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domingo, 1 de mayo de 2011

Capítulo 7


A la mañana siguiente, Zac se hallaba sentado a su escritorio, en su gabinete, repasando los libros de cuentas de Willow Park, su finca de Sussex. Ya se había topado con una desigualdad nada despreciable entre la cantidad de heno que se encargaba para el rebaño de ovejas de la propiedad y el número de estas que se vendían en el mercado. Desde hacía algunos años confiaba cada vez menos en el capataz, Cedric Appleton. Se dijo que debía acercarse a Sussex para ocuparse personalmente del asunto.

Miró la hora en el reloj de la chimenea y se puso en pie como movido por un muelle. Ya eran las diez. Hora de solucionar de una vez por todas los problemas que Vanessa tenía con el servicio. Al bajar al vestíbulo se encontró a todos los criados alineados, dispuestos a saludarle, y con la preocupación dibujada en sus rostros.

Perfecto. Eso era precisamente lo que quería: que se preocuparan.

Miró de reojo a Vanessa, cuyo gesto expresaba más resignación que preocupación. Se obligó a recordar la promesa que le había hecho, y trató de apartar de su mente aquellos labios tiernos y rosados, aquel cabello sedoso…

Zac: Buenos días.

Criados: Buenos días, señor -respondieron todos al unísono-.

Zac: Empezaré diciendo que me siento muy decepcionado con todos ustedes. En las semanas que han transcurrido desde que la señora Hudgens se hizo cargo de la casa, en lugar de ayudarla han hecho todo lo posible por dificultarle la labor.

Un murmullo recorrió la fila, y los ojos de muchos se clavaron en el ama de llaves que, lejos de asustarse, elevó la barbilla.

Zac: Aun así, el trabajo ha salido adelante, y diría que muy bien en la mayoría de casos. En su momento informé a la señora Hudgens de que podía despedir a quien quisiera, si ése era su deseo, pero ella rechazó la propuesta. Y no sólo eso, sino que me sugirió que la humillación a la que ustedes la someten tiene cierto sentido. -Doce pares de ojos se clavaron en su rostro-. Aunque es evidente que la señora Hudgens cuenta con bastante experiencia, es más joven que la mayoría de mujeres que ocupan su puesto, y que yo la contratara puede haber sido interpretado como algo injusto. Me sugirió que, para calmar la situación, considerara la posibilidad de aumentarles el sueldo a todos.

De nuevo, un murmullo oíble recorrió el grupo. Todas las cabezas se volvían y todas las miradas se centraban en Vanessa, como si la vieran por primera vez. Lord Brant sonrió para sus adentros.

Zac: Sus aumentos tendrán efecto inmediato. A cambio, espero que cooperen plenamente con la señora Hudgens. Eso es todo.

Miró por última vez a Vanessa, y en sus ojos adivinó alivio y tal vez una señal de admiración. Mientras regresaba al gabinete para proseguir con el estudio de todos aquellos papeles, le pareció que sus pasos, por primera vez en semanas, eran más ligeros.

Casi había alcanzado la puerta cuando Simon se le acercó por detrás.

Simon: Le ruego me disculpe, señor. Acaba de llegar un mensajero con una nota del coronel Pendleton. He creído que desearía leerla de inmediato. -Le tendió un sobre cerrado con sello de cera-. ¿Ordeno al mensajero que spere su respuesta?

Zac rompió el sello y leyó la nota con rapidez. Pendleton le informaba de que había recibido noticias de Andrew y preguntaba cuándo sería conveniente que pasara a visitarle.

Zac: No hay respuesta. Al menos, no respuesta escrita. Que me preparen el carruaje. Debo tratar este asunto personalmente.

Habían transcurrido apenas unos minutos cuando Zac subía al vehículo y, con las manos enguantadas, tomaba las riendas del caballo negro que había de llevarlo. Azotó el lomo del animal y el carruaje se puso en marcha.

En el trayecto hasta Whitehall tardó más de lo debido, pues las calles eran una aglomeración de carros y taxis, vagones de carga y carruajes. Una vez en su destino, le lanzó una moneda a un vigilante y le pidió que le vigilara el vehículo. Luego se dirigió al final del edificio y subió la escalera que conducía a la oficina de Pendleton.

El coronel no le hizo esperar. Unos broches dorados brillaban en los hombros de su chaqueta roja. Lo invitó a pasar y le ofreció asiento.

Pendleton: Suponía que no sería capaz de esperar.

Zac: No. ¿Qué noticias ha recibido, coronel?

Pendleton: Como esperaba, el mensajero ha llegado esta misma mañana. A Andrew lo retienen en una cárcel de Calais.

El corazón le dio un vuelco.

Zac: ¿Está Bradley seguro de ello?

Pendleton: Tan seguro como las circunstancias permiten. Al capitán no lo ha visto, pero le han informado de que ése es su paradero.

Zac: ¿Cuándo está dispuesto a partir en su busca?

Pendleton: Tan pronto reciba instrucciones nuestras sobre el lugar del intercambio. Entretanto concluirá los preparativos.

Zac: ¿Quiere decir que sobornará a los guardias para que miren hacia otro lado y Andrew pueda escapar…?

Pendleton: Exacto. Tendrá que ser en una noche sin luna. Es más seguro. Ya no falta mucho.

Zac: Cuento con un barco a mi disposición, con un capitán y una tripulación bien preparados. Dígale a Bradley que estaremos listos tan pronto nos dé aviso.

Pendleton: Me ocuparé de transmitirle el mensaje.

La misión de rescate no era oficial, pues Andrew ya no pertenecía formalmente al ejército británico. Contaban con la ayuda del coronel, sí, pero éste no podía comprometerse más.

Zac se puso en pie. El corazón le latía con fuerza. Andrew estaba vivo y pronto regresaría a casa. Por desgracia, debería esperar para contárselo a Ashley, porque ella y Scott, que estaban pasando unos días en su casa, habían llevado a David a visitar la Exposición Mecánica de Merlin.

Salió de la oficina y se dirigió a su casa, lleno de una nerviosa emoción. Si Vanessa hubiera aceptado su proposición, la descargaría haciéndole el amor apasionadamente el resto de la tarde. Recordó el roce de sus pechos, la suavidad de sus labios, y sintió un respingo en las ingles.

Maldiciendo, se obligó a pensar en otra cosa. Tal vez esa noche visitara a madame Fontaneau, que era lo que debería haber hecho hacía ya mucho tiempo. En su casa las mujeres eran preciosas y expertas, y podía escoger a la que más le gustara. Aun así, le sorprendió descubrir que la idea no le seducía demasiado.

Era una tarde de junio, y desde el Támesis soplaba una brisa tibia. Acababa de regresar de su breve encuentro con Brittany en la taberna King -no se había atrevido a más-, y ahora Ness se desataba las cintas de su sencillo gorrito gris y lo dejaba sobre la mesa de su salita. Por más que pretendiese evitar el encuentro con su amiga la noche anterior, no podía negar que se había alegrado de verla. Además, su amistad parecía tan sólida como siempre, a pesar de que habían transcurrido tres largos años.

Tras muchas dudas, le había contado a Britt toda la verdad y le había hecho prometer que guardaría el secreto.

Ness: No puedo creer que todo esto me haya sucedido a mí -concluyó-.

Britt: Sólo hiciste lo que debías para proteger a tu hermana y a ti misma.

Ness: Lo sé, pero eso no basta para librarnos de la cárcel.

Britt: Ya se nos ocurrirá algo -la tranquilizó-. Entretanto, intentaré averiguar qué está tramando el barón. Si debes abandonar la ciudad, ya sabes dónde encontrarme. Envíame una carta y haré lo que esté en mi mano para ayudarte.

Brittany no había cambiado. En otro tiempo había sido una amiga leal en la que se podía confiar. Y al parecer, seguía siéndolo.

Tampoco en su aspecto físico había diferencias. Era algo más alta que Ness, de pelo rubio y dorado en las puntas. Siempre había sido muy guapa y ahora, a los diecinueve años, había sustituido la torpeza adolescente por una atractiva serenidad. Ness pensaba que el único problema que podía tener para encontrar marido era el exceso de pretendientes.

La semana tocaba a su fin. Ver a Brittany la había mantenido animada los últimos días, pero tener que ocuparse de las cuentas, de arreglar y marcar la ropa de cama, de revisar los cestos y los cajones en los almacenes, con ese calor de la tarde, la había agotado.

Al menos los criados habían empezado a tratarla mejor, gracias a lord Brant. Al parecer, para su decepción, finalmente habían dejado de creer que era la querida del conde.

Se dirigía a la cocina para asegurarse de que todo estaba en orden cuando la puerta principal se abrió de golpe y entró lord Brant. Avanzó hacia ella con gesto amenazador y Ness no pudo evitar soltar un gritito.

Zac: ¡A mi gabinete! -Ordenó-. ¡Ahora!

Ella se mordió el labio inferior. Recogiéndose las faldas para no tropezar, cruzó el vestíbulo a toda prisa por delante de él. Brant la siguió y cerró de un portazo.

Zac: Siéntese.

Ness: Yo… creo que prefiero seguir de pie, si no le importa.

Zac: ¡He dicho que se siente!

Ness se dejó caer en la primera silla que encontró, como si le hubieran partido las piernas a la altura de las rodillas, y se obligó a mirarlo. Desde aquel ángulo parecía más alto de lo que era. Sus ojos lanzaban destellos fieros y mantenía la mandíbula apretada.

Zac: Creo que ya va siendo hora de que hablemos del collar.

Ness creyó que el corazón iba a salírsele por la boca, y temió caerse de la silla.

Ness: ¿De qué… de qué collar?

Zac: Del que su hermana y usted robaron al barón de Harwood.

De pronto le sudaban las palmas. Se las secó pasándolas por la falda de seda negra.

Ness: No sé… no sé de qué me habla.

Zac: ¿Ah, no? Pues yo creo que lo sabe perfectamente. Estoy hablando del valiosísimo collar de diamantes y perlas que fue robado en Harwood Hall. -Su mandíbula se endureció aún más-. Y está también el gravísimo intento de asesinato del barón.

Ness tragó saliva tratando de parecer tranquila, cuando por dentro era un manojo de nervios.

Ness: No conozco a ese barón. Ni siquiera había oído hablar de él.

Zac: Yo tampoco le conozco, pero ésa no es la cuestión. El hecho se ha producido, según he oído por casualidad en mi club, y apareció publicado en los periódicos, periódicos que, por algún motivo, yo no llegué a leer. Los delitos se cometieron, y las sospechosas son dos mujeres. Una de ellas es alta y rubia, y la otra de cabello negro y unos centímetros más baja. -Clavó la mirada en su rostro-. ¿Le suena de algo la descripción?

Ness se obligó a arquear una ceja.

Ness: ¿Cree usted que Alysson y yo somos esas mujeres? ¿Qué le hace pensar que tenemos algo que ver con ese caso?

Zac: Que de la rubia se dice que es de piel muy blanca. -Esbozó algo parecido a una sonrisa-. Y que de la morena se dice que es despiadada en extremo.

Ness alzó la espalda.

Ness: ¿Cree usted que soy despiadada?

De nuevo el conde compuso un gesto que podía considerarse una sonrisa, una sonrisa nada amistosa.

Zac: La desesperación lleva a la gente a actos desesperados. Y usted parecía bastante desesperada el día en que las encontré delante de mi casa.

Ness seguía sentada muy recta en la silla de cuero, sin apartar la vista del rostro del conde.

Ness: Si el collar fuera tan valioso como dice y yo lo hubiera robado, no habría estado tan desesperada por mi situación económica. Lo que dice no tiene lógica.

Lord Brant la miró fijamente.

Zac: Tal vez sucedió algo con el dinero que recibió de la venta. Quizá se lo robaron, o se lo gastó, o…

Ness: O tal vez soy inocente. Tal vez nunca me llevé ese collar, nunca lo vendí y, por tanto, nunca tuve dinero.

Lord Brant no se creyó ni una palabra, ella lo notó en su cara. El corazón le latía con fuerza y tenía las mejillas encendidas. ¿Sabría él lo aterrorizada que se sentía? Nerviosa, se alisó un rizo rebelde que se le formaba en la espalda.

Ness: Y esas mujeres… ¿trabajaban al servicio del barón?

Zac: Supongo. Vanessa, si se encuentra usted metida en un problema, tal vez yo pueda ayudarla. Dígame la verdad. No la creo capaz de cometer ese tipo de delitos sin una razón. Cuénteme qué ha hecho y déjeme ver qué puedo hacer para solucionar las cosas.

Habría querido hacerlo. Dios, deseaba contarle la verdad más que cualquier otra cosa en el mundo. Deseaba arrojarse en sus brazos y rogarle que la salvara. Pero si lo hacía, si le contaba que Alysson y ella eran las hijastras de Harwood, el código de honor entre caballeros le obligaría a entregarlas al barón. Y ella no podía consentir que eso sucediera.

Ness: Se lo contaría, señor, si hubiera algo de cierto en la historia. Pero no lo hay. Alysson y yo no somos esas mujeres. No somos las que cometimos esos delitos.

En el rostro del conde se tensó un músculo.

Zac: Si me miente, Vanessa, me encargaré de que caiga sobre usted todo el peso de la ley.

Ness palideció. Él mismo las llevaría a prisión. Allí decaerían durante años, tal vez incluso morirían. Dios, debía armarse de valor para mirarle a la cara y mentirle de nuevo.

Ness: Le he dicho la verdad.

El conde mantuvo los ojos clavados en ella unos instantes más, y acto seguido se volvió.

Zac: Eso es todo -sentenció con voz áspera, sin girarse para mirarla-. Por el momento.

Ness se levantó, temblorosa. Tan discretamente como pudo, salió del gabinete. Alysson y ella debían huir de nuevo, salir de Londres, encontrar un nuevo lugar donde esconderse.

Mientras bajaba los peldaños que conducían al vestíbulo, para desde allí descender a su cuarto, las lágrimas le nublaban la visión. Tendría que contárselo todo a Alysson. No tenía idea de adónde podrían dirigirse. Pero, fuera como fuese, habrían de encontrar una salida.

Entretanto, su comportamiento debía seguir siendo normal en todo. Realizaría sus tareas como de costumbre hasta que la jornada hubiera terminado.

Esa noche transmitiría a Alysson las terribles noticias. Y tendrían que irse de allí.

«¡Maldito sea el infierno!»

Zac dio un puñetazo a la librería de nogal de su gabinete. No sabía si quería azotar a Vanessa por haberle mentido o si debía admirar la valentía que había demostrado al plantarle cara ante uno de sus arrebatos de ira.

Eran pocos los hombres que se atrevían a ello. Ashley era la única mujer que se atrevía a hacerlo, y sólo porque sabía que él jamás haría daño a una mujer. Vanessa sí había sentido temor, que era lo que él quería, pero aun así no se había acobardado y había hallado la fuerza suficiente para desafiarle.

Él sabía que era culpable. Vanessa mentía muy mal y él había visto su engaño claramente escrito en su rostro. Lo que no sabía era por qué lo había hecho; como le había confiado a ella misma, no creía que fuera la clase de persona que comete esos delitos sin motivo. Sabía que debía informar a las autoridades, pero algo en él se negaba a hacerlo. Antes de decidir qué decisión tomar, necesitaba aclarar los hechos.

Mientras se encaminaba a su escritorio, se juró que así lo haría. Contrataría a un informante de Bow Street al que conocía bien. Se sentó, cogió la pluma y la mojó en el tintero para redactar el mensaje que haría llegar a Justin McPhee, y en el que le pediría que averiguara lo más posible de Harwood, del robo del collar y de las sirvientas que supuestamente lo habían robado.

Ya había recurrido con anterioridad a los servicios de McPhee y se había sentido satisfecho con los resultados. Selló el sobre con una gota de pasta y ordenó a un lacayo que fuera a entregarla a Bow Street. Una vez conociera los hechos -y suponiendo que hubiera juzgado correctamente a Vanessa-, hallaría el modo de ayudarla.

Entretanto, le pediría a Simon que no le quitara ojo de encima, para asegurarse de que no intentaría fugarse en su ausencia.

Suspiró, y su mente regresó a otros acontecimientos recientes. El día anterior, el coronel Pendleton había aparecido por casa con la noticia que esperaba. La fuga de la cárcel de Calais ya se había organizado. El barco Nightingale, que Zac había contratado para que realizara el viaje, pondría rumbo a Francia esa misma noche. Si todo salía bien, Andrew quedaría libre y el barco zarparía de regreso al país a lo largo de la tarde siguiente.

Tan pronto terminó de cenar, regresó a su gabinete. La noche era oscura, no se percibía el menor rastro de luna y una niebla espesa avanzaba por las calles, cubriéndolas con su manto. Unos golpes en la puerta le hicieron apartar la vista de la ventana, e instantes después William Hemsworth, duque de Sheffield, hizo su entrada en el gabinete. Se trataba de un hombre tan alto como Zac, de cabello rubio y estructura fuerte.

Will: Creo que todo está listo -dijo, acercándose al aparador para servirse una copa-.

Zac: Por nuestra parte todo está preparado -confirmó-.

Will estaba decidido a acompañarlos. Era amigo de Andrew y de Zac, un hombre muy capaz en diversos aspectos. Si algo iba mal, lord Brant se alegraría mucho de tenerlo a su lado.

Will: El plan es anclar en un puerto, cerca de Cap Cris-Nez, al sur de Calais -explicó-. Un bote llevará a Andrew hasta el barco poco después de medianoche. Lo único que tendremos que hacer entonces será dar media vuelta y traerlo a casa. -Hizo girar el coñac en la copa-. Parece demasiado fácil.

Zac había estado pensando lo mismo.

Zac: Lo sé.

Will: Confiemos en tener suerte. O en que la tenga Andrew.

Brant asintió.

Zac: Todavía es temprano. Tengo un par de cosas que hacer. El Nightingale está anclado en el muelle de Southwark, cerca del puente. Nos reuniremos allí a medianoche.

Will se acabó el coñac y dejó la copa vacía sobre el aparador.

Will: Nos vemos a bordo.

Zac lo vio salir, y al momento sus pensamientos regresaron a su primo y a su ama de llaves. En los días siguientes, su intención era dejar resueltos los dos problemas.

Ness regresó a la oscuridad del pasillo y observó la partida del duque de Sheffield, alto, elegantemente vestido. Oyó el repicar de sus costosas botas de caña alta en el suelo de damero. No debería haber espiado la conversación, y no lo habría hecho de no encontrarse en una situación tan desesperada. Pero hasta que Alysson y ella estuvieran a salvo, lejos de Londres, le convenía informarse de lo que tramara el conde.

Para su alivio, el encuentro con el duque no tenía nada que ver con ellas, sino con el plan que habían preparado para rescatar al primo de lord Brant.

Un plan que pasaba por navegar hasta Francia esa misma noche.

Mientras subía la escalera que conducía al dormitorio de Alysson, en la tercera planta, Ness reflexionaba. Su jornada de trabajo había concluido. Había llegado el momento de abandonar la casa, de alejarse todo lo posible de Londres. Su amiga Brittany se enfadaría si no le enviaba aviso de su partida, pero no quería implicarla a menos que fuera estrictamente necesario.

Llamó a la puerta y Alysson abrió. Ya se había puesto el camisón, y llevaba la cabellera rubia recogida en una trenza. Ness entró en el dormitorio y cerró tras ella con sigilo.

Alysson: ¿Qué sucede? Pareces algo alterada.

Ness suspiró.

Ness: Me temo que traigo malas noticias.

Alysson: ¿Malas noticias? ¿Qué malas noticias? -Palideció de pronto-. No me digas que han descubierto quiénes somos.

Ness: Indirectamente, me temo que sí. O al menos el conde lo sospecha. Debemos irnos antes de que descubra la verdad.

Los preciosos ojos azules de Alysson se humedecieron.

Alysson: ¿Y a dónde iremos? Oh, Ness, ¿qué vamos a hacer? A mí me gusta esta casa. No quiero irme.

Ness: Ya lo sé, cielo, pero no tenemos alternativa. Si nos quedamos, nos detendrán. Y creo que conozco un lugar donde estaremos a salvo.

Alysson: ¿Qué lugar? -Preguntó entre sollozos-.

Ness: Francia.

Alysson: ¿Francia? Creía que estábamos en guerra con Francia.

Ness: Inglaterra está en guerra con Francia. Tú y yo no estamos en guerra con nadie. Y el conde va a navegar hasta sus costas esta misma noche.

Ness le explicó su plan, que consistía en colarse en el barco, esconderse en las bodegas, y salir cuando éste se encontrara anclado en el puerto, para finalmente ir a nado hasta la orilla.

Alysson: ¡Pero si yo no sé nadar, Ness!

Ness: Tú no, pero yo sí. -Cuando estudiaba en la academia, a veces, por las tardes, Britt y ella se escapaban hasta el río. Uno de los chicos del pueblo les había enseñado a nadar. Alysson siempre había querido aprender, pero nunca había reunido el valor suficiente para dejar que su hermana le enseñara-. No atracarán lejos de la costa, yo te ayudaré a llegar hasta la orilla.

Alyson: No sé, Ness…

Ness: Saldrá bien, ya lo verás. Las dos hablamos un francés perfecto. Nadie sospechará que somos inglesas. Iremos a París. Tal vez allí encontraré el empleo de institutriz que aquí nadie me ofreció.

Alysson, nerviosa, se humedeció los labios.

Alysson: ¿Crees de verdad que puede salir bien?

Ness: Estoy segura. Ahora vístete y prepara tu bolsa. Cuando termines baja a mi habitación.

De nuevo en el pasillo, Ness pensó en el conde y se preguntó si habría dado instrucciones a alguien para que las vigilara en su ausencia. Empezaba a familiarizarse con su modo de proceder, con el curso de sus pensamientos. No le extrañaría que así fuera. Simon era la persona más adecuada. Debería asegurarse de que el mayordomo no las viera.

Las ruedas del taxi chirriaron en el tenso silencio que las rodeaba. Encontrar un carruaje de alquiler no había sido fácil, pero al fin Ness había conseguido uno a cuatro calles de la casa. Según la conversación que había oído aquella tarde, el Nightingale estaba atracado cerca del puente, en los muelles de Southwark. Se trataba de una zona poco recomendable para dos jóvenes damas. Deberían actuar con cuidado, ir directamente al barco y rezar para poder abordarlo sin ser vistas.

Alysson: ¿Llegamos ya, Ness?

Ness: Pronto, cielo.

Alysson: ¿Cómo haremos para subir al barco? -preguntó pronunciando el interrogante que su hermana había intentado evitar-.

Ness: No te preocupes, ya se nos ocurrirá algo cuando lleguemos.

Sin duda iba a resultarles de gran ayuda la niebla, una niebla que se hacía más espesa a medida que el carruaje se acercaba a los muelles.

Ness: El Nightingale debería estar junto al puente -informó al cochero, más nerviosa cuanto más se aproximaban-. ¿Lo distingue? -A lo largo del embarcadero cabeceaba una multitud de mástiles. Entre la densa niebla, ¿cómo harían para encontrar el suyo?-.

Cochero: El jefe del puerto sabrá decírnoslo. Si lo desea, puedo bajar a preguntar.

Ness: Sí, por favor -respondió, aliviada-.

Minutos después ya estaban de nuevo en marcha y se dirigían al amarre que el jefe del puerto había indicado.

Ness dio las gracias al cochero, le entregó una propina por las molestias y ambas bajaron del carruaje, envueltas en niebla.

Alysson: Creo que ya lo veo -susurró-.

Ness leyó el nombre en la proa.

Ness: Sí, y en cubierta sólo hay un par de hombres que parecen bastante ocupados.

Se acercó a su hermana para bajar un poco más la capucha de su capa y asegurarse de que le cubría todo el cabello, y ella se colocó bien la suya. Tras agarrar a Alysson de la mano, avanzó hacia el barco.


2 comentarios:

Carolina dijo...

=O =O =O !!
se iran a francia!!
y encima se colaran!
claro asi estaran en menos problemas ¬¬!
= me ha encantado!!
sigan comentando!!

LaLii AleXaNDra dijo...

O_o
waoooo
el capi estuvo super...
Se iran...
ahora una aventura mas para ellas..
siguela pronto..
Muacc

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