topbella

sábado, 28 de mayo de 2011

Capítulo 13


La residencia de lady Smith era encantadora. Brittany la había visitado en varias ocasiones, acompañando a su tía. En la primera de ellas se sorprendió al descubrir el alcance de sus riquezas. Seacliff era la mansión más espectacular de toda la costa del norte de Yorkshire, contaba con cincuenta dormitorios, una magnífica sala de baile, una nutrida biblioteca, varios salones de música y un número al parecer interminable de saloncitos y gabinetes.

El bufé de la boda se había organizado en el salón dorado, una sala impresionante precintada por columnas de mármol negro, con suelos brillantes, también de mármol, y decorada con muebles en negro y dorado, así como con jarrones y alfombras orientales. El salón se abría a una vista del mar a través de una hilera de altos ventanales, y mientras su tía y lady Smith charlaban animadamente con Adam, y Andrew conversaba con el cura y su esposa, ella fue en busca del joven Alan, que no se cansaba de contemplar aquel paisaje asombroso.

El mar se perdía de vista, gris en una jornada que amenazaba lluvia, una sucesión interminable de olas rematadas de espuma que se perdía en el horizonte. Nubarrones negros se posaban sobre el agua en un día triste y encapotado que parecía un reflejo de su estado de ánimo.

Alejándose del ventanal, se obligó a pensar en cosas más agradables, y sonrió al joven Alan.

Britt. Me alegro tanto de que el capitán te haya traído.

Alan esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

Alan: Ahora vivo con él. Yo y Buffy, los dos. Estoy aprendiendo a ser mozo de cuadra.

Britt: Eso es maravilloso, Alan. ¿De modo que trabajas en los establos? ¿En la residencia que el capitán posee en Londres? -Sabía tan poco del hombre que acababa de convertirse en su esposo, ni siquiera dónde vivía. Siempre lo había imaginado en los elegantes camarotes de su barco-.

Alan: Sí, en Londres, señorita… quiero decir milady. A Buffy y a mí nos han dado una habitación muy bonita sobre la sala de carruajes.

Britt: Entonces vamos a vernos bastante a menudo, como tú dijiste una vez.

Alan: Me temo que no, milady. El capitán no va a llevarla a Londres. La lleva a Belford Park, su casa de campo. Supongo que será un lugar muy bonito.

Britt: Seguro que sí.

Al ver que Andrew venía hacia ellos, Alan se disculpó y, apoyándose en la muleta, se dirigió al gran bufé colocado sobre una mesa larga apoyada contra la pared y cubierta con manteles.

Andrew se detuvo al llegar junto a ella.

Andrew: ¿Te sientes bien? Pareces algo cansada.

Britt: Sí, lo estoy un poco, supongo. Todo esto empieza a pesarme.

Andrew: Sí, lo comprendo.

Britt: Alan dice que no regresamos a Londres.

Andrew: No. Atracaremos en Boston, un puerto que queda un poco más al sur. Allí alquilaremos un coche que nos llevará hasta Belford Park, que está en el campo, al sudeste de Northampton. Llegaremos antes desde aquí que desde Londres. Además, me ha parecido que tal vez te vendría bien disponer de algo de tiempo para adaptarte a la idea de que ya eres una mujer casada.

Britt: Sí, supongo que me vendrá bien.

Andrew: La viuda de Charles ocupa la residencia. Creo que congeniarás con ella.

Se acordó de que un hermano suyo había muerto y que así había sido como él había heredado el título.

Britt: Seguro que sí.

No sabía bien qué pensar de los planes de Andrew, y menos teniendo en cuenta que no se había molestado en discutirlos con ella, pero en sus circunstancias, casi cualquier cosa era mejor que regresar a Londres. Incluso Ness parecía haberla abandonado.

Sin embargo, conociendo como conocía a su amiga, Brittany suponía que Vanessa había actuado creyendo que hacía lo mejor para ella.

Resultaba obvio que no conocía a Andrew tan bien como ella, pues de otro modo habría mantenido la boca cerrada.

Se hacía tarde y se acercaba el momento de que los recién casados se retiraran. Hacía un rato su anfitriona, lady Smith, les había acompañado a su suite, una habitación de gran magnificencia decorada con terciopelos rosas y dorados. Una enorme cama con dosel aparecía montada sobre un pedestal, arrimada a la pared, coquetamente rodeado de cortinas de terciopelo rosa, y un fuego ardía con viveza en la impresionante chimenea de mármol.

Junto a la habitación, una salita decorada con mobiliario de marfil dorado albergaba el vestidor, montado en un rincón. Andrew cerró la puerta de la habitación tras de ellos, y Brittany se volvió al oír aquel chasquido irreversible.

Era una mujer casada. Andrew era su esposo. Sin duda albergaría expectativas, aunque ella desconocía cuáles podían ser.

Andrew: Se le ha dado la noche libre a Phoebe. No sé si lo recuerdas, pero en alguna ocasión yo ya te había hecho las veces de doncella, así que esta noche no debería ser un problema.

Britt: Sí… No… Quiero decir que…

Andrew: Ven aquí, Brittany.

Ella avanzó hacia él sintiendo los miembros agarrotados. Llevaba meses sin verle, hacía meses que no estaban juntos. Ahora le parecía un perfecto desconocido, y sin embargo debía hacer lo que le ordenaba.

La ventana se iluminó con el destello de un relámpago, pues la tormenta se acercaba, y al cabo de un momento resonó el trueno. Ella sentía que en su interior se arremolinaba la misma tempestad de emociones. Dio unos pasos al frente y cuando llegó junto a él le ofreció la espalda. Él desabrochó el cierre del collar, que cayó en sus manos. Andrew lo dejó sobre el mármol del tocador. Sin él, Brittany se sentía extrañamente desnuda.

Andrew: No te muevas, deja que te suelte el pelo.

Ella permaneció inmóvil, rígida, dándole la espalda, mientras él le quitaba los pasadores y los iba colocando sobre el tocador, junto al collar. Poco a poco, los rizos descendían en cascada por su espalda, sobre sus hombros. Sentía que las manos del hombre navegaban por su mata de pelo, hasta que de pronto le dio la vuelta y la miró.

Le rozó apenas los labios con un beso breve.

Andrew: No he dejado de desearte en ningún momento, Brittany, ni siquiera cuando acabábamos de hacer el amor. No he dejado de desearte durante todos estos meses en que has estado lejos.

Britt: Aquella noche todo parecía distinto. Esto no parece real.

Él le pasó un dedo por la mejilla.

Andrew: Te prometo que dentro de unos minutos te parecerá real del todo.

Brittany sintió un cosquilleo en el estómago. Recordó su manera de acariciarla, de llenarla aquella otra noche. Recordó el placer. Trató de borrar de su mente lo que había sucedido después, su rechazo, el desprecio con que la había mirado.

Ahora era su esposa. Tal vez las cosas fueran distintas.

Lo dejó ahí solo, en la habitación, y desapareció en el vestidor. Oyó que él se acercaba al aparador para servirle una copa de jerez, y tomarse él un coñac.

En la pequeña zona reservada al vestidor, con suelo de mármol, encontró una tela de seda esmeralda doblada sobre una butaca tapizada con terciopelo. Junto a él, una nota escrita por su tía Matilda.

Para tu noche de bodas, querida. Una mujer debe ponerse guapa para su esposo. Con todo mi amor, tu tía.

Brittany sostuvo el camisón de talle alto y acarició la seda verde. El corpiño era de encaje a juego, del mismo color, tan sutil que transparentaba. Resultaba casi indecente, y tuvo que esforzarse por reprimir una sonrisa al pensar en su prudente tía.

Se quitó el traje de novia y la enagua bordada, los zapatos de piel de cabritilla, las ligas y las medias. Se puso el camisón por la cabeza y comprobó que le ajustaba a la perfección, que en su descenso hasta el suelo acariciaba sus caderas, que la blusa sujetaba con dulzura sus senos, que apenas ocultaba los pezones.

Se volvió para mirarse en el espejo y se vio a sí misma como la vería Andrew, femenina, seductora, distinta a la que había entrado en la habitación. Recobró algo de su seguridad de antaño. Hubo un tiempo en que ella quiso que el capitán se metiera en su cama, un momento en que, de hecho, le invitó a subirse a ella.

Se echó el pelo hacia atrás, levantó mucho la barbilla y salió del vestidor. Cuando Andrew la vio, la copa de coñac que se llevaba a los labios quedó suspendida en el aire.

Andrew: ¡Dios del cielo!

Dejó la copa en la mesa y la miró con más detenimiento. Él también se había puesto más cómodo y llevaba un batín de seda granate que se le abrió hasta la cintura cuando se movió, dejando al descubierto parte de su torso ancho, velludo.

A Brittany se le contrajo el estómago. Temblaba cuando él se detuvo frente a ella. Su mirada era ardiente, fiera, y con ella recorrió todo su cuerpo tras detenerse unos instantes en sus pechos. Sus ojos se encontraron y Brittany leyó en los de Andrew el deseo, el hambre que ya no trataba de ocultar. La rodeó con sus brazos, bajó la cabeza y la besó, y el tiempo pareció detenerse. Volvía a encontrarse a bordo de su barco, de nuevo en el camarote, con unas ganas locas de que le hiciera el amor.

Separó los labios al contacto de los suyos, saboreó la virilidad y el poder que tanto le habían atraído desde el principio. La lengua de Andrew se deslizó hasta su boca y un calor nuevo recorrió todo su ser, espeso, dulce, seductor.

Él la besaba una y otra vez: el cuello, el lóbulo de la oreja…

Andrew: Cómo te he echado de menos.

Las palabras despertaron algo en su interior, le devolvieron la esperanza. No sabía qué le depararía el futuro, pero esa noche le pertenecía a él, y lo deseaba más que nunca.

Britt: Andrew…

Se apretó mucho contra él, le devolvió los besos con todo el amor que en otro tiempo sintió por él, y Andrew se mostró aún más apasionado. Siguieron entonces unos besos dilatados, ardientes, que le hacían enloquecer y murmurar su nombre.

Sentía las manos de su esposo amasándole los pechos, frotándole los pezones por encima del encaje verde esmeralda; la tela se pegaba a ellos y la excitación crecía por momentos. Sus labios reemplazaron sus manos, comenzó a besarle por sobre la ropa, humedeciendo la tela con la lengua, dibujando con la lengua círculos alrededor de los pezones.

Le flaqueaban las piernas y se sentía húmeda en lo más íntimo de su ser. La mano de Andrew se posaba sobre el leve arco de su vientre, se detenía un instante, descendía deslizándose sobre la seda, que se humedecía al contacto con el pliegue de sus piernas.

Entonces le bajó los finos tirantes del camisón, que se desmoronó bajo sus pechos, se detuvo un instante al llegar a las caderas y terminó hecho un ovillo a sus pies.

Andrew recorrió con sus besos el camino que separaba el cuello de los senos y se metió uno entero en la boca, lo chupó y lo saboreó hasta que ella comenzó a gemir.

Los dedos de Brittany se perdían en la maraña castaña y sedosa de sus cabellos mientras él proseguía el descenso, le pasaba la lengua alrededor del ombligo, le besaba la curva del vientre. Ahogó un grito al sentir la invasión de aquellos dedos, el calor de aquella boca en su epicentro.

Britt: Andrew… Dios mío…

El placer se apoderó de ella. Densas olas de dulzura se arremolinaban en su seno. Tan excesiva era la intimidad que sintió la tentación de apartarse, pero él la sostuvo por las nalgas para mantenerla en su sitio y prosiguió con su asalto. Su boca y su lengua parecían mágicas, y a Brittany le temblaban las piernas. Echó hacia atrás la cabeza y el clímax la agitó con fuerza, oleadas de sensación que rompían por todo su ser una y otra vez.

Se acurrucó entre sus brazos cuando él la levantó y la llevó hasta la cama envuelta en terciopelo. La dejó en el centro y se echó encima de ella, apoyando el peso en los codos. Las cortinas los encerraban, los protegían, creaban para ellos un mundo privado.

Andrew volvió a besarla una y otra vez, como si no se saciara nunca. Ella adoraba su sabor, el roce de su cuerpo delgado y poderoso que la apretaba contra el colchón. Adoraba el aroma fresco, limpio, de su piel, que seguía relacionando con el mar.

Andrew le separó las piernas y se encajó entre ellas mientras la besaba apasionadamente. Finalmente encontró el centro de su ser y entró en ella con toda su extensión.

Brittany estaba húmeda, tensa, y la excitación de él era grande y dura.

Andrew: Dios, no quiero hacerte daño. Otra vez no.

Ella le pasó los dedos por el pelo.

Britt: No vas a hacerme daño. Entra en mí, Andrew. Deseo sentirte dentro.

Un destello iluminó lo más hondo de sus ojos con algo que se parecía mucho al anhelo. Sus palabras le dieron confianza y se movió de nuevo, más profundo, presionando hacia delante hasta que ella quedó completamente atravesada.

Andrew: ¿Va bien? -le preguntó haciendo esfuerzos por controlarse-.

Ella tragó saliva, y apretó los párpados para apartar las lágrimas. Jamás nada le había hecho sentirse mejor que esa unión.

Britt: Me encanta lo que siento. ¿Querrías… besarme?

Los ojos de Andrew se oscurecieron. Se inclinó sobre ella y le devoró la boca. La besó y se movió dentro de su cuerpo, y el cuerpo de Brittany se estrechó en torno a él. El ritmo de sus movimientos aceleraba. Andrew la llenaba una y otra vez, y con cada sacudida ella sentía un calor creciente que invadía todo su ser. Fuera, dentro, fuera, la cadencia aumentaba, y con ella el calor, la furia, el deseo.

Tras sus ojos cerrados apareció de nuevo la constelación que había conocido en aquella otra ocasión, y su cuerpo se incendió desde dentro. Ascendía montada en una ola de puro placer, y de su garganta se escapó un sollozo apagado.

Andrew se unió a ella en su clímax instantes después, se endurecieron sus músculos, su mandíbula se tensó como el acero en el momento de verterse en su interior. Allí ya se alojaba su semilla, lo sabía, y por primera vez se alegró al pensarlo.

Estaba casada con el padre de su hijo. Iban a formar una familia. Encontraría el modo de ayudar a Andrew a superar el pasado, lograría que fueran felices.

Se retorcieron, abrazados, y así permanecieron, escuchando los sonidos de la tormenta que se desencadenaba al otro lado de la ventana, el rugido de las olas que se estrellaban contra la orilla, al fondo del acantilado. Andrew volvió a hacerle el amor transcurridos unos minutos, y de nuevo antes del amanecer.

Después Brittany, satisfecha, sucumbió a un sueño profundo.

Cuando despertó, Andrew ya no estaba.

Phoebe llegó con la bandeja del desayuno. Cuando se agachó para recoger la delgada prenda de seda esmeralda tirada de cualquier manera en el suelo, sonrió y se ruborizó hasta ponerse más colorada de lo que ya era.

Phoebe: Buenos días, milady. -El pelo castaño oscuro de la doncella brilló al sol que se colaba a través de la ventana cuando se acercó a la cama a servirle el chocolate y los pasteles-. El señor la espera abajo. Yo he venido a preparar su equipaje y a ayudarla a vestirse para el viaje. Su señoría dice que el barco zarpará tan pronto como lleguemos.

Había olvidado que Phoebe viajaría con ellos, pero en cualquier caso ése era un detalle que facilitaba las cosas. Se acabó el chocolate y se obligó a comer un pastel, pero estaba tan nerviosa que ni siquiera disfrutó del discreto desayuno. Se sentía impaciente por ver a Andrew, por descubrir de qué modo la recibiría esa mañana.

Phoebe la ayudó a ponerse un vestido gris perla con bordadura escarlata, el más adecuado para el día que le esperaba. Se vistió deprisa, dejó que la doncella la peinara con un peinado sencillo consistente en una trenza colocada en espiral sobre la cabeza, escogió un sombrero gris a juego con encaje escarlata y se dirigió a la puerta.

Se detuvo en lo alto de la escalera, aspiró hondo e inició el descenso. Andrew se encontraba junto al último peldaño y, sin querer, Brittany quedó petrificada al verlo.

Andrew: Phoebe se ocupará de llevar tus cosas al carruaje. Despídete de lady Smith, luego pasaremos por casa de tu tía. Allí recogeremos tus baúles.

Ella asintió, obediente, mientras buscaba algún rastro de afecto en su mirada, algún signo de la intimidad que habían compartido esa noche. Pero no halló nada que le indicara que eran más que conocidos lejanos. Andrew parecía un hombre completamente distinto del que le había hecho el amor hacía unas horas, y el corazón de Brittany se sumió en la preocupación.

Ella ya sabía que la deseaba, pero tras su tierna sesión de amor sensual, pensó que tal vez significaba algo más para él, que no era una simple vasija en el que aliviarse.

Al comprobar la dureza de su gesto, su expresión remota, profunda, todas las esperanzas que había albergado comenzaron a desmoronarse y desaparecer. Conocía los fantasmas contra los que él combatía, en el fondo sabía que sus probabilidades de felicidad eran remotas. Había sido tonta al pensar que las cosas podían ser de otro modo. Había sido tonta una vez más.

Matilda: Te echaré de menos, querida -le dijo su tía con lágrimas en los ojos. Una de ellas le resbaló por la mejilla y fue a chocar contra la lente que llevaba colgado al cuello-. Mucho.

A Brittany también se le humedecieron los suyos. Apenas disponían de tiempo para una breve despedida antes de que ella partiera hacia el puerto de Boston.

Britt: Yo también te añoraré, tía Matilda. Tal vez, cuando estemos instalados… -La dama asintió-.

Matilda: Escríbeme todo lo que puedas.

Britt: Lo haré, te lo prometo.

Se dieron otro breve abrazo y Brittany se alejó. Andrew la guiaba delicadamente, posando la mano en su cintura. Así, salieron de la casa y se montaron de nuevo en el carruaje de lady Smith.

En el puerto de Scarborough, el Diablo de los Mares se balanceaba al final de uno de los muelles. Brittany jamás pensó que volvería a contemplar el casco negro y las esbeltas velas blancas del barco. De no ser por la presencia de Phoebe, le habría parecido que jamás la había abandonado. La condujeron hasta el camarote del capitán, mientras Phoebe se instalaba en el de Adam, donde permanecería durante el corto viaje hasta Boston, a menos de dos días de allí.

Mientras el barco zarpaba de Scarborough, ella se dedicó a sacar de su equipaje los pocos artículos que iba a necesitar: el peine y el cepillo de plata, una camisola limpia, un vestido para el segundo día y unos zapatos a juego.

Se preguntaba cuándo vería a su esposo, pero sabía que estaba ocupado. El día transcurría, y él seguía sin aparecer.

Alan le trajo la cena y las disculpas del capitán, que lamentaba no poder unirse a ella. A Brittany no le sorprendió demasiado, pues se encontraba de nuevo a bordo de su barco, asaltado de nuevo por sus dolorosos recuerdos y el sentimiento de culpabilidad que sentía por haberse casado con ella.

Andrew, apoyado en la barandilla, contemplaba el agua negra como boca de lobo. Se había casado con Brittany Snow. Esa misma noche, su noche de bodas, le había hecho el amor apasionadamente. A lo largo de los años se había acostado con muchas mujeres, pero ninguna le excitaba como Brittany. Ninguna otra le satisfacía como ella.

Por la sangre de Cristo, ojala las cosas no fueran así.

Con su regreso a bordo regresaron también todas sus dudas. Ella era la hija de Víctor Vennet. Había organizado la fuga del traidor, que de ese modo se libraba de la horca. Quién sabía si incluso pudo unirse a él para vender secretos a los franceses. Por el amor de Dios, ¿qué había hecho?

Andrew respiró hondo y soltó despacio el aire. Sus emociones seguían siendo un torbellino, aunque en el fondo no cuestionaba la lealtad de Brittany, sino sólo su buen juicio. Había ayudado a escapar a un traidor porque éste era su padre. Aunque el vizconde era ahora su suegro, Andrew juró que no descansaría hasta que lo hubieran apresado y pagara por lo que había hecho.

Por el rabillo del ojo intuyó la presencia de Ned el Largo, su rostro flaco, su expresión triste, y vio que se detenía a su lado, separando las piernas para adaptarse al vaivén de las olas.

Ned: ¿Así que se ha casado con la chica? Pensé que no lo haría.

Andrew: Yo la traje a bordo en contra de su voluntad, Ned. Era una joven inocente. No me quedaba otro remedio.

Ned: Sabemos quién es. Todos lo sabemos.

Andrew: ¿Qué quieres decir? -Sólo Adam sabía por qué se habían llevado a Brittany del Lady Anne. Sólo Adam sabía que era la hija del vizconde de Forsythe-.

Ned: Uno de los hombres le oyó hablar con Cross. Esa joven es hija del diablo, hija de un maldito traidor. Por eso la raptó, ¿verdad? Yo y los demás creemos que fue ella quien le ayudó a escapar de la horca. Usted la hizo suya para que le revelara lo que sabía.

A Andrew se le cerró la boca del estómago. En parte era así, pero sólo en parte.

Andrew: Ella no sabe nada, nunca ha sabido nada. -No soportaba la expresión de Ned, el otro único superviviente del ataque francés-. Sea cual sea la verdad, Ned, Brittany es ahora mi esposa. Espero ver que todos la tratan con respeto.

Ned apartó la mirada. Andrew creyó ver la lástima reflejada en los ojos oscuros del marinero.

Ned: Es usted un buen hombre, capitán. No merecía que le sucediera esto.

Andrew: Tal vez sí lo merecía. El destino tiene sus formas de compensación.

Ned: Espero que se equivoque, capitán. Yo también sigo con vida. No podemos castigarnos eternamente.

Andrew no respondió, y la silueta alta y delgada del marinero se perdió en la oscuridad. Aunque hacía frío, Andrew no se movió de su sitio y volvió a pensar en Brittany y en los años que tenían por delante.

Se preguntaba cuánto tardarían en esfumarse sus sentimientos. Se preguntaba si la culpa que le aferraba por haberse casado con ella se esfumaría también con ellos.

Era más de medianoche. Brittany dormía profundamente, pero el chasquido leve de la puerta al cerrarse la despertó.

Se fingió dormida cuando Andrew se desvistió y se metió en la cama, a su lado. Se mantuvo separado de ella, sin moverse de su sitio, y permaneció quieto un buen rato, pero ella notaba que no estaba dormido.

Transcurrían los minutos. Andrew, inquieto, no dejaba de dar vueltas, hasta que al fin se acurrucó a su espalda y la abrazó con fuerza.

Andrew: Sé que estás despierta -le susurró, besándole la nuca. Entonces deslizó la mano sobre su cadera y la metió bajo el camisón de algodón blanco-. ¿Acaso pretendes negarme mis derechos conyugales?

¿Era eso lo que pretendía? Una parte de ella deseaba responder que sí, decirle que hacer el amor no significaba nada si él no la amaba. Pero su otra parte ya reaccionaba a sus caricias, su cuerpo ardía con ellas, se humedecía de ganas.

Britt: No te los negaré.

Sintió la dureza de su excitación frotándose contra sus nalgas y se le aceleró el pulso. Andrew le desabotonó el camisón por delante y se lo bajó por un hombro. Notó la caricia de sus labios contra la piel, mientras el dobladillo de su camisola subía más por encima de sus caderas. Sus manos se internaban entre las nalgas, en busca de su centro, y cuando lo encontraron lo acariciaron hasta hacerla temblar.

Andrew: Ya estás lista para recibirme -dijo mientras le separaba las piernas, le levantaba las caderas y se internaba suavemente en ella. Cada vez que hacían el amor le era más fácil penetrarla-. Tú también me deseas.

Era cierto. Le deseaba, deseaba el placer que él podía darle.

Britt: Al menos compartimos eso.

Andrew: Al menos -pactó que empezó a moverse-.

Nunca habían hecho el amor en esa postura, y un nuevo mundo de sensaciones apareció ante ella. Brittany sintió el calor, saboreó la dulzura, se entregó a ella. Si no otra cosa, al menos tenían eso.

Y tal vez eso bastara, pensó mientras alcanzaba la cima del placer y los cielos se abrían ante ella.

Pero en el fondo sabía que su corazón querría más.

2 comentarios:

TriiTrii dijo...

Wooww!!
Se casaron e hicieron el amor varias vecess
Pero britt no esta segura de q drew este enamorado de ella
Buenoo muy buenaaa
Siguelaa
Bye bye
Besos CDT!!!

caromix27 dijo...

En sta nove me he dado cuenta de varias cosas
1 los polvos en los camarotes parecen ser los mas divertidos
2 siempre q zumban algo sale mal ¬¬
3 Andrew la debe de tener grandota xD
4 La realidad de los romances es distinta xD pero = la vida cuanod stas enamorada es bonita xD!
me encanta!!
sigan comentando chicas!!
tkm mi loki!

Publicar un comentario

Perfil