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lunes, 23 de mayo de 2011

Capítulo 4


Transcurrieron dos días más. Brittany estaba sentada en la ancha cama del capitán, con su vestido arrugado, y Buffy se acurrucaba en su regazo, ronroneado sonoramente, un sonido que le resultaba reconfortante. Estaba atrapada en lo que no era sino un barco pirata, rumbo quién sabía adónde, y su destino seguía siendo una incógnita.

No entendía por qué no se sentía más asustada.

Suspiró mientras acariciaba, ausente, el pelaje de Buffy. Tal vez fuera porque hasta el momento había sobrevivido intacta y no la habían tratado mal del todo. Con una camisola de hombre, tejida en algodón, que le había traído Alan -seguía sin confiar en su captor-, Brittany se había quedado dormida las dos noches, lo mismo que la primera, sentada en la silla del escritorio. Y cada mañana había despertado en su cama, acurrucada de lado, bajo las sábanas. La diferencia era que lo había hecho sola en las dos ocasiones.

Brittany sabía que él había dormido ahí, a su lado, como la primera vez. Notaba la forma de su cabeza en la almohada, hasta ella llegaba su ligero olor masculino, un aroma que le recordaba al mar.

Su temor real no estaba en lo que el capitán pudiera hacer, sino en lo que sucedería si la llevaba de regreso a Londres y la entregaba a las autoridades. Por el momento, el barco seguía alejándose de la ciudad, y mientras no navegaran hacia ella, existía un rayo de esperanza.

Al menos había sido lo bastante considerado como para prestarle un peine y un cepillo. Se trataba de un juego precioso de plata con incrustaciones de madreperla. Seguramente un regalo para alguna de sus amantes. Brittany daba las gracias por poder cepillarse el pelo y trenzárselo.

En esos dos días apenas había visto al capitán diabólico. También por eso daba las gracias. Con sus miradas lujuriosas y su frío desprecio, el hombre no era precisamente una compañía grata. Aun así, y a pesar de que Alan y Buffy le hacían compañía, se sentía inquieta y encerrada. Caminaba por el camarote y sentía que sus paredes se alzaban sobre ella. Su irritación aumentaba por momentos. El camarote no era la celda de ninguna prisión, y sin embargo lo parecía.

La próxima vez que viera al capitán Seeley le exigiría que la llevara a cubierta. Estaba acostumbrada a hacer algo de ejercicio, a caminar por los comercios de Bond Street, o a pasear por el parque. Durante el día, abría uno de los ventanucos de popa, pero aun así no era lo mismo que salir al aire libre, que sentir el vapor de agua marina en su rostro, que llenarse los pulmones de aire fresco, salado. De no ser por la ordinaria tripulación, ya habría abandonado sola el camarote.

Brittany dio media vuelta al llegar a los pies de la cama y caminó hacia el otro extremo del camarote. Oyó que llamaban suavemente a la puerta y, reconociendo los nudillos de Alan, se acercó a abrirle. Le sorprendió descubrir a dos hombres de la tripulación -uno de ellos, el negro de los tatuajes- que transportaban una humeante bañera de cobre.

Alan: Es agua de lluvia, señorita. -se apartó para que los hombres metieran la bañera en el camarote-. Ayer nos cayó un chaparrón, y pudimos llenar las cisternas. Al capitán le ha parecido que tal vez le apetecería un baño.

Brittany casi dejó escapar un suspiro de alivio.

Alan: ¿Dónde quiere que la dejemos, señorita?

Britt: Delante del fuego estará bien.

Se acercó a la chimenea y permaneció retirada mientras los hombres depositaban la bañera en el suelo, frente a las llamas que ardían débilmente.

Alan: Ahí, en el armario, hay toallas de hilo -le informó señalando-. ¿Quiere que le traiga una?

Britt: Lo haré yo, gracias, Alan.

El chico y los tripulantes abandonaron la cabina y Brittany clavó la vista en la bañera. Por las noches se había visto obligada a quitarse la ropa para ponerse la camisola, y por las mañanas había repetido la operación inversa. Pero para meterse desnuda en una bañera instalada en el centro del camarote del capitán le hacía falta bastante más valor.

Contemplaba aquel recipiente de cobre y casi sentía el calor que ascendía del agua, el vapor contra su piel. Estaba decidida. Se llevó las manos a la espalda y comenzó a desabrocharse el vestido, pero los botones eran pequeños y le costaba llegar a ellos.

Britt: Maldita sea -musitó, deseando que Phoebe estuviera con ella para ayudarla. Se contorsionó un poco más, tratando de desabrochar los últimos botones-.

Andrew: Tal vez yo podría ayudarle. -La voz grave provenía del otro extremo del camarote. Brittany estaba tan concentrada en el vestido que no lo había oído entrar-.

Él no esperó respuesta y avanzó hacia ella con sus botas relucientes, de caña alta. En sus pasos había una ligera vacilación de la que ella ya se había percatado antes, una antigua herida, tal vez. Aunque ocultaba bien la cojera, cuando se enfadaba o se ponía nervioso, ésta se volvía más pronunciada.

Con todo, ahora, mientras se quitaba el abrigo de lana y lo arrojaba sobre la cama, no parecía importarle mostrarla. Así, sólo con los pantalones y la camisa de manga ancha parecía un pirata, Black Bart o tal vez el Capitán Kidd, y tal vez lo fuera.

Se la había llevado a la fuerza, ¿no? La había raptado en contra de su voluntad.

Sintió sus dedos sobre el vestido; desabrochaba los botones con una destreza que decía que no era desconocedor del guardarropa femenino. En cuanto el vestido quedó abierto, ella se alejó de él y se cubrió el pecho.

Britt: Gracias -dijo secamente-. Y ahora, si me disculpa, me gustaría disfrutar del baño que usted, tan considerado, ha hecho que me traigan.

Él le dedicó una de sus implacables sonrisas.

Andrew: Por supuesto. Me mantendré retirado para no molestarla y me quedaré ahí de pie.

Ella arqueó las cejas.

Britt: Supongo que no pretenderá quedarse mientras me desvisto.

Pero un vistazo a sus ojos azules, hambrientos, le dijo que esa era precisamente su intención.

Andrew: La bañera se la he proporcionado yo. Quiero algo a cambio. En tanto que hombre que aprecia la belleza de las formas femeninas, deseo ver cómo se baña.

Britt: Está usted enfermo.

Andrew: En realidad creo que me estoy mostrando bastante razonable. Compartimos el camarote. Más tarde o más temprano, los dos tendremos que usar la bañera. -Brittany se ruborizó, pensando que era ella la que necesitaba usarla. Jamás en su vida había estado tan sucia y desaliñada en presencia de un caballero. Claro que aquel hombre lo era a duras penas-. Y no me dirá que no ha estado desnuda en presencia de otros hombres.

El rubor de sus mejillas se hizo más intenso. ¿Cómo osaba decir algo así? Sólo dos hombres la habían besado; tres, si lo contaba a él. Quería saber qué se sentía. Pero su experiencia física no iba más allá.

Podría decírselo, aunque seguramente él no la creería. De momento ella había mantenido sus cartas ocultas. Empezaba a sospechar que el capitán sabía menos de ella de lo que en un primer momento había creído. Por el momento, tal vez le fuera bien dejar que las cosas siguieran como estaban.

Britt: Nunca me he desnudado en su presencia, y deseo que así siga siendo.

Él se encogió de hombros.

Andrew: Como quiera. Diré a los hombres que se lleven la bañera -dijo, haciendo señal de dirigirse a la puerta-.

Britt: ¡Espere! -Se mordió el labio inferior y clavó la vista en la bañera. Anhelaba sentirse fresca y limpia una vez más-. Tal vez podamos llegar a un acuerdo.

El capitán arqueó una ceja.

Andrew: ¿Cómo es eso?

Britt: Bueno… Si se diera la vuelta mientras me meto en la bañera, tal vez no me sentiría tan expuesta.

Él lo hizo, cruzando los brazos sobre el pecho. Brittany cerró los ojos, intentando armarse de valor. Tenía que bañarse. Y no pensaba consentir que aquel capitán diabólico se lo impidiera.

Se desvistió a toda prisa y se metió en la pequeña bañera de cobre. Dobló las piernas hasta que las rodillas le tocaron la barbilla. El chapoteo del agua alertó al capitán, que esperó un segundo más para darle tiempo a acomodarse, antes de darse media vuelta.

El hombre realizó una inspección tan detallada de su cuerpo que ella empezó a ruborizarse una vez más. Cuando lo hubo hecho se acercó al armario para sacar la toalla que ella había olvidado recoger, así como una pastilla de jabón con perfume de lavanda, que sin duda no guardaba para usar él.

Andrew: Le hará falta cuando termine -dijo, dejando la toalla en el respaldo de la silla-. Y un poco de esto también le va a resultar útil.

Ella se incorporó para recoger la pastilla de jabón que él arrojó en su dirección, y vio que sus ojos se oscurecían.

Se ruborizó más al darse cuenta de que, al incorporarse, le había permitido ver sus pechos desnudos un instante.

Andrew: Compone usted una imagen encantadora, señorita Snow.

Brittany lo miró con desconfianza mientras él se acercaba a la bañera y plantaba una rodilla en el suelo, junto a ella.

Andrew: Querrá lavarse el pelo -expuso con voz algo ronca-.

Brittany permaneció inmóvil mientras él soltaba la tira de encaje con la que se anudaba la trenza que le recogía el pelo. Usando sus dedos para separar los mechones, los dejó caer sobre los hombros.

Andrew: Tiene usted un pelo precioso -dijo en voz baja-. Del color del oro, y fino como la seda.

Ella no dijo nada, pero notó que su vientre se inundaba de calor. Sentía sus manos, los dedos largos y delgados en las puntas, que le acariciaban la nuca, que tiraban suavemente de un mechón rubio. Se le erizó el vello y el calor de su vientre se desplazó a los muslos.

Andrew: Déme el jabón -le ordenó, tomándolo de sus manos temblorosas sin que ella pudiera impedirlo-. Le frotaré la espalda.

¡Dios, Dios!

Britt: ¡No se atreverá! -Hasta sus labios llegaron más palabras de protesta, pero parecía haberse quedado sin fuerzas para pronunciarlas. Y si intentaba apartarse, él le vería más partes de su cuerpo de las que ya le había visto. Dio un brinco al sentir que su mano deslizaba el jabón, en lentos círculos, sobre la piel de su espalda-.

Andrew: Relájese, Brittany, no voy a hacer nada que no quiera que haga…

Britt: No quiero que me toque.

Andrew: … sólo ayudarla a bañarse.

Empapó de jabón una manopla y ella se sintió inundada del perfume de lavanda. El calor del agua penetraba en sus músculos agarrotados y, en contra de su voluntad, comenzó a relajarse. Como si hubiera entrado en una especie de trance, cerró los ojos y parte de la tensión disminuyó.

La manopla de tela se desplazaba suavemente por la nuca y descendía hasta la espalda. Él le enjabonaba los hombros, le pasaba la tela por los dos brazos. Derramaba agua sobre la espalda y los brazos enjabonados, y lentamente se acercaba al cuello y los pechos.

Ella abrió los ojos al instante cuando sintió que la manopla descendía más, le rodeaba un pecho, se deslizaba hasta el otro, le rozaba los pezones, que se erguían bajo el agua. El calor se había apoderado de todo su ser.

Britt: ¡Deténgase! ¡Usted… usted debe parar ahora mismo! -Temblaba. Se cubrió los pechos con los brazos, avergonzada de su reacción inesperada, enfadada con él por haberse aprovechado-. Eso no era parte del trato. No le he dado permiso para que se tome tales libertades.

Él se encogió de hombros.

Andrew: Sólo quería serle útil.

Pero una breve sonrisa asomó a sus labios, y sus ojos, que normalmente eran de un azul pálido, se oscurecieron más que nunca. Lo observaba desde la bañera y no le pasaba por alto el gran bulto que torcía la portañuela de sus pantalones. Sabía que eso les sucedía a los hombres cuando se excitaban, y el temor se apoderó de ella.

Britt: Por favor, se lo suplico, deje que termine de bañarme en paz.

Un largo dedo le recorrió la mejilla.

Andrew: ¿Está segura de que es eso lo que quiere?

Brittany se humedeció los labios temblorosos.

Britt: Sí, segura del todo.

Durante un largo instante, él permaneció en su sitio, arrodillado junto a la bañera, y entonces, emitiendo un suspiro, se puso en pie.

Andrew: Me aseguraré de que no la molesten.

Brittany logró articular un agradecimiento, y confirmó que él se dirigía a la puerta. Sintió gran alivio al ver que ésta se cerraba a sus espaldas. Bajo el agua, sus pezones seguían duros como dos diamantes. Su vientre seguía estremeciéndose. Le asustaba pensar en lo que habían logrado aquellas breves caricias.

El agua ya empezaba a enfriarse cuando abandonó su ensimismamiento, y terminó de bañarse y de lavarse el pelo. No dejaba de preguntarse cómo había permitido que todo eso llegara a suceder.

Pero no obtenía respuesta.

Andrew no era capaz de entenderla. Hasta entonces, siempre se había jactado de comprender a las mujeres. Su hermano mayor, Charles, le había explicado las verdades de la vida cuando era sólo un niño, y tener una hermana le había servido para conocer los mecanismos de la mente femenina. De joven, había pasado bastantes ratos con su hermana, Ashley, y con sus amigas, y había llegado a sentirse cómodo en compañía de mujeres. Con los años, además, había tenido varias amantes.

Pero Brittany Snow le desconcertaba. Creía que era una prostituta, pero se hacía la inocente. Su valentía contrastaba con las expresiones vulnerables que a veces asomaban a su rostro, con el brillo de las lágrimas que luchaba por reprimir. Brittany lo mantenía siempre con el paso cambiado, y a Andrew no le gustaba nada.

La noche anterior, tras el episodio de la bañera, había preferido dormir en el camarote del segundo de a bordo. Adam sabía bien que no debía hacer preguntas. Pero aunque las hubiera hecho, él no habría sabido qué responder.

Tal vez temía que, si dormía junto a ella, como había hecho las noches anteriores, la tentación de poseerla sería demasiado inevitable. Ahora había visto lo que ocultaba bajo la camisola, conocía la suavidad precisa de su piel, la rotundidad exacta de sus pechos. Conocía su forma y su peso, el color rosado de sus pezones.

Había tenido que reunir todas sus fuerzas para no sacarla en brazos de la bañera y meterse uno de esos pechos turgentes en la boca. Se moría de ganas de acariciarle el vientre, las caderas, los muslos, deseaba separarle las piernas largas y torneadas y enterrarse en ella.

Respiró hondo. El beso que le había robado el primer día ya había sido una tortura para él. Ahora, al pensar en sus curvas lujuriosas sentía la excitación de su miembro, y le enfurecía pensar que Brittany ejerciera ese poder sobre él. Aquello no entraba en sus planes.

Y estaba decidido a recuperar el control.

Mañana llegarían a Odds Landing, el pequeño puerto pesquero al sudeste de Dover. Le compraría algo de ropa y la usaría para cerrar el pacto que había querido alcanzar desde el primer día. Esperaba aliviar así el deseo que tanto le perturbaba.

Estuvo a punto de esbozar una sonrisa. Al día siguiente, por la noche, Brittany Snow compartiría con él su cuerpo lujurioso, además de la cama.

Roger: Capitán.

Andrew alzó la vista y vio que Roger Trask, el tercer oficial, subía por la escalerilla de la plaza. Era un marinero corpulento de unos cuarenta años, de pecho y hombros musculosos. Al parecer, había asistido un poco a la escuela y, sorprendentemente, dominaba la lectura, la escritura y las cuatro reglas. Trask tenía una cicatriz en el pecho y otra en el reverso de la mano, pero al margen de eso no era feo. Era la primera vez que navegaba con él, y aunque hasta el momento había trabajado bien, Andrew todavía no tenía una opinión formada sobre él.

Roger: Hemos recibido la señal, señor. Mire la linterna ahí, a estribor, por el lado de proa.

Se encontraban lo bastante cerca de la costa como para distinguir el resplandor de una luz amarilla. Llevaba tiempo esperando esa señal. Al día siguiente, en Odds Landing, debía reunirse con un hombre llamado Max Bradley, que trabajaba para la Oficina Británica de la Guerra. Junto con Zac Efron, su primo y conde de Brant, y otro de sus mejores amigos, el duque de Sheffield, Bradley había participado en la liberación de Andrew, que había pasado un año en una apestosa cárcel francesa de la que había logrado finalmente escapar por los pelos.

Andrew: Responda a la señal, señor Trask. Informe de que la reunión tendrá lugar tal como estaba planeado.

Roger: De acuerdo, señor.

Trask desapareció escalera abajo y Andrew pensó en el encuentro que tendría lugar al día siguiente.

Había aceptado capitanear una última misión para el gobierno británico. Durante años había existido preocupación por el poder de la fuerza naval napoleónica, pero últimamente esa preocupación se había incrementado. El ejército creía que el Pequeño Cabo estaba construyendo una armada todavía mayor, y que cuando los buques estuvieran listos, usaría la flota para invadir las costas inglesas.

La misión de Andrew pasaba por patrullar por la costa en busca de información que le permitiera aclarar la verdad o falsedad del asunto.

Observó la línea de la costa, las diminutas luces que resplandecían en las ventanas de la distante aldea de Odds Landing, y pensó en Brittany Snow. Era la segunda noche que él iba a pasar en la cabina del segundo oficial. Imaginó las compras que realizaría al día siguiente, y el favor que pensaba recibir a cambio de ellas, y se juró que ésa era la última noche que pasaba en una cama que no fuera la suya.

Britt: Deseo ir con usted. -Se plantó frente al capitán mientras éste recogía sus cosas y se preparaba para abandonar el barco-. No soporto la idea de seguir recluida en este camarote un día más.

El capitán miró en su dirección.

Andrew: Tal vez preferiría la celda de alguna cárcel francesa.

A ella le dio un vuelco el corazón, pero se compuso y no dio su brazo a torcer.

Britt: Necesito hacer un poco de ejercicio. No estoy habituada a esta clase de encierro.

Andrew: Creía que la mayoría de las mujeres preferían mantenerse alejadas del sol.

Britt: Bueno, sí, pero yo no soy como la mayoría de las mujeres.

Andrew arqueó una ceja.

Andrew: Eso ya me ha quedado claro.

Brittany pasó por alto el sarcasmo.

Britt: Le prometo que no intentaré escapar. ¿Me deja ir con usted?

Él ahogó una risa.

Andrew: ¿Qué valor tiene la promesa de una traidora?

El corazón de Brittany latía cada vez con más fuerza.

Britt: ¿Traidora? ¿Es eso lo que cree?

Dios, jamás pensó que su delito fuera a provocar tan grave acusación. ¡Pero si a los traidores los ahorcaban! Eso ella lo sabía muy bien.

El capitán frunció el ceño.

Andrew: Su rostro ha palidecido. ¿Acaso no consideró que ayudar a huir a un traidor podía convertirla a usted también en traidora?

Brittany tragó saliva, negó con la cabeza.

Britt: No, yo… Él…

No podía decirle que Víctor Vennet era su padre, el hombre que la había engendrado, aunque no quien la había criado. El vizconde, su padre biológico, tenía esposa e hijos, y además debía pensar en su madre, y en el esposo de ésta. El escándalo les resultaría insoportable a todos ellos. Había jurado llevarse el secreto a la tumba, y pensaba cumplir con su palabra.

Britt: Era un amigo -dijo al fin-. No podía cruzarme de brazos y dejar que lo ahorcaran.

No le pasó por alto el gesto de desprecio de su interlocutor.

Andrew: Pues debe de ser un amigo muy íntimo para haberse arriesgado de ese modo.

Sólo entonces a Brittany se le ocurrió que acababa de admitir su culpabilidad. Dios Santo. ¿En qué estaba pensando? Andrew Seeley no era precisamente un hombre de fiar.

Se acercó a la hilera de ventanucos que se abrían sobre la cama, tratando de aplacar sus temores. El barco estaba anclado a cierta distancia de la costa. Desde donde se encontraba, divisaba la pequeña aldea acurrucada en la ladera de una colina, sobre un acantilado.

Britt: A pesar de todo, me gustaría acompañarle. Me muero de ganas de respirar un poco de aire puro y de estirar las piernas.

Andrew: No puedo correr ese riesgo. Pero vamos a hacer una cosa. A partir de ahora, una vez al día la sacaré a cubierta. ¿No se alegra?

No esperaba que el capitán le permitiera bajar del barco, y menos después de lo mucho que le había costado subirla a él. Debería alegrarse con lo que había conseguido.

Britt: Supongo que es mejor eso que nada.

Andrew había terminado de recoger las cosas que iba a necesitar y salió del camarote. Brittany se puso a mirar por la ventana. Varios miembros de la tripulación desengancharon un par de barcas de madera y empezaron a remar hacia la orilla, en busca sin duda de provisiones. El capitán iba sentado en la popa de una de ellas, y Brittany pensó una vez más que le habría encantado acompañarle.

Con todo, que el barco hubiera atracado le daba ciertas esperanzas. El Diablo de los Mares había atracado en la bahía para reponer provisiones. Sin duda, antes de llegar a su destino, fuera el que fuera, realizaría otras paradas. Era posible que el capitán acabara consintiendo llevarla con él a tierra. Si era así, encontraría el modo de escapar.

Era evidente que no podía regresar a Londres, pero lady Humphrey conocía sus circunstancias y se había ofrecido a ayudarla. Tal vez la baronesa pudiera organizar su huida del país.

La madre de Brittany le había explicado que lady Humphrey, la tía viuda de Víctor Vennet, se había ocupado de la educación de éste tras la muerte de sus padres. Lo quería como si fuera su propio hijo, y aunque el vizconde nunca había reconocido a Brittany como hija suya, le había contado a su tía la verdad. Brittany se preguntaba qué diría la baronesa cuando descubriera que le habían obligado a abandonar el Lady Anne.

Se echó en la cama del capitán. Pasara lo que pasase, había sobrevivido hasta ese momento y se negaba a abandonar la esperanza. El desánimo no iba con ella.

Un viento helado y húmedo soplaba sobre el agua mientras los pequeños botes amarraban en el muelle donde acababa la calle principal. Un cielo nublado y grisáceo cubría la diminuta aldea esa mañana, y hacía que la gente permaneciera en sus casas, a resguardo de la dureza del tiempo.

Con el cuello del abrigo levantado para protegerse del viento, Andrew bajó de la barca y dejó que sus hombres cumplieran con las obligaciones que tenían asignadas. Su prioridad era su cita con Max Bradley, y comenzó a caminar colina arriba en dirección al punto acordado, una taberna situada al final de la calle principal.

Al cruzar la puerta y acceder a la habitación de techos bajos, ennegrecida por el humo, vio que Bradley se hallaba sentado a una mesa deteriorada, en un rincón, cerca de la chimenea, donde estaba a punto de terminarse el desayuno.

Andrew cruzó la habitación, se quitó el abrigo y lo arrojó sobre la silla contigua a la que eligió para sentarse.

Andrew: Me alegro de verte, Max.

Max: Lo mismo digo, amigo. Veo que al fin has ganado un poco de peso. ¿Ya has desayunado? El pastel de carne y riñones está delicioso.

Max era tan alto como Andrew, tenía el pelo castaño como él, aunque liso, no ondulado, y más largo, pues le llegaba por debajo del cuello de la camisa. Tal vez tuviera diez años más que su interlocutor, debía de acercarse a los cuarenta, y su rostro se veía firme, sus facciones duras y angulosas. El conjunto era el de un hombre del que era mejor mantenerse a distancia.

Andrew: No, gracias, ya he desayunado a bordo. ¿Qué noticias me traes?

Max: No gran cosa. De Vennet no he sabido nada, si es eso lo que quieres saber.

Max trabajaba en el Continente, su francés era impecable y se movía como pez en el agua por las tabernas, las salas de juego y los burdeles de los bajos fondos franceses, donde solicitaba información que usar contra el ejército napoleónico.

Andrew: Ese hombre es un cabrón muy listo. Seguramente está escondido en algún palacio dándose la gran vida.

Consideró la posibilidad de contarle lo de la amante de Vennet, confesarle que la llevaba a bordo de su barco, pero Bradley era miembro del gobierno, y el asunto de Brittany Snow era personal, y todavía no se había resuelto a su entera satisfacción.

Max: ¿Y tú? ¿Has descubierto algo nuevo en relación a la creciente flota francesa?

Andrew: Nada, de momento. Me dirijo hacia Brest. Hay rumores de que allí se están construyendo buques.

Max: También se dice que hay barcos que se dirigen hacia el sur y que piensan llegar incluso hasta Cádiz.

Andrew: Veré qué averiguo.

Max: Cuidado, Andrew. Puede que Vennet ya no suponga una amenaza, pero eso no significa que los franceses carezcan de información. Ellos cuentan con sus espías, lo mismo que nosotros contamos con los nuestros. Tú tienes enemigos en Francia. Tu huida les hizo quedar como tontos. Si vuelven a atraparte, no verás amanecer.

Andrew: El Diablo de los Mares es el barco más rápido que he comandado. Es ligero, y muy maniobrable. Con todo, no ignoraré tu advertencia.

Max se levantó de la silla y dio a Andrew una palmada en el hombro.

Max: Si me necesitas, deja recado aquí. El propietario es amigo mío, una persona de fiar. Vengo tanto como puedo a recoger los mensajes.

Andrew se limitó a asentir. Vio que Max Bradley abría la puerta y se perdía calle abajo, como si jamás hubiera estado en la taberna. Aunque Andrew pensaba hacer caso de las advertencias de su amigo, debía descubrir cuántos barcos construían los franceses, y hacia dónde se dirigían.

Una vez que terminara su misión, regresaría a Londres para asumir sus deberes como marqués de Belford, y Brittany Snow se sometería a un juicio por lo que había hecho. Entretanto, tenía su cuenta pendiente que ajustar con ella, una cuenta que requería una misión distinta a la que había emprendido junto a Max.

Salió a la calle principal y pasó frente a las tiendas que la rodeaban: carnicería Dalton, panadería Emory, una sombrerería con un cartel, El Gorro Azul, en la otra acera. Al fin dio con la tienda de ropa y se acercó a ella.

Cuando entró hizo sonar una campanilla instalada sobre la puerta. El espacio era diminuto y contaba con un mostrador tras el que permanecía una mujer de generosas curvas y con demasiado colorete en las mejillas, que salió a recibirle en cuanto le vio.

Modista: Buenos días, señor. ¿En qué puedo servirle?

Andrew: Necesito ropa para una dama. Se le ha perdido el baúl y sólo le queda el vestido que lleva puesto. Tal vez pueda ayudarme.

Modista: Por supuesto, señor. Si trae hasta aquí a la dama, podemos tomarle las medidas en un momento, y en un par de semanas…

Andrew: Me temo que eso no va a ser posible. Zarpamos esta tarde y necesito los vestidos para antes.

Los círculos rosados de aquellas mejillas intensificaron su brillo.

Modista: ¡Eso es imposible! Ni un vestido podría coser en tan poco tiempo.

Andrew: Sé que es mucho pedir, pero estoy dispuesto a pagar por los inconvenientes. Le daré el doble de lo que normalmente cobra.

Modista: No es cuestión de dinero, señor…

Andrew: Capitán Seeley. Mi barco, el Diablo de los Mares, está anclado en la bahía.

No tenía costumbre de usar su título, el de marqués de Belford, aunque se le ocurrió que en ese caso tal vez le fuera de utilidad.

Modista: En fin, capitán Seeley, esa suma facilitaría sin duda las cosas… -Miró de reojo la cortina que ocultaba la trastienda-. Estoy segura de que la dama debe de estar desesperada sin siquiera una muda.

Andrew: Ha adivinado usted bien, la situación la tiene bastante alterada. -Levantó una mano para indicarle la altura de Brittany-. Es bastante alta, más o menos así. Y delgada, menos en los pechos.

La modista se ruborizó y sus mejillas volvieron a oscurecerse.

Modista: Entiendo -dijo, sonriendo, cómplice-. Bien, supongo que cualquier cosa será mejor que no tener nada. -Se inclinó sobre el mostrador, y sus pechos pendulares estuvieron a punto de salirse del vestido-. Coso para distintas clientas -le explicó en tono de confidencia-. Hay una señora de la noche que me encargó algunos artículos hace unos meses, pero se quedó sin fondos y no pudo pagármelos. -«Una señora de la noche.» Una sonrisa cruel asomó a sus labios. Brittany era la amante de Vennet, así que esa ropa debía de ser adecuada para ella-. Los vestidos no serán exactamente de su talla, pero ajustándolos un poco, tal vez le sirvan.

Andrew: Me los llevo.

Se sentó en el sillón tapizado de damasco a esperar a que le tuvieran listo el pedido, y minutos más tarde la modista apareció, retirando la cortina, y cargada con un montón de cajas. Andrew pagó el doble, tal como habían acordado, y cargó con las cajas, que se apoyó en el pecho.

Modista: Ha sido un placer -exclamó alegremente-. Vuelva siempre que quiera, capitán.

Andrew: Lo haré -respondió, aunque dudaba que fuera a necesitar de nuevo ropas de prostituta-.

Era ya tarde cuando la tripulación terminó de transportar los bidones de agua dulce, los arenques en conserva, las cervezas y la gran cantidad de otros alimentos a bordo. Andrew estaba cansado pero impaciente por embarcar. Impaciente por presenciar la reacción de Brittany cuando viera la ropa que le había comprado.

Al pensar en el vestido rojo liso rematado con encaje negro que había creído ver en una de las cajas, no pensaba que el acuerdo que tenía en mente iba a ser más difícil de cumplir de lo que esperaba.

2 comentarios:

TriiTrii dijo...

Andrew es un tonto!!
Britt n es lo q el cree espero ya se entere d la verdad
Ah! Y quiero q ya aparezcan x lo menos una vez zanessa
Buenooo vas muy rápida publicaste 2 capiis en un día
Hahaha ke bnn
Siguellaaaaaaaaa esperare el otro!!!
Bye byeee
Kiiisss tkmm

Carolina dijo...

ropas de puta ¬¬!
bueno... algo se le ocurrira a brit! xD!
sigan cometando!!
q se pondra mucho mejor!!
bye loki!
tkm!!

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