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lunes, 9 de mayo de 2011

Capítulo 15


Ness empezaba a cansarse de su ajetreada vida social. En noches como ésa habría preferido quedarse en casa pero, si lo hacía, acabaría en el salón, sola, leyendo un libro o dedicada a su labor. Zac no saldría de su gabinete, y cuando trabajaba no quería que se le molestara.

Suspiró. Mejor saldría un rato.

Cruzó la habitación, tiró de la campanilla y llamó a Lilian Smith, su doncella, para que la ayudara a escoger el vestido de aquella noche.

Lilian: Señora, éste le irá muy bien. Personalmente, es uno de mis favoritos.

Lilian era camarera de cocina cuando Ness trabajaba como ama de llaves. Ancha de caderas, con un pelo rubio ingobernable, en una ocasión le había confesado su sueño de convertirse en ayuda de cámara, algo bastante improbable, teniendo en cuenta sus orígenes.

Pero lo cierto era que le encantaba la ropa, y resultó una costurera muy capaz. Cuando se convirtió en esposa de Zac, decidió nombrarla doncella personal.

Ness: ¿No crees que sería mejor el de seda color perla?

Lilian: Sin duda es elegante. Pero el de seda rosa con ese blusón a juego y esos preciosos racimos marrones delante… ése es exquisito, milady.

Ness sonrió. Le agradaba la sinceridad de Lilian.

Ness: Pues entonces el rosa.

La doncella la ayudó a ponérselo y le abrochó los botones de la espalda. Después escogió las joyas con que lo combinaría. Al meter la mano en el joyero, rozó sin querer la tela de seda que envolvía el anillo de su padre. Sintió un escalofrío al sacarlo de su envoltorio.

Engarzado en oro, el granate lanzó un destello, y al instante avivó recuerdos dolorosos y antiguas sospechas. Durante semanas se había obligado a apartarlas de su mente, cuando debía proteger a Alysson y velar por sí misma. Su preocupación entonces era evitar la cárcel. Pero ahora, además de la preocupación que sentía por su matrimonio, la insistente pregunta sobre la muerte de su padre volvía a su mente.

¿Cómo había llegado aquel anillo a manos de su madre?

¿Por qué ésta jamás le había comentado nada relacionado con aquel hallazgo?

Ness estaba cada vez más segura de que las respuestas se hallaban en el diario que su madre llevaba, si es que aún existía. Creía que su madre había encontrado aquel anillo entre las pertenencias de su segundo esposo, Jack Whiting. Si era así, su padrastro era el responsable de la muerte de su padre, como ella llevaba años sospechando.

Pero debía demostrarlo.

La clave estaba en el diario. Tenía que encontrarlo, fuera como fuese. Debía regresar al desván de Harwood Hall. Ojala pudiera contárselo a Zac, pedirle ayuda, pero él siempre estaba muy ocupado, y ella ya le causaba bastantes problemas.

Envolvió de nuevo el anillo y lo depositó en el joyero. Cogió entonces el estuche de terciopelo azul y levantó la tapa. El collar de perlas y diamantes resplandeció ante sus ojos. Sin saber bien por qué, se lo puso al cuello.

La combinación con el vestido rosa era perfecta. Las perlas, en contacto con su piel, le transmitían seguridad. Las piezas del cierre de brillantes se unieron con un diminuto chasquido. Recordó la noche que Zac le había pedido que sólo se dejara puesto el collar, la noche que le había hecho el amor con tanta pasión. Ojala se repitiese hoy.

Ignorando una creciente sensación de desesperanza, miró el reloj. Su hermana y su cuñado llegarían en cualquier momento. Cogió el mantón de seda indio que le ofrecía Lilian y se dirigió a la escalera.

La semana avanzaba despacio. Para agradecer las atenciones que tenían con ella, Ness decidió organizar una cena en honor de su hermana y su cuñado. Si su esposo no salía a hacer vida social con ella, sería ella quien llevaría la fiesta a casa.

Sus invitados llegarían en cualquier momento. Se asomó a la puerta y vio a la señora Gray, su eficiente ama de llaves, que se acercaba con una lista para consultarle los detalles de última hora. Ness le aclaró todas las dudas y comprobó por última vez la distribución de los asientos en el comedor.

Zac estaba arriba, vistiéndose, y todavía tardaría un poco en bajar. Había llegado tarde de una reunión con el coronel Pendleton. Sus hombres aún no estaban listos para rescatar al capitán Seeley, aunque esperaban que la ocasión se presentara pronto.

Mientras llegaban los primeros invitados, con el rabillo del ojo vio a su esposo bajando la escalera. Por un instante permaneció inmóvil, admirándolo. Era tan alto, tan ancho de espaldas, de rasgos tan fuertes y masculinos… Al llegar abajo, Ness se cogió de su brazo y él la miró complacido, con ojos de deseo.

Se adelantaron para recibir a los primeros en llegar, el doctor Snow, su esposa y su hija. Últimamente, gracias a las muchas fiestas en que coincidían, Britt y ella habían pasado bastante tiempo juntas.

Britt: Mamá está decidida a casarme con un viejo necio y decrépito cargado de dinero -le había comentado-. Pero tiene que tener un título nobiliario, eso es lo único que le importa. Tendrías que haberla visto la semana pasada en la fiesta de lord Dunfrey. Insistió en que me sentara junto al vizconde de Tinsley durante la cena. Ese hombre es ciego de un ojo, y tan anciano que no sabía si lo que estaba comiendo era merluza al horno o asado de ganso.

Ness: Deduzco que sigues empeñada en casarte sólo por amor.

Brittany alzó el mentón.

Britt: Si no es por amor, nunca me casaré.

Pero, por el momento, su amiga no había encontrado a un hombre que le interesara.

Ni siquiera Jesse Leal llamaba su atención.

Éste llegó minutos después, acompañando a Alysson y a John. Aunque le había hablado de él a Zac en diversas ocasiones, todavía no se conocían.

Ness: ¡Jesse! -exclamó esbozando una sonrisa al verlo-. Me alegra que hayas venido.

Él se inclinó sobre su mano con una reverencia galante.

Jesse: La alegría es toda mía, Vanessa.

Ness: Ya era hora de que conocieras a mi esposo. -Lo llevó hasta donde Zac se encontraba conversando con su amigo William Hemsworth-. Zac, te presento a Jesse Leal.

Zac: Señor Leal.

Jesse: Lord Brant.

Zac: Creo que conoce al duque de Sheffield.

Jesse: Sí -confirmó-. Hemos coincidido en varias ocasiones.

Aunque respondía adecuadamente, Zac parecía distante. Ella notó que su esposo evaluaba a Jesse de ese modo tan característico de los hombres, y se preguntó qué pensaría de él.

No tardó mucho en averiguarlo. Cuando se dirigían al comedor, Zac la llevó a una sala aparte para que los invitados no pudieran oírle.

Zac: Así que finalmente he conocido a tu esquivo señor Leal.

Ness: Sí, me alegro mucho de que haya venido.

Zac: Nunca me comentaste lo encantador que era.

A Ness no le gustó la expresión de su mirada, más dura que de costumbre.

Ness: Te dije que era muy agradable.

Zac: Tampoco mencionaste que medía metro ochenta, que era muy fornido, y uno de los hombres más apuestos de Londres.

Ella levantó el mentón.

Ness: No me pareció que su aspecto físico fuera relevante.

Zac: ¿Ah, no?

Ness: Esperaba que te cayera bien.

Zac: Me cae bien, sí.

Zac no añadió nada más. Se limitó a agarrarla del brazo y conducirla hasta el comedor.

Una vez sentada, Ness se tranquilizó un poco. Zac conversaba animadamente con los invitados, y a ella le pareció que, cuando se lo proponía, podía resultar incluso más encantador que Jesse. Parecía el anfitrión perfecto, risueño y relajado, aunque se percataba de que sus ojos no dejaban de posarse en ella, una y otra vez.

El doctor Snow contó la conmovedora historia de unos hermanos siameses en cuyo nacimiento había asistido.

Doc. Sonw: Tendrían que haberlo visto. Nacieron unidos por la cabeza. Jamás había presenciado algo así. Murieron antes de alcanzar las dos semanas de vida. No tengo duda de que fue una bendición para ellos.

Estaba a punto de iniciar otra historia médica, igualmente desagradable, cuando Jesse intervino.

Mirando a Ness, habló de los salvajes que habían actuado la otra noche en el baile del alcalde, que al final resultaron ser cíngaros.

Jesse: Lo cierto es que ofrecen un espectáculo muy bueno -opinó-, a pesar de no ser salvajes.

Todos asintieron, y Ness le dedicó una sonrisa agradecida.

También habló de la representación de Don Giovanni a la que habían asistido.

Jesse: Se trata, con diferencia, de la mejor producción que he visto en años. ¿No estás de acuerdo, Vanessa?

Ness sonrió.

Ness: Me pareció extraordinaria. Yo no había vuelto a la ópera desde que mis padres nos trajeron a Londres, hace ya bastantes años, pero esta ópera me pareció incluso más maravillosa que la que vi entonces.

Alysson: Deliciosa -intervino-. Debería haber venido con nosotros, milord -dijo a Zac-. Lo habría pasado bien.

Zac clavó sus ojos en los de Ness.

Zac: Estoy seguro de ello.

El doctor Snow y su esposa, que también habían visto la obra, elogiaron la calidad de la producción. Brittany no había ido con ellos. Ella y su padre nunca habían estado muy unidos y, con los años, la distancia se había acentuado. Aquella situación preocupaba a la hija, aunque al parecer no podía hacer nada al respecto.

La conversación siguió por otras direcciones, pero siempre animada. Zac asentía y sonreía, pero cada vez se mostraba más insociable. Los hombres permanecieron en el comedor para fumar sus cigarros puros y tomar una copa, mientras las mujeres pasaban al salón.

Al rato, los caballeros se reunieron con las mujeres y la velada discurrió con gran cordialidad, a pesar de que Zac estaba curiosamente callado. Cuando el último invitado se hubo ido, su humor ya era de perros. Condujo a Ness a su dormitorio, cerró la puerta tras él y se apoyó contra ella, cruzando los brazos.

Zac: Así que lo pasaste bien en la ópera, ¿verdad?

A ella no le gustó aquel tono.

Ness: Sí, lo pasé muy bien. Si no recuerdo mal, fuiste tú quien me sugirió que fuera. Tú estabas muy ocupado, como de costumbre; de no ser así habrías podido acompañarme.

Zac: Tenía cosas que hacer. A diferencia de tu buen amigo, Jesse, me debo a mis responsabilidades.

Ness: Jesse sabe disfrutar de la vida. Eso no tiene nada de malo.

Zac se separó de la puerta.

Zac: No quiero que salgas más con él.

Ness: Pero bueno… Yo nunca he salido con Jesse. Ha sido lo bastante amable para unirse a nuestro grupo de tres y convertirlo en uno de cuatro, por lo que le estoy muy agradecida.

Zac: Ya me has oído. No quiero que te acompañe a ningún sitio. Si sale con su primo y tu hermana, tú te quedarás en casa.

Ness notó que se enfurecía por momentos.

Ness: Tú no eres mi carcelero, Zac.

Zac: No; sólo soy tu marido… te lo recuerdo por si lo has olvidado.

Ella puso los brazos en su cintura.

Ness: ¿Qué es lo que no te gusta de él?

Zac: Ya te he dicho que me cae bien. Pero no quiero que salga con mi esposa, eso es todo.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Entre otras cosas, porque me preocupa que la gente, de tanto veros juntos, empiece a murmurar. No quiero que el nombre de mi mujer vaya de boca en boca.

Ness: Jesse sólo es un amigo. Más allá de eso, no tiene ningún interés en mí, ni yo en él.

Zac: Me alegra oírlo, maldita sea.

Incrédula, Ness abrió unos ojos como platos.

Ness: Por el amor de Dios, estás celoso, ¿verdad?

Zac: En absoluto. Como ya te he dicho, debo velar por la reputación de mi esposa.

Pero seguía enfadado. Ella se había dado cuenta de que sí estaba celoso y, lo más importante, le gustaba que así fuera. Exceptuando sus atenciones sexuales, Zac la había ignorado casi por completo desde el día de la boda. Aquélla no era la receta para un matrimonio perfecto, y tal vez al fin hubiera encontrado la fórmula para despertar su interés.

Una gran emoción ardía en su interior. Cómo no se le había ocurrido antes.

Acercó el brazo al bastón que colgaba sobre la cama para llamar a su doncella, pero Zac se lo impidió.

Zac: Date la vuelta -le ordenó secamente-. Esta noche no te hará falta ayuda del servicio.

Ness obedeció sin rechistar y él empezó a desnudarla con movimientos rápidos y hábiles, que no dejaban duda sobre lo familiarizado que estaba con las prendas de vestir femeninas.

Una vez ella estuvo en medias y ligueros, le quitó los pasadores del pelo, le pasó los dedos entre los mechones, le echó la cabeza atrás y la besó apasionadamente. Cuando retiró al fin sus labios, ella estaba casi sin aliento, excitada. Zac la levantó en brazos, atravesó el umbral que separaba sus dos dormitorios contiguos y la dejó en su cama con dosel.

Era la primera vez que hacían el amor en la de Zac. Hasta entonces siempre había sido él quien se había metido en su cama, y él quien se había ausentado de ella antes de que llegaran los criados. Pero en esa ocasión ni se molestó en apartar la colcha de terciopelo azul, y la tendió en medio del mullido colchón de plumas, se echó sobre ella y volvió a besarla con ardor.

Hicieron el amor de manera salvaje. Zac tomó posesión de su cuerpo con más dedicación que nunca. La presencia de Jesse lo había alterado. Tal vez ella significaba para él más de lo que había supuesto.

Si era así, todavía quedaba algo de esperanza, pensó ella. Ojala hallara la manera de hacérselo ver.

John: Buenas noches, Alysson.

Alysson: Buenas noches, John.

Alysson sonrió, pero tan pronto la puerta se cerró delicadamente, arrojó el cepillo contra ella.

Mary: ¡Milady! -Su doncella se apresuró a recogerlo-.

Alysson suspiró.

Alysson: Lo siento, Mary. No sé por qué estoy enfadada. Es sólo que…

Mary: ¿Sólo qué, milady? -Mary era diez años mayor que Alysson, una mujer de poca estatura, de cabello oscuro y la cara picada a causa de alguna enfermedad contraída durante su infancia-.

Alysson se volvió en el taburete y la miró.

Alysson: Usted y su esposo… ¿duermen en la misma cama?

La doncella se ruborizó.

Mary: Sí, claro; y es muy placentero, se lo aseguro.

Alysson: A veces me gustaría… me gustaría que lord John se quedará aquí, conmigo. Estamos casados. Mis padres dormían en la misma cama. Si John durmiera conmigo, no me despertaría en plena noche sintiéndome tan sola.

Mary frunció el ceño.

Mary: No está bien que yo se lo pregunte, milady, pero he estado pensando… Su madre ya falleció, que Dios la tenga en su gloria, y me preguntaba si… -La doncella meneó la cabeza- . No, no es cosa mía.

Alysson le agarró el brazo.

Alysson: ¿Qué se preguntaba? Hable, Mary.

Mary: Bueno, me preguntaba si… bueno… si usted y milord habían hecho ya el amor.

Alysson se encogió de hombros, cogió el cepillo con mango de plata y empezó a desenredarse los cabellos.

Alysson: Supongo que sí. No deja de besarme.

Mary: Bueno, los besos forman parte del asunto, claro, pero hay otras cosas que también hay que hacer.

La trayectoria del cepillo quedó detenida a medio camino y Alysson se volvió para mirarla.

Alysson: ¿Ah, sí?

Mary: Claro, milady. Se me ha ocurrido que, tal vez, como su madre ya no está en este mundo, no sé, nadie le ha contado cómo funcionan esas cosas.

Alysson: ¿A qué cosas se refiere?

Mary se mordió el labio inferior.

Mary: No sé si debo decirlo, milady.

Alysson: Debo saberlo. Por favor, cuéntemelo, Mary. Quiero hacer feliz a mi esposo.

Mary: Bueno, lo cierto es que en eso le doy la razón. Lord John sonreiría más si usted le diera lo que las otras esposas dan a sus maridos.

Dios santo, ¿le había fallado todo ese tiempo sin siquiera enterarse?

Alysson: Dime, Mary, te lo ruego, tengo que saberlo.

Así, dos horas más tarde, una Alysson atónita se despidió de su doncella. Intentó dormir, pero cada vez que cerraba los ojos le venían a la mente las cosas horrendas que Mary le había explicado.

Tan pronto se hiciera de día y fuera una hora decente, iría a visitar a Ness. Debía confirmar con ella lo que la doncella le había dicho, y descubrir si su hermana había hecho aquellas cosas con el conde.

A media tarde, Alysson ya estaba al corriente de los verdaderos y asombrosos hechos de la vida.

Su hermana no sólo había confirmado, apurada, las cosas que Mary le había confiado la noche anterior, sino que le había prestado un libro de la biblioteca del conde, titulado Sobre la sexualidad masculina y femenina.

Alysson: Deberías habérmelo dicho -le reprochó a su hermana-.

Ness: Lo sé -admitió-. Discúlpame. Pero no se trata de un asunto sencillo, por más que seamos hermanas y que estemos tan unidas. Esperaba… que tu esposo te enseñase.

Pero John era aún más tímido que Alysson, que seguía sentada en el sofá.

Alysson: ¿Y cómo es?

Ness se ruborizó. Aspiró hondo y sonrió.

Ness: Hacer el amor es maravilloso, Alysson.

Más tarde, la joven regresó a su casa y se encerró en la biblioteca a leer el libro que Ness le había prestado. Al anochecer, y alegando que le dolía la cabeza, rechazó salir y se retiró a su cuarto, llevando consigo el libro. Sentada en el alféizar de la ventana, siguió leyendo.

Abrió el volumen, encuadernado en piel, por donde lo había dejado minutos antes. De vez en cuando se ruborizaba al leer algunas frases, aunque jamás se había instruido sobre una cosa tan intrigante como ésa.

No pensaba acostarse hasta que lo hubiera leído de cabo a rabo.

Horas más tarde, esa misma noche, Ness se disponía a salir. La tarde se había presentado llena de sorpresas. Aunque la tranquilizaba saber que su hermana había comprendido por fin los aspectos físicos del matrimonio, y que incluso se sentía impaciente por conocerlos, su propia pareja amenazaba con naufragar.

Se puso un vestido de seda dorado, de talle alto y pedrería, y permaneció muy recta mientras Lilian se lo abotonaba.

Estaba enfadada y decepcionada. El duque de Tarrington daba un baile en su magnífica residencia de las afueras de la ciudad, y Zac había aceptado acompañarla. Llevaba toda la semana emocionada, impaciente por que llegara el momento y pudiera lucir el vestido nuevo que había comprado exclusivamente para él. Y entonces, esa misma noche, en el último minuto, él le había informado de que no podría asistir.

Zac: Sé que estabas ilusionada, pero ha surgido algo importante y me temo que debo cancelar mi asistencia.

Ness: ¿Cómo? ¿No vienes?

Apenas podía creer lo que oía. Él le había prometido llevarla.

Ness: ¿Y qué es eso tan importante que debes atender?

Zac: Son cosas de negocios, no te preocupes.

Ness: Negocios -repitió, intentando reprimir su mal humor-. Llevamos dos semanas planeándolo. Va a ir Brittany, y mi hermana y John también. Seguro que, sea lo que sea, puede esperar.

Zac: Lo siento, no es así. Ya habrá otras ocasiones. La temporada aún no ha terminado.

Ness dominó la rabia que la invadía. En vez de seguir discutiendo, esperó hasta que Zac se hubo ido y envió una nota a Britt en la que le exponía que el conde se había visto obligado a cancelar su asistencia y le rogaba que preguntara a sus padres si ella podía ir con ellos.

Brittany se mostró encantada, claro. Si Ness la acompañaba, le resultaría más fácil escapar a la vigilancia de sus padres y las atenciones no deseadas de todos los pretendientes que éstos le presentaban con insistencia. Cuando el carruaje de los Snow se detuvo frente a su casa, ella ya estaba lista, esperándolos. Su mal humor no había desaparecido del todo, pero lo había enterrado.

El tráfico en los caminos era denso, pues los carros de carga y los taxis abundaban. A esos vehículos se sumaban algunos carruajes elegantes que se encaminaban al mismo destino que el suyo. Cuando llegaron a Tarrington Park, el baile ya había empezado, y eran muchos los hombres y mujeres que abarrotaban la lujosa residencia, las terrazas y el jardín, iluminado con antorchas.

Ness saludó a algunos conocidos mientras buscaba a Alysson y su esposo. Sonrió al ver aproximarse a su amigo por el suelo de mármol del gran vestíbulo. Aquel hombre apuesto y de cabello negro le tomó las manos, se inclinó y le besó la mejilla.

Jesse: Qué alegría verte, Vanessa.

Ness: Lo mismo digo, Jesse.

La reunión de Zac había terminado, pero éste tenía tantas cosas en la cabeza que no le apetecía irse a casa. Además, se sentía culpable por haber decepcionado a su esposa.

Sabía lo mucho que Vanessa deseaba asistir al baile. Pero la compra del edificio en Threadneedle Street estaba a punto de cerrarse y el vendedor partiría de Londres a la mañana siguiente. En el último momento, había exigido un encuentro final para aclarar algunos puntos, y Zac no había tenido más remedio que aceptar.

Al menos eso era lo que se había dicho a sí mismo.

En lugar de regresar a casa, indicó al cochero que se dirigiera a Sheffield House. Mientras el carruaje avanzaba, no pudo evitar preguntarse si la importante reunión de aquella noche no habría sido más que otra excusa para evitar pasar más tiempo con su esposa.

Suspiró. Cada minuto que pasaba junto a ella parecía caer más profundamente bajo su hechizo.

Y le preocupaba. Maldita sea, le aterrorizaba.

Él era un hombre acostumbrado a depender sólo de sí mismo. No le gustaban los compromisos, y menos con mujeres. No quería sentirse atado. Recordó lo mucho que había sufrido por la muerte de su madre. En aquel momento era un niño, apenas capaz de soportar el dolor. Con los años, había aprendido a distanciarse, a mantener ocultas sus emociones. Era el único modo que tenía un hombre de protegerse.

El carruaje se detuvo frente a la mansión. En las habitacións de la planta baja todavía había lámparas encendidas, por lo que era probable que Will se encontrara en casa. Zac bajó del vehículo y se encaminó al porche por el camino empedrado. Llamó dos veces a la puerta, con respectivos golpes secos, y al momento el mayordomo la abrió. Zac se sorprendió al descubrir a su mejor amigo de pie, en la entrada.

Zac: Ya sé que es tarde. Pero he visto que había luces encendidas. -Se fijó en la ropa de etiqueta que llevaba Sheffield-. Supongo que estabas a punto de salir.

Will: Me dirigía al baile de Tarrington. Creía que tú también asistirías.

Zac trató de ignorar una punzada de culpabilidad.

Zac: Pensaba ir. Pero surgió algo y no pude.

Will sonrió.

Will: Bueno, no es tan tarde. Todavía tienes tiempo de cambiarte. Tal vez Vanessa y tú podríais acompañarme.

Tenía trabajo pendiente, debía revisar los documentos definitivos sobre la transacción de la propiedad. Pero, por otro lado, le había prometido a Vanessa que la llevaría, y no le parecía bien haber faltado a su palabra.

Zac: Está bien. Nos acercaremos a casa, a ver si todavía le apetece ir.

Diez minutos después, Will y él entraban en el vestíbulo de su residencia.

Simon: Me temo que la señora no está en casa -le informó-. Ha acompañado a su amiga la señorita Snow, y a sus padres, al baile que ofrece el duque de Tarrington.

Zac sintió una señal de irritación. No es que en realidad le importara que su esposa hubiera salido. Los matrimonios de la alta sociedad llevaban vidas separadas, y aquello era precisamente lo que él quería.

Will: Dado que tu mujer ya se encuentra allí -observó el duque-, lo mejor será que te vistas y vengas conmigo. -Su intención era rechazar la propuesta, alegar exceso de trabajo, pero Will lo cogió del brazo y susurró-: He oído rumores, murmuraciones sobre tu esposa y Jesse Leal. No creo en absoluto que sean fundadas, pero aun así, creo que a los dos os iría bien que de vez en cuando acompañaras a Vanessa.

Rumores, pensó él. Murmuraciones sobre su esposa y otro hombre. La ira ardió en su interior. Había ordenado a Ness que no volviera a ver a Leal. ¿Le había desobedecido?

Zac: No tardaré nada. Sírvete una copa, que bajo enseguida.


4 comentarios:

TriiTrii dijo...

Me encantooo!!!!!
Siguela! Ya quiero saber q va a pasarrrr!!!!!!!
Esperare mañana el próx capi...
Cdt
Kiiss

LaLii AleXaNDra dijo...

hahahaha
ahora si se preocupa zac??
jum que tal..
esto se pone bueno..
siguela..
ya kiero ver el proximo capi...
:D

Carolina dijo...

claro ps! asison los hombres! cuando ven q ia stas con otro recien se dan cuenta de tu existencia ¬¬!! pero bueno x lo menos ia fue a acompañar a nessa xD!
y lo de alysson me encanto xDxDxD! q io tb tomare ese curso intensibo de sexualidad xDxD pobre niña lo q le habra contado su doncella la habra dejado mas asustada q pelicula de terror xD
bueno loki siguela!
y sigan comentando!

ҳ̸Ҳ̸ҳĸaʀყҳ̸Ҳ̸ҳ dijo...

ahora si no
pus no!
caray despues de todo
ahora si no
jajaja
lo a alysson me dio mucha risa
pobre niña bueno no tan niña
de menos ya va al baile pero ya despues de los rumores no?
hay pero si los hombres son tercos con t de tontos jajaja
siguela pronto

baii baii

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