topbella

miércoles, 1 de junio de 2016

Capítulo 5


Por un instante la habitación quedó en silencio mientras ambos estudiaban al rival. Vanessa había creído que lo tenía controlado y la puso furiosa comprobar que él seguía un paso por delante de ella.

Ness: El primer... -dejó la copa sobre la mesa al tiempo que chasqueaba la lengua-. Has perdido el juicio.

Zac: No me interesa el dinero. Los cruzaremos dos veces. Yo me quedo con el primero, sea macho o hembra, y tú con el segundo. Me gusta tu yegua.

Ness: ¿Pretendes que cruce a Reina, asuma todos los gastos de la preñez, prescinda de ella durante los tres o cuatro últimos meses, pague al veterinario... y luego te entregue el potro?

Relajado, Zac se reclinó contra el respaldo. Casi había olvidado lo interesante que resultaba regatear.

Zac: Tú te quedarás con el segundo. Gratis. Estaría dispuesto a negociar sobre los gastos.

Ness: Pon un precio -dijo al tiempo que se levantaba-. No estamos hablando de perros, no puedes agacharte junto a la cesta y elegir el que más te gusta de la camada.

Zac: No me hace falta dinero -repitió recostándose en el sofá-. Quiero un potro, lo tomas o lo dejas.

A ella le habría encantado dejarlo, habría disfrutado respondiéndole que no le interesaba... Estaba a punto de estallar; avanzó a zancadas hasta la ventana y se quedó mirando hacia el exterior. Ella misma estaba sorprendida de no haber rechazado rotundamente la propuesta. Hasta ese momento no había sido consciente de lo mucho que deseaba cruzar a esos caballos. Otra corazonada, pensó acordándose del toro. Tenía el presentimiento de que saldría algo especial. Jack solía decirle que siempre acertaba con los animales. En muchas ocasiones había seleccionado un animal guiándose únicamente por uno de esos presentimientos. Ahora tenía que sopesar eso... y aquella absurda propuesta de Zac.

Seguía con la vista clavada en la oscuridad opaca de la noche que se extendía tras los cristales. Detrás de ella, Zac continuaba callado, esperando, mirándola con una vaga sonrisa. Se preguntó si sabría lo encantadora que se ponía cuando estaba enfadada. Resultaba tentador seguir contrariándola.

Ness: Yo me quedo con el primer potro -dijo de repente- y tú con el segundo. La que corre riesgos con la preñez es mi yegua, y yo no podré usarla en los meses finales ni mientras esté criando. Los mayores inconvenientes van a ser para mí.

Zac meditó un instante. Vanessa movía sus fichas con precisión, tal y como lo habría hecho él si la situación hubiera sido a la inversa. Eso le agradó.

Zac: Pero volveremos a cruzarla en cuanto haya destetado al potro.

Ness: De acuerdo. Tú pagarás la mitad de los gastos del veterinario... en los dos partos.

Él arqueó las cejas. Sabía mucho de ganado, y en trata de caballos tampoco era ninguna ingenua.

Zac: La mitad -acordó-. La cruzaremos en cuanto se ponga en celo.

Vanessa asintió con la cabeza y le tendió una mano.

Ness: ¿Quieres redactar tú el contrato o me encargo yo?

Zac se puso de pie y estrechó su mano.

Zac: Me da igual. Para mí es suficiente con un apretón de manos.

Ness: Opino lo mismo, pero nunca está de más poner las cosas por escrito.

Él sonrió y le acarició los nudillos con el pulgar.

Zac: ¿Es que no te fías de mí, Vanessa?

Ness: Ni pizca -respondió, y luego se rió porque él parecía más complacido que ofendido-. No, ni pizca. Y te decepcionaría si te dijera lo contrario.

Zac: Sabes ir directamente al grano. Es una pena haber estado lejos de aquí estos últimos cinco años -inclinó la cabeza-, pero tengo la impresión de que vamos a recuperar el tiempo perdido.

Ness: Yo no he perdido el tiempo. Y ahora que hemos resuelto satisfactoriamente nuestros asuntos, Efron, mañana me espera un día muy largo.

Él apretó con fuerza su mano antes de que pudiera retirarla y dar media vuelta.

Zac: No hemos resuelto todos nuestros asuntos.

Ness: Todos los que me han traído hasta aquí -habló con frialdad, incluso cuando él dio un paso y se aproximó-. No quisiera tener que tomar por costumbre lo de pegarte.

Zac: Esta vez no ibas a alcanzarme -le agarró la otra mano y retuvo ambas con suavidad, aunque no tanta como para que ella pudiera apartarse-.Vas a ser para mí, Vanessa.

Ella no trató de retirar las manos a la fuerza, no retrocedió. Le sostuvo la mirada y su voz sonó práctica y realista.

Ness: Eres insufrible.

Zac: Y cuando suceda -continuó como si no hubiera hablado-, ninguno de los dos podrá olvidarlo. Desde el instante en que te vi -la atrajo hacia sí y el blanco inmaculado de la falda envolvió sus pantalones negros- despertaste algo en mi interior, algo que no ha encontrado reposo todavía.

Ness: Es tu problema -levantó la barbilla, pero estaba sin aliento-. No me interesas, Efron.

Zac: Repite eso -la retó- dentro de un minuto.

Posó la boca sobre la de Vanessa con más fuerza, con más rudeza de la que pretendía. Con ella sus emociones no encontraban un punto medio. Era o todo ternura o pasión desbocada. Sintió los brazos de Vanessa rígidos contra el pecho y cómo su cuerpo tironeaba, como si fuera a rechazarlo. Luego notó el instante en que la pasión la dominó, igual que le había pasado a él. Un segundo después la rodeaba con sus brazos y ella hacía lo propio.

Era como si lo hubiera estado deseando, se dijo Vanessa. Embriagador, irresistible. Podía prescindir de todo, pero no de aquella deliciosa agitación dentro de su cuerpo. El fuerte sabor a vino que persistía en la lengua de Zac iba a emborracharla, pero no importaba. La cabeza le daba vueltas y vueltas, pero ella no podía por menos que agradecer aquel vértigo. Con pasión indisimulada, respondió a lo que él le pedía con sus propias necesidades.

Cuando la boca de Zac se retiró de la suya, estuvo a punto de protestar, pero la protesta se convirtió en un gemido cuando los labios de él bajaron por su garganta. Instintivamente, echó hacia atrás la cabeza para facilitarle el camino y la asaltó el olor del jabón mezclado con un toque de sándalo. La boca de Zac trepó hasta su oreja y le mordisqueó el lóbulo antes de susurrar algo que ella no entendió. Qué importaban las palabras, su mero sonido la dejó temblando. Con un murmullo de desesperación, Vanessa guió sus labios de nuevo hacia los de ella.

Le estaba pidiendo a gritos que siguiera adelante. Él podía sentir la tensión de su cuerpo y sabía que ansiaba que la tocara, pero cuando cayeron encima del sofá, todavía tenía las manos enredadas en su pelo. Luego sus manos comenzaron a acariciarle todo el cuerpo, pero no le parecía nunca bastante, por deprisa que se movieran. Su cuerpo resultaba muy delgado debajo de tantos metros y metros de algodón blanco. Y muy sensible. Su seno casi se perdía bajo la copa de la mano, a pesar de ser muy firme. Y, bajo ésta, su corazón golpeaba el pecho con fuerza atronadora.

Sus piernas se enredaron con las de Vanessa antes de deslizarse entre ellas. Cuando ésta se hundió en los cojines, él casi se extravió en la sencilla elasticidad de su cuerpo. Arrasó con su boca la de ella; no pudo evitarlo y Vanessa no protestó. Se limitó a dar y recibir hasta que él se volvió de nuevo medio loco. Su olor, a veces sutil, a veces sofocante lo envolvió de tal modo que supo que sería capaz de distinguirlo a muchas millas de distancia. Podía oír la respiración de Vanessa, el aliento que escapaba por entre los labios y se colaba en su boca, como un susurro cálido, dulce y prometedor.

El cuerpo de Vanessa respondía espontáneamente a esas caricias, mientras que su mente salía disparada en todas direcciones. Sentía el peso del cuerpo de Zac sobre el suyo, una presión dura y firme que le parecía tan natural y la hacía sentirse tan bien... Esos besos ásperos y rudos eran justo lo que necesitaba para sentirse colmada, ¡y ella ni siquiera lo había sospechado! Él la amenazaba con palabras apasionadas, alocados susurros en un universo de colores donde las formas se difuminaban.

La mejilla de él raspó la suya mientras Zac le cubría el rostro de besos. Nunca nadie la había deseado de ese modo. Más aún, ella jamás había deseado con esa pasión. Su única experiencia en lo que a hacer el amor se refería había sido poco apasionada, apacible. No estaba preparada para el ansia desenfrenada que surgía de su interior. La tentación de dejarse llevar era demasiado grande.

La mano de Zac fue subiendo por su pierna con un objetivo y dentro de Vanessa el deseo alcanzó su punto culminante. Sería su perdición dejar que aquello prosiguiera. Su persona estallaría en mil pedazos que quedarían esparcidos, tan dispersos que quizá no fuera nunca lo bastante fuerte como para reconstruirse.

Víctima del pánico, comenzó a forcejear mientras una parte de su ser anhelaba entregarse a Zac y poseerlo a su vez.

Ness: No -gimió, y lo empujo hacia atrás-.

Zac: Vanessa, por lo que más quieras -su nombre surgió con un jadeo, sentía que se ahogaba-.

Ness: ¡No! -el miedo le dio fuerzas para zafarse de él con un empujón-.

Antes de que a ninguno de los dos le hubiera dado tiempo a pensar, ella salió fuera precipitadamente, huyendo de algo que le pisaba los talones. Zac fue tras ella profiriendo maldiciones, hasta que al fin la atrapó.

Zac: ¿Se puede saber qué te pasa? -preguntó mientras la obligaba a darse la vuelta-.

Ness: ¡Déjame, quiero irme! ¡No pienso dejarme manosear así!

Zac: ¿«Manosear»? -no había acabado de oír aquello cuando los dedos de las manos ya se le habían agarrotado-. ¡Serás caradura! -le reprochó casi sin aliento-. Tú también estabas manoseándome, si es así como te gusta llamarlo.

Ness: ¡Que me dejes, que me marcho! -insistió con voz temblorosa-. Te dije que no me gusta que me toquen.

Zac: Claro que te gusta -dijo con crispación, y entonces captó el miedo que había en la mirada de Vanessa-.

Había también orgullo, una especie de orgullo atemorizado y entrelazado con la pasión. Le recordaba mucho a un caballo que en otra época había encerrado en el establo. En ese momento se percató de que le estaba clavando los dedos en los delgados brazos con demasiada fuerza.

Si bien era cierto que no era un hombre de maneras delicadas, ella era la primera y única mujer que le había hecho perder el control hasta el punto de dejarle marcas en la piel. Con cuidado, aflojó sin llegar a soltarla. Aun cuando sus dedos ya no la apretaban, sabía que podía arrastrarla de nuevo dentro de la casa y hacer que volviera a desear entregarse a él. Pero había cosas que uno no debía permitirse.

Zac: Vanessa -su voz era aún ronca, pero un poquito más tranquila-, puedes retardar lo que va a pasar entre nosotros, pero no podrás impedirlo -ella abrió la boca para hablar, pero él movió la cabeza en señal de advertencia-. Harías mejor en no decir nada ahora mismo. Te deseo, y en estos momentos es una sensación bastante incómoda. Mejor te llevo a casa mientras todavía sigo convencido de respetar las reglas, antes de que me acuerde de que yo siempre me las salto.

Tiró de la puerta del pasajero para abrirla y, a continuación, rodeo el coche para ir a sentarse al volante sin decir ni una palabra más. Siguieron callados durante mucho rato. Como su cuerpo todavía palpitaba con el pulso acelerado, Vanessa se sentó muy derecha. Maldijo a Zac y, cuando empezó a calmarse, se maldijo a sí misma. Ella también lo deseaba: cada vez que la tocaba, su reserva inicial se desvanecía en cuestión de segundos.

En el regazo, los dedos de sus manos se enroscaron contra las palmas y apretó con fuerza los puños. Había una palabra para designar a la mujer que se mostraba ardiente y dispuesta y, de un momento al otro, empezaba a gritar y a proferir acusaciones. No era una palabra agradable. Ella nunca había jugado a eso y desdeñaba a cualquiera que lo hiciera.

Él tenía todo el derecho a estar enfadado, admitió, pero entonces ella también. Era él quien había irrumpido en su vida y había avivado lo que ella prefería que permaneciera dormido. No quería sentir aquel deseo, aquel ansia que la devoraba cuando él la abrazaba.

No podía entregarse a ellos. Una vez que lo hiciera, se volvería dependiente. Si eso llegaba a ocurrir, su confianza en sí misma iría mermando hasta que él supiera mejor que ella quién era y lo que quería en la vida. Ya le había ocurrido antes, y el deseo que sentía entonces no podía compararse. El beso de la cocina, tan sorpresivamente tierno, había sido un aviso de lo fácilmente que podía perderse en sus brazos. Y a pesar de eso... a pesar de que estaba todo claro, se vio forzada a admitir que se había comportado como una idiota. Lo que más odiaba en el mundo era reconocer que se había equivocado.

Un ciervo apareció de pronto por la izquierda. Brincó sobre la cerca que bordeaba la carretera y se plantó en medio del camino, deslumbrado por las luces del coche. En cuanto Zac frenó, salió disparado: sus patas delgadísimas salvaron de un salto la cerca del otro lado y se desvaneció en la oscuridad. Aquella aparición le produjo a Vanessa una íntima alegría, siempre le ocurría igual. Se giró para mirar a Zac y vio que los ojos de éste sonreían. La invadió la emoción.

Ness: Lo siento -las palabras le salieron muy rápido, sin pensarlas-. Mi reacción ha sido exagerada.

Él se quedó mirándola. Habría preferido seguir enfadado, así resultaba más fácil..., pero le era imposible.

Zac: A lo mejor los dos nos hemos pasado un poco. Tendemos a provocarnos mutuamente.

Ella no podía negar eso, pero tampoco deseaba analizarlo en ese momento.

Ness: Dado que vamos a tener que tratarnos de vez en cuando, sería mejor llegar a cierto entendimiento.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Zac.

Zac: Muy sensato. ¿En qué clase de entendimiento estás pensando?

Ness: Somos socios -contestó con sequedad ante lo que insinuaba la pregunta-.

Zac: ¡Uyuyuy! -pasó un brazo por el respaldo, empezaba a divertirse-.

Ness: ¿Ensayas lo de portarte como un idiota, Efron, o te sale de manera natural?

Zac: Eh, Vanessa, nada de insultos. Se supone que queremos llegar a un «entendimiento»...

Ella intentó contener una sonrisa, pero no lo logró.

Ness: Tienes un sentido del humor muy raro.

Zac: Más bien, un fuerte sentido del ridículo -replicó antes de reemprender la marcha-. De modo que somos socios. Y te has olvidado de que también somos vecinos.

Ness: Y vecinos -asintió con un movimiento de cabeza-. Y nos dedicamos al mismo negocio, luego de algún modo somos colegas, si deseas que nos extendamos sobre esta cuestión.

Zac: Extendámonos, extendámonos -propuso-. Pero... ¿puedo hacer una pregunta?

Ness: Sí -respondió con cautela-.

Zac: ¿Cuál es la cuestión?

Ness: Maldita sea, Zac -dijo riéndose-. Estoy intentando poner las cosas en su sitio, así que no pienso acabar teniendo que disculparme de nuevo. Es una cosa que odio.

Zac: Pues a mí me gusta tu manera de disculparte, con sencillez y sinceridad, justo antes de volver a perder los estribos.

Ness: No voy a perder los estribos de nuevo.

Zac: Te apuesto cinco a uno a que sí.

Ness: Maldita sea, Zac -se rió. Fue una risa tranquila, suave-. Si aceptara la apuesta, harías lo que fuera para sacarme de mis casillas.

Zac: ¿Ves como ya nos entendemos perfectamente? Pero me estabas hablando de la cuestión esa...

El coche entró en el patio del rancho. Reinaba la oscuridad; la luz del porche delantero bañó el interior del vehículo, pero dejó la cara de Zac en sombras.

Ness: Podríamos tener éxito en tanto que socios si ambos ponemos de nuestra parte para que así sea.

Zac: Conforme -se giró hacia ella y, en el reducido espacio del coche, enseguida la tocó-.

Vanessa notó cómo sus dedos le tocaban el hombro, el roce de su pierna contra la de ella.

Ness: Vamos a seguir siendo vecinos, dado que ninguno de los dos piensa mudarse. En tanto tengamos presentes estas circunstancias, creo que seremos capaces de lidiar el uno con el otro sin demasiadas peleas.

Zac: Te estás olvidando de algo.

Ness: ¿Ah, sí?

Zac: Has dicho lo que somos actualmente, no lo que vamos a llegar a ser -vio cómo Vanessa entrecerraba los ojos-.

Ness: ¿Es decir...?

Zac: Amantes -le deslizó un dedo por la curva del cuello con toda naturalidad-. Me he propuesto que seas mía.

Vanessa respiró hondo y se concentró en controlar su genio.

Ness: Está claro que eres incapaz de mantener una conversación sensata.

Zac: Hay muchas cosas claras -puso una mano sobre la de Vanessa cuando ésta se disponía a llevar la suya al tirador para abrir la puerta. Las caras de ambos estaban muy cerca y él se quedó mirándole la boca el tiempo suficiente como para despertar su anhelo-. No soy un hombre paciente -murmuró-, pero hay algunas cosas para las que puedo esperar.

Ness: Va a ser una espera larga.

Zac: Quizá sea más larga de lo que yo desearía -aceptó-, pero menos de lo que tú crees -tiró de la palanca y le abrió la puerta sin soltarle la mano-. Que duermas bien, Vanessa.

Ella se volvió bruscamente y bajó del coche, luego le lanzó una mirada encendida.

Ness: No vuelvas por aquí hasta que te invite, Efron -cerró de un portazo y subió los escalones del porche maldiciendo la risa, profunda y relajada, que oyó a su espalda-.

En los días siguientes, trató de no pensar en Zac. Cuando no lograba evitar que se colara en su mente, hacía lo posible para pensar en él con desdén. Alguna que otra vez lograba despacharlo como un hombre consentido y obstinado, acostumbrado a obtener lo que deseaba con sólo pedirlo. Pero no conseguía olvidar que la había hecho reír y que había logrado también encender su deseo.

La jornada habitual era lo bastante larga, atareada y agotadora como para dejarle poco tiempo para detenerse en él o en sus propios sentimientos; pero a pesar de que las noches eran cada vez más cortas, maldecía las horas que pasaba sola y sin ocupaciones. En ratos como esos era capaz de recordar con toda exactitud cómo se había sentido en sus brazos. Cómo sus ojos podían sonreír mientras el resto de su rostro se mostraba serio y solemne. Y la fuerza, la firmeza de su boca cuando besaba la de ella.

Empezó a levantarse más temprano y a trabajar hasta más tarde. Se agotaba en las praderas o en los establos hasta que tenía la seguridad de caer rendida en la cama. Pero aun así quedaban los sueños.

Salía a los pastizales tan pronto como amanecía. El cielo aún estaba cubierto con los colores del alba, el nebuloso azul teñido de rosa y oro. Al igual que muchos de sus hombres, usaba una chaqueta de faena ligera y zahones. Había que agrupar a un centenar de vacas y terneros, los primeros, y conducirlos a los corrales para marcar a las crías con el hierro. Esa parte del trabajo sería lenta y relajada. Era de lo más normal trasladar a una vaca de corral en corral, hasta llegar a veinticinco, haciendo buen uso del caballo y el lazo. Gran parte del trabajo podía realizarse a pie y el resto, con caballos experimentados o todoterrenos. Si conseguían atraer a las vacas, los terneros las seguirían.

Hizo girar a Reina y la mantuvo al paso mientras separaba a una vaca y su ternero de un grupo de novillos. Ansiaba una mañana llena de obligaciones y la satisfacción del trabajo bien hecho. Cuando vio a Brad, que a pie y con la ayuda de una vara larga, conducía lentamente un grupo de vacas, lo saludó tocándose el sombrero.

Brad: Yo pensaba que lo de marcar el ganado era una fiesta exclusivamente masculina -comentó cuando llegó a su altura-.

Ella miró hacia abajo riéndose.

Ness: En Utopía, no -miró a su alrededor. Sus hombres, a pie y jaleando a los animales, estaban concentrados en hacer avanzar al ganado-. El avión estará aquí dentro de un par de días. Así va a resultar mucho más fácil localizar a los animales dispersos.

Brad: Has estado trabajando mucho últimamente. No, no me mires así -insistió- porque lo sabes muy bien. ¿Qué pasa?

Que Zac se había deslizado furtivamente en su vida, pensó Vanessa, pero se limitó a menear la cabeza.

Ness: Nada. Hay mucho trabajo en esta época. Pronto vamos a tener que cortar el heno: la primera siega debería empezar justo después de que hayamos acabado de marcar a los terneros. Y luego viene el rodeo -su mirada descendió de nuevo hacia Brad mientras Reina se movía bajo ella-. Cuento con esos lazos azules, Brad.

Brad: Llevas una semana trabajando desde que el sol sale hasta que anochece -señaló-. Tienes derecho a un par de días de descanso.

Ness: El jefe es el último con derecho a un par de días descanso.

Estaba satisfecha, sus vacas se habían unido al grupo principal, que se dirigía lentamente hacia los pastos. Hizo dar media vuelta a Reina y divisó un ternero que corría hacia el oeste, perseguido por hombres, caballos y todoterrenos. Puso a Reina al trote y fue tras él.

Su regocijo inicial al contemplar la carrera frenética del disidente se desvaneció al ver que éste avanzaba derecho hacia la alambrada. Dejó escapar una blasfemia y clavó las rodillas en los flancos para poner la yegua al galope. Inmediatamente agarró el lazo. Con un movimiento experto del brazo y la muñeca, lo hizo girar en el aire por encima de su cabeza y, a continuación, lo lanzó. Capturó a la res por el cuello y la obligó a detenerse a treinta centímetros de la alambrada. El ternero empezó a berrear y a luchar en vano por desasirse hasta que apareció su madre.

Ness: Vaca idiota -murmuró mientras desmontaba para ir a tranquilizarlo-. La habrías hecho buena si llegas a enredarte ahí -echó una mirada a las afiladas puntas de alambre antes de deslizar hacia arriba la cuerda que le rodeaba el cuello. La madre la miraba con enojo mientras retiraba el lazo-. Bravo, bienvenida -le dijo con una sonrisa. Levantó la vista y vio a Bill, que se dirigía hacia ella-. ¿Todavía piensas que podrás ganarme en julio?

Bill: Fuerzas demasiado la espalda.

Aunque dijo aquello con su tono habitual, crudo y directo, algo en su mirada puso en alerta a Vanessa.

Ness: ¿Qué ocurre?

Bill: Deberías ver algo aquí cerca.

Ella agarró a Reina de las riendas y lo siguió. No tenía sentido preguntar, así que no se molestó. Una parte de su mente seguía registrando las imágenes y los sonidos de su entorno: los mugidos de irritación de las vacas, los de desconcierto de los terneros, el movimiento majestuoso de sus madres, los chasquidos y susurros que producía el movimiento de hombres y animales por los pastos. Empezarían a marcar a media mañana.

Bill: Mira aquí.

Ella vio la alambrada rota y dejó escapar una palabrota.

Ness: Maldita sea, nos ocupamos de esta cerca la semana pasada. Yo misma reparé este tramo -pasó al otro lado preguntándose cuántos de sus animales se habrían colado por allí. Aquello explicaría por qué aunque las cifras que le habían dado esa mañana eran correctas, sus ojos le decían otra cosa-. Me harán falta varios hombres para reagrupar a los extraviados.

Bill: Sí -se agachó y agarró entre los dedos uno de los alambres-. Echa un vistazo.

Ella miró distraídamente. De inmediato, se puso rígida y agarró el alambre con sus propios dedos. El corte era demasiado limpio, demasiado evidente.

Ness: Lo han cortado -dijo despacio, luego levantó la vista y miró hacia el otro lado-.

Los dominios de Efron.

Esperaba sentir rabia, y se quedó perpleja al darse cuenta de que, en lugar de eso, se sentía herida. ¿Zac era capaz de aquello? Pensó que podía mostrarse implacable, incluso hacer algo ilícito si le convenía, pero cortar el alambre de las cercas deliberadamente... ¿Sería esa su manera de hacerle pagar sus diferencias personales y su rivalidad en el terreno profesional? Dejó caer el alambre.

Ness: Manda tres hombres para que busquen a los animales que se han extraviado -dijo sin vacilar-. Me gustaría que te ocuparas en persona de arreglar la alambrada -miró a Bill a los ojos, sin emoción alguna-, y ni una palabra de esto.

Él la observó con los ojos entrecerrados.

Bill: Tú mandas -respondió por fin-.

Ness: Si, para cuando hayáis reunido todo el ganado en el corral, todavía no he vuelto, empezad sin mí. No tenemos tiempo que perder, hay que marcar a todos los terneros cuanto antes.

Bill: Quizá sea ya demasiado tarde.

Vanessa saltó sobre la silla.

Ness: pronto lo sabremos -condujo a Reina a través del hueco abierto en la alambrada y luego la espoleó. No pasó mucho tiempo antes de que se cruzara con el primer grupo de trabajadores. Reina alcanzó al todoterreno y Vanessa bajó la vista-. ¿Dónde está Efron? Zac Efron.

El interpelado se tocó el sombrero en señal de saludo. Sabía reconocer a una mujer ofendida cuando la veía.

**: En la cerca norte, señora, reagrupando al ganado.

Ness: Hay un hueco en esta cerca -dijo con concisión-. Algunos de mis hombres van a venir para buscar las reses que se hayan podido extraviar. Quizá ustedes quieran hacer lo propio.

**: Sí, señora -contestó, pero ella ya había partido al galope-.

Los hombres de Efron trabajaban igual que los suyos. Vio cómo se abrían en abanico para rodear el ganado. Se movían con lentitud, con prudencia, mientras las reses avanzaban con paso pesado delante de ellos. Algunos se encontraban muy alejados, se encargaban de los escapados y los conducían de vuelta al rebaño.

Lo vio perfectamente, a la derecha, dando vueltas y girando con Merlín alrededor de un ternero reacio. Sin hacer caso de las miradas de curiosidad de sus hombres, Vanessa se abrió camino entre ellos. Oyó que se reían y le gritaban algo al ternero antes de que Zac la viera.

El ala del sombrero protegía el rostro de Zac del primer sol de la mañana. Ella no podía distinguir su expresión, sólo que estaba mirando cómo se dirigía hacia él. Las orejas de Reina se irguieron en cuanto ésta captó el olor del semental, y empezó a moverse con paso lateral y aire asustadizo.

Zac esperó hasta que estuvieron el uno junto al otro.

Zac: Hola, Vanessa.

Como se percató al instante de que algo no marchaba bien, no se molestó en decir nada más.

Ness: Quiero hablar contigo, Efron.

Zac: Pues habla.

Empujó al ternero, pero Vanessa se inclinó y agarró la empuñadura de su silla. Los ojos de Zac se posaron en su mano.

Ness: A solas.

La expresión de los ojos de Zac no se alteró, aunque ella seguía sin poder verlos. Él hizo una seña a uno de sus hombres para que se hiciera cargo del fugitivo, dio la vuelta y avanzó en dirección norte.

Zac: Tendrás que ser breve. En estos momentos no tengo tiempo para hacer vida social.

Ness: No he venido a hacer vida social -contraatacó al tiempo que controlaba a Reina, la cual observaba con cautela al semental-.

Zac: Ya me he dado cuenta. ¿Cuál es el problema?

Cuando estuvo segura de que nadie podía oírlos, Vanessa detuvo su montura.

Ness: Hay un agujero en la alambrada de la cerca oeste.

Él miró por encima de la cabeza de Vanessa hacia donde estaban sus trabajadores.

Zac: ¿Quieres que les diga a mis hombres que la reparen?

Ness: Lo que quiero es saber quién la ha cortado.

Él la miró de nuevo inmediatamente. Lo único que ella podía ver en sus ojos era que eran azules; el único indicio de su humor fue un movimiento repentino, nervioso, de su caballo. Zac controló al animal sin apartar los ojos de ella.

Zac: ¿Cortado?

Ness: Exacto -incluso en ese momento la rabia burbujeaba en su voz-. Lo descubrió Bill y yo misma lo he comprobado.

Él se echó hacia atrás el sombrero con parsimonia. Por fin ella pudo verle la cara sin que las sombras la ocultaran. Había visto antes esa expresión, había surgido cuando él la había inmovilizado en el suelo, en el corral de Merlín.

Zac: ¿Me estás acusando de algo?

Ness: Te estoy diciendo lo que he visto -el sol de la mañana incidió en sus pupilas, las cuales brillaron-. A partir de ahí, puedes sacar tus propias conclusiones.

Él se inclinó y le agarró la solapa de la chaqueta con un gesto que parecía tranquilo, pausado.

Zac: No voy por ahí cortando alambradas.

Ella no hizo ademán de zafarse y lo miró con serenidad. Un soplo de brisa agitó los rizos azabache que escapaban por debajo del sombrero.

Ness: Quizá tú no, pero hay muchos peones que trabajan en tus tierras. Tres de mis hombres están ahora mismo en este lado reuniendo las vacas que se han escapado. He echado en falta algunas reses.

Zac: Mandaré unos hombres para que miren en tu rebaño, por si a mí también se me ha escapado alguna.

Ness: Acabo de decírselo a unos peones que me he cruzado cerca de la alambrada, cuando venía hacia aquí.

Él mostró su conformidad con un asentimiento de cabeza, pero sus ojos seguían expresando enfado.

Zac: Una alambrada se puede cortar desde los dos lados, Vanessa.

Ella se quedó sin habla, mirándolo fijamente. La rabia empezó a bullir en su interior al tiempo que le apartaba la mano de su chaqueta.

Ness: Eso es ridículo. No habría venido a hablarte del tema si hubiera sido yo la que lo hubiera cortado.

Zac observó cómo Vanessa tranquilizaba a su yegua, que estaba inquieta, y le sonrió con frialdad.

Zac: Hay muchos peones que trabajan en tus tierras.

Mientras lo miraba fijamente el enfado de Vanessa se desvaneció. Se había sentido herida y ofendida, y esas eran emociones que no permitían pensar con lógica. A algunos de sus hombres los conocía y confiaba en ellos. Otros... iban y venían, ganaban un poco de dinero y luego se marchaban a otro rancho, incluso a otro condado. Raramente llegaba a saber sus nombres o a reconocer sus caras. Pero era a ella a la que le faltaban varias reses, se recordó.

Ness: ¿Has echado en falta animales?

Zac: Ya te lo diré.

Ness: Estaré contando cabezas en la sección oeste.

Volvió el rostro hacia el sol, que seguía alzándose en el cielo. Podía haber sido uno de sus peones igual que podía haber sido uno de los de Zac. Ella era la responsable de lo que hicieran todos los que estaban en nómina en Utopía, debía asumirlo.

Ness: No me hacen falta tus vacas, Zac -dijo tranquilamente-.

Zac: Ni a mí las tuyas.

Ness: No sería la primera vez -lo miró de nuevo con la barbilla muy alta-. Los Efron tenían la costumbre de cortar las alambradas de los Hudgens.

Zac: ¿De verdad quieres que nos retrotraigamos ochenta años? De toda historia hay dos versiones, Vanessa, igual que un cerca tiene dos lados. Nosotros no habíamos nacido en esa época, ¿qué nos importa?

Ness: No sé, pero aquello pasó... y podría volver a pasar. Jack está muerto, pero tu padre sigue sintiendo animadversión por nosotros.

El genio volvió a surgir en los ojos de Zac.

Zac: A lo mejor se ha arrastrado hasta aquí y ha cortado la alambrada con el fin de crearte problemas.

Ness: No soy tan idiota.

Zac: ¿Estás segura? -hizo avanzar a su caballo hasta colocarse frente a ella, cara a cara-. Pues eres una imitación buenísima. Revisaré yo mismo esa cerca y te contaré lo que vea.

Antes de que ella pudiera lanzarle alguna pulla, partió al galope. Vanessa rechinó los dientes y se dirigió hacia el sur, a Utopía.




Me ha encantado su conversación del principio hablando del potro. Ha tenido mucha gracia XD
Y Vanessa a ver si se deja llevar por Zac, que lo está deseando.

¡Thank you por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Me encanto la primera parte del capítulo
No creo que zac se robe los animales
Se me hace que alguien está provocando
Que se peleen
Síguela está muy buena la tensión entre ellos
Síguela pronto


Saludos

Lu dijo...

Me encanto el capítulo.
Y pienso lo mismo que Maria!

Sube pronto

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