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jueves, 26 de mayo de 2011

Capítulo 9


«Valor.» La palabra revoloteaba por entre sus pensamientos. ¿Poseía ella el valor necesario para invitar a Andrew a su cama?

Brittany se pasó las siguientes horas valorando la posibilidad, y cada vez se sentía más convencida. No tenía idea de qué le depararía el futuro, ni siquiera de si lo tendría. De lo único de lo que estaba convencida era del presente. La determinación se apoderó de ella y se descubrió acercándose al pequeño escritorio que había en la esquina. Con la respiración más pausada, tomó una hoja de papel y se la puso delante.

Los dedos le temblaban cuando levantó la pluma del tintero, y unas gotas se derramaron sobre el papel. Murmurando, lo arrugó y lo echó a un lado.

Su segundo intento no resultó mucho mejor.

«Queridísimo Andrew: »

También arrugó ese segundo papel, pues no le gustaba el encabezamiento, y empezó de nuevo.

Capitán Seeley:
Tal vez le apetezca tomar una copa conmigo antes de retirarse.
Suya,
Brittany

No añadió nada más. No estaba dispuesta a llegar más lejos. Cuando acudiera al camarote -si es que lo hacía-, daría el siguiente paso. Si es que todavía le quedaba algo de VALOR.

Cuando Alan volvió para llevarse la bandeja, Brittany le pidió que le entregara la nota al capitán.

Alan: No se preocupe, se la daré personalmente, señorita.

Britt: Gracias, Alan.

Apenas el chico salió del camarote, ella se desvistió y se puso el vestido azul zafiro con adornos de encaje negro. Se retiró el pelo de la cara, aunque usó sólo unos pocos pasadores para sostenerlo, para que a Andrew le resultara más fácil soltárselo si lo deseaba.

El corazón le latía con fuerza y le sudaban las palmas de las manos. Estaba a punto de adentrarse en el mundo, hasta ese momento desconocido, de la mujer adulta. La emoción recorría todo su ser, mezclada con apenas unas gotas de temor. Deseaba hacerlo, lo deseaba a él. Recordó sus besos apasionados, el placer que le recorría el cuerpo cada vez que la acariciaba. La sensación de asfixia que sentía cada vez que él entraba en el camarote.

Ya era tarde cuando al fin llamaron a la puerta y ella estaba casi convencida de que no aparecería. Pero cuando acudió a abrir se encontró con Andrew en el pasillo, vestido con una camisa blanca de manga larga, y unos pantalones negros ceñidos, las botas de caña alta recién cepilladas y el pelo recién peinado.

Andrew: Creo que me ha invitado usted a hacerle compañía.

Britt: Sí… -volvió a sentir que se quedaba sin aliento, y de pronto la timidez se apoderó de ella. El corazón le latía con tal fuerza que temía que él pudiera oírlo-.

Andrew: Una copa, creo que decía.

Britt: Sí… -Se estaba comportando como una tonta, ahí de pie, mirándolo, incapaz de articular palabra-.

Andrew entró y cerró la puerta con sigilo, clavando la mirada en su vestido azul zafiro.

Andrew: De haber sabido que se trataba de una ocasión especial, me habría vestido con ropas más formales.

Ella negó con la cabeza, deseando haberse vestido de otro modo, aunque contenta en el fondo por no haberlo hecho. Quería estar guapa para él, y ese vestido parecía su mejor opción.

Britt: Dejemos a un lado las formalidades. -Le parecía que estaba guapísimo como estaba, tan atractivo que el corazón parecía a punto de salírsele por la boca-. La ocasión es simplemente que deseaba agradecerle como Dios manda el consuelo que me ha brindado esta tarde.

Andrew esbozó una señal de sonrisa.

Andrew: En ese caso, ¿tomamos una copa? -Se acercó al aparador y sirvió una copa de jerez para ella y otra de coñac para él-. Creo que será interesante saber qué entiende usted por un «agradecimiento como Dios manda». -Se acercó a ella y le alargó la copa-. ¿Por dónde empezamos?

A Brittany se le encogió el estómago. Por Dios, la cosa era mucho más difícil de lo que imaginaba. En realidad no le había hecho venir para darle las gracias. Tenía otro motivo mucho más atractivo para enviarle aquella nota.

Britt: Me temo que… no estoy muy segura.

Andrew frunció el ceño.

Andrew: Está nerviosa -dio un sorbo a su coñac y dejó la copa en la mesa-. Creo que nunca la había visto así. ¿Qué le ocurre, Brittany? ¿Qué pasa? ¿Para qué me ha invitado? -A ella le temblaba la mano, y una gota de jerez se derramó y rodó por el borde de la copa. Andrew se dio cuenta y se la cogió de la mano-. Dígame, Brittany, ¿qué le sucede?

Ella se humedeció los labios y trató de armarse de valor. «Díselo -le ordenaba su mente-. Dile la verdad.»

Britt: Le he pedido que venga porque… porque quiero que me haga el amor, es decir, si usted todavía lo desea.

Andrew se quedó plantado frente a ella durante un largo momento, con los ojos como platos.

Andrew: Dios, qué tonto soy.

Y entonces le sujetó la cara entre las manos y le atrapó la boca con su boca. La besó de una y mil maneras, le acariciaba el pelo con los dedos, le quitaba los pasadores y le soltaba el pelo, le echaba la cabeza hacia atrás y el beso se hacía más profundo…

Andrew: ¿Si todavía lo deseo? -le susurró junto al cuello-. He pensado en pocas cosas más desde el momento en que la vi a bordo del Lady Anne.

Otra cascada de besos cayó sobre ella. La besó hasta dejarla sin aliento. Brittany se aferraba a él, le rodeaba el cuello con los brazos. Todo le daba vueltas, y parecía tener el cuerpo en llamas. Los pezones se le endurecían, casi le dolían bajo el corpiño de su vestido azul zafiro. Sentía los labios tiernos e hinchados, y la humedad de su lengua le hacía contraer el estómago. Le agarraba el pelo a Andrew con los dedos y le hacía caracolillos en la nuca. El roce de la nariz del hombre contra su piel la hacía temblar.

Los pezones, durísimos, le quemaban. Sin dejar de besarla, Andrew le desabotonó el vestido por la espalda y el corpiño se abrió. Él se lo arrancó y deslizó por sus hombros los tirantes de la enagua, con lo que quedó desnuda de cintura para arriba, con los pechos cubiertos por sus manos. Se los moldeaba y acariciaba, comprobando con suavidad el peso y la forma de uno y otro, mientras el placer se apoderaba de ella.

Britt: Andrew… -susurraba mientras la boca de él abandonaba sus labios y reemplazaba el lugar de sus manos-.

Empezó a chuparle los senos, y a ella le flaquearon las piernas. Sabía muy poco de lo que era hacer el amor, jamás pensó que un hombre pudiera conocer de ese modo a una mujer, usar sus labios y su lengua con tal destreza, ser capaz de llevarla casi al desvanecimiento.

Brittany echó la cabeza hacia atrás y él devoró la columna de su cuello, le mordisqueó el lóbulo de una oreja, antes de reclamar sus labios una vez más. Le bajó el vestido, que superó el último obstáculo de las caderas, y arrastró también en el descenso la enagua. Ahora sí, ya estaba desnuda, temblorosa. Las manos de Andrew se deslizaron por su espalda, alcanzaron las nalgas y se cerraron sobre su redondez, mientras la atraía con más fuerza hacia su calor.

Ella sentía su dureza, el latido de deseo de su miembro. Debería haber tenido miedo, pero no lo tenía. Se sentía mujer como nunca hasta ese momento, sentía la fuerza de su feminidad, y comprendió el poder de una mujer en esos instantes. Aun así, y al mismo tiempo, ella se sentía sometida al poder de Andrew, esclavizada por sus besos, por sus ardientes caricias, por el placer que le proporcionaba con cada una de ellas, con cada roce de sus labios.

Las manos del hombre recorrieron su vientre, los suaves pliegues que se ondulaban entre sus muslos, y ella gimió al sentir que había llegado a su centro más suave. Se dio cuenta de que estaba húmeda, y en algún rincón de su mente se preguntó si debía sentirse avergonzada por ello.

Andrew: Tranquila, amor mío -la calmó al sentir que su cuerpo se tensaba cuando él trataba de abrirla con la mano-. Relájate. No voy a hacerte daño.

Fuera lo que fuese lo que estaba sucediendo, a Andrew le parecía natural, y ella le obedeció, entregándose a sus cuidados, dejando que fuera su guía en el viaje.

Britt: Quiero tocarte -dijo de pronto, apenas sorprendida de su propio atrevimiento-. Deseo conocer la textura de tu piel, sentir el movimiento de tus músculos.

Era como si hablara otra Brittany, una mujer a la que no conocía. Esa criatura era valiente y decidida, tan irreal como la noche, que parecía más un sueño que una realidad. Al menos eso se decía a sí misma.

Los ojos de Andrew se clavaron en los suyos, azules, ardientes, intensos. Se quitó la camisa blanca sin desabotonársela y la arrojó al aire, le cogió la mano y se la colocó en el pecho. Ella estudió, intrigada, el vello oscuro y rizado, comprobó su dureza, pasó un dedo sobre un pezón plano y marrón, sintió la contracción de sus músculos.

La respiración del hombre se aceleró, lo mismo que la suya. Alzó la mirada, y en el gesto de su boca apretada adivinó sus ganas.

Andrew: ¡Te deseo tanto! -susurró. Pero parecía decidido a no apresurarse, a dejar que fuera ella la que marcara el ritmo-.

Ella le pasó un dedo por las costillas, extendió la mano por la llanura de su vientre, vio que los músculos de su abdomen se contraían.

Ella estaba desnuda, y de pronto quiso que él también lo estuviera.

Le miró con fijeza, y él pareció leerle el pensamiento, pues se incorporó al instante y la llevó en brazos hasta la cama. La tendió en ella y la besó una y otra vez, y entonces la dejó un momento para quitarse las botas, los pantalones y los calzoncillos. Cuando se giró, ella ahogó un grito y su corazón inició una carrera desbocada.

Jamás había visto a un hombre desnudo, y mucho menos excitado. Su miembro era largo y grueso, y se alzaba turgente sobre el nido protector que era su vello púbico. Tal vez palideció un poco, porque Andrew se detuvo al lado de la cama, se agachó y la besó con gran ternura.

Andrew: Vamos a ir muy despacio, a tomarnos todo el tiempo que necesitemos. Confía en mí, Brittany. Te prometo que no te haré daño.

Ella confiaba en él. Al menos en eso.

Andrew se subió a la cama y se dieron más besos. Besos lentos, débiles, besos ardientes, penetrantes, besos profundos, seductores, besos que se fundían unos con otros, hasta que el cuerpo de Brittany estaba en llamas y se derretía lentamente. El calor descendía por su vientre, y entre las piernas sentía un ardor irreprimible.

La mano de Andrew fue a su encuentro y la acarició ahí hasta que ella comenzó a retorcerse en la cama, a suplicar algo que no sabía bien qué era. No se dio cuenta de que él se había movido, de que se había instalado ya entre sus piernas, hasta que sintió que su dura extensión se acercaba a su entrada, tratando de acceder a ella. Los hombros musculosos del hombre se contraían, pues hacía esfuerzos por ir despacio, y el cuerpo de ella se tensó.

Andrew: Tranquila, amor mío. Intenta relajarte. No quiero hacerte daño.

Sabía que sí se lo haría, conocía lo bastante sobre el acto como para saber que la primera vez siempre era dolorosa, y seguramente más con un hombre tan bien dotado como Andrew.

Trató de ayudarle, de relajarse, como él le pedía, lo que no le resultó tan difícil, pues él volvió a besarla de nuevo. Despacio, suavemente, entró en ella, llenándola más y más, llevándola a aceptar su tamaño, susurrándole tranquilizadoras palabras de amor en el oído.

Andrew: Tranquila -le dijo con dulzura, besándola una vez más, y entonces, con una embestida final, logró entrar en casa-.

Brittany, por más que intentó controlarse, gritó de dolor.

Andrew: ¡Maldita sea! -Se incorporó muy rígido sobre ella-. No era mi intención hacerte daño. Supongo que hace ya algún tiempo desde la última vez que tú… Lo siento. Debería haber ido más despacio.

Brittany no dijo nada. El dolor empezaba a remitir, y quería que continuara. Le rodeó el cuello con los brazos y tiró de su cabeza hacia abajo para besarlo. Parecía que era el último asalto bajo su control.

Andrew comenzó a moverse, lentamente al principio, más deprisa después. El dolor regresó un momento, antes de disolverse, olvidado entre el creciente placer. Su cuerpo se suavizaba a su alrededor, permitía que él la penetrara más hondo, y ella le oía gemir. El ritmo aumentaba, las embestidas se hacían cada vez más duras, la excitación le resultaba deliciosa, y descubrió que ella también seguía sus movimientos.

Ahora ya no había rastro de dolor, su cuerpo ardía con el mismo deseo que Andrew parecía sentir.

Britt: No pares -se oyó decir a sí misma, insistiéndolo a entrar más en ella, y el miembro de él se clavó más profundamente, llenándola más y más, hasta que ella ya no fue capaz de pensar más que en Andrew. Sólo sentía su tamaño, la plenitud y el calor desbocado de su cuerpo-.

Su propio ser se contrajo. Todos los músculos de su anatomía parecieron contraerse y estirarse más allá de todo límite y entonces, al fin, una explosión los envolvió al unísono. Tras sus ojos se iluminaron las estrellas, una galaxia entera, y una dulzura desconocida se alzó en su interior, como miel en su boca. Brittany pronunció el nombre de Andrew y se aferró a él mientras el mundo daba vueltas a su alrededor.

No sabía cuánto tiempo se había quedado ahí tendida. No hizo gesto de moverse hasta que sintió que la mano de Andrew le acariciaba el pelo y se lo retiraba de la sien.

Andrew: ¿Estás bien?

Ella volvió la cabeza para mirarlo y vio que estaba tendido de lado, apoyado en un codo, y que la miraba desde las alturas.

Britt: ¿Qué… qué ha pasado?

Él ahogó una risita. Parecía estar encantado.

Andrew: La pequeña muerte. Así la llaman los franceses. Lo más parecido al cielo que podemos conocer en la tierra.

Ella sonrió al oír esa descripción.

Britt: Sí… Ha sido un poco como caerse entre las estrellas.

Andrew: Siento haberte hecho daño. No era mi intención.

Ella apartó la mirada.

Britt: Sólo me ha dolido un momento. Y ha valido la pena.

Andrew: La próxima vez irá mejor. Tu cuerpo está aprendiendo a acomodarse al mío. El placer será todavía mayor.

Britt: No creo que eso sea posible.

Él le dedicó una de sus escasas y preciosas sonrisas.

Andrew: ¿Por qué no lo probamos?

Y casi sin darle tiempo a responder, se montó sobre ella y empezó a besarla y a acariciarle los pechos. Le fue más fácil penetrarla esa segunda vez, y ella sintió la maravilla, el placer de estar unida a él.

En ese momento se dio cuenta de que lo amaba. De que tal vez lo había amado desde el día en que las olas la arrastraron al mar y él arriesgó su vida para rescatarla.

Lo amaba, y por eso su cuerpo florecía para él, se abría a él, y al alcanzar el clímax, el cielo se abrió y ella ascendió a lo más alto.

Casi amanecía cuando despertó de un plácido sueño. Con las primeras luces del alba que se colaban a través de las ventanas de popa, Brittany vio a Andrew de pie junto a la cama, sus anchas espaldas frente a ella, desnudo de cintura para arriba, agachándose para ponerse las botas. Su cuerpo era espléndido, sus hombros anchos, su cintura estrecha, sus caderas rectas, sus piernas duras.

Se estremeció al ver unas cicatrices en su espalda que hasta ese momento le habían pasado desapercibidas, pues habían dormido a oscuras. Él ya le había insinuado algo. Sabía que debían de haberlo torturado brutalmente durante su encierro en la prisión francesa. ¿Era su padre en verdad culpable?

Se le formó un nudo en la garganta. No podía estar segura. No sabía siquiera si su padre era la clase de hombre capaz de vender a su país.

Andrew se giró en ese instante y vio que estaba despierta. Le sonrió. El gesto hizo que el azul de sus ojos cobrara mayor intensidad, y destacó la línea de sus pómulos. Era una sonrisa preciosa que le hacía parecer diez años más joven.

Andrew: Quería despertarte, hacerte el amor de nuevo, pero sé que ayer noche te hice daño. Debe de hacer bastante tiempo que no… que no estás con Vennet.

Brittany sintió vergüenza por primera vez. Hablar de hacer el amor a la luz del día era más difícil que hacerlo en ese estado de ensueño en que se encontraba la noche anterior.

Britt: Jamás he estado con el vizconde, ni con ningún otro. Usted… Tú has sido el primero, Andrew.

Él frunció el ceño y sus cejas negras casi llegaron a tocarse.

Andrew: ¿De qué estás hablando? Tú eras la amante de Vennet.

Las primeras piezas del rompecabezas empezaron a encajar. Eso era lo que él creía, la razón por la que había tratado de obtener sus favores.

Britt: Yo no he sido nunca su amante. -Dudó un instante, pero ya había llegado tan lejos que no iba a detenerse ahora; había llegado el momento de que conociera la verdad-. El vizconde Forsythe es… mi padre.

Andrew negó con la cabeza.

Andrew: Eso no puede ser. No te creo.

Britt: No se casó nunca con mi madre. Nunca me reconoció. Pero de todos modos es mi padre.

Andrew: ¿Me estás diciendo que…? ¿Tratas de convencerme de que eras virgen?

Britt: Creía que los hombres notaban esas cosas.

La respiración de Andrew se había acelerado un poco, y apretaba mucho la mandíbula. Se echó hacia delante, cogió las sábanas y las apartó sin miramientos. Brittany dobló las rodillas, apoyó en ellas la barbilla, pasándose los brazos alrededor de las piernas, en un intento de ocultar su desnudez. No le gustaba nada la expresión de aquel rostro.

Andrew bajó la vista, inspeccionó las sábanas, y sí, ahí estaba, la prueba ensangrentada de su virginidad.

Andrew: No, no es posible.

Britt: Yo creía que, de algún modo, que fuera virgen podía gustarte.

Él seguía con la vista clavada en las sábanas, poniendo orden a sus pensamientos, rememorando lo que había sucedido entre ellos esa noche. Brittany vio que por sus ojos pasaba el preciso instante en que ella había gritado de dolor cuando él le arrebató la flor.

Andrew: ¡Dios, es cierto, dices la verdad! ¡Eres la hija de Vennet, no su fulana! ¡Por eso le ayudaste a escapar de la cárcel!

Ella no imaginaba que se disgustaría hasta ese extremo.

Britt: Lo saben sólo unas pocas personas. El vizconde, por supuesto, y mi madre. El escándalo arruinaría a su familia, y también a la mía. Juré que me llevaría el secreto a la tumba. Debes prometerme que jamás se lo contarás a nadie, Andrew.

Él negaba con la cabeza mientras retrocedía.

Andrew: Tras la noche de ayer, pensé que tal vez pudiéramos llegar a algún acuerdo, pensé que podríamos seguir dándonos placer mutuo, y que una vez que llegáramos a Londres podría ayudarte a arreglar tu situación.

Britt: ¿Y por qué deberías cambiar de opinión?

Andrew: Porque eres suya. Su sangre corre por tus venas. A partir de ahora, cada vez que te mire, pensaré en todos los hombres que él envió a la tumba.

Se giró y recogió la camisa del suelo, antes de dirigirse hacia la puerta.

Brittany lo miraba con el corazón en un puño.

Britt: Andrew, por favor, no te vayas.

Él se detuvo sólo un instante. Entonces levantó el pestillo de la puerta y salió al pasillo. La puerta se cerró tras él con gran estruendo, y sus pasos se perdieron en la distancia.

Brittany seguía con la vista clavada en el lugar que hasta hacía unos segundos había ocupado Andrew, mientras un intenso dolor se apoderaba de ella. Los ojos le escocían, y las lágrimas asomaban a ellos.

Le había entregado su cuerpo a Andrew. Y él, de algún modo, le había pedido también su corazón y parte de su alma.

Por primera vez fue consciente de la locura que había cometido.

Andrew manejaba el timón en ese amanecer gris, pero su mente regresaba a la noche que acababa de vivir. No era una prostituta, sino una joven inocente. ¿Cómo no se había dado cuenta? Porque, como ya le había dicho, jamás había conocido a una mujer como Brittany Snow.

Jamás había conocido a una chica inocente que sin embargo se mostrara tan valiente, tan fuerte, tan decidida. Había llegado a respetarla, incluso a admirarla. Y al hacerlo, su deseo por ella había crecido hasta alcanzar proporciones gigantescas.

Ahora que la había hecho suya, su deseo no había menguado. La quería más que nunca, y ya no podría tenerla nunca más.

Adam: ¿Quería verme, capitán? -se había plantado a su lado y se rascaba la poblada barba gris-.

Andrew: Sí, ha habido un cambio de planes. Damos media vuelta y nos dirigimos al norte, a Scarborough. Si tomamos un rumbo directo, no tardaremos demasiado en llegar. Una vez que nos libremos de nuestra pasajera volveremos a navegar hacia el sur, cumpliremos con nuestra misión y podremos regresar a casa.

Adam frunció el ceño.

Adam: ¿Ha decidido dejar libre a la joven?

Andrew clavó la vista en un punto lejano del mar.

Andrew: No es la amante de Vennet. Es su hija.

Adam: ¿Qué? ¿Está seguro?

Andrew le miró de nuevo, tratando de ignorar la desesperanza que se apoderaba de su interior. Y la culpabilidad.

Andrew: Hasta esta noche era una joven inocente. Yo le he arrebatado la virginidad. Es la hija ilegítima del vizconde.

Adam permaneció un instante en silencio, observándolo, comprendiendo la angustia que tanto se esforzaba por disimular.

Adam: Usted eso no lo sabía, joven.

Andrew: No, no lo sabía, y la deseaba tanto que me negué a considerar otras posibilidades.

Adam: No puede culparse por eso. La chica podría habérselo dicho. -Andrew no dijo nada-. Al menos ahora sabe por qué ayudó a escapar al hombre. No es que yo hubiera hecho lo mismo. Si al borracho de mi padre tuvieran que ahorcarlo, yo no movería un dedo.

Andrew: Nadie sabe que Brittany está implicada, salvo nosotros dos y el hombre a quien pagué para que consiguiera información. McPhee no hablará. Si nosotros guardamos silencio, la joven estará a salvo.

Adam se acarició la barba.

Adam: Es más joven de lo que creíamos. Alan dice que acaba de cumplir los veinte.

A Andrew se le encogió el corazón. Cada vez que pensaba en Brittany, los remordimientos lo paralizaban. Y a pesar de todo sabía que no toda la culpa era suya. Ella debería haber sido sincera, debería haberle contado la verdad desde el principio, aunque tal vez él no la habría creído.

Además, en el fondo, había sido ella quien le había invitado al camarote y le había ofrecido el placer de su cuerpo dulce y deseable.

Los dedos de Andrew se cerraron sobre el timón.

Andrew: Traslade las órdenes, señor Cross. Giremos y librémonos de nuestra pasajera.

Adam: Sí, mi capitán.

Adam empezó a gritar a la tripulación y los hombres, a las velas, iniciaron la maniobra de giro.

Llevaban un tiempo patrullando frente a las costas francesas, en busca de cualquier indicio que les informara de si Napoleón concentraba una flota lo bastante importante como para invadir las costas inglesas. En un barco tan rápido como el Diablo de los Mares, si navegaban ininterrumpidamente, el barco tardaría menos de tres días en cubrir las quinientas millas que la separaban de Scarborough, y otros tantos en regresar para concluir su misión.

Hasta que Brittany no se encontrara a salvo, en casa de su tía, tal como ella había planeado, Andrew se mantendría alejado de ella por completo. Dormiría en el incómodo sofá de la sala. Adam podía escoltarla por cubierta cuando tuviera que salir a tomar el aire, y Alan seguiría haciéndose cargo de sus necesidades.

La próxima vez que posara los ojos en ella, sería el día en que la joven abandonara el barco.

Brittany pasó un día horrible en su camarote. Lamentaba una y mil veces su estupidez. Y una y mil veces debía reprimir sus ganas de llorar, y maldecía a Andrew Seeley. El resto del tiempo lo dedicó a recomponerse pues no quería de ningún modo que él descubriera hasta qué punto se sentía desgraciada, que adivinara el gran daño que le había causado.

Hacía un rato había notado que el barco cambiaba de rumbo, había visto que el sol alteraba su posición en las ventanas de popa. Ahora la nave navegaba en dirección contraria, y lo único que se le ocurrió pensar fue que Andrew había decidido llevarla de regreso a Londres.

Se le encogió el corazón. Le había dado lo que él deseaba, le había permitido hacer uso de su cuerpo. Había saciado su apetito, y ahora que conocía su verdadera identidad, pensaba entregarla a las autoridades.

¡Qué tonta había sido! ¿Por qué había confiado en él? Y lo que era peor, ¿cómo había sido tan loca como para enamorarse?

Ya empezaba a pagar por su locura, y no tardaría en pagar todavía más. Tal vez el precio fuera su propia vida.

Al fin llegó la noche. Se metió bajo las sábanas, pero no logró dormir.

Durante todo el día siguiente, el barco mantuvo el rumbo norte, y Brittany se sentía cada vez más intranquila. La preocupación le cerraba la boca del estómago, y no podía dejar de caminar de un lado al otro del camarote. Tenía que saber qué sucedía, saber qué planeaba Andrew.

Se puso el vestido azul turquesa, se recogió el pelo en una trenza que se enrolló en lo alto de la cabeza y abandonó su camarote en busca del hombre que era dueño de su destino. Al no encontrarlo en cubierta, descendió por la escalerilla y llamó a la puerta de la sala.

Durante varios largos segundos, nadie respondió, pero entonces la puerta se abrió de golpe y apareció Andrew que, al verla, esbozó una sonrisa de desprecio.

Andrew: Vaya, vaya, qué sorpresa. -se tambaleó y ella se fijó en la botella de coñac casi vacía que reposaba en el aparador-.

Britt: Estás bebido.

Andrew: Cierto, aunque ése no es asunto de tu incumbencia.

Britt: Debo hablar contigo.

Él le dedicó una cómica reverencia.

Andrew: En ese caso entra, no faltaría más. Te serviré una copa y podemos retomar lo que dejamos pendiente la última vez que estuvimos juntos.

Ella se ruborizó al instante.

Britt: Si crees que estoy tan loca como para dejar que vuelvas a tocarme, estás muy equivocado. He venido porque quiero saber qué piensas hacer conmigo. ¿Me llevas… de regreso a Londres?

Sus palabras parecieron calmarlo un poco, y negó con la cabeza.

Andrew: Te llevo a Scarborough. Ahí es donde querías ir, ¿no es cierto?

Brittany sintió tal alivio que le flaquearon las piernas. Por más que trató de evitarlo, no logró disimular la gratitud.

Britt: ¿Me dices la verdad? ¿No navegamos… no navegas rumbo a Londres? ¿Me llevas con mi tía?

Andrew: Te he arrebatado la inocencia. A cambio, te devuelvo tu libertad. -Le dedicó una sonrisa cruel-. Verás, Brittany, la verdad es que has hecho un pacto con el diablo.

Ella sintió que un nudo oprimía su garganta. La proximidad que los había unido la noche anterior había desaparecido.

Britt: Quería que me hicieras el amor, Andrew. No esperaba nada a cambio.

Hizo gesto de marcharse, pero Andrew la sujetó del brazo.

Andrew: Brittany, siento el modo en que han salido las cosas. Siento que seas quien eres y que yo sea quien soy. Ojala nos hubiéramos conocido en otras circunstancias.

Brittany esbozó una amarga sonrisa.

Britt: Bueno, al menos tú has conseguido lo que querías. Desde el principio buscaste vengarte de mí. Espero que disfrutes la venganza, Andrew.

Ahora sí, Brittany abandonó la sala y lo dejó ahí, de pie, junto a la puerta.

Mientras regresaba a su camarote, Brittany no se lo quitaba de la cabeza, su pelo castaño alborotado, sus ropas arrugadas, el olor a alcohol que desprendía, la amargura de su rostro, la necesidad de venganza que le devoraría hasta destruirlo.

Entró en su habitación y se arrojó boca abajo en la cama, repitiéndose que estaba loca por sentir lo que sentía.




¿Porqué todos los primeros polvos son en el camarote de un barco?
Por algo será, ¿no?
Habrá que probarlo...
XD XD XD
Bueno espero que os haya gustado el capi.
Andrew tiene buena puntería.
Ahí lo dejo... XD XD
¡Bye!
¡Kisses!

2 comentarios:

TriiTrii dijo...

Aahhhh!!!!!
Drew es un tonto!!
Le dijO a Adam la vdd??
Si el es realmente el traidor y no el padre de britt??
Bueno nosee!!! Tendrás q seguirla para saber q pasara!!!
me re encanto el capii enserio!!!
muy buena siguelaaa!!!
kiiss
Bye bye

Anónimo dijo...

NUEVA LECTORA

Ahh me encanto el cap & por lo que dijistes de la punteria de Andrew
Eso quiere decir que Brittany esta embarazada...ahhh muy buena nove
Espero que la sigas pronto...

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