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domingo, 15 de mayo de 2011

Capítulo 21


La tarde estaba avanzada, una tarde nublada y gris que amenazaba tormenta. Lo desagradable del tiempo encajaba a la perfección con el estado de ánimo de Ness.

Suspiró al salir del salón, tratando de pasar por alto lo sola que se veía la casa sin su esposo. Se dirigía al vestíbulo cuando oyó voces de hombre. Pensó que tal vez alguno de ellos fuera Zac, y el corazón le dio un vuelco.

Pero no. Se trataba de Simon, que hablaba con el coronel Pendleton, plantado allí, frente a él, muy derecho. Al acercarse ella se volvió con expresión grave.

Pendleton: Lady Brant. -Le hizo una breve reverencia. La luz de la araña se reflejaba en su cabello plateado y en los bordados que cubrían sus hombros-. Le ruego disculpe la intromisión, milady. Buscaba a su esposo.

A Ness se le retorció el estómago. ¿Cuántas veces más debería enfrentarse a momentos como ése en las próximas semanas?

Ness: Lo siento, coronel. En este momento no se halla en casa.

Pendleton: ¿Sabe dónde podría encontrarle? Le traigo información urgente referida al capitán Seeley.

Ella negó con la cabeza, pues no tenía ni idea de dónde o con quién podía estar Zac.

Ness: Lo siento, coronel. Tal vez podría probar en casa de su amigo el duque, o quizás en el White, su club de caballeros. En cualquier caso, aquí daremos aviso de que trata de localizarlo.

Aunque no sabía cuándo podrían transmitírselo, pues desconocía cuándo iba a regresar, si es que lo hacía.

Pendleton: Gracias. Le agradeceré que le comunique que se trata de un asunto urgente. Pídale que se ponga en contacto conmigo lo antes posible.

Ness: Sí, por supuesto. ¿Hay algo más que yo pueda hacer?

Pendleton: Me temo que no, milady. Bueno, tal vez tener al capitán presente en sus oraciones.

Dicho esto, el coronel se marchó, dejando a Ness interrogándose sobre qué cosas terribles podrían estar sucediendo al primo de Zac.

Anochecía y caía una fina llovizna. Oyó que el mayordomo hablaba con otro hombre, y en esa ocasión sí reconoció la voz profunda de su esposo, y el corazón se le disparó.

Permaneció inmóvil en el vestíbulo, con la mirada fija en su figura alta y atlética, en sus adorables rasgos. Deseaba con todas sus fuerzas que la estrechara entre sus brazos.

Pero entonces recordó las noticias urgentes del coronel, y se obligó a avanzar por el pasillo. Zac empezó a subir la escalera, pero se detuvo en los primeros peldaños.

Ness: Buenas tardes, milord.

Zac: No me quedaré mucho tiempo. He venido sólo a buscar unas cosas. Mañana me voy al campo -dijo, antes de seguir subiendo-.

Ness: El coronel Pendleton ha estado aquí -anunció sin perder más tiempo-. Te busca. Tiene noticias urgentes sobre tu primo.

Zac se giró y bajó de nuevo la escalera.

Zac: ¿Te adelantó algo?

Ness negó con la cabeza.

Ness: Me temo que no. Creo que quería informarte personalmente. -El conde se puso rígido-. No creo que el capitán Seeley esté muerto -observó, que le intuyó el pensamiento-. Me parece que no se trata de eso.

Zac: Dios te oiga.

Zac se dispuso a salir, y Vanessa deseó acompañarlo como nunca había deseado otra cosa en el mundo.

Él cruzó la puerta, pero se detuvo al ver que Will y el coronel llegaban en ese momento.

Will: Gracias a Dios te encontramos.

Pendleton: Te he estado buscando por todas partes -dijo el coronel-. He ido hasta la casa de su excelencia, por si sabía algo de tu paradero. Acababa de verte en el club, y me dijo que te dirigías a casa.

Will: Andrew tiene problemas -intervino, yendo al grano-. No disponemos de mucho tiempo.

Zac: ¿Qué ha pasado?

Will: Me temo que el capitán va a ser ejecutado pasado mañana.

Zac: Maldita sea.

Pendleton: Las noticias que traía Bradley deberían haber llegado hace dos días, pero se desató una tormenta y su barco se retrasó. Su nota ha llegado esta misma tarde.

Will: Debemos zarpar esta misma noche. Por suerte, el Nightingale se encuentra preparado. Hemos pasado por el muelle antes de venir aquí. La buena noticia es que Andrew ha sido trasladado de nuevo a la cárcel de Calais. Si logramos liberarlo, el trayecto hasta el barco será corto.

Zac: Mejor, pues tal vez no se encuentre en condiciones de emprender un viaje demasiado largo.

Will: Llevaremos un médico, por si acaso -apuntó-. La última vez nos resultó de utilidad.

Los hombres siguieron hablando, tan sumidos en la conversación que parecían no darse cuenta de la presencia de Ness.

Pendleton: Me temo que hay otro problema -añadió el coronel-. En todas las ocasiones anteriores, Max Bradley contaba siempre con un plan. Sin embargo, la decisión de ejecutar al capitán ha sido tan inesperada y rápida que tendremos que improvisar. Según él, va a necesitar ayuda. Un par de hombres y alguien que pueda servir de señuelo.

Zac: ¿De señuelo? -repitió-. ¿Qué clase de señuelo?

Pendleton: Alguien que distraiga a los guardias mientras Bradley y sus hombres se cuelan en la cárcel.

Will: Tal vez podríamos lograrlo con una mujer -sugirió-. Nada distrae más a un hombre que unas faldas.

Pendleton: Debería hablar francés y ser de confianza -precisó-.

Zac: No disponemos de tiempo para encontrar a alguien de esas características -observó-. Tendremos que pensar en una alternativa una vez en el barco.

Ness: Yo podría hacerlo.

Ness dio un paso al frente, saliendo de la oscuridad. Todos la miraron perplejos.

Zac la contempló ceñudo, sin duda molesto al descubrir que seguía allí.

Zac: No seas ridícula.

Ness: No lo soy. Hablo un francés perfecto, y podría vestirme como una joven campesina, una chica que va a preguntar por… su hermano, tal vez. Está desesperada. Suplica a los guardias que le permitan entrar, o que al menos le informen sobre su estado de salud.

Will: ¿Y si aceptan y la dejan entrar? -preguntó, examinándola con la mirada-.

Ness: Entonces tendré que seguir entreteniéndoles hasta que alguno de ustedes acuda en mi rescate.

Zac: No -zanjó-. No pienso exponerte a semejante peligro. Ni siquiera por Andrew.

Ness: Por favor, Zac, puedo hacerlo. Quiero ayudar.

Zac: He dicho que no, y no hay más que hablar.

Ness le rozó el brazo con ternura.

Ness: No disponéis de tiempo para encontrar a otra, Zac. -Quería hacerlo, ayudarle a lograr lo que más deseaba en el mundo-. Estas últimas semanas han sucedido muchas cosas. Dame la oportunidad de hacer algo bien.

Zac seguía negando con la cabeza, pero Will le puso una mano en el hombro.

Will: La necesitamos, Zac. Uno de nosotros se encargará de vigilarla. Si algo sale mal, la sacaremos de allí a toda prisa y la llevaremos a bordo.

Zac apretó la mandíbula.

Ness: Se trata de la vida de Andrew -le recordó con dulzura-. Merece la pena correr el riesgo.

No había duda de que él no quería que ella les acompañara, pero al fin asintió.

Zac: Está bien, que venga, pero yo permaneceré cerca de ella para asegurarme de que nada malo le suceda.

Will: De acuerdo.

El coronel ofreció más hombres, pero Zac los rechazó. Se trataba de la última oportunidad para Andrew, y lo mejor era que fueran pocos los participantes en la operación de rescate. Zac y Will opinaban que solos podrían hacer frente a la situación en mejores condiciones.

Pendleton: Al menos dispondréis de Bradley. Esa prisión no tiene secretos para él. Pasó en ella casi un año antes de escapar.

Y había vuelto a exponerse en sus intentos de salvar a Andrew. La actitud de Max Bradley decía mucho de su carácter.

Pendleton: Bien, estamos de acuerdo -comentó una vez todo se hubo acordado-.

Mientras Zac se retiraba a cambiarse y recoger lo que necesitaba, Ness fue a su dormitorio y empezó a rebuscar en los baúles en busca del viejo vestido gris que llevaba el día que había llegado a la residencia del conde. Lilian la ayudaba.

Lilian: No olvide la capa -le recordó la doncella, mientras metía la ropa en una bolsa de tela, junto con un par de zapatos de piel marrón-.

Ness cogió la bolsa y la capa y regresó al vestíbulo.

Transcurridos unos minutos, los dos estaban listos para partir. En el carruaje, camino del muelle, los hombres se dedicaron a revisar la información que Max Bradley había enviado en su mensaje, y empezaron a trazar un plan de actuación. Cuando llegaron al barco, toda la tripulación estaba preparada y el Nightingale listo para zarpar.

Allí mismo, en su camarote, él le había hecho el amor por vez primera. Había recurrido a su inocencia y a su corazón. Ness jamás olvidaría la ternura que le había demostrado, ni el placer que había sentido. Nunca pensó en casarse con él, nunca pensó que se enamoraría del conde hasta ese extremo. Ni que le dolería tanto perderle.

Zac: Si lo prefieres, dormiré en el camarote contiguo. Y si te preocupa lo que pueda pensar la tripulación, dormiré en el tuyo, pero en el suelo.

Ness tragó saliva. Cuando volvieran a Inglaterra, él la abandonaría. Debía mantener la distancia, proteger su corazón del dolor. Pero deseaba pasar esas horas con él, aquellas últimas y preciosas horas.

Ness: Preferiría que te quedaras aquí.

Zac examinó su rostro antes de responder.

Zac: Está bien.

Dejó su bolso sobre la litera y se dispuso a salir del camarote. Llevaba la misma ropa con la que había llegado a casa: pantalones marrones, botas de caña alta hasta las rodillas y camisa blanca de manga larga.

Al llegar a la puerta se detuvo un instante.

Zac: Te dejo un momento sola para que te instales y luego vuelvo a buscarte. Debemos hablar de lo que ocurrirá cuando lleguemos a la cárcel.

Ness asintió, aunque a ella lo que más le preocupaba era lo que sucedería cuando Zac regresara a aquel minúsculo camarote que debían compartir en las inmediatas horas.

Zac se apoyó en la barandilla de madera y dejó que el viento frío le acariciara el rostro. Lo peor que podía sucederle era tener que pasar otra noche de tortura junto a su esposa. No quería oír su respiración tranquila, ni ver el acompasado movimiento de sus pechos, ni recordar la suavidad de su piel cuando lamía sus rosados pezones.

El simple pensamiento de la noche que se avecinaba le excitaba, y sabía que aquella dolorosa sensación no le abandonaría tan fácilmente. Una parte de él anhelaba estar con ella, enfermaba casi de anhelo. Zac intentaba imaginar a Vanessa con Leal, pero no lo lograba, y el deseo que sentía por ella se mantenía intacto. Sí, la deseaba. Y aún peor: la amaba.

Sus dedos se aferraron con fuerza a la barandilla. Debía concentrarse en Andrew, no en Vanessa. La vida de su primo estaba en juego, y Zac se juró que no consentiría que aquellos malditos franceses acabaran con ella sin luchar él por preservarla.

Una vez el barco hubo zarpado y los tres se instalaron en sus camarotes, Zac regresó al suyo para acompañar a Ness al lugar de reunión, una larga reunión en la que acabaron de trazar el plan más adecuado. Según la información facilitada por Bradley, sólo dos soldados montaban guardia en la puerta de la cárcel, aunque otros recorrían los pasillos que daban a las celdas. Si Vanessa lograba distraer su atención, entonces él, Will y Bradley entrarían. Uno de ellos cubriría las espaldas de los otros dos. Era bastante probable que lograran rescatar a Andrew sin que los descubrieran.

Seguros de los papeles que deberían representar al día siguiente, Will y Vanessa se retiraron a sus camarotes. Zac permaneció un rato en cubierta, tratando de retrasar el momento de volver al camarote. Pero la noche avanzaba y él debía descansar un poco. Tal vez la frialdad del suelo aplacara su deseo y lograra dormir un par de horas.

Suspiró y bajó por la escalerilla que conducía al camarote.

Ness no lograba conciliar el sueño. Al menor crujido del barco, sus ojos se clavaban en la puerta, en busca de Zac. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no bajaba al camarote?

La reunión había terminado hacía rato. El barco estaba tranquilo, y los únicos sonidos eran el del casco que cortaba las aguas y el del viento que sacudía los cabos.

El mar se irritaba por momentos. El Nightingale se inclinaba una y otra vez, se ladeaba a un lado y otro. El capitán, optimista, creía que la tormenta no iría a peor. No pensaba arriar las velas, y seguía navegando hacia su destino, el puerto que se abría al sur de Calais y en el que ya habían atracado con anterioridad.

Ness miraba el techo y pensaba en Zac. Al oír que la puerta se abría con un crujido, su corazón se aceleró. A la leve luz de la lámpara que se mecía en el pasillo, distinguió por un instante el amado rostro de su marido, que entraba y cerraba tras de sí.

Le oyó desvestirse y quitarse las botas, que cayeron al suelo con un ruido sordo. Zac susurró una maldición, amplificada en el reducido espacio del camarote.

Ness: No te preocupes -le tranquilizó-. No estaba dormida.

Zac: Pues deberías estarlo. Llegaremos a Francia a primera hora e iniciaremos el trayecto por tierra. Vas a necesitar todas tus fuerzas.

Zac sacó una manta del estante que había sobre el escritorio y se dispuso a extenderla en el suelo.

Ness: El suelo está frío -dijo, sorprendida de haber pronunciado aquellas palabras-. La cama es ancha y cabemos los dos.

Zac se volvió hacia ella, y a Vanessa le pareció que el ritmo de su respiración se aceleraba.

Zac: No creo que sea buena idea.

Ness recordó que, la última vez, había sido ella la que, prácticamente, le había atacado. Sintió que se ruborizaba y se alegró de que el camarote estuviera oscuro.

Ness: No te preocupes -añadió fingiendo desinterés-, estarás a salvo. No pienso violarte. -Imaginó una fugaz sonrisa en el rostro de su amado-.

Zac: No eres tú quien me preocupa -replicó, que terminó de desnudarse y se metió en la cama. Ella se pegó a la pared para dejarle sitio-.

El corazón de Ness latía con fuerza; esperaba que él no lo notara. Ahí tumbados en silencio, los dos hacían esfuerzos por no tocarse. Cada vez que Zac se movía, ella imaginaba sus músculos flexionándose, los tendones de sus largas piernas extendiéndose y contrayéndose. Deseaba que él alargara la mano y la acariciara. El deseo que sentía era tan intenso que estuvo a punto de rendirse y suplicarle que le creyera, que le decía la verdad: «¡Nunca te engañé con Jesse! ¡No quiero la anulación de nuestro matrimonio! ¡Sólo te he amado a ti!»

Pero no pronunció aquellas palabras. Ella amaba a su esposo, sí, pero su amor no era correspondido. Él había sido desgraciado con ella, y mientras convivieron, él pasaba el menor tiempo posible en su compañía. Había acabado por hacerla desgraciada. Tal vez ahora, separándose, los dos pudieran rehacer sus vidas.

El viento soplaba en el exterior del camarote, las olas golpeaban el casco con furia y alcanzaban las ventanas. Pero la tormenta no iba a peor. El barco avanzaba hacia su destino, en plena noche, surcando el turbulento mar, y Ness, fatigada, acabó por cerrar los ojos.

Debía haberse quedado dormida. Al despertar, una luz grisácea, muy leve, se filtraba a través del ventanuco. En el camarote hacía frío, pero su cuerpo emitía calor: estaba acurrucada junto a Zac, de espaldas a él, que le rodeaba la cintura con un brazo. Dormía desnudo, como solía hacerlo en casa, apretaba el pecho contra su espalda y tenía la entrepierna encajada en su trasero.

Abrió los ojos al notar que el abultado miembro le presionaba las nalgas. Ella se había arrimado a él mientras dormía. Se fijó en su respiración y creyó, con alivio, que su esposo estaba dormido.

Trató de apartarse, pero un brazo musculoso y una pierna larga se lo impedían. Pensó que tal vez lo mejor fuera disfrutar de aquel momento de intimidad, ya que no volvería a repetirse una vez regresaran a Londres.

Cerró los ojos y recordó la noche que habían hecho el amor allí, en aquel mismo camarote. La deseaba tanto. Y ella a él.

El deseo que sentía por Zac se mantenía intacto, y se apoderó de ella cuando pensó en sus manos acariciándole los pechos, la boca besando la suya. Ardiente y húmeda, no podía evitar moverse, y el mástil que montaba guardia tras ella se hacía más grueso, más duro…

Zac: Si te mueves, aunque sólo sea un poco, no respondo de mis actos.

La respiración de Ness se aceleró. Nada deseaba más que Zac le hiciera el amor. Pero no podía ser. No sería justo para ninguno de los dos. Sin embargo, sus caderas empezaron a moverse como si tuvieran vida propia. Su cuerpo parecía incapaz de resistirse.

Zac maldijo en voz baja, le levantó el camisón hasta la cintura, la agarró por las caderas y la penetró. Comprobó que estaba húmeda y lista para recibirle, y ella oyó su débil gemido. Se entregó a él como siempre lo hacía, respondiendo a su necesidad, a la dulzura de tenerle dentro.

Zac la penetró más profundamente y le susurró al oído.

Zac: ¿Él también te hace sentir así? -Salió y entró de nuevo en ella-. ¿También, Vanessa?

Ella se sorprendió.

Ness: No -respondió-. Nadie me hace sentir así. Sólo tú, Zac.

La embestía una y otra vez, acelerando el ritmo, llevándola al punto en que los dos, temblorosos, alcanzarían el clímax.

Una vez satisfechos, Ness se estiró, perezosa, pero Zac se levantó de inmediato y dejó un vacío en el lugar que hasta entonces ocupaba. Una leve luz se filtraba por la ventana, recortando su magnífico cuerpo. Su pecho se expandía, y sus músculos se tensaron cuando se agachó para recoger sus ropas.

Zac: Sabía que era mala idea -dijo, disgustado-.

Ness sintió una punzada de dolor.

Ness: ¿Seguro?

Zac la fulminó con la mirada.

Zac: ¿No lo crees tú?

Ness: Creo que en la cama siempre hemos sido una pareja perfecta.

Zac no replicó, pero su mirada era triste, apenada. Se dio la vuelta y empezó a vestirse.

Zac: Será mejor que te prepares. El cocinero no tardará en tener listo el desayuno, y debes comer algo.

La tormenta hizo que el barco se retrasara, y no llegaron a su destino hasta mediada la tarde del día siguiente. Las aguas tranquilas del oculto puerto cercano a Cap Cris-Nez ya habían proporcionado refugio al barco en ocasiones anteriores. Al amanecer del día siguiente, según lo previsto, el capitán Andrew Seeley debería presentarse ante un pelotón de fusilamiento, acusado de espiar a favor de Inglaterra, acusación por lo demás fundada.

Disponían sólo de aquella noche para adentrarse en territorio francés, rescatar al capitán y regresar al Nightingale. Como las dos misiones anteriores habían fracasado -a pesar de haberse preparado más a conciencia que ésta-, la tarea les parecía grandiosa. A pesar de ello, se mostraban muy decididos.

Poco antes del anochecer, Ness se puso su vestido viejo y se plantó frente a Zac, que se encontraba en cubierta, revisando, junto a Sheffield, su pistola.

Will: ¿Estamos todos listos?

Zac la miró.

Zac: Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión. Podríamos encontrar alguna otra ayuda.

Ness: No pienso cambiar de opinión.

Zac apretó la mandíbula y bajó la cabeza. Bajaron por la escala de cuerdas, que no dejaba de moverse, hasta un bote amarrado al casco. Un joven marinero rubio manejaba los remos con tanta destreza que su esfuerzo no parecía tal. Los llevó hasta la playa e hizo encallar la balsa en la arena. Zac ayudó a Ness a bajar.

Max Bradley les esperaba oculto, no lejos de allí. Vanessa reconoció sus rasgos duros.

Max: Gracias a Dios recibieron mi mensaje -dijo en francés-. Temía que algo malo hubiera sucedido y que no llegaran a tiempo.

Una vez en Francia, resultaba muy peligroso que se expresaran en inglés. El francés de Zac y Will era más que aceptable. Max, que había pasado años en el país, y Ness, a quien los idiomas siempre se le habían dado bien, podían hacerse pasar sin problemas por autóctonos.

Zac: ¿Cuánto tardaremos en llegar a la cárcel?

Max: Tengo un carro esperando. La ensenada se encuentra a una hora al sur. Debemos ponernos en marcha.

Max dedicó una mirada a Vanessa.

Zac: Mi esposa -dijo a modo de presentación, sujetándola por la cintura-. Se ha ofrecido a distraer a los guardias para que podamos entrar -explicó, aunque su intención era quedarse junto a la puerta a vigilar, por si algo iba mal cuando estuviera hablando con los guardias-.

Zac la ayudó a subir al carromato, junto a Max, y a continuación Will y él hicieron lo propio bajo aquella cubierta de lona que ocultaba una simple plataforma desnuda. Bradley agitó las riendas, y los dos caballos grises se pusieron en marcha. El vehículo inició así el trayecto por un tortuoso camino de tierra, y Ness se aferró al duro banco de madera.

Cuando se ofreció a ayudar, lo había hecho sin miedo. Pero a medida que el carro se acercaba a la cárcel, su temor aumentaba y el corazón le latía con fuerza.

La hora de viaje se hacía eterna, pero avanzar más deprisa podía resultar sospechoso. No podían dejar al azar el más mínimo detalle. Se trataba de la última oportunidad de Seeley, y todos lo sabían.

Además, el capitán ya no era el único que corría peligro.

Cuando alcanzaron la colina bajo la que se alzaba la cárcel, la luna de plata ya iluminaba el cielo. Bradley detuvo el carromato tras las frondosas ramas de un gran árbol.

Echaron la lona hacia atrás y Will y Zac bajaron del vehículo, con la vista puesta en Max.

Max: La cárcel se encuentra justo tras esa pendiente -señaló-. Si su esposa sabe conducir el carro, puede llegarse hasta el portón y fingir que acaba de llegar del campo.

A Ness le dio un vuelco el corazón. Como ignoraban los preparativos que había realizado Max, no habían pensado en cómo llegaría ella hasta la cárcel. Vanessa había manejado una calesa tirada por un solo caballo cuando era más joven, pero nunca había tomado las riendas de algo tan aparatoso como aquel carromato.

Miró a Bradley.

Ness: Creo que sería mejor que fuese caminando. Siempre puedo decir que me han traído desde el pueblo, que me han dejado en una posada cercana y que desde allí vengo andando. Así el carro seguirá oculto y listo para que todos escapemos sanos y salvos.

La mirada que le dedicó Zac indicaba que, sin duda, a él no le engañaba.

Zac: A mí me parece bien. ¿Y a ti, Bradley?

Max: Creo que es una buena idea -observó-. Dejaremos aquí el vehículo. -Se volvió hacia Ness-. La posada más cercana es el Lions d'Or, por si los guardias se lo preguntan.

Se pusieron en marcha. Un viento helado azotaba el árido terreno, se colaba bajo su capa y se le clavaba como un cuchillo por entre el vestido y la enagua. No llevaba puesta la capucha, y se había dejado el pelo suelto, sobre la espalda, para resultar más atractiva a los guardias que custodiaban la entrada de la cárcel. Sus negros rizos le azotaban la cara. Meneó la cabeza y el viento los apartó.

Se detuvieron en el linde de los árboles. Zac le agarró los hombros y la volvió para mirarla.

Zac: Haz que hablen. Mientras estén distraídos contigo, nosotros nos colaremos por el otro extremo del patio.

Max había sobornado al soldado que montaba guardia junto a la pequeña puerta de madera que se encontraba a cierta distancia de la puerta principal. Pero, una vez dentro, deberían cruzar un patio abierto hasta alcanzar el acceso principal a las galerías de las celdas. Ness debía distraer a los guardias mientras ellos cruzaban aquel peligroso espacio desprotegido.

Zac: Una vez dentro -prosiguió-, yo controlaré desde el interior de la puerta principal. Si algo va mal, ya sabes qué debes hacer.

Según habían acordado, tenía que desmayarse, hacerse la muerta. Zac decía que aquello siempre desconcertaba a los hombres.

Recordaba con precisión el plan, sabía que mientras Zac montara guardia, Will y Max tratarían de llegar a la celda de Andrew, en el corazón de la cárcel. También sabía que Zac habría preferido acudir al rescate de su primo, pero que no se movería de la puerta para velar por ella. Siempre se había mostrado protector con aquellos que le importaban.

De modo que, al parecer, Ness todavía era importante para él.

Se acercó a Zac y le acarició la mejilla.

Ness: Ten cuidado.

Dicho esto, se dio la vuelta y se alejó deprisa, la capa ondeando al viento.


5 comentarios:

Natalia dijo...

Para no variar, un capitulo hermoso..
Que pasará ahora?:S
Siguela lo más pronto posible porfavor!
Muackk

TriiTrii dijo...

aaawwwww
me encanto el capii
ya quiero saber q pasara!!
esperare el prox capi tomorrow!!!
te quieroo amixx
kisss

LaLii AleXaNDra dijo...

Awwwwwwwwwww
que capi tan hermoso...
ME encanto....
el la ama y ella a el....
siguela...
esperare con ansias el capi de mañana
:D

ҳ̸Ҳ̸ҳĸaʀყҳ̸Ҳ̸ҳ dijo...

aaawwwww!!!
que bonito capitulo
zac la ama pero es re terco
ahora a ver que pasa con todo este circo maroma y teatro
please siguela prontito

baii baii xoxo

Carolina dijo...

awwwwww se preocupa x ella!
y si lo violo xD!!
esto cada vez se pone mejor!!
ia veran!! 222
sigan comentando!!
tkm loki!!

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