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lunes, 2 de mayo de 2011

Capítulo 8


La cubierta del Nightingale se mecía suavemente bajo los pies de Zac. Siempre había adorado el mar, su belleza, su inmensidad, el aire salado que azotaba su rostro, los graznidos de las gaviotas sobre su cabeza, aunque su pasión no podía compararse a la de Andrew, que vivía y respiraba mar, y sentía delirio por los barcos y la navegación desde niño.

Era natural que Andrew, el segundo hijo del marqués, se hubiera alistado en la Marina inmediatamente después de graduarse. Zac no sabía cómo iba a tomarse la muerte de su hermano, que se había producido mientras él estaba en prisión, lo que le convertía en marqués de Belford y en un hombre con toda una nueva serie de responsabilidades. Por suerte, la familia también contaba con intereses marítimos, de modo que Andrew no se sentiría del todo como pez fuera del agua.

Si es que seguía con vida.

Zac se paseaba por la cubierta, oyendo el crujido de los altos mástiles de pícea y el golpeteo de sogas y poleas en las jarcias. La noche estaba oscura como boca de lobo, y el mar parecía una sombra densa e interminable. A medida que navegaban rumbo al este la fuerza del viento aumentaba. La superficie del agua no tardaría en poblarse de olas espumosas que permanecerían invisibles bajo el manto negro de la noche.

Zac aspiro a pleno pulmón el aire húmedo y salado, oyó el sonido de las olas que cortaba el casco, y rezó por que el viaje no fuera en vano.

Alysson apretó con fuerza la muñeca de su hermana.

Alysson: ¿Has oído eso?

En la bodega del barco, Ness se volvió en la oscuridad.

Ness: Sólo es el casco, que cruje.

Alysson: Creo que son ratas. No soporto las ratas, Ness.

Como era muy probable que aquellos ruidos los causaran, en efecto, algunos roedores, Ness se limitó a apoyarse contra las tablas de madera del casco.

Subir a bordo había sido más sencillo de lo que había imaginado. Los dos marineros que trabajaban en cubierta estaban ocupados cargando los suministros en el barco. En el mástil de proa había una antorcha encendida que las guió hasta la escalera que descendía hasta la bodega. Al fondo de ésta, otra lámpara encendida iluminaba ligeramente el interior. A toda prisa, habían inspeccionado el contenido de aquel espacio y decidido esconderse tras un montón de sacos de legumbres.

Pero un marinero había bajado y apagado la lámpara, por lo que ahora la oscuridad era total.

Ness: No pasaremos mucho rato aquí abajo. Tan pronto el barco ancle en el puerto, saldremos a cubierta con sigilo y saltaremos por la borda. Hasta entonces debemos ser fuertes. Imagínate que estamos viviendo una aventura. -A Alysson siempre le habían gustado las aventuras. Al menos las imaginarias-.

Alysson: Sí, supongo que eso es lo que es. Yo nunca había subido a un barco, y una vez en Francia estaremos a salvo.

Ness: Bien dicho, tesoro.

Lo único que debían hacer era evitar a lord Brant, al capitán y a la tripulación del Nightingale, llegar sanas y salvas a la costa, recorrer un territorio desconocido -evitando los peligros que acechaban en los caminos-, y tratar de hallar un lugar donde les ofrecieran empleo remunerado.

Ness suspiró en un silencio roto sólo por las olas que rozaban la proa. Lo que desde la comodidad de la casa le había parecido tan probable, ahora le resultaba poco menos que imposible.

Al menos no tendrían que nadar. Ness se había percatado de que había una pequeña balsa de madera atada a la popa del barco. Una vez ésta anclara y la tripulación regresara al interior, pensaba usarla para llegar a la costa.

Aunque lo cierto era que en los últimos meses había planeado muchas cosas y muy pocas habían salido bien.

Zac: El mar se agita por momentos.

Zac se encontraba junto a Will, frente a la barandilla de popa. Los dos llevaban pantalones gruesos remetidos en botas de caña alta y camisas de manga larga debajo de abrigos de lana.

Will: El tiempo va a empeorar -admitió-. Pero el Nightingale es seguro, y ya hemos recorrido la mitad del trayecto.

Al llegar a la desembocadura del Támesis el viento había aumentado, y ahora navegaban vivos y veloces rumbo a su destino.

Zac: Deberemos permanecer anclados en el puerto hasta mañana por la noche. Espero que nadie nos vea y se pregunte qué demonios estamos haciendo ahí.

Will: Si Bradley es tan bueno como dice el coronel, encontrará un buen refugio a salvo de miradas curiosas.

Zac miró la lejanía.

Zac: Supongo que estoy algo nervioso. Quiero que todo salga tal como lo hemos planeado. Deseo ver a Andrew de nuevo en casa.

Will apoyó sus manazas en la barandilla y contempló el mar.

Will: Yo también.

Zac se fijó en su amigo, en la mandíbula bien delineada, la nariz recta recortada contra la luz que colgaba de los dos altos mástiles.

Zac: Hay otra cosa de la que quiero hablarte.

Will lo miró con sus ojos azules y esbozó una sonrisa.

Will: Sea lo que sea, apuesto a que se trata de una mujer. No me digas que al fin te has enamorado.

Zac sonrió también y negó con la cabeza.

Zac: No, no tiene que ver con eso, aunque sí se trata de una mujer. Y admito que muy atractiva. El problema es que la justicia la persigue.

Will: Bromeas.

Zac: Ojala. La buscan por robo e intento de asesinato.

Will: Dios mío, ¿cómo diablos te has liado con una mujer así?

Zac: No es lo que piensas, de otro modo no me habría liado con ella. O al menos eso creo. Necesito que me hagas un favor.

Will: Lo que quieras.

Zac: Quiero que averigües todo lo que puedas sobre Jack Whiting, el barón de Harwood.

William: ¿Harwood? Me temo que no nos conocemos, aunque me han llegado rumores sobre él en más de una ocasión.

Zac: A mí también. Y ninguno bueno, por cierto.

Will: Si no recuerdo mal, hace poco aparecía su nombre en el periódico.

Zac: Exacto. Dos mujeres le robaron, y una de ellas le golpeó en la cabeza. Harwood asegura que sufrió una pérdida de memoria que le duró varios meses. Ahora se encuentra en Londres, tratando de encontrar a las delincuentes.

Will le miró largamente, examinándolo.

Will: Y esa mujer… supongo que es la que le dio en la cabeza.

Zac: Ella lo niega, pero estoy seguro de que lo es.

Will: ¿Y significa algo para ti?

Zac guardó silencio unos instantes.

Zac: Dicho así, sí, supongo que sí.

Will: En ese caso preguntaré por ahí, veré qué puedo averiguar, pero a cambio me gustaría conocerla. Si una mujer puede provocar tu interés de ese modo debe tratarse de alguien muy especial.

Zac no respondió. Sólo esperaba que Simon estuviera cumpliendo sus órdenes y que Vanessa siguiera en casa a su regreso.

Alysson: No me siento bien, Ness. -Se llevaba la mano al estómago-. Creo que voy a vomitar.

«Dios mío.» Cuando planeó su huida, Ness jamás pensó en el mareo. Por el momento, ella parecía adaptarse bien al balaanceo del barco, pero no podía decirse lo mismo de su hermana.

Ness: No vas a vomitar -declaró con firmeza, deseando que el aplomo de sus palabras fuera también el de su estado de ánimo-. Está tan oscuro que todavía es peor. Cierra los ojos y tal vez te pase.

Alysson obedeció.

Alysson: Oh… -gimió-.

Ness: Piensa en otra cosa. Piensa en el precioso chal de encaje que viste en el escaparate de aquella tienda de Bow Street. Piensa en lo bien que te sentaría.

Su hermana volvió a gemir y se cubrió la boca con la mano.

Ness: Está bien, iré a ver si encuentro un cubo.

Ness se apartó del casco a cuatro patas, arrastrando la falda, intentando recordar dónde había visto un cubo cuando bajaron a la bodega.

Palpando, avanzó sobre los sacos de legumbres y siguió en dirección a la escalera, ignorando la suciedad y los ruidos de las ratas que ojalá Alysson no oyera. Dio las gracias cuando sus dedos tropezaron con el borde de un cubo de madera que se encontraba bajo la lámpara.

Junto a él encontró una caja con una mecha y una piedra. Recordó haberla visto junto a la lámpara. Sabía que no debía, pero levantó la lámpara, retiró el cristal y la encendió. Una luz ligera, amarillenta, inundó el espacio, y al momento se sintió mejor. Si alguien bajaba, seguramente creería que la habían dejado encendida por error.

Volvió junto a Alysson cargando el pesado cubo, se subió a los sacos y se instaló en la seguridad de su escondite. Una vez allí, dejó el cubo a los pies de su hermana.

Ness: ¿Estás bien?

Alysson asintió.

Alysson: Con la luz me siento mejor -murmuró con una señal de sonrisa. Pero entonces le vino una arcada y hundió la cabeza en el cubo-.

Era tarde. Faltaban pocas horas para el amanecer. Con todas las emociones de aquel día no tenía sueño, pero la jornada que le esperaba iba a ser larga y debería mantenerse alerta. Convencido de que le vendrían bien un par de horas de sueño, se quitó la camisa y la lanzó sobre la silla. Ya había comenzado a desabrocharse los pantalones cuando llamaron a la puerta.

Abrió. Eran Will y el primer oficial, Jeff Jenkins.

Zac: ¿Qué sucede?

Will no dejaba de sonreír.

Will: Un miembro de la tripulación ha encontrado a dos polizones. Después de la conversación que hemos mantenido, creo que tal vez quieras hablar con ellos.

Se dio la vuelta y empujó hacia delante a una mujer delgada.

Zac: ¿Qué diablos…? -Conocía aquella cara-. Por todos los demonios, ¡Vanessa!

Tras ella estaba Alysson, temblando y más pálida de lo que la había visto jamás.

Ness: Está mareada -explicó-. Tiene que tumbarse un rato.

Zac estaba tan furioso que apenas le salían las palabras. Miró a Will, y éste asintió.

Will: Yo me ocupo de ella -dijo, y se dirigió al primer oficial- la rubia puede usar mi camarote. Usted y yo compartiremos el suyo hasta que todo esto se aclare.

Jenkins asintió y Will se dispuso a llevarse a la menor de las hermanas, que no obstante se volvió.

Alysson: ¿Ness…?

Ness: No te preocupes, tesoro. Nadie va a hacerte daño.

Zac: El camarote de William está aquí al lado. Allí estará bien atendida -dijo, y endureció la expresión-. Es por usted misma por quien debería preocuparse.

Se retiró de la puerta y Ness agachó la cabeza para entrar en el camarote. Zac cerró tras él con más brusquedad de la que quería, apenas capaz de contener su mal humor.

Zac: ¿Tiene idea de lo que ha hecho? Este barco va en una misión, una misión muy importante. ¿Se da cuenta del peligro que han decidido correr? -Se acercó a la silla en busca de su camisa y se la puso, aunque sin molestarse en abotonársela-. Ya estamos en alta mar y no podemos regresar a dejarlas en tierra. Hay demasiado en juego.

Vanessa le dedicó una mirada intensa, pero no dijo nada.

Zac: Por el amor de Dios, he conocido planes locos, pero éste se lleva la palma. Los muelles de Londres están llenos de carteristas y malhechores. No es un lugar seguro para dos jóvenes solas, y menos lo es un barco lleno de marineros verdes. -Se acercó más, hasta quedar frente a ella. La agarró de la barbilla para obligarla a mirarlo-. Deme una razón por la que no deba ahogarla ahora mismo.

Vanessa tragó saliva.

Ness: Debíamos escapar. Y en ese momento me pareció buena idea.

Zac: ¿Buena idea? ¿Le pareció buena idea?

Zac se movió bruscamente y ella apartó la cara.

Zac: Maldita sea, no pienso pegarle, si es eso lo que cree, aunque reconozco que estoy tentado de tumbarla sobre mis rodillas y darle una buena azotaina.

Vanessa no respondió. Él vio que le temblaban las manos y se dio cuenta de que estaba muy asustada. Intentó tranquilizarse y dijo:

Zac: Siéntese si no quiere caerse.

Le indicó una rígida silla de respaldo recto y ella obedeció.

Ness: Gracias.

Zac: Está bien, ahora ya puede explicarme por qué su hermana y usted sintieron la necesidad de huir de mi casa y colarse en este barco rumbo a Francia. Y nada de inventos, quiero la verdad, y la quiero ahora mismo. -Vio que ella rebuscaba alguna explicación creíble. Pero estaba agotada y asustada, y apenas conservaba parte de su habitual valor-. La verdad, Vanessa. Y nada más que la verdad.

Ella cerró los ojos. De sus labios escapó un suspiro de resignación.

Ness: Fui yo la que robó el collar. Y fui yo la que golpeó al barón en la cabeza con un calentador de cama. Uno muy pesado, de hierro.

Zac: Ajá. Un calentador de cama.

Vanessa asintió.

Ness: Debía detenerle. Y fue lo único que tenía a mano.

Lord Brant arrugó la frente.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Por qué qué.

Zac: Por qué golpeó a lord Harwood en la cabeza.

Ness: ¡Ah! Porque estaba… estaba… porque habría hecho daño a Alysson.

Zac inspiró hondo, tratando de dominarse.

Zac: De acuerdo. Empiece por el principio y no se deje nada por el camino. Cuénteme exactamente lo que sucedió.

Ness apoyó las manos en el regazo para que dejaran de temblar, mientras decidía hasta dónde debía contar. Su mirada recorrió el camarote, pero sabía bien que de allí no podría escapar. La habitación era pequeña pero cómoda, con una cama ancha y un tocador de teca empotrado. La ventana quedaba oculta tras una cortina, y sobre el tocador descansaban una palangana y un lavamanos.

Zac: Sigo esperando, Vanessa.

Ella tomó aliento y, en silencio, rogó que el conde le ofreciera su ayuda, tal como le había prometido en una ocasión. No tenía elección, debía confesarle la verdad. Bueno, al menos la mayor parte.

Ness: Nosotras trabajábamos en Harwood Hall -dijo al fin y, con la cabeza agachada, levantó los párpados para mirarlo. Él no sabía aún que era la hijastra del barón, y por el momento no pensaba revelárselo. La ley otorgaba al barón el control absoluto de sus hijastras. Si lord Brant se enteraba, era muy posible que se sintiera en la obligación de entregárselas-. Al principio, lord Harwood se mostraba amable con nosotras. Pero luego empezó a fijarse en Alysson.

Zac: Todos los hombres se fijan en ella. Es difícil no verla.

Ness: Sí, pero él la miraba de un modo… se te ponía carne de gallina. Aquellos ojos negros, fríos, aquella boca pequeña y apretada… Alysson estaba cada vez más asustada. Yo sabía que tarde o temprano él la forzaría. Habíamos planeado irnos lo antes posible, pero…

Zac: Pero qué.

Ness: Necesitábamos más dinero. Nos pareció que si resistíamos dos semanas más, reuniríamos el suficiente. Pero a los dos días oí que él se colaba en el dormitorio de Alysson y yo… bien, fui tras él para impedirle consumar sus propósitos.

Zac: Y le dio en la cabeza con un calentador de cama.

Ness tragó saliva, presa de los nervios.

Ness: Era lo único que podía usar como arma. Temí haberlo matado.

Zac: ¿Y qué hay del collar?

Vanessa se miró las manos y vio que las entrelazaba con fuerza sobre el regazo.

Ness: Lo había visto en una ocasión cuando yo… cuando limpiaba el dormitorio del señor. Estábamos desesperadas, como usted dijo. Me lo llevé y lo vendí a un prestamista en Dartfield.

Le contó que se había visto obligada a cerrar el trato por una suma ridícula, que habían gastado en las semanas siguientes, mientras buscaban trabajo. Alzó la vista para mirarlo, intentando ser valiente y no llorar.

Ness: Nada de todo esto es culpa de Alysson -añadió-. Ella no merece ir a la cárcel… -Los ojos se le inundaron en lágrimas que resbalaron por sus mejillas-

El conde suspiró.

Zac: No va a ir a la cárcel.

Entonces ella estalló en sollozos. No era un llanto callado, femenino, como el que habría sorprendido a Alysson, sino uno estridente que sacudía todo su cuerpo. No opuso resistencia cuando él la levantó en brazos, se sentó en la silla y la puso en su regazo.

Zac: Ya ha pasado todo -le susurró, insistiéndole a apoyar la cabeza en su hombro-. Encontraremos una solución. Nadie va ir a la cárcel.

Ness se apoyó en él y le pasó los brazos alrededor del cuello. Seguía llorando. Qué alivio contárselo a alguien, creer que el conde tal vez las ayudara. Apoyó la mejilla en su cuello, aspiró su aroma, mezcla de colonia y agua de mar.

La camisa del conde dejaba casi al descubierto su pecho musculoso. Él susurraba palabras de consuelo y la acariciaba con su aliento cálido. Nada deseaba tanto Ness como volver la cabeza y besar la piel suave y cálida de aquel salvador.

Deseaba besarle, sentir aquella boca sobre la suya, igual que la otra noche, que sus manos la acariciaran, recorrieran sus pechos hasta que los pezones se pusieran erectos contra sus palmas… Deseaba que le hiciera todas las cosas que aquella noche sólo había insinuado.

Zac: No te preocupes, amor mío. Todo saldrá bien.

Vanessa asintió, con los ojos cerrados, pero las lágrimas seguían resbalando por sus mejillas.

El conde se las acarició, le sostuvo la barbilla y le alzó el rostro.

Zac: Todo saldrá bien -repitió con dulzura. -El azulado de sus ojos encontró el marrón de los de Ness, que intuyó que él deseaba aquel beso tanto como ella-.

Pero no la besó, aunque la deseaba con locura. Ness se movió un poco y rozó la evidencia de su excitación. El conde la apartó de sí, se puso en pie y dio un paso atrás, que era lo que menos le apetecía en ese momento.

Le había dado su palabra, pensó ella. Y al parecer no tenía intención de faltar a ella… a menos que ella se lo pidiera. ¡Dios, dios, lo deseaba tanto! Ness cerró los ojos y se inclinó hacia él, pero en ese instante llamaron a la puerta. Dio un brinco y se volvió, avergonzada de lo que había estado a punto de hacer.

El conde fue a abrir. Era el duque de Sheffield.

Will: Esa chica… Alysson… se encuentra peor. -Vanessa le dedicó una mirada fugaz. Se trataba de un hombre apuesto, de mandíbula firme, hoyuelos en las mejillas y ojos azules-. Pide ver a su hermana.

Ella volvió a fijarse en el conde.

Ness: ¿Puedo reunirme con ella?

Él asintió. Ella deseó poder leerle el pensamiento.

Will: El primer oficial fue a traerle té y galletas -dijo el duque-. Tal vez eso la reconforte.

Ness: Sí, tal vez. -No apartaba la vista del conde, cuya expresión seguía impenetrable-.

Zac: Hablaremos mañana por la mañana.

Ness asintió, pero no deseaba irse. Quería quedarse con el conde. Por eso mismo, lo mejor que podía hacer era salir corriendo en dirección contraria.

Cuando el barco ancló en el puerto francés unas horas más tarde, el mar se había calmado, pero el cielo seguía encapotado y el viento azotaba la cubierta. Tras su conversación con Vanessa la noche anterior, Zac había intentado sin éxito conciliar el sueño.

La preocupación por Andrew se mezclaba con la que sentía por Vanessa y Alysson.

Creía en la historia de la hermana mayor. Ya la conocía lo suficiente para saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar para proteger a Alysson. ¡Atizar a un hombre en la cabeza con un calentador de cama! ¡Caramba! Harwood podía considerarse afortunado de que no le hubiera pegado un par de tiros.

Al pensar en ello no pudo reprimir la risa. Pero la realidad se impuso. Incluso si la historia era cierta, se trataba de la palabra de dos criadas contra la de un noble. Desde luego, aquellas chicas estaban en un buen lío. Aun así, si ofrecía ciertas cantidades de dinero y prometía ciertos favores tal vez lograra zanjar el asunto.

Oyó pasos y se volvió. Vanessa venía hacia él. Llevaba la misma ropa que la noche anterior en su camarote, la misma que llevaba el día en que la vio por primera vez. Un vestido gris perla, de talle alto, sencillo, algo deshilachado en el dobladillo pero de indudable calidad.

Se veía guapísima e inocente, y él pensó en todo lo que habría sufrido en los últimos meses. Recordó lo bien que se había sentido teniéndola acurrucada en sus brazos la noche anterior, lo mucho que la deseaba, y la sola idea hizo que una vez más se encorvara la portañuela de sus boxers. No recordaba haber deseado tanto a una mujer. Sin embargo, sabía que no era justo, que ella merecía más de lo que él podía darle.

Aunque, al menos, su ayuda sí podía ofrecérsela.

Ness se detuvo frente a él y sonrió.

Ness: Buenos días, señor.

Ya no llevaba el pelo trenzado sino suelto, recogido a los lados con pasadores, y le caía por la espalda.

Zac: ¿Cómo se encuentra su hermana?

Había enviado a Jess Jenkins a visitarlas, y éste le había informado de que Alysson se encontraba mucho mejor.

Ness: Ha mejorado mucho. Aquí en el puerto el oleaje apenas se percibe. O tal vez es que se está acostumbrando al mar.

Zac: Esperemos que así sea. Todavía deberá soportar el viaje de regreso.

Vanessa apartó la mirada un instante.

Ness: Sí, supongo que sí. Señor, he estado pensando, y creo que tal vez sería mejor que Alysson y yo nos quedáramos en Francia.

Zac: ¿De qué está hablando?

Ness: De ese modo usted no tendría que cargar con nuestros problemas. Algún miembro de la tripulación podría llevarnos hasta la costa, y nosotras ya nos arreglaríamos, tal como habíamos planeado. Yo podría encontrar trabajo…

Zac: De institutriz, supongo, que es lo que tenía pensado en un principio.

Ness se ruborizó.

Ness: Podría encontrar algún trabajo.

Zac: No.

Ness: ¿No cree lo que le conté?

Zac: Sí lo creo.

Ness: Entonces ¿por qué no permite que nos quedemos aquí?

No sabía por qué, pero se estaba ennfadando. La agarró por los hombros, atrayéndola hacia sí.

Zac: Porque correrían un grave peligro. Dos mujeres sin escolta de ninguna clase, sin saber adónde van, cómo llegarán, quién las ayudará. No, no pienso consentirlo. Volverán a Londres, y yo las ayudaré a solucionar las cosas.

Ness tragó saliva.

Ness: ¿Y… y si no puede?

El conde la soltó.

Zac: En ese caso, yo personalmente haré que lleguen a Francia o a algún otro lugar donde puedan estar a salvo. Confíe en mí, Vanessa. Soy conde y tengo influencias. Si expongo el asunto a las autoridades, me escucharán. -Ella se mordió el labio inferior, como si quisiera decirle algo más, pero no lo hizo-. Puedo ayudarlas, créame, siempre que usted me haya dicho la verdad.

Ness: Le he contado exactamente lo que sucedió.

Zac le acarició la mejilla con el dedo; su piel era suave como la seda, tierna como el plumón. ¡Qué guapa se veía allí, con el viento agitándole los cabellos, los labios húmedos! No entendía que al principio sólo le hubiera resultado atractiva.

La deseaba tanto que le dolía.

Zac: Si es así, entonces no tiene nada que temer.

Vanessa se volvió para mirar la línea de la costa. En aquella zona, la tierra sobresalía del agua formando acantilados desnudos, aunque varios senderos empinados conducían a la playa, donde un bote esperaba en la arena. Era el que utilizarían los hombres aquella misma noche. Las gaviotas planeaban por encima de rocas y barrancos, y sus graznidos llegaban hasta la cubierta del barco que, anclado en el puerto, se mecía suavemente al compás del débil oleaje.

Zac: Hay algo más que debe decirme.

Vanessa se volvió hacia el conde.

Ness: ¿De qué se trata, señor?

Zac: ¿Quién es usted en realidad?

El color abandonó las mejillas de Ness.

Ness: No sé a qué se refiere.

Zac: Es evidente que usted y su hermana son de noble cuna. ¿Qué les sucedió a sus padres? ¿Por qué quedaron solas?

Ella se humedeció los labios, y Zac sintió una vez más un tirón en la entrepierna.

Ness: Mi padre era un terrateniente de Kent. Murió hace cinco años. Una noche, a finales de mayo, cuando regresaba a casa lo mataron unos salteadores de caminos. -Mantenía la mirada clavada en la orilla-. Mi madre quedó destrozada, como nosotras. Murió dos años más tarde. No teníamos parientes, nadie que cuidara de nosotras. Hicimos todo lo posible por salir adelante.

Aunque se había propuesto no tocarla, Zac no pudo contenerse.

Zac: Lo siento -dijo, atrayéndola hacia sí-.

Ella se entregó a su abrazo.

Ness: Tal vez algún día se haga justicia con los hombres que mataron a mi padre, y yo pueda verlo.

No la culpaba. Él se sentiría igual si mataran a alguno de sus seres queridos. Con todo, no creía que, transcurridos tantos años, se pudiera detener a los culpables.

Zac: Yo perdí a mi padre hace dos años. No me di cuenta de lo mucho que significaba para mí hasta que ya no estaba. Hacia el final de su vida tuvo problemas financieros. Jamás me lo comentó, y yo estaba tan absorto en mis cosas que no le preguntaba nada. Sufrió una apoplejía; creo que no pudo soportar tanta tensión. De haber estado con él, ayudándole, tal vez no habría sucedido. No lo sé. Creo que nunca lo sabré.

Vanessa alzó la vista y lo miró a los ojos.

Ness: Usted se enfrentó a algunos problemas cuando heredó el título, pero los superó. Recuperó la fortuna que su padre había perdido.

Zac: ¿Cómo lo sa…?

Ness: En una casa como la suya se guardan muy pocos secretos.

El conde esbozó una sonrisa.

Zac: Supongo que tiene razón.

Ness: ¿Por qué no se ha casado? Le he visto con David y es evidente que le gustan los niños. Y está el tema del heredero. -Se ruborizó ligeramente-. Supongo que no es asunto mío.

Zac: En realidad, debo cumplir con varias obligaciones. Proporcionar un heredero es sólo una de ellas. Pero sí, algún día me gustaría formar una familia. Sólo necesito encontrar una esposa que cumpla con los requisitos necesarios.

Ness: Está buscando una heredera. Eso también lo he oído decir. Alguien que aporte su fortuna a la unión.

Zac: Me siento en deuda con mi padre. Espero saldarla algún día. Un buen matrimonio es importante para lograr ese fin.

Ness: Entiendo.

Zac no estaba seguro de que lo entendiera. No sabía si ella imaginaba qué se sentía al decepcionar a la persona que más te importaba en este mundo. Pasara lo que pasara, no volvería a fallar.

Zac: Tiene usted frío -dijo al ver que Ness se estremecía-. ¿Por qué no entra?

Ella asintió.

Ness: Sí, será lo mejor.

Zac se fijó en sus labios carnosos y lamentó que no hubiera aceptado ser su amante. Tal vez si Vanessa lo esperara todas las noches. él se decidiera a cumplir con sus obligaciones y se casara con alguna rica heredera.




¡Thank you! ^_^
¡¡Tengo un seguidor más!!
La fundación va viento en popa XD XD
¡Y comentadme más!
No sabéis lo contenta que me puse cuando vi 3 coments hace una par de caps
Espero que os haya gustado el de hoy, había muchos diálogos XD XD
¡Comentad!
¡Bye!
¡Kisses!

3 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

O.o
waooo
las pillaron..
porque nessa no le conto toda la verdad?
espero que la sigas pronto
ya quiero ver que pasa con ellos..
son tan hermosos :D
siguelaaaa
muaccc

Natalia dijo...

Siguela lo más pronto posible porfavor, está muy interesante.
Muackk

Carolina dijo...

jaja q vivo!!
como q si nessa le esperara todas las noches? claro y en los findes sta con la otra! malo ¬¬!
pero bueno ia se vera 222!
me ha encantado loki!
sigan con la fundacion! xD

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