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martes, 14 de junio de 2016

Capítulo 9


Vanessa no tenía tiempo para sentarse a llorar por lo que había perdido. Habían desenterrado del suelo del cañón las pieles de más de doscientos animales, y todas tenían el hierro de Utopía. Se había entrevistado con el sheriff, había hablado con la Asociación de Ganaderos y recibido visitas y llamadas de los rancheros de los alrededores. Después de aquel único acceso de llanto, su desesperación se había transformado en una rabia fría que resultaba mucho más útil. La empujaba a seguir adelante día a día, a trabajar aún más, a no derrumbarse cuando alguien le dirigía palabras de ánimo y comprensión.

Durante dos semanas no se había hablado de otra cosa en su rancho ni en muchas millas a la redonda. No se había producido un robo de ganado de esas proporciones desde hacía treinta años. Todo empezó a resultarle más fácil cuando los comentarios comenzaron a extinguirse, aunque se volvió también más difícil seguir creyendo que la investigación daría algún fruto. Había tenido que aceptar la pérdida de los animales porque no le quedaba más remedio, pero no podía aceptar que los cuatreros quedaran impunes.

Eran listos, tenía que admitirlo. Habían sustraído el ganado con una destreza que ni los más ancianos del lugar podían recordar. El alambre cortado, el guante de Zac..., sutiles y deliberados «errores» destinados a desviar su atención hacia las tierras de los Efron. El primero había funcionado lo suficientemente bien como para proporcionar a los ladrones el tiempo justo para borrar su rastro. El único consuelo que le quedaba era pensar que no había caído en el segundo.

Zac no le había dado más alternativa que aceptar su ayuda. Ella se había resistido, especialmente tras recobrarse del acceso de llanto en el cañón, pero él se había mostrado tan obstinado como ella. La había llevado él mismo a entrevistarse con el sheriff, la había acompañado a la Asociación de Ganaderos y una tarde la había arrastrado a ver una película a cuarenta millas de allí. Y en ninguna de esas ocasiones se había mostrado ni compasivo ni condescendiente. Por eso, más que por cualquier otra cosa, Vanessa se sentía en deuda con él. La compasión la dejaba sin recursos, al borde de la desesperación.

A medida que pasaban los días, se obligaba a vivir cada jornada sin pensar en la siguiente. Llenaba sus horas con docenas de tareas, ocupaciones y responsabilidades, de modo que no le quedara tiempo para pensar. De momento, su mayor preocupación era cruzar a su yegua con el semental de Zac.

Éste había llevado con él a dos de sus hombres. A ellos se sumarían Bill y uno de sus propios trabajadores; entre los cinco sujetarían las cuerdas para retener al semental. Una vez que éste captara el olor de la yegua en celo, se volvería igual de salvaje que su padre, e igual de peligroso.

En cuanto Vanessa introdujo a Reina en el potrero, clavó la vista en el semental, al que rodeaban los cinco hombres. Una criatura soberbia, pensó, puro macho, sin domesticar. Su mirada fue hasta Zac, que estaba junto a la cabeza del caballo.

Por debajo de su sombrero asomaban unos mechones de pelo castaño que se enroscaban descuidadamente en el cuello y las orejas. Su cuerpo era enjuto, delgado. Uno podía mirarlo y pensar que estaba totalmente relajado, pero Vanessa veía más allá; veía la tensión que latía debajo, la fuerza que estaba siempre allí y podía surgir inesperadamente. Los ojos, azules como el cielo, estaban medio ocultos bajo el ala de su sombrero mientras trataba de aplacar y controlar al semental.

Ningún otro caballo habría resultado más apropiado para él. Para su amante, se dijo Vanessa con un ligero estremecimiento. Cada vez que rememoraba o imaginaba lo que sucedía cuando estaban juntos, se le erizaba el vello de la nuca. ¿Desaparecería alguna vez aquella sensación? Él había llegado a muchos de sus lugares más recónditos. Cuando estaba sola, pensar eso la atemorizaba; cuando lo veía, sus sentimientos no tenían nada que ver con el miedo.

Quizá fuera el aire denso, pesado, que amenazaba lluvia, o los estremecimientos, mitad nerviosos, mitad impacientes de su yegua, pero el corazón de Vanessa latía con fuerza. Los caballos captaron cada uno el olor del otro.

Merlín corcoveó y empezó a tironear de las cuerdas para desasirse. Echando hacia atrás la cabeza y sacudiendo las crines, llamó a la yegua. Uno de los hombres soltó una palabrota en protesta por las sacudidas del animal. Vanessa apretó más fuerte sus dedos alrededor de la brida cuando Reina comenzó a forcejear contra la mano que la retenía o contra lo inevitable. La calmó con palabras que eran apenas un susurro. Merlín relinchó con pasión y la yegua le respondió con otro relincho igualmente apasionado. Luego se encabritó y casi le arrancó a Vanessa las bridas de las manos. Al ver el forcejeo y los cascos en el aire, Zac notó que el corazón se le subía a la garganta.

Zac: Ayudadla a sujetar a la yegua -ordenó a los hombres-.

Ness: No -encontró un nuevo asidero para sus manos-. Sólo confía en mí. Dejad que la monte -el sudor hacía que la camisa se le pegara a la espalda-.

El semental se mostraba desatado, corcoveaba y tironeaba, con el pelo cubierto de sudor y ojos orgullosos. Con cinco hombres rodeándolo, volvió a levantarse sobre las patas traseras, y se cernió un momento en el aire, magnífico, antes de montar a la yegua.

Los caballos se hallaban más allá de todo pensamiento y todo temor, de cualquier respeto que pudieran sentir hacia los seres humanos. El instinto los guiaba, un instinto primitivo que los consumía. Vanessa se olvidó de cómo le dolían los brazos y del sudor que rodaba por sus sienes. Tenía los pies clavados en el suelo y los músculos de las piernas en tensión mientras empleaba toda su fuerza en evitar que la yegua se desbocara o se encabritara y acabara haciéndose daño.

La atrapó la furia y la desesperación de los caballos, su elemental belleza. El aire estaba cargado con el olor del sudor y la pasión de los animales. Casi no podía respirar pero quería aspirar aquel aire. Desde pequeña había visto aparearse a los animales, empujados por el celo cuando era necesario, pero en esa ocasión, por primera vez entendió la fuerza devoradora que los impulsaba. La necesidad que una mujer tenía de un hombre podía ser igualmente desatada, igual de primitiva.

Entonces empezó a llover, despacio y luego con más fuerza, gotas frías que le caían por la piel. Vanessa levantó la cara hacia la yegua y dejó que el agua corriera por sus mejillas. Uno de los hombres soltó una palabrota. Las cuerdas, al mojarse, se les escurrían de las manos.

Cuando sus ojos se encontraron con los de Zac, todavía tenía el corazón en la garganta. Su pulso debía ser tan fuerte e irregular como el de la yegua. Sintió una súbita necesidad, tan escandalosa como básica. Él lo vio y se dio cuenta. Mientras la lluvia le resbalaba a él también por el cuerpo, sonrió. Los músculos de Vanessa, que un rato antes estaban en tensión, se relajaron tan repentinamente que ésta tuvo que esforzarse para tensarlos de nuevo y retener el control de la yegua, pero no desvió la mirada. La excitación resultaba casi dolorosa y la conciencia de lo que le sucedía la enervaba. Como si las manos de Zac la estuvieran tocando, notó que él vibraba con el mismo deseo.

Gradualmente, la invadió un sentimiento más dulce. Tenía la extraña sensación de estar a salvo, aunque esa seguridad estuviera rodeada de peligros. Esa vez no lucharía, no lo cuestionaría. Ambos estaban ayudando a que surgiera una nueva vida, estaban unidos por aquel lazo.

Los caballos estaban jadeantes cuando los separaron. La lluvia seguía cayendo. Oyó que Bill soltaba una carcajada ante los comentarios de otro de los hombres. Vanessa se olvidó de ellos y dedicó toda su atención a la yegua. Susurrando palabras tranquilizadoras, la condujo de nuevo a los establos.

La luz era débil y el aire estaba cargado de los olores del heno seco y la piel engrasada. Después de quitarle la brida, Vanessa empezó a cepillar a la yegua con caricias largas y lentas hasta que ésta dejó de temblar.

Ness: Aquí estamos, cariño -frotó su cara contra el cuello de Reina-. Ninguna de las dos puede hacer mucho en lo que se refiere a su cuerpo.

Zac: ¿Es así como ves las cosas?

Vanessa giró la cabeza y se encontró con Zac, de pie en la entrada del establo. Estaba empapado, pero parecía como si no le preocupara. Vio cómo escudriñaba breve pero penetrantemente su rostro, era una costumbre que había adquirido desde el episodio del cañón. Sabía que buscaba señales de tensión, y a ella había dejado de molestarle.

Ness: No soy un caballo -contestó con calma, y dio una palmada en el cuello a Reina-.

Zac entró dentro del establo y acarició él también a la yegua. El animal estaba seco y tranquilo.

Zac: ¿Se encuentra bien?

Ness: Mmm. Hemos hecho bien en no dejar que se cruzaran en campo abierto y a su libre albedrío -añadió-. Los dos tienen mucho temperamento y podrían haberse hecho daño -se rió y se dio la vuelta hacia Zac-. El potro va a ser un campeón, lo presiento. Ha pasado algo especial ahí fuera, algo importante -dejándose llevar por el impulso, le echó los brazos al cuello y lo besó con ardor-.

La sorpresa lo dejó inmóvil. Zac llevó las manos a su cintura más por un movimiento reflejo que para responder a sus besos. Era la primera vez que ella se permitía una muestra de afecto espontánea, la primera que le ofrecía una parte de sí misma sin recelo. Una punzada de deseo surgió en su interior con lo que en ese instante comprendió que era fruto de la pasión, pero no únicamente pasión.

Vanessa seguía sonriendo cuando se apartó, pero él no. Antes de que ella se hubiera percatado del todo de lo estupefacto que estaba, Zac la atrajo de nuevo hacia sí y la abrazó. A Vanessa, la inesperada dulzura de aquel gesto le pareció desconcertante y maravillosa.

Ness: ¿No harías mejor en ir a ver a Merlín? -murmuró-.

Zac: Mis hombres ya se lo han llevado de vuelta a casa.

Ella frotó una mejilla contra su camisa, que estaba mojada por la lluvia. Podían robar un poco de tiempo a sus obligaciones, pensó. Una hora, un rato..., un poco de tiempo.

Ness: Te voy a hacer un café.

Zac: De acuerdo -le pasó un brazo sobre los hombros mientras se dirigían hacia la casa bajo la lluvia-. ¿Alguna noticia del sheriff?

Ness: Nada nuevo.

Cruzaron juntos el patio del rancho. Ambos estaban demasiado habituados a los elementos como para prestar atención a la lluvia; tan sólo era algo necesario.

Zac: Esto tiene revolucionado a todo el condado.

Ness: Ya lo sé -se detuvieron ante la puerta de la cocina para quitarse la botas embarradas. Vanessa se pasó descuidadamente una mano por el pelo y sacudió las gotas de lluvia-. Eso es lo que puede resultar de más ayuda. Todos los rancheros de esta zona de Montana, tanto los que conozco en persona como otros de los que he oído hablar, tienen los ojos bien abiertos. Y los que viven en el límite con otros Estados, por lo que me han dicho. Estoy pensando ofrecer una recompensa.

Zac: No es una mala idea -se sentó a la mesa y estiró las piernas, cuan largas eran, mientras Vanessa preparaba café-.

El repiqueteo de las gotas de lluvia en el tejado y en los cristales de las ventanas era un ruido sordo y constante. Sintió un extraño bienestar allí sentado, casi en penumbra, en la cocina. Así podrían ser las cosas si aquél fuera el rancho de los dos, y no el de ella o el de él. Así podrían ser si él pudiera lograr que ella formara parte de su vida para siempre.

Le llevó un segundo pensar eso y tardó otro en experimentar una fuerte sacudida. Matrimonio. Estaba pensando en casarse. Tardó un momento en asimilar la idea; más que incómoda, resultaba inevitable. «Vaya, vaya», pensó, y casi se echó a reír antes de devolver su atención a lo que Vanessa había dicho.

Zac: Deja que la ofrezca yo -dijo de repente. Ella se dio media vuelta, con las palabras para rechazar su ofrecimiento en la punta de la lengua-. Espera -ordenó-. Escúchame primero. Mi padre se ha enterado de lo del alambre -vio cómo Vanessa se apaciguaba antes de volver a darse la vuelta para sacar las tazas-. Obviamente, no le ha gustado nada. Esas viejas historias entre los Efron y los Hudgens... No hace falta mucho para airearlas y que todo el mundo empiece a hablar de la enemistad entre nuestras familias. Hay gente que piensa, aunque no lo diga, que mi padre es el responsable.

Vanessa sirvió el café y luego se dio la vuelta con una taza en cada mano.

Ness: No creo.

Zac: Lo sé muy bien -la miró de un modo raro y alargó una mano. Vanessa puso en ella la taza, pero él dejó ésta en la mesa y le agarró los dedos-. Significa mucho para mí. -Como ella no sabía cómo responder ante aquel tono, se limitó a quedarse callada sin dejar de mirarlo-. Vanessa, esto ha repercutido en su ánimo. Hace unos años, que la gente pudiera pensar que había hecho algo poco ético o ilegal, probablemente le habría agradado, pero ya no es tan fuerte como antes. Tu padre era un rival a su nivel, un hombre de su misma época, lo entendía y hasta lo respetaba; si pudiera hacer algo por ti, se sentiría mejor. Me gusta tan poco pedir favores como a ti recibirlos.

Ella miró sus manos entrelazadas. Tanto la suya como la de él estaban bronceadas, eran fuertes y delgadas. Sin embargo, la suya casi desaparecía dentro de la de Zac.

Ness: Lo quieres mucho.

Zac: Sí.

La respuesta fue muy simple y pronunciada con el mismo tono desprovisto de emoción que había utilizado para decirle que su padre se estaba muriendo. Esa vez ella lo entendió mejor.

Ness: Te agradecería si pudieras ofrecer una recompensa.

Él entrelazó sus dedos con los de ella.

Zac: Bien.

Ness: ¿Quieres más café?

Zac: No -por su mirada cruzó un brillo pícaro-, pero estaba pensando que debería ayudarte a que te quitaras esa ropa tan húmeda.

Vanessa se rió mientras tomaba asiento.

Ness: Sabrás que sigo pensando ganar al Double E el Cuatro de Julio.

Zac: Estaba seguro de que seguirías pensándolo -contestó tranquilamente-, pero de ahí a que lo logres...

Ness: ¿Te gustan las apuestas, Efron?

Él levantó una ceja.

Zac: Eso ya se sabe.

Ness: Te apuesto cincuenta dólares a que mi toro Hereford se llevará el lazo azul y ganará a cualquiera que puedas presentar para competir con él.

Zac contempló los posos de su café como si estuviera pensándoselo. Si lo que había oído sobre el toro de Vanessa era cierto, estaba razonablemente seguro de que apostar contra ella sería tirar el dinero.

Zac: Cincuenta -aceptó la apuesta y sonrió-. Y apuesto otros cincuenta a que hago mejor tiempo que tú en la captura de novillos con lazo.

Ness: Estaré encantada -le tendió una mano para cerrar la apuesta-.

Zac: ¿Vas a competir en otras categorías?

Ness: No creo -enderezó la espalda para estirarse y pensó que era un lujo estar tranquilamente sentada por la tarde tomando un café-. La carrera de barriles no me interesa y sé muy bien que no debo intentar montar el novillo.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Por dos razones. En primer lugar, si lo hiciera, los hombres empezarían a murmurar y a quejarse. Y segundo -sonrió y se encogió de hombros-, porque probablemente me partiría el cuello.

A Zac se le ocurrió que, una semana antes, no habría admitido lo segundo ante él. Riéndose, se inclinó hacia delante y la besó. Pero ese beso amistoso desató algo y, agarrándole la nuca, volvió a besarla lentamente.

Zac: Es tu boca -murmuró mientras las yemas de sus dedos jugueteaban sobre la piel de Vanessa-. Una vez que empiezo, no se me ocurre ninguna razón para parar.

La respiración de Vanessa se filtraba irregularmente entre sus labios y entraba en la boca de Zac.

Ness: Es pleno día.

Él sonrió y le acarició la lengua con la punta de la suya.

Zac: Sí. ¿Vas a llevarme a la cama?

Los ojos de Vanessa, que estaban casi cerrados, se abrieron de repente. Zac vio en ellos deseo y confusión, una combinación que encontró muy de su agrado.

Ness: Tengo que revisar el... -los dientes de Zac le mordisquearon persuasivamente el labio inferior-.

Zac: ¿El qué? -susurró cuando sus palabras terminaron en un ligero estremecimiento-.

Ness: El... Oh...

Los labios de Zac rozaban los suyos de un modo mucho más provocativo que un beso. La perezosa caricia de su lengua los mantenía húmedos. Notaba la presión delicada de sus dedos en la nuca mientras las rodillas de ambos se tocaban. De algún modo, casi podía notar el peso de su cuerpo contra el de ella y la calidez que siempre lo acompañaba.

Ness: No puedo pensar -murmuró-.

Eso era lo que él quería. O que pensara en él y sólo en él. Necesitaba saber que esa vez él iba a ser lo primero, o al menos la necesidad y el deseo que provocaba en ella. Que iba a anteponerlo al rancho, a sus hombres, al ganado, a sus ambiciones... Si, por una vez, pudiera hacer aflorar sus sentimientos para que se encontraran con los de él, luego no tendría más que repetir aquello una y otra vez hasta que estuviera tan perdidamente enamorada como él lo estaba de ella.

Zac: ¿Por qué vas a «tener que» hacer algo? -se levantó y la hizo ponerse de pie a ella también-. Puedes sentir.

Sí, con los brazos alrededor de su cuello y la cabeza apoyada en su pecho, podía sentir, se dijo Vanessa. Las emociones la sacudían y exigían que les diera salida y cumplimiento a las necesidades que provocaban, todas relacionadas con él: el deseo, los pequeños miedos, sus anhelos. No podía negarlo. Quizá, por una vez, no necesitara hacerlo.

Ness: Quiero hacer el amor contigo -suspiró y se arrimó más a él-. Parece como si no pudiera dejar de desearte.

Él le echó la cabeza hacia atrás para poder verle la cara y luego, sonriendo de medio lado, le acarició la barbilla con el pulgar.

Zac: ¿En pleno día?

Ella se retiró el pelo de los ojos y entrelazó cómodamente las manos detrás de su cuello.

Ness: Tengo que acostarme contigo ahora mismo, Efron. Ya.

Él echó un vistazo a la mesa de la cocina, limpia y despejada, y su sonrisa se volvió pícara.

Zac: ¿Ahora mismo?

Ness: Estás pensando cosas un poco raras -comentó-. Creo que puedo darte tiempo para que subas las escaleras -lo soltó, fue hasta la cafetera y la apagó-. Si te das prisa, claro -en cuanto Zac sonrió, fue de nuevo hacia él. Le puso los brazos alrededor del cuello y de un salto se encaramó sobre él y cruzó las piernas por detrás de su cintura para sujetarse-. ¿Sabes dónde están las escaleras?

Zac: Ya las encontraré.

Ella acercó los labios a su garganta.

Ness: Cuando lleguemos arriba, segunda puerta a la derecha -dijo mientras empezaba a disfrutar del sabor de su piel-.

Mientras Zac se movía por la casa, ella se preguntaba qué pensaría y qué diría si supiera que era la primera vez que hacía algo así. Se había dado cuenta de que el chico que tanto había representado para ella cuando era más joven no había sido un amante sino una anécdota. Se necesitaba más de una noche para que dos personas se convirtieran en amantes. Se habría sentido muy tonta diciéndole a Zac que era el primero. Muy tonta y completamente fuera de lugar. ¿Cómo iba a explicarle que con el primer torrente de pasión habían saltado todos los seguros con los que se había protegido? ¿Cómo iba ella misma a confiar en sus propios sentimientos cuando eran tan confusos y nuevos?

Apoyó la cabeza en el hombro de Zac un momento y cerró los ojos. Por una vez en su vida iba a disfrutar sin preocuparse por las consecuencias. Se echó hacia atrás un poco para poder sonreírle.

Ness: No estás en forma, Efron. Sólo con subir las escaleras, tu corazón se ha puesto a latir como loco.

Zac: Igual que el tuyo -señaló-. Y eso que a ti te llevan en brazos.

Ness: Será la lluvia -dijo con arrogancia-.

Zac: Todavía tienes la ropa mojada -fue hacia la habitación que ella le había indicado, entró y miró alrededor-.

Era lo que se podía esperar de su estilo: feminidad subestimada, sentido práctico. Una habitación sin adornos ni colores pastel, pero que él habría reconocido que pertenecía a una mujer. No tenía ni el desorden femenino que antiguamente alborotaba la de su hermana en el rancho, ni la elegancia sutil de la de su madre. Al igual que la mujer que llevaba en brazos, a Zac le pareció que aquella habitación era única.

Paredes sencillas, suelos sencillos, colores simples, ningún desorden. No, Vanessa no era una mujer a la que le gustara el desorden en su vida. No se daba el tiempo para ello. Quizá fueran las escasas muestras de indulgencia consigo misma las que le permitieran hacerse una idea más precisa.

Un jarrón de gres con bordes redondeados dentro del cual había unas ramas de avellano que no podían llegar a considerarse flores. Una cajita de madera tallada en su cómoda, la cual, estaba seguro, emitía una suave melodía cuando uno levantaba la tapa. Quizá ella lo hiciera en ocasiones, cuando estaba a solas o se sentía sola. En la pared había una acuarela que mostraba los tonos arrebatado de una puesta de sol. Pensó que Vanessa había controlado cuidadosamente el romanticismo al que se sentía inclinada y, precisamente por ello, se habría quedado sorprendida al enterarse de que al tratar de esconderlo lo único que conseguía era proclamarlo en voz aún más alta.

Al darse cuenta de su examen, Vanessa irguió la cabeza.

Ness: No hay mucho que ver.

Zac: Te quedarías sorprendida -murmuró-.

Esa respuesta tan enigmática hizo que Vanessa echara un vistazo a su alrededor.

Ness: No paso mucho tiempo aquí -empezó a decir al darse cuenta de que el dormitorio resultaba muy vacío, incluso si lo comparaba con el de Zac en la casa blanca-.

Zac: No me has entendido -deslizó las manos por sus costados al dejarla en el suelo-. Habría adivinado que ésta era tu habitación. Si hasta tiene tu olor...

Vanessa se rió, complacida sin saber por qué.

Ness: ¿Te estás poniendo poético?

Zac: Tal vez.

Ella alzó una mano y jugueteó con el botón del cuello de la camisa.

Ness: ¿Quieres que te ayude a quitarte la ropa?

Zac: Sin la menor duda.

Vanessa hizo lo que deseaba y él le dirigió una mirada regocijada cuando le abrió la camisa y se la retiró hacia los hombros.

Ness: Si esperas que te seduzca, te vas a desilusionar -le advirtió-.

Zac: ¿En serio?

Ness: No sé ningún truco -antes de que a Zac le diera tiempo de responder, ella se lanzó sobre él y lo desequilibró, a consecuencia de lo cual ambos acabaron cayendo encima de la cama-. Ninguna artimaña -continuó-, ningún ardid.

Zac: Eres una dama resuelta, de acuerdo -notaba el calor del cuerpo de Vanessa a través de la camisa húmeda-.

Ness: Me gusta tu forma de mirar, Efron -le pasó los dedos por el pelo, claro y abundante, mientras estudiaba su cara-. Solía molestarme muchísimo antes, pero ahora es agradable.

Zac: ¿Mi manera de mirar?

Ness: Que me guste tu manera de mirar. Es una mirada implacable -decidió mientras recorría con un dedo el hueso de su mandíbula-. Y cuando sonríes, tu boca se vuelve muy seductora; es el tipo de sonrisa que un chica lista sabe que puede resultar peligrosa.

Él sonrió y la agarró por las caderas.

Zac: ¿Y tú?

Ness: Yo soy una mujer lista -se rió y frotó su nariz contra la de él-. Reconozco a una serpiente de cascabel en cuanto la veo.

Zac: Pero no lo bastante rápido como para ponerte a salvo.

Ness: Pues parece que no. Será que no siempre me gustan las incursiones largas y seguras.

Sino las rápidas y en terreno accidentado, pensó él mientras los labios de Vanessa se posaban sobre los suyos. Con mucho gusto proporcionaría una espiral de peligros y riesgos, decidió atrayéndola hacia sí. Y además ella iba a darse cuenta de que él pretendía que durara.

Trató de moverla, pero en ese momento los labios de Vanessa recorrían su cara. Suaves, ligeros, pero con una pasión que le caló muy hondo. Su cuerpo delgado y flexible casi parecía que no pesaba, aunque él notaba todas sus curvas. Su pelo seguía húmedo y le recordó a la primera vez que habían hecho el amor, cuando la había arrastrado al suelo consumido por el deseo y la ira. Y de nuevo se encontraba inerme ante el asalto de Vanessa a sus sentidos. No, no conocía artimañas, ni él habría tenido paciencia para tales cosas.

Oía cómo la lluvia golpeaba rítmicamente contra la ventana. La olía en la piel de Vanessa y cuando acercaba los labios a su pelo podía saborearla. Era casi como si estuvieran solos en un campo tranquilo, con el olor de la hierba mojada y la lluvia resbalando por sus cuerpos. La luz era gris y difusa; la boca de Vanessa, pura intensidad.

Ella no sabía que resultara tan excitante seducir así a un hombre, sentir que la fuerza lo abandonaba la hacía sentirse mareada de poder. Otras veces habían estado en igualdad de condiciones y, de cuando en cuando, ella en desventaja, pero nunca se había sentido tan segura de poder dominar. Su risa sonó confiada y grave mientras su boca recorría la piel de Zac, cálida y sensual bajo sus labios.

Parecía contento allí debajo mientras ella lo exploraba. A Vanessa le pareció que el aire se había vuelto más denso. Quizá aquello fuera lo que lo mantenía tan entregado a ella y evitaba que tratara de hacerse con el control. Sus manos estaban ávidas, recorrían el cuerpo de Zac y se detenían aquí y allá, fascinadas. En los músculos de los brazos, que se endurecían bajo sus dedos; en la piel suave y lisa, sorprendentemente suave en la zona de las costillas; en la cicatriz estrecha que le recorría el hueso de la cadera.

Ness: ¿Cómo te la hiciste? -murmuró mientras pasaba la yema de un dedo por encima-.

Zac: Brahma -acertó a responder mientras ella le bajaba los tejanos una pizca-. Vanessa... -pero los labios de ésta alcanzaron de nuevo los suyos y acallaron sus palabras-.

Ness: ¿Un toro?

Zac: En un rodeo. En esa época tenía más arrestos que cerebro.

Vanessa oyó que un sonido de placer brotaba de la garganta de Zac a medida que su boca iba descendiendo. Su cuerpo era un cofre lleno de tesoros que ella iba descubriendo. Lo miró con aquella luz, suave, líquida: bronceado y duro encima de la colcha lisa que cubría la cama. Sus extremidades eran flexibles y ágiles, estaban hechas para cabalgar sin descanso, fortalecidas por el trabajo y curtidas por los elementos. La recorrieron pequeños estremecimientos al pensar que era suyo, que podía tocarlo y disfrutarlo tanto tiempo como le pareciera oportuno.

Empezó a descender por su cuerpo entreteniéndose en determinados puntos. Sentía el calor de su piel y el latir del pulso a medida que lo desnudaba. El ruido de la lluvia y de sus respiraciones aceleradas llenaba la habitación. El dulce aroma de la pasión la envolvía, una fragancia que era el resultado de la mezcla de los olores de ambos. Íntima. Sentía el sabor del deseo en la piel de Zac, un sabor embriagador que la volvió insaciable cuando notó el latido de su corazón bajo la lengua. Incluso cuando su propia excitación creció hasta que la sangre empezó a circular por las venas a toda velocidad, habría podido seguir deleitándose en el cuerpo de Zac durante horas. La urgencia apremiante que sentía antes se había transformado en una satisfacción incandescente. Ella le proporcionaba placer, eso era más de lo que había creído que podría ofrecer nunca a nadie.

Le ardía el pecho, y las llamas se iban extendiendo. Dios, Vanessa era como una droga, estaba perdido, flotando como en sueños mientras el cuerpo le ardía. Sus dedos resultaban tan fríos y su boca tan cálida... Nunca había explorado su propia vulnerabilidad; siempre había sido más importante combatirla o no prestarle atención. En ese momento no tenía alternativa y la sensación le parecía increíble.

Ella excitaba un punto determinado de su anatomía, lo provocaba y se retiraba... y volvía a la carga. Sus enervantes besos, con la boca muy abierta, se extendían mientras sus manos lo acariciaban y exploraban con calma, perezosamente, e iban encontrando en su camino un punto sensible tras otro, hasta que un temblor lo estremeció. Ninguna mujer lo había hecho temblar. En cuanto esta idea surgió en su mente devastada por el placer, Vanessa lo hizo temblar de nuevo, y entonces se dio cuenta de que lo estaba volviendo loco.

El viento sopló más fuerte y estrelló la lluvia contra el cristal de la ventana, para retirarse luego con un aullido distante. Por su cuerpo se extendió algo enloquecedor. Bruscamente la agarró, rodó hacia un lado y le sujetó con fuerza los brazos por encima de la cabeza. A Vanessa le costaba respirar cuando él bajó la mirada.

Tenía la barbilla en alto, el pelo extendido sobre la cama y sus ojos brillaban. No había miedo en su expresión, ni nada parecido a la sumisión. Aunque su respiración estaba alterada, lo miraba con ojos retadores. Un reto. Podía poseerla, poseerla del modo que quisiera, y cuando lo hiciera, ella también lo estaría poseyendo a él.

Que así fuera, pensó con una exclamación ahogada, y su boca devoró la de Vanessa.

Ella igualaba su urgencia, excitada simplemente con la idea de que lo había llevado al límite. La deseaba. A ella. En ciertos sentidos, la conocía mejor que nadie y aun así seguía deseándola. Había esperado mucho para aquello, aunque sin ni siquiera darse cuenta de que estaba esperando. No podía pensar en eso, ni en qué efectos tendría en su vida, mientras los besos desesperados e interminables de Zac la provocaban, mientras empezaba a ver pequeños destellos plateados tras sus parpados cerrados.

Sintió que él tiraba de los botones de su camisa, que decía una palabrota. Cuando notó que la tela se rasgaba, lo único que le importaba era poder sentir la piel de Zac en contacto con la suya. Como debía ser. Éste no dejaría las manos quietas hasta que la hubiera excitado tanto como ella a él. La fue desnudando con frenesí al tiempo que su boca la recorría, insaciable. En algún rincón de su mente, ella experimentó lo maravilloso que era que su mera existencia lo pusiera en ese estado.

Sus cuerpos se apretaban el uno contra el otro, sus extremidades se entrelazaban. Sus bocas se juntaban. Él pensó que la mezcla de los sabores de ambos era la cosa más íntima que había conocido. Bajo él, Vanessa se arqueaba, más que ofreciendo, pidiendo. Se alzó sobre ella para poder ver su rostro, quería que pudiera verlo cuando la hiciera suya.

Los ojos de Vanessa estaban oscurecidos, nublados por el deseo. Lo deseaba a él. Zac sabía que ya tenía lo que buscaba: que no pudiera pensar en nada ni en nadie más que en él.

Zac: Empecé a desearte desde la primera vez que te vi -murmuró mientras se deslizaba dentro de ella-.

Vio los cambios que se producían en el rostro de Vanessa mientras se movía lentamente: el parpadeo de placer, la dulzura que precedía al delirio. Conteniendo la necesidad que palpitaba en sus venas, fue haciendo brotar las sensaciones con tan exquisito control que le ardían los músculos. Bajó la cabeza y le mordisqueó los labios.

Ella no podía soportarlo, no podía detenerlo. Cuando por fin había creído descubrir lo que era la pasión, él le mostraba que había aún más. Sensación tras sensación penetraban en su interior y la dejaban débil y jadeante. En cuanto la presión aumentaba dentro de ella, redoblando bajo su piel y amenazando con explotar, deseaba que aquello continuara. Habría podido sollozar del gozo que aquello le procuraba, gemir del dolor que le causaba. Sin ser consciente de ello, podía cambiar las cosas simplemente con susurrar su nombre, como si no supiera ningún otro.

Ella notó el instante en el que él perdía el control. Únicamente tuvo tiempo de sentir un hormigueo nervioso antes de que Zac la catapultara con él hacia un cielo frenético y oscuro en el cual todo era trueno y no quedaba lugar para el aire.




¡Que requetebien que se llevan!
Ya no creo que haya nada que los distancie, ¿no?
Ya se verá...

¡Thank you por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto el capítulo de hoy!!!
Fue muy tierno todo. Ojalá Ness sé de cuenta que Zac la quiere de verdad.
Ojala no pasa nada malo entre ellos.



Sube pronto

Maria jose dijo...

que linda es esta parejita
se ve que se entienden muy bien
distanciar? espero que no
ahora se encuentran en el momento que los 2 ya se dieron cuenta que eso es amor
siguela pronto
solo espero que no haya peleas
sube pronto


saludos

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