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viernes, 13 de mayo de 2011

Capítulo 19


Zac regresó a Londres más tarde de lo que esperaba. La hilandería se encontraba en peor estado de lo que había supuesto, y las condiciones en que trabajaban los empleados eran preocupantes.

Ganar dinero era importante, pero también lo eran las vidas de las personas. No deseaba incrementar su fortuna a costa de otros menos afortunados que él. Finalmente decidió no adquirir el negocio, y aunque tendría que trabajar duro para compensar los beneficios que dejaría de obtener, consideró que era la decisión adecuada.

Estaba impaciente por regresar a casa. Por suerte, en esa ocasión, al llegar a Londres Vanessa ya estaba esperándole. Le recibió con una amplia sonrisa que se convirtió en expresión de sorpresa cuando él la agarró por la cintura y la besó con ardor.

Ella respondió con su habitual entrega, apretándose contra él, que al momento experimentó una repentina erección y ardió en deseos de llevársela arriba. La había echado de menos, maldita sea. Debería haberla llevado consigo.

Ness: Me alegro tanto de que ya estés aquí… -murmuró, sonriéndole-.

Él posó la mirada en sus pechos y comprobó que sus pezones estaban erectos.

Zac: ¿Por qué no subes conmigo y me demuestras cuánto?

Ness se ruborizó y miró en dirección a la escalera. Por un instante se sintió tentada, pero negó con la cabeza.

Ness: Brittany llegará de un momento a otro.

Zac asintió con un gruñido. Se fijó en un bucle de pelo que se arremolinaba por su espalda, y el deseo volvió a apoderarse de él. Se inclinó sobre ella y lo besó. Tal vez, cuando Brittany se marchase…

Al comenzar a subir la escalera, su excitación todavía resultaba evidente. Si no podía estar con Vanessa, se quitaría la ropa y se daría un baño caliente y descansaría un buen rato. Intentaba no pensar en la estimulante curva de sus pechos, en el perfil de su trasero, pero la imagen lo acompañó hasta su dormitorio.

Allí, en la bañera de cobre de su vestidor, trató de pensar en algo que no fuera el delicioso cuerpo de su mujer. De pronto oyó voces que provenían del cuarto contiguo. Se trataba de la señora Rathbone, que conversaba con una doncella. Se hundió más en aquella bañera que le habían hecho a medida, apoyó la cabeza contra el borde y cerró los ojos.

Su intención no era espiar la conversación, pero al oír pronunciar el nombre de Vanessa, abrió los ojos y se incorporó.

Sra. Rathbone: Estaba a punto de meterme en la cama cuando la vi salir a escondidas -dijo con aquella voz áspera que atravesaba tabiques-. Se fue por la puerta de atrás poco antes de la medianoche. Y cuando volvió habían dado ya las dos.

El conde se quedó sin respiración.

La doncella hablaba en voz baja y le resultaba más difícil de oír.

Doncella: ¿No estará pensando que la señora salió a encontrarse con otro hombre?

Sra. Rathbone: El señor la encontró en la calle, ¿no? Quién sabe qué clase de mujer es.

Las dos criadas siguieron hablando, aunque él ya no las oía. Cuando terminaron de limpiar se marcharon de la habitación. Zac se sentó en la bañera, incapaz de moverse, aturdido por lo que acababa de oír, y así siguió hasta que el agua se enfrió tanto que despertó sus congestionados sentidos. Se puso en pie y salió de la bañera, mojando el suelo mientras se secaba con una toalla y pensaba en Vanessa.

Su esposa había salido la noche anterior, usando la escalera de servicio para que nadie la viera. Se había ausentado un par de horas antes de regresar a casa. Durante su anterior viaje, ella también había abandonado el hogar, según decía para ir a Harwood Hall. Pero ¿era cierto que hubiera ido en busca del diario de su madre? ¿O había acudido a una cita con su amante Jesse Leal?

Se le formó un nudo en el estómago y la presión en el pecho le resultaba casi dolorosa. Hasta el momento, en relación con Ness siempre había intentado mantener sus sentimientos bajo control.

Pero ahora fracasó.

Se vistió y pidió que tuvieran listo su carruaje. Mandó decir a Vanessa que debía ocuparse de un asunto y bajó la escalera del porche, dejando atrás los leones sentados camino del vehículo. Indicó al cochero que se dirigiera a Bow Street, y se apoyó en el asiento. Esperaba que Justin McPhee estuviera todavía en su despacho.

Debía saber la verdad, y preguntando a Vanessa no sacaría nada en claro. Ya le había mentido en ocasiones anteriores; en realidad le había mentido desde el día en que se conocieron. Si no le hubiera engañado sobre su identidad, él jamás le habría hecho el amor. Jamás le habría robado la inocencia, y por tanto no se habría visto obligado a casarse con ella. Le había engañado una y otra vez. ¿Cómo iba a creer ahora en su palabra?

La ira crecía en su interior. Si Vanessa le había traicionado con Leal… Se obligó a mantener la calma. McPhee esclarecería los hechos y determinaría la verdad. Descubriría si era cierto que Vanessa había estado en Harwood Hall, y tal vez llegara averiguar qué había hecho la noche anterior.

Entretanto, por más difícil que le resultara, él actuaría como si no hubiera ningún problema. La trataría con la cortesía que merecía como esposa, y rogaría que sus temores resultaran infundados.

Si ella le despertaba el deseo sexual no lo reprimiría, pero trataría de distanciarse de sus sentimientos, de protegerse, de aislar su corazón, pues se daba cuenta de que eso alteraba la sensatez y el sentido común.

Ness suspiró mientras se dirigía a su encuentro con la señora Gray, con la que debía elaborar los menús de la semana. Exceptuando la noche de su escapada, su vida, en los últimos tiempos, era tan aburrida que empezaba a envidiar el trabajo de su ama de llaves.

La noche anterior era la tercera consecutiva en que Zac salía pretextando asuntos de negocios. Después había pasado por su club para jugar unas partidas de cartas, o al menos eso había dicho por la mañana. En días como aquél, rara vez abandonaba su gabinete, a menos que tuviera que ir a alguna parte, y sólo se había metido en su cama en una ocasión. Además, su unión había sido breve e insatisfactoria, y tras ella ya no había vuelto a su lado.

Ness se detuvo junto a la puerta de la cocina, aspirando con agrado el olor a pan recién hecho que inundaba el pasillo. Desde su regreso del campo, durante un tiempo, las cosas entre ellos habían mejorado. Pero desde que Zac había estado en Lemming Grove, se había mostrado más distante que nunca, e incluso cuando hacían el amor la experiencia resultaba fría, hueca, como si intentara por todos los medios mantenerse alejado de ella.

Cada vez le resultaba más difícil creer que el afecto que pudiera sentir por ella llegara a transformarse algún día en amor.

Sra. Gray: Tengo preparada una lista con sugerencias para la semana, milady -dijo yendo a su encuentro-. Si le parece, podemos revisarla en el comedor de los desayunos.

Se trataba de un recordatorio sutil y cortés de cuál era el sitio que correspondía a cada una. La señora Gray gobernaba en la planta inferior. Y no le parecía bien que una condesa se rebajara involucrándose en aquellas tareas menores.

Ness no se atrevió a comentarle que con frecuencia se sentía más cómoda ahí abajo que en el solitario mundo que compartía con el conde, y se limitó a acompañarla a la planta noble de la casa.

Empezaba a convencerse de que su matrimonio sería siempre una unión sin amor, y la idea de tener hijos que llenaran ese vacío le rondaba ya por la cabeza. Si no iba a ganarse el amor de su esposo, al menos podría tener un descendiente suyo. Rogaba que en su vientre creciera ya un hijo, o una hija.

Volvió a reflexionar sobre lo distante que sentía a Zac en los últimos días, sobre las pocas ocasiones en que había querido acostarse con ella, y suspiró al pensar que tal vez ni siquiera le sería concedida la bendición de un hijo.

Zac miró por la ventanilla del carruaje, que se abría paso por calles abarrotadas. Una hora antes había recibido un mensaje de Justin McPhee en el que le convocaba con urgencia. Zac había respondido que llegaría a las once.

Había transcurrido una semana desde su viaje a Lemming Grove y desde la cita romántica y nocturna de su esposa, si es que eso había sido. Tiempo más que suficiente, al parecer, para que McPhee diera por concluido su trabajo.

Impaciente por llegar cuanto antes a la oficina del investigador, Zac maldijo, pues parecía haber un embotellamiento. Volvió a mirar al exterior, y vio desfilar un regimiento de soldados con sus uniformes de gala, rojos y blancos. Varios oficiales de caballería, montados en corceles negros, los acompañaban, colapsando momentáneamente el tráfico. Al verlos, Zac no pudo evitar pensar en Andrew, y se preguntó si se encontraría de nuevo en la cárcel de la que había escapado o si lo habrían trasladado a otra, si seguiría con vida. Si vivía, ¿hallaría el modo de rescatarlo antes de que terminara aquella guerra larga y sangrienta?

Pero cuando el carruaje reemprendió la marcha camino de Bow Street, el recuerdo de su primo se difuminó. Zac creía estar preparado para recibir cualquier información que McPhee pudiera proporcionarle y, sin embargo, cuando éste abrió la puerta de su oficina y le invitó a pasar y sentarse, le invadió un temor creciente.

McPhee: Por desgracia, las noticias no son buenas, milord.

Calvo y con aquellas gafas de alambre, Justin McPhee no parecía precisamente un hombre que pasara la vida persiguiendo criminales e introduciéndose en los ambientes más pobres de Londres. Pero sus hombros eran musculosos y tenía unas manos callosas y llenas de cicatrices, lo que demostraba que el trabajo al que se dedicaba resultaba en ocasiones peligroso.

Zac: Diga lo que tenga que decir.

Sentado a su destartalado escritorio, McPhee concentró la mirada en el papel que sostenía.

McPhee: En relación con el primer asunto que me pidió que investigara, la supuesta visita de su esposa a Harwood Hall, según los criados, jamás estuvo allí.

Zac sintió de nuevo una opresión el pecho. Se había dicho que estaba preparado para cualquier noticia, pero ahora se daba cuenta de que no era así.

Zac: Supongo que habló con más de uno.

McPhee: Así es. -Volvió a consultar la hoja con sus notas-. En especial con el ama de llaves, una tal Greta Simmons, así como con el mayordomo, Samuel Sims. También tuve ocasión de hablar con una doncella.

Zac: ¿Y el barón? ¿Dónde se encontraba él cuando usted realizaba sus averiguaciones?

McPhee: Lord Harwood sigue en Londres.

Zac: ¿Cabe la posibilidad de que mi esposa haya estado en Harwood Hall sin que nadie se enterara?

McPhee: Los criados parecían muy seguros, milord.

Zac se ordenó mantener la calma, pues sabía lo lista que podía ser Vanessa.

Zac: ¿Y qué más ha averiguado?

McPhee: Usted me habló de un tal Jesse Leal en relación con su esposa. He realizado algunas comprobaciones. Leal posee una casa en Mayfair. He localizado su residencia y he interrogado a uno de sus lacayos, después de sobornarlo un poco, ya me entiende. Siento decirle que, según me contó, alrededor de la medianoche en cuestión, el señor Leal recogió en su carruaje a una dama a pocas manzanas de Berkeley Square, es decir, de su residencia. La descripción de la dama encaja con su esposa.

A Zac se le formó un nudo en el estómago.

Zac: Siga.

McPhee: Fueron hasta el callejón que queda detrás de Greenbower Street. El señor Leal y la señora bajaron del carruaje y entraron en una casa por la puerta trasera. Pasaron más de una hora en su interior. Después, el señor Leal ordenó al cochero que se dirigiera a Berkeley Square. La señora bajó y entró en su casa.

Zac tenía el corazón en un puño. Habría querido preguntarle otras cuestiones, pero no soportaba enfrentarse a las respuestas.

Zac: Supongo que lo ha puesto todo por escrito en su informe.

McPhee: Sí, milord.

Zac: Y que ha incluido la factura con sus honorarios.

McPhee asintió y le entregó la documentación.

Zac: Mañana a primera hora ordenaré la emisión de un giro bancario.

McPhee: Gracias, milord. Habría preferido que las noticias fueran otras.

Los dedos de Zac aferraron el informe.

Zac: Yo también.

Se dio media vuelta y se obligó a salir de la oficina sin perder la serenidad. Pero tan pronto se halló en el interior del carruaje, se desmoronó y se cubrió la cara con las manos. Su esposa se veía con otro hombre, ahora no había dudas al respecto.

Mantenía una aventura con Jesse Leal.

La desesperación, la sensación de pérdida, se apoderaron de él. Llevaban casados muy poco tiempo, y ya la había perdido. Le escocían los ojos. Hasta ese momento no había comprendido lo mucho que Vanessa significaba para él. ¿Cómo podía haber bajado la guardia? ¿Cómo había sido tan idiota?

Gradualmente, la angustia y el dolor fueron transformándose en rabia creciente, en un sentimiento de amarga traición. ¡Cómo se había atrevido! Desde el día de su boda, él le había sido fiel. ¡Maldita sea! Lo había sido desde aquella noche en que había entrado en su dormitorio de ama de llaves. Desde que la conocía no había sentido el menor deseo por otra mujer.

Y ella también lo deseaba. Vanessa era una joven excitante, apasionada. Con él había conocido el placer, y había disfrutado de todos y cada uno de los minutos pasados juntos.

Pero entonces había aparecido Leal. Zac quería retarle a un duelo, matarlo de un tiro por haberle robado a su esposa. ¡Vanessa era suya! ¡Le pertenecía, maldita sea! Pero Leal era apuesto y encantador, la halagaba y le…

Zac se detuvo. La halagaba y le prestaba atención. La acompañaba por todo Londres, la llevaba a la ópera, al teatro, a elegantes bailes. Leal había bailado con ella y cenado con ella, se había reído con ella, mientras Zac se encerraba en su gabinete, pensando en la manera de evitar su compañía. Ni siquiera había hallado tiempo para jugar con ella una partida de ajedrez.

El nudo en el estómago se apretaba cada vez más. Conociendo a Vanessa, tenía la absoluta certeza de que aquélla no era una aventura pasajera. Para ella era imprescindible involucrarse emocionalmente, de manera que debía de estar enamorada de Jesse Leal.

Pensó en sus meses de casados. Ella no le había dicho que le amaba ni una sola vez, ni nada que implicara que sentía algún afecto por él. Tal vez, de haber tenido la más remota sospecha de lo profundo que era el suyo por ella… Pero entonces él lo desconocía. O como mínimo no había querido admitirlo ante sí mismo. No lo había hecho hasta ese momento, cuando ya era demasiado tarde.

Tampoco hasta entonces se le había ocurrido que había sido él quien había insistido en que se celebrara aquella boda. Había obligado a Vanessa a casarse con él. Primero la había acosado y después la había engañado. Siempre se le habían dado bien las mujeres y sabía que Vanessa le deseaba. Además, ella necesitaba que la protegiera. Pero no se le había ocurrido que estaba empujándola a hacer algo que en realidad no deseaba.

Durante el trayecto a casa, no dejó de considerar las opciones. Vanessa estaba enamorada de otro hombre. Leal era el primo de John, sobrino del marqués de Kersey. Su familia nadaba en la abundancia. Leal podría cuidar de ella.

Su estómago era un manojo de nervios. Vanessa lo era todo para él. No se imaginaba su vida sin ella. Aun así, no era justo encerrarla en un matrimonio que ella nunca había deseado.

Se apoyó en el asiento. Le dolía el pecho, tenía el corazón en un puño. Estaba claro que había rendido a lo imperdonable, a lo más estúpido que podía pasarle a un hombre: se había enamorado.

Lo único peor que eso era seguir casado con una mujer que ni siquiera le amaba


4 comentarios:

TriiTrii dijo...

ME ENCANTOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
pobreee zaacc piensa q ness nunca lo amaa!!
pero para q aprenda su leccion hehehe
siguelaa cada vez esta mas interesantee!
tqmmmmm!!!!!!!!
muaccc

Alice dijo...

bueno para las ke no lo hayais visto
deje un comentario en el cap anterior
leedlo y sabreis ke paso con blogger ¬¬
bueno espero ke os guste el cap!
zac tonto ¬¬
bye!
kisses!

Carolina dijo...

zac imbecil!!
claro recien te das cuenta q la amas!!
mas te vale darte cuenta de la estupidez q haz cometido o sino...!! ia veras!!
sigan comentando please!! tkm loki!

LaLii AleXaNDra dijo...

Zac es estupido o se hace??
como se le ocurre pensar eso..
Ya acepto que esta enamorado ahora lo hecha a perder...
haaaaaaaaaaa
siguela
esta super..
muacc

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