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domingo, 22 de mayo de 2011

Capítulo 1


Londres, 1805

La hora de la cita se le echaba encima.

El corazón de Brittany latía de inquietud, y le tembló la mano en el instante de entrar en su habitación y cerrar la puerta. La música de un cuarteto ascendía desde el salón de la planta baja. La fiesta, una gala que había costado una pequeña fortuna, constituía uno más entre los innumerables intentos de su madre por emparejarla con algún aristócrata entrado en años. Brittany había permanecido en ella todo lo que había podido, obligándose a entablar conversación con los invitados de su madre, y entonces, alegando una jaqueca, se había retirado a la planta superior. Esa noche tenía asuntos urgentes que atender.

Al otro lado de la ventana, el viento invernal azotaba las ramas desnudas de los árboles, que golpeaban el alféizar. Brittany se quitó los guantes largos, blancos. Le transpiraban las palmas de las manos. La incertidumbre se enroscaba como una serpiente en su estómago, pero había tomado una decisión y se negaba a echarse atrás.

Impaciente, se acercó al pasamano del timbre mientras se desprendía de sus zapatos de piel de cabritilla. Llamó a su doncella y levantó los brazos para quitarse el collar de perlas y diamantes que lucía. Su mano se detuvo en el broche, y con los dedos rozó la suavidad de las perlas, las marcadas facetas de los diamantes intercalados entre ellas.

Había sido su mejor amiga, Vanessa Efron, condesa de Brant, quien se lo había regalado, y Brittany lo conservaba como oro en paño, pues era su única pertenencia de valor real.

Phoebe: ¿Me ha llamado, señorita?

Su doncella, Phoebe Halliwell, era algo olvidadiza a veces, pero siempre bienintencionada.

Britt: Me vendría bien tu ayuda, por favor, Phoebe.

Phoebe: Por supuesto, señorita.

No tardó en desvestirse. Brittany dedicó a Phoebe una sonrisa nerviosa, se cubrió con la bata y dio permiso a la chica para que se ausentara hasta el día siguiente. La música, abajo, seguía sonando. Brittany esperaba poder cumplir con su misión y regresar a casa sin que nadie descubriera que se había ausentado.

Tan pronto como Phoebe cerró la puerta, Brittany se quitó la bata y se puso un sencillo vestido de lana gris. Apagó de mutuos soplos las dos lámparas de aceite de ballena, la que reposaba sobre el tocador y la que lo hacía sobre la mesilla de noche, tras lo que el dormitorio quedó sumido en la oscuridad. Metió una almohada entre las sábanas para simular que se encontraba ahí, durmiendo, en caso de que a su madre se le ocurriera entrar, agarró su capa y se la pasó por los hombros.

Camino de la puerta recogió su bolso, en el que llevaba un monedero lleno del dinero que había recibido de su tía abuela Matilda Wyman, la baronesa Humphrey, junto con un billete que le daba derecho a ocupar un camarote en un buque que zarparía rumbo al norte a finales de semana.

Brittany se cubrió el pelo rubio con la capucha de la capa y se asomó con cautela para asegurarse de que no hubiera nadie en el vestíbulo. Sólo entonces descendió por la escalera de servicio y salió de casa por la puerta que daba al jardín.

El corazón le latía con fuerza y estaba hecha un manojo de nervios cuando alcanzó Brook Street, detuvo uncarruaje y se montó en ella.

Britt: A la Taberna de la Liebre y la Zorra, si es tan amable -ordenó al cochero, confiando en que éste no percibiría el temblor de su voz-.

Cochero: Eso está en Covent Garden, ¿verdad, señorita?

Britt: Así es.

Se trataba de un establecimiento pequeño y apartado, o eso le habían dicho, que había elegido el hombre cuyos servicios pretendía contratar. El nombre de aquel individuo se lo había sacado a su cochero a cambio de unos soberanos de oro, aunque no le reveló la naturaleza del asunto que se traía entre manos.

Le pareció que tardaban horas en llegar a su destino; el carruaje recorría despacio las tortuosas y oscuras calles de Londres, sus ruedas de madera chirriaban, las pezuñas del caballo repicaban contra el empedrado. Sin embargo, al fin apareció el cartel que anunciaba la taberna.

Britt: Deseo que me espere -informó al cochero cuando éste detuvo el vehículo, depositando un puñado de monedas en la palma de su mano-. No tardaré.

El cochero asintió. Se trataba de un hombre de edad avanzada y pelo entrecano, cuyo rostro quedaba oculto casi en su totalidad bajo una poblada barba gris.

Cochero: Más le vale.

Rezando por que el hombre siguiera ahí cuando saliera, y cuidando de que la capucha mantuviera oculto su rostro, se dirigió a la entrada trasera de la taberna, tal como le habían indicado, abrió la puerta de madera, que cedió con un chirrido, y accedió al tenebroso local. El techo era bajo, de vigas excesivamente talladas, y el establecimiento, salpicado de mesas de madera rayada, aparecía lleno de humo. Un fuego crepitaba en una chimenea de piedra ennegrecida, y un grupo de hombres de aspecto fiero se había sentado cerca, en torno a una mesa. Al fondo, sentado a otra, distinguió a un señor alto, corpulento, adornado con un sombrero de alas caídas y acicalado con un abrigo. Al verla entrar se puso en pie y le hizo un gesto para que se aproximara.

Brittany tragó saliva y, armándose de valor, aspiró hondo, ignorando las miradas curiosas que, mientras tomaba asiento en la silla con respaldo de tablones que aquél le ofrecía, le dedicaban los hombres de la taberna.

***: ¿Ha traído la pasta? -le preguntó sin señal de formalidad-.

Britt: ¿Está seguro de que podrá hacerlo? -quiso saber, que tampoco se anduvo con rodeos-.

El hombre dio un brinco, como si lo hubiera insultado.

***: Si Jack Brooks da su palabra, puede contar con ello. Lo hará, con tal de que le pague.

A Brittany volvió a temblarle la mano cuando extrajo el monedero del bolso y se lo entregó a Jack Brooks. Él se echó un puñado de guineas en la palma, mientras esbozaba una sonrisa sombría que separó sus finos labios.

Britt: Está todo -le tranquilizó, tratando de pasar por alto los chistes groseros y las carcajadas de los hombres que ocupaban la mesa contigua, alegrándose de que, sobre todo, se concentraran en sus bebidas y en las provocativas taberneras que parecían mantenerlos entretenidos-.

El olor a grasa de cordero le revolvió el estómago, y Brittany sintió una arcada ascender por su garganta. Nunca había hecho una cosa así. Y esperaba no tener que repetirla.

Jack Brooks contó sus monedas y volvió a meterlas en el saquito.

Jack: Como dice, parece que está todo. -Se puso en pie, y sus rasgos quedaron medio ocultos tras el ala del sombrero-. El plan ya se ha acordado. Tan pronto como dé la orden, se llevará a cabo. Su hombre estará fuera de Londres por la mañana.

Britt: Gracias.

Jack lanzó al aire el saquito, y las monedas tintinearon.

Jack: Éstas son todas las gracias que necesito. -Señaló la puerta con un gesto de cabeza-. Será mejor que se vaya. Cuanto más tarde, más problemas puede encontrarse por aquí. -Ante aquel comentario, Brittany se limitó a levantarse de la silla, y observó con cautela la puerta-. Y mantenga la boca cerrada, joven. Los que hablan cuando no deben no viven mucho para contarlo.

Un escalofrío recorrió su ser. Jamás en su vida volvería a mencionar el nombre de Jack Brooks. Asintió levemente, se cubrió con la capa y avanzó en silencio hacia la puerta trasera.

El callejón estaba oscuro y olía a pescado podrido. Aplastaba el barro con las suelas de sus botines. Levantándose un poco los faldones y el bajo de la capa, se introdujo deprisa en la oscuridad, sin dejar de mirar en todas direcciones, anticipándose a cualquier problema que pudiera interponerse en su camino. Al alcanzar la fachada principal de la taberna aparecieron ante su vista el carruaje y el viejo cochero sentado en un banco, y al verlos soltó un suspiro de alivio momentáneo.

El trayecto de regreso se le hizo aún más largo. Las luces todavía iluminaban las ventanas de la mansión familiar cuando atravesó el jardín. Ascendió apresuradamente los peldaños de la escalera de servicio, cruzó de puntillas el vestíbulo y entró en su habitación. La orquesta había dejado de tocar, pero mientras los invitados se despedían, se oía el estallido de esporádicas risotadas.

Brittany suspiró al desprenderse de la capa y dejarla en el colgador que había junto a la puerta. A finales de esa misma semana, abandonaría la casa, se trasladaría a Scarborough para visitar a lady Humphrey, a pesar de que no se conocían personalmente. Si la fuga nocturna tenía lugar tal como habían planeado, el escándalo que se extendería por Londres a la mañana siguiente alcanzaría grandes proporciones. Aunque todavía quedaban dos días para ese momento, el largo viaje parecía adecuado.

Brittany pensó en el hombre prisionero en la cárcel de Newgate, el vizconde de Forsythe, que se consumía en una celda oscura y contaba con impaciencia las horas que lo separaban del alba, momento en que ascendería los peldaños de madera que habían de conducirle a la horca. Ella no sabía si era culpable o inocente, no sabía si merecía o no la condena que le habían impuesto.

Pero el vizconde era su padre, y seguiría siéndolo aunque nadie conociera el vínculo que los unía. Era su padre, y ella no podía abandonarlo a su suerte.

Brittany clavó la vista en el techo y rezó por haber hecho lo que debía.

3 comentarios:

Natalia dijo...

Esta interesante esto eh?
Siguela pronticooo jiji
Muackkk!

TriiTrii dijo...

Muy interesante aunque no sea muy zanessa
Pero me esta gustando hehehe
Siguelaa!!!
Esperare hasta mañana a ver el prox capi!!
Kiiiss
Byee
Tkm

Carolina dijo...

se nota muy interesante!!
espero q brit ayude a su padre!!
siguan comentando!
q tiene pinta de ser mejor!
bye loki! tkm!

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