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martes, 31 de mayo de 2011

Capítulo 20


Brittany ahogó un grito cuando Andrew la tomó entre sus brazos y la besó con seguridad. Sabía ligeramente a coñac y tenía los labios duros, ansiosos, que se ablandaban a medida que se apoderaba de su boca. Ella se resistió un instante, diciéndose que se había comportado como el pirata que era y que, al hacerlo, los había puesto en evidencia a los dos.

Pero no tardó en rendirse, lo deseaba tanto que ya nada le importaba.

Andrew le besó los costados del cuello, vertió una lluvia de besos sobre su barbilla, su garganta, sus hombros.

Andrew: Quiero estar dentro de ti, Brittany. Dios, nunca he deseado a nadie como te deseo a ti.

Ella sintió que sus manos recorrían los botones del vestido, que se cerraban a la espalda, y que los liberaban uno por uno de su abertura. La blusa quedó abierta y él tuvo acceso a sus pechos. Los amasó y los acarició, inclinó sobre ellos la cabeza y se los metió en la boca.

Los chupó con dureza, le mordisqueó los pezones, mientras Brittany sentía que le temblaban las piernas. El vestido resbaló hombros abajo, más allá de las caderas, y cayó al suelo formando un círculo a sus pies. El mismo camino siguió la enagua, y ella quedó casi desnuda, cubierta sólo por las medias y los ligueros, y por el collar que rodeaba su garganta, mientras Andrew seguía vestido del todo.

Andrew: Ha transcurrido demasiado tiempo -susurró, reclamando su boca en una cascada de besos ardientes y húmedos que hizo que ella se aferrara a sus hombros-. Y ya no quiero esperar más.

La apretó contra la puerta, se acercó mucho a ella y encajó su duro muslo entre las piernas de ella, alzándola un poco. Ella se frotó contra la rodilla; la tela de sus pantalones le rozaba la carne húmeda y sensible, mientras de su garganta escapaba algo parecido a un ronroneo. Bajó una mano y se encontró con su dureza, un bulto macizo que sobresalía por debajo de la portañuela. Acarició, insegura, aquella elevación y sintió que su dureza se hacía mayor. Con un susurro, Andrew le agarró la mano y se la apartó, empezó a abrirse la bragueta, y en ese instante Brittany supo que pretendía poseerla allí mismo.

«¡Dios de los Cielos!» Brittany se estremeció al sentir los dedos de él rozando su lugar más secreto, introduciéndose en él, acariciándolo. Se supo invadida por el calor, el deseo, la necesidad dominante. Estaba húmeda. Resbaladiza, caliente, dispuesta, y ella tampoco quería esperar más.

Andrew: Eres mi esposa -dijo levantándola un poco del suelo, y ella sintió que su miembro se encontraba ya en la boca del pasaje-. Me perteneces.

La atravesó de una sola embestida, y Brittany creyó perder el sentido de tanto placer.

Britt: Andrew…

Aferrada a su nuca, aproximó los labios a su boca en busca de un beso. El contacto se hizo profundo, ansioso, la lengua de Andrew la penetraba, la tomaba con furia, salía y entraba al ritmo de las potentes embestidas de su miembro. Entraba en ella una y otra vez, la tomó hasta que a ella apenas le quedaban fuerzas para tenerse en pie, y luego la levantó, y ella le rodeó la cintura con las piernas, y así prosiguió su asalto erótico. Estaba abierta a él, expuesta, llena de él. La cabeza le daba vueltas, tenía el cuerpo en llamas.

Brittany se aferraba a sus hombros mientras perdía el mundo de vista y las estrellas brillaban tras sus ojos. Gritó su nombre cuando las dulces vibraciones recorrieron todo su cuerpo en una intensa oleada de placer. Bajo los dedos sintió que los músculos de Andrew se tensaban y se contraían, y notó el bombeo de sus caderas mientras derramaba su semilla dentro de ella.

Hasta transcurridos largos segundos ninguno de los dos se movió. Andrew la sostenía, y ella tenía aún las piernas enroscadas alrededor de su cintura, y sentía su corbata rígida contra una mejilla. Despacio, él salió de su cuerpo y se libró del abrazo de aquellos muslos, pero no se apartó del todo, permaneció de pie, abrazándola, con el miembro todavía duro aplastado contra su vientre.

Echó la cabeza hacia delante y le rozó la frente con su frente. Ella notó que, al mismo tiempo, le acariciaba las caderas.

Andrew: ¿Estás bien? -le preguntó, y Brittany asintió moviendo despacio la cabeza-. Estás embarazada, debería haber sido menos brusco. No lo he pensado. Yo…

Britt: El bebé está bien. Todavía faltan muchos meses.

La sonrisa de Andrew se veía amplia y preciosa a la luz de una luna que se colaba por la ventana, y Brittany, al verla, creyó que el corazón iba a salírsele por la boca. Él le pasó un brazo por debajo de las rodillas, la levantó y la llevó a la cama. La puso boca abajo y le desabrochó el collar, que dejó con delicadeza sobre la mesilla de noche. Entonces le quitó los ligueros y las medias y la arrastró con cuidado hasta el centro de la cama.

La dejó sola el tiempo justo de quitarse la ropa, y se tendió a su lado, en el colchón de plumas. Permanecieron así largo rato, con las manos entrelazadas, una pierna de él, posesiva, montada sobre las suyas. Las sábanas se movieron cuando él se incorporó y la besó, y entonces el deseo tejió de nuevo su hechizo alrededor de los dos.

Esa vez la tomó despacio, y al terminar se acurrucó a su lado. Satisfecha y complacida, con Andrew junto a ella, Brittany cerró los ojos y cayó rendida de sueño. En las profundidades de su mente sabía que Andrew permanecía despierto en la oscuridad, tratando inútilmente hacer las paces con su conciencia.

Sentado a su despacho del estudio, a la mañana siguiente, Andrew se hallaba inmerso en la tarea de evaluar las inversiones y llevar las fincas, resuelto a mantener su mente lejos de lo sucedido esa noche.

Owen: Disculpe, señor.

Alzó la vista del montón de papeles que tenía delante.

Andrew: ¿Qué sucede, Owen?

Owen: Ha llegado un caballero que solicita verle, milord. Justin McPhee. Dice que usted le espera.

Andrew se puso en pie.

Andrew: Hágalo pasar.

En efecto, había recibido una nota de McPhee, a última hora de la tarde del día anterior, en la que le proponía ese encuentro. Distraído por los acontecimientos de la noche, había olvidado su cita.

McPhee entró con el sombrero en la mano y Andrew le hizo un gesto para que se sentara en la silla situada frente a la suya, al otro lado del escritorio. A pesar de contar con poco más de treinta años, Justin se estaba quedando calvo a marchas forzadas, y el pelo castaño le crecía apenas alrededor de las orejas y en unos pocos mechones finos que se dejaba crecer y se peinaba de un lado a otro de la cabeza. El investigador de Bow Street era de estatura regular y llevaba unas gafas pequeñas de alambre. No era su aspecto, sino las cicatrices de sus manos, así como sus musculosos hombros, las que delataban el tipo de trabajo al que se dedicaba.

Andrew: Trae novedades, supongo.

Justin: Sí, milord. -McPhee se sentó en la silla de cuero marrón situada frente a la de Andrew-.

Andrew: ¿Noticias de Forsythe?

Justin: En cierto modo. Me pidió que averiguara si existía alguna relación entre el vizconde y la tía de su esposa, la baronesa viuda de Humphrey. Y en realidad sí la hay.

Andrew se puso alerta.

Andrew: ¿Qué relación hay entre ellos?

Justin: Cuando Víctor Vennet tenía diez años, sus padres fallecieron de unas fiebres contagiosas, con pocos días de diferencia. A lord Forsythe lo crió su tía materna, lady Humphrey, y el marido de ésta, el barón.

Andrew: ¿Y qué más?

Justin: Por lo que he podido saber, Vennet y lady Humphrey han seguido manteniendo un vínculo bastante estrecho a lo largo de los años, pero ella apenas viene a Londres, y el hecho de que fuera su madre adoptiva no es un dato muy conocido.

Pero Brittany sí lo sabía. Ella se había alojado en casa de la tía del vizconde. Se decía que habían visto a Forsythe en York, y Andrew no podía evitar preguntarse si se habría planeado un encuentro entre padre e hija.

Andrew: ¿Algo más?

Justin: Por el momento no, milord.

Andrew: Mantenga este asunto en privado.

Justin: Por supuesto, milord.

A McPhee se le pagaba bien por sus servicios, pero sin duda parte de sus honorarios servían para pagar su silencio.

Andrew: Hágame saber si averigua algo más.

McPhee se puso en pie.

Justin: No lo dude, milord.

Andrew esperó a que el investigador abandonara la casa y entonces mandó llamar a Brittany a su estudio. No la veía desde que la había dejado durmiendo en la cama, su piel suave y elástica por haber hecho el amor al amanecer.

Por un instante, sus pensamientos vagaron en la misma dirección y una oleada de deseo recorrió su ser. «Maldición.» Ninguna otra mujer había llegado a excitarlo tanto.

Brittany llamó a la puerta con suavidad y Andrew la invitó a pasar al estudio. Cuando lo vio ahí, de pie tras el escritorio, un ligero rubor tiñó sus mejillas, pues recordó la noche que acababan de pasar haciendo el amor.

Britt: ¿Deseaba verme, milord?

El motivo por el que había mandado llamarla regresó al primer plano de su mente.

Andrew: Tu tía…, la baronesa Humphrey…, parece que también es tía materna de lord Forsythe.

Brittany palideció ligeramente.

Britt: ¿Cómo… cómo lo has sabido?

Andrew: Del mismo modo que descubrí tu participación en la huida del vizconde. La pregunta es: ¿planeaba tu padre unirse contigo en Scarborough? Y, si ésa era en realidad su intención, ¿planeabais los dos escapar juntos del país?

Ella levantó un poco los hombros.

Britt: Tía Matilda crió a mi padre cuando mis abuelos fueron asesinados. Le quiere mucho. Él le habló de mi existencia cuando nací, y ella se ofreció a ayudarme siempre que lo necesitara. Como ya te he comentado en otras ocasiones, no tengo idea del paradero de mi padre, y evidentemente no tenía ningún plan para encontrarme con él o escapar con él del país.

Andrew estudió su rostro. Brittany no sería nunca una buena mentirosa. Era demasiado directa.

Andrew: Hay un problema con esa información.

Britt: ¿Qué problema?

Andrew: Si yo he descubierto la relación entre tu tía y Forsythe, alguien más podría hacerlo. Y si alguien averigua que te instalaste en su casa poco después de la huida de Forsythe, podrían preguntarse qué hacías tú ahí. Si investigaran más a fondo, podrían llegar a saber que eres su hija. Y eso te daría un motivo para haberle ayudado, lo que te convertiría en sospechosa.

Brittany estaba cada vez más pálida.

Britt: Sólo me queda esperar que eso no suceda.

Pero él pensaba que podría suceder, y recordó que los hombres de su tripulación habían oído su conversación con Adam Cross y sabían también que ella era la hija de Forsythe. Hasta el momento le habían sido leales, pero llevaban mucho tiempo sin navegar juntos y no podía confiar ciegamente en ellos.

Por primera vez se alegraba de haberse casado con Brittany. Como esposa de un marqués, la probabilidad de que cayera bajo sospecha era mucho menor.

Andrew: Nos enfrentaremos a las cosas a medida que vayan sucediendo. Si tenemos suerte no se descubrirá nada. Por ahora eso es todo. -Volvió a enterrar la vista en sus papeles, pero Brittany no hizo gesto de retirarse y él levantó la cabeza una vez más para mirarla-. ¿Qué sucede?

Britt: Lo que sucedió entre nosotros anoche… hacer el amor. Fue maravilloso, Andrew. -El color regresó a sus mejillas un instante antes de que se volviera y saliera corriendo del estudio-.

Andrew la vio salir y se descubrió sonriendo.

Pero entonces pensó que si encontraba al vizconde -lo que estaba decidido a hacer- le partiría el corazón a Brittany, y la sonrisa se borró de sus labios.

La semana transcurrió lentamente. El lunes, Alysson Chezwick, la hermana de Vanessa, pasó a visitarla. Estaba radiante, encantadora, como siempre. Había algo casi sobrenatural en su belleza, aunque ella no pareciera ser consciente de ella.

Alysson: Siento presentarme así, sin avisar, pero quería invitarte a una velada en casa del conde de Louden.

Britt: ¿El hermano mayor de lord John?

Alysson asintió.

Alysson: Los conociste a él y a su esposa la semana pasada, en el baile. Christina me ha pedido que te invite personalmente. -Esbozó una sonrisa-. Mi cuñada es una romántica. Creo que le impresionó mucho ver que el marqués te levantaba en brazos y te sacaba de la casa.

Brittany se ruborizó.

Britt: Andrew se comportó como un absoluto canalla.

Alysson entornó aquellos ojos azul porcelana que volvían locos a casi todos los caballeros de Londres.

Alysson: Sin duda. Y seguro que fue maravilloso, ¿verdad? Aunque yo moriría de mortificación si mi John hiciera algo así.

Brittany se echó a reír. John Chezwick era el hijo menor del marqués de Kersey. Tenía el mismo cabello rubio y los mismos ojos azules de Alysson, era dulce y algo tímido, el perfecto esposo para ella. Y parecía muy poco probable que pudiera comportarse jamás con el descaro de Andrew.

Éste era un hombre que obedecía sus propias leyes, lo que, a decir verdad, era una de las cosas que a Brittany le resultaban más atractivas de él. No se parecía en nada a los demás hombres que conocía. Como él no había dos.

Britt: No estoy segura de que podamos ir -le confió a Alysson-. Andrew no es muy dado a esas cosas.

Alysson se acercó y le tomó la mano.

Alysson: Brittany, tenéis que ir, ¿no lo ves? El baile fue un comienzo. No tienes más que pensar en lo que sucedió esa noche para saber que el plan de Ness era acertado. Debes ir, y estar radiante, y bailar con los caballeros, y con el tiempo tu esposo se dará cuenta de que te ama desesperadamente.

Brittany reflexionó sobre ello, recordando lo posesivo que se había mostrado Andrew esa noche.

Britt: ¿Y si no quiere ir?

Alysson: Entonces tú puedes asistir con John y conmigo. El duque de Sheffield también ha confirmado su asistencia. No sé si lo sabes, pero está pensando en casarse. Es el cotilleo de la alta sociedad.

Britt: Espero que Will se case por amor.

Alysson: Se dice que en una ocasión se enamoró perdidamente de una mujer llamada Miley Cyrus, pero sucedió algo y la boda se suspendió. Creo que en esta ocasión preferiría encontrar a una esposa más dócil, que se convierta en la madre de sus hijos.

Brittany había oído trozos de aquel escándalo, algo relacionado con la prometida de Will y algún amigo de éste. Le entristecía pensar que el duque había renunciado al amor.

Aunque lo cierto era que a ella las cosas no le iban mucho mejor en ese aspecto.

Alysson: ¿Y bien? ¿Qué me dices de lo de la fiesta? -insistió-.

Britt: Tal vez tengas razón. -El plan había funcionado bien la primera vez. Pensó en la pasión con que Andrew le había hecho el amor y trató de no ruborizarse-. Se lo plantearé a mi esposo esta misma noche. Si rechaza la invitación, estaré encantada de acompañaros a John y a ti.

La música que tocaba el cuarteto de cuerda inundaba el salón del conde de Louden. El perfume de las flores situadas en jarrones de cristal se mezclaba con el de la cera que, al arder en velas blancas y alargadas, se deslizaba sobre los candelabros de plata del aparador.

Andrew estaba de pie, junto a la puerta, observando el enjambre de invitados. En teoría no debía estar ahí. Había rechazado la invitación, aunque se notaba que a Brittany le apetecía asistir. Se dijo a sí mismo que cuanto menos tiempo pasara con ella, mejor para los dos, aunque debía admitir que había disfrutado con ella en la cama las últimas noches.

A decir verdad, no entendía por qué se había negado a poseerla durante tanto tiempo. Era su esposa. Se suponía que estaba ahí para satisfacer sus necesidades físicas, y estaba claro que él, a cambio, la satisfacía a ella. Durante el día se mantenía ocupado. Se mostraba amable pero distante. Siempre que no dejara que la atracción fuera más allá, podría aceptar la situación tal como estaba.

Y sin embargo esa noche ella había acudido a la velada, y la casa le parecía vacía. Se descubrió a sí mismo caminando en su estudio de un lado para otro, recorriendo los salones en su busca.

Era ridículo, pero la noche avanzaba y él se sentía cada vez más inquieto. Cuando Will pasó a verlo, camino de la fiesta, y le animó a asistir con él, subió a su dormitorio y llamó al camarero. Se cambió de ropa lo más deprisa que pudo y partió con el duque de Sheffield.

Pensó que su hermana, Ashley, y su esposo tal vez también asistieran a la velada organizada por los Louden. Se encontraban en la ciudad esa semana, pues su hijo mayor se había repuesto al fin de una leve dolencia pulmonar. Ashley y Scott habían pasado por casa esa misma tarde para saludar a los recién casados. Ashley adivinó enseguida la razón de su precipitada boda, pues conocía bien a su hermano.

Cuando ya se iban, tras expresarles sus mejores deseos, Ashley se llevó aparte a su hermano.

Ash: Te has casado con una mujer maravillosa, Andrew. No me cabe en la cabeza que quisieras mantenerla retirada en el campo.

Andrew: Es una historia muy larga -respondió brevemente, incómodo ante el reproche que leía en sus ojos-. No lo entenderías.

Su hermana arqueó las cejas. Era alta, delgada y de piel blanca, rubia, de ojos marrones, luminosos, una mujer fuerte y dulce a la vez. Tal vez ése era el motivo por el que Zac y él siempre se habían mostrado tan protectores con ella.

Ash: Brittany está embarazada. Supongo que estarás contento.

Andrew: No estaba preparado para ser padre.

Ash: Nadie está nunca preparado del todo para la paternidad, Andrew, y aun así un hijo trae la mayor felicidad del mundo.

Él no respondió. Su hijo no le parecía real todavía. Sólo los cambios sutiles que distinguía en el cuerpo de Brittany cuando hacían el amor le recordaban lo que les deparaba el futuro. No sabía cómo iba a aceptar a un hijo por cuyas venas correría la sangre de un traidor.

Los músicos atacaron los primeros compases de un rondó y Will se llegó hasta él, devolviéndolo al presente.

Will: Tu esposa parece estar divirtiéndose. ¿Sabe que estás aquí?

La mirada de Andrew se desplazó hacia ella. Se veía preciosa esa noche, con su vestido de seda color zafiro, que le hacía pensar en el que le había quitado la noche en que hicieron el amor a bordo del barco. Una oleada de deseo recorrió sus venas al recordarlo.

«Maldición. »

Andrew: No se ha enterado de mi llegada.

Su ausencia no parecía importarle precisamente. Bailaba, reía, y no había duda de que lo estaba pasando bien. Andrew frunció el ceño al ver que su compañero de baile, al avanzar en círculo y quedar frente a él, no era otro que Martin Daniels, conde de Collingwood.

Will dio un sorbo a su coñac.

Will: Parece que Collingwood vuelve a ir tras ella.

Andrew: Sí, eso parece.

Will: A ver si en esta ocasión logras controlar tus deseos de sacarla a rastras de la pista de baile. Ya circulan bastantes rumores sobre vosotros dos.

Andrew tartamudeó algo, aunque no podía sino dar la razón a su amigo. A él no le importaban lo más mínimo los cotillas, pero reconocía que no era justo para Brittany.

O al menos eso se decía mientras avanzaba hacia ella, aunque sus manos, sin él darse cuenta, se cerraban y se convertían en puños. El baile terminó y el conde la condujo a la terraza a través de los ventanales.

Andrew los siguió y descubrió que se habían detenido junto a la balaustrada, bajo una de las antorchas que iluminaba el jardín. Parecían mantener una conversación de lo más inocente, y sin embargo a Andrew le hervía la sangre. Logró esbozar una sonrisa al acercarse a ellos cojeando algo más de la cuenta.

Andrew: Ah, estás aquí, amor mío. -Se giró para dirigirse al conde-. Lord Collingwood. No creía que habría de verle tan pronto.

Martin: Hacía calor dentro. Y parecía que a Brittany le hacía falta un poco de aire puro. Sin duda no le habrá molestado.

«Brittany.» No le gustaba oír el nombre de su mujer en boca del conde.

Andrew: ¿Y por qué habría de molestarme?

Miró de reojo a Brittany, que apretaba mucho los labios y tenía la barbilla levantada, como si quisiera retarlo a sacarla de allí en brazos otra vez. Aunque, ya lo veía, en esa ocasión no se lo iba a poner tan fácil. De todos modos, viendo el deseo apenas disimulado que provocaba en el conde y recordando lo apasionado de su sesión amorosa posterior a su rapto, se sintió muy tentado de repetirlo.

Britt: Lord Collingwood le ha pedido a un sirviente que nos trajera unas copas de ponche. -Miró por encima del hombro de Andrew, en dirección a los ventanales-. Ahí llegan.

Un camarero vestido con uniforme se acercó con una bandeja de plata, y Brittany y el conde recogieron una copa de cristal rojo que contenían el refresco de frutas.

***: ¿Desea que le traiga algo, milord? -dijo el sirviente, un joven moreno y de ojos negros-.

Andrew: No, gracias, sólo he venido para acompañar a mi esposa a casa.

Brittany esbozó una sonrisa endulzada en exceso.

Britt: Qué amable por tu parte, milord. Pero todavía no deseo abandonar la reunión.

Martin: Yo estaré encantado de acompañarla -tuvo el valor de proponer Collingwood-.

Brittany se volvió hacia él y le sonrió.

Britt: Mis amigos, lord y lady John, me acompañarán -concluyó, prudente-. Pero gracias, milord, por ofrecerse.

Martin: Tal vez quiera reservarme otro baile.

El conde dedicó a Andrew una mirada desafiante mientras se inclinaba para besar la mano de Brittany, y Andrew apretó mucho los dientes. Aquel creído, aquel indeseable demostraba más valor del que creía. Había aprendido hacía tiempo a no infravalorar a ningún rival, y no pensaba hacerlo ahora.

Andrew dedicó al conde una media sonrisa de advertencia.

Andrew: Me temo que el cartón de la dama está completo. Y creo que he cambiado de opinión. Me quedo.

Brittany lo miró sin dar apenas crédito a lo que oía.

Y él maldijo para sus adentros, también incapaz de creer sus propias palabras.

Brittany aceptó el brazo que le ofrecía su marido y permitió que la condujera al interior de la casa. Al otro lado de la sala vio a Alysson Chezwick, que esbozaba una amplia sonrisa, sonrisa que ella tampoco pudo reprimir.

Andrew había acudido a la velada. Estaba celoso de lord Collingwood. Se quedaba en la fiesta para controlarla. ¿Por qué habría de hacerlo si ella no le importara?

Andrew: Están tocando un vals -le susurró-. ¿Te gustaría bailar?

Ella sonrió fugazmente.

Britt: ¿Me prometes que no me sacarás de la pista en brazos para llevarme a tu guarida?

Él le dedicó una de esas sonrisas que hacían que a Brittany se le detuviera el corazón.

Andrew: Me temo que tendrás que arriesgarte.

Bailaron, conversaron, y la noche transcurrió en un suspiro. Al regresar a casa, Andrew le hizo el amor apasionadamente dos veces. No había sucedido hasta entonces, pero esa mañana seguía ahí cuando Brittany despertó, y volvieron a amarse mientras los brillantes rayos del sol se filtraban por entre las cortinas.

La esperanza hizo hueco en ella, que comenzaba a creer que tal vez hubiera algún futuro para los dos. Mientras desayunaban juntos, sin prisas, y conversaban animadamente a lo largo de toda la mañana, esas esperanzas se duplicaron.

Andrew: Se me ha ocurrido que tal vez esta tarde quieras dar un paseo en carruaje por el parque -propuso para su asombro-.

Britt: Me encantaría, milord.

Andrew: Andrew -le corrigió, tomándole la mano y llevándosela a los labios-. Me gusta cuando me llamas Andrew.

Brittany observó su precioso rostro y el corazón quiso salírsele del pecho.

Britt: Me encantaría ir, Andrew.

Permanecieron varios segundos así, sentados, mirándose, hasta que llamaron a la puerta del comedor en que desayunaban y Owen entró.

Owen: Tiene visita, milord.

Andrew la miró un instante y dejó la servilleta de hilo junto al plato vacío.

Andrew: Es temprano para las visitas.

Owen: Eso mismo le he dicho yo -intervino-. Se trata de un hombre de aspecto nada recomendable. He tratado de echarlo, pero ha insistido en que debe hablar con usted, de modo que le he acompañado a su estudio. Dice que era miembro de su tripulación en el Bruja de los Mares.

Andrew se levantó de un salto.

Andrew: ¿El Bruja de los Mares? ¿Está seguro de que eso es lo que ha dicho? ¿Le ha comunicado su nombre?

Owen: Creo que se llama Timothy Banks. Dice que era el tercero de a bordo.

Andrew retiró la silla con tal fuerza que ésta cayó sobre la alfombra. Salió del comedor seguido de Owen y se dirigió a grandes zancadas hasta su estudio. Preocupada por el revuelo que acababa de organizarse, Brittany se apresuró a seguirlos. Al llegar al estudio, descubrió que la puerta estaba abierta y que Andrew se hallaba frente a un marinero corpulento vestido con pantalones estrechos y camisa a rayas, que lo miraba con gesto duro.

Brittany se detuvo en seco al llegar a la entrada, en el momento en que Andrew se acercaba al marinero.

Andrew: Dios mío, Timothy, creía que estabas muerto. -Y esbozó la sonrisa más amplia que jamás le había visto-. ¿Cómo has salido de la cárcel? ¿Cómo has logrado regresar a Inglaterra?

Timothy Banks no le devolvió la sonrisa.

Timothy: Maté a un guardia. Ya estaba cansado de latigazos. Tuve suerte y logré escapar.

Andrew: ¿Y cómo saliste de Francia?

Timothy: Llegué hasta la costa, pagué a un contrabandista para que me trajera a casa. Al llegar aquí, me enteré de que usted también había salido de chirona.

Andrew: ¿Alguien más logró escapar? -le preguntó con la sonrisa aún en los labios-.

Timothy: Nadie más, excepto Ned el Largo.

Andrew: Ned va a bordo de mi nuevo barco, el Diablo de los Mares, junto con Adam Cross. Se alegrarán mucho de verte, Timothy.

Timothy: Ya los he visto. Ha sido Ned quien me ha contado las noticias.

Andrew: ¿Qué noticias? -se puso serio al momento-.

Timothy: Que se ha casado usted con la hija de ese asqueroso traidor. El hombre que hizo que los demás murieran a manos de los cerdos franceses. Que se ha casado usted con esa puta. -Escupió a los pies de Andrew-. Y usted no es mejor que ella, no es mejor que ese hijo de perra, Forsythe. De no ser por todos los años que pasamos navegando juntos, le mataría por ello.

Fuera, junto al quicio de la puerta, a Brittany le flaqueaban las piernas y sentía náuseas. Por un momento creyó que iba a desmayarse. En el otro extremo del estudio, vio palidecer a Andrew.

Andrew: Vete -le ordenó en voz baja pero en un tono de advertencia que no había vuelto a oírle desde que la había raptado del Lady Anne-. Vete y no vuelvas. Y mantén la boca cerrada sobre mi esposa o desearás haber muerto en esa cárcel.

La mandíbula de aquel hombre corpulento se volvió de acero. Brittany se arrimó mucho a la pared mientras él salía de la sala tan deprisa que no se dio cuenta de su presencia. Ojala no hubiera estado allí, ojalá no hubiera oído aquellas terribles palabras.

Por fin empezaba a comprender lo que Andrew había hecho al casarse con ella. Había quebrantado su propio código de honor, había roto las reglas no escritas que se había dado a sí mismo y a sus hombres. La tripulación del Bruja de los Mares estaba unida por la sangre. Sus muertes eran su muerte. Era como si una parte de sí mismo hubiera muerto ese día en el barco.

Y, al casarse con ella, los había traicionado.

Entró en el estudio con el corazón encogido, sufriendo por él.

Andrew: Déjame solo -dijo y lo ausente de su expresión le dijo que el débil rayo de esperanza que había empezado a brillar entre ellos estaba tan muerto como los hombres de su barco-.

4 comentarios:

Natalia dijo...

Que bonito capitulo
escribe el proximo prontico eh?
ya no te quejaras de mi vagura para comentar no? jajaja
Muackk!

Natalia dijo...

De nuevo te comento con respuesta a tu comentario..
Soy de Andalucia y cordobesa y tu? :)

Natalia dijo...

bueno chica no estamos tan lejos..más lejos seria vivir en el otra punta del mundo..jajaja
Este verano tal vez veranee por esa zona..
sisi, ya estoy haciendo el proximo capitulo.. ^^
Muackk

caromix27 dijo...

): PObre britt!
y tb pobre Andrew
espero q solucionen todo...
bueno leere el otro capi y me entero xD
sigan comentando chicas!!
tkm mucho mi loki!

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