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martes, 24 de mayo de 2011

Capítulo 6


Se avecinaba tormenta. Grandes olas barrían la proa del barco, que cabeceaba y se balanceaba, se desplomaba en picado y remontaba las pendientes encrespadas en un constante vaivén. Cortinas de agua salpicaban las cubiertas y se colaban por las cloacas. El cielo se había oscurecido, y el día y la noche parecían haberse fundido en un solo tiempo.

Durante tres largos días el temporal aumentó, jugando con el barco como si de un tronco a la deriva se tratara, y obligando a Brittany a permanecer en el camarote. El mareo la había rondado varias veces pero, de momento, con las galletas saladas y el caldo de buey que le traía Alan, había logrado mantenerlo a raya.

¡Se moría de ganas de salir a estirar las piernas y respirar aire puro!

Cuando la primera señal de mejoría se asomó al cielo, Brittany empezó a caminar por el cuarto con gran impaciencia, esperando a que el capitán Seeley o Adam Cross vinieran a buscarla. Pero pasaban las horas y no aparecía ninguno de los dos. Inquieta y aburridísima de su encierro, cogió la capa que colgaba junto a la puerta y se la colocó sobre los hombros. Seguramente encontraría al menos a uno de ellos y le pediría que la escoltara.

Aunque el viento había amainado, Brittany confrmó, al subir a cubierta y asomar la cabeza fuera de la escotilla, que todavía soplaba una brisa helada. El suelo seguía mojado y muy resbaladizo. Ella se había recogido el cabello con la cinta de encaje, pero el viento le soltó casi al instante varios mechones que se pegaron a su rostro.

Se encontró con el tercer oficial, un marinero moreno que respondía al nombre de Roger Trask.

Britt: Siento molestarle, señor Trask. ¿Ha visto al señor Cross?

Roger: Sí, señorita. Está trabajando abajo. -La miraba con unos ojos que se lo decían todo. Exceptuando la cicatriz de la mejilla, resultaba un hombre atractivo. Se le ocurrió que debía de ser un mujeriego, y la idea le resultó vagamente divertida-. No debería estar aquí, señorita. Será mejor que regrese al camarote.

Ella levantó más la barbilla. ¿Quién era él para darle órdenes?

Britt: Tal vez sepa dónde se encuentra el capitán Seeley.

Roger: Ahí mismo, señorita, subiendo la escalerilla de las bodegas.

Se giró y vio que venía hacia ella con el ceño fruncido y las mandíbulas muy apretadas. Al ver aquella expresión furiosa, sin querer, dio un paso atrás.

Andrew: ¡Maldita sea! -exclamó cuando estuvo cerca, y ella retrocedió un poco más-.

En ese instante, la nave cabeceó al encuentro con una ola y Brittany perdió el equilibrio. El zapato se le quedó atrapado entre una soga y se le torció el pie. Brittany levantó los brazos y cayó de lado en el momento en que otra ola barría la cubierta y la arrastraba por ella.

Andrew: ¡Brittany! -oyó que gritaba el capitán. Pero la ola se la llevó y en un segundo la hizo caer al mar por la borda-.

Brittany gritó y se hundió bajo la superficie. El agua salada le entró por la nariz y comenzó a inundarle los pulmones. No podía hacer nada, sólo mantener la boca cerrada, en contra de su impulso, que la llevaba a abrirla para aspirar una bocanada de aire. Pero no. Contuvo la respiración y trató de alcanzar la superficie, pero había perdido la cinta del pelo, que le cubría el rostro y le impedía ver. La falda gris parecía pesar mil libras, y por más que nadaba, cada vez se hundía más.

Fue consciente de que se iba a ahogar y pataleó con todas sus fuerzas. A diferencia de la mayoría de las mujeres, nadaba muy bien, pues había aprendido en secreto junto con su amiga Vanessa cuando estudiaban en el internado. Distinguía una débil luz en lo alto del agua. Tenía que llegar a ella.

Pero las ropas la arrastraban hacia abajo, parecían contrarrestar cualquier pequeño avance. El aire de los pulmones empezaba a arderle dentro, y no podría seguir conteniendo la respiración mucho tiempo más. ¡Dios! ¡No quería morir! Pataleó un poco más, frenéticamente y durante un instante su cabeza asomó a la superficie. Logró aspirar una bocanada de aire antes de que el peso de la ropa la arrastrara hacia abajo. Le pareció oír a alguien que nadaba a su lado, pero volvía a quedarse sin aire y empezaba a marearse.

Luchó por subir una última vez, pero en esa ocasión no logró levantar la cabeza por encima del agua, y sintió que le flaqueaban las últimas fuerzas. Notó apenas que algo le rozaba el costado, la fuerza de una mano masculina en su cintura, que tiraba de ella hacia arriba. Brittany nadó con energías recobradas y, juntas, sus cabezas asomaron a la superficie.

Uno de los flotadores del barco se agitaba cerca y el capitán lo agarró y le pasó el brazo alrededor.

Andrew: ¡Resista! -gritó-. ¡Debemos resistir hasta que vengan a buscarnos!

Ella tosió y expiró, logró asentir con la cabeza y se mantuvo a flote reuniendo todas sus fuerzas. Veía el barco en la distancia, y uno de los botes de madera descendía por la borda mientras la nave luchaba por mantener el equilibrio.

La barca ya se alejaba del casco y venía en su dirección, los hombres remaban con energía. Tardó un rato en llegar a ellos, pues debía remontar olas de espuma blanca que la hacían desaparecer momentáneamente, antes de hacerse visible de nuevo.

El tercer oficial, Roger Trask, un marinero llamado Red Tinsley, y el otro, el delgado, Ned el Largo, iban a los remos.

Los divisaron, a ella y al capitán, aferrados al flotador, y acercaron el bote. Juntos, lograron subir a Brittany hasta él, y acto seguido hicieron lo mismo con el capitán, que quedó tendido junto a ella en el suelo de la barca. Los dos temblaban sin control.

Ned los cubrió con una manta.

Ned: Les llevaremos de vuelta al barco lo antes posible -le dijo a ella-. El viejo Adam ha plegado velas y ha girado. Así reducirá la velocidad y nos permitirá darle alcance.

Tragó saliva y asintió. El miedo que se había apoderado de ella empezaba a aflorar, y sentía un nudo en la garganta. Pero los minutos pasados en el mar helado la habían dejado sin fuerzas y tenía tanto frío que era incapaz de mover los labios.

Además, daba las gracias por estar, simplemente, viva.

Tardaron un poco en abrirse paso entre las enormes olas hasta el Diablo de los Mares. Adam se movía de un lado a otro al borde de la cubierta, con gesto ceñudo, mientras el resto de la tripulación les ayudaba a subir.

Cuando la tuvo delante se detuvo, levantó la mano y le acarició la mejilla.

Adam: Se ha salvado, joven. -A ella se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en lo cerca que había estado de la muerte, en lo mucho que Andrew Seeley se había arriesgado para salvarla-. Sí, el capitán le ha salvado la vida. Podrían haber muerto los dos.

Ella tragó saliva para deshacer el nudo que le oprimía la garganta.

Britt: Lo siento. No sabía que el mar seguía tan removido ni que la cubierta resbalaba tanto.

Adam: Debe cambiarse de ropa -le ordenó, que le ayudó a bajar la escalera del camarote. Ella se volvió en busca de Andrew, que ya iba tras ella-.

Andrew: Yo me ocuparé de ella -dijo, y entraron juntos en el camarote-. Que nos traigan un baño caliente. Debe entrar en calor.

Adam: Y usted también, joven.

Andrew: No tarden -dijo, que cerró la puerta y se volvió para mirarla-.

Britt: Lo siento -balbuceó entre sollozos-.

En lugar de la ira que había temido, él se acercó y, sin mediar palabra, la estrechó entre sus brazos.

Andrew: Dios santo, Brittany, creí que la perdía.

Ella también se abrazó a él con fuerza, feliz de sentir su calor, de notar el musculoso contacto de su cuerpo, el latido constante de su corazón, y se mantuvo así aferrada.

Britt: Lo siento tanto… Oh, Andrew, podría haber muerto.

Él le levantó la barbilla y comprobó que las lágrimas descendían por sus mejillas.

Andrew: Dios…

Y entonces la besó, tomó posesión de su boca, la atrajo hacia sí. Unió sus labios a los suyos, les dio forma, los saboreó. La besaba de todas las maneras posibles, y el calor la inundaba por momentos. La lengua del capitán entraba en ella, y era como si un fuego le abrasara las venas. Brittany se colgó de su cuello y le devolvió el beso con tanta pasión como la que él le dedicaba.

Se dijo a sí misma que eso era porque los dos estaban vivos. Él era un hombre, y ella una mujer, y habían sobrevivido a la muerte por los pelos. Fuera lo que fuese, la excitación y el deseo se apoderaban de ella como nunca hasta ese instante. Andrew era alto, pero ella también, y parecían estar hechos el uno para el otro. El torso del capitán era una pared dura que le aplastaba los pechos, y por debajo de la ropa mojada sus pezones empezaron a endurecerse y a palpitar.

La cabeza le daba vueltas, estaba casi mareada, y el corazón le latía velozmente, y con tanta fuerza que se preguntaba si él lo oiría. Brittany le pasó los dedos por entre los mechones de pelo castaño y húmedo, sintió su tacto sedoso, los suaves rizos que le caían sobre la nuca…

Él la besó y ella le devolvió el beso. Por loco que resultara, no quería que se detuviera.

Britt: Dios mío… Andrew…

Oyó un ruido y, lentamente, fue recobrando la conciencia. Alguien llamaba a la puerta. El capitán se giró con los ojos azules llenos de emoción. Por un instante, le pareció que tal vez él les diría que se fueran.

Cuando él se retiró y ella dejó de sentir su calor, empezó a temblar de nuevo. Andrew soltó una maldición, se acercó a la puerta y la abrió.

***: El baño de la señorita -anunció uno de los miembros de la tripulación-.

Él la miró de reojo y se fijó en lo pálida que se veía.

Andrew: Instálenlo delante de la chimenea.

Los dos marineros depositaron la bañera humeante sobre la alfombra y abandonaron el camarote en silencio. Andrew se acercó a una temblorosa Brittany y tiró de la cinta que le cerraba el cuello de la blusa.

Andrew: Un baño le hará entrar en calor -le susurró, y ella recordó la primera vez que se había desnudado en su presencia. Él debió de leerle los pensamientos, porque suspiró, resignado. Está bien, si ha de sentirse más cómoda, ahora mismo me doy media vuelta.

Tenía los dedos fríos y torpes. Como tardaba mucho en desvestirse, él se acercó, agarró la parte baja de la blusa y se la quitó por encima de la cabeza, dejándola sólo con la falda y la enagua mojada. Se cubrió los pechos cuando él le desabotonó la cintura de la falda y la tela se deslizó desde sus caderas. La tela de la enagua era tan transparente que él distinguía su cuerpo, y tan corta que apenas le cubría el trasero.

Los ojos de Andrew brillaban, encendidos y oscuros a la vez. Ella siempre los había visto como pálidos y glaciales, pero ahora no había nada frío en ellos.

Andrew: Le aconsejo que se meta en esa bañera antes de que ponga en práctica lo que me pasa por la mente.

Brittany no pudo evitar fijarse en el grueso bulto que, en sus pantalones húmedos y pegados a su cuerpo, era la marca de su deseo. Se ruborizó de algo más que de vergüenza y entró al momento en el agua, dejándose puesta la enagua incluso cuando se sentó en la bañera.

Alzó la mirada y vio que Andrew sacaba ropa seca de su armario, y que se dirigía a la puerta con la muda colgada del brazo.

Andrew: Si siguiera mi impulso, la sacaría de esa bañera y la llevaría a la cama. Y no me iría hasta el amanecer. Pero acaba de vivir una mala experiencia y necesita reposar. Duerma un rato y esta noche, cuando se sienta mejor, cene conmigo si le apetece.

Ella alzó la vista para mirarlo. Aún sentía la firmeza de su cuerpo contra el suyo, el sabor de su boca que se abría paso hasta la suya. Lo deseaba. No se había molestado en ocultarlo. Debería estar asustada, pero por alguna razón no lo estaba.

Britt: Me encantará.

Andrew pareció alegrarse. Se despidió con una ligera inclinación de cabeza y abandonó el camarote. Brittany permaneció sentada en la bañera hasta que el agua se enfrió, tratando de comprender lo que acababa de sucederle.

Cuando, transcurridas varias horas, abrió la puerta para ver quién llamaba, se encontró a Andrew de pie en el pasillo, recién bañado, con el pelo limpio y bien peinado.

El capitán la observó de arriba abajo, se fijó en el vestido color zafiro que se había arreglado hasta convertirlo en un atuendo casi respetable, aunque incluso con el chal de encaje, el escote resultaba demasiado bajo. El vestido era alto de cintura, y una cinta negra lo ceñía por debajo del pecho. La falda, lisa gracias a su mano con la costura, se plegaba sobre sí misma discretamente, a un lado.

Andrew: Está usted preciosa. Veo que al final pudo aprovechar parte de la ropa.

Ella no logró reprimir una sonrisa.

Britt: Sí, gracias por el cumplido.

Se había lavado y secado el pelo, pero la chimenea se había apagado y, aunque la tormenta comenzaba a amainar, algunos mechones seguían algo húmedos. Había usado las peinetas de madreperla con incrustaciones que llevaba la noche en que la sacaron del Lady Anne para hacerse un peinado con los rizos en cascada, y él se fijó en ellos antes de concentrarse de nuevo en el rostro.

Andrew: Suelo cenar en la sala -dijo al fin, ofreciéndole el brazo. Brittany posó la mano sobre la manga de su frac azul marino-. Esta noche, el cocinero se ha esmerado en honor a mi invitada.

Se había vestido como un caballero, llevaba una pajarita blanca perfectamente anudada, un frac de corte alto e impecable. El chaleco brillaba, entretejido con hilos de plata, y unos pantalones negros, entallados, le perfilaban las piernas largas, el vientre plano. Sin renunciar a un poco del pirata que era, se veía extraordinariamente apuesto.

Cuando el capitán le pasó la mano por la cintura y la condujo a la escalera de cubierta, un ligero escalofrío recorrió la espalda de Brittany. Hasta ese momento no la habían invitado a la sala, una habitación que parecía pertenecerle a él en exclusiva.

Le resultó incluso más elegante que su camarote. La luz, amplificada por los cristales, parpadeaba en las lámparas de las paredes, forradas de madera oscura hasta media altura, y tapizadas de una seda con dibujo de aguas. Se fijó en un aparador hecho a medida, con repisa de mármol, y en una mesa ovalada estilo Reina Ana, con sillas a juego. La sala la completaba un sofá verde oscuro con bordados frente a la diminuta chimenea, y ella se percató de que habían avivado el fuego, cuyas llamas bajas parpadeaban.

Britt: Para ser pirata, tiene usted gustos caros -dijo mirándolo de reojo-. Aunque, claro, a lo mejor es precisamente por eso por lo que decidió serlo.

Él esbozó una sonrisa.

Andrew: No sé si es eso lo que cree, pero yo no asalto los barcos enemigos para hacerme con sus tesoros. Obtengo información. En cierto modo, me dedico a lo mismo que su amigo lord Forsythe. La diferencia, es que yo soy leal a mi país.

Ella palideció ante el tono amargo de su voz.

Britt: Lo crea o no, yo también soy una inglesa leal. Ayudar a lord Forsythe fue un asunto personal. -Andrew contrajo un músculo de la mejilla-. Por favor, me ha invitado para disfrutar de una velada agradable. No es mi deseo estropearla hablando de cuestiones tan delicadas. ¿No podríamos firmar una tregua, capitán Seeley, al menos por esta noche?

Debió de ser algo en su gesto. Era evidente que no quería discutir con él; le había salvado la vida. De no haber jurado guardar silencio en el asunto de su padre, le habría contado por qué había organizado la fuga del vizconde. Al menos de ese modo él habría comprendido sus razones. Pero no podía faltar a su palabra.

Andrew: Una tregua -repitió , y parte de la tensión de sus rasgos se desvaneció-. Sí, creo que es buena idea. Con una condición.

Ella arqueó una ceja.

Britt: ¿Qué condición?

Andrew: A partir de este momento prescindiremos de formalidades, al menos cuando estemos solos. Llámeme Andrew, como ha hecho esta tarde. Y yo la llamaré Brittany.

Como también había hecho esa tarde. Al recordar los besos salvajes que se habían dado, una oleada de calor recorrió su piel.

Incluso ahora le aturdía rememorarlo. Había algo en Andrew Seeley, algo que lo hacía más atractivo que cualquier otro hombre.

La idea resultaba tan peligrosa como intrigante. Pero Brittany nunca había temido el peligro.

Britt: Supongo, teniendo en cuenta que no me encontraría aquí en este momento de no ser por usted, que no hay necesidad de mantener los formalismos.

Lo cierto era que había empezado a verlo como a Andrew, y no como al capitán Seeley.

Él volvió a recorrerla con la mirada y se detuvo en la ligera curva de sus senos, por encima del escote de seda azul. En el interior del corpiño, los pezones de Brittany se endurecieron cuando descubrió el deseo de aquellos ojos.

Andrew: ¿Le apetece una copa de jerez?

Britt: Sí, gracias.

Habría tomado cualquier cosa que le ayudara a librarse de esas sensaciones raras que sentía con sólo mirarlo. Vio que se acercaba al aparador y que le servía el líquido amarillento en una copa, tras lo que se servía un coñac para él. Cuando se acercó para entregársela, el puño de su camisa blanca asomó tras la chaqueta. Brittany dio un sorbo con la esperanza de calmar sus nervios crecientes. Ella no sabía bien qué le sucedía, pero intuía que, por primera vez, sentía deseo físico por un hombre.

Andrew: Como ya le he comentado, esta noche está usted especialmente encantadora, y sin embargo parece faltarle algo. -Dejó su copa sobre el aparador, se acercó a la mesa estilo Reina Ana y abrió una caja de plata ricamente tallada. Cuando se giró, Brittany vio que en la mano sostenía su precioso collar de perlas y diamantes-. Este vestido precisa de un complemento. Qué mejor que las perlas. -Se plantó tras ella, le puso el collar y se lo abrochó, rozándole la nuca con los dedos, quedándose un instante, hasta que Brittany se estremeció. Dio un paso atrás para mirarla, y ella alzó una mano para tocar las perlas, comprobar su suavidad, aquella tibieza que tan bien conocía, y que era reflejo del calor de su cuerpo-.

Britt: Sí… -balbuceó-. Mucho mejor.

Ella reseguía con los dedos las facetas de los diamantes, aquellas resplandecientes piedras preciosas engarzadas entre perla y perla. Había algo en aquel collar, algo tranquilizador que sentía al ponérselo. Y eso que conocía la turbadora leyenda que lo precedía.

Andrew: Es una joya ciertamente excepcional -prosiguió-. Me comentó que se trataba de un regalo. ¿De Forsythe? -preguntó con cierta malicia-.

Ella negó con la cabeza.

Britt: Eran de mi amiga más querida. Fuimos juntas a la academia. Me lo regaló con la esperanza de que me diera suerte. No sé si lo sabe, pero este collar tiene su leyenda. Tal vez le gustaría conocerla.

Andrew: Sin duda -dijo, que dio un sorbo a su coñac y pareció relajarse de nuevo. La llevó hasta el sofá verde oscuro y los dos tomaron asiento-.

Brittany acarició las perlas.

Britt: Este collar, conocido como el Collar de la Novia, lo encargó lord Fallon, un señor muy rico en el siglo XIII. Era un regalo para la mujer a la que amaba, y se lo hizo llegar para que lo luciera el día de su boda. Pero en aquella fatídica jornada, camino de la iglesia, a lord Fallon lo abordaron unos maleantes, que lo mataron a él y a sus hombres. Cuando la novia, lady Ariana, tuvo noticia de lo ocurrido, su consternación fue tal que se subió a lo alto del castillo y se arrojó al abismo.

Andrew: No es una historia bonita.

Britt: Murió con el collar puesto. Y tras su fallecimiento se descubrió que estaba embarazada.

Él dio otro sorbo a su copa.

Andrew: ¿Y cuál es la leyenda?

Britt: Se dice que la mujer que lleve esta joya será inmensamente feliz, pero sólo si es pura de corazón. En caso contrario, la tragedia recaerá sobre ella.

Andrew arqueó una ceja.

Andrew: Usted es la propietaria de estas perlas. ¿Cree que su corazón es puro?

Creía serlo, descontando los pensamientos impuros que le habían asaltado esa misma noche.

Britt: Espero que así sea. Aunque no me cabe duda de que usted no estará de acuerdo conmigo.

Andrew le clavó la vista, curioso, pero no comentó nada más.

Andrew: Se está haciendo tarde. Tal vez deberíamos cenar.

Sin abandonar en ningún momento su cortesía aparente, la ayudó a levantarse del sofá. Brittany, manteniendo también la corrección, se dejó conducir a la mesa.

La cena se sirvió sobre un delicado mantel de hilo, en platos de porcelana adornados en oro, y la regaron con caro champán francés. La conversación volvió a desarrollarse por caminos menos comprometidos y, lentamente, ambos se relajaron. Conversaron sobre el barco, sin duda la más preciada posesión de Andrew, y sobre el interés que Brittany demostraba por la astronomía.

Britt: Tengo una amiga, Melissa, que comparte conmigo mi pasión -le contó-. Nos conocimos en la escuela. Una de las maestras nos despertó el interés por las constelaciones, y nos hizo aprender cosas acerca de ellas. Melissa vive en el campo. Es mucho más fácil observar el cielo nocturno desde su casa que desde la ciudad. Allí sí, el cielo parece no tener fin y los astros brillan como diamantes esparcidos sobre un manto de terciopelo negro.

Andrew: Sí, son preciosas, ¿verdad? -reconoció, aunque la miraba como si las estrellas estuvieran en sus ojos, y no en el firmamento, y a ella el estómago le dio un vuelco-.

Las horas pasaron veloces y tuvo que admitir que estaba pasándolo bien. Había descubierto que Andrew Seeley podía resultar un hombre bastante encantador.

No pudo evitar sonreír ante un comentario suyo, y se sirvió otra copa de champán francés.

Britt: Supongo que será producto de un abordaje -dijo alzando la copa y observando las burbujas que ascendían hasta la superficie-.

Andrew: La verdad es que sí. -También levantó la suya y esbozó una de sus escasas e inesperadas sonrisas, tan bonita que Brittany quedó sin aliento-. Lo tomé de un bergantín francés, por lo que si cabe lo disfruto más. -Sus ojos se desplazaron hasta sus pechos, y a ella no le pasó por alto el deseo que brillaba en ellos. El corazón le latió con más fuerza, y sintió un cosquilleo en el estómago. Tal vez empezaba a comprender un poco cómo se sentía Andrew-. Por el placer -brindó con voz suave-.

Ella se sentía casi acariciada por su mirada.

Britt: Por la vida… Gracias por salvarme la mía.

Uno de los ayudantes del cocinero, vestido para la ocasión con pantalones negros, camisa blanca y chaqueta marrón oscuro, apareció para retirar los platos y se llevó lo poco que quedaba de una sofisticada cena que constaba de filetes de un fresquísimo pescado salteados en mantequilla y vino, acompañados de patatas torneadas y de verduras variadas, así como de queso camembert y tartas de limón de postre.

Brittany lo había saboreado todo con disfrute, no podía evitar preguntarse por los elegantes gustos de su anfitrión, sentir curiosidad por saber qué clase de hombre era Andrew Seeley.

Estaba claro que no se trataba de un simple pirata. Inteligente y encantador, llevaba la ropa de gala con la misma propiedad con que se vestía de capitán de barco.

¿Quién era? ¿Llegaría a saberlo algún día?

Andrew: Se está haciendo tarde. La acompañaré al camarote.

Brittany asintió. La velada había sido larga, en ocasiones tensa y en algún momento incluso agotadora. Necesitaba escapar de la imponente presencia de Andrew y de la mezcla de emociones que despertaba en ella. Caminaron por cubierta, ella agarrada de su brazo, hasta que uno de los miembros de la tripulación abrió una escotilla y apareció frente a ellos.

Roger: Buenas noches, capitán Seeley. Señorita…

Andrew: Señor Trask -Le devolvió el saludo-.

El tercer oficial se apartó para cederles el paso. Aunque Trask siempre se mostraba amable, había algo en él que la incomodaba. El hombre posó en ella sus ojos un instante, se quedó en su vestido y en las perlas que adornaban su cuello, y luego agachó la cabeza, hizo una ligera reverencia y se alejó.

Andrew no le hizo el menor caso. Seguía concentrando en ella su atención mientras la conducía a la escalerilla que llevaba a su camarote. En el pasillo ligeramente iluminado que había junto a la puerta, se detuvo.

Andrew: He disfrutado mucho de esta velada, Brittany, mucho. Espero que usted también lo haya pasado bien.

Ella no pudo negarlo. No recordaba otra noche más interesante que ésa.

Britt: Sí, gracias por invitarme.

Él le acarició la mejilla, agachó la cabeza y la besó con ternura. Ella levantó las manos, que durante un instante revolotearon antes de posarse sobre su pecho. Sentía que los músculos de Andrew se tensaban bajo su ropa. El beso se hizo más profundo y la atrajo hacia sí, y entonces sintió la dureza de su deseo en toda su extensión.

Tendría que estar asustada, y en parte lo estaba. Andrew seguía siendo su enemigo, un hombre dispuesto a verla entre rejas. Pero otra parte de ella despertaba a su calor, a un deseo que jamás había sentido por otro hombre.

Andrew: Invíteme a entrar -le susurró al oído, seductor-. Déjeme hacerle el amor.

A Brittany se le encogió el estómago. Una cosa era experimentar la atracción física, y otra muy distinta la posibilidad de entregarle su inocencia, de permitir que le hiciera el amor.

Brittany negó con la cabeza y sintió que unas lágrimas abrasaban su pecho, y que el arrepentimiento la hería como una puñalada.

Britt: No puedo. Por favor, Andrew, no estoy preparada para eso.

¿Por qué no se negaba sin más? ¿Por qué no le decía que no estaba interesada en hacer el amor con él? No era su esposa, y no le pertenecía en la cama.

Pero no. Cuando él volvió a besarla, durante un instante se apretó mucho contra él, aspirando el olor a sal marina y a hombre, saboreando lo profundo de su apetito por ella. Y de lo más hondo de su ser surgió un deseo tan fuerte que tuvo que obligarse a apartarse.

Britt: Gracias otra vez, capitán Seeley.

La sonrisa de Andrew se congeló al comprobar que ella pretendía poner distancia entre los dos.

Andrew: Ha sido un placer, señorita Snow.

Hizo gesto de volverse para entrar en el camarote, pero él la sujetó por la muñeca. Se colocó tras ella y manipuló el cierre del collar.

Andrew: Me lo llevaré -informó mientras la ristra de perlas regresaba a su mano-. Por el momento. Para mayor seguridad.

Se las metió en el bolsillo del chaleco plateado, dio media vuelta y se alejó.

Brittany entró en el camarote y cerró la puerta, preguntándose si esa misma noche, más tarde, él intentaría hacerle el amor, y qué haría ella en ese caso.

Andrew pasó la noche en el sofá de la sala. Aquella cama improvisada era muy corta, peor aún que la que usaba a veces en el camarote de Adam. Con todo, no se atrevía a regresar al suyo.

Le había salvado la vida a Brittany, y desde entonces algo había cambiado entre ellos. Durante las últimas noches había dormido a su lado y le había torturado la proximidad de su cuerpo, y había sufrido de deseo. Esa noche pensó que si se metía con ella en la cama, tal vez pudiera poseerla, pero algo se lo impedía.

Ahí tendido en el incómodo sofá, si cerraba los ojos la veía de pie junto a la barandilla, preciosa, orgullosa, con el pelo salvaje pegado al rostro. Al percibir su rabia, se había alejado unos pasos sin darse cuenta, los suficientes para que el mar se la arrebatara.

Era un instante grabado con claridad cristalina en su mente, el aguijonazo seco del miedo, el terror absoluto de perderla para siempre bajo las aguas. Por nada del mundo habría permitido que se ahogara. «Es mía -decía su loco pensamiento-. No puedo dejarla morir.»

Después, cuando Brittany ya se encontraba de nuevo a bordo, a salvo, había dado las gracias a Dios en silencio por haber logrado rescatarla.

Ni siquiera en ese momento pensó en dejarla entrar en su templo -era una criminal, después de todo-, pero casi sin querer la invitó a cenar. La velada fue más placentera de lo que había supuesto, charlaron animadamente sobre la navegación y sobre el mar, y un poco sobre ciencia. Ella era lista y estaba llena de vida, y él la deseaba con una pasión que hasta entonces ignoraba ser capaz de sentir.

Se dijo que esa noche la poseería. La acompañaría hasta el camarote, le robaría la voluntad con sus besos y la presionaría para que cediera a sus deseos. Al recordar sus reacciones anteriores, pensó que Brittany aceptaría.

Según su plan, la besó en el pasillo que daba al camarote, y trató de ir más allá. Pero la expresión de sus ojos, la inocente dulzura de su negativa, no le dejaron otra salida que resignarse a sus deseos.

Andrew se incorporó en el sofá, maldiciéndose y maldiciendo a las mujeres en general. No la había presionado más porque no quería perder su confianza. Desconocía por qué ésta era tan importante para él, pero sabía que no le haría el amor a menos que ella le invitara a su cama.

«Dios.»

Brittany había ayudado a escapar a un traidor, el culpable de que perdiera el barco, la tripulación y un año de su vida. La había llevado a bordo para que pagara por todo ello.

Debía de estar perdiendo el juicio.

3 comentarios:

Alice dijo...

Ay Cary, muchas gracias por tu coment en el cap anterior
Me alegraste el día
Eske llegué y no vi ni un solo coment ¬¬
Y a los minutos vi el tuyo
Se que mucha gente ha leído este cap, por las estadísticas, pero también kiero algún coment
Bueno, las zanessadictas, ke sepáis ke en el proximo cap aparecen ya por fin
y ke la sigáis leyendo, ke es buena la trilogia, enserio
Y recordad ke en el collar de la novia, ness estaba embarazada...
Ahí lo dejo :p
Comentad!
Bye!
Kisses!

TriiTrii dijo...

Wooww!!!!
Eso me huele a LOVE!!!
sigue asiii me encantooo
Alice siempre siempre siempre te comentaree!!!
Hahaha me encantooo
Y quiero ver a Zac o a Ness y al bebe!!!!!
A los 3!!!!
Esperare el capiii
Byee byee TQMMM

Anónimo dijo...

Carol dice:
q coño tiene el blogger q no me deja comentar ¬¬!!
mira como me tengo q poner para comentar ¬¬
me quema x dentro tick!
recien ahorita he podido!!
despue sde un ratazo!
mira q hora son y desde la hora q te fuiste del msn he stado intenando comentar ¬¬!
bueno loki!
q me ha encantando!
y sobretodo xq drew se mide, x qla kiere 222!
sigan comentando!!
tkm mi loki!

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