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sábado, 28 de mayo de 2011

Capítulo 14


Abandonaron el barco en Boston, una modesta población de mercaderes que en la Edad Media fue el principal puerto de Inglaterra. Andrew había ordenado que varios carruajes los trasladaran a los tres -a él, a Brittany y a Phoebe-, así como el equipaje, hasta Belford Park, su residencia de Gloucester. Según Andrew, la casa, rodeada por quinientos acres de tierra, se alzaba entre los pueblos de Broadway y Winchcombe, en un término conocido como Belford End. Adam y Alan regresarían en barco hasta Londres.

No tardaron mucho en ponerse en marcha. Brittany se despidió del escocés y del pequeño, los dos amigos que había hecho a bordo, y a continuación iniciaron el trayecto por tierra. Andrew viajaba con Brittany, y Phoebe en el segundo carruaje, con las maletas.

Andrew: Es un viaje largo -le informó-. Tal vez puedas echar una cabezada en el camino.

Lo cierto era que ya empezaba a cansarse más.

Britt: Al menos lo intentaré.

Aunque no le sería fácil conciliar el sueño bajo la mirada ardiente de su esposo.

Con todo, el vaivén del carruaje la mecía, y de vez en cuando se adormecía un poco. Pasaron la primera noche en la Posada del Rey Jaime, en Oakham, y la segunda en Warwick, en un establecimiento llamado simplemente El Ganso. Durante el día, Andrew hablaba poco, aunque su mirada se posaba en ella una y otra vez. Brittany notaba que, en el interior del carruaje, la tensión aumentaba, sentía sus miradas ardientes que la devoraban. Cuando el deseo crecía hasta tal punto que les resultaba insoportable, él abandonaba la cabina y se instalaba en el banco, con el conductor.

Por las noches compartían la cama.

Brittany pensaba precisamente en esas noches llenas de pasión cuando el vehículo, recorriendo caminos surcados por los carriles, cubría las últimas millas que los separaban de Belford. Aunque Andrew le hacía el amor con gran entrega, parecía reservarse algo, una parte de sí mismo que se negaba a compartir. Y el caso era que ella, según descubrió, hacía lo mismo.

Atardecía ya en el tercer día de su viaje por tierra cuando, tras doblar una curva, traspasaron las altas puertas de hierro de la verja tras la que se encontraba Belford Park. Brittany miró por la ventanilla y no pudo evitar sentirse atraída por el espléndido paisaje, quinientos acres de verdes colinas salpicadas de viejos robles.

Mientras el carruaje avanzaba por el sendero de gravilla, en dirección a la casa, ella veía acercarse la mansión. Construida en piedra dorada de Costwold, la majestuosa residencia contaba con tres plantas, y sus ventanas, rematadas en arco y con parteluz, se sucedían a lo largo de las tres fachadas, que se abrían a los jardines de la parte trasera.

Andrew: Se construyó a principios del siglo XVIII -le informó al ver que contemplaba la casa-. Yo viví aquí con mi familia hasta la muerte de mis padres, y entonces los tres hijos nos trasladamos a la residencia de los condes de Brant.

Britt: ¿Los padres de Zac?

Andrew: Así es. La condesa era la hermana de mi padre.

Britt: ¿Y cómo… cómo murieron tus padres?

Andrew volvió la cabeza y miró largo rato por la ventanilla. El doloroso recuerdo dibujó un corte en su frente.

Andrew: Sufrieron un accidente con el carruaje cuando iban camino de Londres. Mi padre sobrevivió varios días, pero sus heridas eran demasiado graves y no logró reponerse.

Britt: ¿Cuántos años tenías cuando sucedió?

Andrew: Tenía sólo ocho años, pero recuerdo muy bien a mis padres.

Y ella sospechaba que los echaba de menos. Que los había añorado durante toda su vida. Lo mismo que ella había echado de menos el amor del suyo. Lo miró de reojo. Era su esposo, sí, pero sabía muy poco de él. Quizás, una vez instalados, se abriera a ella y le contara más sobre su pasado.

El carruaje alquilado se detuvo frente a la casa y dos lacayos rubios con uniforme azul celeste montaron la escalerilla para ayudarles a bajar. Mientras descendía, Brittany se fijó en el perfecto estado del exterior de la casa, el césped recortado a la perfección, los nenúfares que flotaban en el estanque… Pero al acceder al impresionante vestíbulo, sobre el que pendía una enorme araña de cristal, vio que a las paredes les hacía falta una mano de pintura y que las alfombras parecían tan estropeadas como las de su tía Matilda.

Miró a Andrew y vio que él también se había percatado y fruncía el ceño.

Andrew: Kate me dijo que la casa necesitaba urgentemente una puesta a punto. Ya veo que tenía razón. Una vez que regrese a la ciudad, ésa será mi prioridad.

«Una vez que regrese a la ciudad.» No había dicho «regresemos», sino «regrese». Un escalofrío de temor recorrió el espinazo de Brittany. ¿Pretendía dejarla allí y regresar sin ella a Londres?

No tuvo tiempo para preguntar, pues una mujer rubia, pequeña, vestida de luto de los pies a la cabeza, hizo su entrada en el vestíbulo.

Kate: ¡Andrew! ¡Qué alegría verte! ¡Cuánto tiempo!

Habían avisado de su llegada hacía unos días para no pillar desprevenida a la señora de la casa. Y lady Belford, que tal vez tenía unos cinco años más que Brittany, parecía alegrarse sinceramente de verlos.

Andrew: La culpa de no haber venido antes ha sido sólo mía -respondió inclinándose para estamparle un beso en la mejilla-.

Kate: Estoy de acuerdo contigo, aunque ahora ya estás aquí y te lo perdono todo.

Andrew: Gracias, es todo un placer volver a verte.

Andrew le había hablado muy poco de la viuda de su hermano, le había dicho sólo que éste había muerto de gripe mientras él se hallaba encarcelado en Francia, y que Kate lo había llorado desconsoladamente. Aunque aquella mujer de corta estatura y complexión fuerte sonreía, no cabía duda de que bajo sus ojos anidaban las ojeras, ni de que, por más esfuerzos que hiciera por disimularlo, el gesto de su boca era triste.

Kate: El ama de llaves ha preparado las habitaciones principales. Yo he trasladado mis cosas a la casa de la viuda, en lo alto de la colina.

Andrew: No tenías por qué hacerlo -intervino frunciendo el ceño-. No he venido con la intención de usurpar tu casa.

Kate: Ahora esta casa es tuya, Andrew. Además, la de la viuda es muy bonita. No sé si recuerdas que tu madre la reestructuró por completo poco antes del accidente. Cuando Charles pasó a ser marqués, siempre mantuvo el lugar en buen estado. Creo que lo hacía por razones sentimentales.

Andrew: Sí, eso era típico de él. Si no recuerdo mal, su intención era iniciar reformas en la casa principal. -echó un vistazo al papel pintado, que había perdido gran parte de su brillo, y se fijó también en los suelos de mármol desconchados-. Según veo no llegó a materializar su deseo.

Kate: No… -apartó la mirada-. Apenas había empezado a tratar de lo que debía hacerse cuando cayó enfermo.

Los ojos de Andrew se encontraron con los de Brittany.

Andrew: Ahora la marquesa eres tú. Tal vez desees encargarte de los cambios.

Una vez más, otra señal que le decía que iba a quedarse en casa sola. Miró a su esposo, tratando de leerle el pensamiento. Parecía más distante que nunca, y se le encogió el corazón. Ella lo había amado. De aquello parecía hacer milenios. Quería preguntarle qué planes tenía para su futuro en común, pero no era el momento.

Kate: ¿Por qué no le muestro a Brittany su habitación? -sugirió-. Estoy segura de que le irá bien descansar un poco después de un viaje tan largo.

Britt: Gracias -intervino haciendo esfuerzos por reprimir un suspiro de agotamiento-. Le estaría eternamente agradecida.

Andrew: Yo subiré dentro de un rato. Hacía mucho que no venía a Belford y me gustaría echar un vistazo a la casa, para familiarizarme otra vez con ella.

Britt: Por supuesto.

Brittany lo vio alejarse y se fijó en la tensión que se acumulaba en sus hombros, y en su cojera, algo más pronunciada. Se preguntó qué dolorosos recuerdos albergaba la casa para él. Cuando entró en uno de los salones, Kate la condujo arriba y le mostró las habitaciones principales.

Se trataba de unas encantadoras habitaciones para uso exclusivo de la marquesa que se componían de dormitorio y saloncito privado. Las habitaciones del marqués, contiguas a éstas, resultaban más grandes e incluso más impresionantes. No le costó imaginar lo preciosa que había sido la suite antes de que las costosas telas de seda empezaran a deteriorarse.

Al menos los muebles de palisandro, pulidos y brillantes, se mantenían como el primer día.

Kate: Ahora que eres la marquesa, deberías hacer lo que más te apeteciera con la casa. A mí nunca se me han dado bien esas cosas, pero sería agradable ver que todo recupera su antiguo esplendor.

Brittany pensó que si su matrimonio con Andrew fuera distinto, un matrimonio por amor, nada le gustaría más que hacer de aquel sitio su hogar.

Pero las cosas eran como eran, y ella se sentía tan fuera de lugar allí como en casa de los Snow, pues el doctor no era su verdadero padre, y además, a causa de la infidelidad de su madre, le había amargado la existencia desde que era niña.

Kate: Haré que te envíen un baño caliente, y le pediré a tu doncella que deshaga el equipaje. Tal vez después te apetezca descansar un rato. -Abrió la puerta-. Espero verte a la hora de la cena.

La puerta se cerró y minutos después apareció Phoebe seguida de un par de lacayos que cargaban con una humeante bañera. Brittany se sumergió con placer en el agua caliente mientras la doncella vaciaba los baúles, y más tarde se echó a descansar un rato antes de la cena.

No vio a Andrew hasta que casi era hora de bajar al comedor. Entonces oyó que llamaba con gran cortesía a la puerta. Considerando el descaro con el que entraba en el camarote que compartían a bordo del barco, aquella discreción le parecía tan impropia que estuvo a punto de esbozar una sonrisa.

Andrew: Pareces más descansada -le dijo formalmente cuando abrió la puerta para dejarlo entrar, y su sonrisa se heló antes de llegar a sus labios-.

Britt: Sí, me siento como nueva tras el baño. -Lo miró de reojo-. Claro que no me habría venido mal contar con alguien que me frotara la espalda.

No tenía idea de por qué había dicho eso, pero al ver que los ojos claros de Andrew se ensombrecían con el recuerdo de aquel otro baño, sintió una punzada de satisfacción.

Andrew: Lo tendré en cuenta -respondió alargándole el brazo para acompañarla a la planta principal-.

La cena en el comedor íntimo, situado en la parte trasera de la casa, transcurrió sin sobresaltos, aunque ninguno de los invitados parecía excesivamente hablador. Brittany estaba preocupada por los planes que Andrew pudiera tener para ella, y Kate añoraba a su esposo en silencio, aunque ya había transcurrido más de un año desde su muerte. Tal vez la presencia de su cuñado se lo recordara. Brittany le envidiaba el tiempo que ella y Charles habían pasado juntos, pues sin duda su enlace había sido producto del amor.

Kate: ¿Has visitado los establos? -le preguntó a Andrew-.

Andrew: Sí. Rick, el jefe de las caballerizas, parece estar haciendo un buen trabajo.

Kate: Rick es un cielo. Con todo, a Charles le encantaría saber que hay alguien que se ocupa de verdad de los caballos. Ya sabes cómo le gustaban.

Andrew asintió y se dirigió a Brittany.

Andrew: Charles se decantó siempre por los caballos. Yo, en cambio, adoraba el mar.

Britt: Debes añorarlo -intervino-.

Andrew: Entre las posesiones de la familia se encuentran varias empresas marítimas. De vez en cuando todavía visito los astilleros.

Britt: En ese caso, piensas mantener el Diablo de los Mares -apuntó-.

Él le clavó la mirada unos instantes, se detuvo en los senos.

Andrew: Sí, es un barco que me trae recuerdos interesantes que no me gustaría olvidar.

Sus ojos claros le decían que recordaba sus numerosos encuentros -y el delicioso resultado final-, y casi sin querer esbozó una tímida sonrisa. Los pezones de Brittany se irguieron al momento, y al notarlo se ruborizó.

Andrew la observó un instante más, y el momento de coqueteo privado se desvaneció.

Tras la cena, Andrew y Brittany se retiraron cada uno a sus respectivos dormitorios. A juzgar por el deseo que había leído en sus ojos, ella creyó que querría meterse en su cama, pero no se lo pidió.

Tampoco lo hizo la noche siguiente. Parecía querer distanciarse de ella, sus conversaciones se habían vuelto formales, breves. Nunca hablaba del futuro, ni del hijo que esperaba, ni siquiera cuando se quedaban a solas.

La tercera noche volvió a dormir solo.

Brittany se dijo que no lo echaba de menos.

Andrew debía irse de allí. Cada minuto que pasaba con Brittany le hacía caer más y más en su hechizo. Nunca se había sentido tan atraído por una mujer, jamás había deseado tanto a ninguna. Esas pasadas noches se había mantenido alejado de ella a propósito, se había obligado a dormir solo, en su cama, en vez de cruzar el umbral que lo separaba de ella, en vez de hacerle el amor con todo el deseo. Se había acostumbrado a dormir con ella, a sentir su cuerpo tibio acurrucado junto al suyo. Maldita sea, ya casi no lograba conciliar el sueño si no estaba a su lado.

Se había casado con ella por obligación, había asumido la responsabilidad de haberla dejado embarazada. Jamás se le ocurrió que casarse con Brittany le llevaría a sentir que le pertenecía, que pasaba a ocupar un espacio en su futuro, y no sólo en su pasado.

Debía regresar a Londres, liberar su mente de los pensamientos que le llevaban hasta ella, ser capaz de darle menos importancia a las cosas. Una vez que se encontrara en la ciudad retomaría su vida de antes, se libraría del constante deseo que sentía por ella. Y podría seguir buscando a Forsythe, ver si se había descubierto algo más.

Dudaba de que se pudiera hacer gran cosa. Lo más probable era que estuviera viviendo tranquilo y lujosamente en Francia.

Seguro que a Brittany le alegraría saberlo.

Andrew deseaba ver ahorcado a ese hombre.

La diferencia de pareceres respecto del vizconde era otro de los motivos que le empujaban a irse. Por más que fueran marido y mujer, eso era algo que no cambiaría jamás.

A la mañana siguiente envió una nota al dormitorio de Brittany en la que solicitaba su presencia en la biblioteca. Al cabo de media hora, llamaron a la puerta y ella entró en la sala con un vestido de gasa blanco nieve que resaltaba aún más sus ojos azules y sus maravillosos rizos rubios recogidos. Se veía tan dulce, y a la vez tan seductora… Cuando esbozó una dudosa sonrisa, él sintió como si acabaran de patearle el estómago.

«Por Dios.»

El deseo que sentía por Brittany parecía no tener fin. Si le quedaba alguna duda sobre si obraba bien al marcharse, ella misma acababa de evaporarla.

Se acercó a ella y se detuvo al llegar a la mesa de caoba junto a la que permanecía, de pie.

Andrew: Te he mandado venir para que hablemos del futuro. -No le pasó por alto que la inquietud asomaba a los ojos de su esposa-. ¿Quieres sentarte?

Britt: Creo que prefiero seguir de pie.

Andrew no replicó. Quería acabar con aquello de una vez por todas.

Andrew: Lo he pensado mucho, Brittany. Creo que lo mejor para los dos será que tú te quedes en Belford Park y yo me traslade a Londres.

Ella levantó la barbilla.

Britt: ¿Y por qué?

Andrew: Entre otras cosas, si mis cálculos no fallan, estás embarazada de tres meses. La espera te resultará mucho más agradable aquí, en el campo, que en la ciudad.

Britt: Entiendo. Lo que tratas de decirme es que ya te has cansado de mí y que quieres retomar la vida que llevabas antes.

«¿Cansado de ella?» No precisamente. Si se iba era porque no parecía cansarse nunca.

Britt: ¿Por qué te casaste conmigo, Andrew?

Andrew: Eso ya lo sabes, Brittany. Llevas en tu vientre un hijo mío. Y ese niño necesita un apellido.

Ella apartó la mirada. A ninguna mujer le gustaría oír esas palabras, y ella no era una excepción, pero eran las únicas que él podía permitirse pronunciar.

Britt: El hijo es tuyo, Andrew. ¿Es que no te importa lo más mínimo?

Andrew: Al bebé, sea niño o niña, no le faltará nada. A eso ya me he comprometido.

Britt: Sí, lo has hecho. Y sin duda eres un hombre de palabra.

La sangre tiñó ligeramente los pómulos de Andrew.

Andrew: Nunca te he mentido, Brittany, jamás te prometí más de lo que tienes. Un número considerable de parejas casadas llevan vidas separadas. Es bastante probable que si te hubieras casado con otro hombre, tu vida fuera bastante parecida.

Brittany apretó los labios.

Britt: Te equivocas, Andrew. No sería parecida, porque jamás me habría casado con un hombre al que no le importara lo más mínimo. -Él no trató de contradecirla. No podía permitir que ella conociera lo profundos que eran sus sentimientos por ella-. Por otro lado -añadió pasando un dedo por la superficie pulida de la mesa-, tal vez tengas razón. Yo siempre he sido una mujer independiente. De este modo, tú tendrás tu vida y yo la mía. Al fin y al cabo, los dos podemos ser felices.

Andrew frunció el ceño.

Andrew: ¿Qué quieres decir?

Britt: Lo único que hago es darte la razón; tal vez vivir separados no sea tan mala idea. Los dos podríamos obtener placer siempre que se presentara…

Andrew la atrajo hacia él bruscamente y ella ahogó un grito.

Andrew: Ni se te ocurra ponerme los cuernos. Eres mi esposa. Me perteneces, y eso no va a cambiar.

Ella le miró fijamente y algo se iluminó en sus ojos, un gesto femenino, astuto, que hizo que Andrew quisiera darse media vuelta y alejarse de allí.

Ella arqueó una ceja.

Britt: Sólo te pido algo que considero de justicia. Si no deseas que busque la satisfacción fuera de casa, entonces tendrás que ocuparte tú de la tarea.

Andrew apretó los dientes. Por Dios, esa mujer era imposible. La atrajo hacia sí, y el contacto le endureció la entrepierna.

Andrew: Eres una brujita. ¿Te atreves a amenazarme?

Britt: Lo único que digo es que lo que es bueno para el gallo también lo es…

Sin darle tiempo a terminar la frase, le selló la boca con los labios. Llevaba días deseándola, las ganas despertaban en él cada vez que ella aparecía ante sus ojos. La tomó por la cintura, la tumbó boca arriba sobre la mesa de la biblioteca y se tendió sobre ella.

Andrew: ¿Quieres satisfacción? Ya me encargaré yo de que la tengas.

Brittany ahogó un grito cuando él le levantó el vestido blanco de gasa y se encajó entre sus piernas. Estaba totalmente abierta para él, que descubrió lo suave y húmedo de su lugar más secreto y empezó a acariciarlo. Se desabotonó la portañuela de los pantalones, liberando su palpitante erección.

A Andrew le sorprendió descubrirla tan mojada y dispuesta. Una mujer cuyas pasiones coincidían con las suyas -pensó en algún lugar oculto de su mente-. Montado sobre ella la besó, se hundió en su cuerpo, embistió su acogedora carne hasta que la llenó por completo.

Andrew: ¿Es esto lo que quieres, Brittany? -La penetró profundamente y oyó su gemido apasionado-. Eres mía. -Una nueva embestida-. Te entregarás a mí y a ningún otro.

Sintió que las piernas de Brittany se cerraban alrededor de su espalda, que su cuerpo se arqueaba bajo el suyo, que se adaptaba al ritmo que él marcaba, dejándole entrar cada vez más adentro. Con ninguna otra mujer había encajado tan a la perfección. La poseía una y otra vez, y Brittany lo poseía a él.

Alcanzaron juntos el clímax, los músculos de él se contrajeron y Brittany dejó escapar un gritito de placer.

Pero al cabo de poco la realidad volvió a hacerse presente entre los dos.

Hasta ese momento no se le había ocurrido pensar que acababa de poseer a su esposa en la biblioteca. ¿Cómo podía haber perdido el control de ese modo?

La ayudó a descender de la mesa y le bajó la falda, mientras hacía esfuerzos por no alegrarse del gesto de satisfacción de su esposa, ni del rubor que asomaba ya a sus mejillas.

Andrew: Volveré -se oyó decir a sí mismo mientras se abotonaba de nuevo la portañuela de los pantalones-. Nada de otros hombres.

Ella le sostuvo la mirada.

Britt: Nada de otras mujeres, Andrew.

Y entonces dio media vuelta y se alejó.

Brittany, junto a la ventana de su habitación, observaba a Andrew, que se preparaba para partir. Se había vestido con la ropa que llevaba en el barco, con su camisa blanca de manga ancha, sus pantalones negros y ajustados, sus botas de caña alta que le llegaban a las rodillas. Al brazo, doblada, una chaqueta de montar. Un mozo de cuadra le acercó un caballo negro, y él ató la chaqueta a la silla. Le pasó una mano por el cuello y se montó con la misma facilidad con que hacía todo lo demás.

En ese momento, y durante un solo instante, alzó la vista, miró hacia la ventana de la habitación de Brittany y sus ojos se encontraron. Los de él, del color del cielo en un día fresco de otoño, los de ella llenos de una angustia que esperaba que él no distinguiera. Andrew se iba, tal como ella se había temido, y con él se alejaba cualquier esperanza de felicidad futura.

Lo vio partir al galope, alto, delgado, ancho de hombros, con gran soltura al caballo y la misma confianza en sí mismo que la que demostraba en la cubierta del barco. Brittany observó al jinete y a su montura alejarse por el sendero y desaparecer entre los árboles, y se le encogió el corazón.

Había tratado de crear una coraza en su interior, de cerrarse a sus sentimientos. Después de todo, su esposo era el capitán diabólico.

Pero había algo en Andrew Seeley, algo en él que le atraía como nadie. Además de su atractiva presencia, de su cuerpo delgado pero musculoso, de sus notables dotes de amante, había algo en sus ojos, una soledad que se le metía dentro y pulsaba la tecla de su propia soledad.

Algo que la llevaba a desear que esos preciosos ojos azules se llenaran de felicidad y de amor.

Sabía que eso no iba a suceder, y convencerse de lo contrario le había servido sólo para desgarrar su corazón herido. Miró por la ventana. El sendero estaba vacío. Andrew se había ido.

Ahora eran marido y mujer, sí, pero nada había cambiado.

2 comentarios:

TriiTrii dijo...

Pobre britt :(
Ahora es infeliz
Y drew es un estúpido!!
Ya quiero saber q pasaraa
Siguelaa!
Esperare el siguiente capii
Bye byee
Besos!!!;)

caromix27 dijo...

tu blog me odia!!
me acaba de borrar el coment ¬¬
ps io tb lo odio a el ¬¬
me ha daod pena... pero ia drew se dara cuenta de la mujer q tiene al lado!!
sigan comentando chicas!!

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