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viernes, 17 de junio de 2016

Capítulo 10


Ni el camino largo y polvoriento hasta la ciudad, ni las altas temperaturas habían hecho mella en su ánimo. Era Cuatro de Julio y la jornada, que sería estridente y prolongada, no había hecho más que empezar.

A primera hora de la mañana, el área de expositores estaba a rebosar: rancheros, cowboys, esposas, novias... y los que buscaban novia para pasar el día. Había animales de primera categoría expuestos a la mirada del público, sobre los que se podía charlar, alardear y a lo cuales también se podía estudiar con detenimiento.

Los cowboys lucían sus mejores galas. Camisas almidonadas y tejanos apretados, las botas y los sombreros que se guardaban para las ocasiones, cinturones con vistosas hebillas. Los niños iban endomingados, y su ropa prometía acabar cubierta de polvo y manchada de verdín al final del día.

Para Vanessa aquél era el primer día libre de preocupaciones de la temporada, y estaba decidida a disfrutarlo precisamente para compensar todo lo que había sufrido en los últimos tiempos. Durante las siguientes veinticuatro horas iba a dejar a un lado las preocupaciones, las cifras de los libros de cuentas y a olvidarse de que era la jefa, una posición que tantos sacrificios le costaba. Ese día cálido y soleado, iba a limitarse a disfrutar de formar parte de un grupo de hombres y mujeres que vivían por y para la tierra.

Cerca del corral y de la zona de establos, había un murmullo alegre de voces. El olor fuerte de los animales impregnaba el aire. Desde alguna parte sonaba ya la música de un violín. Al atardecer habría más música, y baile. Antes se celebrarían juegos para pequeños y mayores, se entregarían los premios y se ofrecería comida suficiente como para dar de comer dos veces a todo el país. Su nariz detectó el olor especiado de una tarta de manzana todavía caliente cuando alguien pasó a su lado con una cesta muy llena. Se le hizo la boca agua.

Lo primero era lo primero, se recordó mientras se daba una vuelta para comprobar cuáles eran las posibilidades de su toro.

Participaban seis competidores en total, todos muy musculosos y de apariencia feroz. Los cuernos eran puntiagudos y peligrosos; la piel, lustrosa y bien cuidada. Los estudió todos con objetividad, fijándose en cuáles eran sus virtudes y defectos. No había duda de que su mayor competidor era el toro que presentaba el Double E. Le habían dado el lazo azul tres años seguidos.

Pero ese año no, se dijo en silencio mientras lo recorría con la vista. En peso quizá venciera al suyo, pero le parecía que su toro era un poco más ancho de hombros. Y no cabía duda de que su color y sus manchas de Hereford eran perfectas, además de que el perfil de su cabeza era superior.

«Ha llegado la hora de que dejes paso a sangre nueva», dijo al campeón. Complacida consigo misma, enganchó los pulgares en los bolsillos traseros de sus tejanos. Un primer puesto y ese lazo azul servirían para compensar todo lo que había padecido las semanas anteriores.

Paul: Sabes reconocer a un campeón cuando lo tienes ante tus ojos...

Vanessa se giró al oír esa voz amenazadora, que todavía conservaba un resto de firmeza. Paul Efron iba vestido a la perfección, pero su cara de halcón estaba muy pálida debajo del Stetson. Su bastón era elegante y con empuñadura dorada, pero no le quedaba más remedio que apoyarse en él con todo su peso. Cuando sus ojos se cruzaron con los de ella, sin embargo, Vanessa vio que eran retadores y retenían más vida que el resto de su anatomía.

Ness: Sé reconocer a un campeón en cuanto lo veo -acordó, y desvió la mirada hacia su propio toro-.

Él soltó una carcajada y balanceó su peso sobre la otra pierna.

Paul: He oído hablar mucho de tu nuevo chico -estudió al toro con el ceño ligeramente fruncido y no pudo evitar sentir una punzada de envidia-.

Él también sabía reconocer a un campeón en cuanto lo veía.

Sintió el calor del sol en la espalda y, por un instante, sólo por un instante, deseó desesperadamente ser joven otra vez. Los años devoraban la fuerza. Si pudiera tener cincuenta años de nuevo y fuera el propietario de ese animal... Pero no era un hombre al que le gustaran las lamentaciones.

Paul: Tiene posibilidades -se limitó a decir-.

Ella supo reconocer algo de envidia y sonrió. Nada podría haberla complacido más.

Ness: Un segundo puesto tampoco está mal -replicó sutilmente-.

Efron le lanzó una mirada penetrante, se quedó con la vista clavada en sus ojos y luego se echó a reír al ver que ella no titubeaba.

Paul: Vaya, eres toda una mujer, ¿verdad, Vanessa Hudgens? El viejo te enseñó bien.

La sonrisa de Vanessa mostraba un ánimo más desafiante que divertido.

Ness: Bueno, lo suficiente como para dirigir Utopía.

Paul: Pudiera ser -reconoció-. Los tiempos cambian. -No cabía duda de que había cierto rencor en sus palabras, pero ella podía entenderlo. Y hasta darle su comprensión-. Lo de tu ganado... -la miró y vio que la expresión de Vanessa era tranquila, impasible. Experimentó el súbito deseo de estar sentado frente a ella en una mesa de póquer y con un buen montón de dinero en juego- es abominable -dijo con una rabia que le robó momentáneamente la respiración-. En otra época a los ladrones de ganado se los ahorcaba.

Ness: Ahorcarlos no serviría para recuperar mi ganado -afirmó con calma-.

Paul: Zac me contó lo que encontrasteis en el cañón -miraba fijamente los dos toros. Eran la savia vital de los ranchos; proporcionaban los beneficios e indicaban su posición en el sector-. Muy duro para ti, y para todos nosotros -añadió, y volvió a mirarla-. Quiero que comprendas que tu abuelo y yo tuvimos nuestros problemas. Era un terco y un testarudo.

Ness: Cierto -se mostró de acuerdo con tanta rapidez que Efron se rió-. Usted podría comprender sin problema a un hombre así.

Efron dejó de reírse y le lanzó un mirada relampagueante que ella le devolvió.

Paul: Comprendo a un hombre así -reconoció-. Y quiero que sepas que si le hubiera ocurrido a él, lo habría apoyado, igual que habría esperado su apoyo si hubiera sido a la inversa. Los enfrentamientos personales no tienen cabida en estos casos. Somos rancheros.

Había un dejo de orgullo en su voz al pronunciar aquellas palabras que hizo que la propia Vanessa levantara la barbilla.

Ness: Lo sé muy bien.

Paul: Sería fácil decir que al ganado pudieron sacarlo por mis tierras.

Ness: Sería fácil -repitió con un asentimiento de cabeza-. Si me conociera mejor, señor Efron, sabría que no soy tonta. Si creyera que usted se está comiendo mis filetes, ya lo estaría pagando.

Los labios de Efron se curvaron en una sonrisa admirativa.

Paul: El viejo te enseñó bien -repitió tras un momento de silencio-. Aunque continúo creyendo que una mujer que dirige un rancho necesita tener un hombre a su lado.

Ness: Tenga cuidado, señor Efron, estaba empezando a pensar que podía llegar a tolerarlo.

Él se rió de nuevo, tan complacido que Vanessa sonrió abiertamente.

Paul: Soy demasiado viejo para cambiar, niña -sus ojos se entrecerraron levemente, como Vanessa había visto que se entrecerraban los de Zac. Se le ocurrió que, dentro de cuarenta años, éste tendría el mismo aspecto de su padre, esa misma fuerza algo mermada. La fuerza que uno quería que lo respaldara cuando había dificultades-. He oído que mi hijo te ha echado el ojo... No puedo acusarlo de mal gusto.

Ness: ¿Eso ha oído? -replicó con calma-. ¿Y se cree todo lo que oye?

Paul: Si no se ha fijado en ti -contraatacó-, es que no es tan listo como pensaba. Los hombres necesitan una mujer que les haga sentar la cabeza.

Ness: ¿Ah, sí? -dijo secamente-.

Paul: No te alborotes, niña -ordenó-. En otra época le habría arrancado el pellejo por dedicarle más de una mirada a una Hudgens. Los tiempos cambian -repitió con evidente falta de entusiasmo-. Somos vecinos desde hace al menos un siglo, nos guste o no.

Vanessa se sacudió un momento la manga.

Ness: No estoy pensando en hacer sentar la cabeza a nadie. Ni en una fusión.

Paul: A veces nos encontramos con cosas que no andábamos buscando -sonrió mientras ella lo miraba fijamente-. Ahí tienes a mi Karen, nunca me figuré que acabaría con una belleza que siempre me hace sentir como si debiera ir a limpiarme los pies en el felpudo de la entrada, incluso aunque no haya salido a trabajar al campo.

A su pesar, Vanessa se rió, y luego se sorprendió a sí misma tomando a Efron del brazo para alejarse de allí.

Ness: Tengo la sensación de que está intentando enterrar el hacha de guerra -al notar que su acompañante daba un respingo, Vanessa chasqueó la lengua y continuó hablando-. No se alborote -pidió con calma-. Mi deseo también es que declaremos una tregua. Zac y yo... nos entendemos bien -dijo finalmente-. Me gusta su esposa y a usted, digamos que lo soporto.

Paul: Eres igual que tu abuela -murmuró-.

Ness: Gracias.

Mientras caminaban Vanessa notó que algunas personas los miraban con curiosidad. Un Hudgens y un Efron del brazo...; realmente los tiempos habían cambiado. Se preguntó cómo se sentiría Jack y decidió que, a su modo gruñón, lo habría aprobado. En especial si levantaba comentarios.

Cuando Zac la vio dirigirse lentamente hacia el ruedo, interrumpió la conversación que mantenía con un cowboy. Vanessa se estaba retirando el pelo detrás de las orejas; luego movió levemente la cabeza hacia su padre y las palabras que salieron de sus labios hicieron que éste se echara a reír. Si no estuviera ya loco por ella, Zac se habría enamorado en ese instante.

**: Oye, ¿esa que va con tu padre no es Vanessa Hudgens?

Zac: ¿Eh...? Sí -no perdió el tiempo en volver la vista hacia su interlocutor cuando podía mirar a Vanessa-.

**: Es muy guapa -señaló el cowboy con cierta melancolía-. Se dice que ella y tú... -se detuvo, helado por la mirada que le dirigió Zac, fría, inexpresiva, y carraspeó con la mano cerrada delante de los labios-. Sólo decía que la gente lo comenta; como los Efron y los Hudgens nunca han tenido mucho trato...

Zac: ¿Ah, no? -alivió el malestar de su interlocutor con una sonrisa antes de alejarse-.

Uno nunca podía estar seguro de lo que pensaba un Efron, se dijo el cowboy meneando la cabeza.

Zac: La vida te da sorpresas -comentó cuando se acercó a ellos-. ¿No ha corrido la sangre?

Ness: Tu padre y yo hemos llegado a un cierto entendimiento.

Vanessa le sonrió y, a pesar de que no se tocaron, Paul Efron confirmó que los rumores que había oído eran ciertos. La intimidad entre dos personas era difícil de disimular.

Paul: Tu madre me ha hecho prometer que haría de juez en el concurso de empanadas de carne picada -refunfuñó. Ya no se sentía tan melancólico pensando en lo que había perdido. Más bien experimentó una gran satisfacción al darse cuenta de que se perpetuaría a través de su hijo-. Luego iremos a los establos para veros -dirigió una mirada penetrante a Vanessa-. A los dos.

Se alejó lentamente. Vanessa tuvo que hundir las manos en los bolsillos de los pantalones para abstenerse de ayudarlo a caminar. Sabía que el gesto no sería bien recibido.

Ness: Vino a ver a los toros -informó a Zac cuando su padre ya no podía oírlos-. Creo que para poder hablar conmigo, muy amable de su parte.

Zac: Poca gente lo llamaría «amable».

Ness: Y poca gente ha tenido un abuelo como Jack Hudgens -se volvió hacia Zac y sonrió-.

Zac: Y tú ¿cómo estás?

Aunque hubiera querido, no habría podido evitar tocarla. Sus dedos le acariciaron la mejilla.

Ness: ¿A ti cómo te parece?

Zac: No te gusta que te diga que estás muy guapa.

Ella se rió y le dedicó una mirada coqueta, con aleteo de pestañas incluido. Era el primer gesto premeditadamente seductor que él le veía hacer desde que la conocía.

Ness: Hoy es un día especial.

Zac: ¿Y vas a pasarlo conmigo? -le tendió una mano-.

Sabía que si ella le daba la suya en público, en un lugar lleno de ojos curiosos y bocas deseosas de encontrar algún cotilleo sabroso, sería una señal de compromiso.

Los dedos de Vanessa se entrelazaron con los suyos.

Ness: Creía que nunca me lo ibas a pedir.

Pasaron la mañana como solían hacerlo las parejas en las ferias del condado desde hacía décadas. Había limonada para calmar la sed y concursos para divertirse. Era fácil reírse cuando el cielo estaba despejado y el sol prometía un día soleado.

Los niños corrían de un lado a otro con globos que sujetaban con dedos pringosos. Los adolescentes ligaban con el desenfado propio de su edad. Los viejos mascaban tabaco y se contaban historias de otras épocas. El aire olía a comida y animales.

Con el brazo de Zac alrededor de la cintura, Vanessa se mezcló entre la multitud que contemplaba un concurso en el que varios hombres trataban de atrapar a un cerdo resbaladizo. El suelo había sido inundado y luego removido para que el barro estuviera en perfecto estado. Al cerdo lo embadurnaban con grasa para que fuera aún más escurridizo y, además, era muy rápido, así que conseguía escapar al asedio de sus cinco perseguidores. La gente gritaba sugerencias, abucheaba, jaleaba y se reía a carcajadas. El cerdo chillaba y salía disparado, como una bala, fuera del alcance de las manos que pretendían atraparlo, cuyos dueños caían de bruces diciendo palabrotas.

Vanessa miró a Zac y luego, con una ligera inclinación de cabeza, señaló la pocilga, donde continuaban los gritos y el jaleo.

Ness: ¿No te gustan los juegos, Efron?

Zac: Me gusta inventarme los míos -la apretó contra sí-. Conozco un pajar muy tranquilo.

Ella evitó contestar con una risa. Zac nunca la había visto mostrarse deliberadamente provocativa y no sabía bien cómo comportarse, pero el brillo que percibió en los ojos de Vanessa lo hizo decidirse. Con un movimiento suave, la atrajo más hacia sí y le dio un sonoro beso. Un grupo de cowboys que había tras ellos los vitoreó. Cuando Vanessa consiguió recobrarse vio que dos de sus hombres la estaban mirando y sonreían.

Zac: Es un día especial -le recordó cuando ella dejó escapar un bufido-.

Vanessa echó la cabeza hacia atrás para mirarlo. Estaba muy orgulloso de ella, decidió; y se merecía un segundo. Su sonrisa hizo que él se preguntara qué escondía debajo de la manga.

Ness: ¿Quieres fuegos artificiales? -preguntó, y a continuación le echó los brazos al cuello y lo calló antes de que él pudiera contestar-.

Él la había besado de forma firme pero amistosa. El beso que ella le dio, en cambio, susurraba secretos que sólo ellos dos conocían. Zac no llegó a oír la segunda aclamación que les dedicaron, pero no le habría sorprendido notar que la tierra se movía bajo sus pies.

Ness: Te eché de menos anoche, Efron -susurró, y luego volvió a poner la planta completa del pie en el suelo, de modo que los labios de ambos se separaron-.

Dio un paso atrás antes de ofrecerle la mano y una sonrisa descarada.

Zac respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente.

Zac: Luego tendrás que terminar esto último, Vanessa.

Ella se rió de nuevo.

Ness: Eso espero. Vamos a ver si Bill gana también este año el premio al que más trozos de empanada pueda comer.

Él la siguió donde ella quiso. Se sentía como un chaval que saliera con una chica por primera vez. De pronto la veía rodeada de un aura de despreocupación. Por una vez se había descargado de todas las preocupaciones y responsabilidades y se había concedido permiso para divertirse. Y tal vez porque eso la hacía sentirse un poco culpable, como a una colegiala que hace novillos, el día resultaba todavía más especial.

Vanessa habría jurado que ese día el sol brillaba más que nunca y que el cielo nunca había estado tan azul. No recordaba haber estado tan dispuesta a pasárselo bien en toda su vida. Un trozo de tarta de cerezas le pareció ambrosia. Si hubiera podido, habría concentrado el día, cada momento, y lo habría metido dentro de una caja de donde pudiera sacar una hora de vez en cuando, cuando se sentía sola y cansada. Como eso era imposible, Vanessa decidió vivir plenamente cada instante.

A la hora en que comenzó el rodeo, estaba casi borracha de libertad. Cuando la Reina del Cuatro de Julio y su corte desfilaron alrededor del ruedo, todavía apretaba entre sus dedos el lazo azul.

Ness: Me debes cincuenta -le recordó a Zac con una sonrisa-.

Éste se hallaba sentado en el suelo cambiándose de botas. Se quitó las de paseo y se puso unas de diario.

Zac: ¿Por qué no esperamos a ver qué pasa con la otra apuesta?

Ness: Como quieras.

Vanessa se apoyó en un barril y oyó el regocijo de la multitud en las gradas. Estaba en forma y era consciente de ello. Había cambiado su suerte y no había problema que no pudiera afrontar.

Muchos cowboys y otros competidores estaban ya reunidos detrás de la rampa. Aunque todo parecía muy natural, la emoción flotaba en el ambiente. El aroma del tabaco escapaba de las cajitas metálicas que los hombres guardaban, invariablemente, en el bolsillo trasero derecho de los tejanos, y olía también al aceite de visón con el que se engrasaba el cuero. En seguida oyó el tintineo metálico de espuelas y arneses que indicaba que todos estaban revisando el equipo. Primero se celebraría la carrera de caballos con jinetes que montaban a pelo. Cuando oyó que la anunciaban, Vanessa se levantó y fue hasta la cerca para mirar.

Zac: Qué raro que no participes -comentó-.

Ella movió la cabeza con el propósito de frotarla contra su brazo. Esa era una de las escasas muestras de afecto que lo desarmaban por completo.

Ness: Demasiada energía -contestó riéndose-. Estoy dedicando el día a holgazanear. Me fijé antes en que te apuntabas en la lista de monta de potros salvajes -se echó el sombrero hacia atrás y levantó la vista hacia él-. ¿Es que sigues teniendo más arrestos que cerebro?

Él sonrió y se encogió de hombros.

Zac: ¿Estás preocupada por mí?

Vanessa soltó una carcajada.

Ness: Tengo un buen linimento para bajar la inflamación de los moratones que te van a salir.

Él le recorrió la columna con la yema de un dedo.

Zac: La idea es tentadora. Me encargaré de hacerme unos cuantos, pero ya sabes -la estrechó entre sus brazos con un gesto que era a la vez cariñoso y posesivo- que no me costaría nada olvidarme de todo esto -bajó la cabeza y le mordisqueó los labios, ajeno a lo que sucedía a su alrededor-. El rancho no está tan lejos, y allí no hay un alma. En un día tan bonito... estoy empezando a pensar en darme un chapuzón.

Ness: ¿En serio? -echó hacia atrás la cabeza para poder mirarlo a los ojos-.

Zac: Mmm. El agua debe de estar fresquita...

Ella chasqueó la lengua y puso los labios sobre los de él.

Ness: Después de la captura de novillo con lazo -dijo, y se escabulló-.

Vanessa prefería las gradas a los establos. Allí oía hablar a los hombres de otros rodeos y otras carreras mientras revisaba su equipo. Vio a una niña pequeña vestida con un traje de ante que se ponía muy nerviosa antes de la carrera de barriles. Un viejo amasaba un trozo de colofonia en la palma del guante con infinita paciencia. Una ligera brisa llevó hasta ella el olor de la carne a la parrilla.

No, pensó, su familia nunca podría entender el atractivo de aquello. Olores simples, conversaciones simples. Se habrían encontrado fuera de su ambiente, igual que siempre le pasaba a ella antes, cuando iba a la ópera con su madre. Era en ocasiones como ésa, cuando los demás la aceptaban tal y como era, cuando podía olvidarse de los momentos de pánico que había experimentado hasta hacerse mayor. No, no era que careciera de algo, como siempre había creído. Sencillamente era diferente.

Vio el concurso de monta de toros, estremecida por el peligro y animando a los participantes, que se medían contra bichos de una tonelada. Había caídas, toques de silbato y payasos que hacían divertido aquel espectáculo terrorífico. Medio soñando, se inclinó sobre una cerca en el momento en que un toro sin jinete bufaba y embestía en el ruedo, para finalmente descargar su mal genio contra un payaso que se protegía dentro de un barril. La gente hablaba muy alto, pero ella distinguía perfectamente la voz de Zac, que charlaba con Bill por allí cerca. Captaba trozos de la conversación sobre el potro alazán que le había correspondido a Zac. Muy agresivo. Le gustaba tratar de descabalgar al jinete corcoveando en círculos. Relajada, Vanessa pensó que disfrutaría viendo a Zac agarrado con uñas y dientes al alazán; y le ganaría otros cincuenta dólares.

Pensó que el día estaba hecho para ella, para disfrutarlo, cálido, soleado y sin exigencias. Tal vez se hubiera sentido así de relajada alguna vez, así de feliz, pero le costaba trabajo recordar cuándo había experimentado ambas sensaciones con tanta intensidad, y se propuso saborearlas.

Entonces todo pasó tan deprisa que no le dio tiempo a pensar, sólo a reaccionar.

Oyó la risa infantil cuando estaba estirando los músculos de la espalda. Sin saber muy bien qué pasaba, vio algo rojo que cruzaba como una bala, se introducía bajo las tablas de la cerca y caía al otro lado. Pero luego vio al niño dentro del ruedo. Estaba tan cerca de ella que le rozaba los tejanos mientras ganaba detrás de su pelota. Antes de que la madre tuviera tiempo de gritar, Vanessa ya había saltado la cerca. Le pareció oír la voz de Zac, entre furioso y aterrorizado, que pronunciaba su nombre.

Por el rabillo del ojo, vio que el toro se daba la vuelta hacia ellos. El animal, excitado y nervioso por la carrera, la miró, pero ella no se detuvo. Conservó la sangre fría.

No oía el caos de los espectadores, que se pusieron en pie de un salto, ni la confusión que se creó en las gradas cuando echó a correr detrás del niño. Notó cómo temblaba la tierra cuando el toro cargó en dirección a ellos. No podía perder tiempo llamando al niño. Guiada por el instinto, se lanzó sobre éste y dejó que el impulso la proyectara hacia delante. Cayó con un golpe seco, cuan larga era, encima del niño y el golpe los dejó a ambos sin respiración. Cuando el toro los rozó, Vanessa sintió una bocanada de aire caliente.

«No te muevas», se ordenó a sí misma, aplastando al niño sin piedad bajo ella cuando éste empezó a retorcerse. No respires. Podía oír gritos cerca de ella, pero no se atrevía a levantar la cabeza para mirar. No la había corneado. Tragó saliva al pensarlo; no, si le hubiera dado una cornada, ya lo notaría. Y no la había pisoteado. Todavía.

Alguien estaba repartiendo insultos y palabrotas airadamente. Vanessa cerró los ojos y se preguntó si sería capaz de ponerse en pie de nuevo. El niño estaba empezando a llorar y ella trató de amortiguar el sonido del llanto con su cuerpo.

Cuando sintió que unas manos se introducían bajo sus axilas, se revolvió y empezó a forcejear.

Zac: ¡Serás idiota!

Vanessa reconoció la voz y se relajó. Dejó que la alzara y la pusiera de pie. Habría trastabillado si él no la hubiera sujetado con tanta firmeza.

Zac: ¿Qué pretendías?

Miró a Zac, que estaba muy pálido y la zarandeaba.

Zac: ¿Estás bien?, ¿tienes heridas?

Ness: ¿Qué?

Él volvió a zarandearla porque las manos no dejaban de temblarle.

Zac: ¡Maldita sea, Vanessa!

A Vanessa, la cabeza todavía le daba vueltas, un poco como cuando había intentado mascar tabaco aquella vez. Le llevó un rato darse cuenta de que alguien le estaba agarrando una mano. Abstraída, oyó cómo la madre le expresaba una gratitud envuelta en lágrimas mientras el niño sollozaba a gritos con la cara enterrada en la camisa del padre. El niño de los Simmon, pensó mareada. El niño que solía jugar en el patio del rancho mientras su madre tendía la ropa y su padre trabajaba.

Ness: Está bien, Joleen -consiguió decir, aunque su boca no quería obedecer la orden de su cerebro-. Quizá un poco magullado.

Zac la hizo callar y la arrastró para sacarla de allí. Ella tenía la impresión difusa de un mar de caras y la rabia de Zac, que bullía.

Zac: ...te llevo al puesto de primeros auxilios.

Ness: ¿Qué? -volvió a decir al escuchar la voz de Zac, que penetraba por fin en su mente-.

Zac: Digo que te voy a llevar al puesto de primeros auxilios -escupió, más que pronunciar, las palabras mientras se aproximaban a la cerca-.

Ness: No, estoy bien -la luz se volvió gris por un instante y meneó la cabeza-.

Zac: En cuanto esté seguro, pienso estrangularte.

Ella retiró la mano de un tirón y enderezó los hombros.

Ness: He dicho que estoy bien -repitió-.

Luego la tierra se inclinó y la levantó en el aire.

Lo primero que notó fue el cosquilleo de la hierba en la palma de la mano. Luego, una tela fría, más que húmeda, mojada, sobre la cara. Gimió con enfado cuando el agua empezó a resbalarle por el cuello. Abrió los ojos, pero lo veía todo borroso, luces y sombras. Los cerró y trató de enfocar.

Primero vio a Zac, horrorizado y pálido. La ayudó a incorporarse un poco y llevó a sus labios un vaso. Luego Bill, que cambiaba continuamente el peso de pierna y hacía girar el sombrero entre las manos.

Bill: No le ha pasado nada -le decía a Zac con un tono de voz que trataba de convencerlos a todos, incluido él-. Ha sido un desvanecimiento, nada más. A las mujeres les pasan estas cosas.

Ness: Qué sabrás tú de mujeres -murmuró, y a continuación descubrió que lo que Zac sujetaba en sus labios no era un vaso sino una botella de brandy que despejaba con eficacia la nebulosa que la rodeaba-. No me he desmayado.

Zac: Pues ha sido una imitación perfecta -le espetó-.

Karen: Dejad respirar a la chica -su tranquilidad, su voz elegante, tuvieron el efecto mágico de hacer que la gente que se arremolinaba en torno a ella retrocediera. Karen se escurrió entre el gentío y se arrodilló a su lado. Chasqueó la lengua, le retiró el paño mojado de la frente y lo retorció para escurrir el exceso de agua-. Los hombres siempre exagerando. Bueno, Vanessa, has causado sensación.

Haciendo una mueca, Vanessa se sentó.

Ness: ¿En serio? -apretó la frente contra las rodillas un momento hasta que estuvo segura de que el mundo no iba a ponerse a dar vueltas de nuevo-. Me cuesta creer que me he desmayado -farfulló-.

Zac soltó una palabrota y dio un trago de la botella de brandy.

Zac: Casi la mata ese toro y ella, preocupada por si desmayarse puede afectar a su imagen.

Ness: Mira, Efron...

Zac: Yo en tu lugar, lo dejaría estar -le advirtió y, con meticulosidad, tapó la botella-. Si puedes mantenerte en pie, té llevaré a casa.

Ness: Claro que puedo ponerme de pie. Y no pienso irme a casa.

Karen: Estoy segura de que ya te encuentras bien -empezó a decir, y lanzó una mirada de advertencia a su hijo. Para tratarse de un hombre inteligente, reflexionó Karen, Zac mostraba una considerable falta de sentido común. Cuando aparecía el amor, la sensatez se esfumaba-. Lo malo es que, si te quedas, vas a tener que soportar que todo el mundo desfile ante ti para felicitarte personalmente -lanzó una mirada a la multitud que los rodeaba-. Eres la heroína de la semana -sonrió al ver que sus palabras hacían efecto-.

Refunfuñando, Vanessa se levantó.

Ness: Está bien -los golpes empezaban a dolerle. En lugar de admitirlo, se sacudió el polvo de los pantalones-. No hace falta que te marches tú también -le dijo a Zac muy tensa-. Soy perfectamente capaz de... -Los dedos de Zac se cerraron sobre su brazo y tiró de ella para sacarla de allí-. No sé qué te pasa, Efron -dijo entre dientes-, pero no pienso aguantarlo.

Zac: Yo que tú dejaría las cosas tranquilas de momento.

La gente se retiraba a medida que avanzaban. Si alguien había tenido la intención de dirigirse a Vanessa, la mirada retadora de Zac lo disuadía inmediatamente.

Tras abrir de un tirón la puerta de su camión, Zac la empujó al interior de manera no demasiado cariñosa. Vanessa tiró del cordón del sombrero, que colgaba a su espalda, lo agarró del ala con ambas manos y se lo caló. Luego se cruzó de brazos y se dispuso a aguantar la hora de trayecto en absoluto silencio. Cuando Zac se sentó al volante, se dio cuenta de que no sólo se perdería la captura de novillo con lazo, sino también su derecho a pavonearse de la victoria de su toro durante la barbacoa que se celebraría por la noche. Lo injusto de la situación la indignó.

¿Y por qué estaba tan enfadado?, se preguntó con toda justificación. No era él quien se había muerto de miedo, quien se había torcido la rodilla y luego había sufrido la humillación de desmayarse en público. Se tocó el codo, los arañazos se lo habían dejado en carne viva. Al fin y al cabo, probablemente le había salvado la vida al niño. Levantó la barbilla mientras el brazo empezaba a dolerle con entusiasmo. Entonces ¿por qué se comportaba como si ella hubiera cometido un crimen?

Zac: Un día vas a levantar la barbilla así y alguien te va agarrar de ella.

Ella giró la cabeza lentamente para mirarlo.

Ness: ¿Se puede saber qué te pasa, Efron?

Zac: No me tientes -pisó el acelerador hasta que el velocímetro alcanzó los ciento veinte kilómetros por hora-.

Ness: Mira, no sé cuál es tu problema -dijo con firmeza-, pero dado que tienes uno, ¿por qué no lo sueltas de una vez? No estoy de humor para aguantar más comentarios desagradables.

Desvió el camión hacia el arcén tan bruscamente que ella se vio lanzada contra la puerta. Cuando se estaba reponiendo del empujón, él ya había salido del vehículo y caminaba a grandes zancadas por un campo cubierto de malas hierbas. Vanessa bajó del camión frotándose el brazo dolorido y fue tras él.

Ness: ¿Qué demonios pasa? -lo agarró de una manga, el enfado le dificultaba la respiración-. Si quieres conducir como un loco, buscaré a alguien que me lleve al rancho.

Zac: Haz el favor de callarte -se alejó de ella-.

Distancia, se dijo a sí mismo. Necesitaba algo de distancia para recobrar la calma. En su mente, todavía veía esos cuernos rozando el cuerpo de Vanessa. Si hubiera fallado con el lazo, el toro... No era capaz de pensar en lo que podría haber sucedido. Habían sido necesarios tres lazos y la fuerza de varios hombres para alejar al animal de los cuerpos tendidos en el suelo. Había estado a punto de perderla. En un segundo podría haberla perdido.

Ness: No me mandes callar -apareció delante de él y lo agarró de la pechera de la camisa. El sombrero se cayó hacia atrás cuando levantó la cara hacia él y empezó a descargar su rabia-. Se acabó, no pienso seguir aguantándote. No sé cómo te he dejado llegar tan lejos, pero ya basta. Vuelve a subirte en el camión y vete por donde quieras. Por mí, como si te vas al infierno.

Dio media vuelta para marcharse, pero antes de que pudiera hacerlo, él la atrapó y la estrechó entre sus brazos. Ella se debatió y se puso a gritar, pero él la agarró aún más fuerte. Cuando dejó de resistirse, Vanessa se dio cuenta de que él estaba temblando y que su respiración era acelerada y dificultosa. Estaba dominado por la emoción, no por el enfado. Ella se apaciguó y esperó. Sin estar muy segura de por qué necesitaba que lo consolara, le acarició la espalda.

Ness: ¿Zac?

Él sacudió la cabeza y hundió la cara en su pelo. Nunca había estado tan cerca de derrumbarse. No era distancia lo que necesitaba, descubrió, sino aquello. Sentirla entre sus brazos, sana y salva.

Zac: Dios mío, Vanessa, ¿sabes qué me has hecho?

Desconcertada, apoyó una mejilla en su pecho, allí donde el latido de su corazón era más fuerte, y siguió acariciándole la espalda.

Ness: Lo siento.

Esperaba que fuera suficiente, aunque todavía no sabía qué había hecho.

Zac: Estaba muy cerca, muy cerca. Unos centímetros más y... Al principio no estaba seguro de que no te hubiera dado una cornada.

El toro, se dijo Vanessa de pronto. Así que no era que estuviera enfadado, sino que había pasado miedo, mucho miedo. La embargó una sensación cálida y dulce.

Ness: No -murmuró-. No me ha hecho daño. De cerca no era tan terrible como seguramente parecía desde fuera.

Zac: ¿Cómo que no? -le sujetó la cara entre ambas manos y la obligó a mirarlo-. Yo estaba a sólo unos pasos cuando le tiré el primer lazo. Estaba ya medio loco. Un par de segundos más y te habría levantado del suelo de una embestida.

Vanessa se quedó mirándolo fijamente y finalmente tragó saliva.

Ness: No... no  lo sabía.

Zac vio que sus mejillas perdían el color que habían recuperado con el enfado. «Y tenía que decírtelo», pensó con furia. Le tomó ambas manos, se las llevó a los labios y enterró la boca en una de las palmas y luego en la otra.

Zac: Ya ha pasado -dijo con más dominio de sí mismo-. Supongo que mi reacción ha sido exagerada. No es fácil ver una cosa así -sonrió porque vio que ella lo necesitaba-. No me habría gustado que hubieras terminado llena de agujeros.

Vanessa se relajó un poco y sonrió.

Ness: Ni a mí tampoco. En realidad he terminado con algunos golpes de los que no me siento para nada orgullosa.

Todavía sujetándole las manos, él se inclinó hacia delante y la besó con tanta delicadeza que ella sintió que la tierra se movía de nuevo bajo sus pies. Vanessa se dio cuenta vagamente de que había algo distinto, algo..., pero se le escapó antes de ser capaz de precisar qué era.

Zac se apartó y se alejó de ella. Sabía que estaba llegando la hora en que tendría que decirle cuáles eran sus sentimientos, aunque ella no estuviera preparada para oírlo. Mientras se dirigía hacia el camión decidió que, dado que sólo iba a desnudar su corazón ante una mujer una vez en su vida, lo haría como es debido.

Zac: Vas a darte un baño caliente -dijo a Vanessa mientras la ayudaba a subir al camión-. Y luego te prepararé la cena.

Vanessa se recostó en el asiento.

Ness: Después de todo, esto de desmayarse no está tan mal.




Awwww!
¡Pero qué tierno, Zac!
Al principio parecía medio loco XD
Pero luego ya se ve que es que estaba preocupado ^_^

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2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó el capítulo!
Me encantó la preocupación de Zac y como le decía las cosas, se nota demasiado que está muy enamorado de ella y la quiere. Y Ness de el también. Deberían decirse lo que sienten.


Sube pronto

Maria jose dijo...

zac es muy lindo
Que capítulo tan tierno
Amo este saca
Subirla pronto esta muuuy buena
Sube pronto
Ya quiero saber que pasará en la cena


Saludos
Siguela

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