topbella

viernes, 24 de junio de 2016

Capítulo 12


Trabajaba hasta que le dolían los músculos y en lo único en lo que podía pensar era en relajarse. Probablemente bebía demasiado. Conducía el ganado, pasaba muchas horas sobre la silla buscando reses extraviadas y tragaba más polvo que alimento. Pasó los largos y trabajosos días del verano en los campamentos, trabajando de sol a sol. A veces, sólo a veces, conseguía quitársela de la cabeza.

Desde hacía tres semanas, estar cerca de él era un infierno, o eso murmuraban sus hombres cuando no podía oírlos. Era por una mujer, se comentaba. Sólo una mujer podía llevar a un hombre al borde del abismo y luego empujarlo amablemente al vacío. Surgió el nombre de la chica de los Hudgens. Bueno, los Efron y los Hudgens nunca habían hecho buenas migas, así que no era de extrañar. Nadie había pensado que de aquello fuera a salir nada bueno.

Si Zac oía las murmuraciones, no les prestaba mayor atención. Había ido al campamento a trabajar, y eso era lo que iba a hacer hasta que se la hubiera quitado de la cabeza. No iba a arrastrarse a los pies de una mujer. Le había dicho que la quería y ella había tomado sus palabras y sus emociones y se las había arrojado en plena cara. No le interesaban.

Zac colocó otro de los postes en la tierra mientras el sudor le caía por la espalda y los costados. Tal vez fuera la primera mujer de la que se había enamorado, pero eso no significaba que fuera a ser la última. Descargó todo el peso de la almádena sobre el poste y dejó escapar un bufido con el esfuerzo.

No tenía intención de decírselo, ni en ese momento ni de ese modo. Sin saber cómo, las palabras habían brotado de sus labios y no había sido capaz de detenerlas. ¿Habría preferido que se lo dijera con un regalo en la mano, una declaración convencional? Soltó unas palabrotas y volvió a descargar con un golpe ruidoso la almádena sobre el poste, que vibró con el impacto. Quizá él fuera más delicado de lo que se había mostrado con ella, y quizá pudiera usar esa delicadeza con otra persona, alguien que no hiciera que sus sentimientos brotaran y lo agarraran por la garganta.

¿De dónde, por Dios bendito, había sacado la idea de que bajo su genio y la frialdad que mostraba a veces era un ser vulnerable? Debía de estar loco, se dijo mientras empezaba a poner alambre nuevo. Vanessa Hudgens era fría, una mujer con un solo objetivo en la vida y a la cual le importaban más los recuentos de cabezas de ganado que sentir una emoción verdadera.

Y él estaba casi enfermo de amor por ella.

Agarró el alambre con tanta fuerza que la punta atravesó el guante de cuero y le pinchó la mano. Dijo más palabrotas. Tenía que superarlo. Tenía sus tierras para mantenerse ocupado.

Hizo una pausa y miro a su alrededor. Ante él se extendían los campos de hierba, muy alta con el verano, verde y ondulada. El cielo era de un azul impenitente y el sol pegaba fuerte. A un hombre podría bastarle con esos miles de acres. El ganado engordaba y gozaba de buena salud, los terneros iban creciendo. Al cabo de unas semanas los reuniría y los llevaría a Miles City. Cuando esos días de trabajo extenuante hubieran pasado, sus hombres lo celebrarían, con todo el derecho del mundo. Y lo mismo haría él, se dijo Zac. Claro que sí.

Habría dado la mitad de lo que tenía a cambio de sacársela de la cabeza un solo día.

Al atardecer se lavó para librarse del sudor y el polvo acumulados durante el día. Por la ventana abierta de la cabaña entraba el olor de la cena de esa noche. Carne roja. Alguien tocaba la guitarra y cantaba la soledad del amor perdido. Zac se dio cuenta de que tenía más necesidad de una cerveza que de su filete. Como sabía que un hombre no podía trabajar si no comía, se sirvió la carne en el plato y la engulló, pero luego se bebió una cerveza, y después otra más mientras los hombres jugaban su partida de póquer de todas las noches. Cuando el tono de los jugadores empezó a subir, agarró un paquete de seis cervezas y salió al estrecho porche de madera.

Las estrellas estaban saliendo en ese momento.  Se oyó el aullido de un coyote y luego, el silencio. El aire estaba en calma, como durante el día, y apenas algo más fresco, pero olía a meliloto y a rosas silvestres. Se apoyó en la barandilla del porche y deseó que su mente se vaciara, pero pensó en ella...

Totalmente vestida y dando vueltas como loca; en la charca; consolando a un ternero huérfano; riéndose, con el pelo suelto en el suelo del corral; llorando en sus brazos junto a los restos de su ganado en el cañón. Tan pronto se mostraba dulce como quisquillosa; no era, desde luego, una mujer moderada, pero era la única a la que amaba. La única por la que había sentido lo bastante como para dejarse herir.

Dio un trago largo de la botella de cerveza. No le gustaba mucho el dolor emocional, que se lo quedaran los poetas. Ella no lo quería. Dijo una palabrota y, en la oscuridad, frunció el entrecejo. Pues claro que lo quería, no era tonto. Quizá las necesidades de Vanessa no fueran iguales que las suyas, pero las tenía. Por primera vez en varias semanas, empezó a pensar con calma.

No había jugado bien sus cartas, se dijo. No era propio de él renunciar tan pronto, claro que no estaba acostumbrado a perder la cabeza por una mujer. Se echó hacia atrás el sombrero con aire pensativo y miró las estrellas. Estaba demasiado empeñada en hacer las cosas a su manera, y era hora de que él le hiciera pasar un mal rato.

No, no iba a volver arrastrándose, pensó con una sonrisa burlona, pero iba a volver. Aunque tuviera que trabarle las patas traseras y ponerle el hierro, Vanessa Hudgens sería para él.

La puerta de la cabaña se abrió y él miró con aire ausente. Su humor había mejorado, podía soportar un poco de compañía.

**: No tengo demasiada suerte.

Jensen, pensó Zac, haciendo un esbozo mental del hombre que tenía delante mientras le ofrecía una cerveza. Un tanto nervioso, reflexionó. Era su primera temporada en el Double E, aunque no era ningún muchacho. Se trataba de un hombre reservado y sin más pasado que los remiendos de sus botas y su silla de montar.

Jensen se sentó en el primer escalón, de modo que su rostro enjuto quedó en las sombras. Zac calculó que debía de tener más de treinta y cinco y menos de cincuenta. Su mirada era vieja, el tipo de mirada de un hombre que durante demasiados años ha visto ponerse el sol en las tierras de otros.

Zac: ¿Las cartas no se han dado bien? -preguntó mientras veía cómo Jensen se liaba un cigarrillo-.

No se le pasó por alto que le temblaban los dedos.

Jensen: Desde hace varias semanas -soltó una carcajada breve y encendió una cerilla-. El problema es que nunca puedo dejar de apostar -miró de reojo un rato a Zac mientras daba otro trago a su cerveza. Llevaba días pensando en cómo abordaría el tema con él y había bebido lo suficiente como para lanzarse-. A usted no suele fallarle la suerte con las cartas.

Zac: Va y viene.

Jensen lo estaba tanteando para pedirle un adelanto o un préstamo, pensó.

Jensen: La suerte es una cosa rara -se limpió la boca con el dorso de la mano-. En el rancho de los Hudgens han tenido mala suerte últimamente, todas esas vacas que han perdido -continuó cuando Zac lo miró-. Alguien ha sacado un buen dinero de esa carne.

Zac captó un rastro de amargura en su voz. Con naturalidad, abrió otra cerveza y se la pasó.

Zac: Es fácil obtener beneficios cuando no has tenido que comprar el animal. Quienquiera que fuera ha hecho un negocio redondo.

Jensen: Y tanto -pasó a la carga. Había oído rumores de que había algo entre Zac Efron y la chica de los Hudgens, pero no parecía haber prosperado. La mayoría de los chismes eran sobre la mala sangre que había entre las dos familias desde hacía años, y que parecía ser que duraría todavía unos años más. En esos momentos, necesitaba creer que así era-. Aunque supongo que a este lado de la cerca no importa mucho cuántas vacas hayan desaparecido del otro lado.

Zac estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. El ala del sombrero dejaba sus ojos en sombra.

Zac: La gente tiene que saber cuidar de sí misma -dijo tranquilamente-.

Jensen se humedeció los labios y se aventuró un poco más lejos.

Jensen: He oído historias de que, en otra época, su abuelo también se benefició del ganado de los Hudgens.

Los ojos de Zac se entrecerraron, pero controló su genio.

Zac: Historias, efectivamente. Ninguna prueba.

Jensen dio otro trago a su cerveza.

Jensen: También he oído que alguien entró en el rancho y se llevó un ternero de mucho valor, una de las crías de ese toro del que todos hablan.

Zac: Fue un trabajo limpio -procuraba que su voz sonara indiferente. Jensen lo estaba tanteando, pero no para pedirle un préstamo-. Sería una pena que lo hicieran filetes -añadió-, ese ternero tiene el aspecto de su progenitor. Claro que, dentro de unos meses, empezará a llamar la atención en un sitio pequeño. Es una pena desperdiciar un buen semental.

Jensen: Uno oye cosas -musitó mientras aceptaba la cerveza fría que Zac le ofrecía-. Que estaba interesado en el toro de los Hudgens.

Zac bebió un trago, se echó hacia atrás el sombrero y esbozó una sonrisa de asentimiento.

Zac: Siempre me interesa el buen material. ¿No sabrás dónde podría hacerme con algo así, verdad?

Jensen estudió su cara y tragó saliva.

Jensen: Tal vez.


Vanessa redujo la velocidad cuando pasó por delante de la casa blanca. Vacía. Pues claro que vacía, se dijo. Incluso en el caso de que Zac hubiera vuelto, no estaría en casa a media mañana. Y ella no debería estar en el rancho de Efron cuando sus propios hombres estaban de trabajo hasta las orejas. No podía ausentarse. Si Zac no volvía pronto, iba a cometer alguna tontería, como ir a buscarlo al campamento y...

¿Y qué?, se preguntó. La mitad del tiempo no sabía qué era lo que quería hacer, cómo se sentía, qué pensaba. Lo único cierto era que habían sido las tres semanas más tristes de su vida. Peligrosamente cerca del dolor.

Algo había muerto en su interior cuando él se había marchado, algo que no sabía que existiera dentro de ella. Se había convencido de que no se enamoraría de él. Incontables veces se había dicho a sí misma que eso no ocurriría, incluso después de que hubiera sucedido. ¿Por qué no se había dado cuenta?

Vanessa se dijo que no siempre era fácil reconocer algo que te ocurría por primera vez, en especial cuando no tenía explicación. Una mujer tan habituada como ella a ir y venir a su aire no tenía nada que hacer con un hombre que era igual de obstinado e independiente.

Enamorarse. Vanessa pensó en una frase adecuada. Cuando sucedía, uno perdía pie y se hundía.

Tal vez Zac lo hubiera dicho en serio, pensó.

Tal vez para él fueran algo más que palabras. Si él también la amaba, ¿no quería eso decir que tenía alguien a quien agarrarse? Dejó escapar lentamente el aire de los pulmones mientras se acercaba a la casa de los padres de Zac. Si lo había dicho en serio, ¿por qué no estaba allí ahora? Un error, se dijo con falsa calma. Siempre era un error depender demasiado de otra persona. La gente se echaba atrás o, simplemente, desaparecía. Pero si pudiera verlo, aunque fuera sólo una vez más...

**: ¿Te vas a quedar toda la mañana sentada en ese Jeep?

Vanessa se sobresaltó y, al volver la cabeza, vio que Paul Efron se aventuraba con precaución por el porche. Bajó del Jeep preguntándose cuál de las excusas que se le habían ocurrido para justificar la visita sería más creíble.

Paul: Siéntate -ordenó antes de que se hubiera decidido por una-. Karen está preparando té.

Ness: Gracias -se sentía incómoda, allí sentada en el balancín del porche e intentó encontrar la manera de romper el silencio-.

Paul: Todavía no ha vuelto del campamento -dijo sin rodeos mientras se dejaba caer en una mecedora-. No te devanes los sesos, niña -ordenó mientras se frotaba, impaciente, una mano-. Puede que sea viejo, pero sé qué es lo que tengo delante de las narices. ¿Por qué habéis reñido?

Karen: Paul -apareció con una bandeja cargada con vasos y una jarra de té con hielo-. Vanessa tiene derecho a su intimidad.

Paul: ¡Intimidad! -resopló mientras Karen dejaba la bandeja sobre la mesa-. Es ella la que anda detrás de mi hijo.

Ness: ¡Detrás de su hijo! -se puso en pie como impulsada por un resorte-. Yo no ando detrás de nadie ni de nada. Cuando quiero algo, lo consigo.

Él se rió y se meció adelante y atrás, pero cuando lo miró, Vanessa vio que, como consecuencia del esfuerzo, resollaba.

Paul: Me gustas, chica, no lo puedo negar. Tiene una cara atractiva, ¿verdad, Karen?

Karen: Preciosa -con una sonrisa ofreció a Vanessa una taza de té-.

Ness: Gracias -volvió a sentarse, todavía tensa-. Sólo he venido para que Zac sepa que la yegua está bien. El veterinario vino ayer a hacerle una revisión.

Paul: ¿Eso es todo lo que vas a hacer?

Karen: Paul... -se sentó en uno de los brazos de la mecedora y le puso una mano en el hombro-.

Paul: Para eso no hacía falta venir hasta aquí -farfulló, y luego levantó su bastón y señaló a Vanessa-. ¿Vas a decirme que no quieres a mi hijo?

Ness: Señor Efron -empezó a decir, muy digna-, Zac y yo tenemos un acuerdo.

Paul: A un hombre que se está muriendo no le gusta perder el tiempo -dijo con un ceño amenazador-. Ahora, si mirándome a los ojos me dices que no sientes nada por mi hijo, de acuerdo, charlaremos un poco del tiempo.

Vanessa abrió la boca y volvió a cerrarla. Movió la cabeza con impotencia

Ness: ¿Cuándo va a volver? -preguntó en un murmullo-. Lleva fuera tres semanas.

Paul: Volverá cuando deje de estar tan confundido como lo estás tú -respondió secamente-.

Ness: No sé qué hacer -una vez dicho aquello, se quedó aturdida-.

Nunca en su vida habría dicho en alto esas palabras, a nadie.

Karen: ¿Qué es lo que quieres?

Vanessa los observó: un anciano y su mujer, muy guapa. La mano de Karen reposaba sobre la de su marido encima de la empuñadura del bastón. Los hombros de ambos se rozaban. Pocas veces en su vida había visto esa complicidad perfecta que surgía del amor profundo. Era fácil de reconocer, envidiable. Y daba un poco de miedo. Fue un shock darse cuenta de que eso era lo que deseaba para sí: un hombre para toda la vida. Pero si a fin de cuentas era eso lo que para ella significaba el amor, tenía que ser un sueño compartido por dos personas.

Ness: Todavía estoy intentando averiguarlo -murmuró-.

Paul: Ese Jeep... -lo señaló con un movimiento de cabeza-. Podrías perfectamente llegar hasta el campamento con él.

Vanessa sonrió y dejó su vaso encima de la mesa.

Ness: No puedo hacer eso. Para que las cosas funcionen tenemos que encontrarnos en terreno neutral, no puedo ir a echarme en sus brazos.

Paul: Joven y obstinada -refunfuñó-.

Ness: Exacto -se levantó sonriendo-. Si me quiere para él, eso es lo que va a tener -el ruido de un motor le hizo levantar la vista y mirar a su alrededor-.

Cuando reconoció la ranchera de Bill, frunció el ceño y bajó los escalones.

Bill: Señora... -miró a Karen y se tocó el sombrero en señal de saludo, pero ni siquiera abrió la puerta del camión-. Señor Efron... Tenemos un problema -se limitó a decir desviando la mirada hacia Vanessa-.

Ness: ¿De qué se trata?

Bill: Ha llamado el sheriff. Parece que han encontrado a Baby en un terreno a unas ciento cincuenta millas al sur. Quiere que vayas allí a echar un vistazo.

Vanessa agarró con una mano el borde de la ventanilla bajada.

Ness: ¿Adónde?

Bill: A las tierras que eran de Larraby. Te llevaré yo.

Paul: Deja aquí el Jeep -dijo poniéndose de pie-. Uno de mis hombres te lo llevará a casa.

Ness: Gracias -rápidamente dio la vuelta al camión-. Vamos -ordenó en cuanto la puerta del pasajero se cerró tras ella-. ¿Cómo, Bill? -preguntó mientras salían del patio del rancho de los Efron-. ¿Quién lo ha identificado?

Bill escupió por la ventanilla y se sintió muy complacido consigo mismo.

Bill: Zac Efron.

Ness: Zac...

Bill se sintió aún más complacido cuando vio que ella se quedaba con la boca abierta.

Bill: Eso es.

Cuando llegó al cruce, se dirigió hacia el sur a una velocidad constante que iba devorando las millas que los separaban del ternero.

Ness: Pero ¿cómo? Zac lleva semanas en el campamento y...

Bill: Si te tranquilizas y me dejas, te lo contaré.

Aunque ardiendo de impaciencia, Vanessa se calmó.

Ness: Cuéntamelo.

Bill: Al parecer, uno de los hombres de Efron echó una mano en el robo de las quinientas cabezas, un tipo llamado Jensen. No se quedó muy conforme con su parte y, además, lo perdió todo jugando al póquer, así que pensó que si habían robado quinientos sin que los atraparan, bien podía llevarse uno más para él solo.

Ness: Baby -murmuró, y cruzó los brazos sobre el pecho-.

Bill: Sí. Se dio cuenta de que sería un campeón en cuanto lo vio y se lo llevó y lo dejó en las tierras de Larraby. Solía trabajar allí hasta que a Larraby le fueron mal las cosas. Sea como sea, Jensen empezó a ponerse nervioso cuando el hombre que había organizado el robo de las quinientas cabezas se enteró de la desaparición de Baby, y le pareció que sería mejor desembarazarse cuanto antes del animal. Anoche trató de vendérselo a Zac Efron.

Ness: Ya veo -ya le debía una más, pensó con el ceño fruncido. Resultaba complicado tratarse de igual a igual cuando una acumulaba tantas deudas-. Si es verdad que se trata de Baby y ese Jensen estaba implicado, los demás irán cayendo.

Bill: Vamos a ver si se trata de Baby -dijo y luego la miró con cautela-. El sheriff ya ha echado el guante a los demás. Ha detenido a Brad Davis hace un par de horas.

Ness: ¿Brad? -perpleja, se giró completamente en su asiento y se quedó mirando fijamente a Bill-. ¿Brad Davis?

Bill: Al parecer se había comprado un rancho pequeño en Wyoming. Y lo más probable es que ya tenga doscientas cabezas de tu ganado pastando tranquilamente allí.

Ness: Brad... -cambió de postura y se puso a mirar fijamente al frente-.

Tanto hablar de confianza, pensó, tanto de su habilidad para conocer a las personas... Jack no quería que lo contrataran, recordó, pero ella había insistido. Una de las primeras decisiones que había tomado al hacerse con las riendas de Utopía había sido su primer gran error.

Bill: A mí también me engañó -murmuró después de un rato-. Sabe todo lo que hay que saber de ganado -gruñó, y apretó los dientes-. Debería haberme guardado de confiar en un hombre con las manos tan suaves y el sombrero tan limpio.

Ness: Fui yo la que lo contrató.

Bill: Y yo he trabajado con él -volvió a agitarse-. Hombro con hombro. Y si no sabes lo difícil de tragar que me resulta eso es que no eres muy lista. Me dejé engatusar -gruñó-. ¡Yo!

Se sentía herido en su orgullo, y eso hizo reír a Vanessa. Ésta subió los pies encima del salpicadero. Lo hecho, hecho estaba, se dijo a sí misma. Ella iba a recuperar una buena parte de su ganado y los culpables serían juzgados. Y después del próximo rodeo, se habría recuperado de sus pérdidas. Quizá, después de todo, pudieran comprar el Jeep nuevo.

Ness: ¿Te lo contó todo el sheriff?

Bill: Zac Efron. Ha ido al rancho hace un rato.

Ness: ¿Al rancho? -preguntó con tanta naturalidad que habría engañado a cualquiera-.

Bill: Se pasó un momento para ponerme al corriente de los detalles de lo ocurrido.

Ness: ¿Dijo... eh... dijo algo más?

Bill: Sólo que tenía que ocuparse de un montón de cosas. Es un hombre muy ocupado.

Ness: Ah -volvió la cabeza hacia la ventanilla y se quedó mirando hacia fuera-.

Bill aprovechó la oportunidad y esbozó una amplia sonrisa.


Esperó hasta que se hizo casi de noche. No podía renunciar a la esperanza de que se dejara caer por allí o que llamara, aunque sólo fuera para saber si todo había ido bien. Estuvo pensando en cómo empezar a hablar con él hasta que se le hubieron ocurrido doce maneras distintas de trabar conversación. Daba vueltas sin cesar. Cuando se dio cuenta de que, si seguía encerrada entre cuatro paredes iba a ponerse a gritar, fue a las cuadras y ensilló la yegua.

Ness: Hombres -dijo refunfuñando mientras tiraba de la cincha-. Si esto forma parte del juego, no me interesa.

Lista para cabalgar, Reina olisqueó el aire en cuanto Vanessa la sacó al exterior. Cuando su ama montó en la silla, la yegua se puso a bailar y a tirar de las riendas. Al cabo de unos momentos habían dejado atrás las luces del patio del rancho.

Un paseo a caballo la ayudaría a despejar la mente, se dijo. Un día como ése podía volver loco a cualquiera. Recuperar a Baby había compensado un poco la sensación de traición que había experimentado al enterarse de que Brad Davis le había robado. Y metódicamente, se recordó, mientras le ofrecía apoyo y consejo. Había sido muy listo, desde luego, reflexionó. Había desviado su atención hacia los Efron mientras iba sacando el ganado por las cercas del lado opuesto. Hasta que encontrara un nuevo especialista en cría de bovino, tendría que ocuparse ella de hacer el trabajo de Brad.

Le sentaría bien, se dijo, tener la mente ocupada y lejos de otros asuntos. Zac. Si quisiera verla, sabía dónde encontrarla. Aparentemente, les había hecho un favor a los dos al rechazarlo semanas atrás. De no haberlo hecho, ambos se encontrarían en una situación dolorosa. De ese modo, en cambio, cada uno seguiría su propio camino, exactamente como ella había sabido que sería desde el principio. Quizá hubiera tenido algunos momentos de debilidad, como esa mañana en el Double E, pero no durarían. Durante las semanas siguientes estaría demasiado ocupada para preocuparse de Zac Efron y esas tontas fantasías.

Se dijo que no había tenido la intención de ir a la charca, sino que Reina había tomado ese camino. En todo caso, seguía siendo un lugar que elegiría para estar sola, independientemente de los recuerdos que despertara en ella.

Había luna llena y su resplandor plateado iluminaba la maleza. Se dijo a sí misma que no era infeliz, que estaba cansada después de un día largo en el que había tenido que recorrer muchas millas, hablar con el sheriff, responder preguntas. No podía ser infeliz justo cuando acababa de recuperar lo que era suyo.

Una vez que pasara el cansancio, lo celebraría.

Cuando vio la luna reflejada en el agua, obligó a Reina a ir más despacio. No se oía más ruido que el de los cascos de su caballo. Oyó al semental en cuanto la yegua percibió su olor. Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, consiguió dominarla y la hizo detenerse. La yegua estaba asustada. De pronto, Zac surgió de entre las sombras de un álamo sin decir nada.

Sabía que ella iría, antes o después. Podría haber ido a verla al rancho o haber esperado a que ella fuera a buscarlo, pero se había dado cuenta de que tendrían que encontrarse allí, en un lugar que era de ambos, que les pertenecía a los dos.

Era mejor afrontar aquello de una vez y resolverlo, se dijo Vanessa, y mientras desmontaba se dio cuenta de que sus manos estaban húmedas por el sudor. Nada la habría puesto más en guardia. En absoluto silencio ató a la yegua. Cuando se giró, se encontró con que Zac había avanzado hasta donde ella estaba, tan silenciosamente como el gato montés con el que una vez lo había comparado. Se puso muy rígida y habló con tono impasible.

Ness: Así que has vuelto.

Zac la miró con ojos tranquilos y divertidos al mismo tiempo, y estudió su cara.

Zac: ¿Acaso pensabas que no volvería?

Vanessa alzó la barbilla, exactamente como él esperaba que hiciera.

Ness: No he pensado en el tema, ni poco ni mucho.

Zac: ¿No? -sonrió, eso debería de haber puesto sobre aviso a Vanessa-. ¿Y en esto, has pensado en esto?

La atrajo hacia sí con una mano en su cintura y otra en su nuca, y devoró la boca que tanto ansiaba. Esperaba que forcejeara, e incluso con eso habría disfrutado, pero ella le devolvió el beso con la misma fuerza y el entusiasmo que recordaba.

Cuando apartó la boca de ella, Vanessa enterró la cara en su hombro. Todavía la deseaba, la idea martilleaba una y otra vez en su mente. No lo había perdido, todavía no.

Ness: Abrázame -murmuró-. Por favor, sólo un minuto.

¿Cómo lo lograba?, se preguntó Zac. ¿Cómo conseguía que pasara de la pasión a la ternura en cuestión de segundos? Tal vez todavía no había llegado a entenderla del todo, pero no tenía intención de dejar de estudiar.

Cuando Vanessa se sintió más tranquila, se apartó de él.

Ness: Quiero agradecerte lo que has hecho. El sheriff me ha contado que encontraste las pruebas a través de Jensen y...

Zac: No quiero hablar del ganado, Vanessa.

Ness: No -se agarró las manos y se dio la vuelta. No, debían dejar de lado eso y ocuparse de lo que verdaderamente importaba. De lo que era vital-. He pensado en lo que pasó, lo que dijiste la última vez que nos vimos -¿dónde estaban todos los discursos que había preparado? Tan pausados, tan lúcidos... Se retorció los dedos hasta que le dolieron y luego los separó-. Zac, te dije que no hacía falta que me dijeras esas cosas, e iba en serio. Algunas mujeres sí lo necesitan.

Zac: Yo no se lo estaba diciendo a «algunas mujeres».

Ness: Es fácil decir esas cosas -le dijo con un vibrante suspiro-. Muy fácil.

Zac: Para mí no.

Ella se dio la vuelta lentamente, con cautela, como si se temiera que él pudiera hacer un movimiento para el que no estuviera preparada. Parecía muy tranquilo, pensó. Y, sin embargo, el modo en que la luz de la luna incidía en sus ojos...

Ness: Es duro -murmuró-.

Zac: ¿El qué?

Ness: Quererte.

Zac podría haber ido derecho hasta donde ella estaba en ese instante y haberla abrazado hasta que dejara de hablar, de pensar, pero Vanessa tenía la barbilla levantada y los ojos humedecidos por las lágrimas.

Zac: Quizá así es como tiene que ser -respondió-. No te estoy ofreciendo un camino de rosas.

Ness: Nadie me ha amado como yo quería -tragó saliva y retrocedió un poco-. Nadie excepto Jack, y él nunca me lo dijo. No tenía necesidad de hacerlo.

Zac: Yo no soy Jack, ni tu padre. Y nadie va a quererte nunca tanto como te quiero yo -dio un paso hacia ella y, aunque Vanessa no siguió retrocediendo, todos sus músculos se pusieron en tensión-. ¿De qué tienes miedo?

Ness: ¡No tengo miedo!

Zac: Más miedo que un condenado -se aproximó a ella-.

Ness: De que dejes de amarme -le salió cuando se agarró las manos por detrás de la espalda. Una vez que había empezado, las palabras continuaron saliendo deprisa y sin interrupciones-. De que decidas que en realidad nunca me has querido. Y de permitirme a mí misma empezar a depender de ti y a necesitarte. He pasado la mayor parte de mi vida averiguando la manera de no depender de nadie, para nada.

Zac: Yo no soy nadie -respondió tranquilamente-.

La respiración de Vanessa se alteró.

Ness: Desde que te fuiste, lo único que me importaba era que volvieras.

Él la agarró por los hombros.

Zac: ¿Y ahora que he vuelto?

Ness: No podría soportar que te marcharas de nuevo. Y aunque creo que aguantaría el golpe, lo que no puedo aguantar es vivir con miedo -puso las manos contra su pecho cuando Zac empezó a tirar de ella hacia sí-.

Zac: Vanessa, ¿crees que puedes decirme lo que estaba deseando oír y esperar que me guarde las manos en los bolsillos? ¿Es que no sabes que el peligro es para los dos, que los dos corremos el riesgo de depender; el uno del otro?

Ness: Tal vez -se obligó a respirar hondo para tranquilizarse-, pero las personas no siempre buscan lo mismo.

Zac: ¿A qué te refieres?

Esa vez Vanessa se humedeció los labios.

Ness: ¿Vas a casarte conmigo? -vio que la pregunta lo dejaba sorprendido y se puso rígida de nuevo-.

Zac: ¿Es una proposición de matrimonio?

Vanessa se soltó de su abrazo, enfadada consigo misma por ser tan tonta y con él por reírse de ella.

Ness: Vete a paseo -le dijo mientras se encaminaba hacia su yegua-.

Él la atrapó por la cintura y la levantó en brazos mientras ella pataleaba en el aire.

Zac: Tienes la mecha muy corta, enseguida explotas -murmuró, y volvió a plantarla en el suelo-. Tengo la sensación de que voy a pasarme la mayor parte de mi vida forcejeando contigo -armándose de paciencia, esperó hasta que ella dejó de decir palabrotas y se fue calmando y recobrando el aliento-. Había planeado preguntártelo de otra manera -empezó a decir-, digamos «¿Querrías casarte conmigo?». Pero ya veo que es una pérdida de tiempo -cuando ella levantó la cara y se quedó mirándolo fijamente, él sonrió-. Qué guapa eres. Y no discutas -le advirtió al ver que abría la boca-, pienso decírtelo siempre que me apetezca, así que vete acostumbrándote desde ahora.

Ness: Te estabas riendo de mí -comenzó a decir, pero la interrumpió-.

Zac: De los dos -bajó la cabeza y la besó. Primero con delicadeza, luego con creciente pasión-. Ahora... -con cautela, le fue soltando las muñecas- te doy una semana para que organices las cosas en tu rancho.

Ness: Una semana...

Zac: Cállate -ordenó-. Una semana; y luego los dos vamos a tomarnos la siguiente de vacaciones para casarnos.

Vanessa se quedó pensándolo. Estaba radiante.

Ness: No se necesita una semana entera para casarse.

Zac: De la manera en que quiero yo, sí. Y cuando volvamos...

Ness: ¿Volver?, ¿de dónde?

Zac: De cualquier sitio donde podamos estar solos. Cuando volvamos, empezaremos a hacer planes.

Ella se puso de puntillas y lo miró a los ojos.

Ness: Mientras me gusten... Zac, dilo otra vez mirándome.

Zac: Te quiero, Vanessa. Y la mayor parte del tiempo me gusta cómo eres, aunque tampoco es que me disguste pelear contigo.

Ness: Creo que lo dices en serio -cerró los ojos un momento. Cuando volvió a abrirlos, sonreían-. Es arriesgado creer en la palabra de un Efron, pero me arriesgaré.

Zac: ¿Y qué me dices de los Hudgens?

Ness: La palabra de un Hudgens es sagrada -afirmó levantando la barbilla-. Te quiero, Zac. Voy a ser una esposa desesperante y un desastre como pareja -sonrió y él la besó en los labios-. ¿Qué hay de esos planes?

Zac: Tú tienes un rancho y yo otro -señaló mientras te besaba la palma de la mano-. Me tiene sin cuidado si los administramos por separado o juntos, pero está la cuestión de dónde vamos a vivir. Lo de «tu casa», «mi casa»... no va a funcionar. Así que será mejor que construyamos una casa que sea de los dos, nuestra casa, para criar allí a nuestros hijos.

«Nuestra», «nuestros». Vanessa pensó que eran las palabras más bonitas del idioma. Las iba a usar una docena de veces al día durante el resto de su vida.

Ness: ¿Dónde?

Él miró por encima de la cabeza de Vanessa y observó la charca, la soledad del lugar.

Zac: Justo en el punto por donde tendría que pasar la cerca, en el límite entre tus tierras y las mías.

Con una carcajada, ella giró el cuello para mirar.

Ness: ¿Qué cerca, qué límite?


FIN


¡Qué bonito!
Qué raro que todo saliera bien al final ;) XD

Espero que os haya gustado la novela. Pronto pondré la siguiente.

¡Thank you por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


3 comentarios:

Lu dijo...

Ayyyyy me encantó!
Menos mal que Ness se arriesgó por amor.
Zac fue todo un caballero, lo ame.




Sube pronto

Maria jose dijo...

hermoso final para esta parejita
me encanto la novela
fue muy linda, divertida he interesante
ya quiero leer la siguiente
gracias por otra gran novela
sube pronto


saludos

Maria jose dijo...

hermoso final para esta parejita
me encanto la novela
fue muy linda, divertida he interesante
ya quiero leer la siguiente
gracias por otra gran novela
sube pronto


saludos

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