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martes, 10 de mayo de 2011

Capítulo 16


¡No consentiría ser un cornudo por nada del mundo!

Montados en el impresionante carruaje del duque, negro y dorado y tirado por cuatro caballos negros, Zac y Will se abrían paso por las transitadas calles de Londres, camino de las afueras de la ciudad, y media hora más tarde llegaron a Tarrington Park. Zac apenas habló durante el trayecto.

No sabía qué descubriría en el baile, ni qué haría si encontraba a Vanessa con Leal, pero las palabras de su amigo le habían sacado de su abandono en relación con su esposa.

El baile se encontraba en la cima cuando llegaron. La música de la orquesta pareció calmar algo el fuego que circulaba por sus venas.

Pero si la encontraba con Leal…

No tardó en localizar a John y Alysson que, embelesados, se miraban a los ojos en un rincón del salón principal, una habitación enorme rodeada por columnas doradas, decorada con sofás de tapicería de encaje y jarrones repletos de rosas. En la sala de juegos, el doctor Snow estaba sentado a una mesa con tapete verde, frente a un montón de fichas.

A la señora Snow la encontró en la entrada, cuando regresaba de la habitación de descanso de las damas.

Sra. Snow: ¡Señor! ¡Qué alegría verlo! -exclamó sonriendo-. Lady Brant nos dijo que no podría asistir al baile.

Zac: Por suerte, a última hora me ha sido posible realizar un cambio de planes.

Paseó la vista por el pasillo, pero su esposa no aparecía por ninguna parte. A quien sí vio fue a Jesse Leal, que conversaba animadamente con el hijo de Tarrington, Dylan Worthing, marqués de Wexford. Al comprobar que Vanessa no se hallaba en los alrededores, sintió un ligero alivio.

Zac: ¿Sabe dónde podría encontrar a lady Brant? -preguntó a la mujer del doctor-.

Sra. Snow: Estaba con Brittany la última vez que la vi. Se dirigían al salón de baile, a bailar, supongo.

Zac sonrió cortésmente.

Zac: Gracias.

De modo que estaba bailando. Mejor eso que pasar el rato con aquel canalla de Leal. Pero al acercarse a la puerta, comprobó que Vanessa no participaba en el baile. Se encontraba de pie, junto a Brittany, rodeada de un grupo de admiradores, todos hombres.

Al acercarse, no le pasó por alto que todos sonreían y reclamaban la atención de Vanessa. Nunca había imaginado que Ness fuera una especie de fruta tentadora, aunque lo cierto era que a él lo había tentado poderosamente desde el principio.

Ahora, al clavar los ojos en el corpiño escotado de su vestido de seda dorado, al observar sus pechos, que subían y bajaban exuberantes al compás de su respiración, se dio cuenta de que se había convertido justamente en eso. Además de su belleza, emitía saber estar y compostura, lo que la convertía en una de las damas más encantadoras e interesantes de la sala. Aunque ella, al parecer, no lo supiera.

Alguien dijo algo que la hizo sonreír, y Zac sólo tuvo ojos para el agitarse de sus cabellos negros, que brillaron a la luz de las arañas de cristal. Deseó liberarlos de los pasadores, verlos caer sobre su espalda, sentir los mechones entre sus dedos.

Su risa femenina recorrió el salón de baile, y una oleada de deseo inundó a Zac. Sentía la sangre caliente y la entrepierna abultada. No le gustaba que otros hombres la miraran de aquel modo. ¡Era su esposa, maldita sea! Le pertenecía a él y a nadie más.

Los celos se mezclaban con el deseo, y la combinación logró que su ira fuera en aumento. Ira que logró suavizar un poco la sonrisa que Vanessa esbozó nada más verlo. Aquella sonrisa lo cortó como un cuchillo y le hizo desearla más que nunca.

Aunque posiblemente no fuera la sonrisa, sino la conciencia de que todos los demás hombres allí presentes la deseaban tanto como él.

Ness: Milord -dijo, aún sonriendo-. Me alegra que hayas venido.

Los ojos de Zac se mantuvieron fijos en su rostro mientras, galante, se inclinaba y le besaba la mano.

Zac: Está usted cautivadora esta noche, lady Brant.

Ness: También usted, milord. Qué alegría que pudiera cambiar sus planes.

Zac pensó en Leal y le preguntó:

Zac: ¿Te alegras de verdad? -Se volvió hacia los demás hombres sin darle tiempo a responder y les dedicó una sonrisa que contenía una oculta advertencia-. Caballeros, si nos disculpan, debo hablar un momento a solas con mi esposa.

El corro se deshizo rápidamente.

***: Por supuesto, milord -respondió uno de ellos, el vizconde de Nobby, de Nibby o algo por el estilo-.

Zac cogió la mano enguantada de Vanessa, se la llevó al antebrazo y la condujo hacia la puerta del salón.

Ness: ¿Adónde vamos? -preguntó mientras le seguía por un laberinto de pasillos-.

Zac: Donde podamos gozar de un poco de intimidad.

En aquella planta no había dormitorios. Abrió una puerta y vio que daba al impresionante gabinete de Tarrington, en el que varias personas hablaban amigablemente. La cerró y siguió avanzando.

Ness: Zac, ¿qué sucede? ¿Hay algún problema?

Tal vez lo hubiera. Si era así, él no podía estar seguro.

Zac: No, que yo sepa.

Tampoco encontró lo que buscaba tras otra puerta, pero a la tercera sí: un gran armario donde se alineaban sábanas recién planchadas y toallas, que amortiguarían sus ruidos.

Ness: Zac, ¿qué estás…?

Se interrumpió a media frase, cuando él la arrastró hacia dentro y cerró la puerta con firmeza.

Zac: Te eché de menos cuando llegué a casa. No me había dado cuenta de cuánto hasta que te he visto en el salón de baile.

Ness: Pero…

Zac la interrumpió con un beso. Un beso largo, ardiente y apasionado que puso fin a sus preguntas.

El armario estaba a oscuras, desprendía un agradable olor a almidón, jabones y espliego. Los brazos finos de Vanessa le rodeaban el cuello mientras le devolvía los besos con tanta pasión como los recibía de él. Había metido la lengua en la boca de Zac, que se la chupaba mientras le levantaba el vestido de seda dorado para sentir su tacto.

Con una sensación de triunfo, Brant descubrió que su esposa ya estaba húmeda y que no tardaría en estarlo más, pues él había empezado a acariciarla.

Ness: Zac… no pretenderás que… Zac…

Otro beso le advirtió que aquello era exactamente lo que pretendía hacer. Logró desabrocharle el número suficiente de botones como para bajarle el corpiño y acceder a sus pechos, que rebosaron en sus manos. Comenzó a pellizcarle con suavidad los pezones, que se pusieron duros como diamantes, y oyó sus débiles suspiros.

La oscuridad les rodeaba, formaba un caparazón erótico a su alrededor en el que los sentidos del tacto y el gusto potenciaban su cada vez más irreprimible deseo.

Zac bajó la cabeza y cubrió con sus labios todo un pecho de Vanessa, que arqueó la espalda, restregándose contra él. Cuando él tiró de su vestido y consiguió bajárselo, sintió que temblaba. Empezó a acariciarle los tersos muslos y las suaves nalgas. Entonces le levantó las piernas para que le rodeara la cintura, quedando abierta para él, del todo expuesta. Él encontró su punto más delicado y lo acarició hasta que ella, temblorosa, le suplicó que la tomara.

Tras desabotonarse la bragueta, su mástil asomó palpitante y pleno y, con una sola y profunda embestida, la penetró hasta el fondo.

«Ah, ni el cielo podía ser tan dulce.» Vanessa emitió un débil gemido, insistiéndole a moverse, pero Zac se mantuvo inmóvil, absorbiendo el tacto de su cuerpo, perfectamente encajado en el suyo, sintiendo la bondad de encontrarse dentro de ella, que le rodeó el cuello con los brazos y apretó los senos contra su torso.

Ella se meneó un poco.

Ness: Zac, por favor…

Entonces sí empezó a moverse, excitado por la urgencia de aquella voz. Agarrándola por las caderas, para que recibiera mejor sus embestidas, empezó a penetrarla profundamente, con dureza, a disfrutar de la excitación que embargaba a su esposa.

Ella emitía agudos gemidos que lo empujaban a moverse más deprisa, a penetrarla más profundamente, con mayor vigor. Vanessa llegó al clímax con un grito de placer que rogó fuera amortiguado por las telas del armario y las voces y la música que sonaban en el exterior.

Una oleada de triunfo sacudió a Zac al sentir que su esposa había vuelto a entregarse a él.

Al alcanzar su propio momento culminante, ella había vuelto a la calma. La potente eyaculación de Zac lo dejó del todo satisfecho. Tardó unos instantes en recobrar el aliento, y otros más en admitir que debía separarse de ella.

Después, allí, en la oscuridad, buscó palpando por los estantes hasta dar con una toalla de hilo, que le tendió. Mientras Vanessa se secaba, Zac se colocó detrás y empezó a abrocharle los botones del vestido.

Ness: Debo de estar horrible -susurró-. No puedo creer que lo hayamos hecho.

En la oscuridad, Zac sonrió, complacido consigo mismo.

Zac: Pues yo sí.

No era la primera vez que tomaba a una mujer en un lugar poco frecuente, aunque sin duda aquélla había sido la más satisfactoria. Lo único que le preocupaba era lo mucho que la había deseado.

Y que esa mujer fuera su esposa.

Tarrington Park era una mansión muy elegante. Alysson bailaba bajo las arañas de cristal, siguiendo los compases de una orquesta de veinte músicos vestidos con uniforme azul y peinados con pelucas empolvadas.

Un ejército de criados, asimismo vestidos con el uniforme azul, color del duque, trabajaban por el salón de baile, cargados con bandejas de plata rebosantes de comida exótica, desde ostras a caviar, desde cisne a langosta, así como de la más variada y deliciosa repostería, tartas de frutas, natillas y profiteroles.

Era una noche de cuento de hadas, una velada como Vanessa había soñado pero que nunca había creído poder vivir. Y todo se lo debía a su esposo, el caballero que la había salvado de un destino que no osaba imaginar siquiera.

Alysson bailó con el primo de John, Jesse, que la adoraba y la consideraba una especie de hermana menor. Cuando la orquesta concluyó la pieza, él la condujo fuera de la pista de baile, junto a su marido. John esbozó una de sus escasas y dulces sonrisas, que ella respondió con otra, más tímida.

La mirada del joven se deslizó sobre sus hombros y pasó por el pliegue de sus pechos. Incómodo, se agitó ligeramente, y su sonrisa se desvaneció. Se mostraba siempre muy serio. Alysson no podía dejar de preguntarse si, como había comentado Lilian, sonreiría más a menudo cuando hubieran hecho el amor.

Pero de momento no había sucedido; cada noche, cuando regresaban a casa, ella dormía sola en su enorme cama con dosel, y él en la suya, también solo.

Alysson se sentía algo cansada, pero no quería estropearle la noche a John. A ella le gustaría regresar un poco más temprano a casa, pasar más tiempo con él a solas, besándose, acariciándose. Tal vez pudieran incluso hacer algunas de las cosas que había leído en aquel libro.

Ojala fuera más valiente y se atreviera a pedirle que le hiciera el amor. Seguramente Ness sí lo haría, pero ella no era tan atrevida

Harwood: Vaya, pero si es mi preciosa hija.

Los ojos de Alysson pasaron de repente de los botones relucientes de la chaqueta de John al hombre que se había acercado a ella. Empezaron a temblarle las piernas y la boca se le secó. A su mente acudió la noche en que su padrastro había entrado en su dormitorio, y sintió deseos de dar media vuelta y salir corriendo.

Pero lo que hizo fue arrimarse más a John, que, protector, la rodeó con un brazo.

John: Barón Harwood. No sabía que se encontrara en la ciudad.

Harwood: Tenía que ocuparme de unos asuntos. Espero que recibiera la nota que le envié con mis felicitaciones. Supongo que ha congeniado con mi hija.

John: Por supuesto -respondió-.

Harwwod: Me alegro.

Pero Alysson notaba que no era así. Al barón le dolía que le hubieran abandonado, y eso se apreciaba en su mirada fría y oscura. Intentó pensar en algo que decir. Había albergado la esperanza de no volver a verlo más, una vez casada.

Alysson: Espero que… todo vaya bien en Harwood.

Su padrastro asintió.

Harwood: Sólo los problemas de costumbre con algún que otro criado rebelde. Deberías visitarme alguna vez -dijo, y se volvió hacia John-. Los dos, por supuesto.

La mandíbula de John parecía de granito.

John: Pues ya puede esperarnos sentado, señor.

Alysson se quedó boquiabierta. Su esposo era un hombre siempre bienhablado. Jamás lo habría creído capaz de plantarle cara a Harwood.

Harwood: Entiendo -balbuceó el barón-.

John: Eso espero -sentenció-.

Harwood hizo una reverencia incómoda y se disculpó. Alysson se esforzaba por no seguir temblando.

John: Tranquila, amor mío -le susurró sin dejar de mirar a Harwood, que se alejaba-. Jamás permitiré que te haga daño.

Alysson: Debemos advertir a Vanessa que Harwood ha regresado a la ciudad.

Pero su hermana y su esposo ya habían abandonado el baile.

John: Enviaré una carta a lord Brant por la mañana.

Ella vio por última vez a su padrastro perdiéndose entre la gente.

Alysson: Por nada del mundo querría estropearte la noche, milord, pero si no te importa, me gustaría irme a casa.

John: No estropeas nada. -Se inclinó y le dio un beso en la frente-. Creo que yo también prefiero irme.

En menos de una hora ya se encontraban en casa. John la acompañó a su dormitorio, como hacía cada noche, pero cuando se disponía a dejarla sola, ella le sujetó el brazo.

Alysson: ¿No crees que podrías quedarte… un rato más?

John la miró y le acarició la mejilla.

John: Me quedaré contigo tanto rato como quieras, cariño.

Su intención era preguntarle si se quedaría con ella toda la noche, pero sabía que, si él se negaba, se sentiría muy incómoda. Lo que hizo fue tomarle la mano y llevarlo al sofá de la acogedora salita. Una vez allí, se sentaron frente a la chimenea.

Alysson: Sé que estoy siendo una cobarde, pero mi padrastro me da mucho miedo. Me alegro de que esta noche estuvieras conmigo.

Los rasgos de John, por lo general tranquilos, se endurecieron.

John: Eres mi esposa. No has de temer a nadie.

Alysson se concentró en el bello rostro que tenía frente a sí, decidida a no pensar más en Harwood.

Alysson: ¿Me das… me das un beso? -Sabía que era una petición descarada, pero aquella noche necesitaba el consuelo de su marido-.

John tragó saliva, se inclinó y muy tiernamente unió sus labios a los de ella. El beso fue haciéndose más intenso, y ella respondió a sus avances, permitiendo que las maravillosas sensaciones que experimentaba recorrieran todo su ser. Si aquello era lo que el libro describía como preliminares, ¿cómo sería entonces hacer el amor?

John hizo gesto de retirarse, pero aquella noche ella no pensaba consentírselo. Le agarró las solapas de la chaqueta y volvió a besarlo. John le devolvió el beso, introduciendo la punta de la lengua entre sus labios.

Aquello sí era nuevo, y Alysson emitió una especie de gemido. Al momento, John se retiró dando un brinco, como si acabara de quemarse.

Se sentó recto en el sofá y miró el fuego que ardía en la chimenea.

John: Eres tan inocente… -susurró-.

Alysson: Todas las mujeres lo somos, durante un tiempo.

Pero a John aquel hecho no parecía impacientarle. Carraspeó.

John: Debes de estar cansada. Se hace tarde. ¿Por qué no te acuestas y descansas?

Tal vez sí se sentía algo cansada, pero no tenía sueño. Quería decirle que le gustaban sus besos, y que quería que siguiera besándola. Pero no lo hizo.

Alysson: Que descanses, milord -se limitó a decir-.

Él le acarició la mejilla.

John: Tú también, mi amor.

Por la mañana, Zac recibió dos mensajes. Uno era de John Chezwick, que le informaba de que Jack Whiting había regresado a Londres. El otro era del coronel Pendleton, que le anunciaba que había llegado el momento de rescatar a Andrew.

No sabía si debía revelar a Vanessa el regreso de su padrastro, pero finalmente decidió hacerlo, para que no le pillara por sorpresa si se lo encontraba casualmente. Mandó llamarla a su gabinete y le entregó la nota de lord John.

Ness: ¿Harwood se encuentra aquí?

Zac se levantó de la silla y le tomó las manos, que sintió más frías de lo normal en ella.

Zac: No te preocupes, cariño, si ese mal nacido se te acerca más de la cuenta, tendrá que vérselas conmigo.

Pero lo cierto era que iba a estar unos días fuera, durante la expedición a Francia para rescatar a su primo. Aquel segundo viaje sería más largo que el anterior, pues debían rodear la punta más occidental de Francia y proseguir rumbo al sur, hasta el punto de encuentro establecido, cerca de Saint Nazarie. No le gustaba la idea de dejar sola a su esposa tanto tiempo, y menos con Harwood en Londres.

Zac: ¡Ten mucho cuidado! -le advirtió-. Mientras yo esté fuera, quiero que no te alejes mucho de casa. No me fío de Harwood y no quiero que te acerques a él. Debes tener mucho cuidado.

Ness: Lo tendré… si me prometes que tú también lo tendrás.

Ella ya le había pedido poder acompañarlo, se lo había rogado, se lo había suplicado. «Una expedición militar no es el lugar más adecuado para una mujer -había zanjado él-. Quiero que estés a salvo, y si por un momento se te pasara por la cabeza desobedecerme y colarte en el barco, te encerraré con llave en tu habitación el resto del año.»

Zac ignoró la rebeldía de su gesto, le sujetó la barbilla y la obligó a mirarlo.

Zac: No quiero que te hagan daño, amor mío. ¿No lo entiendes?

Los párpados de Vanessa aletearon cuando le acarició la mejilla.

Ness: Yo tampoco quiero que sufras ningún daño.

Zac apartó la mirada. Aquellas tiernas palabras le conmovieron más de lo que habría deseado, de modo que se obligó a sonreír.

Zac: En ese caso, pondré todo mi empeño en regresar entero a tu lado.

Luego Zac le expuso los planes que Will y él habían preparado, el peligro que Andrew y Max Bradley correrían una vez salieran de la prisión e intentaran alcanzar la costa. Cuando cayera la noche del día siguiente, su amigo y él zarparían rumbo a Francia.

Y en aquella ocasión, tal vez la última, su misión no podía fracasar. Rezaba por ello.

A Vanessa no le gustaba nada la idea de quedarse en casa mientras su esposo zarpaba al encuentro del peligro. Pero él tenía razón. Como Alysson y ella habían aprendido en carne propia, un barco, en tiempos de guerra, no era un lugar precisamente agradable.

Además, con Harwood en Londres y su esposo lejos de la ciudad, se le ocurrió que era la ocasión idónea para regresar a Harwood Hall en busca del diario de su madre.

Alysson: ¿Vas a Harwood? -Sentada junto a ella en el sofá del salón Azul, abrió como platos sus ojos azules-. No lo dirás en serio.

Ness: Lo digo totalmente en serio. Te informo de ello para que, en el improbable caso de que suceda algo, sepas dónde encontrarme.

Alysson se mordió el labio inferior.

Alysson: No lo sé, Ness… no creo que debas ir. ¿Y si Harwood regresa a su casa y te encuentra allí?

Ness: Acaba de llegar a la ciudad. No va a regresar tan pronto.

Alysson: No puedes estar del todo segura.

Ness: Incluso si regresa, Greta o Samuel me advertirán de su llegada. -Se trataba de criados fieles que habían trabajado en la casa desde mucho antes de que Jack Whiting heredara el título-. Le odian casi tanto como nosotras.

Alysson: Lord Brant se pondrá furioso si se entera.

Ness: No se enterará. Britt se ha ofrecido a ayudarme. Con ella, vamos a visitar a Sally Benton, una amiga suya que vive en el campo. A Britt le encanta observar las estrellas. Conoce el nombre de todas las constelaciones y de muchas más cosas, y Sally comparte ese interés con ella. La verdad es que va a ir ella sola a visitarla. Yo bajaré del coche a medio camino y me dirigiré a Harwood Hall.

Alysson: ¿Brittany se ha ofrecido a participar en algo así?

Ness: Por supuesto.

Alysson: Pues está tan loca como tú.

Ness se echó a reír.

Ness: Todo saldrá bien, ya verás.

Alysson: Eso espero.

Ness también lo esperaba. Pero, pasara lo que pasara, aquélla era la ocasión que llevaba tanto tiempo esperando, la ocasión de demostrar si Harwood había matado a su padre, y no pensaba dejarla escapar.

El barco de Zac, el Nightingale, zarpó por la noche, y a la mañana siguiente, Ness comunicó al señor Simon que acompañaría a Brittany Snow a visitar a una conocida que vivía en el campo. Una hora después, se montó al carruaje de los Snow y las dos amigas abandonaron la ciudad.

Sentada frente a ella en su asiento de terciopelo, Brittany tiraba una y otra vez de una punta de su vestido de muselina color marfil.

Bitt: Se han alegrado mucho de perderme de vista -comentó con abatimiento-. Siempre se alegran.

Ness no podía evitar sentir lástima por su amiga. Si ella misma había recibido la bendición de unos padres que la querían, a Brittany la habían enviado interna a la escuela y no se habían preocupado prácticamente de ella.

Ness: Seguro que tus padres te quieren. Eres su hija.

Brittany arqueó las cejas.

Britt: Soy hija de mi madre. Mi padre… el doctor Snow, no es mi verdadero padre.

Ness se quedó pasmada. La infidelidad era común entre las clases altas, pero nunca se le habría ocurrido que afectara a la madre de Brittany.

Ness: Eso no puede ser verdad.

Britt: Me temo que lo es. Hace un par de días, les oí hablar. Mi padre había bebido. Había perdido bastante dinero en las mesas de juego. Empezó a gritar a mi madre, a decirle que si no se hubiera comportado como una… como una golfa, él no se habría visto obligado a criar una bastarda.

A Ness se le encogió el corazón al ponerse en el lugar de su amiga. ¿Cómo se habría sentido al descubrir que el hombre al que siempre había considerado su padre no lo era?

Brittany alzó la vista, con lágrimas en los ojos.

Britt: Durante todos estos años me he preguntado por qué, por más que yo me esforzase en complacerlo, él no me quería. Ahora lo entiendo.

Veía a su amiga temblar de tristeza, y acudió en su rescate.

Ness: No importa -dijo con calma-. Tú eres la misma persona, sea quien sea tu padre.

Brittany aspiró hondo, con la respiración entrecortada, y se apoyó sobre los cojines.

Britt: Supongo que sí. La verdad es que, en cierto sentido, me alegro de que no sea mi padre. Ojala supiera quién es de verdad el hombre que me dio su sangre.

Ness: Tal vez tu madre te lo diga.

Britt: Tal vez. Si algún día me armo de valor y se lo pregunto. El problema es que no estoy del todo segura de querer saberlo.

No volvieron a mencionar el asunto. A Ness no le importaba quién fuera el padre verdadero de su amiga, y creía que ésta era lo bastante fuerte como para afrontar la verdad sobre su nacimiento. Como había dicho, ella era la misma, fuera quien fuese su padre.

Pasaron la mayor parte del día viajando, Brittany impaciente por pasar unos días en el campo, ya que los cielos de Londres, llenos de hollín y a menudo nublados, no siempre le permitían contemplar los astros como a ella le gustaba. Al llegar al cruce de caminos situado en la pequeña aldea de Perigord, Ness se despidió de su amiga. Pasó aquella noche en la Black Dog Inn, la misma posada en la que se hospedaba con su familia cuando viajaban a Londres, y tomó la diligencia de la mañana siguiente en dirección a Harwood Hall.

A media tarde se encontraba ya entre las cuatro paredes de su casa natal. Los miembros del servicio se alegraron de verla, en especial Greta, el ama de llaves, y Samuel, el mayordomo. Les hizo jurar que mantendrían en secreto su visita, y ellos le prometieron que nadie revelaría nada.

Incluso si el barón descubría que había estado allí, no sabría que había ido en busca del diario y, además, para entonces Ness ya se habría ido.

Era agradable el reencuentro con viejos amigos, pero la búsqueda en sí misma avanzaba con desesperante lentitud, y Ness no dejaba de pensar en sitios donde pudiera encontrarse el diario de su madre.

Por desgracia, llegó la mañana siguiente y ella debía regresar a Londres, pero a pesar de sus esfuerzos no había encontrado nada. Greta era la única que sabía que buscaba el diario de su madre, aunque desconocía las razones de su decidido interés. Su decepción debía de resultar visible pues, poco antes de su partida, el ama de llaves le sugirió una posibilidad.

Greta: Tal vez su madre, que Dios la tenga en su gloria, dejó su diario en Windmere.

Ness: Sí, ya lo había pensado. Intentaré acercarme hasta allí en una próxima ocasión.

Greta: También podría estar en la casa de la ciudad.

Se le encendió una luz en la mente. No se le había ocurrido pensar en la pequeña residencia de la ciudad que su familia había usado sólo en contadas ocasiones.

Ness: ¿Lo crees así? Ellos no pasaban mucho tiempo en Londres. No se me había ocurrido que…

Greta: Es cierto que tus padres no solían frecuentarla mucho, pero a tu padrastro siempre le gustó la vida de la ciudad, y más durante la temporada de bailes. Recuerdo que estuvieron en Londres poco antes de que tu madre cayera enferma.

Ness: Pero el barón le vendió la casa a sir Leonard Manning. ¿Cómo haré para entrar?

Greta se encogió de hombros.

Greta: No lo sé. Sólo he creído que debía mencionarlo.

Ness: Me alegro de que lo hayas hecho -respondió, abrazándose a aquella mujer ya entrada en años-. Gracias, Greta.

Algo más animada, partió para tomar la diligencia y regresó a la posada a esperar a Britt, que debía llegar al día siguiente.

De nuevo juntas, llegaron a Londres al atardecer.

Por desgracia, Zac ya estaba esperándola cuando llegó a casa.


4 comentarios:

TriiTrii dijo...

OMG!!!!! me quede asi 0.o
Siguelaaaa me encantaaaa la nove
Ya quiero saber q pasara!!!

Carolina dijo...

xD pobre Zac, llega y la otra se fue xD pero eso te pasa x andar x ahi mandanle a la gente jum! sta bienb q te preocups x ella pero no le mandes!! es ta dificil acaso decirle q la kieres! tonto ¬¬! bueno sigan comentando! q se pone cada vez mejor!! tkm loki!

Natasha dijo...

me reportoo
me gustaria comentar un capi
pero buee ya te sabes mi historia jeje

lo que si te digo es que debes seguirla!!

es una orden jejeje xDD BROMA!

bueno ni tanto siguelaa byee

LaLii AleXaNDra dijo...

Omg
quede: O_o
hahah
esyuvo superrrr
ya kiero ver el otro capi...
quier voer que pasa cuando zac se de cuenat..
y pobre Britt enterarce de eso, pero siguela prontoooo
:D

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