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viernes, 10 de junio de 2016

Capítulo 8


Fue el olor de su pelo lo que lentamente lo devolvió a la realidad. Tenía la cara enterrada en la melena de Vanessa. Esa fragancia le recordaba a la de las flores silvestres que su madre recogía a veces y que ponía en un pequeño jarrón de porcelana, el cual colocaba en el alféizar de una ventana. El pelo se enredaba entre sus manos y resultaba tan suave en contacto con su piel que Zac sabía que le gustaría pasar la noche entera así como estaba, en esa posición.

Vanessa estaba tumbada debajo de él. Su respiración era tan acompasada como si estuviera dormida, pero cuando él giró la cabeza para posar los labios en su cuello, ella lo abrazó con fuerza. Él alzó la cabeza y la miró.

Tenía los ojos casi cerrados, los párpados le pesaban. En el porche, se había fijado en que tenía ojeras. Frunciendo un poco el ceño, las acarició con el pulgar.

Zac: No has estado durmiendo bien últimamente.

Sorprendida por esa afirmación y por su tono de voz, ella arqueó las cejas. Después de lo que acababan de hacer, habría esperado que hiciera un comentario frívolo o excitante, pero él tenía el entrecejo fruncido y su tono era de desaprobación. No estaba segura de por qué, pero le daban ganas de reírse.

Ness: Estoy bien... -aseguró con un sonrisa-.

Zac: No -le impidió seguir hablando y le agarró la barbilla con la mano-, no estás bien.

Ella alzó la mirada y se dio cuenta de lo fácil que resultaría desahogarse con él, contarle lo que pensaba y sentía, sus preocupaciones, sus miedos, sus problemas... Tenía la impresión de que se multiplicaban tan deprisa que no le daba tiempo a abordarlos y resolverlos. Habría resultado muy reconfortante contarle todo aquello a él en voz alta.

Lo había hecho en muchas ocasiones con su madre, pero, de algún modo, le parecía justificado. Una cosa era confesar miedos y dudas a otra mujer, y otra dejar que un hombre se hiciera una idea de cuáles eran las propias debilidades. Cuando amaneciera, ambos volverían a ser rancheros, con una alambrada para marcar el límite entre sus tierras.

Ness: Zac, no he venido aquí para...

Zac: Sé por qué has venido -la interrumpió. Su voz era más amable que su mirada-. Porque no podías evitarlo. Lo entiendo. Ahora vas a tener que asumir lo que eso lleva aparejado.

Resultaba difícil mostrarse muy digna cuando una estaba desnuda y calentita debajo de un hombre, pero casi lo consiguió.

Ness: ¿Qué es...?

El enojo que había en la mirada de Zac se transformó en regocijo.

Zac: Me gusta cómo dices eso, igual que mi profesor de Tercero en la escuela.

Los labios de Vanessa temblaron.

Ness: Es una de las pocas cosas que he heredado de mi madre. Pero no has respondido a mi pregunta, Efron.

Zac: Estoy loco por ti -dijo de repente, y su boca se curvó en una sonrisa abierta. No estaba preparada para oír eso, meditó Zac para sus adentros, y él tampoco estaba seguro de hallarse preparado para asumir las consecuencias, así que decidió aligerar el tono-. Claro que siempre he sentido debilidad por las mujeres de mal carácter. En serio, estoy decidido a ayudarte, Vanessa -de pronto sus ojos se volvieron serios-, aunque sea contra tu voluntad.

Ness: No hay nada que puedas hacer, ni aunque yo quisiera.

Zac no respondió inmediatamente, sino que cambió de postura. Puso las almohadas contra el cabecero y se recostó sobre ellas antes de tirar de Vanessa hacia sí. Ella se puso tensa primero, pero luego se tranquilizó. Había algo estremecedoramente posesivo en ese gesto, e irresistiblemente dulce. Antes de darse cuenta de lo que hacía, se recostó contra su pecho.

Él notó la vacilación inicial, pero no hizo ningún comentario. Cuando uno perseguía que confiaran en él, actuaba despacio.

Zac: Cuéntame lo que se ha hecho al respecto.

Ness: Zac, no quiero implicarte en esto.

Zac: Ya estoy implicado, aunque no sea nada más que por esa alambrada que cortaron entre tu rancho y el mío.

Eso podía aceptarlo, se dijo Vanessa, y dejó que sus ojos se cerraran.

Ness: Llevamos a cabo un recuento exhaustivo y nos faltan quinientas cabezas. Por precaución, les hemos puesto el hierro a los terneros que quedaban sin esperar más. Calculo que hemos perdido cincuenta o sesenta. El sheriff ha estado investigando.

Zac: ¿Y qué ha encontrado?

Ella movió los hombros.

Ness: No puede decir por dónde los sacaron. Si hicieron otros cortes en el alambre de las cercas, los han reparado. Un trabajo limpio y rápido -murmuró, consciente de que se moría un poco por dentro cada vez que lo pensaba-. Parece como si no se los hubieran llevado todos de una vez, sino que hubieran estado arañando un poco por aquí y otro poco por allá.

Zac: Parece raro entonces que dejaran ese hueco en la alambrada.

Ness: Quizá no tuvieran tiempo de cerrarlo.

Zac: O tal vez querían dirigir tu atención hacia mí hasta que hubieran terminado.

Ness: Tal vez -giró la cabeza y escondió la cara en su hombro, ligeramente, sólo por un instante, pero para ella era un gran paso hacia la idea de compartir-. Zac, lo que dije sobre tú y tu padre no era en serio.

Zac: Olvídalo.

Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró.

Ness: No puedo.

Él la besó con tosquedad.

Zac: Inténtalo -sugirió-. He oído que has comprado un avión.

Ness: Sí -dejó caer la cabeza de nuevo sobre su hombro y trató de poner en orden sus ideas-. Al parecer no estará listo hasta la semana que viene.

Zac: Entonces mañana saldremos en el mío.

Ness: ¿Pero por qué...?

Zac: No tengo nada contra el sheriff -dijo con calma-, pero tú conoces tus tierras mejor que él.

Vanessa apretó los labios.

Ness: Zac, no quiero estar en deuda contigo. No sé cómo explicarlo, pero...

Zac: Pues no lo expliques -la agarró del pelo y le dio unos tirones suaves hasta que ella levantó la cara hacia él-. Ya verás como no soy el tipo de hombre que siempre se opone a lo que deseas. Puedes pelear conmigo, y a veces ganar, pero no podrás detenerme.

Los ojos de Vanessa brillaron con indignación.

Ness: ¿Por qué me pones con ánimo de pelea cuando lo que yo quiero es mostrarme agradecida?

Con un movimiento ágil, Zac cambió de postura y ambos acabaron tumbados a lo ancho sobre la cama.

Zac: Quizá porque te prefiero de esa manera. Resultas muchísimo más peligrosa cuando te ablandas.

Ella levantó la barbilla.

Ness: No es algo que vayas a tener la oportunidad de ver a menudo.

Zac: Bien -dijo y apretó su boca contra la de ella-. Esta noche vas a quedarte conmigo.

Ness: No...

Él la silenció con un beso apasionado que no dejaba sitio a los pensamientos, ni mucho menos a las palabras.

Zac: Esta noche -repitió con una risa que era más desafiante que divertida- te quedas conmigo.

Y la abrazó con una ferocidad que denotaba desesperación.


La despertaron los pájaros. Había un breve periodo de tiempo en verano durante el cual amanecía tan temprano que los pájaros se despertaban antes que ella. Con un suspiro, Vanessa se acurrucó sobre la almohada. Débilmente, repasó la jornada que tenía por delante. Tendría que pasar a ver a Baby antes de ir a donde los caballos. Al ternero le gustaba tener su biberón enseguida. Se estiró con placer, se giró sobre el colchón y se quedó mirando fija e inexpresivamente la habitación. Era la habitación de Zac. Él había ganado la batalla.

Tumbada de espaldas durante un momento, pensó en la noche anterior con una mezcla de placer e incomodidad. Él había dicho en una ocasión que las cosas entre ellos no resultaban tan sencillas como deberían. ¿Acaso tenía idea de cómo la había afectado pasar la noche con él? Era la primera vez que experimentaba el sencillo placer de dormir con alguien y compartir la paz y la oscuridad de la noche. ¿Qué le había hecho creer que podría tener una relación con Zac y mantener la situación bajo control?

Pero no estaba enamorada de él. Alargó un brazo para tocar el otro lado de la cama, donde había dormido Zac. Todavía le quedaba el suficiente sentido común como para impedir que eso sucediera, se recordó de repente. ¿Qué estaba haciendo en la cama cuando ya había amanecido? Furiosa consigo misma, se sentó justo en el momento en el que la puerta se abría. Zac entró con una taza de café en la mano.

Zac: Muy mal -comentó mientras atravesaba la habitación hacia donde ella estaba-. Estaba deseando despertarte.

Ness: Tengo que irme -dijo retirándose el pelo de los ojos-. Debería haberme levantado hace horas.

Zac le puso una mano en el hombro y la retuvo donde estaba sin apenas esfuerzo.

Zac: Lo que deberías hacer es dormir hasta el mediodía -la corrigió mientras estudiaba su cara-, pero tienes mejor aspecto.

Ness: Tengo que dirigir un rancho.

Zac: No hay ningún rancho en este país que no pueda pasarse sin un individuo durante un día -se sentó a su lado y le entregó la taza-. Bébete el café.

A ella podría haberle molestado esa orden perentoria, pero el aroma del café resultaba muy atrayente.

Ness: ¿Qué hora es? -preguntó entre sorbo y sorbo-.

Zac: Las nueve pasadas.

Ness: ¡Las nueve! -abrió mucho los ojos, su consternación resultaba cómica-. Dios mío, tengo que irme a casa.

Zac la retuvo de nuevo sin esfuerzo.

Zac: Lo que tienes que hacer es beberte el café -la corrigió-. Y luego desayunar.

Tras un forcejeo rápido y poco fructífero, Vanessa le lanzó una mirada exasperada.

Ness: ¿Vas a dejar de tratarme como si tuviera ocho años?

Él bajó la mirada hasta sus manos, que sujetaban la sabana justo por encima del pecho.

Zac: Resulta tentador -bromeó-.

Ness: Esos ojos arriba, Efron -le ordenó con labios crispados-. Mira, te agradezco el café -continuó levantando la taza en el aire-, pero no puedo quedarme aquí sentada hasta mediodía.

Zac: ¿Cuándo fue la última vez que dormiste ocho horas? -vio que el fastidio brillaba en sus ojos cuando, en vez de responder, dio otro sorbo al café-. Esta noche habrías podido dormir más de ocho horas si no me hubieras... vuelto loco.

Ella levantó las cejas.

Ness: ¿Eso hice?

Zac: Varias veces, si no recuerdo mal.

Algo en la expresión de Vanessa, la sombra de una duda, una ligera vacilación, hizo que él estudiara su rostro más atentamente. ¿Era posible que una mujer así necesitara oír palabras que la reforzaran, que borraran su inseguridad? Era una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad de lo más extraña. Zac se inclinó y le acarició una ceja con los labios, pues sabía lo que podía ocurrir si la besaba en la boca, aunque no fuera más que una vez.

Zac: Claro que no necesitas esforzarte mucho para volverme loco -murmuró. Sus labios descendieron hacia las sienes antes de que pudiera evitarlo-. Si en este momento quisieras aprovecharte de mí...

Vanessa exhaló un suspiro tembloroso.

Ness: Creo que... será mejor que me apiade de ti esta mañana, Efron.

Zac: Bueno... -enganchó un dedo en la sábana y empezó a tirar de ésta hacia abajo-. No puedo decir que me guste mucho que se apiaden de mí.

Ness: Zac -sujetó con fuerza la sábana-. Son las nueve de la mañana.

Zac: Probablemente un poco pasadas ya.

Cuando se acercó más, ella levantó la taza y la interpuso contra su pecho.

Ness: Tengo que vigilar el rebaño y revisar las cercas -le recordó-. Y tú también.

Él tenía que cuidar de ella, pensó, y se sorprendió a sí mismo. Pero tenía sentido común suficiente como para no mencionárselo a la mujer en cuestión.

Zac: A veces -comenzó a decir, pero se interrumpió para darle un beso amistoso- no resultas graciosa, Vanessa.

Ella se rió y apuró el café.

Ness: ¿Por qué no te vas para que pueda darme una ducha y vestirme?

Él se puso de pie.

Zac: Voy a preparar el desayuno -anunció, y siguió hablando antes de que ella pudiera decir que no era necesario-, y ninguno de los dos va a revisar las cercas a caballo hoy. Vamos a subir al avión.

Ness: Zac, no tienes que quitarle tiempo y dedicación a tu rancho para hacer esto.

Él enganchó los pulgares en los bolsillos delanteros y se quedó observándola durante tanto rato que ella frunció el entrecejo.

Zac: Para ser tan inteligente como eres, a veces te muestras un poco lenta en entender las cosas. Si te resulta más fácil de comprender así, piensa que un robo de ganado nos atañe a todos los rancheros.

Vanessa se dio cuenta de que estaba molesto, lo percibía en la frialdad de su tono.

Ness: No te entiendo.

Zac: Efectivamente -inclinó la cabeza e hizo un gesto que podía denotar resignación-. Ya lo veo -se encaminó hacia la puerta y Vanessa lo observó, desconcertada-.

Ness: Yo... -¿qué se suponía que iba a decir?-. Tengo que acercarme con el coche para decirle a Bill dónde voy a estar.

Zac: He mandado a un hombre hace ya un rato -se paró en la puerta y se giró hacia ella-. Sabe que estás conmigo.

Ness: ¿Que sabe...?, ¿que has mandado...? -sus dedos apretaron el asa de la taza-. ¿Has mandado a un hombre para decirle que estaba aquí?

Zac: Exacto.

Vanessa se pasó una mano por el pelo y la luz del sol se refeljó en las puntas de su cabello.

Ness: ¿Te das cuenta de lo que va a parecer?

La mirada de Zac se volvió fría y lejana.

Zac: Va a parecer lo que es. Lo siento, no me había percatado de que querías ocultarlo.

Ness: Zac...

Pero éste ya había salido y cerrado la puerta tras él. Con una exclamación de disgusto, Vanessa dejó la taza de café sobre la mesilla y se puso en pie. Había sido muy torpe por su parte, se reprochó. ¿Cómo iba a comprender Zac que no se trataba de vergüenza sino de inseguridad? Quizá fuera mejor que no se diera cuenta.

Zac la habría estrangulado con mucho gusto. Una vez en la cocina, echó una loncha de jamón en la sartén. Era culpa suya, pensó mientras empezaba a chisporrotear. Maldita fuera, era culpa suya. No tendría que haber permitido que las cosas fueran tan lejos. Incluso exagerando, lo máximo que podía afirmar era que ella sentía por él un cariño no exento de cautela. Era improbable que los sentimientos de Vanessa pudieran ir más allá de eso. Si los suyos lo habían hecho, sólo podía culparse a sí mismo y tratar de manejar aquello él solo.

¿Desde cuándo necesitaba proteger su corazón?, pensó con rabia mientras pinchaba la loncha de jamón con un tenedor de cocina. ¿Desde cuándo quería de una mujer, de cualquier mujer, algo más que compañerismo, inteligencia y una cama dispuesta? Tal vez sus sentimientos se habían desbordado un poco, pero todavía no había perdido el control de la situación.

Se sirvió un café solo y bebió un trago. Tenía demasiada experiencia como para perder la cabeza por una chica de mal carácter que no quería otra cosa que una relación sin complicaciones. Después de todo, al principio tampoco él había deseado nada más que eso. Se había dejado atrapar porque ella tenía que afrontar graves problemas y mostraba un valor inquebrantable.

Con el café se tranquilizó. Sintiéndose ya más seguro, sacó del frigorífico un paquete de huevos. La ayudaría todo lo que pudiera con el asunto del robo, se la llevaría a la cama siempre que fuera posible y en eso quedaría todo.

Cuando Vanessa entró en la cocina, la miró con gesto desenfadado. Ella tenía el pelo todavía mojado y cara de buena salud, de haber dormido lo suficiente.

Dios santo, estaba enamorado de ella. ¿Qué diablos iba a hacer?

El comentario intrascendente sobre lo bien que olía que Vanessa estaba a punto de hacer se esfumó. ¿Por qué Zac se había quedado mirándola como si fuera la primera vez que la veía? Contrariamente a su costumbre, se sintió cohibida y cruzó los brazos encima del pecho. Estaba mirándola como si se hubiera quedado sin respiración.

Ness: ¿Algo va mal?

Zac: ¿Qué?

Estaba tan aturdido que ella sonrió. ¿En qué estaría pensando cuando lo había interrumpido?

Ness: Pregunto que si pasa algo. Parece como si acabaras de caerte del caballo.

Él se maldijo a sí mismo y se dio la vuelta.

Zac: Nada. ¿Cómo quieres los huevos?

Ness: Revueltos, gracias -dio un paso en dirección a él, luego dudó. No le resultaba fácil exteriorizar su cariño, a lo largo de su vida se había encontrado con acogidas poco entusiastas a sus muestras de afecto. Se armó de valor, cruzó la cocina y le tocó el hombro. Él se puso rígido, ella se apartó-. Zac... -qué tranquila sonaba su voz, reflexionó. Hacía mucho que se había acostumbrado a ocultar el dolor-. No me resulta fácil aceptar ayuda.

Zac: Ya me he dado cuenta -cascó un huevo y lo echó en la sartén-.

Ella parpadeó para contener las lágrimas que llenaban sus ojos. ¡Imbécil!, se reprochó. Una nunca debía mostrar sus debilidades. Le resultaba difícil tragarse su orgullo, pero a veces era necesario.

Ness: Lo que quería decir es que aprecio lo que haces por mí. De verdad.

Zac se sentía desgarrado por la emoción. Cascó otro huevo y lo echó en la sartén.

Zac: Ni lo menciones.

Ella se echó hacia atrás. ¿Qué esperaba?, se preguntó. No era del tipo de personas que inspiraban ternura, ni quería serlo.

Ness: Bien -dijo con despreocupación-. No volveré a hacerlo -fue hasta la cafetera y llenó de nuevo su taza-. ¿Tú no vas a comer nada?

Zac: Ya he desayunado -removió un poco los huevos en la sartén y luego alargó el brazo para agarrar un plato-.

Ella miró su espalda con contrariedad.

Ness: Me doy cuenta de que te estoy distrayendo de un montón de asuntos urgentes. ¿Por qué no dejas que me lleve uno de tus hombres?

Zac: He dicho que te voy a llevar yo -sirvió la comida en el plato y dejó caer éste sobre la mesa sin más ceremonias-.

Ness: Haz lo que quieras, Efron.

Él se dio la vuelta cuando Vanessa estaba partiendo un trozo de jamón.

Zac: Es lo que siempre hago -dejándose llevar por un impulso, la agarró por la nuca y cubrió sus labios con un beso largo e implacablemente profundo que los dejó a los dos temblando de deseo-.

Cuando acabó, Vanessa se concentró en evitar que le temblaran las manos.

Ness: Un hombre debería mostrarse más prudente -dijo suavemente mientras cortaba otro pedazo- cuando la mujer está empuñando un cuchillo.

Zac soltó una breve carcajada y se dejó caer en la silla situada enfrente de ella.

Zac: La prudencia no es algo que se me dé bien cuando tú estás cerca -dio un sorbo a su café y observó cómo ella se concentraba en dar cuenta de la comida que tenía en el plato. Quizá fuera tarde para reconocer que intimar con Vanessa había sido un error, pero si lograba recuperar el equilibrio de su relación, tal vez pudiera mantener a raya sus sentimientos-. ¿Sabes?, hace años que deberías haber comprado un avión para Utopía -comentó, perfectamente consciente de que el comentario la molestaría-.

Vanessa levantó la mirada del plato con deliberada lentitud.

Ness: ¿Ah, sí?

Zac: Sólo los idiotas se oponen al progreso.

Ella dio golpecitos con el tenedor en el plato vacío.

Ness: Qué afirmación tan fascinante -dijo con calma aparente-. ¿Tienes alguna otra sugerencia sobre cómo mejorar el rendimiento de Utopía?

Zac: Pues lo cierto es -apuró el café que quedaba en su taza- que podría decirte varias.

Ness: Ya -dejó el tenedor en el plato para no caer en la tentación de clavárselo en el pecho-. ¿Quieres que te diga dónde puedes metértelas?

Zac: Quizá más tarde -se levantó-. Vamos yendo, ya se nos ha ido la mitad del día.

Vanessa apretó los dientes y lo siguió fuera por la puerta trasera. Pensó que era una pena haber malgastado siquiera un instante en mostrarle agradecimiento.

El pequeño avión biplaza le hizo tragar saliva. Miró las hélices mientras Zac revisaba los indicadores del panel de mandos antes del despegue. Confiaba en los medios de transporte con cuatro patas o con cuatro ruedas. Esos los podías dominar, pensó, pero en cuanto Zac hiciera despegar el avión, ella habría renunciado por completo al control de la situación. Fingiendo indiferencia, se abrochó el cinturón de seguridad mientras él encendía el motor.

Zac: ¿Has subido antes en uno de estos? -preguntó distraídamente-.

Se puso rápidamente las gafas de sol antes de que el aparato empezara a rodar por la estrecha pista de asfalto.

Ness: Pues claro, en el que he comprado.

No mencionó el miedo que le había dado ese vuelo. Por mucho que odiara darle la razón, un avión era imprescindible en cualquier rancho de finales del siglo XX.

El motor rugió y la tierra quedó abajo, a sus pies. Tendría que acostumbrarse, se dijo, teniendo en cuenta que quería aprender a pilotar. Dejó que las manos reposaran relajadamente sobre las rodillas y trató de olvidar el miedo que le atenazaba el estómago.

Ness: ¿Eres el único que sabe pilotar este cacharro? -esta lata de sardinas con hélices, pensó sombríamente-.

Zac: No, dos de mis hombres tienen carné de piloto. No es práctico que sólo una persona pueda realizar una determinada labor.

Ella asintió.

Ness: Sí, desde hace un mes tengo en nómina a un hombre que sabe pilotar, pero yo también voy a tener que aprender.

Él la miró.

Zac: Yo podría enseñarte -se fijó en que sus dedos no paraban de moverse, arriba y abajo, encima de sus rodillas. Nervios, reconoció con sorpresa. Los ocultaba muy bien-. Estos bichos son pequeños -dijo distraídamente-, pero lo bueno es su maniobrabilidad. Si es necesario, puedes aterrizar con él en una pradera sin apenas molestar al ganado.

Ness: Es muy pequeño -musitó-.

Zac: Mira hacia abajo -sugirió-. Es enorme.

Ella obedeció porque no quería, ni por un momento, que él supiera cuánto anhelaba hallarse sana y salva con los pies en la tierra. Su estómago, cosa extraña, dejó de dar saltos en cuanto lo hizo. Sus dedos se relajaron.

El paisaje, verde y reluciente, se extendía bajo ellos, con franjas marrones y ámbar tan claramente definidas que parecían trazadas con regla. Divisó el río que atravesaba su rancho y el de Zac, una serpentina azul. El ganado constituía manchas negras, marrones y rojizas. Dos potros jóvenes se divertían en un prado mientras los caballos adultos tomaban el sol y pastaban. Vio algunos hombres a caballo. Una y otra vez, los jinetes se quitaban el sombrero y lo agitaban. Zac inclinaba ligeramente el aparato para devolverles el saludo. Vanessa se rió y miró a lo lejos, hacia los llanos y las solitarias montañas.

Ness: Es fabuloso, miro y no puedo creer que todo esto sea mío.

Zac: Ya lo sé -sobrevoló el límite entre los dos ranchos y se adentró en las tierras de Vanessa-. Es imposible que uno se canse de mirar semejante paisaje.

Ella apoyó la cabeza en la ventanilla. «Ama esta tierra tanto como yo», pensó. Esos años en Billings debieron consumirlo. Cada vez que pensaba en ello, en los cinco años a los que había renunciado, su admiración por él crecía.

Ness: Te voy a contar algo, pero no te rías -dijo y vio que él la miraba con curiosidad. No, no se reiría-. Cuando era pequeña, la primera vez que vine aquí, arranqué unos puñados de hierba y los metí en una caja para llevármela a casa cuando volviera. Enseguida se secó, pero no importaba.

Dios santo, a veces lo desarmaba hasta dejarlo sin aliento.

Zac: ¿Cuánto tiempo guardaste la caja?

Ness: Hasta que mi madre la encontró y la tiró.

Él tuvo que tragarse un comentario airado sobre falta de sensibilidad e ignorancia. En su lugar, se limitó a decir:

Zac: No te entendía.

Ness: No, claro que no -la idea la hizo reír brevemente. ¿Cómo iba a entenderla su madre?-. Mira, esa es la ranchera de Bill -la idea de bajar cerca de él la distrajo y se olvidó de la mirada indignada de Zac-.

Él también había tenido enfrentamientos con su propio padre, algunas veces había sido doloroso, pero sus padres siempre lo habían comprendido.

Zac: Háblame de tu familia.

Vanessa giró la cabeza para mirarlo, no le inspiraba confianza el hecho de no poder ver su mirada bajo las gafas de sol.

Ness: No, ahora no -volvió a mirar hacia abajo por la ventanilla-. Me gustaría saber qué estoy buscando -murmuró-.

«A mí también», pensó Zac torvamente y la frustración lo invadió. No iba a funcionar, decidió. No sería capaz de convencerse de que no la necesitaba.

Zac; Tal vez lo reconozcas cuando lo veas. ¿Crees que habrán robado más ganado en una determinada zona?

Ness: Parece que el golpe mayor fue en la zona norte. No puedo entender cómo consiguieron que pasara inadvertido. Quinientas cabezas, delante de mis narices.

Zac: No serás la primera -le recordó-, ni la última. Si tú tuvieras que sacar ganado de la zona norte, ¿por dónde lo llevarías?

Ness: Si no fuera mío -dijo secamente-, me imagino que lo cargaría en camiones y lo sacaría del Estado.

Zac: Puede ser -se preguntó si su hipótesis sería más difícil de aceptar para ella-. Pero la carne empaquetada es mucho más fácil de transportar que el animal vivo.

Ella se dio la vuelta lentamente para mirarlo. Ya se le había ocurrido, más de una vez, pero siempre descartaba la idea. La última y frágil esperanza de recuperar lo que le pertenecía se desvanecería.

Ness: Ya lo sé -su voz era tranquila y su mirada, firme-. Si eso es lo que ha ocurrido, todavía quedaría pendiente atrapar a quien lo ha hecho. No van a quedar impunes.

Zac sonrió con franca admiración.

Zac: Muy bien. Entonces vamos a pensarlo desde ese punto de vista durante un momento. Tienes el ganado. Las vacas son mucho más valiosas que los terneros en ese sentido, así que tal vez las embarques con destino a pastos más verdes por una temporada. A no ser que se trate de una pandilla de idiotas, no van a sacrificar a una vaca que está marcada con el hierro de tu rancho a cambio de los pocos cientos de dólares que valdría un ternero.

Ness: Una pandilla de idiotas no habría sido capaz de robarme el ganado -precisó-.

Zac: No -asintió para mostrar su acuerdo-. En cuanto a los terneros, sería una sabia elección llevarlos hasta algún lugar tranquilo y hacerlos filetes. La carne podría representar una ganancia rápida y en metálico mientras cierran el trato para vender el resto -ajustó levemente la trayectoria y se dirigió hacia el norte-.

Ness: Y si fueras aún más listo, habrías cerrado con anterioridad el trato para la venta de las vacas y los terneros -apuntó-. Con un remolque, podrías ir sacándolos en pequeños grupos a través de los cañones de la montaña.

Zac: Exacto. Creo que deberíamos bajar a echar un vistazo.

La euforia de Vanessa se esfumó, a pesar de que el paisaje que se extendía a sus pies mostraba todos los colores y texturas imaginables. La superficie se volvía cada vez más accidentada, con una carretera asfaltada de dos direcciones que serpenteaba en quiebros y revueltas. El seco macizo montañoso no era tan majestuoso como los que se elevaban un poco más hacia el oeste, pero se erguía solitario, habitado por coyotes y gatos monteses que preferían mantenerse alejados del hombre.

Zac llevó el avión a mayor altitud y empezó a rodear las montañas. La mirada de Vanessa, recorrió la línea dentada de las cumbres y los cañones que se hundían en las profundidades de la roca. Sí, si ella tuviera en mente sacrificar las reses, ningún otro lugar sería más apropiado. Entonces vio a los buitres y el corazón le dio un vuelco.

Zac: Voy a aterrizar -se limitó a decir-.

Vanessa no contestó, pero mentalmente empezó a hacer una lista de qué opciones tenía si encontraban lo que creía que encontrarían. Podría, y no le quedaría más remedio, recortar algunos gastos, incluso después de la subasta de ganado que se celebraba a finales de verano. El viejo Jeep tendrían que repararlo en vez de comprar uno nuevo. Había dos potros que podía vender para no quedarse en números rojos. Equilibrar ingresos y gastos, pensó al tiempo que el avión aterrizaba dando tumbos. Nada personal.

Zac apagó el motor y saltó fuera del avión.

La tierra era dura y, a consecuencia de la falta de lluvias, se levantaba polvo enseguida. El olfato de Vanessa detectó su olor ligeramente metálico, tan distinto del olor a hierba y animales que había en los campos de más abajo. Allí no había árboles para dar sombra, el sol castigaba con fuerza. Oyó el batir de las alas de un buitre que trazó un círculo cerca de ellos antes de posarse en el borde de una roca.

No era complicado avanzar por la tierra pedregosa y penetrar en el corte que se abría en la montaña. Para un vehículo con tracción en las cuatro ruedas resultaría fácil, pensó, e inclinó el ala del sombrero para contrarrestar el resplandor del sol.

El cañón no era largo, y se hallaba encajonado entre paredes de roca gris erosionada. Algunos brotes de salvia habían conseguido agarrar y salpicaban la roca aquí y allá. Oían con claridad el ruido de sus propias pisadas. De repente, para sorpresa suya, Vanessa oyó un débil goteo. Debía ser un manantial pequeño, pensó para sus adentros, o habría detectado antes el olor del agua. Allí sólo olía a...

Se detuvo y dejó escapar un largo suspiro.

Ness: Dios mío...

Zac reconoció el olor, caliente y dulce, a la vez que ella.

Zac: Vanessa...

Ella sacudió la cabeza. No quería que la consolara ni que le diera esperanzas.

Ness: Maldita sea, me pregunto cuántos habrán sido...

Continuaron andando y vieron, tras una roca, unos huesos que un coyote había desenterrado y roído. Zac soltó una palabrota entre dientes.

Zac: En el avión hay una pala -empezó a decir-. Podemos ver qué encontramos aquí o bien volver y avisar al sheriff.

Ness: Esto es asunto mío -se secó el sudor de las manos en los tejanos-. Prefiero averiguarlo ahora.

Él sabía muy bien que no debía sugerirle que esperara en el avión. En su lugar, habría hecho exactamente lo que ella estaba a punto de hacer. Sin decir más, la dejó sola.

Cuando Vanessa oyó cómo el ruido de sus pisadas se desvanecía, cerró los ojos con fuerza y apretó los puños. Quería gritar de rabia, de impotencia. Le habían robado sus animales, los habían matado y vendido la carne. Ya no podría recuperarlos, no podría recuperar aquello a lo que había dedicado tanto trabajo. Lenta y dolorosamente, fue recuperando el dominio de sí misma. No podía recuperarlos, pero lograría que se hiciera justicia. A veces era una palabra más elegante para lo que en realidad era venganza.

Cuando Zac regresó con la pala, vio la ira que brillaba en los ojos de Vanessa. Prefería eso al destello de desesperación que había observado antes.

Zac: Vamos a asegurarnos. Después iremos a la ciudad a buscar al sheriff.

Ella asintió con la cabeza. Con que encontraran la piel de uno de sus animales, sería suficiente. La pala golpeó la tierra con un ruido sordo.

Zac no tuvo que cavar mucho. Levantó la vista hacia Vanessa y vio que su rostro estaba totalmente sereno; a continuación retiró la tierra de los primeros restos. A pesar del hedor, ella se agachó y sacudió con la mano el polvo que tapaba un trozo de cuero hasta dar con la U del hierro de Utopía.

Ness: Bueno, esto debería ser prueba suficiente -murmuró, y se quedó donde estaba porque lo que de verdad deseaba era enterrar la cara entre las rodillas y echarse a llorar-. ¿Cuántos?

Zac: Deja al sheriff que se ocupe de eso.

El hallazgo lo había enfurecido igual que si hubiera sido su hierro el que hubieran encontrado en aquel pedazo de cuero. Masculló una palabrota, arañó la tierra con la pala y dejó algo al descubierto.
Vanessa alargó un brazo y lo agarró. El guante estaba mugriento pero era de piel buena, el tipo de guante que se usaba para trabajar con el alambre. La expectación creció en su interior.

Ness: Debió de caérsele a uno de ellos mientras enterraban los restos -se incorporó sujetando el guante entre ambas manos-. Me las van a pagar -dijo con ferocidad-. Han cometido un error y lo van a pagar caro. La mayoría de mis hombres tiene las iniciales grabadas en el forro.

Sin preocuparse por la suciedad y los restos pegados al guante, le dio la vuelta y miró. Allí estaban.

Zac vio cómo el rostro de Vanessa palidecía mientras ésta contemplaba el forro. Los dedos se le pusieron blancos de tanto apretarlo y luego lo miró a él. Sin decir una palabra le tendió el guante. Él lo agarró y miró. Había unas iniciales allí grabadas: las suyas.

Cuando volvió a dirigir la vista hacia ella, su rostro no tenía expresión alguna.

Zac: Bueno -dijo con frialdad-, parece que hemos vuelto a la casilla de salida, ¿no? -le devolvió el guante-. Tendrás que dárselo al sheriff.

Ella le dirigió una mirada encolerizada que lo atravesó.

Ness: ¿Crees que soy tan idiota como para creer que tienes algo que ver en esto?

Empezó a dar vueltas de un lado a otro y luego se alejó antes de que él hubiera tenido la oportunidad de entender lo que pasaba y, menos aún, de reaccionar. Zac se quedó donde estaba todavía unos instantes antes de comprender lo que ella había dicho.

La alcanzó justo cuando estaba trepando por las últimas rocas, ya en la salida del cañón. La agarró y la obligó a darse la vuelta con rudeza. El ritmo de su respiración era entrecortado.

Zac: Pues a lo mejor sí -ella tiró y se soltó, pero él volvió a atraparla-. O a lo mejor quiero que me expliques por qué no lo crees.

Ness: Mira, puedo creer muchas cosas de ti, y quizá algunas no me gusten. Pero esto no -su voz se quebró y le costó terminar lo que iba a decir-. Integridad... La integridad no tiene por qué ir siempre asociada a los buenos modales. Tú nunca cortarías las alambradas y matarías a mis terneros.

Aquel solo comentario lo habría sacudido, pero además vio que ella tenía los ojos llenos de lágrimas. Se acercó a ella y llevó una mano a su mejilla.

Zac: Vanessa...

Ness: ¡No!, por Dios, no te pongas tierno ahora -intentó darse la vuelta pero lo único que logró fue que él la acercara más hacia sí, hasta que ella enterró la cara en su hombro. El cuerpo de Zac era como un muro donde encontrar apoyo y comprensión. Si se aceptaba su apoyo en ese momento, ¿qué haría cuando él se marchara?-. No hagas esto, Zac -pidió, pero sus manos se aferraron a él-.

Zac: Tengo que hacer algo -murmuró acariciándole el pelo-. Apóyate en mí, no te haré daño.

Pero claro que le hacía daño. Llorar siempre le había resultado doloroso, pero no había forma de contener el llanto, de modo que lo dejó escapar y lloró con el desgarro que ambos comprendían mientras él la abrazaba en esa montaña yerma, bajo la luz cegadora del sol.




Ooohhh... v,v
Pobre Ness... ¡Qué gentuza la que le ha matado a sus terneros! >=(

A ver qué podemos descubrir sobre este asunto en el próximo capítulo...

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¡Un besi!


3 comentarios:

Lu dijo...

Ay no, pobre Ness!
Que capítulo tan cruel.
Ojalá todo se solucione. No se porque pero amo a este Zac.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Que lindo es zac
Esta muy enamorado de ella
Pobre Vanessa y sus animales
Ya quiero saber quién fue
Síguela pronto
Intentó leer este capítulo desde hace horas y
Hasta ahora pude terminarlo(trabajo)
Sube pronto
Amo estas novelas adaptadas


Saludos

Andrea Moreira dijo...

omg todavia siguen haciendo de estas , que linda siguela

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