras su encuentro con Brittany. ¿Acaso había olvidado el poder que la joven ejercía sobre él? ¿La punzada de deseo que sentía cuando aquellos ojos azules, brillantes, le miraban? Un deseo que no podía evitar sentir, a pesar de saber que no debía.

Andrew: Como sabrá, Brittany pasó tres semanas a bordo de mi barco, el Diablo de los Mares. Durante ese tiempo nos… nos relacionamos. Por decirlo lisa y llanamente, Brittany espera un hijo mío, y he venido a casarme con ella.

La vieja dama no se movió ni una pizca y mantuvo el gesto sereno.

Matilda: ¿De veras?

Andrew: No parece demasiado sorprendida.

Matilda: ¿De su estado? En absoluto. Que haya venido usted a cumplir con su obligación sí me sorprende enormemente.

Andrew: ¿Le importaría explicarse mejor?

Matilda: Sé desde hace algunas semanas que Brittany se encuentra en estado de embarazo. Existen indicios que las mujeres reconocemos, no sé si lo sabe. Al principio, se sentía indispuesta por las mañanas. Últimamente su humor ha experimentado todo tipo de cambios. Está más que preocupada. Yo llevo un tiempo esperando a que se decida a confiar en mí y me pida ayuda.

A Andrew se le encogió el corazón. Brittany se sentía preocupada, estaba sin duda muy asustada, aunque jamás lo confesara.

Andrew: Brittany ya no necesita su ayuda. Pronto tendrá un esposo que velará por sus necesidades.

Junto a Matilda, la tetera, que reposaba en el carrito, dejaba escapar bocanadas de vapor. Ella, sin embargo, seguía sin servirlo.

Matilda: ¿Es de veras marqués? Brittany creía que era usted una especie de pirata.

Andrew: Era corsario al servicio de mi país. Al morir mi hermano mayor, me convertí en marqués de Belford.

Matilda: De modo que podría ocuparse de Brittany como ella merece.

Andrew: Ni a Brittany ni al niño les faltaría nada.

Matilda: La joven es en extremo testaruda. Aunque a mí me parece que el matrimonio con el padre de la criatura sería lo más conveniente para ella, es a Brittany a quien debe convencer.

Lady Humphrey se levantó del sofá y se dispuso a abrir la puerta. No le cabía duda de que Brittany había estado escuchando la conversación. Estaba tan pegada a la puerta que casi cayó al suelo cuando ésta se abrió.

Andrew tuvo que hacer esfuerzos para no sonreír. Y se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no lo hacía. Desde que ella había abandonado el barco.

Volvió a contemplarla. Alta, guapísima a la luz de la mañana, con ese brillo especial de las mujeres embarazadas que la hacía parecer más guapa incluso de lo que recordaba. Con todo, su fuerza se hacía patente en la mandíbula apretada, la rebeldía en la rigidez de sus miembros. Era precisamente esa fuerza lo que le atraía de ella, ese valor ante el peligro.

Desde que la conoció no había logrado olvidarla.

Y ahora experimentaba el mismo deseo, la misma atracción involuntaria que había sentido antes. En ese instante, la idea de volver a compartir con ella la cama despertaba algo en su interior. Se alegraba de que la chaqueta ocultara la evidencia de su inoportuna excitación.

Maldiciendo en silencio, Andrew se volvió hacia Brittany, que le miraba desde su sitio.

Andrew: Su tía dice que debo convencerla para que se case conmigo. En su opinión, ¿cuál es el mejor modo de lograrlo?

Ella arqueó una ceja.

Britt: No lo dice en serio.

Andrew: Lo digo totalmente en serio. Usted es una joven de extraordinaria inteligencia. ¿Qué puedo decirle para que entre en razón?

Britt: No doy crédito a sus palabras. Nada de lo que pueda decir me hará cambiar de opinión. ¿No es usted el mismo que me dijo que cada vez que me viera recordaría a los hombres que mi padre envió a la tumba? ¿Cómo se plantea siquiera la posibilidad de casarse con una mujer que le provoca ese sentimiento?

Cierto, ¿cómo se lo planteaba siquiera? Eso mismo llevaba preguntándose él desde que había emprendido el viaje hacia Scarborough.

Andrew: Las cosas pasan. Las circunstancias cambian. El hijo que espera es mío. Y quiero darle mi apellido.

Britt: ¿Es de verdad marqués?

Andrew esbozó una fugaz sonrisa.

Andrew: ¿Tan difícil le resulta creerlo?

Ella le dio la espalda.

Britt: Por favor, Andrew, vuelva por donde ha venido y regrese a Londres. Ya ha cumplido con su obligación, he sido yo quien ha rechazado su ofrecimiento. Siéntase libre para seguir con su vida tal como era antes.

Suponía que tenía razón, aunque tal vez sus amigos no se mostraran del todo de acuerdo con él. Si lo deseaba, podía ser libre, sin contar el peso de otra carga para su conciencia. Pero al mirar a Brittany, de pronto la vida que llevaba en Londres no le pareció nada atractiva.

Andrew le puso las manos en los hombros y le dio la vuelta con delicadeza para mirarla a los ojos.

Andrew: No querrá que su hijo sea un bastardo. Usted más que nadie debería comprender lo cruel que resultaría. Soy el marqués de Belford. Cásese conmigo y su hijo crecerá con todos los privilegios que el título conlleva.

Brittany lo observó con atención durante unos instantes, tratando de leer sus pensamientos. Ni el propio Andrew parecía capaz de aclararlos.

Britt: ¿Y si el bebé es niño? Si nos casamos, ese niño será su heredero. ¿Está dispuesto a consentir que el nieto del traidor herede el marquesado de Belford?

A Andrew se le hizo un nudo en el estómago. Odiaba tener que pensarlo. Esa era una de las razones por las que en un primer momento se negó a casarse con ella, aunque ahora ya no le parecía importante. Estaba decidido a casarse con Brittany y pensaba lograrlo.

Andrew: Ese título nunca me ha importado. Me alegraba que mi hermano fuera el heredero, y no yo. No importa lo que haya hecho su padre; él también pertenece a la aristocracia. Si nace un niño, será mi heredero. -La sombra de la duda afloró a su gesto. Él sabía que pensaba en el hijo que llevaba en su interior y en lo que era mejor para él. Recordó la dulzura con que trataba al joven Alan Barton. No le cabía duda de que sería una buena madre-. Sabe bien cuál es su deber -insistió-. Diga que se casará conmigo.

Era la única solución, y los dos lo sabían. Con todo, Brittany tardaba tanto en dar una repuesta que Andrew empezaba a enfadarse.

Britt: De acuerdo, me casaré con usted.

Era de locos sentir alivio. Ella había aceptado convertirse en su esposa, pero eso no era precisamente lo que él deseaba.

Andrew: He solicitado un permiso especial y ya he hablado con el cura. Podemos contraer matrimonio mañana por la tarde.

La baronesa, lady Humphrey, se levantó del sofá. Abrazó con ternura a su sobrina y le dedicó una sonrisa.

Matilda: Me alegro por ti, querida. Creo que has tomado la decisión correcta. -Se volvió para mirar a Andrew-. Bienvenido a la familia, milord.

Él seguía observando a su futura esposa y sentía que algo le oprimía el pecho. Por primera vez se dio cuenta de lo mucho que la había echado de menos, de lo mucho que aún la deseaba.

Durante un segundo, el rostro de Víctor Vennet pasó por su mente, y él apretó los dientes para ahuyentarlo. Se dijo que no importaba de quién fuera hija, que había hecho lo que debía.

El día de la boda, Brittany llevaba el collar -el Collar de la Novia, un nombre apropiado para la ocasión-. Adornando su garganta, absorbía el calor de su piel y la reconfortaba con su brillo, tan alejado del día gris y nublado en que iba a casarse.

Había escogido un vestido de seda verde pálido drapeado con encaje crudo en la falda, los costados y la blusa, de talle alto. Brittany opinaba que el discreto brillo de las perlas combinaba a la perfección con el tono de la seda. Mientras se preparaba para salir esa tarde con su tía y lady Smith, Phoebe le pasaba por los hombros la capa con encaje de piel. Cuando todas estuvieron listas, pusieron rumbo a la iglesia de Santo Tomás, que se encontraba en el centro de la localidad.

El carruaje de tía Matilda esperaba frente a la casa. El baño dorado de las ruedas empezaba a desconcharse, y la pintura negra se veía algo descolorida. A Brittany no le sorprendió comprobar que el cielo estaba encapotado y que soplaba un viento de mar, pues los elementos establecían el decorado perfecto para la farsa que estaba a punto de tener lugar.

Al menos su madre se alegraría. Brittany le había escrito una carta esa misma mañana comunicándole que se casaba con el marqués de Belford. Dejando de lado las prisas y la falta de una celebración por todo lo alto, su madre se sentiría eufórica. Siempre había deseado que su hija se casara con un miembro de la nobleza.

Ojala ella sintiera lo mismo. En un acto reflejo, se llevó la mano al collar. Nerviosa, en el carruaje, le vino a la mente la leyenda que envolvía aquellas perlas tan antiguas, y se preguntó si casarse con Andrew sería una especie de castigo por el crimen que había cometido al organizar la fuga de su padre.

Tal vez el vizconde fuese en verdad un traidor, responsable de la muerte de muchos marineros. Casarse con el marqués, un hombre que no sentía nada por ella y que odiaba al hijo que esperaba, sería sin duda un castigo para el resto de su vida.

La confusión se apoderaba de sus propios sentimientos. Había creído tontamente que ya no sentía nada por Andrew. No se le ocurrió pensar que al verlo plantado a la puerta de la casa de su tía, su corazón empezaría a latir con fuerza, como había hecho antes, y un millón de mariposas revolotearían en su estómago.

Durante meses se había mentido a sí misma, se había dicho que la atracción que sentía por él no era más que un capricho, el capricho que la había llevado al desastre.

Pero ahora se daba cuenta de que sentía la misma atracción magnética que sintió los días que vivió en el barco. Le bastaba mirarlo para sentir una opresión en el pecho, y deseaba acariciarlo, y deseaba que él la acariciara.

Era una locura. Ridículo. Ese hombre era el peor esposo de todos los posibles. Habían sucedido demasiadas cosas, y ellos ya no podían aspirar a ser felices juntos. Andrew, por sí solo, era un hombre reconcomido por el deseo de venganza, y ella estaba segura de que no descansaría hasta que su padre muriera en la horca.

Cath: Ahí está, en la esquina.

Sentada frente a Brittany y a su tía, Catherine Smith señaló con el dedo grueso el campanario alto y cuadrado de la antigua iglesia que durante al menos trescientos años había custodiado el pueblo como el pastor que cuida de su rebaño.

Brittany ya la conocía, pues había asistido a misa en ella en compañía de su tía y de lady Smith. Conocía al cura, el señor Nigel, a su esposa y a sus dos hijos. A ojos del religioso, un matrimonio tan apresurado constituiría sin duda una decepción.

Los caballos que tiraban del carruaje se detuvieron frente a la capilla cubierta de hiedra. Eran ejemplares de pelo algo áspero y barriga algo hinchada que, como el resto de la casa, comenzaban a evidenciar signos de vejez.

Las ruedas se detuvieron y Brittany se sintió atenazada por los nervios. Era como si hubiera entrado en trance, como si estuviera viviendo la vida de otra mujer. Sin duda no era Brittany Snow la que se casaba con un hombre al que apenas conocía.

Aspiró hondo y se volvió a mirar por la ventanilla. Se sorprendió al ver que Adam Cross, el fornido escocés, esperaba junto al camino de gravilla, frente a la iglesia. Llevaba una falda escocesa de color verde oscuro, atuendo de gala de su país.

Adam dio un paso al frente y abrió la portezuela sin dar tiempo al cochero a bajar del banco, alargó el brazo y cortésmente ayudó a las damas a descender.

Adam: Milady -saludó a tía Matilda haciendo una reverencia-.

Matilda: Vaya, señor Cross. Es un placer volver a verle. -Se volvió hacia su amiga-. Lady Smith, te presento a un amigo de mi sobrina, el señor Cross.

Cath: Encantada.

Adam: Lo mismo digo -respondió, que dedicó una sonrisa a Brittany-. Y bien, joven, esta vez sí la ha armado buena. -Y se le escapó una risotada-. Ya era hora de que el chico sentara cabeza con una buena mujer.

Ella no estaba segura de cómo debía tomarse aquellas palabras, pero al fin no pudo evitar sonreír.

Britt: Me alegro de verle, Adam.

Las dos damas se dirigieron hacia la iglesia, dejando a Brittany al cuidado del viejo escocés, que le ofreció el brazo.

Adam: Deberíamos ponernos en marcha, joven. El capitán hará que me encierren si no llevo a la novia hasta el altar.

Brittany apretó con fuerza el brazo de Adam.

Britt: Me alegro de que haya venido.

Adam: Ni todo un regimiento de granaderos británicos me lo habría impedido, jovencita.

Ella volvió a sonreír y sintió que la tensión acumulada disminuía un poco. El escocés se había mostrado amable con ella desde el principio. Podía contar con él para salir airosa de ese trance.

La capilla era pequeña pero encantadora, con anchos muros de piedra, altas vidrieras y gruesas vigas de madera. Parte del interior estaba forrado con paneles pulidos, del mismo material, y gran cantidad de velas iluminaban el espacio.

Se detuvo un instante al llegar a la puerta para recibir los buenos deseos de su tía y de lady Smith, que a continuación se dirigieron a sus asientos. Fue una sorpresa agradable encontrar a Alan Barton en uno de los bancos, reservando un sitio para Adam. El niño rubio la saludó con la mano y ella le dedicó una sonrisa. A su lado, Phoebe Halliwell se llevaba un pañuelo a la nariz y lloriqueaba sin hacer apenas ruido. La lista de invitados no podía ser más desigual, pero todos eran amigos, y Brittany se alegraba de que estuvieran ahí.

Desplazó, nerviosa, la mirada hasta el altar, donde el cura Nigel esperaba de pie. Se trataba de un hombre delgado, de unos cuarenta años, con escaso pelo castaño y ojos bondadosos. Frente a él, Andrew, ladeado, observaba el pasillo central, alto, guapísimo, el pelo castaño impecablemente peinado, la chaqueta color borgoña tan oscura que parecía casi negra, y debajo el chaleco plateado y los pantalones gris marengo.

Al resplandor de las velas, vio que su gesto era serio, reservado. Pero al acercarse, aferrada al brazo de Adam, percibió que en sus ojos azul pálido anidaba la preocupación, y algo más que era incapaz de nombrar.

La mano de Brittany temblaba ligeramente cuando Adam le colocó los dedos sobre los suyos, y juntos se volvieron para mirar al cura. Ella trataba de concentrarse en las palabras del reverendo Nigel, trataba de responder lo correcto en cada caso, pero sus pensamientos regresaban una y otra vez a Andrew y a lo que creía haber visto en su mirada.

Cuando la ceremonia llegaba a su final se volvió para mirarlo, y confirmó que volvía a clavarle aquellos mismos ojos.

Nigel: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os declaro marido y mujer. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. -El cura sonrió-. Puede besar a la novia, milord.

Andrew permaneció inmóvil un largo momento y ella pensó que su mala voluntad era más profunda incluso de lo que creía. Pero entonces se agachó un poco y posó los labios sobre sus labios con gran delicadeza.

Brittany cerró los ojos y aspiró aquel aroma que tan familiar le resultaba, sintió la aspereza de su chaqueta al rozarla con la mano. Tampoco sus labios le eran ajenos, suaves pero firmes, masculinos, embriagadores. Su propia boca se suavizó al contacto con la suya. Su beso se hizo más profundo, sus bocas se unieron, se fundieron en una.

Brittany sintió las manos de él sobre los hombros, y el beso se volvió aún más apasionado. Sin darse cuenta echó la cabeza hacia atrás, separó los labios y abandonó toda reserva. La lengua de Andrew se deslizó sobre la suya y un creciente calor se apoderó de su ser. Él debía de sentir algo parecido, pues hizo gesto de apartarse.

Britt: Andrew… -susurró ella, y él reclamó la posesión de su boca una vez más-.

Un estruendo repentino resonó en las paredes de la capilla, y Brittany se dio cuenta de que Adam fingía un ataque de tos para que tuvieran presente dónde se encontraban. Los dos se separaron exactamente en el mismo instante, ella ruborizada, avergonzada, lo mismo que él, que también se había puesto colorado.

Andrew apartó la vista un momento antes de volver a mirarla, y ella vio que estaba enfadado consigo mismo por haber perdido el control de ese modo.

Andrew: Creo que debemos irnos -dijo, y su expresión volvió a convertirse en una máscara inexpresiva-.

Ella se agarró de su brazo con mano temblorosa y un nudo en el estómago. Estaba casada, pero aquel matrimonio había sido forzado, y en él no había ni pizca de alegría.

Andrew: Creo que lady Smith ha preparado un banquete de boda en nuestro honor -le informó-.

Britt: Así es.

La corpulenta mujer se acercó a ellos.

Matilda: El servicio de mi casa lleva toda la mañana ocupada con los preparativos. Les he preparado una suite especial en el ala este. Sería para mí un honor que pasaran la noche de bodas en Seacliff.

Por un momento, Brittany temió que Andrew diría que no. Había emprendido el viaje a bordo del Diablo de los Mares para ganar tiempo, según le había dicho. Creía que tal vez desearía partir tan pronto como terminara la celebración.

Entonces él recorrió con la mirada su vestido de novia, recordó que ya era un hombre casado y asintió.

Andrew: El honor será nuestro.

Brittany se sintió curiosamente aliviada. Una noche más antes de partir hacia Londres, hacia una vida para la que no se sentía en absoluto preparada.

Britt: Gracias -balbuceó, esbozando a duras penas una sonrisa nerviosa-.

Andrew: Es el día de nuestra boda. Quiero ver contenta a la novia.

Pero los ojos con que la miraba le decían otra cosa completamente distinta. Su mirada era intensa, lujuriosa, y ella sabía que estaba pensando en lo que sucedería cuando cerraran la puerta de su suite.

El corazón le dio un vuelco. Ahora le pertenecía, podía reclamar sus derechos conyugales cuando le placiera. Los latidos eran cada vez más rápidos, y ella no sabía si era por el temor o por la impaciencia.

1 comentarios:

TriiTrii dijo...

Woww!!!
Se casaroonn!!!
Ahora q pasaraa!!!??
Siguelaa!!
Me encanto el capii
Enserioo
Muuaakkk
Bye byee

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